Existe una bella oración que dice: "Señor. que no necesitemos milagros para creer, pero que tengamos tanta fe, que merezcamos que nos los hagas". Es una fe firme, sólida, que se basa no en la evidencia -como debe ser-, sino en la confianza ciega en lo que el Señor hace, dice y pide. Los milagros son acciones maravillosas de Dios, en los cuales Él demuestra su infinito poder y su infinita libertad. Pero son hechos en el ámbito de esa libertad infinita de Dios. Él mismo discierne cuando son necesarios y cuando no. Él demuestra su poder maravilloso cuando sabe que definitivamente no hay otra salida. Los hechos portentosos no son más que una demostración extraordinaria del amor que Dios tiene a los hombres. Son ellos los beneficiarios principales de cada una de esas obras extraordinarias que salen de las manos de Dios.
Estas obras maravillosas de Dios se iniciaron con la misma creación del universo. La existencia de todo lo que hay no es otra cosa sino un gran milagro. Dios ha hecho que todas las cosas vengan a la existencia de la nada, cuando en realidad, siguiendo su naturaleza suficiente y no necesitada de nada, quiso salir de sí en un gesto inusitado de amor. El que eternamente se había bastado a sí mismo, el que existía desde siempre, permitió que su amor no sólo fuera corriente divina, íntima, enteramente satisfactoria para sí, sino que se hiciera don para otros seres distintos de Él. Es el milagro del amor que explota, que se dona, que se convierte en amor creador y sustentador. Ya no es el amor íntimo el único que satisface a Dios, sino que por elección libre y personal, Dios hace que el amor a las criaturas llegue a ser para Él también motivación principal. El que no necesitaba amar más nada, pues estaba satisfecho amándose a sí mismo en movimiento natural de su divinidad que no necesitaba de más, eligió amar a lo que estaba fuera de sí mismo... Al ser un gesto de amor, de libertad, de poder infinito, se convierte así en un milagro. Convencerse de esto, para nosotros, criaturas que existen por esa "salida" de Dios de sí mismo, es convencerse de que existimos por un milagro de Dios. Es la acción extraordinaria que Dios ha elegido realizar sin ser necesario para Él, pero sí absolutamente necesario para nosotros, pues de lo contrario, no existiríamos de ninguna manera. He ahí el milagro que necesitamos para convencernos de la existencia del Ser superior, del poder de Dios, de su providencia infinita y, sobretodo, de su amor por nosotros. Es, podríamos decir, el milagro "natural" de Dios. Él sólo debe permitir que ese amor creador y todopoderoso se manifieste. Pero para nosotros sí que es extraordinario, pues es lo que nos hace existir y mantenernos en la vida como Dios mismo quiere y posibilita...
No contento con eso, el amor de Dios se sigue manifestando en maravillas cotidianas que no por ser "normales" dejan de ser milagrosas. El orden continuo de lo natural, las leyes que vemos que se cumplen sin cambios, las conductas inmutables que percibimos en la naturaleza, lo que sucede fuera de nosotros y sobre lo cual no tenemos control, sigue sucediendo invariablemente, sin que nosotros siquiera podamos oponernos a que así sea. Es el continuo orden establecido por Dios y que posibilita y facilita nuestra vida. Son los portentos cotidianos que a veces no percibimos en su justa dimensión. A fuerza de habernos acostumbrados a ellos, dejamos de asombrarnos. Que una sola cosa de esas cambie representaría para nosotros una debacle. Si el sol dejara de brillar todos los días, la vida desaparecería. Si las plantas dejaran de producir oxígeno, nuestra muerte sería segura... Tantos fenómenos naturales siguen siendo milagros del amor. Y debemos percibirlos como tales, para poder responder a Dios con cada vez más amor...
Y Dios va aún más allá. Al pecado del hombre responde con más amor. A la destrucción que ha procurado el hombre para sí mismo y para todo lo creado, Dios responde con más portentos. Podría dejar a un lado aquello que no es necesario para Él y hacerlo simplemente desaparecer, pues ha representado sólo problemas y conflictos. Pero no. No quiere actuar en contra de su naturaleza amorosa, sino que una y otra vez da nuevas oportunidades. A la destrucción de la primera creación, responde maravillosamente con la Nueva Creación lograda por el Verbo hecho hombre. Supera infinitamente lo que ha hecho en su primer movimiento de amor, con el segundo movimiento realizado por el Hijo. La nueva creación es confesión de amor del corazón enamorado de Dios hacia el hombre.
Por eso Dios se duele de que el hombre no sucumba definitivamente convencido de su amor y termine de creer vencido en sus brazos. La dureza del corazón del hombre le hará más daño que todo lo malo que pueda hacer. Dejar al amor de Dios a un lado le crea el vacío mayor que pueda vivir. No existe más absurdo para el hombre que la no aceptación de lo que es tan evidente. El milagro cotidiano del amor debe ser aceptado para llegar a la plenitud a la que está llamado todo hombre. En este transitar Dios verá si es necesario sustentar su pedagogía de amor en los milagros. Sólo Él sabe si lo será. Pero para nosotros debería bastar saber del amor infinito que nos tiene, convencernos de que quiere nuestro bien como lo ha demostrado desde el primer momento de nuestra existencia, percibir que no quiere nuestra muerte o nuestra desaparición sino que nos tiende la mano repetidamente, cuantas veces sean necesarias., De lo contrario, ya no estuviéramos aquí... Esa es nuestra salvación: "Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza. Les digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy. Les digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti". Escuchar la Palabra de Dios, que nos invita a creer por encima de todo, por los milagros que hace el amor, y por los que seguirá haciendo para atraernos...
Ramón Viloria. Operario Diocesano. Ocupado en el anuncio del Amor de Dios y en la Promoción de la Verdad y la Justicia
martes, 15 de julio de 2014
lunes, 14 de julio de 2014
Elige amar y tendrás la plenitud
El Señor espera siempre nuestra conversión. Su paciencia, al igual que su amor y su misericordia, no tiene límites. Pero eso no significa que no sea justo. Ama siempre, y está siempre dispuesto al perdón, pero espera del hombre un acercamiento. Como en la parábola del hijo pródigo, está siempre a la espera de que aparezcamos arrepentidos y humildes para que Él derrame sobre nosotros su perdón. El hijo pródigo ya estaba perdonado en el corazón del padre, pero ese perdón no se hizo efectivo, es decir, no pudo ser recibido por el pecador, hasta que éste no se puso en camino hacia la casa del padre. De no haberse dado este acercamiento, aunque en el corazón del padre ya había el perdón, el hijo no lo hubiera recibido, pues no había dispuesto su ser para poder ser agraciado con la misericordia del padre.
En efecto, en el designio del Padre Dios está siempre el perdón. Desde el mismo momento del pecado de nuestros padres Adán y Eva, la promesa de redención estaba presente en la historia de la humanidad. "Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Un descendiente de ella te pisará la cabeza". Es el protoevangelio, la primera Buena Nueva pronunciada por Dios, que anunciaba la redención de los hombres. La historia de la humanidad no iba a ser una historia de condena sino de esperanza en el cumplimiento de esta promesa divina. Dios no miente ni se desdice. Es inmutable y ama eternamente. Por eso, cumple su palabra y no deja de perdonar jamás. Menos aún al que Él había creado como su criatura predilecta, objeto último de su amor, al que había enriquecido ostensiblemente con sus mismos dones de amor y libertad, de capacidad de raciocinio y de relacionamiento con otros... La causa última del pecado del hombre fue la libertad con la que Dios lo había enriquecido y la opción -equivocada, sin duda, pero fruto de una elección de la libertad, don de Dios- que había hecho. Esa libertad y ese amor, combinados y vividos en plenitud es la plenitud que Dios deseaba que viviera el hombre. Pero comportaba el inmenso riesgo de ser utilizada mal, y de ir en el sentido contrario al establecido por Dios. El amor no es un "programa" al que el hombre está sometido, como lo está el perro para ladrar o el gato para maullar -nunca el perro dejará de ladrar ni el gato de maullar, pues no tienen la capacidad de ir contra ese "programa" que Dios ha grabado en ellos, ya que no son libres-, sino que es una decisión. A amar se decide, se opta, se elige libremente. O, en el caso del pecado, se decide el camino contrario. En la pretensión de autonomía absoluta, de independencia y emancipación, el hombre no desea optar por el mismo camino que le propone Dios, que es el del amor, sino por uno diverso. Y el contrario es el del odio, que se expresa en dar la espalda a Dios y a todo lo que Él quiere que se someta el hombre. El pecado impone la rebeldía a todo lo que es de Dios. Y en ese camino, el hombre se hace despreciable para Dios, aunque Él desea que lo deshaga y vuelva sobre sus huellas...
Por ello, son comprensibles expresiones como la de Isaías: "¿Qué me importa el número de los sacrificios de ustedes? -dice el Señor-. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Por qué entran a visitarme? ¿Quién pide algo de las manos de ustedes cuando pisan mis atrios? No me traigan más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no los aguanto. Sus solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando ustedes extienden las manos, cierro los ojos; aunque multipliquen las plegarias, no los escucharé. Sus manos están llenas de sangre". Es un Dios que denota el cansancio que tiene al llamar una y otra vez al uso correcto de la libertad y del amor y no recibir una respuesta satisfactoria. Porque el amor de Dios ha insistido, una y otra vez, y el hombre, en su libertad mal ejercida, una y otra vez, lo ha depreciado... Pero es impresionante que, a pesar del cansancio que deja descubrir Dios, aun tiene la voluntad misericordiosa a tope y sigue ofreciendo la posibilidad de la conversión: "Lávense, purifíquense, aparten de mi vista sus malas acciones. Cesen de obrar mal, aprendan a obrar bien; busquen el derecho, enderecen al oprimido; defiendan al huérfano, protejan a la viuda". Dios propone le camino correcto, el que debe ser transitado, el que debe ser elegido por una libertad realmente motivada por el amor...
Esa decisión libre de transitar sólidamente el camino del amor, del bien, del relacionamiento, traerá consecuencias. Quienes lo vean como una "traición" a la emancipación deseada, a la autonomía liberándose del "yugo" de Dios, buscarán que se desista en ese intento. Habrá conflictos con el mundo que desea seguir de espaldas a Dios. Por eso, la decisión libre de amar implicará la disposición de defender esa decisión, ante quien sea. Lo vaticina Jesús: "No he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa". La unión con Dios en el amor decidida libremente estará por encima incluso de la unión familiar, cuando ésta quiera atentar contra la decisión del amor. No está nadie por encima de Dios y de su plan de plenitud para el hombre. La compensación de vivir familiarmente no es mayor que la de vivir en relación íntima y amorosa con Dios. Si es necesario echar a un lado todo lo que se oponga, sea lo que sea y sea quien sea, hay que dejarlo, pues la plenitud está sólo en Dios... Si en esa lucha es necesario perder hasta la vida con tal de tener a Dios, no hay que dudarlo: "El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará..." Es que una vida sin Dios, para el que en su libertad ha elegido seriamente el amor, no tiene ningún sentido. Es preferible perder la vida que a Dios. Es la vida del amor hermoso, el que llena plenamente, el que da la total felicidad, el que compensa absolutamente todas las necesidades del hombre y el que apunta a la vivencia eterna en las entrañas amorosas del Dios del amor, infinitamente misericordioso y al lado del cual se desea vivir por toda la eternidad por encima de todo...
En efecto, en el designio del Padre Dios está siempre el perdón. Desde el mismo momento del pecado de nuestros padres Adán y Eva, la promesa de redención estaba presente en la historia de la humanidad. "Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Un descendiente de ella te pisará la cabeza". Es el protoevangelio, la primera Buena Nueva pronunciada por Dios, que anunciaba la redención de los hombres. La historia de la humanidad no iba a ser una historia de condena sino de esperanza en el cumplimiento de esta promesa divina. Dios no miente ni se desdice. Es inmutable y ama eternamente. Por eso, cumple su palabra y no deja de perdonar jamás. Menos aún al que Él había creado como su criatura predilecta, objeto último de su amor, al que había enriquecido ostensiblemente con sus mismos dones de amor y libertad, de capacidad de raciocinio y de relacionamiento con otros... La causa última del pecado del hombre fue la libertad con la que Dios lo había enriquecido y la opción -equivocada, sin duda, pero fruto de una elección de la libertad, don de Dios- que había hecho. Esa libertad y ese amor, combinados y vividos en plenitud es la plenitud que Dios deseaba que viviera el hombre. Pero comportaba el inmenso riesgo de ser utilizada mal, y de ir en el sentido contrario al establecido por Dios. El amor no es un "programa" al que el hombre está sometido, como lo está el perro para ladrar o el gato para maullar -nunca el perro dejará de ladrar ni el gato de maullar, pues no tienen la capacidad de ir contra ese "programa" que Dios ha grabado en ellos, ya que no son libres-, sino que es una decisión. A amar se decide, se opta, se elige libremente. O, en el caso del pecado, se decide el camino contrario. En la pretensión de autonomía absoluta, de independencia y emancipación, el hombre no desea optar por el mismo camino que le propone Dios, que es el del amor, sino por uno diverso. Y el contrario es el del odio, que se expresa en dar la espalda a Dios y a todo lo que Él quiere que se someta el hombre. El pecado impone la rebeldía a todo lo que es de Dios. Y en ese camino, el hombre se hace despreciable para Dios, aunque Él desea que lo deshaga y vuelva sobre sus huellas...
Por ello, son comprensibles expresiones como la de Isaías: "¿Qué me importa el número de los sacrificios de ustedes? -dice el Señor-. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Por qué entran a visitarme? ¿Quién pide algo de las manos de ustedes cuando pisan mis atrios? No me traigan más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no los aguanto. Sus solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando ustedes extienden las manos, cierro los ojos; aunque multipliquen las plegarias, no los escucharé. Sus manos están llenas de sangre". Es un Dios que denota el cansancio que tiene al llamar una y otra vez al uso correcto de la libertad y del amor y no recibir una respuesta satisfactoria. Porque el amor de Dios ha insistido, una y otra vez, y el hombre, en su libertad mal ejercida, una y otra vez, lo ha depreciado... Pero es impresionante que, a pesar del cansancio que deja descubrir Dios, aun tiene la voluntad misericordiosa a tope y sigue ofreciendo la posibilidad de la conversión: "Lávense, purifíquense, aparten de mi vista sus malas acciones. Cesen de obrar mal, aprendan a obrar bien; busquen el derecho, enderecen al oprimido; defiendan al huérfano, protejan a la viuda". Dios propone le camino correcto, el que debe ser transitado, el que debe ser elegido por una libertad realmente motivada por el amor...
Esa decisión libre de transitar sólidamente el camino del amor, del bien, del relacionamiento, traerá consecuencias. Quienes lo vean como una "traición" a la emancipación deseada, a la autonomía liberándose del "yugo" de Dios, buscarán que se desista en ese intento. Habrá conflictos con el mundo que desea seguir de espaldas a Dios. Por eso, la decisión libre de amar implicará la disposición de defender esa decisión, ante quien sea. Lo vaticina Jesús: "No he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa". La unión con Dios en el amor decidida libremente estará por encima incluso de la unión familiar, cuando ésta quiera atentar contra la decisión del amor. No está nadie por encima de Dios y de su plan de plenitud para el hombre. La compensación de vivir familiarmente no es mayor que la de vivir en relación íntima y amorosa con Dios. Si es necesario echar a un lado todo lo que se oponga, sea lo que sea y sea quien sea, hay que dejarlo, pues la plenitud está sólo en Dios... Si en esa lucha es necesario perder hasta la vida con tal de tener a Dios, no hay que dudarlo: "El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará..." Es que una vida sin Dios, para el que en su libertad ha elegido seriamente el amor, no tiene ningún sentido. Es preferible perder la vida que a Dios. Es la vida del amor hermoso, el que llena plenamente, el que da la total felicidad, el que compensa absolutamente todas las necesidades del hombre y el que apunta a la vivencia eterna en las entrañas amorosas del Dios del amor, infinitamente misericordioso y al lado del cual se desea vivir por toda la eternidad por encima de todo...
domingo, 13 de julio de 2014
Ayuda a la semilla a dar su fruto
Dios hace su parte perfectamente. El Creador, cuyo amor se expresó en lo grandioso de la obra creada por su poder infinito, dejó su impronta de perfección en todo lo creado. "Vio Dios que todo era muy bueno", no sólo en la belleza de todo lo que llegó a existir por su voluntad, sino en la absoluta armonía que se vivía, en el orden que Él le había impreso, en el cumplimiento radical de su voluntad. Esa armonía y ese orden se basaban esencialmente en que todo iba según el designio divino. Esa era la perfección. La plenitud de lo creado estaba en mantenerse en ese ámbito de "obediencia" a lo que Dios había dispuesto, pues esa era la plenitud. Para eso había sido creado todo y su gozo absoluto estaba en estar en ese ámbito... La creación entera tenía esa finalidad. Trastocar ese orden era la debacle de la armonía, de la paz, del orden. Por eso, la obra de la Redención consiste en restablecer el orden original, en lograr que de nuevo todo esté "como escabel de los pies" de Jesús, como lo estaba en el principio.
La acción del hombre, creado perfecto pues era "imagen y semejanza" de Dios, fue el culmen de esa creación. Su libertad y su capacidad de amar fue el rasgo más propio de Dios impreso en su ser. Pero fue, a la vez, el riesgo más grande que corrió Dios. Crear al hombre libre y con capacidad de amar era abrirse a la posibilidad de tener que aceptar que, en el uso de esa libertad, el hombre decidiera tener capacidad también para lo contrario del amor. Y la historia triste y negativa del hombre nos dice que eso fue lo que pasó. El hombre destronó de su ser a quien debía ser el objeto del amor, a Dios, y con Él quedaron expulsados como consecuencia, también los demás hermanos, que deben ser objetos y muestra del amor a Dios. Amar a un objeto distinto de Dios y de los hombres es automáticamente sustituir al objeto correcto del amor por uno equivocado. Cuando esto sucede el amor es sustituido por su contrario, el odio. Amar lo creado, por encima de Dios, es odiar a Dios y odiar a los demás. No se necesita que se sientan deseos de destrucción o de aniquilación del otro para afirmar que se odia. Simplemente se necesita que no se le ame, cuando es el único digno de ser amado... En esa debacle de su esencia, el hombre arrastró consigo todo: "Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió". Hasta la creación inanimada ha pecado, no libremente sino sometida por el hombre pecador. Basta ver lo que el hombre es capaz de hacer con su propio entorno: destrucción, desaparición de especies animales, devastación de bosques y selvas, cambio climático... Incluso con el mal uso de grandes cosas que ha descubierto el hombre: energía atómica, drogas, avances científicos y médicos... El odio del hombre no tiene límites, como no lo tendría tampoco el amor, de ser vivido... Es la capacidad de la libertad que Dios le regaló...
Pero, hemos dicho que Dios siempre hace su parte, y que la hace perfectamente. Si el orden original ha sido devastado, el mismo Dios se pone a la obra para su restitución. Hace descender a quien tiene la posibilidad de hacerlo. Es su Palabra creadora: "Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo". El hombre destruye, en el uso equivocado de su libertad, pero Dios, que nunca dejará de amar, pues es su esencia, y su libertad jamás dejará de ser tal -la libertad es tal sólo si apunta al bien, de lo contrario se convierte en libertinaje o en capricho-, rediseña un plan de restitución, en el cual su Palabra es protagonista y autora esencial. Esa Palabra suya, el Verbo eterno de Dios, su Hijo, que se encarna, es el Redentor del mundo y del hombre, el que logrará poner de nuevo todo en su lugar... Es Jesús de Nazaret.
En ese plan de restitución del orden original, Dios nos encarga de algo importante: Hacernos capaces nosotros mismos de recibir esa Palabra, de dejar sembrar la semilla, de dejarnos redimir. Ante la propuesta divina podemos reaccionar de diversas maneras: empeñarnos en seguir destruyendo, ser indiferentes en la búsqueda de nuestra plenitud, dejar que el entorno nos siga engullendo, no profundizar y quedarnos sólo en lo superficial y en la vanidad de la vida, colocarnos en situaciones límite en la que el riesgo de perdernos esté siempre presente... O hacernos buen terreno en el que la semilla del Verbo prenda , se arraigue, crezca y dé frutos... Está en nuestras manos. Dios hace su parte, pero nosotros debemos hacer también la nuestra. Nuestra obra es pasiva, por cuanto de lo que se trata es de "dejarnos redimir". Pero nos exige una lucha frontal contra todo lo que buscará distraernos de esa meta. Se trata de hacernos "tierra buena" para que la Palabra de Dios haga su trabajo en nosotros y nos lleve a la plenitud. Eso debemos desearlo, pues es nuestra verdadera felicidad. No hemos sido creados para medias tintas. Tampoco para tintas transparentes. Mucho menos para tintas negras completas. Hemos sido creados para tintas resplandecientes, brillantes, de colores alegres y esperanzadores. Hemos sido creados para el cielo. "Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno".Y en caminar hacia esa meta está nuestro gozo. No hay otra posibilidad para vivir la plenitud a la que somos llamados y en la que está la dicha plena...
La acción del hombre, creado perfecto pues era "imagen y semejanza" de Dios, fue el culmen de esa creación. Su libertad y su capacidad de amar fue el rasgo más propio de Dios impreso en su ser. Pero fue, a la vez, el riesgo más grande que corrió Dios. Crear al hombre libre y con capacidad de amar era abrirse a la posibilidad de tener que aceptar que, en el uso de esa libertad, el hombre decidiera tener capacidad también para lo contrario del amor. Y la historia triste y negativa del hombre nos dice que eso fue lo que pasó. El hombre destronó de su ser a quien debía ser el objeto del amor, a Dios, y con Él quedaron expulsados como consecuencia, también los demás hermanos, que deben ser objetos y muestra del amor a Dios. Amar a un objeto distinto de Dios y de los hombres es automáticamente sustituir al objeto correcto del amor por uno equivocado. Cuando esto sucede el amor es sustituido por su contrario, el odio. Amar lo creado, por encima de Dios, es odiar a Dios y odiar a los demás. No se necesita que se sientan deseos de destrucción o de aniquilación del otro para afirmar que se odia. Simplemente se necesita que no se le ame, cuando es el único digno de ser amado... En esa debacle de su esencia, el hombre arrastró consigo todo: "Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió". Hasta la creación inanimada ha pecado, no libremente sino sometida por el hombre pecador. Basta ver lo que el hombre es capaz de hacer con su propio entorno: destrucción, desaparición de especies animales, devastación de bosques y selvas, cambio climático... Incluso con el mal uso de grandes cosas que ha descubierto el hombre: energía atómica, drogas, avances científicos y médicos... El odio del hombre no tiene límites, como no lo tendría tampoco el amor, de ser vivido... Es la capacidad de la libertad que Dios le regaló...
Pero, hemos dicho que Dios siempre hace su parte, y que la hace perfectamente. Si el orden original ha sido devastado, el mismo Dios se pone a la obra para su restitución. Hace descender a quien tiene la posibilidad de hacerlo. Es su Palabra creadora: "Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo". El hombre destruye, en el uso equivocado de su libertad, pero Dios, que nunca dejará de amar, pues es su esencia, y su libertad jamás dejará de ser tal -la libertad es tal sólo si apunta al bien, de lo contrario se convierte en libertinaje o en capricho-, rediseña un plan de restitución, en el cual su Palabra es protagonista y autora esencial. Esa Palabra suya, el Verbo eterno de Dios, su Hijo, que se encarna, es el Redentor del mundo y del hombre, el que logrará poner de nuevo todo en su lugar... Es Jesús de Nazaret.
En ese plan de restitución del orden original, Dios nos encarga de algo importante: Hacernos capaces nosotros mismos de recibir esa Palabra, de dejar sembrar la semilla, de dejarnos redimir. Ante la propuesta divina podemos reaccionar de diversas maneras: empeñarnos en seguir destruyendo, ser indiferentes en la búsqueda de nuestra plenitud, dejar que el entorno nos siga engullendo, no profundizar y quedarnos sólo en lo superficial y en la vanidad de la vida, colocarnos en situaciones límite en la que el riesgo de perdernos esté siempre presente... O hacernos buen terreno en el que la semilla del Verbo prenda , se arraigue, crezca y dé frutos... Está en nuestras manos. Dios hace su parte, pero nosotros debemos hacer también la nuestra. Nuestra obra es pasiva, por cuanto de lo que se trata es de "dejarnos redimir". Pero nos exige una lucha frontal contra todo lo que buscará distraernos de esa meta. Se trata de hacernos "tierra buena" para que la Palabra de Dios haga su trabajo en nosotros y nos lleve a la plenitud. Eso debemos desearlo, pues es nuestra verdadera felicidad. No hemos sido creados para medias tintas. Tampoco para tintas transparentes. Mucho menos para tintas negras completas. Hemos sido creados para tintas resplandecientes, brillantes, de colores alegres y esperanzadores. Hemos sido creados para el cielo. "Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno".Y en caminar hacia esa meta está nuestro gozo. No hay otra posibilidad para vivir la plenitud a la que somos llamados y en la que está la dicha plena...
sábado, 12 de julio de 2014
Para crecer, hay que disminuir
Jesús es el Dios que se ha hecho hombre. Habiendo asumido nuestra condición humana, mantiene en sí mismo todas las prerrogativas y aptitudes divinas. Siendo Dios, es infinito, todopoderoso, omnisciente, omnipresente. Por haber asumido la humanidad, es limitado infinitamente en su condición natural de Dios, pues para poder desarrollar su vida en solidaridad total con los hombres, tuvo que anonadarse, aniquilarse, rebajarse en su condición natural, la que tuvo eternamente, pues de otro modo no hubiera asumido realmente lo que somos para poder redimirnos desde dentro de nuestra condición humana... No es que haya perdido sus características propias como Dios, sino que las ha dejado como "en suspenso" durante el tiempo en el que vivió terrenalmente...No perdió nada de lo que le pertenece por esencia, sino que "lo escondió". Su vida humana la desarrolló en la absoluta normalidad de cualquiera: nació de una mujer, fue criado en una familia humana por un padre y una madre amorosos, creció en estatura y en sabiduría, tuvo amistades, sintió hambre y sed, vivió la alegría y el dolor de los que estaban a su alrededor, sufrió en sí mismo gozos y dolores... Murió como debemos morir todos los hombres, aunque su muerte haya sido el acontecimiento más significativo, unido al de su resurrección, para toda la historia de la humanidad...
Pero, en el desarrollo de su vida humana jamás dejó de ser Dios. Esa condición divina que no podía dejar a un lado, aunque se hubiera rebajado hasta la muerte al asumir la condición carnal, fue la que hizo posible que todos sus actos humanos fueran redentores. Hay quien afirma que hasta el llanto del Niño Jesús fue redentor. No hubiera podido redimir si el Jesús que llora y ríe no es Dios, si el mismo que se ve que multiplica los panes y cura las enfermedades no es el Verbo Eterno, si el que resucita a los muertos y expulsa a los demonios no es la Segunda Persona del Trinidad, si el que perdona a la Magdalena y ve a Zaqueo montado en el árbol no es el Hijo de Dios... Ese Jesús es Dios y hombre, y porque mantiene su doble naturaleza incólume es el Redentor y es el Maestro mejor que pueden tener los hombres. En su humanidad nos enseña a todos lo que debemos asumir de Dios para poder ser cada vez mejores. Nuestra riqueza humana no está en mantenernos tozudamente en lo que somos, sino en adquirir lo que realmente puede enriquecernos. Y si eso viene de Dios, infinitamente mejor. No se trata de defender lo nuestro dejando lo de Dios a un lado, queriendo erigirnos nosotros en nuestros propios dioses, pretendiendo poder tener todo lo divino sin recurrir a Dios. Ese aniquilamiento que vivió el Verbo Eterno de Dios para poder redimirnos, debemos vivirlo nosotros también en sentido inverso para poder ser redimidos, para poder dejarnos redimir...
Se trata de que hagamos nuestra propia "kénosis", nuestro propio rebajamiento. Es hacer el reconocimiento de que nosotros no somos lo mejor, sino de que necesitamos de lo mejor, que es lo de Dios, para poder ascender. Rebajarnos de lo que somos, destruyendo soberbia y egoísmo, pretensiones personales, búsqueda de prerrogativas ventajistas, para vaciarnos de ellas y llenarnos de las de Dios. Es hacer lo que hace Isaías ante el espectáculo divino que se presenta ante sus ojos y que es la demostración del Dios poderoso: "¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos". Reconocer lo que somos, sin temores de ningún tipo, pues es el primer paso para la ascensión personal a lo que es Dios, que es, con mucho, infinitamente mejor que lo que somos nosotros... Ante ese reconocimiento, Yahvé no hace otra cosa que enriquecernos con lo suyo. Ya nos hemos vaciado de nosotros y hemos abierto la puerta para adquirir el mayor tesoro: "Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado". No tiene sentido querer permanecer tontamente en lo que somos, si lo que podemos ser es mucho mejor. En ese diálogo de amor y de perdón, Dios nos propone que vayamos con Él a hacer el mismo trueque en los demás hermanos: "'¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?' Contesté: 'Aquí estoy, mándame'". Es la disponibilidad que da el llenarse del amor de Dios, que quiere el bien para todos. Llenarse de Dios es llenarse de su amor, es vivirlo y por eso es querer el bien de los hermanos, De allí la disponibilidad de ir a todos a hacerles llegar el tesoro del amor de Dios.
Pero hay que tener la conciencia clara de que jamás seremos más que nuestro Redentor y Maestro: "Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo". El único que sigue siendo Dios y hombre es Él. Nosotros, por más que hayamos adquirido características divinas, seguimos siendo hombres. Enriquecidos y hechos mucho mejor por lo que Dios nos regala, pero hombres al fin. Con el tesoro del amor divino en nuestros corazones, pero todavía hombres. Adquirimos características divinas, que nos "divinizan", pero no dejamos de ser hombres. Por eso jamás seremos iguales al único Maestro, al único Redentor, aunque Él sea nuestro tesoro. El único que ha muerto en Cruz por nosotros es Él. El único que ha resucitado resurgiendo victorioso de las tinieblas de la muerte es Él, con lo cual nos sacó a nosotros de esas mismas tinieblas del pecado, del abismo, de la muerte... Pero en ese camino de identificación con Él, aunque no seamos Dios, debemos avanzar en su semejanza. Unirnos a Él para vencer como Él, aun en medio de los tormentos que se puedan sufrir: "No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, teman al que pueda destruir con el fuego alma y cuerpo". Eso lo vivió Él mismo en su carne, y aun así venció. Y quiere que venzamos con Él, con su fuerza, con su valentía. Y eso nos llevará al triunfo de la eternidad: "Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo". La clave está en ser cada vez más parecidos a Él, sabiendo que no somos Él. El Maestro y el Señor es Él. El Redentor es Él. Nosotros, al máximo, podemos hacernos cada vez más parecidos a Él, para poder ayudarlo en la tarea de redención del mundo, de nuestros hermanos, cuando vivamos en el mismo amor que Él...
Pero, en el desarrollo de su vida humana jamás dejó de ser Dios. Esa condición divina que no podía dejar a un lado, aunque se hubiera rebajado hasta la muerte al asumir la condición carnal, fue la que hizo posible que todos sus actos humanos fueran redentores. Hay quien afirma que hasta el llanto del Niño Jesús fue redentor. No hubiera podido redimir si el Jesús que llora y ríe no es Dios, si el mismo que se ve que multiplica los panes y cura las enfermedades no es el Verbo Eterno, si el que resucita a los muertos y expulsa a los demonios no es la Segunda Persona del Trinidad, si el que perdona a la Magdalena y ve a Zaqueo montado en el árbol no es el Hijo de Dios... Ese Jesús es Dios y hombre, y porque mantiene su doble naturaleza incólume es el Redentor y es el Maestro mejor que pueden tener los hombres. En su humanidad nos enseña a todos lo que debemos asumir de Dios para poder ser cada vez mejores. Nuestra riqueza humana no está en mantenernos tozudamente en lo que somos, sino en adquirir lo que realmente puede enriquecernos. Y si eso viene de Dios, infinitamente mejor. No se trata de defender lo nuestro dejando lo de Dios a un lado, queriendo erigirnos nosotros en nuestros propios dioses, pretendiendo poder tener todo lo divino sin recurrir a Dios. Ese aniquilamiento que vivió el Verbo Eterno de Dios para poder redimirnos, debemos vivirlo nosotros también en sentido inverso para poder ser redimidos, para poder dejarnos redimir...
Se trata de que hagamos nuestra propia "kénosis", nuestro propio rebajamiento. Es hacer el reconocimiento de que nosotros no somos lo mejor, sino de que necesitamos de lo mejor, que es lo de Dios, para poder ascender. Rebajarnos de lo que somos, destruyendo soberbia y egoísmo, pretensiones personales, búsqueda de prerrogativas ventajistas, para vaciarnos de ellas y llenarnos de las de Dios. Es hacer lo que hace Isaías ante el espectáculo divino que se presenta ante sus ojos y que es la demostración del Dios poderoso: "¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos". Reconocer lo que somos, sin temores de ningún tipo, pues es el primer paso para la ascensión personal a lo que es Dios, que es, con mucho, infinitamente mejor que lo que somos nosotros... Ante ese reconocimiento, Yahvé no hace otra cosa que enriquecernos con lo suyo. Ya nos hemos vaciado de nosotros y hemos abierto la puerta para adquirir el mayor tesoro: "Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado". No tiene sentido querer permanecer tontamente en lo que somos, si lo que podemos ser es mucho mejor. En ese diálogo de amor y de perdón, Dios nos propone que vayamos con Él a hacer el mismo trueque en los demás hermanos: "'¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?' Contesté: 'Aquí estoy, mándame'". Es la disponibilidad que da el llenarse del amor de Dios, que quiere el bien para todos. Llenarse de Dios es llenarse de su amor, es vivirlo y por eso es querer el bien de los hermanos, De allí la disponibilidad de ir a todos a hacerles llegar el tesoro del amor de Dios.
Pero hay que tener la conciencia clara de que jamás seremos más que nuestro Redentor y Maestro: "Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo". El único que sigue siendo Dios y hombre es Él. Nosotros, por más que hayamos adquirido características divinas, seguimos siendo hombres. Enriquecidos y hechos mucho mejor por lo que Dios nos regala, pero hombres al fin. Con el tesoro del amor divino en nuestros corazones, pero todavía hombres. Adquirimos características divinas, que nos "divinizan", pero no dejamos de ser hombres. Por eso jamás seremos iguales al único Maestro, al único Redentor, aunque Él sea nuestro tesoro. El único que ha muerto en Cruz por nosotros es Él. El único que ha resucitado resurgiendo victorioso de las tinieblas de la muerte es Él, con lo cual nos sacó a nosotros de esas mismas tinieblas del pecado, del abismo, de la muerte... Pero en ese camino de identificación con Él, aunque no seamos Dios, debemos avanzar en su semejanza. Unirnos a Él para vencer como Él, aun en medio de los tormentos que se puedan sufrir: "No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, teman al que pueda destruir con el fuego alma y cuerpo". Eso lo vivió Él mismo en su carne, y aun así venció. Y quiere que venzamos con Él, con su fuerza, con su valentía. Y eso nos llevará al triunfo de la eternidad: "Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo". La clave está en ser cada vez más parecidos a Él, sabiendo que no somos Él. El Maestro y el Señor es Él. El Redentor es Él. Nosotros, al máximo, podemos hacernos cada vez más parecidos a Él, para poder ayudarlo en la tarea de redención del mundo, de nuestros hermanos, cuando vivamos en el mismo amor que Él...
viernes, 11 de julio de 2014
Convéncete: ¡Aunque sufras, estás venciendo!
El Papa Francisco ha afirmado que nuestros tiempos son más martiriales que los de la primera Iglesia, perseguida por los poderosos imperios del tiempo. Los judíos radicales, los romanos y los otros paganos hacían estragos en medio de los discípulos del Señor. Ya San Juan Pablo II había afirmado lo mismo hace unos años. Hoy en muchísimos países los cristianos son perseguidos, humillados, silenciados, discriminados, asesinados... Casi no hay un día en el que no se lea que cristianos son maltratados y martirizados, que iglesias son quemadas y destruidas, que hacen presos por llevar una Biblia o por hablar en público sobre su fe, que son condenados algunos por convertirse al cristianismo... Es una persecución frontal... Y a ésta hay que sumar la persecución silenciosa, disfrazada de tolerante, en la que por "defender" derechos de otros se pretende acallar la voz de los que quieren dar testimonio de su fe. La misma libertad de culto que promueven para todos, se la niegan a los cristianos que quieren dar testimonio. Se prohíbe la exhibición de crucifijos en lugares públicos para no "herir la susceptibilidad religiosa" de otros no cristianos, se acusa de católicos recalcitrantes a quienes defienden la vida en contra del aborto, la eutanasia y otros atentados contra la vida, se somete a burla a quienes promueven valores cristianos como la castidad, la honestidad, la responsabilidad, la laboriosidad, el dominio de sí, el sacrificio... No es una persecución directa, pero sí es una infravaloración de lo que significa ser cristiano. Y viviendo en fidelidad a los propios criterios y conductas cristianos, son aislados, ignorados, sometidos a burla, excluidos de los grupos sociales propios...
Sin duda, en lo humano, no son buenos tiempos éstos para los cristianos. Quien quiera mantenerse firme en sus criterios y actitudes cristianos debe revestirse de fortaleza, debe ser muy sólido interiormente, debe tener una convicción y una persuasión a prueba de grandes experiencias negativas... Humanamente hay que estar dispuesto a ser héroes de la fe, pues la fuerza contraria es poderosa. Los Medios de Comunicación Social, la publicidad, incluso la política interesada, van creando una mentalidad de indiferencia, de hedonismo, de desboque, que hace caer en el relativismo, cuando no llama a hacer batalla frontal a quienes se les quieran oponer. Recuerdo la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, en la que algunos jóvenes esperaban en las bocas del Metro a los que asistían a los diversos actos para burlarse de ellos e incluso agredirlos físicamente. A más de uno lo golpearon. La respuesta de muchísimos de ellos era ponerse de rodillas y orar... Los que agredían se sentían "héroes de la libertad religiosa" contra indefensos jóvenes cristianos. Es la imagen de una sociedad que busca excluir lo religioso, porque les resulta incómodo echándole en cara su deterioro progresivo al alejarse de los principios, de los valores y de las virtudes...
Pues bien, lo que sucede no es nada extraño. Si algo tiene el mensaje de Jesús es su transparencia, su claridad, su sinceridad. Nunca dijo Jesús que la vida de los cristianos sería un lecho de rosas en la que no se presentarían dificultades: "A ustedes los entregarán a los tribunales, los azotarán en las sinagogas y los harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa; así darán testimonio ante ellos y ante los gentiles... Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán. Todos los odiarán por mi nombre". El conocido dicho popular "soldado avisado no muere en guerra", se aplica perfectamente en este caso. Un cristiano que pretenda pasar por el mundo "sin sufrir roncha", o es un iluso, o es un irresponsable, o no es verdadero cristiano. La prueba de la fe ha sido anunciada suficientemente. Y ha sido vivida por millones en la historia de la fe. No es posible vivir el cristianismo responsablemente en nuestro mundo sin encontrarse adversarios que llegarán a perseguir y herir, incluso a asesinar, o al menos a oponerse pasivamente mediante burlas, aislamientos, exclusiones...
No es posible, entonces, hacerse el desentendido ante esta situación. Por un lado, hay que pertrecharse de lo necesario para la solidez que hay que tener. En primer lugar, de la conciencia clara de que esto sucederá. No se puede pasar por inocente o sorprenderse porque suceda lo que está anunciado. Hay que asumirlo. Los cristianos seremos perseguidos, y esa persecución se podrá presentar de mil diversas maneras, hasta la violencia y la muerte. No es nada atractivo humanamente. Muchos pensarán que es mejor entonces no ser cristianos si se va a sufrir. Están equivocados. El ser cristiano no es lo que hace sufrir. Lo que hace sufrir es el ataque por ser cristianos. Nuestra fe nos da la compensación espiritual más elevada que se pueda imaginar. En medio del sufrimiento el ser fieles da solidez, gozo íntimo de seguir en las manos del Señor, felicidad de saber que se está en el camino correcto. Es lo que experimentaron todos los mártires de la historia. No porque la mayoría se nos oponga tienen la razón. La estadística no es norma de fe... En medio de la corrupción generalizada, el ser honestos no es una locura. Es la mayor sensatez... Así mismo sucede con la fe...
En segundo lugar, llenarse de la presencia del Espíritu que ha sido enviado para ser apoyo, firmeza, fortaleza, sabiduría, valentía: "Cuando los arresten, no se preocupen de lo que van a decir o de cómo lo dirán; en su momento se les sugerirá lo que tienen que decir; no serán ustedes los que hablen, el Espíritu de su Padre hablará por ustedes"... ¿Qué mejor defensa, qué mayor fortaleza, qué más grande valentía, podremos tener que la del mismísimo Dios que estará a nuestro favor, que estará dentro de nosotros mismos? Nadie es más fuerte que Dios. Dejarse llenar de su presencia, hacer de Él nuestra fuerza, permitir que sea Él el que hable y nos defienda, es asegurar la más contundente victoria. No se auspicia una victoria a lo humano, en la que el poder físico se yergue sobre los débiles. Lo más probable es que la victoria del cristiano no sea en ese estilo. La victoria del cristiano debe ubicarse en otra óptica. Está en no dejar que esa violencia física nos haga dar el brazo a torcer, renunciando a los criterios y conductas del amor. Esa sería la mayor de las derrotas, aunque nos lleguemos a unir a quienes son fuertes en lo humano, y "venzamos"... Será nuestra mayor derrota...
El criterio, de nuevo, es distinto a lo lógico humanamente. Es la lógica del amor, que vence en la debilidad, que perdona incluso a quien ofende, que devuelve bien por mal, que procura el bien mayor incluso para el que lo rechaza con todas las fuerzas de su ser. Esa es la victoria del cristiano. Y es en eso en que debe estar firme para lograr obtener la más contundente victoria... "Los mando como ovejas entre lobos; por eso, sean sagaces como serpientes y sencillos como palomas... Todos los odiarán por mi nombre: el que persevere hasta el final, se salvará..." La sagacidad nos dice que venceremos. La mansedumbre nos dice que estaremos en el cielo junto al Padre, viviendo una eternidad de amor que ya hemos adelantado al ser firmes aquí y ahora en la vivencia del amor y de la fe...
Sin duda, en lo humano, no son buenos tiempos éstos para los cristianos. Quien quiera mantenerse firme en sus criterios y actitudes cristianos debe revestirse de fortaleza, debe ser muy sólido interiormente, debe tener una convicción y una persuasión a prueba de grandes experiencias negativas... Humanamente hay que estar dispuesto a ser héroes de la fe, pues la fuerza contraria es poderosa. Los Medios de Comunicación Social, la publicidad, incluso la política interesada, van creando una mentalidad de indiferencia, de hedonismo, de desboque, que hace caer en el relativismo, cuando no llama a hacer batalla frontal a quienes se les quieran oponer. Recuerdo la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, en la que algunos jóvenes esperaban en las bocas del Metro a los que asistían a los diversos actos para burlarse de ellos e incluso agredirlos físicamente. A más de uno lo golpearon. La respuesta de muchísimos de ellos era ponerse de rodillas y orar... Los que agredían se sentían "héroes de la libertad religiosa" contra indefensos jóvenes cristianos. Es la imagen de una sociedad que busca excluir lo religioso, porque les resulta incómodo echándole en cara su deterioro progresivo al alejarse de los principios, de los valores y de las virtudes...
Pues bien, lo que sucede no es nada extraño. Si algo tiene el mensaje de Jesús es su transparencia, su claridad, su sinceridad. Nunca dijo Jesús que la vida de los cristianos sería un lecho de rosas en la que no se presentarían dificultades: "A ustedes los entregarán a los tribunales, los azotarán en las sinagogas y los harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa; así darán testimonio ante ellos y ante los gentiles... Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán. Todos los odiarán por mi nombre". El conocido dicho popular "soldado avisado no muere en guerra", se aplica perfectamente en este caso. Un cristiano que pretenda pasar por el mundo "sin sufrir roncha", o es un iluso, o es un irresponsable, o no es verdadero cristiano. La prueba de la fe ha sido anunciada suficientemente. Y ha sido vivida por millones en la historia de la fe. No es posible vivir el cristianismo responsablemente en nuestro mundo sin encontrarse adversarios que llegarán a perseguir y herir, incluso a asesinar, o al menos a oponerse pasivamente mediante burlas, aislamientos, exclusiones...
No es posible, entonces, hacerse el desentendido ante esta situación. Por un lado, hay que pertrecharse de lo necesario para la solidez que hay que tener. En primer lugar, de la conciencia clara de que esto sucederá. No se puede pasar por inocente o sorprenderse porque suceda lo que está anunciado. Hay que asumirlo. Los cristianos seremos perseguidos, y esa persecución se podrá presentar de mil diversas maneras, hasta la violencia y la muerte. No es nada atractivo humanamente. Muchos pensarán que es mejor entonces no ser cristianos si se va a sufrir. Están equivocados. El ser cristiano no es lo que hace sufrir. Lo que hace sufrir es el ataque por ser cristianos. Nuestra fe nos da la compensación espiritual más elevada que se pueda imaginar. En medio del sufrimiento el ser fieles da solidez, gozo íntimo de seguir en las manos del Señor, felicidad de saber que se está en el camino correcto. Es lo que experimentaron todos los mártires de la historia. No porque la mayoría se nos oponga tienen la razón. La estadística no es norma de fe... En medio de la corrupción generalizada, el ser honestos no es una locura. Es la mayor sensatez... Así mismo sucede con la fe...
En segundo lugar, llenarse de la presencia del Espíritu que ha sido enviado para ser apoyo, firmeza, fortaleza, sabiduría, valentía: "Cuando los arresten, no se preocupen de lo que van a decir o de cómo lo dirán; en su momento se les sugerirá lo que tienen que decir; no serán ustedes los que hablen, el Espíritu de su Padre hablará por ustedes"... ¿Qué mejor defensa, qué mayor fortaleza, qué más grande valentía, podremos tener que la del mismísimo Dios que estará a nuestro favor, que estará dentro de nosotros mismos? Nadie es más fuerte que Dios. Dejarse llenar de su presencia, hacer de Él nuestra fuerza, permitir que sea Él el que hable y nos defienda, es asegurar la más contundente victoria. No se auspicia una victoria a lo humano, en la que el poder físico se yergue sobre los débiles. Lo más probable es que la victoria del cristiano no sea en ese estilo. La victoria del cristiano debe ubicarse en otra óptica. Está en no dejar que esa violencia física nos haga dar el brazo a torcer, renunciando a los criterios y conductas del amor. Esa sería la mayor de las derrotas, aunque nos lleguemos a unir a quienes son fuertes en lo humano, y "venzamos"... Será nuestra mayor derrota...
El criterio, de nuevo, es distinto a lo lógico humanamente. Es la lógica del amor, que vence en la debilidad, que perdona incluso a quien ofende, que devuelve bien por mal, que procura el bien mayor incluso para el que lo rechaza con todas las fuerzas de su ser. Esa es la victoria del cristiano. Y es en eso en que debe estar firme para lograr obtener la más contundente victoria... "Los mando como ovejas entre lobos; por eso, sean sagaces como serpientes y sencillos como palomas... Todos los odiarán por mi nombre: el que persevere hasta el final, se salvará..." La sagacidad nos dice que venceremos. La mansedumbre nos dice que estaremos en el cielo junto al Padre, viviendo una eternidad de amor que ya hemos adelantado al ser firmes aquí y ahora en la vivencia del amor y de la fe...
jueves, 10 de julio de 2014
Sin amor no habrá paz ni justicia
Tres jóvenes israelitas fueron secuestrados. Luego los encontraron muertos y quemados. Los autores fueron los radicales de Hamás. Esa fue la chispa que encendió un nuevo conflicto entre israelíes y palestinos, en el que se ha visto envuelta la población civil, inocente de los desmanes de los violentos. Hasta ahora van 76 muertos contabilizados oficialmente y miles de heridos producto del conflicto. No puedo valorar las responsabilidades por cuanto debo reconocer que no conozco en profundidad las razones últimas de los desacuerdos. Deben ser terribles y de mucho peso, pues llegar a estos extremos debe ser motivado por razones muy serias. No sé, realmente -y quizá sea una irresponsable manera de hacerme el desentendido, por lo cual debo confesar mi pecado de omisión- de qué parte está la razón y de qué parte está la culpa. Esto sería esencial para poder tomar parte en las opiniones. Supongo que hay razones históricas, políticas, de fuerza, que lo ayudarían a uno a tomar partido. Pero la verdad es que la ignorancia de estas razones no me quita la posibilidad de discernir lo que está pasando. Y hasta quizá sea una ventaja para no estar "contaminado". Se sabe bien que la historia la escriben los vencedores. Y, normalmente, los vencedores no son fieles a la verdadera historia. La traicionan a conveniencia para exaltar sus victorias como epopeyas portentosas...
El Obispo de Jerusalén afirmó contundentemente: "La venganza sólo perpetúa la violencia". Es una verdad como un castillo. Cuando los hombres queremos tomar la justicia por nuestras manos, la convertimos en venganza. Y esa es una espiral en la que no habrá nunca vencedores. Todos somos vencidos en la venganza. Quizá la victoria contundente con las armas, sometiendo al más débil, sea la meta que se persigue. Pero esa victoria así lograda jamás deja un sabor dulce en la boca. El odio se alimenta así y el alma se muere seca... No sé qué hubiera pasado si los tres jóvenes hubieran sido palestinos asesinados por israelíes. Casi puedo asegurar que la reacción hubiera sido la misma. Violencia, venganza, odio, guerra... Es la reacción humana básica, que se basa más en el instinto que en la razón. Nuestra naturaleza nos dicta que debemos defendernos ante quien nos quiere hacer daño. Es ley natural que cuando hay conflicto de bienes, los hombres debemos optar por la defensa del bien mayor. Y para cualquiera el primer bien, el mayor de todos, es el de la vida propia. Cuando vemos nuestra vida peligrar, tenemos pleno derecho a defenderla ante quien quiere dañarla. Es el fundamento de la "Legítima Defensa" aceptada en cualquier legislación existente...
La cuestión está en lo que mueven los radicales y violentos, que se alimentan de la sangre de los suyos y de los enemigos. El problema está en las motivaciones que están en la base de quienes entran en el conflicto. Normalmente a éstos los mueve el ansia de poder, el interés crematístico en la venta de armas, el establecimiento de una superioridad de raza o de color o de casta, el impulso expansionista o colonizador... Si éstas son las motivaciones, son absolutamente injustas... De nuevo, el hombre se deja conducir solamente por sus intereses personales y grupales. Y en base a ellos establece sus prioridades. Importa lo mío, no lo del otro. Lo del otro debe desaparecer para que lo mío perdure y quede por encima. Mi criterio humano egoísta y soberbio es el único criterio para poder discernir... Y es allí donde cometo el más grave error. De esa manera nunca habrá una verdadera justicia, una verdadera paz. Los hombres, cuando sólo nos dejamos conducir por nuestros criterios humanos, no hacemos más que destruir al mundo, a la sociedad, a nuestras propias vidas. Nos falta mucho por aprender. Y para poder aprender debemos abrirnos a otros criterios, a otras maneras de valorar las situaciones, a otra mentalidad. Y esa mentalidad debe ser mejor que la nuestra para que haga valer la pena dejar la nuestra... La clave de la conducta para poder enfrentar los conflictos y vencer siempre en ellos nos la da el mismo Dios: "No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín; que soy Dios, y no hombre; santo en medio de ti, y no enemigo a la puerta". Dios dice "soy Dios y no hombre". Si fuera hombre, lo lógico es la destrucción de Israel por la inmensa cantidad de infidelidades que comete contra Yahvé. Mejor que no exista. Así no habrá más infidelidades. Pero Él es Dios y no hombre. Su manera de actuar tiene otro criterio... "Cuando lo llamaba, él se alejaba, sacrificaba a los Baales, ofrecía incienso a los ídolos. Yo enseñé a andar a Efraín, lo alzaba en brazos; y él no comprendía que yo lo curaba. Con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía; era para ellos como el que levanta el yugo de la cerviz, me inclinaba y le daba de comer. Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas". ¡Qué hermoso tener a un Padre que, a pesar de que merecemos desaparecer, una y otra vez nos llama, nos acaricia, nos alimenta, nos perdona, nos da nuevas oportunidades! Él es poderoso infinitamente. No hay fuerza que se le pueda equiparar. Si alguien vencerá en cualquier conflicto ese es Dios. Pero no lo quiere hacer así. Su lógica no es la nuestra. Su lógica es la del amor, la del perdón, la de la insistencia en atraer suavemente, amorosamente...
Es la única manera de lograr una victoria que beneficie a todos. Así no habrá ni vencedores ni vencidos. Habrá justicia y paz, por cuanto en el corazón de todos lo que reinará será la paz, el amor, la fraternidad, la unidad... Dios sabrá qué hacer cuando nos pongamos en sus manos y nos dejemos vencer por sus criterios y hagamos vencer su lógica de amor y de perdón. No es venganza. Es justicia. Y así vendrá la paz para todos... "Si quieres la paz, trabaja por la justicia... Si quieres la paz, perdona..." han dicho los Papas en los últimos años... Si no queremos morir todos en el conflicto, dejemos que la lógica de Dios impere... En todo caso, como nos dice Jesús, el juicio pertenece a Dios, al final de los tiempos. "Al entrar en una casa saluden; si la casa se lo merece, la paz que le desean vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a ustedes. Si alguno no los recibe o no los escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudan el polvo de los pies. Les aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo". No queramos hacer nosotros por nuestras manos la justicia, pues, en general, nos equivocaremos, si no nos dejamos llevar por el amor. Dios es el Dios del Amor, de la Paz, de la Justicia. Los hombres, habiendo sido creados a su imagen y semejanza, nos hemos corrompido con el odio, con la violencia, con la injusticia. No somos los mejores jueces. Sólo Dios lo es. Dejemos que sea Él el que nos dé su criterio, vivamos su lógica, y sólo así conseguiremos un mundo en el que se busque de verdad la justicia y la paz, y se anule a quienes quieran hacernos caer en la espiral de violencia en la que perderemos todos...
El Obispo de Jerusalén afirmó contundentemente: "La venganza sólo perpetúa la violencia". Es una verdad como un castillo. Cuando los hombres queremos tomar la justicia por nuestras manos, la convertimos en venganza. Y esa es una espiral en la que no habrá nunca vencedores. Todos somos vencidos en la venganza. Quizá la victoria contundente con las armas, sometiendo al más débil, sea la meta que se persigue. Pero esa victoria así lograda jamás deja un sabor dulce en la boca. El odio se alimenta así y el alma se muere seca... No sé qué hubiera pasado si los tres jóvenes hubieran sido palestinos asesinados por israelíes. Casi puedo asegurar que la reacción hubiera sido la misma. Violencia, venganza, odio, guerra... Es la reacción humana básica, que se basa más en el instinto que en la razón. Nuestra naturaleza nos dicta que debemos defendernos ante quien nos quiere hacer daño. Es ley natural que cuando hay conflicto de bienes, los hombres debemos optar por la defensa del bien mayor. Y para cualquiera el primer bien, el mayor de todos, es el de la vida propia. Cuando vemos nuestra vida peligrar, tenemos pleno derecho a defenderla ante quien quiere dañarla. Es el fundamento de la "Legítima Defensa" aceptada en cualquier legislación existente...
La cuestión está en lo que mueven los radicales y violentos, que se alimentan de la sangre de los suyos y de los enemigos. El problema está en las motivaciones que están en la base de quienes entran en el conflicto. Normalmente a éstos los mueve el ansia de poder, el interés crematístico en la venta de armas, el establecimiento de una superioridad de raza o de color o de casta, el impulso expansionista o colonizador... Si éstas son las motivaciones, son absolutamente injustas... De nuevo, el hombre se deja conducir solamente por sus intereses personales y grupales. Y en base a ellos establece sus prioridades. Importa lo mío, no lo del otro. Lo del otro debe desaparecer para que lo mío perdure y quede por encima. Mi criterio humano egoísta y soberbio es el único criterio para poder discernir... Y es allí donde cometo el más grave error. De esa manera nunca habrá una verdadera justicia, una verdadera paz. Los hombres, cuando sólo nos dejamos conducir por nuestros criterios humanos, no hacemos más que destruir al mundo, a la sociedad, a nuestras propias vidas. Nos falta mucho por aprender. Y para poder aprender debemos abrirnos a otros criterios, a otras maneras de valorar las situaciones, a otra mentalidad. Y esa mentalidad debe ser mejor que la nuestra para que haga valer la pena dejar la nuestra... La clave de la conducta para poder enfrentar los conflictos y vencer siempre en ellos nos la da el mismo Dios: "No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín; que soy Dios, y no hombre; santo en medio de ti, y no enemigo a la puerta". Dios dice "soy Dios y no hombre". Si fuera hombre, lo lógico es la destrucción de Israel por la inmensa cantidad de infidelidades que comete contra Yahvé. Mejor que no exista. Así no habrá más infidelidades. Pero Él es Dios y no hombre. Su manera de actuar tiene otro criterio... "Cuando lo llamaba, él se alejaba, sacrificaba a los Baales, ofrecía incienso a los ídolos. Yo enseñé a andar a Efraín, lo alzaba en brazos; y él no comprendía que yo lo curaba. Con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía; era para ellos como el que levanta el yugo de la cerviz, me inclinaba y le daba de comer. Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas". ¡Qué hermoso tener a un Padre que, a pesar de que merecemos desaparecer, una y otra vez nos llama, nos acaricia, nos alimenta, nos perdona, nos da nuevas oportunidades! Él es poderoso infinitamente. No hay fuerza que se le pueda equiparar. Si alguien vencerá en cualquier conflicto ese es Dios. Pero no lo quiere hacer así. Su lógica no es la nuestra. Su lógica es la del amor, la del perdón, la de la insistencia en atraer suavemente, amorosamente...
Es la única manera de lograr una victoria que beneficie a todos. Así no habrá ni vencedores ni vencidos. Habrá justicia y paz, por cuanto en el corazón de todos lo que reinará será la paz, el amor, la fraternidad, la unidad... Dios sabrá qué hacer cuando nos pongamos en sus manos y nos dejemos vencer por sus criterios y hagamos vencer su lógica de amor y de perdón. No es venganza. Es justicia. Y así vendrá la paz para todos... "Si quieres la paz, trabaja por la justicia... Si quieres la paz, perdona..." han dicho los Papas en los últimos años... Si no queremos morir todos en el conflicto, dejemos que la lógica de Dios impere... En todo caso, como nos dice Jesús, el juicio pertenece a Dios, al final de los tiempos. "Al entrar en una casa saluden; si la casa se lo merece, la paz que le desean vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a ustedes. Si alguno no los recibe o no los escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudan el polvo de los pies. Les aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo". No queramos hacer nosotros por nuestras manos la justicia, pues, en general, nos equivocaremos, si no nos dejamos llevar por el amor. Dios es el Dios del Amor, de la Paz, de la Justicia. Los hombres, habiendo sido creados a su imagen y semejanza, nos hemos corrompido con el odio, con la violencia, con la injusticia. No somos los mejores jueces. Sólo Dios lo es. Dejemos que sea Él el que nos dé su criterio, vivamos su lógica, y sólo así conseguiremos un mundo en el que se busque de verdad la justicia y la paz, y se anule a quienes quieran hacernos caer en la espiral de violencia en la que perderemos todos...
miércoles, 9 de julio de 2014
Elegidos y enviados como ellos
Tendemos a pensar aceleradamente que el grupo de los Apóstoles era un grupo monolítico, de acuerdo en todo, sin complicaciones ni aristas, cortados todos por el mismo molde... Ciertamente en lo que se refiere a su integración al grupo original que convocó Jesús y en el posterior cumplimiento de la misión que les encomendó de llevar el Evangelio a todo el mundo, fueron, podríamos decir, uno solo. Pero en esa misma integración pasaron por un proceso de consolidación en medio de una inmensa diversidad. Cada uno de los nombres de los Apóstoles guarda detrás de sí una persona, con intereses particulares, con pensamientos propios, con discernimientos personales... Incluso con una idea propia de lo que era el Mesías, de lo que había sido anunciado, de lo que esperaba Israel sobre la llegada del Redentor... Los había quienes tenían la idea fija de que el Mesías era el gran liberador poderoso, político, material, que colocaría a Israel por encima de todos los grandes pueblos que lo rodeaban a punta de victorias estruendosas en guerras memorables. Sólo esperaban el momento propicio en que Jesús, su líder, los llamara a la toma de las armas y convocara al gran ejército invencible que humillaría a todos los enemigos...
En ese grupo encontramos a quien es capaz de retar al mismo Jesús desafiándolo a descubrir quién es cada uno, a quien es el más primario en las reacciones, a quien va siendo convencido de la dulzura con la que actúa Dios para establecer su Reino entre los hombres, a quien llega a pensar que ya es el momento de lanzar el grito de guerra, a quien llega a tener tanta confianza en Jesús que le pide caminar como Él sobre las aguas, a quien le reclama porque no hace nada ante el casi hundimiento de la barca en la que van, a quien se convierte en colaborador suyo al solicitar los panes y los peces necesarios para dar de comer a una multitud, a quien quiere destacar y ponerse por encima de los otros miembros del grupo, a quien desprecia a Jesús por su origen nazareno, a quien quiere aprender a orar como lo hacían los discípulos de Juan Bautista, a quien anima a todos a ser valientes e ir con Jesús a Jerusalén a morir con Él, a quien vende a Jesús por treinta monedas de plata, a quien niega a Jesús tres veces ante sus captores por cobardía... A quien se ahorca desconfiando totalmente de su misericordia y de su amor, a quien llora su traición y luego le confiesa por tres veces su amor... A quien se entusiasma con la realidad de la resurrección gloriosa y con ellos abre los ojos del espíritu y comprende claramente de cuál era la liberación de la que hablaba el Redentor y sucumbe gozoso ante la realidad de la Redención gloriosa que alcanzaba Jesús para todos los hombres...
Y encontramos a quienes reciben el Don maravilloso y pascual del Espíritu Santo que los invade plenamente y los hace ya lo que debían ser: el grupo de los que daban el testimonio más precioso de Jesús ante todos los hombres, con gallardía, con valentía, sin aspavientos, con la humildad de ser instrumentos de salvación para todos los hombres, haciéndoles alcanzar el amor y el perdón de Jesús en sus corazones... Con ello, establecían el Reino de Dios entre nosotros, con la maravillosa noticia de que siendo instrumentos dóciles de esa obra redentora nunca faltaría entre nosotros ese amor y esa misericordia, que siempre estarían entre nosotros mientras haya quienes se dejen conquistar y subyugar por ese amor redentor para todos los hombres. Toda la historia, gracias a la convicción de cada uno de los Apóstoles y la posterior conquista de nuevos e ilusionados corazones de hombres y mujeres que dieran testimonio de Jesús, se llegaría al último confín de la tierra. Los Apóstoles, habiendo empezado siendo un conglomerado, terminaron siendo una unidad que estaba completamente concorde en lo que debían hacer: llevar el amor de Jesús a todos los hombres. Y establecer quienes fueran sucesores continuados para que esa obra nunca dejara de llevarse adelante. Eso es cada hombre que es conquistado por el amor de Jesús. Eso somos tú y yo. A Jesús no le preocupa nuestra diversidad. Le interesa nuestra unidad en lo básico. Le interesa que tengamos la experiencia íntima y gozosa de su amor, que su amor sea nuestro más grande tesoro, que queramos compartir ese tesoro con todos los hermanos. Que entendamos que el amor no nos llama a la pasividad, sino que nos llama como a los Apóstoles a la más sublime de las actividades: a anunciar el Reino de Dios, a establecer su justicia entre los hombres, a crear en el mundo un Reino de Dios adelantado con la vivencia del amor, de la paz, de la justicia.... A los "Apóstoles" de hoy el Señor nos hace la invitación: "Siembren justicia y cosecharán misericordia. Roturen un campo, que es tiempo de consultar al Señor, hasta que venga y llueva sobre ustedes la justicia"...
A cada uno de nosotros nos convoca el Señor, como convocó con voz poderosa a cada uno de los Apóstoles, para que seamos activos en el anuncio de su amor. No nos deja por fuera. No somos simples espectadores en la actividad del Evangelio, que es salvación y perdón para todos: "Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia... Vayan y proclamen que el Reino de los cielos está cerca"... Esos somos también nosotros. A nosotros también nos envía Jesús al mundo, a cada hermano. Tenemos una misión delicada: la misma de Jesús, la misma de los Apóstoles. Es la de anunciar la mayor alegría que podemos vivir, la plenitud del gozo, la salvación eterna y la vivencia inmutable junto al Padre del Amor y de la Misericordia...
En ese grupo encontramos a quien es capaz de retar al mismo Jesús desafiándolo a descubrir quién es cada uno, a quien es el más primario en las reacciones, a quien va siendo convencido de la dulzura con la que actúa Dios para establecer su Reino entre los hombres, a quien llega a pensar que ya es el momento de lanzar el grito de guerra, a quien llega a tener tanta confianza en Jesús que le pide caminar como Él sobre las aguas, a quien le reclama porque no hace nada ante el casi hundimiento de la barca en la que van, a quien se convierte en colaborador suyo al solicitar los panes y los peces necesarios para dar de comer a una multitud, a quien quiere destacar y ponerse por encima de los otros miembros del grupo, a quien desprecia a Jesús por su origen nazareno, a quien quiere aprender a orar como lo hacían los discípulos de Juan Bautista, a quien anima a todos a ser valientes e ir con Jesús a Jerusalén a morir con Él, a quien vende a Jesús por treinta monedas de plata, a quien niega a Jesús tres veces ante sus captores por cobardía... A quien se ahorca desconfiando totalmente de su misericordia y de su amor, a quien llora su traición y luego le confiesa por tres veces su amor... A quien se entusiasma con la realidad de la resurrección gloriosa y con ellos abre los ojos del espíritu y comprende claramente de cuál era la liberación de la que hablaba el Redentor y sucumbe gozoso ante la realidad de la Redención gloriosa que alcanzaba Jesús para todos los hombres...
Y encontramos a quienes reciben el Don maravilloso y pascual del Espíritu Santo que los invade plenamente y los hace ya lo que debían ser: el grupo de los que daban el testimonio más precioso de Jesús ante todos los hombres, con gallardía, con valentía, sin aspavientos, con la humildad de ser instrumentos de salvación para todos los hombres, haciéndoles alcanzar el amor y el perdón de Jesús en sus corazones... Con ello, establecían el Reino de Dios entre nosotros, con la maravillosa noticia de que siendo instrumentos dóciles de esa obra redentora nunca faltaría entre nosotros ese amor y esa misericordia, que siempre estarían entre nosotros mientras haya quienes se dejen conquistar y subyugar por ese amor redentor para todos los hombres. Toda la historia, gracias a la convicción de cada uno de los Apóstoles y la posterior conquista de nuevos e ilusionados corazones de hombres y mujeres que dieran testimonio de Jesús, se llegaría al último confín de la tierra. Los Apóstoles, habiendo empezado siendo un conglomerado, terminaron siendo una unidad que estaba completamente concorde en lo que debían hacer: llevar el amor de Jesús a todos los hombres. Y establecer quienes fueran sucesores continuados para que esa obra nunca dejara de llevarse adelante. Eso es cada hombre que es conquistado por el amor de Jesús. Eso somos tú y yo. A Jesús no le preocupa nuestra diversidad. Le interesa nuestra unidad en lo básico. Le interesa que tengamos la experiencia íntima y gozosa de su amor, que su amor sea nuestro más grande tesoro, que queramos compartir ese tesoro con todos los hermanos. Que entendamos que el amor no nos llama a la pasividad, sino que nos llama como a los Apóstoles a la más sublime de las actividades: a anunciar el Reino de Dios, a establecer su justicia entre los hombres, a crear en el mundo un Reino de Dios adelantado con la vivencia del amor, de la paz, de la justicia.... A los "Apóstoles" de hoy el Señor nos hace la invitación: "Siembren justicia y cosecharán misericordia. Roturen un campo, que es tiempo de consultar al Señor, hasta que venga y llueva sobre ustedes la justicia"...
A cada uno de nosotros nos convoca el Señor, como convocó con voz poderosa a cada uno de los Apóstoles, para que seamos activos en el anuncio de su amor. No nos deja por fuera. No somos simples espectadores en la actividad del Evangelio, que es salvación y perdón para todos: "Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia... Vayan y proclamen que el Reino de los cielos está cerca"... Esos somos también nosotros. A nosotros también nos envía Jesús al mundo, a cada hermano. Tenemos una misión delicada: la misma de Jesús, la misma de los Apóstoles. Es la de anunciar la mayor alegría que podemos vivir, la plenitud del gozo, la salvación eterna y la vivencia inmutable junto al Padre del Amor y de la Misericordia...
martes, 8 de julio de 2014
Que no lleguemos a adorar a los cerdos
La obra de Jesucristo es impresionante. Durante su paso por la tierra realizó innumerables maravillas y portentos, como nos los refieren los Evangelios. Seguramente hizo muchas más de las que aparecen allí. El mismo San Juan al final de su Evangelio dice que no se puede escribir todo lo que hizo, pues no alcanzarían todos los libros sobre la tierra para poder abarcarlos. Su misión estaba muy clara: Salvar al hombre integral, en su cuerpo y en su alma. Por eso, sus milagros no se reducían sólo a curaciones físicas, sino a liberaciones espirituales, al perdón de muchos pecados, a victorias sobre el demonio... Jesús vino a salvar al hombre entero y a todos los hombres. Su salvación es para todos los hombres y para todo el hombre. No se puede hacer reduccionismo parcial o interesado de su obra salvífica... En su trajinar cotidiano eligió a hombres que lo acompañaran. No tiene sentido esta llamada si no era para prepararlos a fin de que continuaran la obra que Él iniciaba. Siendo Dios, al haber asumido la carne humana con toda su historia y todas sus consecuencias, tenía plena conciencia de que su paso por la tierra era limitado en el tiempo y en el espacio.
Su permanecer entre nosotros tenía un tiempo determinado. Por eso, tenía que prever la necesidad de establecer una continuidad. De no haber sido así, se hubiera verificado una tremenda injusticia: Los únicos beneficiarios de su palabra y de su obra portentosa iban a ser sus contemporáneos y sus paisanos. Nadie más. Para evitar esa injusticia funda la Iglesia, como instrumento de salvación que trascendiera el tiempo y el espacio, y pudiera hacer llegar su mensaje de salvación, su amor misericordioso y su obra milagrosa a todos los hombres de todos los tiempos y todos los espacios... Y esa Iglesia no iba a ser sólo una realidad espiritual que hiciera real su presencia continua, como Él mismo la prometió -"Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos"-, sino que iba a ser una realidad que, como Él, tendría una componente espiritual y una componente física, material. La "sociedad de salvación" que era la Iglesia tenía que tener una realidad visible clara, que iba a estar en esencia en aquellos que la componían, hombres como el mismo Verbo encarnado, que iban a hacerlo presente también "físicamente", que iban a ser sus instrumentos, sus voces, sus brazos, sus manos, sus amores... Los beneficiarios tenían que saber percibir en ellos la presencia real y salvífica del Redentor que había venido al mundo, y que aun cuando ya no estaba físicamente presente, sí seguía estando sacramentalmente en ellos, actuando y amando como cuando estaba entre nosotros...
Jesús quiso que ellos fueran, esencialmente, transmisores de su amor y de su salvación integral a los hombres. La constatación que hace Mateo en su Evangelio nos habla claramente de la intención divina de Jesús al establecer el pastoreo ministerial en la Iglesia: "Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, 'como ovejas que no tienen pastor'. Entonces dijo a sus discípulos: 'La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies'". La comunidad debe pedir al Señor que envíe a quienes se hagan cargo de llevar adelante la misma misión de Cristo: la del pastoreo amoroso, la de la salvación y el perdón misericordioso, la de la mano tendida en el amor y en la solidaridad con todo el hombre y con todos los hombres... No se trata, por lo tanto, de una labor exclusivamente espiritual. Si así fuera, Jesús no hubiera necesitado de manos que lo ayuden. Es una labor integral, que haga sentir incluso físicamente la mano salvadora de Jesús, su solicitud por todos los hombres y por todas sus necesidades. Los pastores no son sólo para llevar mensajes consoladores o para pronunciar palabras hermosas acerca de Jesús y su amor -lo cual es, también, esencial en su labor evangelizadora-, sino para que además todos sientan en sus vidas, en lo concreto y específico de su vivir cotidiano, esa mano de Jesús que los acaricia, que los auxilia en sus necesidades materiales, que no los deja solos...
Pero para lograr eso, para que Dios escuche la oración de la comunidad que implora pastores, la misma comunidad debe procurar que se den las condiciones para que haya quien responda. Dios elige de entre los hombres a los mismos que van a ser sus pastores. Y éstos deben tener un clima propicio para ello. Evidentemente, Dios no está atado a eso, pues es Dios y puede hacer surgir anunciadores de debajo de las piedras. Pero eso sería lo extraordinario. Quiere actuar en lo ordinario. Lo extraordinario es para los momentos extraordinarios. Lo normal es para la cotidianidad... Una sociedad que pide pastores, pero que se deja esclavizar por ídolos -"Con su plata y su oro se hicieron ídolos para su perdición. Hiede tu novillo, Samaria, ardo de ira contra él"-, que se deja apabullar por quienes quieren sacar a Dios de toda circunstancia vital, que exalta el hedonismo, que aplaude a los vivos y se burla de los honestos y de los que se exigen, que pone el acento en el tener por encima del ser, que adula a los que tienen el poder... es una sociedad que se la pone difícil a los que posiblemente en algún momento se sientan llamados. Familias en las que no se educa en valores, en las que lo que vale es la supervivencia sin trascendencia, en las que las figuras paternas han renunciado a su testimonio vital que apunte al cumplimiento de los compromisos, en las que Dios no ocupe un lugar prioritario, en las que el egoísmo es exaltado... hacen cada vez más difícil que haya quien se sienta animado a entregarse a los hermanos por amor...
La llamada a la oración por las vocaciones es fundamental. Tenemos que responder afirmativamente a ella. Pero es también necesario que empecemos a valorar lo que cada uno debe hacer para lograr que haya un ambiente propicio para el surgimiento de la respuesta positiva al llamado de Dios. Que tengamos jóvenes que se arriesguen, confiándose únicamente en las manos de Jesús para alcanzar su plenitud. Es la forma como aseguraremos que haya pastores que nos conduzcan al amor y a la salvación de Dios. No nos suceda como vaticinó San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars: "Dejen un pueblo diez años sin sacerdotes, y al final de ese tiempo estarán adorando a los cerdos..."
Su permanecer entre nosotros tenía un tiempo determinado. Por eso, tenía que prever la necesidad de establecer una continuidad. De no haber sido así, se hubiera verificado una tremenda injusticia: Los únicos beneficiarios de su palabra y de su obra portentosa iban a ser sus contemporáneos y sus paisanos. Nadie más. Para evitar esa injusticia funda la Iglesia, como instrumento de salvación que trascendiera el tiempo y el espacio, y pudiera hacer llegar su mensaje de salvación, su amor misericordioso y su obra milagrosa a todos los hombres de todos los tiempos y todos los espacios... Y esa Iglesia no iba a ser sólo una realidad espiritual que hiciera real su presencia continua, como Él mismo la prometió -"Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos"-, sino que iba a ser una realidad que, como Él, tendría una componente espiritual y una componente física, material. La "sociedad de salvación" que era la Iglesia tenía que tener una realidad visible clara, que iba a estar en esencia en aquellos que la componían, hombres como el mismo Verbo encarnado, que iban a hacerlo presente también "físicamente", que iban a ser sus instrumentos, sus voces, sus brazos, sus manos, sus amores... Los beneficiarios tenían que saber percibir en ellos la presencia real y salvífica del Redentor que había venido al mundo, y que aun cuando ya no estaba físicamente presente, sí seguía estando sacramentalmente en ellos, actuando y amando como cuando estaba entre nosotros...
Jesús quiso que ellos fueran, esencialmente, transmisores de su amor y de su salvación integral a los hombres. La constatación que hace Mateo en su Evangelio nos habla claramente de la intención divina de Jesús al establecer el pastoreo ministerial en la Iglesia: "Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, 'como ovejas que no tienen pastor'. Entonces dijo a sus discípulos: 'La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies'". La comunidad debe pedir al Señor que envíe a quienes se hagan cargo de llevar adelante la misma misión de Cristo: la del pastoreo amoroso, la de la salvación y el perdón misericordioso, la de la mano tendida en el amor y en la solidaridad con todo el hombre y con todos los hombres... No se trata, por lo tanto, de una labor exclusivamente espiritual. Si así fuera, Jesús no hubiera necesitado de manos que lo ayuden. Es una labor integral, que haga sentir incluso físicamente la mano salvadora de Jesús, su solicitud por todos los hombres y por todas sus necesidades. Los pastores no son sólo para llevar mensajes consoladores o para pronunciar palabras hermosas acerca de Jesús y su amor -lo cual es, también, esencial en su labor evangelizadora-, sino para que además todos sientan en sus vidas, en lo concreto y específico de su vivir cotidiano, esa mano de Jesús que los acaricia, que los auxilia en sus necesidades materiales, que no los deja solos...
Pero para lograr eso, para que Dios escuche la oración de la comunidad que implora pastores, la misma comunidad debe procurar que se den las condiciones para que haya quien responda. Dios elige de entre los hombres a los mismos que van a ser sus pastores. Y éstos deben tener un clima propicio para ello. Evidentemente, Dios no está atado a eso, pues es Dios y puede hacer surgir anunciadores de debajo de las piedras. Pero eso sería lo extraordinario. Quiere actuar en lo ordinario. Lo extraordinario es para los momentos extraordinarios. Lo normal es para la cotidianidad... Una sociedad que pide pastores, pero que se deja esclavizar por ídolos -"Con su plata y su oro se hicieron ídolos para su perdición. Hiede tu novillo, Samaria, ardo de ira contra él"-, que se deja apabullar por quienes quieren sacar a Dios de toda circunstancia vital, que exalta el hedonismo, que aplaude a los vivos y se burla de los honestos y de los que se exigen, que pone el acento en el tener por encima del ser, que adula a los que tienen el poder... es una sociedad que se la pone difícil a los que posiblemente en algún momento se sientan llamados. Familias en las que no se educa en valores, en las que lo que vale es la supervivencia sin trascendencia, en las que las figuras paternas han renunciado a su testimonio vital que apunte al cumplimiento de los compromisos, en las que Dios no ocupe un lugar prioritario, en las que el egoísmo es exaltado... hacen cada vez más difícil que haya quien se sienta animado a entregarse a los hermanos por amor...
La llamada a la oración por las vocaciones es fundamental. Tenemos que responder afirmativamente a ella. Pero es también necesario que empecemos a valorar lo que cada uno debe hacer para lograr que haya un ambiente propicio para el surgimiento de la respuesta positiva al llamado de Dios. Que tengamos jóvenes que se arriesguen, confiándose únicamente en las manos de Jesús para alcanzar su plenitud. Es la forma como aseguraremos que haya pastores que nos conduzcan al amor y a la salvación de Dios. No nos suceda como vaticinó San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars: "Dejen un pueblo diez años sin sacerdotes, y al final de ese tiempo estarán adorando a los cerdos..."
lunes, 7 de julio de 2014
Dios quiso y eligió necesitarnos
Es impresionante pensarlo... Dios es suficiente en sí mismo. No necesita de nada ni de nadie para ser Él, para ser infinito, para ser todopoderoso, para ser omnisciente... Todo esto reside en Él naturalmente, por lo que aún viviendo en soledad absoluta, es completamente Él, sin ninguna necesidad de más... Y vive plenamente satisfecho, pues su ser trinitario llega a llenar la condición de relación personal que necesita cualquier ser pensante, cualquier persona. Él es tres personas que se relacionan, que intercambian, que dialogan, y entre ellos se establece la corriente de amor que necesita todo ser para sentirse vivo... Es plenamente libre, sin que haya absolutamente nada que lo pueda limitar en esa condición. De llegar siquiera a pensarse en esa posibilidad, Él mismo se encargaría de quitar de en medio lo que pueda llegar a intentarlo... Más aún, ya que todo tiene en Él su origen, tendríamos que admitir el absurdo de que Él mismo habría creado aquello que podría llegar a limitarlo en su propia libertad... Y eso es imposible. Nadie sería capaz de interponer en su propio camino aquello que lo perjudicara o que le hiciera perder su propia esencia... Es, realmente, absurdo...
¿Es, realmente, absurdo? ¿De verdad creemos eso? En Dios, esta afirmación es absoluta. Dios nunca crearía nada que fuera en contra de su ser, que lo disminuya, que lo reduzca en su esencia amorosa, libre, eterna e infinita... Cuando Dios ha creado todo lo que existe no ha hecho más que colocar su impronta en todo lo que ha creado. Nada de lo que existe ha servido para disminuirlo. Al contrario, todo es reflejo de su esencia de eternidad, de infinitud, de poder... De amor... La creación es un canto sonoro que dice a quien la contempla lo que es Dios, lo que es su poder, lo que es su amor. Más aún cuando contemplamos al hombre, creado a su imagen y semejanza, con las mismas prerrogativas suyas de libertad y de amor. El hombre, la huella más entrañable que Dios ha dejado fuera de sí en lo creado, es la suma del ser que atrae sobre sí los amores divinos... El Dios que no necesitaba de nada ni de nadie para ser Él mismo, ha optado por crear un ser que lo revelara perfectamente... En Jesús tenemos al mejor "revelador" de Dios para los hombres. Pero también tenemos al mejor "revelador" del hombre para los mismos hombres. Lo que es Jesús, el Verbo encarnado como hombre, es lo que debe ser cada hombre. Como Jesús, todos los hombres deben reconocer a Dios como Padre, deben hacer todo en función de reconocer su gloria infinita, deben santificar su nombre en todo lo que emprenden, deben dirigir al mundo hacia el punto de la perfección que es el encuentro con su Creador...
Lamentablemente, este designio divino siendo perfecto, ha sido tergiversado. La misma condición de libertad y de impronta divina que Dios ha regalado al hombre, es el arma de doble filo que ha usado el hombre para ponerse en contra de ese plan divino perfecto. No es absurdo, por lo tanto, pensar que haya quien se oponga a su propia perfección, pues el hombre ha demostrado que es capaz de hacerlo. Desde el mismo principio su condición de ser libre le sirvió para querer rebelarse, para querer hacerse como Dios, con lo cual destruyó su propia esencia. La perfección del hombre se da sólo en el sometimiento amoroso al Dios que es causa de su existencia, que es la razón última de su ser, que es la realidad final a la que debe tender para llegar a la plenitud añorada. Cualquier otro camino es autodestructivo, es negador de la propia esencia, es desviador en la ruta hacia la plenitud. Pero, recordemos siempre que Dios nunca podrá negar su esencia, ni dejará de querer cumplir su voluntad, de hacer que se cumpla su designio, el plan que ha establecido. Por eso, ante la "rebeldía" de su inferior, procura siempre que se retome la ruta correcta. Pero ante su realidad amorosa, que es el poder más grande que tiene, lo hará siempre con la delicadeza que es propia en quien ama de verdad...
Es entrañable la expresión que usa Dios para manifestar su voluntad de rescate de quien se ha alejado de Él: "Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón. Y me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto. Aquel día -oráculo del Señor-, me llamará Esposo mío, no me llamará Ídolo mío. Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor". Dios no es, de ninguna manera, el "castigador" que quiere someter a la fuerza a su amado. Lo quiere cortejar, como el novio que está perdido de amor. Dios vive el amor perfecto, el de benevolencia y oblación, que busca sólo el bien del amado, sin siquiera pensar en sí mismo. Lo importante es que el amado sepa y se sienta amado hasta el infinito. Es lo que Dios quiere. Que cada hombre sienta que su Padre, su Creador, lo ama infinitamente. Que se sienta cortejado, que se sienta entrañablemente colocado en el corazón de quien lo ama por encima de lo que puede imaginarse, aun más de lo que él mismo se podría llegar a amar... Es un Dios que deja que su esencia de amor se desborde totalmente, sin límites, sobre el hombre al que ama y al que le propone matrimonio eterno... Ese es nuestro Dios, el que nos ama por encima de todo, más de lo que nosotros mismos podemos llegar a amarnos. El Dios que, dejándonos amar por Él, llena todas nuestras necesidades, nos compensa totalmente, hace que todo lo demás sea añadidura...
Y que hace realidad concreta su amor en las obras que Jesús realiza a nuestro favor: Cura a la mujer con flujos y resucita a la hija del funcionario, como signos de que jamás dejará de hacer lo que es mejor para nosotros. Las obras de Jesús son las obras que dejan entrever el amor infinito del Dios que se ha casado con nosotros, que nos es fiel, que no nos dejará sin hacernos sentir su amor. Es el Dios que asume nuestra condición, sin ser absolutamente necesario, sólo para dejarnos claro que nos ama infinitamente. Sin necesitar de nadie para ser más poderoso, para ser más infinito, quiso necesitarnos para hacernos sentir su amor. Dios quiso necesitarnos... Es la realidad. Quiso necesitarnos para amarnos, y para que nosotros le respondamos con el mismo amor, entregándonos a Él y a los demás, como Él nos ha enseñado que hace el amor...
¿Es, realmente, absurdo? ¿De verdad creemos eso? En Dios, esta afirmación es absoluta. Dios nunca crearía nada que fuera en contra de su ser, que lo disminuya, que lo reduzca en su esencia amorosa, libre, eterna e infinita... Cuando Dios ha creado todo lo que existe no ha hecho más que colocar su impronta en todo lo que ha creado. Nada de lo que existe ha servido para disminuirlo. Al contrario, todo es reflejo de su esencia de eternidad, de infinitud, de poder... De amor... La creación es un canto sonoro que dice a quien la contempla lo que es Dios, lo que es su poder, lo que es su amor. Más aún cuando contemplamos al hombre, creado a su imagen y semejanza, con las mismas prerrogativas suyas de libertad y de amor. El hombre, la huella más entrañable que Dios ha dejado fuera de sí en lo creado, es la suma del ser que atrae sobre sí los amores divinos... El Dios que no necesitaba de nada ni de nadie para ser Él mismo, ha optado por crear un ser que lo revelara perfectamente... En Jesús tenemos al mejor "revelador" de Dios para los hombres. Pero también tenemos al mejor "revelador" del hombre para los mismos hombres. Lo que es Jesús, el Verbo encarnado como hombre, es lo que debe ser cada hombre. Como Jesús, todos los hombres deben reconocer a Dios como Padre, deben hacer todo en función de reconocer su gloria infinita, deben santificar su nombre en todo lo que emprenden, deben dirigir al mundo hacia el punto de la perfección que es el encuentro con su Creador...
Lamentablemente, este designio divino siendo perfecto, ha sido tergiversado. La misma condición de libertad y de impronta divina que Dios ha regalado al hombre, es el arma de doble filo que ha usado el hombre para ponerse en contra de ese plan divino perfecto. No es absurdo, por lo tanto, pensar que haya quien se oponga a su propia perfección, pues el hombre ha demostrado que es capaz de hacerlo. Desde el mismo principio su condición de ser libre le sirvió para querer rebelarse, para querer hacerse como Dios, con lo cual destruyó su propia esencia. La perfección del hombre se da sólo en el sometimiento amoroso al Dios que es causa de su existencia, que es la razón última de su ser, que es la realidad final a la que debe tender para llegar a la plenitud añorada. Cualquier otro camino es autodestructivo, es negador de la propia esencia, es desviador en la ruta hacia la plenitud. Pero, recordemos siempre que Dios nunca podrá negar su esencia, ni dejará de querer cumplir su voluntad, de hacer que se cumpla su designio, el plan que ha establecido. Por eso, ante la "rebeldía" de su inferior, procura siempre que se retome la ruta correcta. Pero ante su realidad amorosa, que es el poder más grande que tiene, lo hará siempre con la delicadeza que es propia en quien ama de verdad...
Es entrañable la expresión que usa Dios para manifestar su voluntad de rescate de quien se ha alejado de Él: "Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón. Y me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto. Aquel día -oráculo del Señor-, me llamará Esposo mío, no me llamará Ídolo mío. Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor". Dios no es, de ninguna manera, el "castigador" que quiere someter a la fuerza a su amado. Lo quiere cortejar, como el novio que está perdido de amor. Dios vive el amor perfecto, el de benevolencia y oblación, que busca sólo el bien del amado, sin siquiera pensar en sí mismo. Lo importante es que el amado sepa y se sienta amado hasta el infinito. Es lo que Dios quiere. Que cada hombre sienta que su Padre, su Creador, lo ama infinitamente. Que se sienta cortejado, que se sienta entrañablemente colocado en el corazón de quien lo ama por encima de lo que puede imaginarse, aun más de lo que él mismo se podría llegar a amar... Es un Dios que deja que su esencia de amor se desborde totalmente, sin límites, sobre el hombre al que ama y al que le propone matrimonio eterno... Ese es nuestro Dios, el que nos ama por encima de todo, más de lo que nosotros mismos podemos llegar a amarnos. El Dios que, dejándonos amar por Él, llena todas nuestras necesidades, nos compensa totalmente, hace que todo lo demás sea añadidura...
Y que hace realidad concreta su amor en las obras que Jesús realiza a nuestro favor: Cura a la mujer con flujos y resucita a la hija del funcionario, como signos de que jamás dejará de hacer lo que es mejor para nosotros. Las obras de Jesús son las obras que dejan entrever el amor infinito del Dios que se ha casado con nosotros, que nos es fiel, que no nos dejará sin hacernos sentir su amor. Es el Dios que asume nuestra condición, sin ser absolutamente necesario, sólo para dejarnos claro que nos ama infinitamente. Sin necesitar de nadie para ser más poderoso, para ser más infinito, quiso necesitarnos para hacernos sentir su amor. Dios quiso necesitarnos... Es la realidad. Quiso necesitarnos para amarnos, y para que nosotros le respondamos con el mismo amor, entregándonos a Él y a los demás, como Él nos ha enseñado que hace el amor...
domingo, 6 de julio de 2014
Hazte débil y serás invencible en el amor
Cuando uno repasa detenidamente la Pasión de Cristo, no puede más que sorprenderse por la elección tan maravillosa que Él mismo hizo. El Dios del que afirmamos que tiene todo el poder, toda la sabiduría, toda la ciencia, demuestra en ella la máxima debilidad. Incluso la humildad con la que inicia esa semana fatídica para Él, pero la más grandiosa para la humanidad, es cumplimiento perfecto de lo que había sido profetizado: "Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica". La entrada triunfal a Jerusalén en el Domingo de Palmas es una copia exacta de lo que había sido vaticinado. El Rey Jesús, entra humilde y modesto montado sobre un borrico, aunque es aclamado por todos con inmensa alegría. La humildad contrasta con lo que se vive. El Rey es aclamado, pero Él va demostrando la máxima sencillez. Todo el desarrollo posterior va consolidando esta actitud, que no es más que la asunción plena del servicio que venía a prestar desde el amor, desde la humildad, desde la entrega definitiva. Hubiera podido hacerlo demostrando todo el poder que era natural en Él, pero no lo decide así. Hubiera podido usar de ese poder para defenderse ante las innumerables injusticias que se cometían contra Él, pero no lo hace. Hubiera podido destruir terriblemente a quienes lo trataban mal, pues es Dios y tiene todo el poder, pero decide no hacerlo. Hubiera podido incluso aunque sea reclamar la injusto, pero calla asumiendo todo: escupitazos, humillaciones, burlas, desprecios, golpes... Hubiera podido liberarse del altar fatídico de la Cruz y con un decreto alcanzar lo que quería lograr con su muerte en ella, pero decide quedar allí clavado hasta dar su último aliento y permanecer inerme al vista de todos sus captores...
La pregunta obligada es: Si podía haber hecho las cosas de otra manera, menos cruenta para Él, menos dolorosa, menos humillante, ¿por qué no lo hizo? Él tenía todas las posibilidades de haber demostrado todo su poder de mil maneras diversas. ¿Por qué, por el contrario, demostró la mayor debilidad? La respuesta es sorprendente, por lo sencillo, en lo que se refiere a la lógica divina: Porque de ninguna manera quiso demostrar el poder que poseía y que era natural en Él, porque nos quiso demostrar que su poder no se basaba en lo físico, en lo político, en lo militar..., sino que se basaba en la fortaleza mayor que tiene Dios, que es en su amor. Esa demostración de debilidad a los ojos de los hombres, fue, en realidad, la mayor demostración de poder, que es la del amor. Siendo débil, hizo alarde de la mayor potencia, la del amor, la fuerza más poderosa de cambio y de renovación que existe sobre la tierra. Si hubiera hecho alarde del poder que sí poseía, no hubiera habido posibilidad de demostrar que el amor es mayor que cualquier fuerza, por muy poderosa que fuera... La debilidad física es la puerta de entrada para la mayor de las fuerzas, la del amor que vence hasta al poder mayor, que es el del demonio...
Los hombres hubiéramos pensado distinto. Hubiéramos hecho alarde de nuestras armas, de nuestro poderío. Hubiéramos "mostrado los dientes" para hacer temblar al enemigo. Hubiéramos pretendido liberarnos de las cadenas, de las humillaciones, de los golpes, con la utilización de la fuerza bruta, y a veces, no tan bruta... La bandera del poder, la defensa de los derechos humanos, la huida ante el sufrimiento, la búsqueda de sólo los placeres a los que tenemos derecho..., todo eso, y más, nos hubieran justificado para salir del atolladero del sufrimiento que se nos hubiera pretendido ejercer... Eso sí, haciendo sufrir a quien quería hacernos sufrir a nosotros... Por eso San Pablo nos invita a cambiar de lógica: "Así, pues, hermanos, estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente. Pues si viven según la carne, van a la muerte; pero si con el Espíritu dan muerte a las obras del cuerpo, vivirán". Es la lógica divina la que debemos asumir. Lo humano, lo carnal, nos invita al uso de nuestra fuerza para defendernos. Es lo lógico. Lo divino nos invita a hacernos fuertes en el amor que es nuestro mejor castillo de defensa. Es la antilógica de Dios... Nos dice San Pablo: "Muy a gusto presumo de mis debilidades, pues entonces residirá en mí la fuerza de Cristo", que es el amor, la entrega, el servicio... "Cuando soy débil, soy fuerte"... Es la paradoja que ha demostrado Jesús. La debilidad humana mayor que demostró muerto en la Cruz, fue por el contrario, su demostración más contundente de poder...
Y desde Jesús, toda obra de nuestra fe debe estar revestida de la debilidad humana para dar entrada a la fortaleza inmensa del amor. Quien quiere lograr la victoria de Jesús, debe, necesariamente, mostrarse débil en lo humano, pues lo que debe vencer de Cristo es su amor, que se muestra en la debilidad. La historia nos ha demostrado ya suficientemente que no es el poder humano el mejor elemento para la extensión del Reino de Dios en el mundo. La Iglesia ha logrado mucho más siendo débil humanamente que casada con el poder. Una Iglesia perseguida, humillada, débil, es una Iglesia fuerte. "La sangre de los mártires es semilla de cristianos", ha dicho con extrema sabiduría cristiana Tertuliano. Las épocas de persecución y de debilidad de la Iglesia han sido las épocas de la verdadera primavera de la fe. Por el contrario, cuando la Iglesia ha pretendido el poder humano, es cuando ha sido más infiel al mensaje de debilidad que nos deja Cristo en la Pasión: "Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán su descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Es necesario que retomemos nuestra debilidad no como un estigma, sino como nuestro escudo y fortaleza, pues es señal de que confiamos de verdad en la fuerza del amor que vence todos los males, principalmente el del pecado, el del demonio, que quiere destruirnos y vencernos... El Papa Francisco nos ha invitado insistentemente a esto en su magisterio. No nos empeñemos en ser poderosos. Empeñémonos en servir desde la humildad. Es la debilidad la que descubre la fortaleza del amor, nuestra verdadera potencia. Y así somos invencibles. Nada ni nadie puede contra el amor. Y nadie podrá contra nosotros si nos pertrechamos del amor de Dios para servir a los hermanos....
La pregunta obligada es: Si podía haber hecho las cosas de otra manera, menos cruenta para Él, menos dolorosa, menos humillante, ¿por qué no lo hizo? Él tenía todas las posibilidades de haber demostrado todo su poder de mil maneras diversas. ¿Por qué, por el contrario, demostró la mayor debilidad? La respuesta es sorprendente, por lo sencillo, en lo que se refiere a la lógica divina: Porque de ninguna manera quiso demostrar el poder que poseía y que era natural en Él, porque nos quiso demostrar que su poder no se basaba en lo físico, en lo político, en lo militar..., sino que se basaba en la fortaleza mayor que tiene Dios, que es en su amor. Esa demostración de debilidad a los ojos de los hombres, fue, en realidad, la mayor demostración de poder, que es la del amor. Siendo débil, hizo alarde de la mayor potencia, la del amor, la fuerza más poderosa de cambio y de renovación que existe sobre la tierra. Si hubiera hecho alarde del poder que sí poseía, no hubiera habido posibilidad de demostrar que el amor es mayor que cualquier fuerza, por muy poderosa que fuera... La debilidad física es la puerta de entrada para la mayor de las fuerzas, la del amor que vence hasta al poder mayor, que es el del demonio...
Los hombres hubiéramos pensado distinto. Hubiéramos hecho alarde de nuestras armas, de nuestro poderío. Hubiéramos "mostrado los dientes" para hacer temblar al enemigo. Hubiéramos pretendido liberarnos de las cadenas, de las humillaciones, de los golpes, con la utilización de la fuerza bruta, y a veces, no tan bruta... La bandera del poder, la defensa de los derechos humanos, la huida ante el sufrimiento, la búsqueda de sólo los placeres a los que tenemos derecho..., todo eso, y más, nos hubieran justificado para salir del atolladero del sufrimiento que se nos hubiera pretendido ejercer... Eso sí, haciendo sufrir a quien quería hacernos sufrir a nosotros... Por eso San Pablo nos invita a cambiar de lógica: "Así, pues, hermanos, estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente. Pues si viven según la carne, van a la muerte; pero si con el Espíritu dan muerte a las obras del cuerpo, vivirán". Es la lógica divina la que debemos asumir. Lo humano, lo carnal, nos invita al uso de nuestra fuerza para defendernos. Es lo lógico. Lo divino nos invita a hacernos fuertes en el amor que es nuestro mejor castillo de defensa. Es la antilógica de Dios... Nos dice San Pablo: "Muy a gusto presumo de mis debilidades, pues entonces residirá en mí la fuerza de Cristo", que es el amor, la entrega, el servicio... "Cuando soy débil, soy fuerte"... Es la paradoja que ha demostrado Jesús. La debilidad humana mayor que demostró muerto en la Cruz, fue por el contrario, su demostración más contundente de poder...
Y desde Jesús, toda obra de nuestra fe debe estar revestida de la debilidad humana para dar entrada a la fortaleza inmensa del amor. Quien quiere lograr la victoria de Jesús, debe, necesariamente, mostrarse débil en lo humano, pues lo que debe vencer de Cristo es su amor, que se muestra en la debilidad. La historia nos ha demostrado ya suficientemente que no es el poder humano el mejor elemento para la extensión del Reino de Dios en el mundo. La Iglesia ha logrado mucho más siendo débil humanamente que casada con el poder. Una Iglesia perseguida, humillada, débil, es una Iglesia fuerte. "La sangre de los mártires es semilla de cristianos", ha dicho con extrema sabiduría cristiana Tertuliano. Las épocas de persecución y de debilidad de la Iglesia han sido las épocas de la verdadera primavera de la fe. Por el contrario, cuando la Iglesia ha pretendido el poder humano, es cuando ha sido más infiel al mensaje de debilidad que nos deja Cristo en la Pasión: "Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán su descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Es necesario que retomemos nuestra debilidad no como un estigma, sino como nuestro escudo y fortaleza, pues es señal de que confiamos de verdad en la fuerza del amor que vence todos los males, principalmente el del pecado, el del demonio, que quiere destruirnos y vencernos... El Papa Francisco nos ha invitado insistentemente a esto en su magisterio. No nos empeñemos en ser poderosos. Empeñémonos en servir desde la humildad. Es la debilidad la que descubre la fortaleza del amor, nuestra verdadera potencia. Y así somos invencibles. Nada ni nadie puede contra el amor. Y nadie podrá contra nosotros si nos pertrechamos del amor de Dios para servir a los hermanos....
sábado, 5 de julio de 2014
Vivir el futuro en el presente
La esperanza es una cuestión que nos llama a la actividad. De ninguna manera es algo que llama a la pasividad. Hay quienes viven la esperanza como una especie de espera de un "destino mejor" en medio de una "realidad fatal" ante la cual simplemente hay que vivir resignados o conformándose con lo que se vive mientras tanto. El ser activos en la esperanza implica querer adelantar ese final feliz, viviéndolo de alguna manera hoy en la actitud de gozo que ella producirá en su momento cuando sea plenamente cumplida. Tener en la mente el futuro de plenitud y de felicidad prometidos debe producir, por tanto, ya una actitud de optimismo ante una realidad que es segura, por cuanto es una promesa de Dios. Dios no engaña a sus hijos, pues los ama infinitamente y les ha demostrado ese amor una y otra vez en innumerables oportunidades. La esperanza se basa en que al ser promesa de quien nos ama tanto, es una realidad segura, pues la cumplirá como ha cumplido ya tantas otras...
En efecto, quien vive en la esperanza en cierto modo está ya viviendo lo prometido en su corazón, con una expectativa creciente. Como los fieles del pueblo de Israel, que vivían activamente la espera del Mesías prometido, de aquella Luz de las Naciones que había sido anunciada en la plenitud de los tiempos, y por eso vivían en una felicidad que es difícil de describir, en medio de todas las vicisitudes que les tocaba vivir... Su realidad estaba iluminada por la promesa, en la que todo lo malo sería superado, en la que la liberación sería una realidad plena, en la que la paz y la armonía universales sería un estilo de vida natural... Sólo había que ir creando las condiciones para que ese momento se viviera ya en la actitud personal y se fuera adelantando, preparando los corazones para que se llevara a cabo con seguridad...
La Palabra de Dios es veraz. No engaña e invita a prepararse. Dios quiere que cada hombre y cada mujer de la historia vivan con una esperanza que los motive. Quiere darles un sentido a la vida de cada uno. No quiere que su vida sea simplemente un transcurrir de segundos, de minutos, de horas, que pasan sin tener transcendencia. El camino de los hombres debe tener una ilusión que mueva los corazones y las mentes, que les dé algo que lo haga valer la pena. El final debe ser un punto luminoso que haga valer la pena esforzarse, mantener la ilusión, avanzar con un ánimo firme. De lo contrario, la vida de los hombres sería simplemente un vacío total, en el que se darían pasos sin dirección, en el que se miraría sin saber hacia dónde está el futuro, en el que las fuerzas se gastan en nada... Lo interesante de la vida es que se tenga una meta superior, un ideal hacia el cual apuntar, en que se espere vivir una situación que supere ostensiblemente la que se vive actualmente... Y Dios, experto Maestro de la historia, nos enseña así a caminar. Sus promesas están siempre presentes. No como la zanahoria que se coloca en las narices de las mulas, sino como la realidad que será plena, verdadera, que es la meta a la que se espera llegar con toda vehemencia...
La voz de Dios retumba en los oídos de los israelitas, deportados fuera de Jerusalén: "Aquel día, levantaré la tienda caída de David, taparé sus brechas, levantaré sus ruinas como en otros tiempos. Para que posean las primicias de Edom, y de todas las naciones, donde se invocó mi nombre. -Oráculo del Señor-". La promesa de Dios es la de la restauración total. No quedará Israel caída por tierra, sino que se levantará victoriosa y recuperará todo su esplendor. Es la promesa de Dios para cada hombre y cada mujer que ha caído. La reconstrucción interior es una realidad que se cumplirá plenamente en el futuro. No es engaño, sino verdad que se cumplirá plenamente. Dios mismo se encargará. Pero el hombre debe hacer su parte. Debe vivir ya la promesa como si fuera cumplida. No debe verla con aprehensión o desconfianza. Por eso, sigue el Señor diciendo: "Miren que llegan días -oráculo del Señor- en que el que ara sigue de cerca al segador; el que pisa las uvas, al sembrador; los montes manarán vino, y fluirán los collados", es decir, los que escuchan las promesas, ya las dan por cumplidas. La siembra se hará inmediatamente después de la siega, el vino se producirá inmediatamente después de la siembra de la uva... No hay que esperar nada. Ya la promesa es vivida como cumplimiento. Eso es lo que espera Dios que vivamos los que de verdad tenemos la esperanza activa a la que Él nos llama...
En efecto, quien vive en la esperanza en cierto modo está ya viviendo lo prometido en su corazón, con una expectativa creciente. Como los fieles del pueblo de Israel, que vivían activamente la espera del Mesías prometido, de aquella Luz de las Naciones que había sido anunciada en la plenitud de los tiempos, y por eso vivían en una felicidad que es difícil de describir, en medio de todas las vicisitudes que les tocaba vivir... Su realidad estaba iluminada por la promesa, en la que todo lo malo sería superado, en la que la liberación sería una realidad plena, en la que la paz y la armonía universales sería un estilo de vida natural... Sólo había que ir creando las condiciones para que ese momento se viviera ya en la actitud personal y se fuera adelantando, preparando los corazones para que se llevara a cabo con seguridad...
La Palabra de Dios es veraz. No engaña e invita a prepararse. Dios quiere que cada hombre y cada mujer de la historia vivan con una esperanza que los motive. Quiere darles un sentido a la vida de cada uno. No quiere que su vida sea simplemente un transcurrir de segundos, de minutos, de horas, que pasan sin tener transcendencia. El camino de los hombres debe tener una ilusión que mueva los corazones y las mentes, que les dé algo que lo haga valer la pena. El final debe ser un punto luminoso que haga valer la pena esforzarse, mantener la ilusión, avanzar con un ánimo firme. De lo contrario, la vida de los hombres sería simplemente un vacío total, en el que se darían pasos sin dirección, en el que se miraría sin saber hacia dónde está el futuro, en el que las fuerzas se gastan en nada... Lo interesante de la vida es que se tenga una meta superior, un ideal hacia el cual apuntar, en que se espere vivir una situación que supere ostensiblemente la que se vive actualmente... Y Dios, experto Maestro de la historia, nos enseña así a caminar. Sus promesas están siempre presentes. No como la zanahoria que se coloca en las narices de las mulas, sino como la realidad que será plena, verdadera, que es la meta a la que se espera llegar con toda vehemencia...
La voz de Dios retumba en los oídos de los israelitas, deportados fuera de Jerusalén: "Aquel día, levantaré la tienda caída de David, taparé sus brechas, levantaré sus ruinas como en otros tiempos. Para que posean las primicias de Edom, y de todas las naciones, donde se invocó mi nombre. -Oráculo del Señor-". La promesa de Dios es la de la restauración total. No quedará Israel caída por tierra, sino que se levantará victoriosa y recuperará todo su esplendor. Es la promesa de Dios para cada hombre y cada mujer que ha caído. La reconstrucción interior es una realidad que se cumplirá plenamente en el futuro. No es engaño, sino verdad que se cumplirá plenamente. Dios mismo se encargará. Pero el hombre debe hacer su parte. Debe vivir ya la promesa como si fuera cumplida. No debe verla con aprehensión o desconfianza. Por eso, sigue el Señor diciendo: "Miren que llegan días -oráculo del Señor- en que el que ara sigue de cerca al segador; el que pisa las uvas, al sembrador; los montes manarán vino, y fluirán los collados", es decir, los que escuchan las promesas, ya las dan por cumplidas. La siembra se hará inmediatamente después de la siega, el vino se producirá inmediatamente después de la siembra de la uva... No hay que esperar nada. Ya la promesa es vivida como cumplimiento. Eso es lo que espera Dios que vivamos los que de verdad tenemos la esperanza activa a la que Él nos llama...
Adelantar el cumplimiento de la promesa depende de nuestra actitud. Por no vivirlo así, quizá estemos en la vivencia de la tristeza, de la desesperación... Hoy escuchamos la promesa de Dios, pero no hacemos nada por que se cumpla de verdad, ya... Dejamos que Dios lo haga todo y no hacemos nada nosotros por hacer que se cumpla. Y esa no es la actitud que Dios espera de nosotros. Pudiéramos decir que Dios también tiene una esperanza fundada en los hombres. Quiere que seamos activos en el adelantar el cumplimiento de las promesas, que demos signos de que creemos de verdad en su Palabra y en ese futuro que nos promete. Es, en cierto modo, lo que les echaba en cara Jesús a los que lo escuchaban: "¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán". Hacer fiesta y estar alegres es signo de que creemos en la promesa, en su cumplimiento, en la felicidad plena que augura. Estar tristes y hacer luto es signo de que la esperanza está muerta, de que la promesa no es confiable, de que no hacemos nada por adelantarla... Es el peor daño que nos podemos hacer nosotros mismos... Los hombres de hoy no somos más felices porque no terminamos de confiar en las promesas de Dios. Y al no hacerlo, tampoco nos esforzamos por adelantar su cumplimiento en nosotros. No nos hacemos ningún favor así. Nuestra plenitud, sin duda, será en aquella eternidad feliz que nos asegura nuestro Dios. Pero la vamos construyendo y consolidando cada día, hoy y aquí. No podemos dejar de hacerlo para que sea una realidad resplandeciente en nuestro futuro de eternidad feliz junto a Dios...
viernes, 4 de julio de 2014
No te hagas dios de ti mismo
En la cultura hebrea, en general, la idea que se tenía sobre los bienes era que quien tenía muchos era un bendecido de Dios. Tener grandes riquezas significaba que se había obtenido el favor divino. Los pobres, también en general, eran considerados casi unos parias, maldecidos por Dios en su indigencia. Algo debían haber hecho mal para que Dios "les mandara ese castigo". Por el contrario, los ricos habían sido vistos con amor y misericordia y de alguna manera su situación holgada era un premio a alguna buena acción que habían realizado...Esta mentalidad aún pesa mucho entre nosotros, pues algunos consideran que la pobreza es casi una maldición divina, y por el contrario, la riqueza es signo de bendición. Así pensamos. Quien está bien económicamente tiene el favor divino. Quien es pobre, es un rechazado de Dios. En nuestro mundo capitalista, esto se ha transformado casi en el enunciado principal del "Credo" de una nueva religión. Podemos verificarlo incluso en la promoción de la "sociedad del bienestar" capitalista. A veces se sorprende uno con cosas como las propagandas de sectas gringas o provenientes de allá, en las que se quiere atraer adeptos prometiendo un bienestar material por las limosnas que se den. Mientras más des, más te bendecirá Dios con bienes como recompensa... Muchos incautos han caído en esa trampa. Conozco a varios...
Lo malo no es tener bienes. Lo malo es cómo se asume. Hay quienes al tener muchos bienes consideran a Dios ya como un producto desechable. Ya Dios no es necesario, pues todo lo tenemos resuelto... Se hacen dioses a sí mismos. Hay quienes se consideran superiores a los demás basándose en la cantidad de propiedades que se tengan. Si tengo mucho, es evidente que soy mejor y estoy por encima de quien no tiene. Eso me daría derecho a mirar por encima del hombro a los demás, a tratarlos con desprecio, a seguir usándolos como herramientas para seguir engordando mis cuentas... El destino lo ha establecido así: Yo soy bendecido y los demás han sido marcados como apoyos o instrumentos para sostener y aumentar mis riquezas... Por eso tengo el derecho a "usarlos" como me plazca, con tal de que cumplan con su parte para sostenerme... Es la instrumentalización total de los hombres. Es la cosificación de quien tiene incólume su dignidad, a pesar de que sea pobre. Es la debacle de la humanidad en pro de las riquezas, del poder o del placer...
Esa mentalidad tan antigua como dañina no es de ninguna manera justa... En ningún momento Dios ha dicho que bendice al hombre que aplasta a los demás. Bendice, sí, con bienes, a quienes se ponen de su parte, a quienes son fieles a Él, a quien hace de sus riquezas trampolines para la entrega a Él y a los menos favorecidos. Pero de ninguna manera a quienes humillan o explotan a sus hermanos. Cuando una sociedad no entiende que los bienes tienen un componente social esencial, se come a sí misma y marca su propia destrucción. El egoísmo y el materialismo consecuente es la sentencia de la autodestrucción. Una sociedad no se sostiene sobre esas bases, sino sobre las de la solidaridad, la fraternidad, la preocupación por todos, particularmente por los menos favorecidos... Ese es el verdadero progreso...
Una sociedad donde todo se pone al servicio de los más poderosos, de los más ricos, donde incluso las leyes apuntan a favorecer a los que ya están colmados de favores, es una sociedad que va a su desaparición. Una sociedad en la que todos los poderes están en función de favorecer a quien ya tiene el poder es una sociedad caníbal. No tiene futuro. Va trágicamente a su destrucción... Y cuando ya no hay más a quién recurrir para que los menos favorecidos no sean destruidos, es el mismísimo Dios quien sale a la palestra... Su defensa a los más aplastados y oprimidos es segura. De eso no hay ninguna duda. Y cuando Dios entra en juego porque no hay otra salida, su actuación contra los poderosos es terrible. Demuestra lo infinito de su poder portentosamente. Es la ira de Dios contra aquellos que destruyen a los suyos, a los más pobres, a los desvalidos... "Ustedes disminuyen la medida, aumentan el precio, usan balanzas con trampa, compran por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo. Aquel día -oráculo del Señor- haré ponerse el sol a mediodía, y en pleno día oscureceré la tierra. Cambiaré sus fiestas en luto, sus cantos en elegía; vestirá de saco toda cintura, quedará calva toda cabeza. Y habrá un llanto como por el hijo único, y será el final como día amargo"... Dios castigará cruelmente a quien se atreve a levantar su mano, de cualquier manera, contra los suyos, que son los más sencillos y humildes de la sociedad. Ya que nadie sale en su defensa, será Él mismo quien se encargue... Incluso quienes pensaban que "tenían a Dios agarrrado por la chiva", se encontrarán que ese mismo Dios se les esconde, haciéndoles sentir su vacío: "Enviaré hambre a la tierra: no hambre de pan ni sed de agua, sino de escuchar la palabra del Señor. Irán vacilantes de oriente a occidente, de norte a sur; vagarán buscando la palabra del Señor, y no la encontrarán"... Serán días de tormento y de oscuridad, en los que ni siquiera se tendrá el refresco de la palabra y de la presencia suave y dulce del Señor...
Nos llevaremos muchas sorpresas... Quienes se encuentren en esa situación se encontrarán que su bienestar de ninguna manera la supieron aprovechar. Que si pensaban que eran bendecidos por los bienes, estaban en realidad muy lejos de serlo... Que esos bienes, incluso les habían servido para alejarse hasta de Dios, creyéndose por ellos omnipotentes, sustituyendo al único y verdadero Dios, al que llama al amor, a la solidaridad, a la fraternidad... Se hicieron a ellos mismos sus propios dioses y pretendieron que los demás fueran sus fieles seguidores y hasta esclavos... Pues bien, Dios los sorprenderá, como sorprendió Jesús a los fariseos, que se habían colocado a sí mismos en lo más alto... "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan, aprendan lo que significa 'misericordia quiero y no sacrificios': que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores"... Jesús es el Dios que nos viene a decir que sus preferidos no son los que se creen mejores, sino los que son despreciados. Que viene a llenar de favores a los que sólo han recibido rechazos y desprecios. Que viene a enriquecer con el tesoro más apreciado, que es su amor, a los que sólo han recibido desavenencias y sinsabores... Por eso debemos aprender. Nuestras seguridades delante de Dios son nada. Lo que vale es el amor. Lo que vale es la solidaridad y la fraternidad. Lo que vale es el servicio. El tesoro que podremos mostrar a Dios no consiste en los bienes que hayamos obtenido, en los poderes que hayamos ostentado, en los placeres que hayamos sentido... Nuestro tesoro es el amor que hayamos dado, el servicio que hayamos prestado, la solidaridad y la justicia que hayamos promovido...
Lo malo no es tener bienes. Lo malo es cómo se asume. Hay quienes al tener muchos bienes consideran a Dios ya como un producto desechable. Ya Dios no es necesario, pues todo lo tenemos resuelto... Se hacen dioses a sí mismos. Hay quienes se consideran superiores a los demás basándose en la cantidad de propiedades que se tengan. Si tengo mucho, es evidente que soy mejor y estoy por encima de quien no tiene. Eso me daría derecho a mirar por encima del hombro a los demás, a tratarlos con desprecio, a seguir usándolos como herramientas para seguir engordando mis cuentas... El destino lo ha establecido así: Yo soy bendecido y los demás han sido marcados como apoyos o instrumentos para sostener y aumentar mis riquezas... Por eso tengo el derecho a "usarlos" como me plazca, con tal de que cumplan con su parte para sostenerme... Es la instrumentalización total de los hombres. Es la cosificación de quien tiene incólume su dignidad, a pesar de que sea pobre. Es la debacle de la humanidad en pro de las riquezas, del poder o del placer...
Esa mentalidad tan antigua como dañina no es de ninguna manera justa... En ningún momento Dios ha dicho que bendice al hombre que aplasta a los demás. Bendice, sí, con bienes, a quienes se ponen de su parte, a quienes son fieles a Él, a quien hace de sus riquezas trampolines para la entrega a Él y a los menos favorecidos. Pero de ninguna manera a quienes humillan o explotan a sus hermanos. Cuando una sociedad no entiende que los bienes tienen un componente social esencial, se come a sí misma y marca su propia destrucción. El egoísmo y el materialismo consecuente es la sentencia de la autodestrucción. Una sociedad no se sostiene sobre esas bases, sino sobre las de la solidaridad, la fraternidad, la preocupación por todos, particularmente por los menos favorecidos... Ese es el verdadero progreso...
Una sociedad donde todo se pone al servicio de los más poderosos, de los más ricos, donde incluso las leyes apuntan a favorecer a los que ya están colmados de favores, es una sociedad que va a su desaparición. Una sociedad en la que todos los poderes están en función de favorecer a quien ya tiene el poder es una sociedad caníbal. No tiene futuro. Va trágicamente a su destrucción... Y cuando ya no hay más a quién recurrir para que los menos favorecidos no sean destruidos, es el mismísimo Dios quien sale a la palestra... Su defensa a los más aplastados y oprimidos es segura. De eso no hay ninguna duda. Y cuando Dios entra en juego porque no hay otra salida, su actuación contra los poderosos es terrible. Demuestra lo infinito de su poder portentosamente. Es la ira de Dios contra aquellos que destruyen a los suyos, a los más pobres, a los desvalidos... "Ustedes disminuyen la medida, aumentan el precio, usan balanzas con trampa, compran por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo. Aquel día -oráculo del Señor- haré ponerse el sol a mediodía, y en pleno día oscureceré la tierra. Cambiaré sus fiestas en luto, sus cantos en elegía; vestirá de saco toda cintura, quedará calva toda cabeza. Y habrá un llanto como por el hijo único, y será el final como día amargo"... Dios castigará cruelmente a quien se atreve a levantar su mano, de cualquier manera, contra los suyos, que son los más sencillos y humildes de la sociedad. Ya que nadie sale en su defensa, será Él mismo quien se encargue... Incluso quienes pensaban que "tenían a Dios agarrrado por la chiva", se encontrarán que ese mismo Dios se les esconde, haciéndoles sentir su vacío: "Enviaré hambre a la tierra: no hambre de pan ni sed de agua, sino de escuchar la palabra del Señor. Irán vacilantes de oriente a occidente, de norte a sur; vagarán buscando la palabra del Señor, y no la encontrarán"... Serán días de tormento y de oscuridad, en los que ni siquiera se tendrá el refresco de la palabra y de la presencia suave y dulce del Señor...
Nos llevaremos muchas sorpresas... Quienes se encuentren en esa situación se encontrarán que su bienestar de ninguna manera la supieron aprovechar. Que si pensaban que eran bendecidos por los bienes, estaban en realidad muy lejos de serlo... Que esos bienes, incluso les habían servido para alejarse hasta de Dios, creyéndose por ellos omnipotentes, sustituyendo al único y verdadero Dios, al que llama al amor, a la solidaridad, a la fraternidad... Se hicieron a ellos mismos sus propios dioses y pretendieron que los demás fueran sus fieles seguidores y hasta esclavos... Pues bien, Dios los sorprenderá, como sorprendió Jesús a los fariseos, que se habían colocado a sí mismos en lo más alto... "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan, aprendan lo que significa 'misericordia quiero y no sacrificios': que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores"... Jesús es el Dios que nos viene a decir que sus preferidos no son los que se creen mejores, sino los que son despreciados. Que viene a llenar de favores a los que sólo han recibido rechazos y desprecios. Que viene a enriquecer con el tesoro más apreciado, que es su amor, a los que sólo han recibido desavenencias y sinsabores... Por eso debemos aprender. Nuestras seguridades delante de Dios son nada. Lo que vale es el amor. Lo que vale es la solidaridad y la fraternidad. Lo que vale es el servicio. El tesoro que podremos mostrar a Dios no consiste en los bienes que hayamos obtenido, en los poderes que hayamos ostentado, en los placeres que hayamos sentido... Nuestro tesoro es el amor que hayamos dado, el servicio que hayamos prestado, la solidaridad y la justicia que hayamos promovido...
jueves, 3 de julio de 2014
Ver para creer... Y no ver y aún creer
De alguna manera, Santo Tomás somos todos. Todos ponemos, consciente o inconscientemente, la condición para creer: "Si no lo veo, no lo creo". No es extraño, ni siquiera es malo, que lo hagamos así. Lo malo sería que nuestra fe estuviera condicionada únicamente a eso. Llega un momento en que la evidencia no es posible y tendremos que rendirnos simplemente ante lo que no es evidente, pero que es real, total y absolutamente. Es muy fácil criticar a Santo Tomás porque exigió evidencias. Es muy fácil, desde el sitio de los otros apóstoles que sí lo habían visto, desde la experiencia palpable que habían tenido cuando se les presentó Jesús. Lamentablemente, Jesús lo hizo cuando Tomás no estaba presente. Se perdió aquella evidencia primera que sí habían tenido los otros. Más aún, lo que le dice Jesús a Tomás no es de ninguna manera una condena. "¿Porque has visto has creído? ¡Dichosos los que crean sin haber visto" No declara malo el querer tener la evidencia. Declara malo, en todo caso, el que de ninguna manera se crea. Esa sí sería la tristeza mayor para cualquiera...
Hay quienes tienen evidencias claras. Hay quienes han recibido favores de Dios y han experimentado de manera concreta y práctica su amor. Para ellos no hay problema en creer. Pero, preguntémonos: ¿Es fácil creer para quien sólo vive desavenencias en su vida, para quien la vida ha sido un transitar duro y exigente, para quien las cosas no son nada fácil? Por supuesto que a éstos la fe se les hace más cuesta arriba. Es la necesidad de la experimentación del consuelo, del alivio, como último recurso ante una sarta de dificultades. La fe, en estos casos, se funda sólo en la necesidad de creer en algo y en alguien que está por encima de todo lo que se vive y que es capaz de dar el único consuelo posible, pues los otros de ninguna manera aparecen... Es la fe de quien en vez de querer percibir por los sentidos la realidad espiritual, de querer "tocar" lo trascendente, se deja tocar por ello. Para el que siente la brisa, es suficiente dejarse tocar por ella, dejarse acariciar las sienes con su frescura, dejarse refrescar por el alivio que ella da ante el calor sofocante. No necesita tocarla o verla o guardarla en un cofre, para estar seguro de que ella está allí. Esa es la fe de quien necesita creer...
Santo Tomás es modelo. No debemos verlo sólo "el que no creyó", porque es falso. Tanto creyó que hace una confesión altísima de su convicción al ver a Jesús: "¡Señor mío y Dios mío!" Tan alta es esta confesión de fe que los cristianos, ante el Jesús Sacramentado que se nos hace presente en la Eucaristía, lo confesamos igual en lo íntimo de nuestro corazón. Es Jesús, el que está presente en el Pan y en el Vino, al que reconocemos, como lo hizo Santo Tomás. Es confesión de fe. Real y sentida. Profunda y comprometedora. No es un negarse, sino un afirmarse totalmente en la confianza de que ese es nuestro alimento, nuestro compañero de camino, nuestro alivio y nuestro consuelo en los momentos en los que lo necesitamos...
De Tomás se dice que luego fue misionero en el oriente medio y que murió entregando su vida por la causa del Evangelio. Ya quisiéramos nosotros tener esa fe como la suya que nos lance al mundo,que nos haga gritar el amor de Jesús a todos, que nos convenza a querer hacer partícipes de su salvación a todos los hombres, no sólo a los cercanos, a llegar al extremo de entregarnos por esa causa, derramando felices la sangre por el amor a Cristo... De ninguna manera es criticable Santo Tomás. Al máximo, debemos tener cuidado de no llevar su posición al extremo, de no dejar de creer por falta de evidencias....
En todo caso, las evidencias las tenemos ahí a la mano. El Jesús resucitado que se aparece a los apóstoles es el mismo Dios que sigue haciendo salir el sol para todos, que nos sigue dando el oxígeno para respirar, que nos sigue proveyendo de todo lo necesario para vivir. Es el mismo Dios que hace posible el milagro cotidiano del amor, el de los esposos, el de los padres a los hijos, el de los hijos a los padres, el de los amigos, el de los novios, el amor a los sencillos y humildes... No hay duda de que algo superior produce todo esto. Y de que ese algo superior es Alguien que nos ama infinitamente... Ante tantas evidencias sólo debemos caer de rodillas como Tomás y reconocer a Jesús, diciéndole: ¡Señor mío y Dios mio!"
Hay quienes tienen evidencias claras. Hay quienes han recibido favores de Dios y han experimentado de manera concreta y práctica su amor. Para ellos no hay problema en creer. Pero, preguntémonos: ¿Es fácil creer para quien sólo vive desavenencias en su vida, para quien la vida ha sido un transitar duro y exigente, para quien las cosas no son nada fácil? Por supuesto que a éstos la fe se les hace más cuesta arriba. Es la necesidad de la experimentación del consuelo, del alivio, como último recurso ante una sarta de dificultades. La fe, en estos casos, se funda sólo en la necesidad de creer en algo y en alguien que está por encima de todo lo que se vive y que es capaz de dar el único consuelo posible, pues los otros de ninguna manera aparecen... Es la fe de quien en vez de querer percibir por los sentidos la realidad espiritual, de querer "tocar" lo trascendente, se deja tocar por ello. Para el que siente la brisa, es suficiente dejarse tocar por ella, dejarse acariciar las sienes con su frescura, dejarse refrescar por el alivio que ella da ante el calor sofocante. No necesita tocarla o verla o guardarla en un cofre, para estar seguro de que ella está allí. Esa es la fe de quien necesita creer...
Santo Tomás es modelo. No debemos verlo sólo "el que no creyó", porque es falso. Tanto creyó que hace una confesión altísima de su convicción al ver a Jesús: "¡Señor mío y Dios mío!" Tan alta es esta confesión de fe que los cristianos, ante el Jesús Sacramentado que se nos hace presente en la Eucaristía, lo confesamos igual en lo íntimo de nuestro corazón. Es Jesús, el que está presente en el Pan y en el Vino, al que reconocemos, como lo hizo Santo Tomás. Es confesión de fe. Real y sentida. Profunda y comprometedora. No es un negarse, sino un afirmarse totalmente en la confianza de que ese es nuestro alimento, nuestro compañero de camino, nuestro alivio y nuestro consuelo en los momentos en los que lo necesitamos...
De Tomás se dice que luego fue misionero en el oriente medio y que murió entregando su vida por la causa del Evangelio. Ya quisiéramos nosotros tener esa fe como la suya que nos lance al mundo,que nos haga gritar el amor de Jesús a todos, que nos convenza a querer hacer partícipes de su salvación a todos los hombres, no sólo a los cercanos, a llegar al extremo de entregarnos por esa causa, derramando felices la sangre por el amor a Cristo... De ninguna manera es criticable Santo Tomás. Al máximo, debemos tener cuidado de no llevar su posición al extremo, de no dejar de creer por falta de evidencias....
En todo caso, las evidencias las tenemos ahí a la mano. El Jesús resucitado que se aparece a los apóstoles es el mismo Dios que sigue haciendo salir el sol para todos, que nos sigue dando el oxígeno para respirar, que nos sigue proveyendo de todo lo necesario para vivir. Es el mismo Dios que hace posible el milagro cotidiano del amor, el de los esposos, el de los padres a los hijos, el de los hijos a los padres, el de los amigos, el de los novios, el amor a los sencillos y humildes... No hay duda de que algo superior produce todo esto. Y de que ese algo superior es Alguien que nos ama infinitamente... Ante tantas evidencias sólo debemos caer de rodillas como Tomás y reconocer a Jesús, diciéndole: ¡Señor mío y Dios mio!"
miércoles, 2 de julio de 2014
Amamos el mal y odiamos el bien...
Esto es el colmo... De ninguna manera pesa más el bien que se logra, sino las consecuencias en lo material que se corren para obtenerlo. Es preferible seguir en la debacle, con tal de no perder lo poco que se tiene. Los hombres nos conformamos con las migajas, con las limosnas que nos da una mínima cantidad de bien, en vez de apuntar al bien mayor. Nos obnubila algo de placer, algo de riquezas, algo de poder, algo de honores. No importa más nada, sino la limosna que podemos obtener ocasionalmente... El bien mayor queda supeditado a los poquitos bienes que podemos tener en el momento. Y a veces es aún peor. Preferimos el mal al bien, el poder al servicio, la riqueza a la solidaridad, al placer al dominio personal, el renombre a la honestidad...
El Evangelio de los endemoniados de Gerasa es una clara muestra de esto. Jesús expulsa una legión de demonios de un par de personajes y los envía a una piara de cerdos, que se desbarrancan y mueren... "Jesús les dijo: 'Vayan'. Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua". Inmediatamente los porquerizos se encargaron de relatar lo sucedido a la gente del pueblo. Me imagino que estaban sorprendidos con lo que Jesús había hecho. Se supone que estos dos endemoniados ya se habían hechos famosos por la cantidad de tropelías que cometían a diario... "Eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino..." Es decir, que hacían de la vida de los gerasenos realmente un calvario... Lo que Jesús hace, en última instancia, representaba para ellos una liberación. No podía haber paz si estos dos personajes seguían en su misma condición. Lo que Jesús había hecho era un bien para todos... Los había liberado de los demonios que los afectaban no sólo a ellos, sino a todos los pobladores. Se había logrado con eso recuperar la tranquilidad del pueblo...
Pero no... Eso no era suficiente para convencerlos de lo bueno que había hecho Jesús. Al fin y al cabo ellos se habían visto afectados, pues habían perdido los cerdos que les pertenecían... La piara de cerdos había servido para "alojar" a los demonios que habían sido expulsados de las dos víctimas, pero tristemente se habían ahogado en el agua... Fue el tributo que hubo que pagar por su liberación. El beneficio era, en primer lugar, para los mismos endemoniados que habían sufrido la posesión por años. Hay que imaginarse el tormento que vivían estos dos hombres siendo poseídos por estos demonios. Habían perdido su libertad, no tenían esperanzas, vivían solos y alejados de sus familiares y amigos... Valía la pena intentar su liberación para que recuperaran todo lo bello que les podía dar la vida. Sólo eso hacía valer la pena el sacrificio de los cerdos. La vida de dos hombres es infinitamente más valiosa que la de los cerdos... Pero a esto hay que añadirle la paz que se ganaba con la expulsión de los demonios. Eran tan furiosos que todos evitaban pasar por la tierra donde se encontraban los endemoniados. Podemos imaginarnos la cantidad de situaciones graves en las que se encontraron algunos de los pobladores por culpa de ellos... Nada de esto tiene peso, ante la pérdida de los cerdos. Ni siquiera el bien logrado, que era tan alto, muy superior a lo que vivían todos, logró cambiar su corazón. Llegan al extremo de pedir a Jesús que se vaya de allí... "Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país..." Es impresionante...
Muchos hombres preferimos el mal, con tal de mantener algo de nuestras prerrogativas menores... Vivimos en sentido contrario la invitación que nos hace Dios: "Busquen el bien y no el mal, y vivirán, y así estará con ustedes el Señor Dios de los ejércitos, como desean. Odien el mal, amen el bien, defiendan la justicia en el tribunal". Hemos trastocado la jerarquía del bien y del mal. Es como si hubiéramos dado la vuelta al deseo de Dios: "Busquen el mal y no el bien.... Odien el bien, amen el mal... Defiendan la injusticia..." Un mundo en el que los hombres lo han trastocado todo de tal manera, jamás podrá ser feliz, jamás podrá tener a Dios a su favor. Mientras amemos el mal, lo defendamos, nos pongamos a su servicio, con tal de tener alguna prebenda, aunque sea mínima e irrisoria, estaremos mal... ¡Cuántas injusticias se cometen con tal de no perder poder, prestigio, riquezas, placeres...! Preferimos que se vaya quien nos puede liberar de todos los males, con tal de no perder las tonterías a las que nos apegamos... El bien mayor está a nuestra vista: Es el amor de Dios, el amor a los hermanos, la solidaridad, la justicia, el servicio, la paz... Pero lo hacemos morir, pues no nos atrevemos a dar el paso hacia el sacrificio de lo propio. Nuestras cosas son más importantes que el bien de todos. El bien común no es tan importante como el bien mínimo, casi inútil, que disfrutamos individualmente... Mientras pensemos así, todos viviremos la debacle de nuestra tristeza y de nuestra destrucción...
Es urgente que escuchemos el llamado del Señor: "Retiren de mi presencia el estruendo del canto, no quiero escuchar el son de la cítara; fluya como el agua el juicio, la justicia como arroyo perenne". Dios no quiere apariencias, quiere realidades. Quiere corazones sinceros y honestos en los que habitar. Detesta la hipocresía, la esclavitud, la injusticia. Y nos invita a todos a amar el bien, a amarlo a Él, a desearlo, y a odiar con todas nuestras fuerzas al mal, a todo lo que nos puede separar de Él, aun cuando sean bienes menores que se interpongan en el camino de ser sólo suyos...
El Evangelio de los endemoniados de Gerasa es una clara muestra de esto. Jesús expulsa una legión de demonios de un par de personajes y los envía a una piara de cerdos, que se desbarrancan y mueren... "Jesús les dijo: 'Vayan'. Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua". Inmediatamente los porquerizos se encargaron de relatar lo sucedido a la gente del pueblo. Me imagino que estaban sorprendidos con lo que Jesús había hecho. Se supone que estos dos endemoniados ya se habían hechos famosos por la cantidad de tropelías que cometían a diario... "Eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino..." Es decir, que hacían de la vida de los gerasenos realmente un calvario... Lo que Jesús hace, en última instancia, representaba para ellos una liberación. No podía haber paz si estos dos personajes seguían en su misma condición. Lo que Jesús había hecho era un bien para todos... Los había liberado de los demonios que los afectaban no sólo a ellos, sino a todos los pobladores. Se había logrado con eso recuperar la tranquilidad del pueblo...
Pero no... Eso no era suficiente para convencerlos de lo bueno que había hecho Jesús. Al fin y al cabo ellos se habían visto afectados, pues habían perdido los cerdos que les pertenecían... La piara de cerdos había servido para "alojar" a los demonios que habían sido expulsados de las dos víctimas, pero tristemente se habían ahogado en el agua... Fue el tributo que hubo que pagar por su liberación. El beneficio era, en primer lugar, para los mismos endemoniados que habían sufrido la posesión por años. Hay que imaginarse el tormento que vivían estos dos hombres siendo poseídos por estos demonios. Habían perdido su libertad, no tenían esperanzas, vivían solos y alejados de sus familiares y amigos... Valía la pena intentar su liberación para que recuperaran todo lo bello que les podía dar la vida. Sólo eso hacía valer la pena el sacrificio de los cerdos. La vida de dos hombres es infinitamente más valiosa que la de los cerdos... Pero a esto hay que añadirle la paz que se ganaba con la expulsión de los demonios. Eran tan furiosos que todos evitaban pasar por la tierra donde se encontraban los endemoniados. Podemos imaginarnos la cantidad de situaciones graves en las que se encontraron algunos de los pobladores por culpa de ellos... Nada de esto tiene peso, ante la pérdida de los cerdos. Ni siquiera el bien logrado, que era tan alto, muy superior a lo que vivían todos, logró cambiar su corazón. Llegan al extremo de pedir a Jesús que se vaya de allí... "Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país..." Es impresionante...
Muchos hombres preferimos el mal, con tal de mantener algo de nuestras prerrogativas menores... Vivimos en sentido contrario la invitación que nos hace Dios: "Busquen el bien y no el mal, y vivirán, y así estará con ustedes el Señor Dios de los ejércitos, como desean. Odien el mal, amen el bien, defiendan la justicia en el tribunal". Hemos trastocado la jerarquía del bien y del mal. Es como si hubiéramos dado la vuelta al deseo de Dios: "Busquen el mal y no el bien.... Odien el bien, amen el mal... Defiendan la injusticia..." Un mundo en el que los hombres lo han trastocado todo de tal manera, jamás podrá ser feliz, jamás podrá tener a Dios a su favor. Mientras amemos el mal, lo defendamos, nos pongamos a su servicio, con tal de tener alguna prebenda, aunque sea mínima e irrisoria, estaremos mal... ¡Cuántas injusticias se cometen con tal de no perder poder, prestigio, riquezas, placeres...! Preferimos que se vaya quien nos puede liberar de todos los males, con tal de no perder las tonterías a las que nos apegamos... El bien mayor está a nuestra vista: Es el amor de Dios, el amor a los hermanos, la solidaridad, la justicia, el servicio, la paz... Pero lo hacemos morir, pues no nos atrevemos a dar el paso hacia el sacrificio de lo propio. Nuestras cosas son más importantes que el bien de todos. El bien común no es tan importante como el bien mínimo, casi inútil, que disfrutamos individualmente... Mientras pensemos así, todos viviremos la debacle de nuestra tristeza y de nuestra destrucción...
Es urgente que escuchemos el llamado del Señor: "Retiren de mi presencia el estruendo del canto, no quiero escuchar el son de la cítara; fluya como el agua el juicio, la justicia como arroyo perenne". Dios no quiere apariencias, quiere realidades. Quiere corazones sinceros y honestos en los que habitar. Detesta la hipocresía, la esclavitud, la injusticia. Y nos invita a todos a amar el bien, a amarlo a Él, a desearlo, y a odiar con todas nuestras fuerzas al mal, a todo lo que nos puede separar de Él, aun cuando sean bienes menores que se interpongan en el camino de ser sólo suyos...
martes, 1 de julio de 2014
Jesús calma todas tus tormentas
Cuando hablamos de la misericordia hablamos de lo más puro y hermoso que hay en Dios y que es su más profunda esencia. Es la expresión más elevada de su amor. El amor de Dios ha demostrado ser todopoderoso en la creación, haciendo surgir todas las cosas simplemente con un gesto de ese mismo amor que lo mueve en todas sus acciones. Lo demostró también claramente en la libertad que ha dado a la criatura predilecta que ha surgido de sus manos, al hombre, con lo que no sólo dejó su impronta creadora en él, sino que lo hizo similar a sí mismo, y le demostró su respeto, a pesar de ser infinitamente superior a él. Ni siquiera en la terrible debacle del pecado, que fue negación absoluta de parte del hombre de su sumisión a quien lo había creado y amado hasta el infinito, Dios "se atrevió" a hacer uso de su poder y de justicia para escarmentarlo como se lo merecía... Siempre, en ese accionar de Dios, se hace patente que "la misericordia vence sobre la justicia"... Dios demuestra su amor haciendo sucumbir lo que sería justo. Nadie se atrevería a decir que no habría justicia en el escarmiento necesario a quien ha fallado ostentosamente, siendo esta afrenta aún mayor pues ha sido contra quien es la razón de su vida, quien lo sostiene con su amorosa providencia y quien está siempre con la mano tendida para atender a cualquier necesidad que el otro manifieste...
Dios es Amor, nos ha dicho San Juan. Y es la pura verdad, la más clara y absoluta en Dios. Otras descripciones de Dios quedarán siempre en el campo de la verdad, pero jamás quedarán en el campo de la experiencia personal... Nos convence más lo que nosotros mismos vivimos, y en el amor todos somos expertos, por lo que describir a Dios como Amor, nos hace entrar en una "empatía" insuperable con lo que es Dios... Sin embargo, el considerar a Dios en lo que es su verdad profunda puede hacernos llegar a un campo minado, por cuanto en el concepto del amor los hombres tenemos un aprendizaje contaminado... Creemos que el amor lo deja pasar todo y se hace ciego ante lo injusto. Afirmamos, con nuestra mentalidad reduccionista, que el amor puede llegar a ser injusto, pues no se alzaría contra la injusticia que haría el amado. Es un grave error el que cometemos, pues, aunque el amor y la misericordia vencen a la justicia, nunca dejarán de ser justos. No es amor el del que deja hacer lo que le venga en gana al amado. Eso es otra cosa. Podemos llamarlo alcahuetería, vista gorda, manga ancha, indiferencia, ventajismo... Pero nunca será verdadero amor... El amor más puro y verdadero, aunque pase sobre la justicia, no la anula. Es pedagógico. Y si considera necesario en algún momento hacer pasar por situaciones dolorosas y tristes, lo hará, con tal de que se aprecie más lo que debe ser realmente apreciado. Fue lo que vivieron Adán y Eva expulsados del Edén, lo que vivió Israel en el desierto antes de entrar en la tierra prometida, lo que vivieron varios de los reyes infieles de Israel, lo que vivió el pueblo elegido al ser deportados de la Ciudad Santa... Y es lo que vive cada pecador que deja de saborear las mieles del amor divino cuando se aleja de Él...
El escarmiento del amor no deja de ser amor. El escarmiento es un reclamo para que se aprecie lo que se ha perdido y se tienda a añorarlo de nuevo. Es un imán en sentido contrario. Lo opuesto al amor hace que se añore al amor mismo, para vivirlo con mayor profundidad y con mayor fidelidad... Dios, en su pedagogía infinitamente sabia e insistente, lo deja claro: "¿Caminan juntos dos que no se conocen? ¿Ruge el león en la espesura sin tener presa? ¿Alza su voz el cachorro en la guarida sin haber cazado? ¿Cae el pájaro por tierra si no hay una trampa? ¿Salta la trampa del suelo sin haber atrapado? ¿Suena la trompeta en la ciudad sin que el pueblo se alarme? ¿Sucede una desgracia en la ciudad que no la mande el Señor?" Todas las experiencias en Dios son "lógicas". El amor de Dios nunca dejará de dejar una enseñanza, aun en la desgracia. Afirmaba San Agustín que Dios es experto en sacar enseñanzas buenas de las malas experiencias que tengan los hombres. Su didáctica es siempre sabia...
Por eso, la absoluta serenidad y armonía, la manera más segura de evitar esta didáctica divina que pasa por el escarmiento y el dolor, por la tristeza y el sinsabor, es mantenerse cerca de ese Dios que calma todo. Que grita a las tempestades y a las tormentas para que se acallen y vuelvan a la paz... "Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma"... Sólo en Jesús todas nuestras tormentas son calmadas... Incluso aquellas que elegimos nosotros mismos en las que nos alejamos de Él. Sólo Jesús es capaz de gritar a la serpiente y ordenarle que deje de cortejar a los hombres. Sólo Jesús es capaz de aparecer en el desierto de Israel y servir de alimento y de agua fresca en el tormentoso camino. Sólo Jesús es capaz de infundir una nueva esperanza en el pueblo elegido que ha sido expulsado de la Ciudad Santa, de Jerusalén... Sólo Jesús es capaz de llenarnos a todos los que somos infieles del deseo de entregarnos de nuevo a Él, a su amor, a su misericordia. Después de vivir los sinsabores de estar sin Él, de caminar por sendas tortuosas de dolor y de desasosiego, de pretender satisfacernos de cualquier manera lejos de Él y de percibir que ese no es el camino, Jesús se aparece en nuestro camino y calma nuestras tormentas. No hay otro. El escarmiento se ha vivido en la lejanía de su amor. Él lo ha permitido para que saboreemos lo amargo que es estar sin Él, sin su amor, sin su misericordia. Pero, al experimentarlo de nuevo, podemos decidirnos a nunca más dejarlo a un lado, pues no hay experiencia más gratificante que esa, que la de su amor, que la de su misericordia, en la que todo es dulce y pacífico, en la que todo es infinitamente compensador. No hay otra experiencia más entrañable para el hombre que la del perdón, la del amor y la de la misericordia, que lo coloca de nuevo en la paz y la serenidad de la que nunca jamás ha debido alejarse...
La respuesta a la pregunta que se hacen los que presencian el portento de Jesús, "¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!", es muy sencilla... Ese es Jesús de Nazaret, el Dios hecho hombre por amor a nosotros, el que se entrega en vez de nosotros para satisfacer por nuestras faltas y nuestros pecados, el que nos da de nuevo la vida y la serenidad, el que muestra a los hombres la más alta e infinita misericordia de Dios. Es quien nos rescata de nuestra muerte y nos pone de nuevo en la senda de la Vida. El que nos perdona y que está dispuesto a hacerlo todas las veces que sean necesarias, pues el amor nunca se cansa... Y todo, porque nos ama infinitamente...
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