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miércoles, 26 de mayo de 2021

La oración nos une al Señor y nos llena de su vida

 Evangelio del domingo para niños: S. Marcos 10,35-45.(21/10/18) – Sobre roca

Los discípulos de Jesús deben buscar siempre un contacto vivo y vivificante con Él. Deben tener plena conciencia de estar siempre en su presencia y vivir en la normalidad de su encuentro. Cuando se asume la vida de la fe, se asume que Él será el compañero de camino, tal como lo prometió al decir que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos, y lo figuró concretamente cuando pidió a los apóstoles que remaran mar adentro, pero no los dejó ir solos, sino que se embarcó también, de modo de darles a entender que siempre estará presente en todas las empresas que la barca de la Iglesia deba asumir. Él se encargará de indicar las rutas, de fortalecer en la debilidad, de calmar las tormentas. Lo hará a través de su Espíritu, donación amorosa a esa comunidad que nacía y que se convertía en su alma y en su razón de vida. Esa experiencia vital de acompañamiento seguro del Señor debe ser motivo suficiente para los discípulos a fin de hacer de esa experiencia una forma de vida que, dentro de lo sobrenatural que resulta, pasa a ser para ellos algo natural. Y hacerlo vida cotidianamente implica vivir en su presencia sin ambages, haciendo del contacto con el Señor la forma de vida ordinaria. Esto se concretiza fehacientemente en la vida de oración de los discípulos, que debe ser reclamo continuo en la vida de quien se sabe del Señor. Para hacer cada vez más consciente su pertenencia al Señor, para reflejar la vida que recibe por su unión con Dios, para llevar adelante la tarea que se le encomienda, debe alimentarse del contacto continuo con quien lo ha convocado y se ha convertido en su razón vital. Es la manifestación práctica que refleja y confirma que se tiene la vida. Si no hay vida de oración en el discípulo, hay que desconfiar seriamente de que este tenga verdadera vida. Debe ser una oración que refleje la relación de amor que existe entre Dios y el discípulo, que alimente las ansias de querer seguir siendo suyos, que reconozca el amor y el poder de nuestro Dios que están por encima de todo, que le dé el lugar primacial que le corresponde, que refleje la confianza absoluta que se tiene en Él por lo cual se da un abandono total a su voluntad y a su amor. Es la oración de reconocimiento de la necesidad de estar unidos a Él para seguir teniendo su vida.

Atisbos firmes de esta conciencia que debe tener el discípulo del Señor, ha habido durante toda la historia de salvación, prácticamente desde el inicio de la existencia. Adán ya tenía momentos de intimidad y de encuentro con Dios, que descendía al Jardín del Edén para encontrarse con él. Mientras se mantuvieron esos encuentros amorosos se mantuvo la amistad y la vida que se había recibido. Cuando se detuvieron al cometer la traición, Adán se escondió de Dios para que no lo viera desnudo. Se perdió la vida que había recibido y renunció a la confianza en el Señor. Sin embargo, muchos de los elegidos posteriormente, entendieron que la única manera de mantener la vida, era mantenerse en contacto íntimo con el Señor. Así, nos encontramos con Abraham, Noé, Moisés, los profetas, David, José, y tantos otros. Era una conciencia que se hizo cada vez más sólida y vivencial en los elegidos por el Señor. Por ello, en su oración fue progresivamente más clara la necesidad de mantener el contacto con Dios, a fin de recibir la vida y la fuerza que necesitaban para crecer sólidamente en la fe: "Sálvanos, Dios del universo, infunde tu terror a todas las naciones, para que sepan, como nosotros lo sabemos, que no hay Dios fuera de ti. Renueva los prodigios, repite los portentos. Reúne a todas las tribus de Jacob y dales su heredad como antiguamente. Ten compasión del pueblo que lleva tu nombre, de Israel, a quien nombraste tu primogénito; ten compasión de tu ciudad santa, de Jerusalén, lugar de tu reposo. Llena a Sión de tu majestad, y al templo, de tu gloria. Da una prueba de tus obras antiguas, cumple las profecías por el honor de tu nombre, recompensa a los que esperan en ti y saca veraces a tus profetas, escucha la súplica de tus siervos, por amor a tu pueblo, y reconozcan los confines del orbe que tú eres Dios eterno". Es una oración que reconoce sin sombras la primacía del Señor, su poder, su amor y su misericordia, sin el cual no tiene ningún sentido la vida, por lo que es imprescindible mantener un contacto filial y vital con Él, que es razón de vida.

Esta conciencia es necesaria para ser discípulos del Señor. Es progresiva, en los casos en que los hombres lo necesiten, de modo de llegar no solo a una convicción intelectual, sino a la misma experiencia vital que la sustenta. En el itinerario de formación que Jesús emprendió con los apóstoles, esta era una etapa crucial. Ellos debían asumir la vida que venía del Salvador y entender que se alejaba mucho de consideraciones humanas alejadas del amor y del poder divinos. Necesitaban experimentar que el camino que se les proponía era un camino que tomaba distancia de la búsqueda de prerrogativas humanas, de prestigios, de dominio de unos sobre otros. No era el camino para el que estaban naturalmente hechos, sino un camino nuevo, el del amor, del servicio, de la entrega, de la verdadera vida. Era necesario que en esa unión íntima con Jesús desmontaran ideas prefabricadas y asumieran las de la renovación total: "Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: -'Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.' Les preguntó: -'¿Qué quieren que haga por ustedes?' Contestaron: -'Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.' Jesús replicó: -'No saben lo que piden, ¿son ustedes capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizarse con el bautismo con que yo me voy a bautizar?' Contestaron: -'Lo somos'. Jesús les  dijo:-«El cáliz que yo voy a beber lo beberán, y se bautizarán con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado'. Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: -'Saben que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Ustedes, nada de eso: el que quiera ser grande, sea su servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos'". Esto solo lo da el contacto frecuente, amistoso, amoroso y confiado con el Señor. Y es lo que se obtiene de la oración. Por tanto, si queremos tener la vida que el Señor dona a sus discípulos, la única vía por la que la obtendremos es la de la relación filial que nos posibilita la oración.

miércoles, 28 de octubre de 2020

Elegidos para los hermanos en el amor del Padre y en el amor de Jesús

 28 oct. 2017 San Simón y San Judas Tadeo - dominicos

La elección de los apóstoles para Jesús fue un momento clave de su acción pública. Pensar en un Jesús, que es Hijo de Dios, que es el enviando del Padre para llevar adelante una obra tan radical de rescate y de renovación, que hará la mayor demostración de amor y de poder jamás cumplida en la historia humana, que asumirá sobre sus espaldas por amor al hombre la acción de mayor dolor y sufrimiento a su favor, llevando todo esto adelante con la prerrogativa de ser Dios, todopoderoso y amoroso, haría pensar que no necesitaba de un apoyo extra fuera de lo que Él mismo podía realizar. Estrictamente hablando eso es cierto. Jesús es el Dios que todo lo puede y que en su obrar no tendría necesidad de más nada para cumplir su misión. Se bastaba a sí mismo para anunciar la llegada del Reino, para hacer la invitación a todos a seguirle y a aceptar su mensaje, para realizar los portentos que descubrieran el Dios que era e, incluso, para asumir la muerte humana con la que llevaba a culminación su tarea. En el colmo de esa afirmación de su suficiencia, Jesús no necesitaba de nada ni de nadie ni siquiera para aparecer en el mundo en carne humana, pues Él es el que lo posibilita todo, de quien surge todo, quien da el ser a todo. Hubiera podido aparecer en medio de los hombres portentosamente e iniciar su tarea con las más grandes maravillas que obnubilarían a todos y los convencerían inmediatamente de quién era. Pero en la experiencia del amor divino, habiendo realizado previamente su elección del hombre como su predilecto, habiéndolo bendecido con sus regalos maravillosos, dándole el mando sobre lo creado y encomendándole hacer un mundo mejor para todos, no era razonable que actuara sin contar con aquél al que había favorecido tanto. Su tarea, sí, era la conquista del hombre que se había alejado y su restitución total, colocándolo de nuevo en su lugar emblemático de origen, viviendo en el amor infinito que había recibido al principio. Pero esa misma condición de preferido sobre todo lo creado llamaba a una actuación distinta a la que podía ser entendida como apabullante de su parte. El amor al hombre lo llamaba a hacer entender ese amor, a que fuera recibido de nuevo como regalo de privilegio, a vivirlo como don maravilloso. No iba a ser, por lo tanto, solo una obra de imposición poderosa, sino la que implicaba su comprensión como don de amor en el que se contaba con el amado para que fuera vivida con la mayor intensidad y con el mayor compromiso. Un amor impuesto no compromete ni convence. El amor donado, teniendo el concurso del amado, siendo recibido con un corazón implicado y convencido, es mucho más sutil y comprometido. Por eso se entiende que habiendo podido hacer por sí mismo todo, lo quiso hacer implicando a sus amados para que vivieran intensamente ese amor concreto.

Por otro lado, en Jesús hay una condición esencial que jamás puede ser dejada a un lado. Él es igualmente Hijo. Es el Padre el que lo ha enviado a cumplir esa misión de salvación y Él la ha aceptado con responsabilidad. Siendo Dios, su encomienda es subordinada a la voluntad del Padre. Él es el Hijo amado eternamente que conducirá la obra de rescate: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad". Por ser el Hijo de Dios, Dios Él mismo, mantiene una unión esencial, eterna e infaltable, con el Padre, por lo cual, en cierta manera, hace buena constantemente la concordia con la cual nunca dejan de vivir Ellos eternamente. Cuando toca iniciar la obra de anuncio de la llegada del Reino al mundo, con la firme decisión por amor de integrar a algunos hombres a su tarea inmensa de rescate, realiza el gesto de intimidad con Dios que nos descubre quién sigue siendo Jesús y cuánto aprecia esa unión divina que vive esencialmente: "Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios". Es impresionante y sobrecogedor contemplar al Hijo de Dios orando. Podríamos pensar que al ser el Él mismo Dios no necesita de hacer esta oración, pues su presencia delante del Padre es continua. Jesús nunca deja de estar en la presencia de Dios. Su unión como Santísima Trinidad es eterna. No hay un solo instante en el que Jesús no esté delante del Padre. Son muchas las ocasiones en el Evangelio en el que nos encontramos a Jesús en ese contacto de intimidad con el Padre. Es como el deseo que sostiene eternamente de vivir en ese amor que es esencial en ellos y que jamás dejará de vivirse de la manera más entrañable e íntima. Y lo vive aquí, especialmente en el momento en que va a dar su paso adelante al inicio de la tarea final de rescate del hombre. Jesús quiere elegir a aquellos que lo van a acompañar en su obra de salvación, pero quiere que el Padre esté presente emblemáticamente, pues es el momento central de su obra, y no quiere que el Padre se mantenga alejado del punto más importante de la historia de la humanidad: "Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Simón, llamado el Zelote; Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor". Estaba presente el Padre en ese momento esencial. Él era el Hijo amado eternamente, enviado para salvar a las criaturas amadas, había convocado a esos que serían los suyos, y quería que estuvieran también cada uno en las manos del Padre, donde ya estaba Él eternamente.

Sobre ellos, elegidos en el amor, descansaría en el futuro llevar adelante a todos la noticia de la obra amorosa del Padre, cumplida por Jesús, que había aceptado la encomienda. La llevó a cumplimiento perfectamente desde el inicio cuando comenzó a transitar todos los caminos con el anuncio de la llegada del Reino, con sus mensajes de renovación, de fraternidad, de perdón, de solidaridad, con los portentos maravillosos en favor de los atormentados y atribulados, con la liberación de esclavitudes. Y en cada uno de esos pasos estaban cada uno de los elegidos, que posteriormente serán una bendición para todos los hombres que recibirán la inmensa cantidad de regalos de Dios a través de la obra de Jesús. Ellos serán instrumento para la salvación de todos los amados. Son amados en primer lugar y podríamos decir preferentemente pues han sido elegidos para ser instrumentos del amor. Esos elegidos se convierten, por voluntad directa del Hijo de Dios, en adalides de la salvación para todos. Sabiendo que el único Salvador es Jesús, que el único origen de todo es el mismo Padre que lo ha enviado, se colocan en la mejor disposición posible para poder hacer llegar a la salvación a todos los hermanos, amados ellos infinitamente por Dios: "Ya no son extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios. Están edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por Él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por Él también ustedes entran con ellos en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu". Los apóstoles han sido elegidos y enviados para hacer llegar la salvación a todos. Pero cada uno de los que hemos recibido su anuncio, somos a la vez hechos también anunciadores. Ninguno de nosotros, en este sentido, deja de ser también apóstol. Así como Jesús oró toda la noche al Padre al elegirlos para ser suyos, así ora también por nosotros para que seamos suyos, y nos convirtamos en sus apóstoles para hacer llegar la salvación a todos nuestros hermanos. No dejamos de tener nuestra responsabilidad concreta en la obra de Jesús. Como apóstoles amados por Él y por el Padre.

lunes, 29 de junio de 2020

Tú eres Pedro, piedra de la Iglesia. El poder del infierno no vencerá

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: San Pedro ...

La elección de Jesús sobre los apóstoles Pedro y Pablo trae para todos los cristianos pautas de reflexión interesantes y profundas. Pueden aclarar muy bien el fundamento del Papado como institución formal, pero más allá, además de su elección, también la inspiración de Dios particularmente presente y clara en su persona y en el ejercicio de su misión eclesial en el mundo y la necesidad del apoyo que debe dar la Iglesia, conformada por todos y cada uno de nosotros. En la elección de ambos, Jesús hace gala de los acontecimientos grandiosos que los rodean. Pedro, convocado desde el principio para ser miembro y jefe del grupo de los doce, es confirmado en su preeminencia sobre el grupo: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia", "- Pedro, ¿me amas más que éstos? -Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. -Apacienta a mis ovejas", "Confirma a tus hermanos en la fe". Son indicaciones más que claras para entender la misión de Pedro en la Iglesia que, evidentemente, no podía acabar con su muerte, por lo que la institución no es solo sobre la persona, sino que trasciende el tiempo como algo estable que debe perdurar en la historia. Pablo, pasando de perseguidor de Cristo y de los cristianos a ser su anunciador y perseguido por su nombre, se convierte en el apóstol de los gentiles, los que estaban más lejos de ni siquiera pensar en una salvación eterna por Jesús: "Pablo, ¿por qué me persigues? -¿Quién eres, Señor? -Soy Jesús, a quien tú persigues". "Resérvenme a Pablo". En ambos, la Gracia divina actúa portentosamente, como dando a entender que serán el sustento de la obra grandiosa que, llevará la Iglesia adelante en el futuro. Pedro es el primer Papa de la Iglesia. Ambos rinden sus vidas en Roma, la Iglesia que "preside en la fe", según San Agustín, por lo cual Roma pasa a ser la sede papal. Sobre la figura del Papa, por la misión esencial que cumplirá en la Iglesia, está la continua inspiración divina, tal como ocurrió con Pedro y fue alabado por Jesús: "¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos". En efecto, la fe nos dice muy claramente que en sus cuestiones siempre estará de por medio la inspiración directa de Dios sobre el Papa, pues es Él mismo el que lo ha elegido y lo ha colocado donde está.

Está claro que el Papa no es un aparato con control remoto desde el cielo. Es un hombre que ha sido elegido anteriormente para ser Sacerdote de Cristo y ha ido perfilando su fidelidad, su responsabilidad, su caridad, su sentido de servicio al mundo y a la Iglesia, su unión plena con Dios y con sus intereses. Y todo lo ha hecho manteniendo su propia personalidad, su identidad individual. Todo lo ha puesto al servicio de la unidad y de la vivencia sólida de la fe del pueblo que en las diversas tareas pastorales el mismo Jesús le ha ido confiando. Es un hombre que desde sus características propias ha sabido conjugar lo propio con lo de Cristo y lo de su Iglesia, y que ha sabido en su momento colocar por encima de lo que son los propios intereses, los intereses de Dios, de Jesús, de los hombres y de la Iglesia. Por eso, en algún momento, se le consideró digno y capaz de asumir la tarea de dirigir la nave de la Iglesia desde el Papado. Dios se compromete con la Iglesia que elige al sucesor de Pedro. Es una realidad de fe que debemos aceptar, por cuanto es una institución querida por Él dentro de la Iglesia, sostenida en toda la historia, y a la que Jesús mismo le prometió: "Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella". El Papado es la clave por la cual podemos comprender la solidez de la misma Iglesia. Aunque ella es mucho más que el Papado, éste le da solidez. Una institución del Papado sólida, da como resultado una Iglesia sólida. Cuando entendemos que el Papado se refiere al cuidado que debe sentir siempre la Iglesia por su parte, en el cumplimiento de la misión que le encomendó Jesús, debemos entender también que la solidez debemos sentirla siempre en ese campo de la fe. Y no siempre en otros campos que no corresponden a su tarea y que pudieran ser siempre opinables, aun cuando sea sin duda una opinión, la del Papa, siempre atendible por su conocimiento y experiencia humana y pastoral. Es decir, su campo propio, estando en el mundo, es el de la fe, el de la caridad, el de la fraternidad, el de la unidad. No se le pueden exigir, por lo tanto, actuaciones en las cosas que no le corresponden, aunque desde la fe pueda iluminarlas. Lo que sí le podemos exigir siempre es fidelidad a su tarea. Tal como lo entendió San Pablo al final de sus días que, haciendo retrospectiva de lo que había hecho en el cumplimiento de su misión, delante de Dios reconoce: "Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe". Es el esfuerzo que debe cumplir todo el que es puesto al frente de la Iglesia como Papa.

Y esto nos hace entrar en un campo mucho más propio, que es el de la responsabilidad de la Iglesia, de todos y cada uno de sus fieles, en el sostenimiento del Papa y de su misión en la Iglesia y en el mundo. No pueden los fieles cristianos desentenderse de esa responsabilidad. Así como se le exige a cada uno de los que elige Dios para ponerlos al frente de la barca de la Iglesia, así mismo también lanza su mirada sobre todos los fieles. La mirada de Jesús no es una mirada que se queda solo en la contemplación, sino que apunta a la asunción de compromisos. Aquella Iglesia que daba sus primeros pasos experimentó la persecución cruda, la violencia contra ella, incluso la muerte. Los apóstoles fueron los primeros que llegaron a sufrir de estos momentos de dolor en los cuales debían mantener su confesión de fe. Pero los cristianos, además de que también sufrían persecución y muerte, habían entendido que la suerte de los apóstoles los afectaba más que ninguna otra suerte, por lo cual se sintieron particularmente comprometidos a sostenerlos con su oración y su apoyo espiritual. Nunca como en esos momentos de persecución estuvo tan clara para ellos esta exigencia. Nunca para la Iglesia estuvo tan claro que la suerte de los apóstoles era la suerte de todos, pues eran los que estaban al frente. Y no dudaron un ápice en asumirlo como tarea propia. Cuando Pedro es hecho preso por Herodes, entusiasmado éste por la satisfacción que sintieron los judíos cuando asesinó a Santiago, para hacerlo correr la misma suerte y seguir complaciéndolos, la Iglesia entera entendió que no podían dejar de hacer su parte: "Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él". Esta oración humilde, dolorosa y confiada delante de Dios hizo su efecto. Cuando es liberado por el ángel de Dios, Pedro "salió y lo seguía, sin acabar de creerse que era realidad lo que hacía el ángel, pues se figuraba que estaba viendo una visión. Después de atravesar la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la ciudad, que se abrió solo ante ellos. Salieron y anduvieron una calle y de pronto se marchó el ángel. Pedro volvió en sí y dijo: 'Ahora sé realmente que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos'". Es la oración de la Iglesia la que logra que Dios realice el portento. Ese es nuestro compromiso como Iglesia. Jamás debemos dejar solo al Papa. Está en nuestras manos pues es nuestro guía, puesto allí por Dios para nosotros. Él lo ha elegido, lo inspira en la fe para que nos ilumine a nosotros, y nos lo da como compromiso. Nuestra oración por él lo hará mejor guía para nosotros y lo liberará de las cadenas del mal que pretendan encarcelar su espíritu. Nos podrá gustar más o menos cada uno de ellos, pero es el que Dios ha querido para cada momento de la historia del mundo y de la Iglesia, y que nos ha puesto en las manos como compromiso.

jueves, 18 de junio de 2020

Un Padre que nos ama y que quiere que lo amemos en Él y en los hermanos

Por qué el Padrenuestro es la oración más poderosa?

La oración es el alimento del alma. Mantener un contacto de intimidad con Dios, en el encuentro solitario de los dos corazones, es una necesidad absoluta para todo el que quiera ser auténtico discípulo de Jesús, miembro de una Iglesia que avanza hacia la santidad, hermano de todos los que con él caminan en la misma búsqueda del Padre Dios. Y es una necesidad pues es lo que manifestará externamente la vida que se posee. De la oración surge el deseo de esa vida que se recibirá por sus canales naturales que son los sacramentos, y de ella se recibe también el alimento que la sostiene y la hace cada vez más sólida. Quien mantiene una vida de oración activa, teniendo ese encuentro sabroso, íntimo, constante, absolutamente compensador, es una persona que hace que crezca la gracia que posee y es capaz de transmitirla. Orar no es perder tiempo. Orar es ganarlo, pues todo el tiempo que se invierte en la oración está recompensado con una vida más plena a nivel personal, colmada de gozo interior, consciente de que las cargas van siendo compartidas con Aquel que se ofrece a ser alivio y fortaleza en el camino, teniendo clara la meta hacia la que se dirigen todos los esfuerzos, lleno de la ilusión de saber que en el camino vivirá el gozo de poder convivirla con los hermanos y que en ese final del camino hay un estado de alegría sin fin y una compensación en el amor que no tiene igual en ninguna realidad de la tierra. Y es ganarlo, además, pues se adquiere la conciencia plena de no vivir en una situación de individualidad absoluta, egocéntrica, ya que la oración nos conecta con todos los demás que son también hijos de Dios, nos hace partícipes de su misma vida, por lo cual lo asumimos como tarea y responsabilidad propia, y nos sentimos lanzados a vivir en solidaridad y fraternidad con todos ellos pues sabemos que es Dios mismo, en esa oración comprometedora, el que está poniendo esas vidas en nuestras manos. Ciertamente, la oración tiene una compensación personal inmensa, pues es "el encuentro de dos corazones que se aman", a decir de Santa Teresa de Ávila, pero tiene un complemento comunitario que la hace tener un sentido agregado, que se añade al del encuentro íntimo, ya que en la oración del cristiano tiene cabida toda la realidad que él vive, y por eso en ella se hacen presentes también todos los hermanos y las circunstancias que cada uno de ellos vive.

Cuando Jesús invita a orar a los discípulos les pide, y en ellos nos pide a todos los cristianos, a que no gastemos muchas palabras: "Cuando recen, no usen muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No sean como ellos, pues su Padre sabe lo que les hace falta antes de que lo pidan". Nos invita a no pensar que a Dios le gusta nuestro palabrerío. Lo que a Dios le gusta es nuestro encuentro con Él en la intimidad y en el que damos cabida al silencio en el cual le ofrecemos la oportunidad de dirigirse a nosotros. El mucho hablar nuestro puede tener como consecuencia el impedir que Dios nos hable. Teniendo Él el deseo de entrar en contacto con nosotros, le obstaculizamos esa intención cuando llenamos todo el espacio nosotros con nuestras palabras muchas veces vanas. La oración es un intercambio y nosotros, lamentablemente, lo convertimos frecuentemente en un monólogo. En ella estamos presentes solo nosotros. Tenemos con frecuencia la tentación de colocar a Dios tan lejos de nosotros, incluso en nuestra oración, que ella se convierte casi en un encuentro con nosotros mismos. Decimos cosas que nos gustaría escuchar a nosotros, sin pensar en Dios. Es casi una representación teatral en la que solamente buscamos quedar bien. Así, la oración llega a ser simplemente una búsqueda de justificación y de satisfacción personal. Para que la oración sea transparente y fructífera debemos dejar de ser lo que queremos representar y ser nosotros mismos delante de Dios. Al fin y al cabo Él sabe bien lo que somos cada uno. Y lo sabe mejor que nosotros. Y para facilitarnos ese camino, Jesús mismo nos ofrece una oración que nos pone en el camino de lo que debe ser: "Ustedes oren así: 'Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal'”. Las dos palabras iniciales son la condensación de toda la oración. Dios es Padre y es nuestro, es decir, tiene que ver directamente con la vida de cada hombre, pues es la razón de la existencia de cada uno y de su subsistencia y posee como Padre una relación de amor con sus hijos que hace que el intercambio con Él sea totalmente entrañable. Podría decirse que esa relación es tan íntima como la que describe San Pablo, en la que entramos en contacto con Dios llamándolo Abbà, que es un diminutivo cariñoso hebreo (papá, papi, papaíto), que usa el niño con su padre. Y es nuestro, no solo mío, lo que nos lanza a la vida de la comunidad que quiere Jesús que vivamos con conciencia sólida.

En efecto, es interesante que Jesús no nos enseñe la oración con el singular de la primera persona, sino con el plural, siendo como es, una oración que nos invita a hacer en la intimidad del corazón. Existiendo cada uno de nosotros, sin duda, individualmente en la presencia de Dios y en su corazón, Él quiere que nuestra expresión, cada vez que nos dirigimos a Él, sea en la plena conciencia de que formamos parte de una gran comunidad que conformamos todos los que somos hijos suyos. No pedimos, por lo tanto, cosas para el disfrute personal, lo que nos puede llevar a encerrarnos en nosotros mismos, sino cosas para todos, lo que hace que nuestra conciencia de comunidad sea cada vez más sólida. En la oración del Padre nuestro no hay una sola vez una referencia a lo singular. Siempre es a lo plural. Las siete peticiones que se hacen son para todos, no para uno solo. Jesús quiere que nuestra oración esté siempre sustentada en lo único que le da solidez, que es el amor. No está sustentada en la conveniencia, en la búsqueda de prerrogativas, en la satisfacción personal y egoísta, en la huida del mundo, en la persecución de quedar en una bella figura delante de Dios. Nada de eso tiene sentido en la relación con Dios y más bien hace repugnante la oración dirigida a Él de esa manera. Solo el amor lo explica. Cuando Jesús nos enseña a orar quiere en primer lugar que vivamos el amor desde el cual vamos a hacer nuestra oración. Que sintamos el inmenso amor que Dios nos tiene, por lo cual lo llamamos con toda propiedad Padre. Que tengamos plena conciencia de que existimos por un gesto infinito de amor suyo y de que nos mantenemos en esta vida porque su providencia sigue estando siempre dirigida por ese inmenso amor hacia nosotros. De que nos ama con amor de Padre. Y que respondamos desde lo más profundo de nuestra convicción y de nuestro corazón también con amor. Un amor que nos conecta a Él como al niño con su papá, por lo cual se abandona en él y pone su absoluta confianza en sus manos, sabiendo claramente que su papá jamás le hará daño y siempre querrá lo mejor para él. Y un amor que debe estar siempre también conectado con los demás, porque es Padre nuestro, no solo mío, por lo que, al amarlos Dios con el mismo amor con el que me ama a mí, estoy yo también llamado a amarlos con el mismo corazón y con la misma intensidad. Jesús quiere que tengamos la perfecta vivencia del amor. Del que Dios me tiene a mí, del que yo le tengo a Él y del que yo le tengo a mis hermanos. El Padre nuestro es una oración que me llama a la plenitud. A no quedarme en las exigencias menores, sino en las mayores que me llaman a dar lo mejor de mí a Dios y a mis hermanos, para recibir de Él y de ellos lo mejor que me pueden dar, que es también su amor infinito.

miércoles, 17 de junio de 2020

"Obras son amores y no buenas razones"

Pin en Evangelio del día

El sistema premio-castigo es tan antiguo como los hombres. Es natural que los hombres persigamos ser reconocidos en las cosas que hacemos, sobre todo si consideramos que ha sido necesario un gran esfuerzo para lograrlo. De cierta manera nuestro progreso general, en lo humano, en lo familiar, en lo profesional, tendrá una mayor motivación si el premio que se persigue es más grande. Los niños aprenden a responder a las indicaciones de sus padres cuando les son ofrecidos premios por su esfuerzo. Los jóvenes también persiguen el obtener ganancias por el esfuerzo que hacen en su hogar o en su instituto educativo. El joven ya maduro se pone como meta un título académico o el logro de un buen trabajo, y en la persecución de esa meta, que sería su premio, colocan un esfuerzo superior. El buen profesional busca como reconocimiento su promoción a puestos de mayor categoría en el desarrollo de sus labores. El artista busca superarse cada vez más y se enorgullece cuando su obra es reconocida y obtiene premios en su campo. Los esposos se alegran cuando son reconocidos por su cónyuge en los esfuerzos que hacen por hacer de la vida matrimonial un lugar mejor, cuando logran mejores ingresos para cubrir los gastos domésticos, cuando van mejorando la calidad de vida de la familia, cuando es reconocida una buena comida que hayan cocinado. Los padres viven la alegría de los logros de sus hijos, de su buena conducta, de sus avances académicos, de sus buenas relaciones con los otros compañeros, y entienden que es un reconocimiento tácito a la formación que han ido recibiendo en casa. Los amigos buscan ser colocados en puestos privilegiados por sus camaradas al ser más simpáticos, al lograr hacer más agradable el tiempo compartido, al lograr sembrar en los otros no solo el disfrute vano de lo superficial, que en algunos momentos puede resultar lo indicado, sino que apuntan a una amistad más auténtica pues buscan sembrar también valores y virtudes, principios de vida sólidos que se vayan atesorando para una vida futura con mayor sentido. Si nos detenemos solo en estas consideraciones para la vida cotidiana de cualquier persona humana, el reconocimiento que recibamos en estos campos nos animará a seguir haciendo el esfuerzo por hacer mejor cada vez más nuestras realidades.

Ese sistema premio-castigo puede lograr que el mundo sea un mejor lugar para todos. Sin duda, todos necesitamos, en cierto modo, el ser reconocidos para tener mayor ilusión en el esfuerzo por ser mejores. La dificultad se presenta cuando desvirtuamos esta realidad inobjetable en el hombre y buscamos solo nuestro provecho personal en ella. Hay quien solo lo hace por apariencia, y persigue reconocimientos única y exclusivamente para alimentar su ego, haciendo que los otros casi caigan de rodillas a sus pies. Los manipulan y aparentan ser buenos con algunas acciones aisladas, cuando en realidad ellas están muy alejadas de la bondad de la que deben estar revestidas. Son los engañadores de oficio que hacen que los demás los admiren por un disfraz que no representa la realidad de lo que en verdad hay en ellos. Lamentablemente esta conducta se ha enquistado en nuestra realidad cotidiana y son muchos los que se aprovechan de la inocencia de tantos y obtienen un prestigio basado en la mentira y en la manipulación. La política, el mundo artístico, la publicidad basan muchos de sus logros en esta desleal actuación. Por otro lado, existen también los que, sin toda la malicia del caso anterior, se crean la necesidad de ese reconocimiento para basar en él sus buenas actuaciones, y cuando no existe, no encuentran motivación para seguir actuando bien. Hacen depender el hacer buenas cosas y el esforzarse en ser mejores solo en el ser reconocidos. Cuando no hay ese reconocimiento consideran que no deben seguir actuando con buenas maneras y persiguiendo la excelencia. Se contentarían así con las actuaciones mediocres o de regular calidad, pues no valdría la pena seguir esforzándose en ser mejores, ya que nadie los reconoce. Con ello, se estaría promoviendo el mundo de la mediocridad, pues solo se estaría realizando un  esfuerzo mínimo para llegar a cumplir con lo propio solo a regañadientes. Es un mundo gris en el que la buena calidad no existiría y en el que estaría ausente también la excelencia. Quienes así piensan y actúan olvidan que ese mundo mejor será una ganancia también para ellos mismos, por lo que el esfuerzo mayor en lograr más altas metas sería un beneficio igualmente para sí mismo. Pero en este sistema premio-castigo debemos también tener una óptica superior, que es a la que nos invita Jesús. Si en lo humano el reconocimiento puede resultar algo positivo si lo mantenemos en ese nivel de bondad como acicate para sentirnos animados a hacer obras buenas, en lo espiritual debemos tener una óptica superior, mucho más elevada.

Jesús nos dice que ese reconocimiento humano no nos debe importar nada cuando se trata de las obras espirituales. Que no debemos basar la búsqueda de la santidad, del crecimiento interior, de una cercanía a Dios y a los hermanos desde el amor, en el reconocimiento que podamos obtener de los otros. Es lógico que así sea, pues no es de ellos que obtendremos la salvación, ya que ella es solo don de Dios. No es el reconocimiento por nuestras obras que podamos obtener de los hermanos lo que nos abrirá las puertas del cielo, sino que es el reconocimiento en la intimidad del corazón que nos puede hacer Dios el que lo hará. "Cuiden de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tienen recompensa de su Padre celestial". Quien se contenta con el reconocimiento de los demás, y realiza obras buenas solo para ser visto por ellos, pierde toda la riqueza que esas buenas obras pueden significar. Se queda en lo horizontal, sin permitir que ellas tengan trascendencia futura. En la limosna, en la oración y en el ayuno, las mejores obras espirituales que podemos realizar para acercarnos a Dios y a los hermanos, la calidad no podrá depender de la incidencia que tenga a la vista de los demás, sino de la que tenga en el mismísimo Dios: "Y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará". Esas obras no pueden servir de ostentación delante de los otros, sino que deben ser ofrecidas a Dios desde la humildad, en lo escondido del corazón. La caridad con el hermano, la relación con Dios y el ofrecimiento de los propios esfuerzos y sacrificios a Él, solo deben quedar en la íntima relación entre el hombre y Dios. Si son publicitados con bombos y platillos pierden todo lo que de bondad puedan representar para el mismo sujeto. Dios no quiere que seamos "buenos" como una manera únicamente de publicitarnos ante los demás. La bondad de vida no es una apariencia que debemos representar al mundo como si fuera una obra de teatro en la que la representación no estaría sustentada en la verdad. Esa bondad de vida debe ser una realidad que esté inobjetablemente presente delante de Dios y que logrará para quien la vive el premio final: "Siervo bueno y fiel, entra a gozar de la dicha de tu Señor". Es este el reconocimiento más deseado para quien es bueno de raíz, y no únicamente cuando está siendo visto. Esto lo logra solo quien vive transparentemente delante de Dios y sabe que su vida está toda ella siempre presente delante de Él. Sabe bien que a Dios no lo puede engañar y por ello su bondad es el movimiento natural de su ser y es lo que ofrece desde sus manos limpias al Dios del amor.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Tus pastores, Buen Pastor, necesitan también ser pastoreados

No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal - ReL

Es hermosa la labor del pastor. La imagen del pastor es ideal para explicar lo que corresponde hacer a quien es encargado de una comunidad, como es encargado el pastor por el dueño del rebaño de su cuidado, de su defensa, de su alimentación. No se trata, evidentemente de un "trabajo" en el que basta cumplir con un horario y la aplicación de algunas técnicas generales que probablemente servirían en cualquier circunstancia. Como apunta Jesús, el asalariado no siente una responsabilidad directa sobre el rebaño, pues lo ve solo como el medio para producir bienes para sí mismo y para su sustento. Algunas situaciones que supongan un cierto riesgo las evitará y huirá de ellas. El verdadero pastor siente que el rebaño es suyo, que de él depende en todo, que se debe preocupar de su bienestar y de su defensa en los peligros, que debe buscar siempre los mejores pastos para procurar su mejor alimentación. De alguna manera, el verdadero pastor conecta su vida con la de su rebaño y sabe que su bienestar pasa por el bienestar del rebaño. Por eso es tan natural ver cómo el pastor conoce a cada una de sus ovejas, conoce sus nombres, sus necesidades, sus debilidades, y es también natural cómo cada oveja confía radicalmente en su pastor y en ningún otro, pues éste le ha demostrado siempre su cariño, su preocupación, su denuedo en favor de ella. De alguna manera vale afirmar que la vida del pastor como tal, en el ejercicio de su responsabilidad, no se acaba nunca, porque nunca deja de haber necesidad en el rebaño. Siempre habrá alguna oveja que necesite de algún cuidado especial, de una atención específica, de una curación. Los enemigos del rebaño no anunciarán jamás el momento del ataque, por lo que hay que estar en continua vigilia. La sed y el hambre se presentan sin hacer tregua nunca. Es dura la vida del pastor pues no tiene descanso. O al menos porque debe estar en buena disposición siempre pues no faltarán los momentos en los que se le requiera para algo extraordinario. Evidentemente, esa relación paternal en la que se siente tan grande y profunda responsabilidad hace que se establezca un vínculo inquebrantable entre el pastor y las ovejas, y entre cada oveja y su pastor. Es una relación de amor que se basa en la procura continua del bien para el amado. El que ama pretende siempre el bien del amado, busca evitarle todo daño, basa su propia alegría en el bien del otro. Quien ama nunca cejará en su empeño de hacer feliz al otro, por encima de cualquier otra búsqueda. Su dolor más grande estaría en ser separado de su objeto de amor. Es el dolor que se yergue en todos los miembros. En el pastor y en las ovejas.

Ejemplo de ello lo tenemos en la vivencia de San Pablo cuando es llevado a ser juzgado, lo que implicaba el ser separado de aquellos a los que había anunciado la extraordinaria noticia de la salvación. Por ellos había entregado su vida, había sobrellevado situaciones extremas y límites, había asumido dolores, sufrimientos y persecuciones terribles. Nadie puede negar que San Pablo realmente había asumido su condición de pastor de aquel rebaño que el Señor ponía bajo su resguardo. Por su rebaño había sufrido humillaciones, exclusiones, violencia extrema, apedreamientos, hasta intentos de asesinato. Todo lo había asumido por el inmenso amor que sentía por cada una de sus ovejas. Pero llegaba el momento de la despedida. Y era como un desgarramiento interno para él: "Yo sé que, cuando los deje, se meterán entre ustedes lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso de entre ustedes mismos surgirán algunos que hablarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos en pos de sí. Por eso, estén alerta: acuérdense de que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular". Era el mensaje que daba a los que dejaba encargados como nuevos pastores, en sustitución suya. Les dejaba su corazón, pues era el desgarramiento total que sufría. Su interés no se basaba en algo personal. Solo estaba interesado en que la noticia del amor fuera recibida por todos de manera clara: "Ahora los encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene poder para construirlos y hacerlos partícipes de la herencia con todos los santificados. De ninguno he codiciado dinero, oro ni ropa. Bien saben ustedes que estas manos han bastado para cubrir mis necesidades y las de los que están conmigo". San Pablo era, sin duda alguna, pastor de pastores, pues entendía que todos debían ser guardados bajo sus alas protectoras. Eran su familia, había dado la vida por ellos, todo lo había puesto en función de la noticia del amor. Era una relación entrañable que se basaba en el intercambio de amor, en la admiración, en la escucha y en el seguimiento. Por eso, la despedida es tan sentida: "Cuando terminó de hablar, se puso de rodillas y oró con todos ellos. Entonces todos comenzaron a llorar y, echándose al cuello de Pablo, lo besaban; lo que más pena les daba de lo que había dicho era que no volverían a ver su rostro". 

Es una historia que se repite, en la misma tónica de la que había vivido antes el Maestro. Jesús también sintió la tristeza de la despedida y la nostalgia que producirá ya su ausencia en medio de los discípulos. A ellos y a Él mismo. La oración sacerdotal de Jesús ante el Padre descubre ese corazón que ama infinitamente, que se siente verdadero pastor, que nunca abandona a los suyos: "Levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo: 'Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba ... Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría cumplida'". Jesús es el Buen Pastor. Así se define Él mismo. Y como tal, también había establecido una relación entrañable con cada uno de los suyos. Pero ahora sabía que tocaba ausentarse físicamente de en medio de ellos. Quedaban como nuevos pastores de ese inmenso rebaño que Él había recibido de las manos del mismo Padre, pero también sabía que esos pastores habían sido a su vez pastoreados por Él, y no quería dejarlos acéfalos. Los pastores necesitaban ser también pastoreados. Ellos deberán asumir que ese pastoreo deberán realizarlo en medio de un mundo que no los aceptará, como no aceptaron a Jesús, su pastor: "Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo". Los valores que viva ese mundo estarán muy lejos de los que promulgarán ellos y que intentarán sembrar en todas las ovejas que vayan a formar parte de su rebaño. Por eso, el pastoreo bajo el cual se encontrarán será un pastoreo superior: el del mismo Jesús y el mismo Padre, que los resguardarán de manera extraordinaria: "Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad". El Buen Pastor Jesús es el gran pastor de los pastores. Y estos cumplirán su tarea bajo su auspicio y su protección. Es una figura que no envejece ni desaparece. Hoy estamos bajo la guía de los nuevos pastores, que nos preparan para recibir triunfalmente en nuestro corazón el amor y la salvación del Padre. Pero también ellos necesitan ser pastoreados. Por eso, lo mejor que podemos hacer es, como San Pablo y Jesús, poner a cada uno de nuestros pastores en las manos de Jesús y del Padre, para que sean pastoreados por Ellos, resguardándolos y llenándolos del amor por nosotros, su rebaño.

jueves, 5 de marzo de 2020

Me creaste y te comprometiste a poner todo lo que necesito en mis manos

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Una de las formas principales de oración de los cristianos es la de la petición. Podemos dirigirnos a Dios para alabarlo reconociendo su gloria, para glorificarlo, para reafirmar nuestro reconocimiento de su absoluta trascendencia. También podemos hacerlo agradeciendo su providencia amorosa por la cual procura para nosotros todos los bienes y nos da todos los beneficios que podemos disfrutar de la creación que Él ha puesto en nuestras manos. Igualmente nuestra oración puede estar motivada por la absoluta humildad de reconocernos necesitados del perdón amoroso y misericordioso de Dios, fuente de toda piedad, y el único que puede realmente perdonar nuestras faltas. Alabar, agradecer y pedir perdón son las formas mejores por las cuales podemos dirigirnos a Dios. Si pudiéramos hablar de grados de perfección, en el orden en que están nombradas son más perfectas. Todas son buenas, pues todas nos ponen en contacto con Dios, y nos aseguran que al ponernos en contacto con Él lo estamos haciendo presente en nuestra vida cotidiana, y no estamos reduciendo su presencia a algunos momentos "estelares" de ella. El mismo Dios no quiere estar confinado en un rincón de nuestra existencia, del cual lo sacaríamos ocasionalmente para pedirle algo, para solicitar su perdón, para esperar su consuelo... Sería un contacto con Dios reducido casi solo a una relación de conveniencia, que tendríamos únicamente para la obtención de beneficios. No es esa la relación que Él quiere tener con nosotros. Su presencia en nuestras vidas ciertamente es continua. Y la meta a perseguir es que cada uno pueda hacerse consciente de ello.

Esta es la invitación que nos hace Jesús, cuando nos llama a pedir, a buscar, a llamar. Nos asegura que obtendremos respuesta, pues nos encontramos ante un Dios bueno, que no dejará de llenarnos de beneficios: "Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de ustedes le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden! Así, pues, todo lo que deseen que los demás hagan con ustedes, háganlo ustedes con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas". Dios ha creado todo lo que existe para nosotros y lo ha puesto en nuestras manos. Todo lo que necesitamos está en nuestra manos, en la medida en que la accesibilidad a los bienes sea más sencilla. Cuando los beneficios no son ordinarios, es decir, no están a la mano, sino que entran en un ámbito superior, de bendición y de providencia, basta que se lo pidamos al Señor, dador de todos los bienes, y Él en su providencia amorosa, viendo la mejor conveniencia para nosotros, nos lo concederá. Él es ese Padre amoroso que jamás dará una piedra o una serpiente a sus hijos amados. Es el Padre que nos ha creado, haciéndonos surgir de la nada y nos ha colocado en un mundo también creado por Él para nosotros, en el cual encontramos todo lo que nos sirve para subsistir. Si esto se da en el orden material, con mayor razón se da en el orden espiritual, que es en el cual obtendremos siempre las mayores riquezas.

La razón última de la acción de Dios en nuestro favor es el reconocimiento de nuestra indigencia, de nuestra absoluta necesidad de Él en nuestra vida. La oración de petición tiene su fundamento en el reconocimiento de que Dios es la fuente de todo beneficio, de que en ningún otro obtendremos lo que necesitamos para poder subsistir y seguir adelante. A la oración de alabanza, de acción de gracias y de perdón, le sigue en perfección la oración de beneficios. Es la menos perfecta de todas, pero es a la que nos invita Jesús con mayor vehemencia. Sabe que somos necesitados y por ello nos llena de la esperanza de que esa necesidad siempre será cubierta por el Dios de amor y de providencia. Así debemos entenderlo todos: "Yo he escuchado en los libros de mis antepasados, Señor, que tú libras siempre a los que cumplen tu voluntad. Ahora, Señor, Dios mío, ayúdame, que estoy sola y no tengo a nadie fuera de ti. Ahora, ven en mi ayuda, pues estoy huérfana, y pon en mis labios una palabra oportuna delante del león, y hazme grata a sus ojos. Cambia su corazón para que aborrezca al que nos ataca, para su ruina y la de cuantos están de acuerdo con él. Líbranos de la mano de nuestros enemigos, cambia nuestro luto en gozo y nuestros sufrimientos en salvación". Ésta no es una oración que busca beneficios materiales. Aquí se solicita de Dios su compañía para vencer al enemigo. Es una oración que exige de quien la hace la humildad del reconocimiento de que de Dios solo obtendremos los beneficios que necesitamos, y que nunca nos negará esos beneficios que vienen solo de Él. Solo quien es verdaderamente humilde delante de Dios y se acerca a Él en el reconocimiento de que es la fuente de todo beneficio, material o espiritual, abandonando la pretensión de poder lograr individualmente la meta que se quiere alcanzar, obtendrá de Él el pan de su bendición y el pescado de su providencia. Él es el Dios de amor y de providencia, el que nos ha creado y ha puesto en nuestras manos todo lo que necesitamos para subsistir, y quien se ofrece para que tengamos siempre lo que necesitamos, especialmente aquello que no está siempre a la mano, y que surge de su corazón de amor, pues al habernos creado se ha comprometido con nosotros a hacernos llegar todo lo que necesitemos. Por un lado está, entonces, su amor todopoderoso y providente. Y por el otro, estamos nosotros, que debemos considerarnos indigentes y absolutamente necesitados de Él y de su amor.