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sábado, 26 de junio de 2021

Llamados a una eternidad final de felicidad y plenitud

 Talitha kum"

"Talita Kumi", "Niña, a ti te lo digo, levántate y anda". Es la invitación acuciante de Jesús a la niña muerta. Y es la misma invitación que nos hace a todos. Ninguno de nosotros deja de escucharla, pues los seguidores de Cristo estamos llamados a la verticalidad, no a la postración destructiva de nuestro ser. La verdad más relevante que surge luminosa en esta liturgia es la de una situación final a la que todos estamos llamados: No somos seres para la muerte, sino que hemos sido creados para la vida eterna. Nuestro final no es de postración sino de elevación. No puede ser de otra manera, pues de las manos de Dios nunca podrá surgir la frustración de la vida de sus hijos, en la desaparición oscura, sino que de ellas brota solo vida en abundancia, llena de amor y de eternidad. El fin de los hombres es el fin de la gloria. Es el mismo recorrido que ha realizado Jesús. Y ese mismo recorrido es el que está marcado para cada uno de nosotros. En nada seguiremos un itinerario distinto. Él nos abre el camino, y es el mismo que, paso a paso, seguiremos cada uno. La claridad con la que lo expresa el autor del libro de la Sabiduría es meridiana. Somos los seres de la luz y de la vida. La convicción es tal, que pugna por hacerlo entender a todos. No hay verdad más iluminadora que esta. Porque Dios nos ha creado para sí, nuestra solidez se basa en que nunca desapareceremos, pues estamos llenos de la genética espiritual de eternidad. Somos les seres de la resurrección, y eso jamás podrá cambiar, pues el signo será siempre el de la trascendencia. Solo quien se sustraiga a sí mismo de una luminosidad tan clara, despreciando la llamada a ese levantamiento del espíritu, y se quede en el absurdo de la horizontalidad mortal, sirviéndose a sí mismo, quedándose tontamente en el servicio egoísta y narcisista, verá frustrada la invitación hecha por el Señor, y caminará directamente a su destrucción, prefiriendo la total inmanencia y despreciando la llamada a ser más, a llegar a la plenitud: "Dios no hizo la muerte ni se complace destruyendo a los vivos. Él todo lo creó para que subsistiera y las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo reina en la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo a imagen de su propio ser; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los de su bando". El camino es claro y luminoso. No puede haber extravíos. No hay posibilidades para ello.

En este sentido, la marca es la de la caridad mutua. La Iglesia, instrumento de salvación, insiste una y otra vez en que nuestra vida de fe nada tiene que ver con la individualidad. Más aún, si existen dificultades entre los hermanos más necesitados, a lo cual podemos percibir que muchos insisten en hacerse la vista gorda, sin duda influidos por un mundo que mira con muchísima más atención los intereses mal sanos a los que lo lanza a un entendimiento incorrecto del progreso humano, que pone el acento en un autoservicio quizá individualmente satisfactorio, pero que no tiene en cuenta el amor y la solidaridad, pues se basa en un egoísmo exacerbado, que es lo más destructivo contra la misma humanidad. Esos mismos terminarán siendo víctimas de su propio desatino. No hemos sido creados para el individualismo y todo lo que lo favorezca será siempre destructivo. Más aún, autodestructivo: "Hermanos: Lo mismo que sobresalen en todo - en fe, en la palabra, en conocimiento, en empeño y en el amor que les hemos comunicado -, sobresalgan también en esta obra de caridad. Pues conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por ustedes para enriquecerlos con su pobreza. Pues no se trata de aliviar a otros, pasando ustedes estrecheces; se trata de igualar. En este momento, su abundancia remedia su carencia, para que la abundancia de ellos remedie la carencia de ustedes; así habrá igualdad. Como está escrito: 'Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba'". Es la solidaridad en la que todos somos iguales, y en la que todos los hermanos ponen el hombro, de modo que podamos vivir en un mundo más justo y más humano. ¡Cuántas injusticias, cuánta miseria, cuántas soluciones a los problemas del mundo, desaparecerían si nos esforzáramos por entender y por vivir esta realidad tan sencilla!

Son los gestos que nos pide Jesús que demos ante un mundo que está perdiendo el valor de la solidaridad y del amor. Es en la confianza serena y segura donde está nuestra solidez. No somos débiles al abandonarnos en ese amor y en esa confianza. Al contrario, nos transformamos en los hombres más poderosos, pues se coloca a nuestro lado todo el poder del amor de Jesús por los hombres, lo cual ha sido ya demostrado en toda su magnificencia, con su muerte aparentemente débil en la cruz, pero convertida en la fuerza más poderosa, pues en ese gesto de entrega y de muerte traía consigo la muerte de la misma muerte, lo cual refrendó gloriosamente con su resurrección. Ese poder, Jesús está dispuesto a demostrarlo cada vez que sea necesario: "En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: 'Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva'. Se fue con Él y lo seguía mucha gente. Llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: 'Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?' Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: 'No temas; basta que tengas fe'. No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo: '¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida'. Se reían de Él. Pero Él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: 'Talitha qumi' (que significa: 'Contigo hablo, niña, levántate'). La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña'". Delicadeza extrema del amor de Jesús. Los detalles nos hablan de que no quiere ser un simple mago que cura, sino alguien que toma a la persona para sí y se ocupa de todos los detalles. Hasta del gesto de pedir que le dieran de comer para que tuviera las fuerzas necesarias. Es un Dios detallista que nos ama al extremo, y que cada detalle de nuestra vida lo tiene presente. Por eso, tiene sentido que nos invite a lo trascendente. Que nos elevemos. Que miremos hacia arriba siempre, sin quedarnos solo en lo horizontal. Nuestra vida está llamada a la trascendencia y no podemos estorbar ese camino. Nuestra existencia debe vivir, sí, pisando firmemente en la realidad que nos circunda, pero siempre suspirando por esa eternidad a la que somos todos convocados.

La fuente de la vida y del amor manará siempre para nosotros

 Catholic.net - Señor, no soy digno de que entres en mi casa

De entre las cosas que desea Dios, nuestro Padre, si es que adoleciera de algo, es una inmensa añoranza porque sus criaturas tengamos una confianza inconmovible en Él y en su amor. Es una añoranza de ninguna manera enfermiza, por cuanto se inscribe en el ámbito del amor que lo ha movido hacia fuera de sí y que tiene como único objetivo procurar la mayor felicidad del hombre surgido de sus manos amorosas y poderosas. En esta línea de acción divina solo busca una respuesta también de amor de quien experimenta continuamente ese amor benévolo. Es natural que se dé este movimiento, pues, aunque para Dios no existe ninguna necesidad, ya que en sí mismo es autosuficiente, la aventura de la creación en la que se inscribió, busca esa respuesta no para sentirse satisfecho, sino para que el hombre entienda que ese es el camino de su plena felicidad. Por eso, quienes han entendido esta manera de obrar y han sido dóciles a estas inspiraciones amorosas del Creador, el responder afirmativamente a estas insinuaciones del Dios de amor se transforma en fuente de serenidad incesante, y en prontitud en el descubrimiento de estos tesoros que sin duda llegan a ser la mayor de las riquezas que pueden obtener. La lluvia de bendiciones se transforma en una fuente incesante de vida y de gozo. Incluso en medio de las mayores dificultades y problemas, entienden que tener el corazón pronto para asumir con docilidad las experiencias del Espíritu, es con mucho, la mejor ruta. Es esto lo que Dios quiere que viva cada hombre elegido y salvado por su amor. La elevación de la mirada para poder percibir, en medio del tráfago del mundo, lo que verdaderamente tiene valor. Es por ello que la relación con Dios para estos hombres se convierte en fuente segura de confianza, de seguridad, incluso de satisfacción confiada en Él. Es hermoso tener confianza con Dios y manifestar esa confianza sin restricción. De esa manera, la relación con Dios se transforma en algo completamente satisfactorio, sin quiebres y llena de compensaciones sin par.

Fue esta la experiencia de vida que tuvo Abraham en las manos de Dios. Su experiencia de fe, abandonado totalmente en la voluntad divina, sin dejar de tener desencuentros y frustraciones, muestra que su seguridad la había puesto totalmente en las manos de Dios. No era él que decidía su suerte. Al máximo se colocaba en el camino del amor para seguir recibiendo la cascada de bendiciones por ser el elegido para ser el padre de una humanidad nueva que nacería al final de los tiempos y del cual él se había convertido en personaje central y primario. Es llamativa esta excelente disposición, por cuanto lo único que tenía en sus manos era una promesa de grandes maravillas. Y nada más. Establece así una relación de tal intimidad con el Señor que en el único sitio en el que encontraba seguridad y confianza era a la vera de su Elector. Al punto que de esa relación fluida y fresca, su misma esposa Sara toma también esa frescura de Dios, aún estando más ocupada en otras cosas más banales. La promesa de descendencia que reciben es tomada con agrado, pero con cierta incredulidad por Sara, en el atrevimiento mayor de desconfiar de ella. Dentro de lo maravilloso de las actuaciones divinas, Sara reacciona como reaccionaría cualquiera. Una pareja de ancianos, secos y estériles, reciben la mayor bendición que pueden recibir. Su hijo Isaac será quien concrete la alianza nueva que transformará la historia del mundo. Una tarea impresionante para quien vive solo de la humildad. Es la humildad necesaria delante de Dios para ser receptor de grandes bendiciones: "'Cuando yo vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo. Sara estaba escuchando detrás de la entrada de la tienda. Abrahán y Sara eran ancianos, de edad muy avanzada, y Sara ya no tenía sus periodos. Sara se rió para sus adentros pensando: 'Cuando ya estoy agotada, ¿voy a tener placer, con un marido tan viejo?' Pero el Señor dijo a Abrahán: -'¿Por qué se ha reído Sara, diciendo: 'De verdad que voy a tener un hijo, yo tan vieja?' ¿Hay algo demasiado difícil para el Señor? Cuando vuelva a visitarte por esta época, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo'. Pero Sara, lo negó: 'No me he reído', dijo, pues estaba asustada. Él replicó: 'No lo niegues, te has reído'". Es muy simpática la reacción de Sara, pero absolutamente natural. 

Esta confianza radical en Dios nos mueve a todos a presentarnos delante de Dios con esa humildad necesaria, pues solo así, reconociendo su amor y su poder que siempre estará a nuestro favor en medio de todas nuestra tribulaciones. El ejemplo lo tenemos en aquel centurión, seguramente hombre recio, de disciplina militar, muy consciente del orden jurídico, seguramente conocedor de Jesús por referencias de otros que, reconociendo que en ese personaje no está simplemente un profeta taumaturgo, que realizaba maravillas en medio del pueblo, sino un hombre que buscaba siempre hacer el bien, se le acerca sin ninguna duda para solicitar un  favor extraordinario, con la certeza de que no será desatendido. No pide algo para sí, sino para un criado. Incluso llega al extremo de confesar su fe de manera extraordinaria, cuando reconoce que Jesús puede hacer el milagro a la distancia. Apela a su propio ejemplo como personaje de autoridad para fundamentar que en Jesús hay una fuerza superior, pues es una confesión tácita de que para Dios no existe nada imposible: "'Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho'. Le contestó: 'Voy yo a curarlo'. Pero el Centurión le replicó: 'Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: 'Ve' y va; al otro: 'Ven', y viene; a mi criado: 'Haz esto', y lo hace'. Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: 'En verdad les digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac, y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los hijos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes'. Y dijo al centurión: -'Vete; que te suceda según has creído'. Y en aquel momento se puso bueno el criado". Esa confianza radical tuvo la compensación mayor. Es la compensación que da la fe por encima de todo. Dios es la fuente de todas las bondades. Y esa fuente está abierta siempre. No se cierra jamás. Nosotros solo debemos ascender en el espíritu para que nuestra mano esté siempre tendida hacia esa fuente de amor, que será causa de nuestro gozo, ya que manará siempre a nuestro favor. Y así, nunca fallará, como nunca ha fallado.

domingo, 20 de junio de 2021

Nuestra vida es la barca en la que Jesús calma las tormentas

 Parroquia de la Asunción de Ntra. Sra. Albaida - UNA FE EN PAÑALES Escrito  en 28 Enero 2017. Evangelio según san Marcos (4,35-41) Aquel día, al  atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «

Con mucha frecuencia los hombres nos encontramos en situaciones límite que ponen a prueba nuestra solidez y nuestra confianza en nosotros mismos. Son situaciones en las que resaltan nuestra fragilidad y nuestra debilidad de criaturas, pues aunque hemos sido creados desde el amor todopoderoso de Dios, no dejamos, ni dejaremos nunca, de ser criaturas surgidas de una mano que nos quiere suyos siempre, y que por lo tanto, ha dejado impreso en nuestro ser la necesidad de su amor y de la confianza en Él. Si hubiera puesto en nosotros capacidades superiores a las que ya poseemos, seguramente nuestra natural inclinación al egoísmo, hubiera ya desechado esa unión necesaria con el Creador. Ha sido ya una tentación cumplida en la humanidad, pues asistimos al ensoberbecimiento humano que ha llegado a creerse superior a lo que realmente es, y ha pretendido echar de su vida al Dios del amor, viviendo una vida aparentemente mejor, en la tranquilidad ilusa de la falta de necesidad de referencia a lo trascendente. La vida del hombre se convierte así en una carrera de autosatisfacción vanidosa, en la que los demás, lejos de ser hermanos, como lo son por la naturaleza social con la cual hemos sido creados, son competidores que hay que ir eliminando y dejando tirados en el camino. Se exacerba el egoísmo y se piensa que la vida está solo en las propias manos, por lo cual se hace innecesario otro apoyo. A esta tentación puede llegar a sucumbir incluso el que busca la fidelidad en Dios como su norte, pero que a fuerza de dolores y decepciones no recibe sino solo agravios. Es la sensación de soledad y abandono del favor de Dios lo que en esos momentos prevalece. Le sucedió al fiel Job, azotado por la tragedia, por lo cual Dios le tiende la mano tratando de convencerlo de que incluso en aquello trágico que Él permite que suceda, su favor no ha sido desplazado y que por encima de todo debe mantener su unión a su amor y su confianza radical, pues esa fidelidad al final tendrá su premio: "El Señor habló a Job desde la tormenta: '¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando escapaba impetuoso de su seno, cuando le puse nubes por mantillas y nubes tormentosas por pañales, cuando le establecí un límite poniendo puertas y cerrojos, y le dije: 'Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas?'". Esa ternura y la demostración de su amor es lo que debe surgir triunfante. Dios no quiere el mal del hombre, sino todo lo contrario. Y por ello, a su criatura le permite vivir su indigencia para que caiga en la cuenta de que solo unido a Él podrá encontrar la solidez añorada.

Quien asume esa parte esencial de la vida y la experiencia de la fe, llega a un punto en el que no hay más allá, sino solo abandono. En medio de su vida cotidiana todo quedará coloreado con el color del amor y de la confianza. Ciertamente es un camino de solidez, de madurez y de confianza, que necesitamos recorrer para llegar a esa novedad que nos plantea la exigencia del amor. La novedad absoluta de lo que implica ser cristiano tiene en esto un signo que lo debe evidenciar. Somos hombres nuevos, que deben vivir en la superación continua de una realidad que no puede quedarse en los mínimos. Esta madurez es un trabajo arduo que debe ser realizado sin descanso. Es difícil el camino, pues implica renunciar a las propias seguridades en las que nos podemos sentir tan cómodos. Para muchos es preferible contentarse con pisar firme donde están, que salir de la zona de confort en la que se han ubicado, pues así se evitan problemas y confrontaciones con el mundo y con los hermanos. Pero, al haber sido convocados a más, no podemos dar espacio libre al conformismo y a la pasividad, pues no hemos sido llamados a eso. En medio de incertidumbres y de inestabilidades, nuestra convicción debe apuntar a que estamos llamados a algo más y mejor. Somos los hombres nuevos del amor, y tenemos en Jesús la capacidad de deslastrarnos de lo ordinario, apuntando a lo máximo: "Hermanos: Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. De modo que nosotros desde ahora no conocemos a nadie según la carne; si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así. Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo". Y lo nuevo es hermoso, atractivo, totalmente compensador. Por ello, vale la pena dar los pasos necesarios para llegar a esa plenitud.

En esa línea está la oferta de Jesús. La llamada es acuciante, pues es para que avancemos continuamente en esa ruta de abandono en su amor y no nos detengamos. Él nos lanza al mundo, confiando inmensamente en sus salvados. Es la gracia que nos demuestra cuando coloca en nuestras manos esa responsabilidad. Es el mundo entero y cada hermano el que nos ha colocado como tarea. Ese mundo y esos hermanos son regalos de su amor puestos en nuestras manos. Son demostraciones de su amor y de su confianza infinitas por nosotros. No podemos hacernos los ignorantes ante tamaño favor. La criatura responsabilizada de lo creado. Pero Jesús lo hace buscando hacernos entender que necesitamos asumir que esa obra no será lograda en el ejercicio de una especie de poder sobrehumano que nos haya sido donado, sino en nuestra condición de indigencia, pues jamás dejaremos de ser simples criaturas que existen gracias a su gesto de amor. Esa referencia nunca debe faltar, pues es esencial para lograr avanzar. El episodio del mar calmado después de la tormenta es emblemático de esto. El mar embravecido es el mundo malo que se revelará a las insinuaciones amorosas del Señor. No comprende ese mundo que el único objetivo de Dios al permitir avatares, dolores, sufrimientos, no tiene nada que ver con movimientos de mal, pues jamás tienen como objetivo ese. Dios nunca actuará así, sino que apunta a que el hombre pruebe la necesidad que tiene de Dios y de su amor para subsistir. La aparente ausencia de bien no es tal, sino que es la ocasión para poder elevar la mirada y descubrir la altura a la que se nos llama. Por ello, aunque aparentemente duerma, Jesús está presto para alzar su mano en defensa de los suyos: "Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: 'Vamos a la otra orilla'. Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre su cabezal. Lo despertaron, diciéndole: 'Maestro, ¿no te importa que perezcamos?' Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: '¡Silencio, enmudece!' El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: '¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?' Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: '¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar le obedecen!'". Es la barca de nuestra vida. En ella va Jesús fortaleciéndonos y calmando lo que nosotros no podemos calmar. Es, en signo teológico, la barca de la Iglesia que también sufre en el mundo y lucha contra muchas tempestades. Pero es también nuestra vida la que lucha por bogar hasta el mar en calma que es el amor infinito de Dios y al que queremos llegar para vivir eternamente felices. Necesitamos la fe para lograrlo. Y Jesús nos tiende la mano para que la tengamos y nos abandonemos en ella.

sábado, 19 de junio de 2021

Nunca habrá en Jesús la exclusión de nadie al amor y a la salvación

 la semilla de cada dia: Aprendamos a mirar con una mirada nueva y limpia a  los demás igual que Jesús supo contar con el publicano Mateo para hacerlo  su apóstol y evangelista

Las elecciones de Jesús son totalizantes. No deja nada al acaso, sino que mira ya al final de la meta, pues su objetivo no es simplemente ganar adeptos a su causa de amor, sino la incorporación a ese ejército de personas que asuman el compromiso de la respuesta positiva que den. Es un gesto de confianza y de amor extremo por esos elegidos, pues de alguna manera indica que los incorpora a su obra de amor, que es la procura de la salvación de la humanidad entera, a la cual apunta desde el origen de la raza humana, y que lleva adelante con su misión de entrega en el sacrificio extremo de su abandono a la muerte en manos de aquellos que viene a salvar. No hay manera de deslastrarse de esta verdad contundente, pues su actuación concuerda con toda la que Dios ha demostrado desde el inicio de la historia. No es posible que en algún momento de esa historia, el ánimo del Salvador transmute a otro distinto. No actúa Dios jamás así, pues su amor es inmutable, como es su misma esencia. Por ello vemos a Dios siempre actuando en consecuencia con el mismo amor, sin cambiar un ápice el sentido de su conducta. Es de tal manera inmutable, que las continuas bendiciones caerán siempre como cascada sobre sus elegidos, pues Él se ha comprometido a que así sea. La vida de los fieles al Señor será una vida que tendrá siempre bendiciones evidentes, por encima de las exigencias que pueda tener. Quien se ha decidido a estar con Dios será un continuo receptor de bendiciones. La vida de Abraham es una muestra de ello. Lo vemos colmado de las bendiciones de Dios por haber sido fiel. Incluso ya al final de sus días lo vemos en continua recepción de bondades y de bendiciones, ya no para sí, sino incluso para su familia. Al morir su esposa, su heredero inaugura el camino nuevo de cumplimiento de esas promesas de generaciones que serán sus hijos, iniciando el caminar solidario del pueblo que se sabe lleno de bendiciones. Ya no es una cuestión particular, sino que afectará la historia de la humanidad. El matrimonio de Isaac asegura que la bendición es para la humanidad entera, por lo cual en el cumplimiento de la promesa estamos todos incluidos. Se convierte en algo familiar, por lo cual esa familia entera se convierte en bendición para el mundo entero.

Isaac, consciente de ser objeto de tales bendiciones, demuestra ser hijo de buen padre y de buena madre, y se acerca confiado al amor de Dios, abandonando su suerte en sus manos, y recibe así nuevas bendiciones. Lo toma incluso casi de manera natural, pues ya ha tenido manifestaciones previas de esa preferencia, ya que se sabe convocado a ser, por Abraham, padre de naciones: "Isaac había vuelto del pozo de Lajay Roi. Por entonces habitaba en la región del Negueb. Una tarde, salió a pasear por el campo y, alzando la vista, vio acercarse unos camellos. También Rebeca alzó la vista y, al ver a Isaac, bajó del camello. Ella dijo al criado: '¿Quién es aquel hombre que viene por el campo en dirección a nosotros?' Respondió el criado: 'Es mi amo'. Entonces ella tomó el velo y se cubrió. El criado le contó a Isaac todo lo que había hecho. Isaac la condujo a la tienda de su madre Sara, la tomó por esposa y con su amor se consoló de la muerte de su madre". Recibe el consuelo por el luto de su madre y la inminente partida de su padre, en atención a la tarea que le correspondía como el elegido del Señor para llevar adelante su papel de ser germen de la Iglesia, el instrumento que fundará Jesús para llevar su salvación a toda la humanidad y que está representado en ese pequeño grupo incipiente que surgía para el futuro de todos. Su papel está claro. Asumir sobre sus espaldas el inaugurar ese camino glorioso que recorrerá toda la humanidad llevada de su mano. Reconoce su misión y su papel en esta tarea que marcará indeleblemente la historia del mundo y que no cambiará nunca, pues está detrás el Dios fiel que lo ha elegido.

En esta convocatoria estamos incluidos todos. El hecho que en el caso de Abraham y su familia haya unos personajes concretos, de ninguna manera se debe entender como exclusividad. La llamada es global. Para todos y cada uno de los hombres. Y de alguna manera, entendemos que será preferencial para aquellos que necesitan más conversión. Cristo no necesita llamar a los ya conversos. Esos ya están ganados a la causa de salvación propia, de los hermanos y del mundo. No necesitan de médico los sanos sino los enfermos. Es la insistencia del Papa Francisco cuando nos hablas de la Iglesia en salida. Los que están ya en la serenidad por la correcta decisión de entrega al amor, ya tienen el camino avanzado. A los que hay que convocar es a los que dudan, a los que no terminan de dar el paso adelante, quizás por temor a sí mismos y a sus capacidades, a los dolores y sufrimientos que han tenido, a las persecuciones y burlas de los otros, o simplemente por indiferencia o ignorancia, o por una maldad expresa que les cierra la mirada a una realidad distinta y superior. En el encuentro de San Mateo con Jesús queda demostrado que Jesús está dispuesto a llegar al tuétano de la cuestión. Incluso enfrentando lo que los tradicionalistas defendían, la llamada a Mateo es una provocación para todos. Mateo era un pecador público. Un lacayo del Imperio romano invasor y tiránico. Todo judío que se pusiera al servicio de él, era un traidor y como tal debía ser tratado. Por eso no era lógica la conducta de Jesús ante un personaje tan deleznable a la vista de un buen judío. Lo correcto era el rechazo y la execración. No la cercanía. Jesús se coloca por encima de estos criterios, pues lo único que lo mueve es el amor: "En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: 'Sígueme'. Él se levantó y lo siguió. Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: '¿Cómo es que su maestro come con publicanos y pecadores?' Jesús lo oyó y dijo: 'No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan, aprendan lo que significa 'Misericordia quiero y no sacrificio': que no he venido a llamar a justos, sino a pecadores". Jesús tiene muy claro lo que lo mueve y lo que lo ha movido desde que asumió su misión de rescate. No es el rechazo a nadie, sino la llamada a todos por amor. Y nada lo distraerá de eso. Ni siquiera una tradición que lo llamaba al rechazo y a la exclusión. No es ese su papel y nunca buscará ejercerlo así. Su motor es el amor, la inclusión, la llamada amorosa a todos. Y es la llamaba que nos hace a cada uno, sin dejar uno solo de nosotros por fuera. Nos quiere a todos con Él. Y en eso se la irá la vida.

viernes, 18 de junio de 2021

La plenitud es segura. Es el regalo amoroso de Dios

 Buscad primero el Reino de Dios

La lógica del amor y de la fe supera con mucho a la lógica simplemente humana. Para nosotros es especialmente importante tratar de cuadrar todas las cosas en explicaciones razonables que nos dejen satisfechos, con una conciencia de claridad y de tranquilidad, pues de lo contrario siempre estaremos caminando inseguros, con la sensación de que no estamos pisando en firme, y por lo tanto, con la intranquilidad de un posible desequilibrio que nos crea desasosiego. En cierto modo, es esto lo que nos motiva a mejorar y a procurar que nuestro mundo y nuestros hermanos mejoren, pues hemos sido creados para la felicidad y para procurar la felicidad de los demás. Es nuestra tarea y no podemos renunciar a ella. Dios nos ha hecho responsables de ello, y en procurarlo se nos debe ir la vida. Junto a esto, es necesario que tomemos la trascendencia de nuestras acciones, pues al ser llamados a la eternidad, este progreso no se puede detener cuando aparezcan los obstáculos que seguramente nos encontraremos en el camino. Los primeros serán los que ponemos nosotros mismos, al considerarnos incapaces de llevar adelante semejante tarea. Sin embargo, esto, más que escollos en el camino son la verdadera oportunidad que nos pone el Señor para que asumamos que esa lógica, la del amor y de la fe, supera nuestra simple expectativa humana que, al ser limitada, porque lo somos naturalmente, nos llama a precisar nuestra mirada más allá de lo natural. Nuestra condición de seres complejos, que se mueven ante su propia naturaleza regalada por el amor al haber surgido del amor infinito de Dios, y la de nuestra trascendencia que nos tira hacia la eternidad divina, en el regalo de la participación de la naturaleza divina que nos enriquece extraordinariamente de parte del amor de Dios, debemos aplicar la sabiduría que se nos ha regalado. Por ello, debemos apuntar siempre hacia arriba, sin quedarnos varados en la realidad tangible de nuestra vida ordinaria. Teniéndola en cuenta, pues es la parte natural que nos toca asumir, debemos hacernos dóciles a las inspiraciones divinas que nos llaman a no quedarnos en lo horizontal, sino a apuntar a lo que permanecerá eternamente. Es la docilidad necesaria para poder asumir correctamente el ser también cada uno elevado a la lógica de Dios.

Lo primero que debemos asumir es nuestra propia debilidad. No somos súper hombres. El mundo de los súper héroes es un mundo de fantasía que nos hemos forjado para vivir en el espejismo de lo que por nosotros mismos somos incapaces de lograr. Es el ideal del hombre: llegar al punto en el que nada nos podrá vencer, que nada nos puede dañar, que somos inmunes a cualquier ataque o persecución, que somos poderosos ante cualquier dolor o sufrimiento. Es el ideal de la incolumidad, en el que somos inmunes a todo, pero que lamentablemente no es el mundo real. Ese mundo es muy distinto a este que nos podemos forjar. El mundo real, aun cuando tiene hermosas compensaciones, es en ocasiones un mundo cruel e inhumano. Muchas veces por responsabilidad de lo que nosotros mismos hacemos, pero frecuentemente más por lo que otros cargan sobre nuestras vidas. Todo esto nos dice que nuestra condición pasajera marca la pauta con nuestra debilidad: "Hermanos: ¿Hay que gloriarse?: sé que no está bien, pero paso a las visiones y revelaciones del Señor. Yo sé de un hombre en Cristo que hace catorce años - si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe - fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que ese hombre - si en el cuerpo o sin el cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe - fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables, que un hombre no es capaz de repetir. De alguien así podría gloriarme; pero, por lo que a mí respecta, sólo me gloriaré de mis debilidades. Aunque, si quisiera gloriarme, no me comportaría como un necio, diría la pura verdad; pero lo dejo, para que nadie me considere superior a lo que ve u oye de mí. Por la grandeza de las revelaciones, y para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea, para que no me engría. Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí y me ha respondido: 'Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad'. Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte". Esta es la clave del sosiego. Lejos de lo que podemos imaginarnos, en la añoranza del ser poderosos para poder vencer en todo por la propia virtud, la experiencia espiritual del encuentro con el amor y la fe, nos da esa sensación de seguridad, pues nos ponemos en las manos del realmente poderoso y el que nos enriquece con su fuerza y la ilusión de ser de Él. Incluso las sublimes experiencias espirituales que podamos vivir, que el amor de Dios nos pueda regalar en su inmenso amor por nosotros, deben desencajarnos de nuestra experiencia vital ordinaria, pues en todo caso serán siempre dádivas de su amor, sobre las cuales nunca podremos tener el control. Hay que asumirlas como lo que son, es decir, como dones extraordinarios que nos son regalados misteriosamente.

Lo propio del hombre de fe, el que ha sido arrebatado por el amor infinito, es saber reconocer estos dones, no para engreírse, sino para vivir agradecido por ellos. Nuestra parte humana, necesariamente limitada, puede llegar a ser incapaz de reconocer este efecto de la gracia, y pretender atribuirse el mérito. Es una tentación natural. Llegar a creer que ha sido el esfuerzo personal el que ha logrado llegar a esa altura. El hombre de fe debe saber discernir bien el origen de la gracia. Y éste está en el deseo divino de superación que ha puesto en su criatura, en el cual el hombre, sin duda, tiene participación, pero cuya causa final es la capacidad que el mismo Dios coloca en el espíritu acucioso y fiel que busca ser solo de Él. Por eso Jesús insiste en la necesidad de discernimiento correcto que se debe tener en el acento exacto. Es desplazar todo lo que pueda estorbar en el camino hacia la conciencia de esa plenitud a la que estamos convocados. Y en sustraer de ese caminar todo lo que pueda ser incómodo para avanzar en el camino. El tesoro que se debe perseguir es el más valioso. Y nunca lo encontraremos por nosotros mismos, aunque tengamos el derecho de hacer nuestra parte. La condición es la de que sepamos descubrir la verdadera riqueza del abandono en Dios, en su amor y en su providencia augusta en favor de nosotros. La torpeza puede darse cuando no damos instancia a lo que nos propone Jesús, sabiendo que será siempre mucho mejor que lo que nosotros mismos podamos proponernos: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No pueden servir a Dios y al dinero. Por eso les digo: No estén agobiados por su vida pensando qué van a comer, ni por su cuerpo pensando con qué se van a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Miren los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, su Padre celestial los alimenta. ¿No valen ustedes más que ellos? ¿Quién de ustedes, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué se agobian por el vestido? Fíjense cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y les digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por ustedes, gente de poca fe? No anden agobiados, pensando qué van a comer, o qué van a beber, o con qué se van a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe su Padre celestial que tienen necesidad de todo eso. Busquen sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se les dará por añadidura. Por tanto, no se agobien por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia". Nuestra vida está en las manos de Dios. Y es maravilloso cuando lo hacemos más consciente y experiencial, pues entramos en el sosiego mayor que es el del amor de Dios. Es nuestro tesoro. Al que tenemos derecho, pues es el regalo amoroso de nuestro Dios. Nunca tengamos la tentación de desaprovecharlo.

jueves, 17 de junio de 2021

El tesoro de amor de Dios es eterno y nos abre el cielo

 Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni ladrones - ReL

Una de las realidades que los discípulos de Jesús jamás podremos dejar de lado es la de nuestra condición humana que da marco a todas nuestras actuaciones. Somos seres indigentes, cuya existencia está esencialmente marcada por nuestro origen divino, que se basa en el amor infinito de quien en un momento de su historia eterna, decidió que todo lo que no fuera Él existiera. Sabemos que fue una decisión absolutamente libérrima, en la que Dios "hipotecó" su propia libertad, pues desde ese momento, solo movido por la necesidad de su amor, se lanzó a esa aventura maravillosa de la creación, que lo ató eternamente a su criatura. Dios asumió su compromiso con toda la carga de amor, de paternidad, de providencia. Y nos dejó nuestra naturaleza como marca de origen. Por ello, a su imagen y semejanza, nos llenó de sus propias cualidades: nos dio la libertad, nos dio la inteligencia y la voluntad, nos dio la capacidad de amar, nos regaló a los hermanos para que diéramos muestras de nuestro ser fraternos en la solidaridad. A nada de eso podemos nunca renunciar pues está en nuestra genética original. Y en esa variedad riquísima con la que nos ha creado, debemos saber descubrir que nada de eso puede convertirse en pobreza, pues al haber surgido de la voluntad creadora del Señor, será siempre bueno, pues Dios nunca quiere que exista nada que no se convierta en un tesoro en la vida de los hombres. Es imposible que el Señor que nos ha creado desde su amor y para el amor, permita que no haya una sola realidad que no sea una riqueza. Por ello, nos encontramos en la vida ordinaria con ese abanico de conductas, de conocimientos, de vivencias, que a veces consideramos invasivas a nuestras maneras de ser, pero que con un discernimiento más profundo, podemos llegar a descubrir que, por su presencia, la vida se presenta más bella y más atractiva. La variedad es, sin duda alguna, una manera de enriquecer la vida de todos.

Es tan sorprendente esto, que nos quedamos asombrados ante las reacciones que incluso los seguidores más fieles del Señor pueden tener ante el ministerio que les ha tocado llevar adelante. El apóstol San Pablo nos sale luminoso al encuentro, dirigiéndose a su amada comunidad de los Corintos, ante los cuales se siente tan responsable, tan pastor, tan padre, y en un gesto de confianza extrema con ellos, desnuda completamente su espíritu y da rienda suelta a "chiquilladas" apostólicas. No tiene ningún problema en presentarse como es, pues se considera totalmente libre. Sabe bien que el ocultamiento no es el mejor camino. Habiendo cumplido fielmente con su tarea, anunciando la verdad de Jesús y de su salvación, habiendo conquistado sus corazones para el amor, impulsándolos a la vida fraterna en el Espíritu de Dios, asumió el derecho que tenía para poner sobreaviso acerca de los posibles caminos equivocados que la comunidad pudiera recorrer. Por ello, sin ningún ambage, se trasparenta completamente: "Hermanos: Puesto que muchos se glorían de títulos humanos, también yo voy a gloriarme. A lo que alguien se atreva - lo digo disparatando -, también me atrevo yo. ¿Que son hebreos? También yo; ¿Que son israelitas? También yo. ¿Que son descendientes de Abrahán? También yo. ¿Que son siervos de Cristo? Voy a decir un disparate: mucho más yo. Más en fatigas, más en cárceles, muchísimo más en palizas y, frecuentemente, en peligros de muerte. De los judíos he recibido cinco veces los cuarenta azotes menos uno; tres veces he sido azotado con varas, una vez he sido lapidado, tres veces he naufragado y pasé una noche y un día en alta mar. Cuántos viajes a pie, con peligros de ríos, peligros de bandoleros, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, trabajo y agobio, sin dormir muchas veces, con hambre y sed, a menudo sin comer, con frío y sin ropa. ¿Quién enferma sin que yo enferme?; ¿Quién tropieza sin que yo me encienda? Si hay que gloriarse, me gloriaré de lo que muestra mi debilidad". No es jactancia lo que demuestra. Es la realidad de lo que le ha costado su obra misionera. Más aún, se cuida mucho de darse a sí mismo el mérito, pues reconoce claramente que la gloria es de Dios, que ha sabido sostenerlo en su debilidad. Aun cuando él se ha puesto en la total disponibilidad para el servicio del Evangelio, sabe muy bien que todo lo que ha logrado hubiera sido imposible si no hubiera recibido la gracia, la fuerza, la inspiración del Espíritu que lo había ungido. Esa es la clave de su orgullo: nunca atribuirse la gloria a sí mismo, sino a Dios. Su único mérito estaba en dejarse conducir.

De este modo, se entiende el remate que coloca Jesús a los seguidores. Debemos colocar el corazón en lo que no perece. Equivocamos el camino cuando lo ponemos en lo que pasa, en lo que desaparece. Un auténtico discípulo de Cristo no puede pretender que su existencia sea tan perecedera como todo lo que lo rodea. Estamos llamados a muchísimo más, pues estamos llamados a la eternidad. Nunca nada tiene mayor valor que eso. Nuestra inmanencia no se resuelve en el final de las cosas. Trasciende hacia una eternidad que le da sentido, y que hace elevar nuestra mirada, nuestras añoranzas, nuestros sueños, nuestras metas, sobre lo que sabemos dejará de existir en algún momento. Esto no se debe entender como un desprecio a la realidad en la que estamos asentados, pues al fin y al cabo todo es parte del plan de salvación. Más aun, es desde esa realidad desde la cual vamos a trascender, por lo cual de ninguna manera podemos despreciarla. Solo asumiéndola, es decir poniéndola en lo esencial que le corresponde, podremos dar el salto cualitativo y gigantesco que deberemos dar en el momento en que seamos convocados. Solo asentados firmemente en nuestra realidad actual, pisando firme en ella, podremos ascender. Debemos mirar y pisar firme sobre el horizonte actual, con la añoranza de la eternidad, que es nuestra meta. Es el compromiso del cristiano que nunca debe renunciar a luchar por un mundo mejor, más humano, más fraterno, más justo, más pacífico. Ese será el legado que debe dejar cada uno de nosotros: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'No atesoren para ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesoren tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los roen, ni ladrones que abran boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!" Por ello, entendemos que estamos llamados a cosas mayores. Nada hay más importante que el amor, que nuestra salvación y la salvación de nuestro hermanos. Nuestros tesoros no pueden ser los que se coman la polilla. Deben ser los que prevalecen para la eternidad. En medio de nuestra realidad existencial, a la cual jamás podremos renunciar, pues forma parte de nuestra esencia, debemos siempre apuntar a lo superior, que es a lo que estamos llamados por el amor eterno que Dios nos tiene. A eso nos llama y con esperanza allí llegaremos.

martes, 15 de junio de 2021

Que todo lo que demos por amor se convierta en nuestro tesoro

 :: Archidiócesis de Granada :: - “Cuidaos de no practicar vuestra justicia  delante de los hombres para ser vistos por ellos”

Cuando el que se hace solidario con el prójimo deja salir su deseo de bienestar hacia el hermano necesitado, y tiende su mano para extender y compartir sus bienes con él, realmente no está dando nada de su tesoro material, sino que está recibiendo la mayor de las bendiciones divinas, por cuanto su gesto se transformará inmediatamente en compensación amorosa del Dios que es infinitamente generoso. Dios no se deja ganar nunca en generosidad. Es imposible, pues Él es el generador de todos los bienes, es el dador de todos los beneficios, todo lo que existe está en sus manos y lo reparte abundantemente entre todos sus hijos. Nada hay que poseamos los hombres que sea exclusivamente nuestro, por lo cual nunca podemos exigir ningún derecho sobre nada. Ciertamente todo lo creado ha sido puesto en nuestras manos, y nos ha sido donado por el amor divino para que nos sirva como instrumento que nos acompañe en el camino hacia la plenitud a la que somos convocados todos. En este sentido, somos solo administradores de los bienes que pertenecen a nuestro Dios, por lo cual no podemos ufanarnos de poseer nada, sino de ser receptores de las dádivas amorosas que Dios quiere que lleguen a nuestras manos. Ni siquiera el hombre más pobre sobre la tierra puede reclamar el ser abandonado por Dios en este sentido. Por supuesto, en esta conciencia es muy importante captar lo que está en la base. En primer lugar el amor de Dios por nosotros. Y en segundo lugar, pero no por eso menos importante, nuestra esencia comunitaria, que es marca que nunca dejará de caracterizarnos. Al crearnos, el Señor no solo nos regaló lo creado, sino que nos hizo el regalo de cada uno de nuestros hermanos, a los cuales debemos servir y amar. Esto es parte de nuestra esencia y jamás dejará de serlo. Somo inexorablemente seres sociales, y en nuestras manos está el procurar que nuestro mundo sea lo mejor posible, cada vez más justo, más fraterno y más humano.

En nuestro mundo, donde hay tantas señales trágicas de materialismo y de individualismo, donde asistimos a la extensión de una miseria inhumana, a todas luces antievangélica, pues está muy lejos del ideal del amor y de la fraternidad diseñado desde el origen por Dios, urge que los hombres de bien, particularmente los que viven en el ámbito del amor divino, asumamos nuestra responsabilidad. Los signos de egoísmo son terribles, y no llegan solo a la necesidad material de bienestar al que todos tienen derecho. No se puede quedar el hombre en la contemplación autosatisfactoria del engorde de sus propias barrigas, de sus propiedades, de sus cuentas bancarias, de su prestigio, de su poder, de su dominio sobre los más débiles, considerándolo incluso como grandes logros personales, emborrachado en los regalos autoreferenciales. Es la negación de lo más elementalmente humano. También el león está orgulloso de su poder como rey de la selva. Y no por eso es más humano. Esa autoreferencialidad es la destrucción de lo más elemental del hombre, pues su marca es la vida en común, asumiendo el problema del mundo injusto como problema que lo involucra directamente. Un mundo más justo, más solidario, más fraterno, es urgentemente necesario. Y está en nuestras manos poder alcanzarlo: "Hermanos: El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará. Cada uno dé como le dicte su corazón: no a disgusto ni a la fuerza, pues Dios ama 'al que da con alegría'. Y Dios tiene poder para colmarlos de toda clase de dones, de modo que, teniendo lo suficiente siempre y en todo, les sobre para toda clase de obras buenas. Como está escrito: 'Repartió abundantemente a los pobres, su justicia permanece eternamente'. El que proporciona 'semilla al que siembra y pan para comer, proporcionará y multiplicará su semilla y aumentará los frutos de su justicia. Siempre serán ricos para toda largueza, la cual, por medio de nosotros, suscitará acción de gracias a Dios'". Dios ama al que da con alegría, y esa alegría la traslada a quien se siente responsable de sus hermanos. Siempre habrá quien necesite más que nosotros. Y será siempre una oportunidad para ejercer la solidaridad y la caridad con el más necesitado, pues él tiene derecho incluso sobre nuestros bienes, que Dios nos ha dejado simplemente para que los administremos en favor de los que menos tienen.

Y está claro que este movimiento del amor debe surgir de una convicción clara y profunda y de una existencia renovada en la experiencia pura del amor divino que se desplaza hacia el amor fraterno. No tiene sentido asumirlo como un espectáculo que representamos ante el mundo. En la más profunda esencia de la solidaridad fraterna está el amor. Aquel del que nos ha llenado Dios al crearnos, y aquel que nos ha dejado como impronta que nos identifica como suyos. Si en un gesto de supuesta solidaridad, lo que buscamos es el reconocimiento de los que están alrededor, todo lo que hacemos queda invalidado. Delante de Dios no obtenemos nada, pues no podemos engañar a quien nos conoce perfectamente, más de lo que nosotros mismos nos conocemos. Quizás podamos asombrar a algunos, pero Dios no se fijará en las pantomimas que nos ingeniemos. En vez de ganar algo con ello, lo perdemos todos. En la más pura y auténtica entrega desde el amor, cuando damos, recibimos. Pero si no nos damos, no recibiremos absolutamente nada. Es darnos hasta que nos duela. Es esa la verdadera justicia. Es la justicia que necesita el mundo, dolido de tanta indiferencia y desamor. Por eso no podemos permitir que el amor se ensucie con tendencias vanidosas que en nada ayudan al régimen del amor: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Cuiden de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendrán recompensa de su Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad les digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad les digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará. Cuando ayunen, no pongan cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad les digo que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará". La transparencia delante de Dios, el dejarse llenar de su amor para ser su instrumento ante todos, el dar testimonio de qué es lo que verdaderamente mueve todas las acciones, vale muchísimo más que todo, pues es la puerta abierta para la compensación amorosa de Dios. Sea poco, o sea mucho, vale solo lo que tenemos por dentro. Vale el amor. Y vale lo que se pueda lograr viviendo con la más pura intención, sin búsqueda de réditos personales, que al fin y al cabo, en la renovación total final de nuestra existencia, es lo que nos quedará como el tesoro más valioso del que podremos disfrutar.

lunes, 14 de junio de 2021

Estemos dispuestos siempre a vivir la sorpresa del amor

 Archidiócesis de Granada :: - "Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os  persiguen"

En la creciente exigencia de la vida en el amor de Dios, los hombres nos encontramos ante una dialéctica esencial. O asumimos la radicalidad que se nos exige, o nos quedamos como simples espectadores desde fuera. Al parecer, la respuesta común es esta segunda, pues en la experiencia de vida que conocemos en nuestro mundo que da demasiadas demostraciones de una indiferencia, de un inmanentismo extremo, en el que el centro se coloca en el egoísmo y la vanidad, no se perciben estos signos de radicalidad que se exigen al hombre renovado en el amor. No es extraño que esto suceda, por cuanto ciertamente la calidad que se pide es muy alta. Aparece el temor de no ser capaces de llegar a esa estratosfera del amor. Se considera que no se tiene la capacidad de llegar, y la sensación es la de asumir con frustración la propia imposibilidad. No se puede simplemente despreciar esta realidad, por cuanto es una experiencia real que se puede tener, a menos que se asuma que la respuesta no se puede dar si no se asume querer hacerla desde una condición vital distinta a la vivida ordinariamente. El camino es totalmente distinto al que se ha avanzado previamente. Ante esos retos tan fuertemente marcados en la diferencia de lo que somos, nuestra psicología se resiente y prácticamente construye un muro a nuestro alrededor que buscaría "protegernos" de experiencias nuevas que podrían dañarnos y dejarnos heridos. Es un proceso muy humano, y por lo tanto comprensible, de nuestra conducta. Sin embargo, se da el caso de que hay quienes se sienten ciertamente atraídos para asumir el reto. Cuando se da el paso de la conversión y de la renovación total, se eleva la mirada y se asume que se debe tomar un camino distinto para dar respuesta a la vivencia del amor que se ha recibido. Se asume que ese nuevo camino tiene nuevas rutas que deben ser transitadas. Que esa nueva vida no puede ser la misma de siempre. El espíritu se enriquece y entra la añoranza de lo mejor. Se ha entrado en la tónica profunda del amor.

La transformación sustancial comienza a abarcar todos los órdenes de la vida. Y al ser hombres que viven de la materia y del espíritu, ningún aspecto queda fuera. La fraternidad resalta incluso en la solidaridad material, y va más allá denotando la conversión personal. No se trata de un simple compartir los bienes, sino de compartir el ser total. La conversión del hombre no se reduce a lo tangible, aunque sí es este un signo sólido. Compartir bienes, sintiéndose responsable del bienestar del hermano, de modo que no tenga crueles faltas de bienes, inscritas en la consecuencia del egoísmo producido por el hedonismo a veces exacerbante, es un signo de fraternidad, de solidaridad, de caridad: "Les informamos, hermanos, de la gracia que Dios ha concedido a las Iglesias de Macedonia: en las pruebas y tribulaciones ha crecido su alegría, y su pobreza extrema se ha desbordado en tesoros de generosidad. Puesto que, según sus posibilidades, se lo aseguro, e incluso por encima de sus posibilidades, con toda espontaneidad nos pedían insistentemente la gracia de poder participar en la colecta a favor de los santos. Y, superando nuestras expectativas, se entregaron a sí mismos, primero al Señor y los demás a nosotros, conforme a la voluntad de Dios. En vista de eso, le pedimos a Tito que concluyera esta obra de caridad entre ustedes, ya que había sido él quien la había comenzado. Y lo mismo que ustedes sobresalen en todo - en fe, en la palabra, en conocimiento, en empeño y en el amor que les hemos comunicado - sobresalgan también en esta obra de caridad. No se lo digo como un mandato, sino que deseo comprobar, mediante el interés por los demás, la sinceridad de su amor. Pues conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por ustedes para enriquecerlos con su pobreza". Es el gesto de donación total, que surge espontáneo en quien al convertirse se comienza a sentir responsable de todos los demás, y se hace consciente de que no puede desentenderse de ellos. Sabe que vive para ellos y no los puede abandonar.

Es esta la clave de un mundo nuevo, de un mundo mejor. Mientras no se asuma esta necesidad de solidaridad, no solo como una cuestión sociológica, sino totalizante del ser, que abarque a todo el hombre, el mundo seguirá siendo cruel y agresivo con los más pobres y desvalidos. Los cristianos debemos sentir la llamada del amor, que nos compromete profundamente. La Iglesia no es una ONG que se encargue de procurar el bienestar material de todos. La realidad es que, aun dando lo mejor de nosotros, no podremos llegar a tantas necesidades. Pero sí debemos poner lo mejor. Elevando nuestro ser a lo que nos ha procurado el Señor con nuestra conversión, debemos apuntar no solo a dar, sino a darnos nosotros mismos. En lo material y en nuestro ser total. Vivir de amor, y hacer vivir de amor a los hermanos. Un gesto de cercanía y de cariño, una caricia oportuna, una manifestación de interés sin aspavientos. Maestra de esto fue Santa Teresa de Calcuta, que recogió la esencia de ese amor compartido. Parafraseando su criterio de amor y tratando de tomar el espíritu de lo que promulgaba, podríamos afirmar su criterio básico de amor a los desplazados del mundo: "No me interesa otra cosa sino que sepan que aun en el momento último de su vida hubo alguien que los amó. Que sepan que en su último momento, ese último suspiro lo dio junto a alguien que lo amó con amor auténtico". Es el culmen de la entrega al hermano. Se trata de sobrepasar el límite en el amor. No quedarse en la simpleza de lo ordinario, sino en el ir siempre más allá, hasta llegar a la sorpresa que sorprende a todos: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Ustedes han oído que se dijo: 'Amarás a tu prójimo' y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo les digo: amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si aman solo a los que los aman, ¿qué premio tendrán? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto'". Ir más allá, pues el amor va siempre más allá. Hasta la sorpresa, hasta lo inesperado, hasta donde pensamos que no podemos avanzar más. Siempre podremos hacerlo, pues el amor no tiene límites, y cuando nos unimos a él, podremos llegar hasta más allá de lo natural. Lo hace posible el amor de Dios que es siempre sorprendente.