Mostrando las entradas con la etiqueta plenitud. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta plenitud. Mostrar todas las entradas

sábado, 29 de mayo de 2021

La Sabiduría de Dios es Jesús y nos ha sido donada para la felicidad eterna

 EVANGELIO DEL DÍA: Mc 11, 27-33: ¿Con qué autoridad haces esto? | Cursillos  de Cristiandad - Diócesis de Cartagena - Murcia

Una de las categorías que definen a Dios en el Antiguo Testamento es la de la Sabiduría, al punto que es casi una manera de identificarlo. En efecto, la Sabiduría es casi como Dios mismo. Poseer Sabiduría es como poseer a Dios, pues Él es ella misma. Quien se deja llenar de la Sabiduría de Dios está lleno de Dios. No se trata de la definición occidental que damos los que tendemos al racionalismo y llevamos esta realidad solo al plano intelectual. Sin dejar a un lado este aspecto, la Sabiduría teológica se yergue sobre esa consideración y pasa sobre ella, elevándola a una consideración más vital, que abarca toda la vida humana, la del intelecto y la de la experiencia en todos los aspectos de la vida. Ser sabio según Dios es conocerlo lo más posible, saber que es el origen de todo lo que existe, que es el autor de nuestras vidas, que es el proveedor de todos los beneficios que poseemos, que manifiesta su voluntad sobre nosotros, que establece que en el cumplimiento de esa voluntad está la plena felicidad de su criatura, que quiere que haya claridad en que su motivación única en referencia a la actuación en favor del hombre es la de su amor, pues nada lo enriquece más de lo que es ya rico, pues no necesita de nada en sí mismo al ser autosuficiente, que quiere que ese amor sea también la esencia de la vida humana y por ello lo pone como norma de vida fraterna para todos. Conocer a Dios y llenarse de su Sabiduría es asegurar que el camino de la vida propia se dirige al logro de la felicidad plena, que es para lo que hemos sido creados. Dios no ha tenido otra intención al crearnos. Dejándonos a todos en el uso de nuestra libertad, don de su amor, quiere que nos encaminemos hacia la felicidad, asumiéndola naturalmente después de conocer quién es y qué quiere de nosotros desde su amor. La felicidad no puede ser impuesta. Y Dios nunca la impondrá. Debe ser una opción propia, a pesar de que en ocasiones nos pueda parecer que se está lejos de ella. Los avatares de la vida nunca podrán ser suficientes para hacernos descartar el camino que estamos seguros nos llevará a la plenitud. Al contrario, nos pueden servir para asentarnos más firmemente en él con esperanza.

Los teólogos, posteriormente, han identificado a la Sabiduría con la figura de Jesús en el Nuevo Testamento. Si ella ha aparecido desde la revelación de Dios en el Antiguo Testamento, tiene su culminación en el Verbo encarnado. Él será la Sabiduría hecha hombre. Aceptar a Jesús, vivir lo que nos invita a vivir, dejarse arrebatar por su amor, ser conquistados por su obra de rescate, dejarse tomar de su mano para que nos conduzca a la libertad y a la verdad, es, todo ello, vivir arrebatados en la Sabiduría. Si ella es Dios, ella es Jesús. Unido a esto, un cristiano es un hombre sabio. Conocer a Jesús es dejarse llenar de su Sabiduría que, como experiencia vital, nos abre a la búsqueda de la plenitud a la que estamos llamados. Dios no nos ha dejado a nuestro arbitrio en este caminar. Si nos quiere felices, pondrá a nuestro alcance todo lo que sea necesario para que avancemos en ese camino. Y llega al extremo de enviar a su Hijo, que es la Sabiduría encarnada, para que lo conozcamos mejor, nos llenemos de Él y lleguemos a la meta. Los desencuentros de Jesús se dieron sobre todo con los que no podían aceptar que esta Sabiduría divina tuviera una concreción tan clara en el enviado de Dios: "En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron: '¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?' Jesús les respondió: 'Les voy a hacer una pregunta y, si me contestan, les diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contéstenme'. Se pusieron a deliberar: 'Si decimos que es de Dios, dirá: "¿Y por qué no le han creído?" Pero como digamos que es de los hombres...' (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta). Y respondieron a Jesús: 'No sabemos'. Jesús les replicó: 'Pues tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto'". Su autoridad era la de Dios, la de la Sabiduría. Y esto, después de las manifestaciones claras que Jesús había dado ya suficientemente, debía ser descubierto por ellos mismos. Su soberbia y su empeño de desestimar la obra de Jesús les cerraba el entendimiento y la capacidad de experimentar la obra del amor.

En el caminar de la fe, esta debe ser la ruta que debemos seguir los que ansiamos la felicidad y la salvación. Avanzar en el camino de la Sabiduría se debe convertir en una añoranza de tal magnitud que motive todas las fuerzas de nuestro ser. En todo lo que hagamos debe estar presente esta búsqueda sin treguas. En lo cotidiano de nuestras vidas, sin dejar a un lado todo lo que vivimos y hacemos, en nuestra vida diaria, en nuestras relaciones interpersonales, en el cumplimiento de nuestras obligaciones con los nuestros y con el mundo en general, debemos estar siempre disponibles para dejarnos llenar por la Sabiduría con la que Dios quiere enriquecernos. Es el mismo Jesús el que quiere ser nuestra motivación de vida. La Sabiduría dará forma a todo lo que hagamos, procurando que esta sea nuestra impronta. Quien así lo entiende, y está disponible para que la Sabiduría abarque toda su vida, será un hombre plenamente feliz, pues Dios ha donado esa condición para que tengamos esa felicidad y la facilita con el envío de su Hijo, que es la Sabiduría eterna: "Doy gracias y alabo y bendigo el nombre del Señor, Siendo aún joven, antes de torcerme, deseé la sabiduría con toda el alma, la busqué desde mi juventud y hasta la muerte la perseguiré; crecía como racimo que madura, y mi corazón gozaba con ella, mis pasos caminaban fielmente siguiendo sus huellas desde joven, presté oído un poco para recibirla, y alcancé doctrina copiosa; su yugo me resultó glorioso, daré gracias al que me enseñó; decidí seguirla fielmente, cuando la alcance no me avergonzaré; mi alma se apegó a ella, y no apartaré de ella el rostro; mi alma saboreó sus frutos, y jamás me apartaré de ella; mi mano abrió sus puertas, la mimaré y la contemplaré; mi alma la siguió desde el principio y la poseyó con pureza". No existe otro camino para vivir ya ahora esa felicidad plena. Más aún está facilitado por la presencia de Jesús en nuestras vidas. Con Él lo tenemos asegurado. Basta con que nos dejemos conquistar por Él para que tengamos la Sabiduría en plenitud. Esa es la meta de nuestra vida. Es lo que Dios quiere que vivamos todos en nuestra vida cotidiana, en todo lo que hacemos aquí y ahora, y para siempre en la eternidad. Dios nos ama infinitamente y lo facilitará siempre.

viernes, 23 de abril de 2021

No hay otro camino para la plenitud que el mismo Jesús y su amor

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna

El inicio de la vida de fe en los hombres tiene variantes muy significativas. Sin duda, la conversión es un acto personal en el cual nos encontramos cada uno, en nuestra individualidad, delante de la Verdad, que es luminosa y se nos presenta clara y diáfana, para que la aceptemos y la vivamos. No es un acto intelectual. Es un acto englobante de todo el ser del hombre, cuerpo y alma, materia y espíritu. Ante esa Verdad que se coloca frente a nosotros, debemos tomar una decisión crucial, que transformará por entero la vida. Y, como hemos dicho, el abanico de posibilidades que se presenta en el momento de la decisión es amplísimo. Se da para algunos desde prácticamente el inicio de su vida, pues tienen la suerte de pertenecer a una familia que vive la fe y esa fe es inoculada casi literalmente desde el mismo biberón que les toca consumir. Para otros es un camino de maduración progresivo, en el que la misma vida y la revelación de Dios les van dando razones sólidas por las cuales creer y entregarse a una vida nueva, que evidentemente se presenta como superior a la que hasta esos momentos han vivido. En este nivel, es  posible que se tengan experiencias espirituales muy intensas, inexplicables naturalmente, que les hacen lograr a su vez una compensación inmaterial que jamás antes habían sentido. Para algunos otros, ese momento de la conversión es muy intenso e incluso dramático, pues caen en la cuenta de la vaciedad de la vida que tenían antes del encuentro frontal con la Verdad y de la falta de sentido que en consecuencia tenía. A lo mejor teniendo la mejor valoración posible de la vida que llevaban, convencidos de su propia verdad y de la necesidad de ser fiel a ella, ese encuentro frontal con  la Verdad auténtica, los hace caer en la cuenta de la falsedad en la que vivían y de la necesidad de cambio. Será, de esa manera, una novedad de vida radical, absolutamente necesaria y esencial, para poder vivir la novedad del nuevo camino, que valorarán muy por encima de lo que vivían antes. Serán, totalmente, hombres nuevos.

Esta última fue la experiencia de San Pablo, el temible Saulo, perseguidor implacable de aquellos que seguían el nuevo camino que había inaugurado Jesús, y que él consideraba traidores, pues abandonaban el camino antiguo de la ley mosaica, para seguir uno diferente, el del amor propuesto por Jesús, con lo cual se apartaban totalmente de la tradición. Saulo era un fariseo convencido de la bondad de la ley y de la tradición, por lo cual, analizándolo con toda objetividad, actuaba fielmente a sus ideas. Está claro que su ruta era la equivocada, y así se lo hace ver el mismo Jesús en la experiencia mística que tiene en su encuentro: "'Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?' Dijo él: '¿Quién eres, Señor?' Respondió: 'Soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tienes que hacer'". Este encuentro con Jesús representa para Pablo el choque frontal entre su seguridad, adquirida en tantos años de estudio y de vida, y la novedad radicalmente opuesta de algo que era totalmente nuevo, pero que por lo portentoso de su presentación, se advertía que era el camino verdadero. Por eso, entre el orgullo de su judaísmo radical y la humildad de bajar la cabeza ante la evidencia clara de la Verdad, no duda en someterse a lo que le exigía Ese a quien perseguía: "El Señor le dijo (a Ananías): 'Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre a pueblos y reyes, y a los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre'. Salió Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y dijo: 'Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno de Espíritu Santo'. Inmediatamente se le cayeron de los ojos una especie de escamas, y recobró la vista. Se levantó, y fue bautizado. Comió, y recobró las fuerzas. Se quedó unos días con los discípulos de Damasco, y luego se puso a anunciar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios". Es conquistado por Jesús. Y le es anunciado que su camino no será de pétalos, sino de espinas, por la fidelidad a la novedad del amor.

Para Pablo, desde ese encuentro con Jesús, quedó claro y diáfano que la verdadera Vida era la que Jesús ofrecía y que todo otro camino era absurdo. No dudó, desde esa experiencia de conversión, y en medio de persecuciones, de desprecios y del peligro de muerte, de que ese era el camino que él debía seguir y al cual debía servir, dando a conocer a todos que Jesús era la vida del mundo. Jamás pensó en su beneficio personal o en huir de su responsabilidad por las amenazas. Al contrario, entendió que su vida era Jesús: "Para mí, la vida es Cristo y una ganancia el morir". Hizo suyas las palabras de Jesús: "En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de sus padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre". Jesús, habiendo hecho nuevas todas las cosas y habiendo hecho nuevos a los hombres, lo ha hecho con la entrega de su vida. No ha dejado nada para sí, sino que todo lo ha entregado por amor a los hombres. La novedad radical se basa en el derramamiento de todo su amor sobre el mundo y sobre la humanidad. Y ha ido más allá, pues se ha quedado como alimento para fortalecer y dar la vida a quienes lo sigan y lo coman. Fue esto lo que vivió Pablo y lo asumió como su forma de vida. Y es esto lo que debemos asumir todos los seguidores de Jesús, sabiendo que es el único camino para obtener la verdadera Vida y llegar a la plenitud final y eterna.

martes, 20 de abril de 2021

Añoremos el Pan de Vida que nos da Jesús, que es Él mismo

 LECTURAS DEL DOMINGO XVIII DEL T. ORDINARIO 5 DE AGOSTO (VERDE) | MISAL  DIARIO

Existe entre los hombres, sobre todo en aquellos que quisieran ser seguidores de Jesús, una continua diatriba entre los beneficios que se pueden obtener en ese seguimiento, particularmente si ellos son materialmente favorables o no. Se confunde el seguimiento de Jesús con una especie de seguro contra males. Quienes están cerca de Cristo, siendo fieles a su amor, cumpliendo su voluntad, haciendo lo que Él pide, frecuentemente creen que por ello están exentos de todo mal. Incluso muchos que ya están en el camino de la fidelidad quieren convencer a los otros a acercarse también ellos para lograr que todos los males desaparezcan de su vida. Está claro que Dios puede hacer que los males se alejen de los suyos. Pero en la realidad, quien funda su fidelidad en no sufrir males por estar cercano a Dios, ha puesto una base muy endeble a su fe. Se puede verificar que muchos hombres y mujeres buenos, que viven su seguimiento a Dios con fidelidad, siguen sufriendo males, persecuciones, rechazos, enfermedades, y hasta la muerte, por ser fieles. No es cierto, entonces, que ponerse al lado de Dios inmuniza contra lo malo que puede vivir el hombre. Si es así, ¿qué es entonces lo que haría atractivo seguir con ilusión y fidelidad a Dios? ¿Cuál sería la ganancia que se obtiene por estar cerca de Dios, si no se gana nada mejor de lo que se vivía antes de seguirlo? Es necesario, entonces, hacer el discernimiento de la ventaja que representa querer ser de Dios, pues en múltiples ocasiones nos percatamos de que los que sirven al mal, reciben muchas más compensaciones materiales que los que sirven al bien. Incluso muchos buenos llegan a ver hasta con envidia a los malos, pues son mucho más favorecidos a su entender que ellos mismos.

Es una inquietud que ha estado presente siempre. Muchos de los salmos del Antiguo Testamento son un reclamo a Dios por el mal que sufren los que son fieles, frente a todos los bienes que reciben los malos. Se hace necesario que haya entonces un itinerario distinto en el discernimiento. No se debe partir de los beneficios que se alcancen actualmente, los temporales y pasajeros, sino de los que se obtienen establemente y que nunca desaparecerán. Puede ser que haya bienes que se obtengan en lo cotidiano. Dios también puede hacerlo, pues no hay nada imposible para Él. Podríamos ubicar en esa categoría los milagros que conocemos como obras portentosas y maravillosas que realiza Dios, por intercesión de sus santos. Pero son eso, portentos. No es la manera normal de su actuación. Por ello, a pesar de que siempre podremos obtener favores y beneficios, como en efecto sucede en nuestras vidas, es cierto que nuestra expectativa no puede agotarse en ello, pues estamos llamados a algo más elevado. Dios nunca nos promete la ausencia del dolor. Lo que sí nos promete es su presencia que nos consuela, nos alivia y nos fortalece, en medio del sufrimiento en su nombre y por fidelidad a Él. Y esta es la experiencia de todos aquellos elegidos suyos para ser sus anunciadores en medio de un mundo que sigue valorando más lo material que lo espiritual. Lo vivió San Esteban, el primer mártir cristiano, que se entregó de lleno al anuncio y obtuvo como compensación física su muerte: "Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijando la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: 'Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios'. Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo y se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: 'Señor Jesús, recibe mi espíritu'. Luego, cayendo de rodillas y clamando con voz potente, dijo: 'Señor, no les tengas en cuenta este pecado'. Y, con estas palabras, murió". Su premio no fue una vida muelle o desahogada. Su fidelidad le atrajo la muerte. Y él la asumió con gallardía, con valentía y con ilusión, pues había valorado y discernido bien en qué consistía la plenitud a la que era convocado por su fidelidad.

En ese camino de fidelidad que deben emprender los discípulos de Jesús, en medio de los sufrimientos y persecuciones, no nos deja el Señor desamparados, a nuestra merced. Él mismo se monta en la barca que nos invita a hacer bogar en el mar del mundo y nos acompaña. Pero no solo eso. Va más allá, ofreciéndonos el alimento que nos fortalece y que nos renueva para poder seguir llenos de ilusión en la misión que nos encomienda, que no es otra que la de seguir su misma obra de salvación en nuestro tiempo y en el tiempo de cada enviado: "En aquel tiempo, el gentío dijo a Jesús: '¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”'. Jesús les replicó: 'En verdad, en verdad les digo: no fue Moisés quien les dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo'. Entonces le dijeron: 'Señor, danos siempre de este pan'. Jesús les contestó: 'Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás'". No promete Jesús ausencia de conflictos o de sufrimiento, sino alimento para la fortaleza en el testimonio que deben dar. Y es en esto en que los discípulos debemos poner el acento. La compensación no es la ausencia del dolor, sino la presencia suya en nosotros que nos llena de paz y de consolación, y que nos da la fortaleza que necesitamos para mantenernos en el camino de la fidelidad, que es el que dará la plenitud del gozo. La presencia de Jesús en el corazón del hombre llena de alegría, da la mayor ilusión para seguir adelante, nos anima a seguir en nuestro camino, en medio de nuestro mundo muchas veces hostil, pues nos asegura que estamos avanzando hacia la plenitud que nos pertenece ya en promesa, pero que será realidad plena cuando lleguemos después de nuestro periplo a la presencia del Padre del amor y vivamos la felicidad total en su presencia por toda la eternidad.

miércoles, 14 de abril de 2021

El amor de Dios todo lo puede y es para nosotros

 El Significado De Juan 3:16 Tanto Amo Dios Al Mundo

La esencia de Dios es el amor. Nada hay en su existencia eterna que se aleje de su identidad más profunda. Es su característica y su cualidad principal. Podemos atribuir a Dios todas las cualidades posibles, de todas las cuales Él mismo es la fuente. Él es el Eterno, el Todopoderoso, el Infinito, el Omnisciente, el Omnipresente, el Creador, el Sustentador, el Providente, el Juez. Tiene, por lo tanto, la infinita cantidad de cualidades que le corresponden como Dios. Y las tiene por sí mismo. Nadie se las ha dado, por lo que solo se pueden reconocer. No necesita de nada ni de nadie para existir ni para subsistir. Su ser es eterno y nadie puede dárselo ni quitárselo, solo aceptarlo y dejarse llenar de Él. Todos estos atributos les son naturalmente propios y jamás los perderá. En su preexistencia siempre fue así y eternamente será igual. Estas cualidades deben ser simplemente reconocidas, aun cuando sea difícil comprenderlas del todo, por cuanto están muy por encima de nuestra capacidad de inteligencia. No nos cuesta nada aceptarlas, pues es razonable que el Ser que está por encima de todo y del cual ha surgido todo como de su fuente, las posea. Pero sí nos cuesta, y mucho, racionalizarlo. Es razonable que Dios posea todas estas cualidades, pero es altamente difícil, casi imposible, racionalizarlo. Por eso, lo único que podemos hacer, y sería casi sin esfuerzo, sino simplemente con naturalidad, es asentir al enterarnos de todas ellas. No obstante, aun cuando todas esas cualidades y atributos las aceptemos, y aceptemos además que ellas sean esenciales para nuestra propia existencia, no nos implican directamente. Son atributos de Dios que han hecho posible nuestra existencia, pero que no nos involucran personalmente. Basta aceptarlas, sin más. Sin embargo, un paso gigantesco en esta comprensión de Dios fue el que dio San Juan en su primera Carta, cuando describió a Dios en esa esencia profunda e infaltable que lo identificó totalmente, haciéndolo asequible para nosotros: "Dios es amor". Si aquellas cualidades que enumeramos anteriormente no nos involucran directamente, pues son experiencias que nosotros jamás podremos tener, es decir, nunca seremos todopoderosos, omniscientes, omnipresentes, creadores, infinitos, cuando entramos en el campo del amor, sí entramos en un campo que conocemos perfectamente, pues la experiencia del amor sí que la tenemos todos. Amamos y somos amados. Por lo tanto, el amor no involucra solo a Dios, sino que toca la fibra más íntima de cada hombre.

Hablar de esta cualidad en Dios es hablar de lo que más lo hace identificable para nosotros. Estrictamente hablando poco significan para nosotros las cualidades extraordinarias divinas, pero mucho significa el que sea amor. Más aún cuando sabemos que es lo que lo hace habernos dado la existencia, moverse hacia nosotros, buscando una intimidad con cada uno que lo haga estar con Él, que lo haga cumplir su voluntad, que lo haga encaminarse hacia una plenitud que quiere hacerla nuestra solo movido por un amor eterno e infinito. Nada obligó a Dios a querer otorgarnos todos los bienes posibles, empezando por la misma vida, sino solo su amor. Por eso, es para nosotros primordial querer entrar en ese mismo ámbito, que es el más importante, el más dulce, el que más nos mueve a ilusión, como lo es el del amor de Dios por nosotros. Jesús mismo hace el reconocimiento de ese amor y lo anuncia a Nicodemo en esa conversación fluida y distendida que tuvieron durante toda la noche: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios". Todo lo que existe, el mundo y todos los beneficios que se obtienen de él, incluso los hombres, que son los hermanos que Dios ha colocado para nosotros en ese mundo, quedan en el segundo plano total, solo después de la experiencia del amor de Dios. Aquellos serán prioridad únicamente cuando se haya tenido la experiencia del amor y se haya asumido el compromiso al que el mismo amor llama: "Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios". Es el periplo que debe cumplir toda vida de quien se sabe imbuido en el mundo del amor de Dios.

Es por ello que en aquellos primeros pasos de la Iglesia que nacía, el amor todopoderoso se hizo presente y actuante de manera incluso portentosa. Quien se abandonaba en ese amor, tenía la experiencia de Dios, de su amor, de su poder, que se ponía a su lado. Por más que el mal pretendiera seguir subyugando a los hombres, Dios demostraba que ya ese mal no tenía el poder. Que solo su voluntad era la que lo tenía y que actuaba cuando lo consideraba necesario. La persecución contra los apóstoles, con la pretensión de silenciar la Verdad y el anuncio de la fuerza de la Resurrección y de la victoria del bien y del amor, quedaba derrotada, pues el mismo Dios consideraba oportuna su acción directa: "En aquellos días, el sumo sacerdote y todos los suyos, que integran la secta de los saduceos, en un arrebato de celo, prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles: 'Márchense y, cuando lleguen al templo, expliquen al pueblo todas estas palabras de vida'". La acción de ese amor todopoderoso se hacía presente y libraba de la prisión a los discípulos. La fuerza del amor de Dios los libraba y los lanzaba a explicar las palabras de vida. Apuntaban a la nueva vida que se había logrado con el triunfo del Resucitado. No era un llamado simplemente a recibir los favores divinos, sino a darlos a conocer a todos. Debían ir al templo, no solo por una cuestión litúrgica o ritual, sino vital. Había que procurar el cambio en cada hombre. Lo más importante primero era la renovación de todos a la luz de la Resurrección de Cristo, que había hecho nuevas todas las cosas. Y los primeros que habían sido re-creados eran los hombres. Ese nuevo estilo de vida era el que debía ser asumido por quienes quisieran ser discípulos de Jesús. La vida litúrgica y ritual, siendo siempre necesaria, era el segundo paso. Primero, la conversión, la renovación, el renacimiento. Después, la expresión ritual de esa nueva experiencia de vida que estaban adquiriendo. Así se iba forjando la experiencia personal de ese amor infinito de Dios por el hombre y su deseo de seguirle donando lo mejor, en especial, la plenitud que vivirán todos en la eternidad feliz junto al Padre.

martes, 23 de marzo de 2021

Una peregrinación que tiene como meta la felicidad plena

 Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que 'Yo soy' |  InfoVaticana

La llegada a la tierra prometida exige antes avanzar por el desierto que desemboca en ella. No hay caminos raudos ni expeditos para alcanzar esa tierra que mana leche y miel. La liberación de la esclavitud en Egipto, a través de los portentos y las maravillas que realizó Yahvé en medio del pueblo contra el Faraón y su nación, fue el inicio del periplo que debía comenzar a recorrer Israel para llegar a esa situación idílica de la posesión de esa tierra de bendición. La conquista de esa nueva tierra paradisíaca le tenía que costar a Israel el esfuerzo de los años en los que debía recorrer ese desierto cruel y duro. El Dios todopoderoso y amoroso había demostrado su poder con los hechos de la liberación de Egipto. Y lo seguía demostrando en la peregrinación del pueblo por el desierto, facilitándole el alimento y el agua que necesitaban para sobrevivir. Realizaba el milagro cotidiano del maná, de la carne de las aves y del agua que manaba de la roca. Israel había dejado atrás la condición de esclavitud y había recuperado el tesoro de su libertad. Él mismo se gestionaba su futuro, con el gozo de saber que al final de ese peregrinaje estaba la tierra del idilio que había prometido Dios. No tenían el acento puesto en el esfuerzo que debían realizar para avanzar, sino en la meta de lo que les esperaba como compensación mayor. Pero el mal, siempre en su acechanza, hace nacer en el corazón de los israelitas la rebeldía por esa situación de dolor y sufrimiento que les toca vivir antes de disfrutar del premio. Llegan incluso a quejarse del milagro cotidiano del maná, despreciando la maravilla que hace Dios a su favor todos los días. Y lo hace en el colmo del absurdo, pues es el regalo que Dios ha previsto para ellos de modo que no murieran de hambre ni de sed en el desierto mientras se encaminan al tesoro mayor. Dios pide, en todo caso, ese único esfuerzo, pero Israel se declara rebelde ante ese Dios de amor y de poder.

Impresiona mucho ver cómo los hombres nos empeñamos en repetir la historia. Habiendo sido testigos de la inmensa cantidad de maravillas que Dios realiza a nuestro favor cotidianamente, nos empeñamos en poner los acentos en lo negativo, despreciando esos beneficios con los que Dios nos bendice cada día. El criterio humano, natural en nosotros y legítimo, pues ha sido el mismo Dios el que lo ha establecido así, dejamos que se desboque y pretendemos que sea el único válido, colocándolo por encima del de Dios. No terminamos de entender que muchas de las cosas que nos exige la vida, que muchas de las cosas que nos toca asumir como parte de nuestra vida diaria, son la parte que nos toca colocar como esfuerzo personal para avanzar en nuestro propio camino a esa tierra prometida que es nuestra eternidad feliz junto al Padre. Y que si las asumimos desde ya como parte de la peregrinación, se transforman en verdaderas bendiciones que nos facilitan el vivir el gozo de la esperanza futura. Y a pesar de nuestra rebeldía, Dios, infinito en misericordia, se hace la vista gorda ante nuestro corazón rebelde y sigue mandándonos bendiciones, dándonos su apoyo y su alivio, y tomándonos de su mano suave y amorosa para procurar que retomemos el camino de la aceptación de su voluntad. Por ello, vale la pena que hagamos el esfuerzo de entrar en la comprensión de esa voluntad divina, que solo y siempre quiere nuestro bien, y sigamos esforzándonos en avanzar triunfantes hacia el tesoro de la eternidad feliz junto a Él: "Moisés rezó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió: 'Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla'. Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida". Dios ama a su criatura y no la deja jamás a su arbitrio. Insiste en demostrar su amor en todas las circunstancias.

Esta comprensión de la diversidad de criterios fue la que procuró Jesús que tuvieran todos sus seguidores. No es un desprecio a lo humano, pues sería absurdo que el que nos creó con esas capacidades, Él mismo las llegara a pisotear para imponer las suyas. Es el esfuerzo por la aceptación de lo que es mejor. Jesús no quiere imponer, sino convencer y conquistar. Es la necesidad de que el hombre en la búsqueda de su felicidad se convenza de que, en medio de todos los caminos posibles para alcanzarla, existe el que propone Dios, y que éste es el único que dará la auténtica felicidad, la plenitud de la experiencia del amor. Otros caminos podrán dar satisfacciones, pero jamás serán los de la plenitud. Algunos incluso producirán solo frustración, tristeza y oscuridad. Seguir a Jesús, aceptarlo como el Redentor, saber que es quien nos rescata de la muerte y del dolor, es la verdadera felicidad. No nos la damos nosotros mismos con nuestro egoísmo o nuestra vanidad. No es aislándonos de Dios y de los hermanos que alcanzaremos la auténtica felicidad. Es la asunción de nuestra vida, iluminada por la luz de Dios, de su amor y de su verdad, y llevada en una verdadera fraternidad desde ahora, la que nos dará la plenitud: "Ustedes son de aquí abajo, yo soy de allá arriba: ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón les he dicho que morirán en sus pecados: pues, si no creen que Yo soy, morirán en sus pecados'. Ellos le decían: '¿Quién eres tú?' Jesús les contestó: 'Lo que les estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en ustedes; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de Él. Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: 'Cuando levanten en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada'. Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él". Jesús es Dios. Jesús es de Dios, y quiere que todos seamos de Dios. Por eso su insistencia en que dejemos a un lado los criterios solo humanos, para que nos llenemos de los suyos, los de la verdad y del amor, para que podamos obtener esa riqueza de la mejor comprensión, y abandonarnos en sus brazos en el camino de peregrinación hacia nuestra tierra prometida, que es la eternidad junto a Él viviendo en el amor.

domingo, 13 de diciembre de 2020

Juan Bautista da fuerza a nuestra esperanza

 San Juan Bautista - Colección - Museo Nacional del Prado

Juan Bautista es el gozne entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. En él se da el puente perfecto entre lo que venía anunciando Dios desde el principio de la historia hasta el punto culminante en el que el Mesías hace su aparición en ella para llevar adelante su obra de rescate. En el Bautista, en su persona, en su disponibilidad a Dios, en el mensaje de llamada a la conversión en el que insiste, están contenidas todas y cada una de las intervenciones de los profetas del Antiguo Testamento. Su llamada acuciante a los hombres y mujeres que lo rodean, sean discípulos suyos o no, no se diferencia en nada de lo que ya había sido dicho y exigido por todos los profetas, enviados por Dios al pueblo para transmitir su mensaje de amor y de exigencia. No es nada extraño que esto suceda, por cuanto la Voz de Dios es exactamente la misma por los siglos, y su llamada a ser fieles a su amor, a reconocerse propiedad suya, a valorar todos los regalos de amor recibidos, a caminar según su voluntad, no cambia ni cambiará jamás. Y además, en esa figura fulgurante que es, brilla el primero de los apóstoles, ejerciendo ese papel de anuncio de la llegada del gran Redentor, el prometido desde todos los siglos, en quien Dios había empeñado su Palabra para rescatar al hombre que empecinadamente seguía en su empeño de alejarse de Él, con la absurda pretensión de lograr una felicidad en fuentes distintas a las únicas que les son naturales para existir, como es el mismo corazón amoroso del Padre Creador.

En Juan se da previo cumplimiento a aquella palabra original que pronuncia Jesús al iniciar su enseñanza en la Sinagoga de Nazaret, tomada del profeta Isaías: "El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor. Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación, y me ha envuelto con un manto de justicia, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos". Son palabras que se refieren estrictamente a la figura del Mesías Redentor, con las cuales el profeta se adelanta a describir lo que es, lo que será y lo que vivirá en su misión Jesús. Pero que en la figura del Bautista comienza a esbozarse de manera maravillosa, pues él y sus discípulos vislumbran la llegada de aquel momento glorioso de plenitud que todo israelita esperaba, después de su apartamiento del amor de Dios y la suma de infidelidades que cometía, haciendo caso omiso a emprender la ruta de la verdadera felicidad. Por ello, la insistencia de San Pablo a guardar siempre la alegría: "Hermanos: Estén siempre alegres. Sean constantes en orar. Den gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de ustedes. No apaguen el espíritu, no desprecien las profecías. Examínenlo todo; quédense con lo bueno. Guárdense de toda clase de mal. Que el mismo Dios de la paz los santifique totalmente, y que todo su espíritu, alma y cuerpo, se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y Él lo realizará". No tiene sentido no vivir la alegría de escuchar este anuncio cuando sabemos que nuestro fin es el de la felicidad plena en Jesús y en su eternidad de amor. Y Juan Bautista es quien hace el resumen perfecto de este mensaje al inicio de este tiempo de novedad absoluta que será el tiempo de la Redención.

El Evangelista San Juan inicia su Evangelio con la presentación de esta figura impresionante del Bautista. Y lo presenta en tono dramático, pues nos hace presentes los cuestionamientos que hacen las supuestas autoridades religiosas, encargadas de velar por la pureza de la fe y por el cumplimiento de las buenas costumbres. Son como aves de carroña que ante el primer signo de desequilibrio de su dominio, salen presurosos a ahogar cualquier iniciativa que entiendan ellos que pueda hacer peligrar sus privilegios. Lo someten a un interrogatorio atrevido, en el cual quieren aclarar hasta el mínimo detalle la razón de la tarea que está cumpliendo. Y Juan Bautista, dócil y obediente hasta la muerte, se deja hacer: "Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: '¿Tú quién eres?' El confesó y no negó; confesó: 'Yo no soy el Mesías'. Le preguntaron: '¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?' Él dijo: 'No lo soy'. '¿Eres tú el Profeta?' Respondió: 'No'. Y le dijeron: '¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?' Él contestó: 'Yo soy la voz que grita en el desierto: 'Allanen el camino del Señor', como dijo el profeta Isaías'. Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: 'Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?' Juan les respondió: 'Yo bautizo con agua; en medio de ustedes hay uno que no conocen, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia'. Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando". Sin duda, él tenía muy claro quién era, y para qué había sido enviado por Dios. Él tenía que invitar a todos a abrir los corazones para que fueran ruta franca para el amor de Dios. Y lo había asumido totalmente. Él sabía bien que su anuncio acuciante tenía como contenido principal la provocación de la alegría en todos, pues se estaba iniciando la historia final, la de la plenitud, la de la llegada de la felicidad absoluta. Por ello, al contemplar la figura del Bautista no podemos sino sentir el gozo de saber que nuestras esperanzas están por cumplirse, que ya está llegando el tiempo del amor absoluto, el de la felicidad prometida, en el que ya nada nos podrá apartar de ese amor incondicional de Dios. Al ver al Bautista, llenémonos de la alegre esperanza, firme y sólida, de que el tiempo de aquella plenitud prometida para toda la eternidad, está abriendo sus puertas. Y de que viviremos la infinita alegría junto a nuestro Dios de amor.

martes, 1 de diciembre de 2020

Jesús mismo es nuestra utopía

 EVANGELIO DEL DÍA: Lc 10,21-24: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de  la tierra. | Cursillos de Cristiandad - Diócesis de Cartagena - Murcia

Vivir la utopía debería ser natural entre los cristianos. Lamentablemente, la palabra Utopía ha adquirido en alguna ocasión una connotación negativa, sobre todo por la referencia natural que hace hacia lo imposible, lo irrealizable, lo irreal, lo que aun cuando se espera, contiene siempre una cierta reticencia de que llegara a cumplirse. Pero la realidad es que el mismo concepto es muy atractivo, pues refiere a lo que ciertamente se puede esperar en el futuro, no sin las dificultades naturales de la misma labor humana en favor de que se logre. La utopía, en todo caso, se convierte no en una espera infructuosa, sino en algo que llama a comprometerse. La Palabra de Dios nos invita a vivir esa utopía. Y a vivirla en una actitud vehemente de espera gozosa, en la que no se pierda una expectativa positiva que le dé un acento nuevo y haga que en general todo tenga esa luz nueva de la presencia del amor de Dios. A esto no puede negarse quien busca que haya un mundo nuevo, en el que la ley sea la del amor, la norma sea la justicia, la base de todo sea la verdad, la línea de vida sea la de la fraternidad. Para los cristianos esa utopía tiene una realidad muy concreta. La Utopía es Jesús. Él es quien está al final del camino y es quien hará ya una realidad definitiva todas las promesas maravillosas que han sido hechas desde el inicio.

La figura tan entrañable de aquel retoño que nace: "Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago", que evidentemente es la figura de Jesús, nos presenta la perspectiva de todas las maravillas que se harán realidad en el futuro glorioso que nos espera. La forma de presentarlo puede parecernos incluso infantil, pero no significa que no sean las reales. Aquel futuro idílico no es otra cosa sino signo de lo que realmente vendrá. Con la irrupción de Jesús como la gran utopía del cristiano, irrumpe todo lo que de maravilloso podemos esperar. No quedará nunca corto Dios cuando de demostrar su amor a los hombres se trata: "Nadie causará daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país del conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día, la raíz de Jesé será elevada como enseña de los pueblos: se volverán hacia ella las naciones y será gloriosa su morada". La utopía es real, pues Dios nunca falla a sus promesas. Más aún cuando esa promesa tiene que ver con aquello a lo cual se ha comprometido al haber puesto al hombre en medio de todo lo creado, comprometiéndose a regalarle una vida de felicidad plena. Si algo tenemos seguro todos es que estamos convocados y comprometidos a avanzar en ese camino de avance hacia el logro de esa utopía que es nuestra. Ya el Señor nos la prometió y su empeño será por siempre el que llegue a cumplirse.

Y de nuevo surge entonces el sentido de ese compromiso que debe ser asumido por cada uno. Dios también manifiesta su amor eterno por nosotros poniendo en nuestras manos una responsabilidad concreta, que es la de la apertura del corazón esperanzado hacia lo que viene. No somos pasivos. De ninguna manera. El mantenerse pasivos en la procura de que se llegue a alcanzar la utopía, significaría la muerte de las esperanzas. Sería haber despreciado la verdad del amor de Dios que quiere siempre lo mejor para nosotros y añora que nosotros mismos nos alineemos para alcanzarlo. Cuando esto se comprende así, incluso llegamos a producir en Jesús el gozo natural porque lo hemos entendido: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien". Es en este sentido que es necesario que nuestro corazón se vuelva pequeño, humilde, sencillo. Será la aceptación de aquella utopía que puede parecer engañosa o exagerada, pero que permitiendo que se desarrolle en un corazón que confía radicalmente en el amor de Dios, llega a tener la certeza de que es una verdad que se llegará a cumplir irrefutablemente. No puede ser de otra manera, pues es la promesa de Dios. Por ello mismo Jesús nos invita a todos a agradecer  por esa espera activa que tendremos que ir haciendo nuestra: "¡Bienaventurados los ojos que ven lo que ustedes ven! Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron". Por eso, debemos asumir que aquello que vivieron los apóstoles en su momento, será totalmente superado por lo que vendrá en la utopía de la llegada del tiempo futuro. Solo que tendremos que disponer el corazón para vivirlo con la máxima intensidad.