Mostrando las entradas con la etiqueta misericordia. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta misericordia. Mostrar todas las entradas

sábado, 3 de julio de 2021

Jesús nos libera del mal porque es poderoso y porque nos ama

 Catholic.net -

De entre las escenas más dramáticas que nos encontramos en los evangelios de Jesús, están las de sus choques con el demonio. La generalidad de los encuentros de Cristo con los diversos personajes que se cruzan en su camino, extraen de Él su amor, su ternura, su deseo de bienestar para ellos. Por ello cura, perdona, sana enfermedades, limpia lepras, se empeña por dar a entender que ha venido a hacer el bien y a procurar el mayor bienestar entre todos. Pero surgen también los desencuentros con el mal y con el poder del demonio, el maestro y poseedor del mal y de la mentira, que pretende arrebatar de las manos de la bondad suprema al hombre, creado naturalmente bueno, para arrastrarlo consigo. Habiendo obtenido un gran triunfo al haber conquistado a Adán y a Eva de las manos del amor, logrando en ellos unirlos a Dios, quería seguir obteniendo triunfos, a expensas del engaño sobre el hombre, prometiéndole un "paraíso" engañoso, en el que supuestamente llegaría a la altura del mismísimo Dios, haciéndose a sí mismo dios -"Ustedes será como dioses"-, con lo cual el hombre, incapaz de resistirse a esa argucias, pues nunca estará a la altura de la insidias de satanás, sucumbe inocentemente. El engaño del demonio nunca dejará de ser tal. Y por ello, los grandes santos de la historia nos alertan continuamente que nos alejemos de ello, manteniéndonos lo más lejos posible de esa treta siempre engañosa. Lo más lejos posible. "Mejor lejos que mal acompañado", sabiamente sentencia el decir popular.

En medio de todas las incertidumbres que se pueden presentar en nuestra vida, la seguridad de asentarnos en Dios es con mucho lo mejor. Nuestra seguridad no está en nosotros mismos, pues nuestra marca es la debilidad. Somos criaturas y jamás estaremos a la altura del poder omnímodo del demonio. Ese solo lo posee Dios. Él nos hace partícipes de su amor y de su poder. Pero, aún así, siendo dádiva de su amor y por ello lo poseemos, jamás podremos atribuirnos esa capacidad absoluta. Lo nuestro es la participación por concesión de amor suya. Y es allí donde está la clave de nuestra seguridad. La mayor es que no dependerá de lo que hagamos, pues siempre será muy poco, aunque estemos siempre obligados a realizar el esfuerzo que nos corresponda. Nuestra seguridad es dejarlo en las manos de Dios, que nunca permitirá que haya una fuerza mayor que la suya, la del Todopoderoso, que toma el mando, pues nosotros solo aportaremos debilidad. La experiencia de Agar, concubina esclava de Abraham es una muestra de que la debilidad del hombre se resuelve en la fuerza de Dios. Ismael es hijo también de la promesa de bendición sobre Abraham, por lo cual Dios no se desentiende de él. Asume su responsabilidad sobre quien es también su elegido y quien será igualmente padre de naciones: "Abrahán madrugó, tomó pan y un odre de agua, lo cargó a hombros de Agar y la despidió con el muchacho. Ella marchó y fue vagando por el desierto de Berseba. Cuando se le acabó el agua del odre, colocó al niño debajo de unas matas; se apartó y se sentó a solas, a la distancia de un tiro de arco, diciendo: 'No puedo ver morir a mi hijo'. Se sentó aparte y, alzando la voz, rompió a llorar. Dios oyó la voz del niño, y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo, le dijo: '¿Qué te pasa, Agar? No temas, que Dios ha oído la voz del chico, allí donde está. Levántate, toma al niño y agárrale fuerte de la mano, porque haré que sea un pueblo grande'. Dios le abrió los ojos, y vio un pozo de agua; ella fue, llenó el odre de agua y dio de beber al muchacho. Dios estaba con el muchacho, que creció, habitó en el desierto y se hizo un experto arquero". Dios no deja jamás solos a sus hijos, y tendrá siempre su mano tendida para salvarlos.

Y ante la lucha contra el mal, contra el poder del demonio, ya no deja que brille solo su poder misericordioso y de restablecedor del orden justo de las cosas, sino que lo enfrenta poderosamente, demostrando claramente quién es el verdaderamente poderoso. Su actitud es de gravedad hostil, pues tiene bien identificado cuál es el adversario, y sabe bien que de él no puede venir sino solo el mal y la muerte del hombre, lo cual es lo que ha venido a combatir con su entrega y su sacrificio de entrega a la muerte por amor del hombre. Nada lo va a distraer de ese fin, pues para eso se ha encarnado como Hijo de Dios Redentor. Aún así, sorprende una actitud casi misericordiosa con el mismo demonio, que al fin y al cabo es también criatura suya, pues ha surgido de sus mismas manos de amor creador. Accede a su petición de invadir la piara de cerdos para sobrevivir. Un gesto extraordinario, por encima de la retaliación extrema que podía haber invocado. Los paisanos del agraviado se cerraron en sí mismos y reaccionaron de la manera más natural, pensando solo en su conveniencia. No tuvieron en cuenta el beneficio obtenido por los endemoniados, sino que vieron la herida a sus intereses crematísticos. Por ello, ruegan al Señor que se marchara de allí. Todo un relato con las aristas más sorprendentes, pero que describen perfectamente la psicología humana más pura, cuando se deja llevar solo por el egoísmo y la búsqueda del propio bienestar, sin importar el bienestar de los hermanos: "En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos. Desde el sepulcro dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: '¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?' A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron: 'Si nos echas, mándanos a la piara'. Jesús les dijo: 'Vayan'. Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y se murieron en las aguas. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país". El Señor da la señal clara de su poder. Nada está por encima de él. Él es quien tiene el poder, el dominio. Ningún otro poder está sobre el que Él tiene. Y no dudará jamás en usarlo en favor de su criatura amada. Lo hará además con decisión y seriedad. Nada lo distraerá de ello. Porque ha venido para salvarnos y entregará su vida en función de eso. Somos todos beneficiarios de ello, convencidos de que esa finalidad será cumplida eternamente.

sábado, 19 de junio de 2021

Nunca habrá en Jesús la exclusión de nadie al amor y a la salvación

 la semilla de cada dia: Aprendamos a mirar con una mirada nueva y limpia a  los demás igual que Jesús supo contar con el publicano Mateo para hacerlo  su apóstol y evangelista

Las elecciones de Jesús son totalizantes. No deja nada al acaso, sino que mira ya al final de la meta, pues su objetivo no es simplemente ganar adeptos a su causa de amor, sino la incorporación a ese ejército de personas que asuman el compromiso de la respuesta positiva que den. Es un gesto de confianza y de amor extremo por esos elegidos, pues de alguna manera indica que los incorpora a su obra de amor, que es la procura de la salvación de la humanidad entera, a la cual apunta desde el origen de la raza humana, y que lleva adelante con su misión de entrega en el sacrificio extremo de su abandono a la muerte en manos de aquellos que viene a salvar. No hay manera de deslastrarse de esta verdad contundente, pues su actuación concuerda con toda la que Dios ha demostrado desde el inicio de la historia. No es posible que en algún momento de esa historia, el ánimo del Salvador transmute a otro distinto. No actúa Dios jamás así, pues su amor es inmutable, como es su misma esencia. Por ello vemos a Dios siempre actuando en consecuencia con el mismo amor, sin cambiar un ápice el sentido de su conducta. Es de tal manera inmutable, que las continuas bendiciones caerán siempre como cascada sobre sus elegidos, pues Él se ha comprometido a que así sea. La vida de los fieles al Señor será una vida que tendrá siempre bendiciones evidentes, por encima de las exigencias que pueda tener. Quien se ha decidido a estar con Dios será un continuo receptor de bendiciones. La vida de Abraham es una muestra de ello. Lo vemos colmado de las bendiciones de Dios por haber sido fiel. Incluso ya al final de sus días lo vemos en continua recepción de bondades y de bendiciones, ya no para sí, sino incluso para su familia. Al morir su esposa, su heredero inaugura el camino nuevo de cumplimiento de esas promesas de generaciones que serán sus hijos, iniciando el caminar solidario del pueblo que se sabe lleno de bendiciones. Ya no es una cuestión particular, sino que afectará la historia de la humanidad. El matrimonio de Isaac asegura que la bendición es para la humanidad entera, por lo cual en el cumplimiento de la promesa estamos todos incluidos. Se convierte en algo familiar, por lo cual esa familia entera se convierte en bendición para el mundo entero.

Isaac, consciente de ser objeto de tales bendiciones, demuestra ser hijo de buen padre y de buena madre, y se acerca confiado al amor de Dios, abandonando su suerte en sus manos, y recibe así nuevas bendiciones. Lo toma incluso casi de manera natural, pues ya ha tenido manifestaciones previas de esa preferencia, ya que se sabe convocado a ser, por Abraham, padre de naciones: "Isaac había vuelto del pozo de Lajay Roi. Por entonces habitaba en la región del Negueb. Una tarde, salió a pasear por el campo y, alzando la vista, vio acercarse unos camellos. También Rebeca alzó la vista y, al ver a Isaac, bajó del camello. Ella dijo al criado: '¿Quién es aquel hombre que viene por el campo en dirección a nosotros?' Respondió el criado: 'Es mi amo'. Entonces ella tomó el velo y se cubrió. El criado le contó a Isaac todo lo que había hecho. Isaac la condujo a la tienda de su madre Sara, la tomó por esposa y con su amor se consoló de la muerte de su madre". Recibe el consuelo por el luto de su madre y la inminente partida de su padre, en atención a la tarea que le correspondía como el elegido del Señor para llevar adelante su papel de ser germen de la Iglesia, el instrumento que fundará Jesús para llevar su salvación a toda la humanidad y que está representado en ese pequeño grupo incipiente que surgía para el futuro de todos. Su papel está claro. Asumir sobre sus espaldas el inaugurar ese camino glorioso que recorrerá toda la humanidad llevada de su mano. Reconoce su misión y su papel en esta tarea que marcará indeleblemente la historia del mundo y que no cambiará nunca, pues está detrás el Dios fiel que lo ha elegido.

En esta convocatoria estamos incluidos todos. El hecho que en el caso de Abraham y su familia haya unos personajes concretos, de ninguna manera se debe entender como exclusividad. La llamada es global. Para todos y cada uno de los hombres. Y de alguna manera, entendemos que será preferencial para aquellos que necesitan más conversión. Cristo no necesita llamar a los ya conversos. Esos ya están ganados a la causa de salvación propia, de los hermanos y del mundo. No necesitan de médico los sanos sino los enfermos. Es la insistencia del Papa Francisco cuando nos hablas de la Iglesia en salida. Los que están ya en la serenidad por la correcta decisión de entrega al amor, ya tienen el camino avanzado. A los que hay que convocar es a los que dudan, a los que no terminan de dar el paso adelante, quizás por temor a sí mismos y a sus capacidades, a los dolores y sufrimientos que han tenido, a las persecuciones y burlas de los otros, o simplemente por indiferencia o ignorancia, o por una maldad expresa que les cierra la mirada a una realidad distinta y superior. En el encuentro de San Mateo con Jesús queda demostrado que Jesús está dispuesto a llegar al tuétano de la cuestión. Incluso enfrentando lo que los tradicionalistas defendían, la llamada a Mateo es una provocación para todos. Mateo era un pecador público. Un lacayo del Imperio romano invasor y tiránico. Todo judío que se pusiera al servicio de él, era un traidor y como tal debía ser tratado. Por eso no era lógica la conducta de Jesús ante un personaje tan deleznable a la vista de un buen judío. Lo correcto era el rechazo y la execración. No la cercanía. Jesús se coloca por encima de estos criterios, pues lo único que lo mueve es el amor: "En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: 'Sígueme'. Él se levantó y lo siguió. Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: '¿Cómo es que su maestro come con publicanos y pecadores?' Jesús lo oyó y dijo: 'No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan, aprendan lo que significa 'Misericordia quiero y no sacrificio': que no he venido a llamar a justos, sino a pecadores". Jesús tiene muy claro lo que lo mueve y lo que lo ha movido desde que asumió su misión de rescate. No es el rechazo a nadie, sino la llamada a todos por amor. Y nada lo distraerá de eso. Ni siquiera una tradición que lo llamaba al rechazo y a la exclusión. No es ese su papel y nunca buscará ejercerlo así. Su motor es el amor, la inclusión, la llamada amorosa a todos. Y es la llamaba que nos hace a cada uno, sin dejar uno solo de nosotros por fuera. Nos quiere a todos con Él. Y en eso se la irá la vida.

jueves, 27 de mayo de 2021

Nuestra mayor alegría es haber sido bendecidos por el amor de Dios

 Haced Esto en Memoria de Mí | El deseado de todas las gentes

Dios ha creado al hombre para la felicidad. Su finalidad al hacerlo existir es mantenerlo junto a sí para que experimente su amor y viva continuamente en su presencia, en esa felicidad que le regala y que le pertenece, pues es donación amorosa e irrevocable de la voluntad divina. Al ser ese amor inmutable, pues es la misma esencia divina que no puede cambiar, su donación a los hombres tampoco se transformará jamás. Los hombres podemos vivir seguros eternamente en el amor de Dios, pues una vez que nos lo ha concedido, ya nunca desaparecerá de nuestras vidas, pues "los dones de Dios son irrevocables", a decir de San Pablo. Dios empeña su ser en esa donación, pues donar el amor implica donarse a sí mismo. El amor no es "algo" que Dios cede, sino que es Él mismo, su ser entero, lo que va unido al don, más aun, lo que es el don. Esa experiencia de donación de Dios, siendo el tesoro más valioso en la vida de los hombres, requiere, de parte de los receptores, como es lógico, el hacerlo consciente, aceptarlo, vivirlo, asumir el compromiso al que llama, abrir el corazón a su acción. Es, de alguna manera, hacerse también uno con el amor, viviendo su esencia, cumpliendo el ser "imagen y semejanza" del Creador, con lo cual se eleva sobre la simple condición humana, asumiendo la asimilación a la naturaleza divina, asemejándose cada vez más a la causa de su origen, y haciéndose reflejo del amor divino en el mundo del que es hecho dueño. Ese mundo, por la presencia del hombre que se ha asimilado al Dios del amor, debe estar imbuido todo él en la experiencia del amor de Dios, por la presencia del hombre creado en ese amor. Esa donación de Dios es absolutamente libre y espontánea. No hay nada que obligue a Dios a realizarla, sino solo su ser amoroso y su deseo de beneficiar al hombre eternamente. Dios ama porque Él, en su esencia, es el amor. Nuestra respuesta como beneficiarios del amor, debe ser también una respuesta de amor. "Dios nos amó primero", sin razón alguna que lo moviera a ello. Su amor es amor de pura benevolencia, de donación, de oblación. Es un amor que no exige respuesta. Su corazón ama porque sí, porque no puede hacer otra cosa, porque no quiere hacer otra cosa. Y así debe ser el amor de nuestra respuesta. En ese intercambio somos nosotros los favorecidos pues somos colmados por un amor infinito que no tiene posibilidades de ser equiparado. Lamentablemente, al no hacernos conscientes de esta bendición, nos atrevemos a ser infieles a ese amor con nuestro pecado, alejándonos del mayor beneficio que podemos recibir. Traicionamos al amor. Pero el amor sigue siendo amor y sigue siendo don, transformándose en rescate, en misericordia, en perdón. Dios no puede negarse a sí mismo.

Esa experiencia del Dios misericordioso la vive repetidamente el pueblo elegido en su relación tortuosa con el amor. Y Dios, empeñado en seguir siendo causa de plenitud y de felicidad del hombre, una y otra vez insiste en presentarse como única razón que sustente la felicidad estable de los hombres. Dios creó al hombre, y puso en su naturaleza, como condición para su felicidad, mantenerse unido a Él. En la genética espiritual de la humanidad estará siempre la añoranza del amor y de la felicidad, pues ha surgido de la divinidad y tiene de ella su carga vital. Y Dios ha colocado en ese camino del hombre y en su ser, el que sea Él el único que pueda satisfacer plenamente ese vacío existencial. Por eso se ofrece amorosamente para que el hombre no mire en otra dirección. Respeta su libertad de elección, pero sigue ofreciéndose para ser la causa de la felicidad plena. Así lo dice San Agustín: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti". Y el mismo pueblo de Israel recibe de Dios esta afirmación que llena de esperanza y de agradecimiento al amor: "Ya llegan días - oráculo del Señor - en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor - oráculo del Señor -. Esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días - oráculo del Señor - : Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: 'Conozcan al Señor', pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor - oráculo del Señor -, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados". Son palabras que confirman ese amor incondicional y que llenan de esperanza y de confianza en el Dios que es eternamente fiel a su amor.

Por supuesto, la corona de la experiencia vital del amor de Dios por los hombres es la entrega del Hijo a la causa del rescate del hombre pecador, decidida por el amor del Padre y secundada por la aceptación voluntaria y también amorosa de parte del Hijo. "Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos", afirmó Jesús describiendo la medida del amor que Él mismo derramaba sobre la humanidad. También lo describió San Agustín magistralmente: "La medida del amor es el amor sin medida". El zenit es alcanzado, no solo en la pasión cruenta que lo conduce a la muerte, sino también en el gesto amoroso de aceptación del sacrificio, y en el acto sacramental que establece como recuerdo perenne del mismo, con el cual no solo figura su entrega, sino que lo hace presencia hasta el fin de los tiempos, que implica que ese gesto será memoria perenne de su amor y se convertirá para siempre en prenda de su presencia en el mundo, cumpliendo su promesa: "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo". La última cena de Jesús con sus apóstoles es la ocasión de esta confesión de amor eterno: "El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, mientras comían, Jesús tomó pan, y pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: 'Tomen, esto es mi cuerpo'. Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: 'Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad les digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios". Este gesto de donación será firme hasta la vuelta definitiva del Verbo eterno de Dios, y nos recordará su entrega amorosa. Y se hará real y efectivo cada vez que hagamos memoria de él, actualizando los efectos redentores de la entrega del Salvador por amor. Se confirma una vez más, y cada vez que lo celebramos en la Eucaristía, el amor de benevolencia de Dios hacia los hombres. Con ello, queda confirmado que somos los seres más bendecidos por Dios, pues su amor es siempre nuestra mayor alegría y nos acompañará eternamente, sin tener jamás un final.

jueves, 29 de abril de 2021

Dios es siempre para nosotros luz, misericordia y compasión

 LECTURAS DEL SÁBADO XXVI DEL T. ORDINARIO 3 DE OCTUBRE (VERDE O BLANCO) |  MISAL DIARIO

El amor infinito de Dios por su creación, en particular por su criatura predilecta, el hombre, se manifiesta de múltiples maneras. Para constatarlo solo debemos lanzar una ojeada a las Sagradas Escrituras, en las que nos encontraremos con la ingente cantidad de acciones de Dios en favor del hombre, en las que destaca la puesta en marcha de ese amor para colmarlo de sus beneficios, a pesar de que el hombre se hiciera cada vez menos digno de ellos por su pecado y por la continua traición a su voluntad divina. De ninguna manera podemos ser indiferentes a esta constatación, pues ella será la base para nuestra conversión y para el acercamiento que tengamos a fin de disfrutar plenamente de ese amor infinito por nosotros. El amor no será, de esa manera, solo una realidad constatada, sino que tocará la fibra más profunda de nuestro ser, pues logrará desmontar cualquier barrera de desconfianza o de desarraigo. Solo quien ama tanto podrá ser la razón del abandono de una vida de desencuentro o de alejamiento del hombre. El amor es el imán más poderoso que hará que el hombre sucumba dócilmente ante el Dios Creador que solo quiere su bien, pues lo ama infinitamente. Y ese amor, lo decíamos, se reviste de diversas facetas que tocan todo el entramado de la vida del hombre, desde ser la causa última y primera de su existencia, hasta la de su plenitud y su salvación en la eternidad. Todo el abanico de la vida del hombre está sumido en la experiencia del amor de Dios. Tan pronto es amor de creación, como amor de perdón y de misericordia. Tan pronto es amor de defensa, como amor de rescate. Tan pronto es amor de providencia, como amor de iluminación. Tan pronto es amor de compasión, como amor de solidaridad. No hay realidad de la vida humana que no esté subsumida en el amor eterno e infinito que Dios le tiene.

En efecto, no puede ser de otra manera, pues Dios en su esencia es amor. "Dios es amor" nos ha dicho magistralmente San Juan. Es decir, la identidad más profunda de Dios es el amor, y por ello todo lo que hace va bañado en lo que es su propio ser. "La persona se conoce en la acción", dijo el filósofo Karol Wojtyla, luego el Papa San Juan Pablo II. Pues bien, conocemos a Dios por el amor con el que actúa y el que derrama continuamente sobre el hombre y sobre el mundo. En primer lugar, siendo luz que ilumina nuestro caminar: "Este es el mensaje que hemos oído de Jesucristo y que les anunciamos: Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con Él y vivimos en las tinieblas, mentimos y no obramos la Verdad. Pero, si caminamos en la luz, lo mismo que Él está en la luz, entonces estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado". Dios echa luces para que conozcamos la Verdad y vivamos de acuerdo con ella. No quiere de ninguna manera que seamos ignorantes de lo que es Él ni lo de que quiere para nosotros para beneficiarnos al máximo. Quiere que sepamos de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos, a lo que estamos llamados. No nos quiere caminando en las tinieblas y por ello nos llena de su luz. Y da un paso más adelante, pues no nos ofrece solo un amor de iluminación, sino que pone en nuestras manos el amor de misericordia, con el cual se ofrece no solo para darnos su luz, sino para reparar nuestra traición por el pecado: "Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y la Verdad no está en nosotros. Pero, si confesamos nuestros pecados, Él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros. Hijos míos, les escribo esto para que no pequen. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero". Es impresionante la medida de este amor, pues no se queda mirando nuestra falta por nuestra debilidad, sino que mira antes a su corazón, donde descubre constantemente el inmenso amor que nos tiene, y por ello nos perdona en el colmo de la misericordia.

Este amor, y las acciones que lo revelan, alcanzan su zenit en Jesús. La concreción más clara está, evidentemente, en el colmo de su entrega al sacrificio por amor. La muerte y resurrección de Cristo es la muestra más clara de un amor que está y estará siempre de parte del hombre. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos", con el añadido de asumir esta entrega siendo totalmente inocente, en favor de los que sí son culpables. Por ello, el amor se convierte fácilmente en compasión por aquellos que son humildes y sencillos, de aquellos que sufren y son desplazados, de aquellos que solo tienen un objeto de confianza que es Dios, pues es el único que se pone a su favor: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". En esta conversación emocionada de Jesús con el Padre, desvela su ternura por aquellos que necesitan más muestras de amor, pues son los olvidados, los desechados del mundo. Solo Dios sale como su valedor. El amor se convierte en compasión y es derramado en sus corazones. Por ello, en el colmo de esa compasión, sabedor de que probablemente sea el único consuelo que recibirán, Él mismo se ofrece como apoyo y sustento de vida: "Vengan a mí todos los que de ustedes están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Es la culminación del amor. Es la manifestación más clara de su esencia de amor. En medio de los tormentos de la vida está siempre presente Jesús siendo apoyo y consuelo. Es un Dios que no se ha desentendido de la humanidad, sino todo lo contrario, pues habiéndola rescatado de la muerte, del mal y del pecado, sigue comprometido con ella para servirle de iluminación, de misericordia y de compasión, pues su esencia es la del amor y Él no podrá nunca dejar de actuar según lo que le sugiere siempre el amor.

martes, 30 de marzo de 2021

Nosotros decidimos ser Pedro o ser Judas

 Uno de ustedes me traicionará (Juan 13:21-30) - Mundo Bíblico: El Estudio  de su Palabra

Pedro y Judas son personajes centrales en los hechos de la Pasión de Jesús. Existe un cierto paralelismo en las figuras de ambos, por cuanto ambos podríamos decir que son los primeros del grupo de doce apóstoles que el Señor había elegido para ser sus compañeros de camino en el cumplimiento de la tarea encomendada a Él por el Padre Dios. Al primero lo coloca como jefe del grupo y le augura ser el primero de la Iglesia que está fundando Jesús: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia", "Confirma a tus hermanos en la fe", "Te doy las llaves del cielo. Lo que ates en la tierra quedará atado en cielo; lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo". Son múltiples las referencias a esa primacía de Pedro sobre los demás. A él también le vaticina que en el momento álgido del prendimiento, su cobardía lo llevará a traicionarlo, negando conocerlo por tres veces: "Antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces". Al segundo, a Judas, lo nombra el ecónomo del grupo y por ello estaba encargado de llevar el dinero que necesitaban para subsistir. Y en un grupo humano aquel que está encargado de la administración es uno de los más importantes. Ambos, Pedro y Judas, ocupan de esta manera, los dos primeros lugares entre los apóstoles. También a Judas Jesús le advierte sobre su traición "Uno de ustedes me va a traicionar... ¿Quién Señor? Aquel que moja el pan en mi mismo plato". Judas ya había sido invadido por el mal y había acordado con las autoridades religiosas la entrega de Jesús, vendiéndolo como un esclavo. Debió haber sido terrible la experiencia vivida por Jesús, cuando se percata de que los dos primeros entre sus discípulos, son los primeros que claudicarán cuando se presenta el mal con sus fauces mortales.

Pero el fin de ambos es muy distinto. Judas es el traidor en su expresión más clara, pues aún percatándose del error inmenso que había cometido, arrepintiéndose de lo que había hecho, nunca dio por buenas las palabras de perdón y de misericordia que Jesús tantas veces había pronunciado, sino que desconfiando del amor de Dios y no permitiendo que su pecado, aun siendo tan grave, fuera puesto en las manos del Dios de misericordia y restañado en raíz en su espíritu atormentado por la culpa. Terminó su vida suicidándose, colgándose de un madero. A su traición añade un mal mayor, que es el de la desconfianza en Dios. No fue tan grave para él la venta de Jesús como esclavo, como el alejamiento de la misericordia de Dios. Aquello, en la dinámica del amor, hubiera podido ser perdonado. Jesús mismo en su Cruz pidió el perdón para quienes lo estaban asesinando: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Su suicidio es aún más grave, pues es echar un muro infranqueable entre la culpa horrorosa que lo oprimía y la mano amorosa y misericordiosa de Dios que estaba tendida para él. El fin de Pedro toma una ruta muy diversa, pues es la ruta de la confianza en el perdón y la misericordia divinos. Después de haber negado a Jesús, habiéndole asegurado previamente una fidelidad sólida -"Simón Pedro le dijo: 'Señor, ¿adónde vas?' Jesús le respondió: 'Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde'. Pedro replicó: 'Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti'"-, la mirada de Jesús, ya condenado, y la mirada de Pedro se encuentran, y no son necesarias las palabras para que Pedro pudiera entender que Jesús aceptaba su arrepentimiento y lo perdonaba de haberlo negado: "Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro... Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente". El pecado de Pedro siendo casi tan grave como el de Judas, pues era igualmente una traición, al ser reconocido por él, no obtuvo de Jesús ni siquiera una reprimenda, sino solo un derramamiento de amor en el perdón.

Las rutas de ambos tomaron burladeros totalmente contrarios. Judas, seguramente, no podemos afirmarlo con rotundidad pues nadie conoce la suerte de los que han muerto, fue condenado por su traición y por su falta de confianza en Dios y en su misericordia. No pudo ser perdonado porque no se acercó a pedir el perdón. Pedro fue rescatado de su culpa, gracias a su arrepentimiento, a su humildad, a su confianza en el mensaje de amor y de misericordia que tanto había repetido Jesús y en el que insistía continuamente. Incluso en un gesto inusitado de delicadeza de parte de Cristo, después de resucitado, le pregunta por tres veces si lo ama, a lo que responde Pedro sin dudarlo que sí. Las tres afirmaciones de su amor por Jesús cancelan por completo las tres negaciones de la pasión. En la mente de quienes meditarán en este misterio debe quedar la afirmación de Pedro, más que su negación. Nosotros hoy podemos decidirnos por ser Judas o por ser Pedro. Nuestra vida de pecado es prácticamente nuestra vida de normalidad. Aun cuando luchamos por nuestra fidelidad a Dios, nuestra debilidad nos hará trastabillar una y otra vez. No se trata de ser pesimistas ante nuestra vida de fidelidad a Dios, sino de ser realistas y de asumir nuestra condición de debilidad. Ante esto, podremos bajar la guardia en la batalla contra el mal y entregarnos a él, siendo vencidos incluso antes de luchar, y desconfiando de la gracia divina que nos acompaña para poder vencer en el enfrentamiento contra el pecado, y ser unos Judas más traicionando a Jesús, a su amor y a su misericordia, cometiendo un suicidio espiritual. O podemos ser como Pedro, asumiendo nuestro pecado, arrepintiéndonos de él y dejándonos abandonados en el corazón amoroso de Jesús que pugna por recibir a quien se humilla ante Él y por perdonar su culpa, por muy grande que sea.

martes, 23 de marzo de 2021

Una peregrinación que tiene como meta la felicidad plena

 Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que 'Yo soy' |  InfoVaticana

La llegada a la tierra prometida exige antes avanzar por el desierto que desemboca en ella. No hay caminos raudos ni expeditos para alcanzar esa tierra que mana leche y miel. La liberación de la esclavitud en Egipto, a través de los portentos y las maravillas que realizó Yahvé en medio del pueblo contra el Faraón y su nación, fue el inicio del periplo que debía comenzar a recorrer Israel para llegar a esa situación idílica de la posesión de esa tierra de bendición. La conquista de esa nueva tierra paradisíaca le tenía que costar a Israel el esfuerzo de los años en los que debía recorrer ese desierto cruel y duro. El Dios todopoderoso y amoroso había demostrado su poder con los hechos de la liberación de Egipto. Y lo seguía demostrando en la peregrinación del pueblo por el desierto, facilitándole el alimento y el agua que necesitaban para sobrevivir. Realizaba el milagro cotidiano del maná, de la carne de las aves y del agua que manaba de la roca. Israel había dejado atrás la condición de esclavitud y había recuperado el tesoro de su libertad. Él mismo se gestionaba su futuro, con el gozo de saber que al final de ese peregrinaje estaba la tierra del idilio que había prometido Dios. No tenían el acento puesto en el esfuerzo que debían realizar para avanzar, sino en la meta de lo que les esperaba como compensación mayor. Pero el mal, siempre en su acechanza, hace nacer en el corazón de los israelitas la rebeldía por esa situación de dolor y sufrimiento que les toca vivir antes de disfrutar del premio. Llegan incluso a quejarse del milagro cotidiano del maná, despreciando la maravilla que hace Dios a su favor todos los días. Y lo hace en el colmo del absurdo, pues es el regalo que Dios ha previsto para ellos de modo que no murieran de hambre ni de sed en el desierto mientras se encaminan al tesoro mayor. Dios pide, en todo caso, ese único esfuerzo, pero Israel se declara rebelde ante ese Dios de amor y de poder.

Impresiona mucho ver cómo los hombres nos empeñamos en repetir la historia. Habiendo sido testigos de la inmensa cantidad de maravillas que Dios realiza a nuestro favor cotidianamente, nos empeñamos en poner los acentos en lo negativo, despreciando esos beneficios con los que Dios nos bendice cada día. El criterio humano, natural en nosotros y legítimo, pues ha sido el mismo Dios el que lo ha establecido así, dejamos que se desboque y pretendemos que sea el único válido, colocándolo por encima del de Dios. No terminamos de entender que muchas de las cosas que nos exige la vida, que muchas de las cosas que nos toca asumir como parte de nuestra vida diaria, son la parte que nos toca colocar como esfuerzo personal para avanzar en nuestro propio camino a esa tierra prometida que es nuestra eternidad feliz junto al Padre. Y que si las asumimos desde ya como parte de la peregrinación, se transforman en verdaderas bendiciones que nos facilitan el vivir el gozo de la esperanza futura. Y a pesar de nuestra rebeldía, Dios, infinito en misericordia, se hace la vista gorda ante nuestro corazón rebelde y sigue mandándonos bendiciones, dándonos su apoyo y su alivio, y tomándonos de su mano suave y amorosa para procurar que retomemos el camino de la aceptación de su voluntad. Por ello, vale la pena que hagamos el esfuerzo de entrar en la comprensión de esa voluntad divina, que solo y siempre quiere nuestro bien, y sigamos esforzándonos en avanzar triunfantes hacia el tesoro de la eternidad feliz junto a Él: "Moisés rezó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió: 'Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla'. Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida". Dios ama a su criatura y no la deja jamás a su arbitrio. Insiste en demostrar su amor en todas las circunstancias.

Esta comprensión de la diversidad de criterios fue la que procuró Jesús que tuvieran todos sus seguidores. No es un desprecio a lo humano, pues sería absurdo que el que nos creó con esas capacidades, Él mismo las llegara a pisotear para imponer las suyas. Es el esfuerzo por la aceptación de lo que es mejor. Jesús no quiere imponer, sino convencer y conquistar. Es la necesidad de que el hombre en la búsqueda de su felicidad se convenza de que, en medio de todos los caminos posibles para alcanzarla, existe el que propone Dios, y que éste es el único que dará la auténtica felicidad, la plenitud de la experiencia del amor. Otros caminos podrán dar satisfacciones, pero jamás serán los de la plenitud. Algunos incluso producirán solo frustración, tristeza y oscuridad. Seguir a Jesús, aceptarlo como el Redentor, saber que es quien nos rescata de la muerte y del dolor, es la verdadera felicidad. No nos la damos nosotros mismos con nuestro egoísmo o nuestra vanidad. No es aislándonos de Dios y de los hermanos que alcanzaremos la auténtica felicidad. Es la asunción de nuestra vida, iluminada por la luz de Dios, de su amor y de su verdad, y llevada en una verdadera fraternidad desde ahora, la que nos dará la plenitud: "Ustedes son de aquí abajo, yo soy de allá arriba: ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón les he dicho que morirán en sus pecados: pues, si no creen que Yo soy, morirán en sus pecados'. Ellos le decían: '¿Quién eres tú?' Jesús les contestó: 'Lo que les estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en ustedes; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de Él. Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: 'Cuando levanten en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada'. Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él". Jesús es Dios. Jesús es de Dios, y quiere que todos seamos de Dios. Por eso su insistencia en que dejemos a un lado los criterios solo humanos, para que nos llenemos de los suyos, los de la verdad y del amor, para que podamos obtener esa riqueza de la mejor comprensión, y abandonarnos en sus brazos en el camino de peregrinación hacia nuestra tierra prometida, que es la eternidad junto a Él viviendo en el amor.

jueves, 18 de marzo de 2021

Moisés nos enseña la fidelidad y nos invita a interceder por los nuestros

 Hay otro que da testimonio de mí...

Cuando se repasa la historia de Israel en su periplo por el desierto, no puede surgir otra actitud que la de la sorpresa por la conducta del pueblo ante el Señor. Israel ha sido la beneficiaria de las maravillas que Yahvé realizó para lograr su liberación de la esclavitud en Egipto. Asistió como testigo al envío de las plagas como advertencias al Faraón para que dejara ir a Israel a adorar a Dios en el desierto. Vio como las aguas del Mar Rojo caían sobre el ejército egipcio, con lo cual los salvó de una muerte segura y logró su liberación definitiva. Ya en la peregrinación por el desierto recibió de Dios los regalos del maná que caía del cielo, de la carne de aves, del agua que brotó de la roca. De esa manera, Israel se libró de morir de hambre y de sed en su camino hacia la tierra prometida. Dios no hizo otra cosa que favorecer a su pueblo elegido y lograr para ellos las mejores condiciones, hasta cumplir con la promesa de regalarles "una tierra que mana leche y miel". La sorpresa se presenta cuando, habiendo visto todas las maravillas que hizo Dios en favor de su pueblo, este mismo pueblo le da la espalda y se rebela contra Él, haciéndose ídolos a los que llaman su dios, atribuyéndole que es quien los ha liberado de Egipto. Es el colmo del absurdo, pues ellos mismos han sido testigos de la obra de Yahvé en su favor y saben muy bien quién es el autor de su fabulosa epopeya: "'Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: 'Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto'". La traición del pueblo a Yahvé es mayúscula. Por ello, Dios decide abandonar a Israel y dejarlo a su solo arbitrio, con las consecuencias de dolor y muerte sobre el pueblo que tendrá esa traición cometida.

Pero el gran Patriarca Moisés se coloca entre Dios y el pueblo. Se interpone y hace uso de una figura en la que descubre su gran amor por Dios y por su pueblo, que es la de la intercesión. Moisés es el gran intercesor que procura que Dios no abandone a su pueblo, a pesar de la traición en la que el pueblo ha incurrido, e implora su perdón y que no les aparte su favor: "El Señor añadió a Moisés: 'Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo'. Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios: '¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? ¿Por qué han de decir los egipcios: 'Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra'? Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo: 'Multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a su descendencia para que la posea por siempre'. Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo". La figura de Moisés se eleva ya no solo como la del liberador de Israel, sino como el gran intercesor ante Dios para lograr que siga demostrando misericordia por todos y llenándolos de sus beneficios. Cuando se recurre a Dios con humildad, con confianza y con esperanza, nunca quedará nuestra oración sin ser escuchada y atendida. Nuestro mundo hoy tiene en Moisés una llamada de atención. Ante el mal que impera y que aparentemente domina en muchos corazones, se necesita con urgencia quienes intercedan ante Dios por todas las necesidades, para poder vencer al mal con la fuerza del bien, poniendo a Dios de nuestra parte, para que sea el fundamento que dé solidez a las obras en favor del bien que queramos emprender. Debemos ser intercesores ante Dios de todos nuestros hermanos.

Y todo esto lo debemos hacer bajo la convicción de que seguimos a quien nos trae la plenitud. El enviado de Dios, el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, es quien nos asegura su favor continuo. Su misma venida en carne humana ya es una demostración de que Dios está siempre dispuesto a ponerse a nuestro favor. A pesar de la continua traición del pueblo, que se plantea aún en nuestros días, su presencia entre nosotros es la demostración de que el amor de Dios está por encima del escarmiento que merece la humanidad. La misericordia vence sobre el juicio, dice el salmista. Y en Jesús se hace absolutamente patente. Él no da testimonio de sí mismo, pues ese testimonio de sí no sería válido. De la obra de amor de Dios en Jesús dan testimonio Juan Bautista, las propias obras que realiza, las Sagradas Escrituras, y finalmente, por encima de todo en importancia, el mismo Padre, que da el testimonio más sólido en favor de la figura de Jesús como enviado en la Verdad para el rescate de la humanidad traicionera. "No recibo gloria de los hombres; además, yo los conozco y sé que el amor de Dios no está en ustedes. Yo he venido en nombre de mi Padre, y ustedes no me recibieron; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibirán. ¿Cómo podrán creer ustedes, que aceptan gloria unos de otros y no buscan la gloria que viene del único Dios? No piensen que yo los voy a acusar ante el Padre, hay uno que los acusa: Moisés, en quien ustedes tienen su esperanza. Si creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creen en sus escritos, ¿cómo van a creer en mis palabras?". El amor de Dios se pondrá siempre de parte de su pueblo. Pero requiere que ese pueblo que seguirá recibiendo los beneficios que Dios quiere donarle, se abra a ese amor, abandone la traición, interceda por todos aquellos que sirven al mal, y se rinda a la Verdad de Jesús, el Dios que se ha hecho hombre para rescatar a la humanidad de la lejanía del amor.