Es impresionante pensarlo... Dios es suficiente en sí mismo. No necesita de nada ni de nadie para ser Él, para ser infinito, para ser todopoderoso, para ser omnisciente... Todo esto reside en Él naturalmente, por lo que aún viviendo en soledad absoluta, es completamente Él, sin ninguna necesidad de más... Y vive plenamente satisfecho, pues su ser trinitario llega a llenar la condición de relación personal que necesita cualquier ser pensante, cualquier persona. Él es tres personas que se relacionan, que intercambian, que dialogan, y entre ellos se establece la corriente de amor que necesita todo ser para sentirse vivo... Es plenamente libre, sin que haya absolutamente nada que lo pueda limitar en esa condición. De llegar siquiera a pensarse en esa posibilidad, Él mismo se encargaría de quitar de en medio lo que pueda llegar a intentarlo... Más aún, ya que todo tiene en Él su origen, tendríamos que admitir el absurdo de que Él mismo habría creado aquello que podría llegar a limitarlo en su propia libertad... Y eso es imposible. Nadie sería capaz de interponer en su propio camino aquello que lo perjudicara o que le hiciera perder su propia esencia... Es, realmente, absurdo...
¿Es, realmente, absurdo? ¿De verdad creemos eso? En Dios, esta afirmación es absoluta. Dios nunca crearía nada que fuera en contra de su ser, que lo disminuya, que lo reduzca en su esencia amorosa, libre, eterna e infinita... Cuando Dios ha creado todo lo que existe no ha hecho más que colocar su impronta en todo lo que ha creado. Nada de lo que existe ha servido para disminuirlo. Al contrario, todo es reflejo de su esencia de eternidad, de infinitud, de poder... De amor... La creación es un canto sonoro que dice a quien la contempla lo que es Dios, lo que es su poder, lo que es su amor. Más aún cuando contemplamos al hombre, creado a su imagen y semejanza, con las mismas prerrogativas suyas de libertad y de amor. El hombre, la huella más entrañable que Dios ha dejado fuera de sí en lo creado, es la suma del ser que atrae sobre sí los amores divinos... El Dios que no necesitaba de nada ni de nadie para ser Él mismo, ha optado por crear un ser que lo revelara perfectamente... En Jesús tenemos al mejor "revelador" de Dios para los hombres. Pero también tenemos al mejor "revelador" del hombre para los mismos hombres. Lo que es Jesús, el Verbo encarnado como hombre, es lo que debe ser cada hombre. Como Jesús, todos los hombres deben reconocer a Dios como Padre, deben hacer todo en función de reconocer su gloria infinita, deben santificar su nombre en todo lo que emprenden, deben dirigir al mundo hacia el punto de la perfección que es el encuentro con su Creador...
Lamentablemente, este designio divino siendo perfecto, ha sido tergiversado. La misma condición de libertad y de impronta divina que Dios ha regalado al hombre, es el arma de doble filo que ha usado el hombre para ponerse en contra de ese plan divino perfecto. No es absurdo, por lo tanto, pensar que haya quien se oponga a su propia perfección, pues el hombre ha demostrado que es capaz de hacerlo. Desde el mismo principio su condición de ser libre le sirvió para querer rebelarse, para querer hacerse como Dios, con lo cual destruyó su propia esencia. La perfección del hombre se da sólo en el sometimiento amoroso al Dios que es causa de su existencia, que es la razón última de su ser, que es la realidad final a la que debe tender para llegar a la plenitud añorada. Cualquier otro camino es autodestructivo, es negador de la propia esencia, es desviador en la ruta hacia la plenitud. Pero, recordemos siempre que Dios nunca podrá negar su esencia, ni dejará de querer cumplir su voluntad, de hacer que se cumpla su designio, el plan que ha establecido. Por eso, ante la "rebeldía" de su inferior, procura siempre que se retome la ruta correcta. Pero ante su realidad amorosa, que es el poder más grande que tiene, lo hará siempre con la delicadeza que es propia en quien ama de verdad...
Es entrañable la expresión que usa Dios para manifestar su voluntad de rescate de quien se ha alejado de Él: "Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón. Y me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto. Aquel día -oráculo del Señor-, me llamará Esposo mío, no me llamará Ídolo mío. Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor". Dios no es, de ninguna manera, el "castigador" que quiere someter a la fuerza a su amado. Lo quiere cortejar, como el novio que está perdido de amor. Dios vive el amor perfecto, el de benevolencia y oblación, que busca sólo el bien del amado, sin siquiera pensar en sí mismo. Lo importante es que el amado sepa y se sienta amado hasta el infinito. Es lo que Dios quiere. Que cada hombre sienta que su Padre, su Creador, lo ama infinitamente. Que se sienta cortejado, que se sienta entrañablemente colocado en el corazón de quien lo ama por encima de lo que puede imaginarse, aun más de lo que él mismo se podría llegar a amar... Es un Dios que deja que su esencia de amor se desborde totalmente, sin límites, sobre el hombre al que ama y al que le propone matrimonio eterno... Ese es nuestro Dios, el que nos ama por encima de todo, más de lo que nosotros mismos podemos llegar a amarnos. El Dios que, dejándonos amar por Él, llena todas nuestras necesidades, nos compensa totalmente, hace que todo lo demás sea añadidura...
Y que hace realidad concreta su amor en las obras que Jesús realiza a nuestro favor: Cura a la mujer con flujos y resucita a la hija del funcionario, como signos de que jamás dejará de hacer lo que es mejor para nosotros. Las obras de Jesús son las obras que dejan entrever el amor infinito del Dios que se ha casado con nosotros, que nos es fiel, que no nos dejará sin hacernos sentir su amor. Es el Dios que asume nuestra condición, sin ser absolutamente necesario, sólo para dejarnos claro que nos ama infinitamente. Sin necesitar de nadie para ser más poderoso, para ser más infinito, quiso necesitarnos para hacernos sentir su amor. Dios quiso necesitarnos... Es la realidad. Quiso necesitarnos para amarnos, y para que nosotros le respondamos con el mismo amor, entregándonos a Él y a los demás, como Él nos ha enseñado que hace el amor...
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