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sábado, 19 de junio de 2021

Nunca habrá en Jesús la exclusión de nadie al amor y a la salvación

 la semilla de cada dia: Aprendamos a mirar con una mirada nueva y limpia a  los demás igual que Jesús supo contar con el publicano Mateo para hacerlo  su apóstol y evangelista

Las elecciones de Jesús son totalizantes. No deja nada al acaso, sino que mira ya al final de la meta, pues su objetivo no es simplemente ganar adeptos a su causa de amor, sino la incorporación a ese ejército de personas que asuman el compromiso de la respuesta positiva que den. Es un gesto de confianza y de amor extremo por esos elegidos, pues de alguna manera indica que los incorpora a su obra de amor, que es la procura de la salvación de la humanidad entera, a la cual apunta desde el origen de la raza humana, y que lleva adelante con su misión de entrega en el sacrificio extremo de su abandono a la muerte en manos de aquellos que viene a salvar. No hay manera de deslastrarse de esta verdad contundente, pues su actuación concuerda con toda la que Dios ha demostrado desde el inicio de la historia. No es posible que en algún momento de esa historia, el ánimo del Salvador transmute a otro distinto. No actúa Dios jamás así, pues su amor es inmutable, como es su misma esencia. Por ello vemos a Dios siempre actuando en consecuencia con el mismo amor, sin cambiar un ápice el sentido de su conducta. Es de tal manera inmutable, que las continuas bendiciones caerán siempre como cascada sobre sus elegidos, pues Él se ha comprometido a que así sea. La vida de los fieles al Señor será una vida que tendrá siempre bendiciones evidentes, por encima de las exigencias que pueda tener. Quien se ha decidido a estar con Dios será un continuo receptor de bendiciones. La vida de Abraham es una muestra de ello. Lo vemos colmado de las bendiciones de Dios por haber sido fiel. Incluso ya al final de sus días lo vemos en continua recepción de bondades y de bendiciones, ya no para sí, sino incluso para su familia. Al morir su esposa, su heredero inaugura el camino nuevo de cumplimiento de esas promesas de generaciones que serán sus hijos, iniciando el caminar solidario del pueblo que se sabe lleno de bendiciones. Ya no es una cuestión particular, sino que afectará la historia de la humanidad. El matrimonio de Isaac asegura que la bendición es para la humanidad entera, por lo cual en el cumplimiento de la promesa estamos todos incluidos. Se convierte en algo familiar, por lo cual esa familia entera se convierte en bendición para el mundo entero.

Isaac, consciente de ser objeto de tales bendiciones, demuestra ser hijo de buen padre y de buena madre, y se acerca confiado al amor de Dios, abandonando su suerte en sus manos, y recibe así nuevas bendiciones. Lo toma incluso casi de manera natural, pues ya ha tenido manifestaciones previas de esa preferencia, ya que se sabe convocado a ser, por Abraham, padre de naciones: "Isaac había vuelto del pozo de Lajay Roi. Por entonces habitaba en la región del Negueb. Una tarde, salió a pasear por el campo y, alzando la vista, vio acercarse unos camellos. También Rebeca alzó la vista y, al ver a Isaac, bajó del camello. Ella dijo al criado: '¿Quién es aquel hombre que viene por el campo en dirección a nosotros?' Respondió el criado: 'Es mi amo'. Entonces ella tomó el velo y se cubrió. El criado le contó a Isaac todo lo que había hecho. Isaac la condujo a la tienda de su madre Sara, la tomó por esposa y con su amor se consoló de la muerte de su madre". Recibe el consuelo por el luto de su madre y la inminente partida de su padre, en atención a la tarea que le correspondía como el elegido del Señor para llevar adelante su papel de ser germen de la Iglesia, el instrumento que fundará Jesús para llevar su salvación a toda la humanidad y que está representado en ese pequeño grupo incipiente que surgía para el futuro de todos. Su papel está claro. Asumir sobre sus espaldas el inaugurar ese camino glorioso que recorrerá toda la humanidad llevada de su mano. Reconoce su misión y su papel en esta tarea que marcará indeleblemente la historia del mundo y que no cambiará nunca, pues está detrás el Dios fiel que lo ha elegido.

En esta convocatoria estamos incluidos todos. El hecho que en el caso de Abraham y su familia haya unos personajes concretos, de ninguna manera se debe entender como exclusividad. La llamada es global. Para todos y cada uno de los hombres. Y de alguna manera, entendemos que será preferencial para aquellos que necesitan más conversión. Cristo no necesita llamar a los ya conversos. Esos ya están ganados a la causa de salvación propia, de los hermanos y del mundo. No necesitan de médico los sanos sino los enfermos. Es la insistencia del Papa Francisco cuando nos hablas de la Iglesia en salida. Los que están ya en la serenidad por la correcta decisión de entrega al amor, ya tienen el camino avanzado. A los que hay que convocar es a los que dudan, a los que no terminan de dar el paso adelante, quizás por temor a sí mismos y a sus capacidades, a los dolores y sufrimientos que han tenido, a las persecuciones y burlas de los otros, o simplemente por indiferencia o ignorancia, o por una maldad expresa que les cierra la mirada a una realidad distinta y superior. En el encuentro de San Mateo con Jesús queda demostrado que Jesús está dispuesto a llegar al tuétano de la cuestión. Incluso enfrentando lo que los tradicionalistas defendían, la llamada a Mateo es una provocación para todos. Mateo era un pecador público. Un lacayo del Imperio romano invasor y tiránico. Todo judío que se pusiera al servicio de él, era un traidor y como tal debía ser tratado. Por eso no era lógica la conducta de Jesús ante un personaje tan deleznable a la vista de un buen judío. Lo correcto era el rechazo y la execración. No la cercanía. Jesús se coloca por encima de estos criterios, pues lo único que lo mueve es el amor: "En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: 'Sígueme'. Él se levantó y lo siguió. Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: '¿Cómo es que su maestro come con publicanos y pecadores?' Jesús lo oyó y dijo: 'No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan, aprendan lo que significa 'Misericordia quiero y no sacrificio': que no he venido a llamar a justos, sino a pecadores". Jesús tiene muy claro lo que lo mueve y lo que lo ha movido desde que asumió su misión de rescate. No es el rechazo a nadie, sino la llamada a todos por amor. Y nada lo distraerá de eso. Ni siquiera una tradición que lo llamaba al rechazo y a la exclusión. No es ese su papel y nunca buscará ejercerlo así. Su motor es el amor, la inclusión, la llamada amorosa a todos. Y es la llamaba que nos hace a cada uno, sin dejar uno solo de nosotros por fuera. Nos quiere a todos con Él. Y en eso se la irá la vida.

jueves, 27 de mayo de 2021

Nuestra mayor alegría es haber sido bendecidos por el amor de Dios

 Haced Esto en Memoria de Mí | El deseado de todas las gentes

Dios ha creado al hombre para la felicidad. Su finalidad al hacerlo existir es mantenerlo junto a sí para que experimente su amor y viva continuamente en su presencia, en esa felicidad que le regala y que le pertenece, pues es donación amorosa e irrevocable de la voluntad divina. Al ser ese amor inmutable, pues es la misma esencia divina que no puede cambiar, su donación a los hombres tampoco se transformará jamás. Los hombres podemos vivir seguros eternamente en el amor de Dios, pues una vez que nos lo ha concedido, ya nunca desaparecerá de nuestras vidas, pues "los dones de Dios son irrevocables", a decir de San Pablo. Dios empeña su ser en esa donación, pues donar el amor implica donarse a sí mismo. El amor no es "algo" que Dios cede, sino que es Él mismo, su ser entero, lo que va unido al don, más aun, lo que es el don. Esa experiencia de donación de Dios, siendo el tesoro más valioso en la vida de los hombres, requiere, de parte de los receptores, como es lógico, el hacerlo consciente, aceptarlo, vivirlo, asumir el compromiso al que llama, abrir el corazón a su acción. Es, de alguna manera, hacerse también uno con el amor, viviendo su esencia, cumpliendo el ser "imagen y semejanza" del Creador, con lo cual se eleva sobre la simple condición humana, asumiendo la asimilación a la naturaleza divina, asemejándose cada vez más a la causa de su origen, y haciéndose reflejo del amor divino en el mundo del que es hecho dueño. Ese mundo, por la presencia del hombre que se ha asimilado al Dios del amor, debe estar imbuido todo él en la experiencia del amor de Dios, por la presencia del hombre creado en ese amor. Esa donación de Dios es absolutamente libre y espontánea. No hay nada que obligue a Dios a realizarla, sino solo su ser amoroso y su deseo de beneficiar al hombre eternamente. Dios ama porque Él, en su esencia, es el amor. Nuestra respuesta como beneficiarios del amor, debe ser también una respuesta de amor. "Dios nos amó primero", sin razón alguna que lo moviera a ello. Su amor es amor de pura benevolencia, de donación, de oblación. Es un amor que no exige respuesta. Su corazón ama porque sí, porque no puede hacer otra cosa, porque no quiere hacer otra cosa. Y así debe ser el amor de nuestra respuesta. En ese intercambio somos nosotros los favorecidos pues somos colmados por un amor infinito que no tiene posibilidades de ser equiparado. Lamentablemente, al no hacernos conscientes de esta bendición, nos atrevemos a ser infieles a ese amor con nuestro pecado, alejándonos del mayor beneficio que podemos recibir. Traicionamos al amor. Pero el amor sigue siendo amor y sigue siendo don, transformándose en rescate, en misericordia, en perdón. Dios no puede negarse a sí mismo.

Esa experiencia del Dios misericordioso la vive repetidamente el pueblo elegido en su relación tortuosa con el amor. Y Dios, empeñado en seguir siendo causa de plenitud y de felicidad del hombre, una y otra vez insiste en presentarse como única razón que sustente la felicidad estable de los hombres. Dios creó al hombre, y puso en su naturaleza, como condición para su felicidad, mantenerse unido a Él. En la genética espiritual de la humanidad estará siempre la añoranza del amor y de la felicidad, pues ha surgido de la divinidad y tiene de ella su carga vital. Y Dios ha colocado en ese camino del hombre y en su ser, el que sea Él el único que pueda satisfacer plenamente ese vacío existencial. Por eso se ofrece amorosamente para que el hombre no mire en otra dirección. Respeta su libertad de elección, pero sigue ofreciéndose para ser la causa de la felicidad plena. Así lo dice San Agustín: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti". Y el mismo pueblo de Israel recibe de Dios esta afirmación que llena de esperanza y de agradecimiento al amor: "Ya llegan días - oráculo del Señor - en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor - oráculo del Señor -. Esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días - oráculo del Señor - : Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: 'Conozcan al Señor', pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor - oráculo del Señor -, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados". Son palabras que confirman ese amor incondicional y que llenan de esperanza y de confianza en el Dios que es eternamente fiel a su amor.

Por supuesto, la corona de la experiencia vital del amor de Dios por los hombres es la entrega del Hijo a la causa del rescate del hombre pecador, decidida por el amor del Padre y secundada por la aceptación voluntaria y también amorosa de parte del Hijo. "Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos", afirmó Jesús describiendo la medida del amor que Él mismo derramaba sobre la humanidad. También lo describió San Agustín magistralmente: "La medida del amor es el amor sin medida". El zenit es alcanzado, no solo en la pasión cruenta que lo conduce a la muerte, sino también en el gesto amoroso de aceptación del sacrificio, y en el acto sacramental que establece como recuerdo perenne del mismo, con el cual no solo figura su entrega, sino que lo hace presencia hasta el fin de los tiempos, que implica que ese gesto será memoria perenne de su amor y se convertirá para siempre en prenda de su presencia en el mundo, cumpliendo su promesa: "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo". La última cena de Jesús con sus apóstoles es la ocasión de esta confesión de amor eterno: "El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, mientras comían, Jesús tomó pan, y pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: 'Tomen, esto es mi cuerpo'. Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: 'Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad les digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios". Este gesto de donación será firme hasta la vuelta definitiva del Verbo eterno de Dios, y nos recordará su entrega amorosa. Y se hará real y efectivo cada vez que hagamos memoria de él, actualizando los efectos redentores de la entrega del Salvador por amor. Se confirma una vez más, y cada vez que lo celebramos en la Eucaristía, el amor de benevolencia de Dios hacia los hombres. Con ello, queda confirmado que somos los seres más bendecidos por Dios, pues su amor es siempre nuestra mayor alegría y nos acompañará eternamente, sin tener jamás un final.

martes, 30 de marzo de 2021

Nosotros decidimos ser Pedro o ser Judas

 Uno de ustedes me traicionará (Juan 13:21-30) - Mundo Bíblico: El Estudio  de su Palabra

Pedro y Judas son personajes centrales en los hechos de la Pasión de Jesús. Existe un cierto paralelismo en las figuras de ambos, por cuanto ambos podríamos decir que son los primeros del grupo de doce apóstoles que el Señor había elegido para ser sus compañeros de camino en el cumplimiento de la tarea encomendada a Él por el Padre Dios. Al primero lo coloca como jefe del grupo y le augura ser el primero de la Iglesia que está fundando Jesús: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia", "Confirma a tus hermanos en la fe", "Te doy las llaves del cielo. Lo que ates en la tierra quedará atado en cielo; lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo". Son múltiples las referencias a esa primacía de Pedro sobre los demás. A él también le vaticina que en el momento álgido del prendimiento, su cobardía lo llevará a traicionarlo, negando conocerlo por tres veces: "Antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces". Al segundo, a Judas, lo nombra el ecónomo del grupo y por ello estaba encargado de llevar el dinero que necesitaban para subsistir. Y en un grupo humano aquel que está encargado de la administración es uno de los más importantes. Ambos, Pedro y Judas, ocupan de esta manera, los dos primeros lugares entre los apóstoles. También a Judas Jesús le advierte sobre su traición "Uno de ustedes me va a traicionar... ¿Quién Señor? Aquel que moja el pan en mi mismo plato". Judas ya había sido invadido por el mal y había acordado con las autoridades religiosas la entrega de Jesús, vendiéndolo como un esclavo. Debió haber sido terrible la experiencia vivida por Jesús, cuando se percata de que los dos primeros entre sus discípulos, son los primeros que claudicarán cuando se presenta el mal con sus fauces mortales.

Pero el fin de ambos es muy distinto. Judas es el traidor en su expresión más clara, pues aún percatándose del error inmenso que había cometido, arrepintiéndose de lo que había hecho, nunca dio por buenas las palabras de perdón y de misericordia que Jesús tantas veces había pronunciado, sino que desconfiando del amor de Dios y no permitiendo que su pecado, aun siendo tan grave, fuera puesto en las manos del Dios de misericordia y restañado en raíz en su espíritu atormentado por la culpa. Terminó su vida suicidándose, colgándose de un madero. A su traición añade un mal mayor, que es el de la desconfianza en Dios. No fue tan grave para él la venta de Jesús como esclavo, como el alejamiento de la misericordia de Dios. Aquello, en la dinámica del amor, hubiera podido ser perdonado. Jesús mismo en su Cruz pidió el perdón para quienes lo estaban asesinando: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Su suicidio es aún más grave, pues es echar un muro infranqueable entre la culpa horrorosa que lo oprimía y la mano amorosa y misericordiosa de Dios que estaba tendida para él. El fin de Pedro toma una ruta muy diversa, pues es la ruta de la confianza en el perdón y la misericordia divinos. Después de haber negado a Jesús, habiéndole asegurado previamente una fidelidad sólida -"Simón Pedro le dijo: 'Señor, ¿adónde vas?' Jesús le respondió: 'Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde'. Pedro replicó: 'Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti'"-, la mirada de Jesús, ya condenado, y la mirada de Pedro se encuentran, y no son necesarias las palabras para que Pedro pudiera entender que Jesús aceptaba su arrepentimiento y lo perdonaba de haberlo negado: "Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro... Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente". El pecado de Pedro siendo casi tan grave como el de Judas, pues era igualmente una traición, al ser reconocido por él, no obtuvo de Jesús ni siquiera una reprimenda, sino solo un derramamiento de amor en el perdón.

Las rutas de ambos tomaron burladeros totalmente contrarios. Judas, seguramente, no podemos afirmarlo con rotundidad pues nadie conoce la suerte de los que han muerto, fue condenado por su traición y por su falta de confianza en Dios y en su misericordia. No pudo ser perdonado porque no se acercó a pedir el perdón. Pedro fue rescatado de su culpa, gracias a su arrepentimiento, a su humildad, a su confianza en el mensaje de amor y de misericordia que tanto había repetido Jesús y en el que insistía continuamente. Incluso en un gesto inusitado de delicadeza de parte de Cristo, después de resucitado, le pregunta por tres veces si lo ama, a lo que responde Pedro sin dudarlo que sí. Las tres afirmaciones de su amor por Jesús cancelan por completo las tres negaciones de la pasión. En la mente de quienes meditarán en este misterio debe quedar la afirmación de Pedro, más que su negación. Nosotros hoy podemos decidirnos por ser Judas o por ser Pedro. Nuestra vida de pecado es prácticamente nuestra vida de normalidad. Aun cuando luchamos por nuestra fidelidad a Dios, nuestra debilidad nos hará trastabillar una y otra vez. No se trata de ser pesimistas ante nuestra vida de fidelidad a Dios, sino de ser realistas y de asumir nuestra condición de debilidad. Ante esto, podremos bajar la guardia en la batalla contra el mal y entregarnos a él, siendo vencidos incluso antes de luchar, y desconfiando de la gracia divina que nos acompaña para poder vencer en el enfrentamiento contra el pecado, y ser unos Judas más traicionando a Jesús, a su amor y a su misericordia, cometiendo un suicidio espiritual. O podemos ser como Pedro, asumiendo nuestro pecado, arrepintiéndonos de él y dejándonos abandonados en el corazón amoroso de Jesús que pugna por recibir a quien se humilla ante Él y por perdonar su culpa, por muy grande que sea.

jueves, 18 de marzo de 2021

Moisés nos enseña la fidelidad y nos invita a interceder por los nuestros

 Hay otro que da testimonio de mí...

Cuando se repasa la historia de Israel en su periplo por el desierto, no puede surgir otra actitud que la de la sorpresa por la conducta del pueblo ante el Señor. Israel ha sido la beneficiaria de las maravillas que Yahvé realizó para lograr su liberación de la esclavitud en Egipto. Asistió como testigo al envío de las plagas como advertencias al Faraón para que dejara ir a Israel a adorar a Dios en el desierto. Vio como las aguas del Mar Rojo caían sobre el ejército egipcio, con lo cual los salvó de una muerte segura y logró su liberación definitiva. Ya en la peregrinación por el desierto recibió de Dios los regalos del maná que caía del cielo, de la carne de aves, del agua que brotó de la roca. De esa manera, Israel se libró de morir de hambre y de sed en su camino hacia la tierra prometida. Dios no hizo otra cosa que favorecer a su pueblo elegido y lograr para ellos las mejores condiciones, hasta cumplir con la promesa de regalarles "una tierra que mana leche y miel". La sorpresa se presenta cuando, habiendo visto todas las maravillas que hizo Dios en favor de su pueblo, este mismo pueblo le da la espalda y se rebela contra Él, haciéndose ídolos a los que llaman su dios, atribuyéndole que es quien los ha liberado de Egipto. Es el colmo del absurdo, pues ellos mismos han sido testigos de la obra de Yahvé en su favor y saben muy bien quién es el autor de su fabulosa epopeya: "'Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: 'Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto'". La traición del pueblo a Yahvé es mayúscula. Por ello, Dios decide abandonar a Israel y dejarlo a su solo arbitrio, con las consecuencias de dolor y muerte sobre el pueblo que tendrá esa traición cometida.

Pero el gran Patriarca Moisés se coloca entre Dios y el pueblo. Se interpone y hace uso de una figura en la que descubre su gran amor por Dios y por su pueblo, que es la de la intercesión. Moisés es el gran intercesor que procura que Dios no abandone a su pueblo, a pesar de la traición en la que el pueblo ha incurrido, e implora su perdón y que no les aparte su favor: "El Señor añadió a Moisés: 'Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo'. Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios: '¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? ¿Por qué han de decir los egipcios: 'Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra'? Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo: 'Multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a su descendencia para que la posea por siempre'. Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo". La figura de Moisés se eleva ya no solo como la del liberador de Israel, sino como el gran intercesor ante Dios para lograr que siga demostrando misericordia por todos y llenándolos de sus beneficios. Cuando se recurre a Dios con humildad, con confianza y con esperanza, nunca quedará nuestra oración sin ser escuchada y atendida. Nuestro mundo hoy tiene en Moisés una llamada de atención. Ante el mal que impera y que aparentemente domina en muchos corazones, se necesita con urgencia quienes intercedan ante Dios por todas las necesidades, para poder vencer al mal con la fuerza del bien, poniendo a Dios de nuestra parte, para que sea el fundamento que dé solidez a las obras en favor del bien que queramos emprender. Debemos ser intercesores ante Dios de todos nuestros hermanos.

Y todo esto lo debemos hacer bajo la convicción de que seguimos a quien nos trae la plenitud. El enviado de Dios, el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, es quien nos asegura su favor continuo. Su misma venida en carne humana ya es una demostración de que Dios está siempre dispuesto a ponerse a nuestro favor. A pesar de la continua traición del pueblo, que se plantea aún en nuestros días, su presencia entre nosotros es la demostración de que el amor de Dios está por encima del escarmiento que merece la humanidad. La misericordia vence sobre el juicio, dice el salmista. Y en Jesús se hace absolutamente patente. Él no da testimonio de sí mismo, pues ese testimonio de sí no sería válido. De la obra de amor de Dios en Jesús dan testimonio Juan Bautista, las propias obras que realiza, las Sagradas Escrituras, y finalmente, por encima de todo en importancia, el mismo Padre, que da el testimonio más sólido en favor de la figura de Jesús como enviado en la Verdad para el rescate de la humanidad traicionera. "No recibo gloria de los hombres; además, yo los conozco y sé que el amor de Dios no está en ustedes. Yo he venido en nombre de mi Padre, y ustedes no me recibieron; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibirán. ¿Cómo podrán creer ustedes, que aceptan gloria unos de otros y no buscan la gloria que viene del único Dios? No piensen que yo los voy a acusar ante el Padre, hay uno que los acusa: Moisés, en quien ustedes tienen su esperanza. Si creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creen en sus escritos, ¿cómo van a creer en mis palabras?". El amor de Dios se pondrá siempre de parte de su pueblo. Pero requiere que ese pueblo que seguirá recibiendo los beneficios que Dios quiere donarle, se abra a ese amor, abandone la traición, interceda por todos aquellos que sirven al mal, y se rinda a la Verdad de Jesús, el Dios que se ha hecho hombre para rescatar a la humanidad de la lejanía del amor.

miércoles, 17 de marzo de 2021

Dios es un Padre de amor y de ternura que nos salva en su Hijo Jesús

 Evangelio de hoy Lectura del santo... - Parroquia San Rafael Arcángel,  Heredia | Facebook

La alegría es señal constitutiva del cristiano. La convicción profunda que vive de ser criatura de Dios, de haber surgido de sus manos amorosas solo por un movimiento de ese amor que es su esencia, de su ser hijo y no simple criatura, de su ser hermano de todos los demás hombres, de haber sido colocado en el centro de todo lo creado como señor, de estar en sus manos sostenido por su providencia que procurará siempre llenarlo de todos los beneficios que le sean necesarios, todo eso, ya es suficiente para sentir un gozo máximo. Por encima incluso de las ocasiones, que pueden ser muchas, en las que venga el dolor o el sufrimiento, pues desde esa conciencia de ser amado, está también la de no estar nunca solo y de ser aliviado, consolado y fortalecido en medio de la tribulación. El hecho de tener a quién recurrir en el desasosiego para sentir consuelo, es una razón para vivir lejos de la tristeza y de la soledad en el dolor. Esa figura paterna de Dios es parte de la esencia que siempre quiere mostrar al hombre. No es un Dios "ejecutivo" que se queda en la frontera contemplando la vida del hombre, sino que es un Dios que ama y que se involucra personalmente en el acompañamiento de la humanidad que ha surgido de su mano. Es un Dios comprometido con su creación, y particularmente, con su criatura predilecta. La Escritura nos pone en la ruta de la comprensión de esa figura cercana. Nos habla incluso de la ternura de Dios, equiparándola a la figura de la madre que ama a su niño de pecho, y que por lo tanto nunca se atreverá a abandonar a quien sabe es desvalido y depende totalmente de su cuidado: "¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré". Es la imagen más entrañable del Dios que es tierno con sus hijos, con nosotros, con lo cual se nos asegura que jamás podremos sentir el abandono de quien nos ha creado y nos asegura que su amor siempre estará a nuestro favor.

Es por ello que nuestra actitud debe ser siempre la de la alegría. Por eso tiene sentido que en medio de un tiempo penitencial, de arrepentimiento y conversión, surja espontáneo el sentido del gozo cristiano. Nada, ninguna circunstancia negativa, ningún dolor, ningún sufrimiento, cancela la ternura de Dios con nosotros. Incluso podemos afirmar que es en los momentos más álgidos de dolor y de tristeza, en los que se hace más presente. Recordemos las palabras de Jesús, cuando se ofrece como alivio: "Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré". Quizá nosotros esperemos una actuación más contundente de Dios contra el mal que nos circunda y que nos abate. Y a veces no entenderemos cómo es posible que Dios no actúe más decididamente contra el mal y contra quienes lo producen. Debemos decir que sí actúa, en primer lugar, intentando convencer al malo de no actuar bajo el signo del mal, pero respetando la libertad que Él mismo otorgó a todos; en segundo lugar, haciendo que ese sufrimiento sirva como retribución del mal y del pecado que hemos cometido nosotros mismos, y nos purifique el alma para prepararla para la recepción de la mayor gracia del perdón y de la salvación eterna; en tercer lugar, haciendo surgir hombres y mujeres que valientemente asuman su tarea de enfrentar al mal, buscando sembrar semillas de bien que se antepongan a la maldad en el mundo; en cuarto lugar, dejándose encontrar por quienes sufren para que puedan cobijarse bajo sus alas amorosas y sientan el alivio y el consuelo de su amor. La compensación muchas veces no será material, pues Dios, Señor de la historia, respeta la historia que Él ha decidido que pueda escribir el hombre como historia propia. Estas razones son suficientes para sentir que ciertamente no estamos solos, que tenemos los brazos amorosos de nuestro Padre de amor y de ternura tendidos hacia nosotros, y por ello debemos sentirnos los hombres más felices, aun en medio de las tribulaciones.

Es impresionante cómo Jesús quiere que esto quede meridianamente claro en la mente y el corazón de sus discípulos. En una de las ocasiones en las que deja más clara su identidad divina delante de sus oyentes, afirma contundentemente que el Padre y Él siguen actuando al unísono, pues son un solo Dios: "Jesús dijo a los judíos: 'Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo'. Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no solo quebrantaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. Jesús tomó la palabra y les dijo: 'En verdad, en verdad les digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace Este, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para asombro de ustedes. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió'". Es tan cierto que Dios no abandona jamás a su criatura, que ha enviado a su propio Hijo para que actúe en su nombre y realice las mismas obras que Él realiza. La redención de la humanidad no es una obra solitaria, sino trinitaria. Es todo Dios el que actúa en favor de la humanidad, que se pone de su lado y no lo deja a su arbitrio dominado por el pecado. Lo rescata y lo coloca a su lado, por la obra de entrega de su Hijo, que asume su tarea con el mayor amor por el hombre, como lo ama el Padre. La obra de rescate es la mayor obra que hace Dios, y el amor que derrama es el mayor amor que tiene Dios. La meta final de esta obra del Hijo es la salvación, la plenitud eterna de la felicidad, que no negará a ninguno de los que hayan vivido el gozo de una vida junto a Él, y que será negada solo a quienes la rechacen, empeñándose en seguir sirviendo al mal: "Los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió". Nuestra vida debe estar siempre marcada, entonces, por la esperanza de la salvación. Por ello, debe ser una vida vivida en la alegría de saber que nuestro futuro es un futuro de amor y de felicidad eternos, que debemos empezar a sembrar ahora, con nuestros hermanos, para que también ellos comiencen a vivir el gozo eterno de la salvación de los hijos de Dios.

lunes, 15 de marzo de 2021

Dios tiene muy mala memoria sobre nuestro pecado

 EVANGELIO DEL DÍA: Jn 4, 43-54: Había un funcionario real que tenía un hijo  enfermo. | Cursillos de Cristiandad - Diócesis de Cartagena - Murcia

Dios prefiere tener mala memoria. En su esencia de amor, que le da su más profunda identidad, deja brotar la misericordia, por encima de la justicia y del escarmiento que correspondería al recordar la traición del pueblo elegido al darle la espalda y preferir el pecado y el mal antes que el amor y el bien que podía vivir manteniéndose con Dios. En la mente de Dios todo lo que ha hecho Israel está presente. Él es el omnisciente, es decir, el que lo conoce todo y lo tiene todo en su recuerdo. Pero el ideal que vive Dios no es el de la venganza o el del castigo, sino el del amor y el de la misericordia. Siendo Dios de amor jamás se dejará llevar por la ira o el deseo de venganza. Sus actitudes de escarmiento las reserva para el final, cuando el hombre cierre todas las puertas al amor. En ese caso, es el mismo hombre el que elige el camino de la lejanía de Dios, del dolor que viene en consecuencia, de la oscuridad de vida que se yergue sobre el que se aleja de la Luz, del abismo de soledad y de tristeza que sigue a la traición perpetrada contra Dios y los hermanos. Todo esto será la elección de quien se prefiere a sí mismo, dejándose llevar por el egoísmo y la vanidad a que lo empuja el pecado. Esa sería la historia de quien no se deja conquistar por el amor y la misericordia. Una historia muy distinta la vivirá quien, a pesar de su pecado y de su traición, contemplando el amor y la delicadeza de Dios con sus criaturas amadas, se empeña en llenarlo solo de amor, como Padre que mira en una dirección distinta a la que tendría si se queda mirando al pecado. El Dios del amor prefiere olvidar, no tener en su memoria la falta de su criatura, y ofrecerle su mano tendida llena de amor y de ternura. La oferta de futuro es una oferta alucinante de plenitud. Es el perdón, el amor, la misericordia, la ternura, llevados todos al extremo, con lo cual Dios echa en el basurero todos los recuerdos de los males realizados por los hombres.

Quien acepte esta oferta del Dios misericordioso estará aceptando dejarse llenar de amor, sentir la misericordia de quien no se queda mirando el mal ni el pecado, quien deja a un lado la frustración por la traición y la lejanía, quien tiene el poder de deshacer el mal y colocar en su lugar el bien. Es una novedad absoluta la que propone y la que lleva a cabo en quien se abre a ese regalo: "Esto dice el Señor: 'Miren: voy a crear un nuevo cielo y una nueva tierra: de las cosas pasadas ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento. Regocíjense, alégrense por siempre por lo que voy a crear: yo creo a Jerusalén 'alegría', y a su pueblo, 'júbilo'. Me alegraré por Jerusalén y me regocijaré con mi pueblo, ya no se oirá en ella ni llanto ni gemido; ya no habrá allí niño que dure pocos días, ni adulto que no colme sus años, pues será joven quien muera a los cien años, y quien no los alcance se tendrá por maldito. Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán los frutos'". No tiene sentido, entonces, rechazar esta oferta tan ventajosa para el hombre. La novedad total de vida que ofrece el mismo Dios es, con mucho, infinitamente superior a lo que vive el hombre, en medio de los acontecimientos rutinarios de su vida, en los que se presenta el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, la muerte. La utopía que ofrece vivir Dios hace que el hombre tenga que elevar su mirada a lo eterno, a lo trascendente, y no quedarse solo en lo temporal, en lo pasajero. La realidad de esa novedad es totalizante. El hombre que se queda en la contemplación de solo lo que vive actualmente, pierde la perspectiva de la totalidad. Ciertamente su vida seguirá teniendo la opción del dolor y del sufrimiento, pero no debe jamás quedarse encerrado únicamente en esa perspectiva negativa. Sería como encerrase en un túnel oscuro que no ofrece ninguna alternativa. Ante la oferta de Dios, es necesario abrir los ojos del corazón, y percatarse que ya hoy existe compensación en el amor y en la ternura de Dios, y que esa compensación será absoluta al cumplir la ruta y llegar a la meta final de la eternidad. La realidad no es solo oscura. Tiene la luminosidad del amor de Dios.

Esa presencia del Dios del amor que viene a hacer nuevas todas las cosas tiene sus atisbos en las acciones y las palabras de Jesús. A pesar de que muchos se niegan a aceptarlo como el enviado de Dios para la salvación del mundo, Él sigue haciendo las obras del Reino. Él sigue hablando de las cosas de Dios y realizando las obras que el Padre le ha enviado a hacer. La realidad del Reino se va haciendo patente con su caminar y los hombres ya disfrutan de esas obras, llenándose de alegría y de esperanza. El Evangelio del amor es anunciado a todos y las obras que convencen de la presencia de Dios y de su Reino en el mundo son realizadas. Se percibe en quienes van abriendo su corazón una sensación de novedad que los llena de alegría y de esperanza. Dios no ha abandonado a su pueblo, y mucho menos a quienes han guardado una esperanza en su amor infinito: "Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: 'Si ustedes no ven signos y prodigios, no creen'. El funcionario insiste: 'Señor, baja antes de que se muera mi niño'. Jesús le contesta: 'Anda, tu hijo vive'. El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: 'Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre'. El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: 'Tu hijo vive'. Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea". Son las obras del amor, las obras del enviado de Dios, las obras del Reino de Dios presente en el mundo. Y son las obras que Jesús sigue haciendo cotidianamente entre nosotros y que debemos saber percibir con los ojos del espíritu. Así nos alegraremos de la obra de Dios en nosotros y nos llenaremos de la misma esperanza de plenitud que vivieron los que guardaron siempre su fidelidad al amor.

martes, 9 de marzo de 2021

Jesús nos enseña a ser misericordiosos y justos como nuestro Padre Dios

 No debías tener compasión de tu compañero, como yo tuve de ti? - ReL

Dios es infinitamente misericordioso.Y es también infinitamente justo. Ambas cualidades las ejerce plenamente. No son de ninguna manera contradictorias. Al contrario, son complementarias. Muchas veces intentamos contraponerlas, como queriendo poner a Dios en un apuro, cuando le exigimos que sea justo con los malos, castigándolos y dándoles el escarmiento que se merecen y que se han ganado por su mala conducta. Está claro que Dios no se niega a ser justo, pues está en su esencia serlo. Pero sí es cierto que en el caso de conflicto entre el ser misericordioso y el ser justo, si se dan las condiciones para que así sea, siempre se decidirá por la misericordia. Tal como nos dice el salmo: "La misericordia vence sobre la justicia", pues el Dios del amor, en línea con su identidad profunda, nunca podrá negar lo que es. Dios es amor, y la misericordia es la manera sublime en que ese ser amor se pone en práctica. La justicia, sin duda, es también una expresión del amor y de la misericordia, por cuanto es el tomar partido en contra del injusto y a favor de quien sufre indignamente la injusticia que comete la maldad y sus servidores. Por ello, nunca habrá conflicto entre la misericordia y la justicia. Más aún, finalmente no será Dios quien tome la decisión sin percatarse de las acciones de las partes, sino que simplemente usará aquella de la que se han hecho acreedores los mismos hombres con su conducta. El amor, la misericordia, el perdón, la justicia, surgirán de Dios solo cuando Él se haya percatado de qué es lo que merecen los actos del hombre. En cierto modo, la decisión no corresponde a Dios, sino al hombre que se gana o no cada una de ellas. Dios dará de acuerdo a aquello para lo que el hombre haya preparado el terreno. La fuente siempre será Dios, pero la llave la tiene el corazón del hombre. Percatarnos de esto es fundamental para nosotros, por cuanto de ello dependerá nuestra justificación y finalmente nuestra salvación. Gozar de la dulzura del perdón, que es el amor transformado en misericordia, dependerá de nuestro reconocimiento humilde del pecado y de nuestra determinación de cambio. Y así, daremos un paso más adelante en el seguimiento del ejemplo que nos da Dios y que se hizo aún más patente en Jesús, haciéndonos nosotros también misericordiosos con nuestros hermanos, como Jesús lo fue desde la Cruz. Así como Él perdonó a sus agresores, la misma disposición debe haber también en nosotros. Es lo que nos comprometemos a hacer cada uno cuando reza el Padrenuestro: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". La condición la ponemos nosotros mismos.

En atención a esa esencia de amor que se transforma en misericordia, respondiendo al reconocimiento del pecado y al arrepentimiento, Israel, en el peor momento de su historia, cuando ha sido expulsado de la tierra prometida y es obligado a adorar ídolos, recurre al Dios todopoderoso, que es además Dios de amor y de misericordia, para que se conduela de su pueblo elegido y se ponga a su favor, liberándolo del yugo que se había ganado por su infidelidad. La oración de uno de los jóvenes en el horno de fuego al que habían sido lanzados para morir, es la súplica esperanzada, ya en el último momento de la tragedia, elevada a Dios para que alce su mano en favor de todos: "Ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados. En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocausto, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia. Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, como un holocausto de carneros y toros o una multitud de corderos cebados. Que este sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados. Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos, y buscamos tu rostro; no nos defraudes, Señor; trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia. Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor". El recurso final es el de la esperanza en el poder misericordioso de ese Dios que no deja defraudado: "Los que en ti confían no quedan nunca defraudados". Tarde o temprano Dios dará su favor a quien está a sus pies arrepentido solicitando su amor.

Esta actitud de Dios es la actitud que quiere que tengamos todos. Jesús enseña a sus discípulos esta conducta y se la exige a todos. Pedro, haciéndose seguramente voz de la inquietud de todos, le pregunta a Jesús hasta cuándo se debe perdonar: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?" La respuesta de Jesús es clarísima: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete". Para Pedro, y para cualquier humano, perdonar siete vez es casi un heroísmo inalcanzable. Pero Jesús pone la medida más allá de lo heroico, no en lo común. Setenta veces siete, siguiendo la numerología bíblica, significa siempre. No debemos dejar de perdonar nunca. La justicia que exige compensación, manteniéndose vigente, da paso a la misericordia, cuando hay la disposición a la conversión auténtica. El ejemplo lo pone el mismo Jesús en la parábola del administrador injusto que les relata. El señor le perdonó, pero este no fue capaz de perdonar. Por eso se le aplica la justicia. Al no perdonar, cerró las puertas al perdón que había recibido y fue castigado, cumpliéndose así la justicia que le correspondía. La actitud del cristiano debe ser siempre con la tendencia al perdón. Como Jesús perdonó desde la Cruz, como su gesto de entrega y de muerte fue la donación del perdón para todos los pecados de todos los hombres, todos debemos seguir sus pasos. Nosotros mismos ponemos la condición al rezar el Padrenuestro. Si lo rezamos convencidos de que es la oración que nos corresponde siempre hacer como hijos de Dios, debemos asumir el compromiso de perdonar, pues es la condición para recibir el perdón nosotros mismos. La sentencia final de la parábola es determinante: "Lo mismo hará con ustedes mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano". Somos nosotros los que abrimos las puertas para el perdón. O los que las cerramos. Dios es infinitamente misericordioso. Pero es también infinitamente justo. Nosotros decidimos qué queremos que sea con nosotros mismos.