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sábado, 26 de junio de 2021

Llamados a una eternidad final de felicidad y plenitud

 Talitha kum"

"Talita Kumi", "Niña, a ti te lo digo, levántate y anda". Es la invitación acuciante de Jesús a la niña muerta. Y es la misma invitación que nos hace a todos. Ninguno de nosotros deja de escucharla, pues los seguidores de Cristo estamos llamados a la verticalidad, no a la postración destructiva de nuestro ser. La verdad más relevante que surge luminosa en esta liturgia es la de una situación final a la que todos estamos llamados: No somos seres para la muerte, sino que hemos sido creados para la vida eterna. Nuestro final no es de postración sino de elevación. No puede ser de otra manera, pues de las manos de Dios nunca podrá surgir la frustración de la vida de sus hijos, en la desaparición oscura, sino que de ellas brota solo vida en abundancia, llena de amor y de eternidad. El fin de los hombres es el fin de la gloria. Es el mismo recorrido que ha realizado Jesús. Y ese mismo recorrido es el que está marcado para cada uno de nosotros. En nada seguiremos un itinerario distinto. Él nos abre el camino, y es el mismo que, paso a paso, seguiremos cada uno. La claridad con la que lo expresa el autor del libro de la Sabiduría es meridiana. Somos los seres de la luz y de la vida. La convicción es tal, que pugna por hacerlo entender a todos. No hay verdad más iluminadora que esta. Porque Dios nos ha creado para sí, nuestra solidez se basa en que nunca desapareceremos, pues estamos llenos de la genética espiritual de eternidad. Somos les seres de la resurrección, y eso jamás podrá cambiar, pues el signo será siempre el de la trascendencia. Solo quien se sustraiga a sí mismo de una luminosidad tan clara, despreciando la llamada a ese levantamiento del espíritu, y se quede en el absurdo de la horizontalidad mortal, sirviéndose a sí mismo, quedándose tontamente en el servicio egoísta y narcisista, verá frustrada la invitación hecha por el Señor, y caminará directamente a su destrucción, prefiriendo la total inmanencia y despreciando la llamada a ser más, a llegar a la plenitud: "Dios no hizo la muerte ni se complace destruyendo a los vivos. Él todo lo creó para que subsistiera y las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo reina en la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo a imagen de su propio ser; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los de su bando". El camino es claro y luminoso. No puede haber extravíos. No hay posibilidades para ello.

En este sentido, la marca es la de la caridad mutua. La Iglesia, instrumento de salvación, insiste una y otra vez en que nuestra vida de fe nada tiene que ver con la individualidad. Más aún, si existen dificultades entre los hermanos más necesitados, a lo cual podemos percibir que muchos insisten en hacerse la vista gorda, sin duda influidos por un mundo que mira con muchísima más atención los intereses mal sanos a los que lo lanza a un entendimiento incorrecto del progreso humano, que pone el acento en un autoservicio quizá individualmente satisfactorio, pero que no tiene en cuenta el amor y la solidaridad, pues se basa en un egoísmo exacerbado, que es lo más destructivo contra la misma humanidad. Esos mismos terminarán siendo víctimas de su propio desatino. No hemos sido creados para el individualismo y todo lo que lo favorezca será siempre destructivo. Más aún, autodestructivo: "Hermanos: Lo mismo que sobresalen en todo - en fe, en la palabra, en conocimiento, en empeño y en el amor que les hemos comunicado -, sobresalgan también en esta obra de caridad. Pues conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por ustedes para enriquecerlos con su pobreza. Pues no se trata de aliviar a otros, pasando ustedes estrecheces; se trata de igualar. En este momento, su abundancia remedia su carencia, para que la abundancia de ellos remedie la carencia de ustedes; así habrá igualdad. Como está escrito: 'Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba'". Es la solidaridad en la que todos somos iguales, y en la que todos los hermanos ponen el hombro, de modo que podamos vivir en un mundo más justo y más humano. ¡Cuántas injusticias, cuánta miseria, cuántas soluciones a los problemas del mundo, desaparecerían si nos esforzáramos por entender y por vivir esta realidad tan sencilla!

Son los gestos que nos pide Jesús que demos ante un mundo que está perdiendo el valor de la solidaridad y del amor. Es en la confianza serena y segura donde está nuestra solidez. No somos débiles al abandonarnos en ese amor y en esa confianza. Al contrario, nos transformamos en los hombres más poderosos, pues se coloca a nuestro lado todo el poder del amor de Jesús por los hombres, lo cual ha sido ya demostrado en toda su magnificencia, con su muerte aparentemente débil en la cruz, pero convertida en la fuerza más poderosa, pues en ese gesto de entrega y de muerte traía consigo la muerte de la misma muerte, lo cual refrendó gloriosamente con su resurrección. Ese poder, Jesús está dispuesto a demostrarlo cada vez que sea necesario: "En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: 'Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva'. Se fue con Él y lo seguía mucha gente. Llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: 'Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?' Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: 'No temas; basta que tengas fe'. No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo: '¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida'. Se reían de Él. Pero Él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: 'Talitha qumi' (que significa: 'Contigo hablo, niña, levántate'). La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña'". Delicadeza extrema del amor de Jesús. Los detalles nos hablan de que no quiere ser un simple mago que cura, sino alguien que toma a la persona para sí y se ocupa de todos los detalles. Hasta del gesto de pedir que le dieran de comer para que tuviera las fuerzas necesarias. Es un Dios detallista que nos ama al extremo, y que cada detalle de nuestra vida lo tiene presente. Por eso, tiene sentido que nos invite a lo trascendente. Que nos elevemos. Que miremos hacia arriba siempre, sin quedarnos solo en lo horizontal. Nuestra vida está llamada a la trascendencia y no podemos estorbar ese camino. Nuestra existencia debe vivir, sí, pisando firmemente en la realidad que nos circunda, pero siempre suspirando por esa eternidad a la que somos todos convocados.

jueves, 17 de junio de 2021

El tesoro de amor de Dios es eterno y nos abre el cielo

 Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni ladrones - ReL

Una de las realidades que los discípulos de Jesús jamás podremos dejar de lado es la de nuestra condición humana que da marco a todas nuestras actuaciones. Somos seres indigentes, cuya existencia está esencialmente marcada por nuestro origen divino, que se basa en el amor infinito de quien en un momento de su historia eterna, decidió que todo lo que no fuera Él existiera. Sabemos que fue una decisión absolutamente libérrima, en la que Dios "hipotecó" su propia libertad, pues desde ese momento, solo movido por la necesidad de su amor, se lanzó a esa aventura maravillosa de la creación, que lo ató eternamente a su criatura. Dios asumió su compromiso con toda la carga de amor, de paternidad, de providencia. Y nos dejó nuestra naturaleza como marca de origen. Por ello, a su imagen y semejanza, nos llenó de sus propias cualidades: nos dio la libertad, nos dio la inteligencia y la voluntad, nos dio la capacidad de amar, nos regaló a los hermanos para que diéramos muestras de nuestro ser fraternos en la solidaridad. A nada de eso podemos nunca renunciar pues está en nuestra genética original. Y en esa variedad riquísima con la que nos ha creado, debemos saber descubrir que nada de eso puede convertirse en pobreza, pues al haber surgido de la voluntad creadora del Señor, será siempre bueno, pues Dios nunca quiere que exista nada que no se convierta en un tesoro en la vida de los hombres. Es imposible que el Señor que nos ha creado desde su amor y para el amor, permita que no haya una sola realidad que no sea una riqueza. Por ello, nos encontramos en la vida ordinaria con ese abanico de conductas, de conocimientos, de vivencias, que a veces consideramos invasivas a nuestras maneras de ser, pero que con un discernimiento más profundo, podemos llegar a descubrir que, por su presencia, la vida se presenta más bella y más atractiva. La variedad es, sin duda alguna, una manera de enriquecer la vida de todos.

Es tan sorprendente esto, que nos quedamos asombrados ante las reacciones que incluso los seguidores más fieles del Señor pueden tener ante el ministerio que les ha tocado llevar adelante. El apóstol San Pablo nos sale luminoso al encuentro, dirigiéndose a su amada comunidad de los Corintos, ante los cuales se siente tan responsable, tan pastor, tan padre, y en un gesto de confianza extrema con ellos, desnuda completamente su espíritu y da rienda suelta a "chiquilladas" apostólicas. No tiene ningún problema en presentarse como es, pues se considera totalmente libre. Sabe bien que el ocultamiento no es el mejor camino. Habiendo cumplido fielmente con su tarea, anunciando la verdad de Jesús y de su salvación, habiendo conquistado sus corazones para el amor, impulsándolos a la vida fraterna en el Espíritu de Dios, asumió el derecho que tenía para poner sobreaviso acerca de los posibles caminos equivocados que la comunidad pudiera recorrer. Por ello, sin ningún ambage, se trasparenta completamente: "Hermanos: Puesto que muchos se glorían de títulos humanos, también yo voy a gloriarme. A lo que alguien se atreva - lo digo disparatando -, también me atrevo yo. ¿Que son hebreos? También yo; ¿Que son israelitas? También yo. ¿Que son descendientes de Abrahán? También yo. ¿Que son siervos de Cristo? Voy a decir un disparate: mucho más yo. Más en fatigas, más en cárceles, muchísimo más en palizas y, frecuentemente, en peligros de muerte. De los judíos he recibido cinco veces los cuarenta azotes menos uno; tres veces he sido azotado con varas, una vez he sido lapidado, tres veces he naufragado y pasé una noche y un día en alta mar. Cuántos viajes a pie, con peligros de ríos, peligros de bandoleros, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, trabajo y agobio, sin dormir muchas veces, con hambre y sed, a menudo sin comer, con frío y sin ropa. ¿Quién enferma sin que yo enferme?; ¿Quién tropieza sin que yo me encienda? Si hay que gloriarse, me gloriaré de lo que muestra mi debilidad". No es jactancia lo que demuestra. Es la realidad de lo que le ha costado su obra misionera. Más aún, se cuida mucho de darse a sí mismo el mérito, pues reconoce claramente que la gloria es de Dios, que ha sabido sostenerlo en su debilidad. Aun cuando él se ha puesto en la total disponibilidad para el servicio del Evangelio, sabe muy bien que todo lo que ha logrado hubiera sido imposible si no hubiera recibido la gracia, la fuerza, la inspiración del Espíritu que lo había ungido. Esa es la clave de su orgullo: nunca atribuirse la gloria a sí mismo, sino a Dios. Su único mérito estaba en dejarse conducir.

De este modo, se entiende el remate que coloca Jesús a los seguidores. Debemos colocar el corazón en lo que no perece. Equivocamos el camino cuando lo ponemos en lo que pasa, en lo que desaparece. Un auténtico discípulo de Cristo no puede pretender que su existencia sea tan perecedera como todo lo que lo rodea. Estamos llamados a muchísimo más, pues estamos llamados a la eternidad. Nunca nada tiene mayor valor que eso. Nuestra inmanencia no se resuelve en el final de las cosas. Trasciende hacia una eternidad que le da sentido, y que hace elevar nuestra mirada, nuestras añoranzas, nuestros sueños, nuestras metas, sobre lo que sabemos dejará de existir en algún momento. Esto no se debe entender como un desprecio a la realidad en la que estamos asentados, pues al fin y al cabo todo es parte del plan de salvación. Más aun, es desde esa realidad desde la cual vamos a trascender, por lo cual de ninguna manera podemos despreciarla. Solo asumiéndola, es decir poniéndola en lo esencial que le corresponde, podremos dar el salto cualitativo y gigantesco que deberemos dar en el momento en que seamos convocados. Solo asentados firmemente en nuestra realidad actual, pisando firme en ella, podremos ascender. Debemos mirar y pisar firme sobre el horizonte actual, con la añoranza de la eternidad, que es nuestra meta. Es el compromiso del cristiano que nunca debe renunciar a luchar por un mundo mejor, más humano, más fraterno, más justo, más pacífico. Ese será el legado que debe dejar cada uno de nosotros: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'No atesoren para ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesoren tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los roen, ni ladrones que abran boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!" Por ello, entendemos que estamos llamados a cosas mayores. Nada hay más importante que el amor, que nuestra salvación y la salvación de nuestro hermanos. Nuestros tesoros no pueden ser los que se coman la polilla. Deben ser los que prevalecen para la eternidad. En medio de nuestra realidad existencial, a la cual jamás podremos renunciar, pues forma parte de nuestra esencia, debemos siempre apuntar a lo superior, que es a lo que estamos llamados por el amor eterno que Dios nos tiene. A eso nos llama y con esperanza allí llegaremos.

jueves, 3 de junio de 2021

Para estar vivos, los hombres necesitamos amar

 EVANGELIO DEL DÍA: Mc 12, 28b-34: ¿Qué mandamiento es el primero de todos?.  | Cursillos de Cristiandad - Diócesis de Cartagena - Murcia

En el mensaje central de toda la revelación divina está el amor de Dios por toda la creación. Destaca, como es natural, el amor al hombre, la criatura que atrae toda la lógica de la actuación divina hacia fuera, pues la existencia de todo lo creado solo tiene explicación razonable en un gesto que haga salir a Dios de sí mismo, cuando no tenía absolutamente ninguna necesidad de ello. Solo el amor al hombre da una razón para el amor de Dios a todo lo demás, pues es a él al único ser que Dios ama por sí mismo. Si ama al mundo y a todo lo creado fuera del hombre y por razón de él, lo ama porque sirve al hombre, pues son dádivas de su amor para el completo bienestar del hombre creado, de modo que no adolezca de nada de lo que sea necesario para avanzar por el camino hacia la plenitud de la felicidad eterna, para lo cual lo ha hecho existir. Todos los pasos que da Dios en referencia al hombre apuntan siempre a lo mejor, aunque en apariencia en ocasiones nos dé la impresión de que quisiéramos más. Lo cierto es que en la alegría o en los infortunios, su presencia en nuestras vidas siempre será para nuestra bendición y para nuestra alegría, sintiéndonos jamás abandonados y dejados a nuestra suerte. En el misterio divino, el amor de Dios no se reviste de un romanticismo superficial, sino en una realidad sólida que nos da la posibilidad de estar firmemente asentados en la mayor seguridad que podemos tener, que es la compañía divina por encima de todo, en la experiencia de su amor creador, sustentador, providente y fortalecedor. Cuando esta conciencia se hace una convicción que deviene en vivencia convencida y totalmente compensadora, la vida del hombre entra en el sosiego que da el saberse estar, en cualquier circunstancia, en el oasis del amor divino. Esto desemboca en una doble realidad. Por un lado, el hombre se hace consciente de su origen. Se percata firmemente de que viene del gesto más claro del amor divino, al que no le hacía falta nada más, pero que decidió en aquel momento glorioso de la historia en que crea al hombre, salir de sí mismo y hacerlo objeto de todo ese amor que surgía de su corazón. Y por el otro, de que ese origen es para él parte de su esencia, de la naturaleza que el Creador ha querido imprimir en su ser, por lo cual, al tener origen divino, no puede alejarse de él. El hombre, en consecuencia, necesita amar para vivir. Sin el amor, la vida del hombre se convierte en oscuridad, en muerte, en desgracia.

Al comprender esta doble realidad, la vida del fiel toma un cariz diverso, lleno de ilusión, de alegría y de esperanza. Se hace fuerte, aunque sepa que tendrá momentos de debilidad, en los que tendrá que dar muestras de esa profunda convicción y de su seguridad en el amor de Dios. Ningún fiel, en este sentido, podrá experimentar el abandono de ese amor, que por otro lado, sería una mentira estruendosa, pues habrá siempre manifestaciones de que Dios nunca lo dejará solo ni abandonado de su amor. En las Escrituras nos encontramos innumerables ejemplos de estas reacciones entre los que quieren manifestar su seguridad de ello. Aun en medio de signos adversos, su seguridad es la de que el amor Dios jamás los dejará solos. Es el caso de Tobías, que pide en matrimonio a quien le corresponde en derecho como mujer. A pesar de todos los negativos avatares por los que ha pasado Sara, sabe que esa es la voluntad de Dios y a ella se acoge. Confiando en esa compañía de Dios y poniéndose totalmente ante Él para ser fiel al amor, lo que hace es dejarlo todo en sus manos y en su providencia amorosa, con tal de no herir su fidelidad hacia Él: "Cuando todos hubieron salido y cerrado la puerta de la habitación. Tobías se levantó de la cama y dijo a Sara: 'Levántate, mujer. Vamos a rezar pidiendo a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos proteja'. Ella se levantó, y comenzaron a suplicar la protección del Señor. Tobías oró así: 'Bendito seas, Dios de nuestros padres, y bendito tu nombre por siempre. Que por siempre te alaben los cielos y todas tus criaturas. Tú creaste a Adán y le diste a Eva, su mujer, como ayuda y apoyo. De ellos nació la estirpe humana. Tú dijiste: 'No es bueno que el hombre esté solo, hagámosle una ayuda semejante a él'. Al casarme ahora con esta mujer, no lo hago por impuro deseo, sino con la mejor intención. Ten misericordia de nosotros y haz que lleguemos juntos a la vejez'. Los dos dijeron: 'Amén, amén'. Y durmieron aquella noche". La fidelidad a Dios y su amor a Él, dieron a Tobías la certeza de que, puestos en sus manos, en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, Él estaría siempre con ellos y los bendeciría. Es el plus que necesitamos todos, para vivir con la mayor objetividad, basados en la confianza en el Creador, la realidad innegable e inmutable del amor divino.

Y dado que en nuestra esencia de creados por el amor, estamos marcados por su experiencia, por lo cual necesitamos amar para vivir, es decir, para confirmar que estamos vivos, esto debe convertirse en objetivo primario a perseguir. Para vivir en la alegría suprema debemos apuntar siempre a la experiencia del amor. Quien no busca el amor vive en la inconsistencia de la incerteza, de la inseguridad, de la perplejidad, de la tristeza. Quien no tiene un objeto de amor no tiene la ilusión de algo mejor. Y más aún, para quien en ese horizonte no tiene el amor a Dios y a los hermanos, sino amor solo por la criatura, no tiene la solidez de un amor que nunca desaparecerá, sino que siempre vivirá en la incerteza de la posible inexistencia de lo que sea objeto de su amor. Todo lo mutable corre siempre el riesgo de desaparecer. Las riquezas, el prestigio, el poder, el dominio sobre otros, son siempre susceptibles de esfumarse, pues son siempre temporales. Solo el amor de Dios y el amor a los hermanos serán siempre inmutables cuando hacemos de nuestra disponibilidad un servicio a él. Por ello, aquel sabio judío se acercó a Jesús para preguntarle sobre la esencia de la fe, la que lleva a la felicidad y a la salvación. No quiere futilidades, sino que quiere ir al tuétano de la cuestión. Ya está cansado de florituras y de adornos. Hay muchas exigencias en la ley, y debe existir algo que esté por encima de todo: "En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: '¿Qué mandamiento es el primero de todos?' Respondió Jesús: 'El primero es: 'Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser'. El segundo es este: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. No hay mandamiento mayor que estos'. El escriba replicó: 'Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de Él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios'. Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: 'No estás lejos del reino de Dios'. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas". Este es el quid del asunto. Fuera de esto todo lo demás es accesorio. Es lo que vale, "más que todos los holocaustos y sacrificios". Y es a lo que debemos dar la mayor de las importancias. Necesitamos amar para vivir. Y esta será la razón suficiente para sentirnos felices en esta vida y asegurarnos esa felicidad para toda la eternidad.

sábado, 29 de mayo de 2021

La Sabiduría de Dios es Jesús y nos ha sido donada para la felicidad eterna

 EVANGELIO DEL DÍA: Mc 11, 27-33: ¿Con qué autoridad haces esto? | Cursillos  de Cristiandad - Diócesis de Cartagena - Murcia

Una de las categorías que definen a Dios en el Antiguo Testamento es la de la Sabiduría, al punto que es casi una manera de identificarlo. En efecto, la Sabiduría es casi como Dios mismo. Poseer Sabiduría es como poseer a Dios, pues Él es ella misma. Quien se deja llenar de la Sabiduría de Dios está lleno de Dios. No se trata de la definición occidental que damos los que tendemos al racionalismo y llevamos esta realidad solo al plano intelectual. Sin dejar a un lado este aspecto, la Sabiduría teológica se yergue sobre esa consideración y pasa sobre ella, elevándola a una consideración más vital, que abarca toda la vida humana, la del intelecto y la de la experiencia en todos los aspectos de la vida. Ser sabio según Dios es conocerlo lo más posible, saber que es el origen de todo lo que existe, que es el autor de nuestras vidas, que es el proveedor de todos los beneficios que poseemos, que manifiesta su voluntad sobre nosotros, que establece que en el cumplimiento de esa voluntad está la plena felicidad de su criatura, que quiere que haya claridad en que su motivación única en referencia a la actuación en favor del hombre es la de su amor, pues nada lo enriquece más de lo que es ya rico, pues no necesita de nada en sí mismo al ser autosuficiente, que quiere que ese amor sea también la esencia de la vida humana y por ello lo pone como norma de vida fraterna para todos. Conocer a Dios y llenarse de su Sabiduría es asegurar que el camino de la vida propia se dirige al logro de la felicidad plena, que es para lo que hemos sido creados. Dios no ha tenido otra intención al crearnos. Dejándonos a todos en el uso de nuestra libertad, don de su amor, quiere que nos encaminemos hacia la felicidad, asumiéndola naturalmente después de conocer quién es y qué quiere de nosotros desde su amor. La felicidad no puede ser impuesta. Y Dios nunca la impondrá. Debe ser una opción propia, a pesar de que en ocasiones nos pueda parecer que se está lejos de ella. Los avatares de la vida nunca podrán ser suficientes para hacernos descartar el camino que estamos seguros nos llevará a la plenitud. Al contrario, nos pueden servir para asentarnos más firmemente en él con esperanza.

Los teólogos, posteriormente, han identificado a la Sabiduría con la figura de Jesús en el Nuevo Testamento. Si ella ha aparecido desde la revelación de Dios en el Antiguo Testamento, tiene su culminación en el Verbo encarnado. Él será la Sabiduría hecha hombre. Aceptar a Jesús, vivir lo que nos invita a vivir, dejarse arrebatar por su amor, ser conquistados por su obra de rescate, dejarse tomar de su mano para que nos conduzca a la libertad y a la verdad, es, todo ello, vivir arrebatados en la Sabiduría. Si ella es Dios, ella es Jesús. Unido a esto, un cristiano es un hombre sabio. Conocer a Jesús es dejarse llenar de su Sabiduría que, como experiencia vital, nos abre a la búsqueda de la plenitud a la que estamos llamados. Dios no nos ha dejado a nuestro arbitrio en este caminar. Si nos quiere felices, pondrá a nuestro alcance todo lo que sea necesario para que avancemos en ese camino. Y llega al extremo de enviar a su Hijo, que es la Sabiduría encarnada, para que lo conozcamos mejor, nos llenemos de Él y lleguemos a la meta. Los desencuentros de Jesús se dieron sobre todo con los que no podían aceptar que esta Sabiduría divina tuviera una concreción tan clara en el enviado de Dios: "En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron: '¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?' Jesús les respondió: 'Les voy a hacer una pregunta y, si me contestan, les diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contéstenme'. Se pusieron a deliberar: 'Si decimos que es de Dios, dirá: "¿Y por qué no le han creído?" Pero como digamos que es de los hombres...' (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta). Y respondieron a Jesús: 'No sabemos'. Jesús les replicó: 'Pues tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto'". Su autoridad era la de Dios, la de la Sabiduría. Y esto, después de las manifestaciones claras que Jesús había dado ya suficientemente, debía ser descubierto por ellos mismos. Su soberbia y su empeño de desestimar la obra de Jesús les cerraba el entendimiento y la capacidad de experimentar la obra del amor.

En el caminar de la fe, esta debe ser la ruta que debemos seguir los que ansiamos la felicidad y la salvación. Avanzar en el camino de la Sabiduría se debe convertir en una añoranza de tal magnitud que motive todas las fuerzas de nuestro ser. En todo lo que hagamos debe estar presente esta búsqueda sin treguas. En lo cotidiano de nuestras vidas, sin dejar a un lado todo lo que vivimos y hacemos, en nuestra vida diaria, en nuestras relaciones interpersonales, en el cumplimiento de nuestras obligaciones con los nuestros y con el mundo en general, debemos estar siempre disponibles para dejarnos llenar por la Sabiduría con la que Dios quiere enriquecernos. Es el mismo Jesús el que quiere ser nuestra motivación de vida. La Sabiduría dará forma a todo lo que hagamos, procurando que esta sea nuestra impronta. Quien así lo entiende, y está disponible para que la Sabiduría abarque toda su vida, será un hombre plenamente feliz, pues Dios ha donado esa condición para que tengamos esa felicidad y la facilita con el envío de su Hijo, que es la Sabiduría eterna: "Doy gracias y alabo y bendigo el nombre del Señor, Siendo aún joven, antes de torcerme, deseé la sabiduría con toda el alma, la busqué desde mi juventud y hasta la muerte la perseguiré; crecía como racimo que madura, y mi corazón gozaba con ella, mis pasos caminaban fielmente siguiendo sus huellas desde joven, presté oído un poco para recibirla, y alcancé doctrina copiosa; su yugo me resultó glorioso, daré gracias al que me enseñó; decidí seguirla fielmente, cuando la alcance no me avergonzaré; mi alma se apegó a ella, y no apartaré de ella el rostro; mi alma saboreó sus frutos, y jamás me apartaré de ella; mi mano abrió sus puertas, la mimaré y la contemplaré; mi alma la siguió desde el principio y la poseyó con pureza". No existe otro camino para vivir ya ahora esa felicidad plena. Más aún está facilitado por la presencia de Jesús en nuestras vidas. Con Él lo tenemos asegurado. Basta con que nos dejemos conquistar por Él para que tengamos la Sabiduría en plenitud. Esa es la meta de nuestra vida. Es lo que Dios quiere que vivamos todos en nuestra vida cotidiana, en todo lo que hacemos aquí y ahora, y para siempre en la eternidad. Dios nos ama infinitamente y lo facilitará siempre.

jueves, 27 de mayo de 2021

Nuestra mayor alegría es haber sido bendecidos por el amor de Dios

 Haced Esto en Memoria de Mí | El deseado de todas las gentes

Dios ha creado al hombre para la felicidad. Su finalidad al hacerlo existir es mantenerlo junto a sí para que experimente su amor y viva continuamente en su presencia, en esa felicidad que le regala y que le pertenece, pues es donación amorosa e irrevocable de la voluntad divina. Al ser ese amor inmutable, pues es la misma esencia divina que no puede cambiar, su donación a los hombres tampoco se transformará jamás. Los hombres podemos vivir seguros eternamente en el amor de Dios, pues una vez que nos lo ha concedido, ya nunca desaparecerá de nuestras vidas, pues "los dones de Dios son irrevocables", a decir de San Pablo. Dios empeña su ser en esa donación, pues donar el amor implica donarse a sí mismo. El amor no es "algo" que Dios cede, sino que es Él mismo, su ser entero, lo que va unido al don, más aun, lo que es el don. Esa experiencia de donación de Dios, siendo el tesoro más valioso en la vida de los hombres, requiere, de parte de los receptores, como es lógico, el hacerlo consciente, aceptarlo, vivirlo, asumir el compromiso al que llama, abrir el corazón a su acción. Es, de alguna manera, hacerse también uno con el amor, viviendo su esencia, cumpliendo el ser "imagen y semejanza" del Creador, con lo cual se eleva sobre la simple condición humana, asumiendo la asimilación a la naturaleza divina, asemejándose cada vez más a la causa de su origen, y haciéndose reflejo del amor divino en el mundo del que es hecho dueño. Ese mundo, por la presencia del hombre que se ha asimilado al Dios del amor, debe estar imbuido todo él en la experiencia del amor de Dios, por la presencia del hombre creado en ese amor. Esa donación de Dios es absolutamente libre y espontánea. No hay nada que obligue a Dios a realizarla, sino solo su ser amoroso y su deseo de beneficiar al hombre eternamente. Dios ama porque Él, en su esencia, es el amor. Nuestra respuesta como beneficiarios del amor, debe ser también una respuesta de amor. "Dios nos amó primero", sin razón alguna que lo moviera a ello. Su amor es amor de pura benevolencia, de donación, de oblación. Es un amor que no exige respuesta. Su corazón ama porque sí, porque no puede hacer otra cosa, porque no quiere hacer otra cosa. Y así debe ser el amor de nuestra respuesta. En ese intercambio somos nosotros los favorecidos pues somos colmados por un amor infinito que no tiene posibilidades de ser equiparado. Lamentablemente, al no hacernos conscientes de esta bendición, nos atrevemos a ser infieles a ese amor con nuestro pecado, alejándonos del mayor beneficio que podemos recibir. Traicionamos al amor. Pero el amor sigue siendo amor y sigue siendo don, transformándose en rescate, en misericordia, en perdón. Dios no puede negarse a sí mismo.

Esa experiencia del Dios misericordioso la vive repetidamente el pueblo elegido en su relación tortuosa con el amor. Y Dios, empeñado en seguir siendo causa de plenitud y de felicidad del hombre, una y otra vez insiste en presentarse como única razón que sustente la felicidad estable de los hombres. Dios creó al hombre, y puso en su naturaleza, como condición para su felicidad, mantenerse unido a Él. En la genética espiritual de la humanidad estará siempre la añoranza del amor y de la felicidad, pues ha surgido de la divinidad y tiene de ella su carga vital. Y Dios ha colocado en ese camino del hombre y en su ser, el que sea Él el único que pueda satisfacer plenamente ese vacío existencial. Por eso se ofrece amorosamente para que el hombre no mire en otra dirección. Respeta su libertad de elección, pero sigue ofreciéndose para ser la causa de la felicidad plena. Así lo dice San Agustín: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti". Y el mismo pueblo de Israel recibe de Dios esta afirmación que llena de esperanza y de agradecimiento al amor: "Ya llegan días - oráculo del Señor - en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor - oráculo del Señor -. Esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días - oráculo del Señor - : Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: 'Conozcan al Señor', pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor - oráculo del Señor -, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados". Son palabras que confirman ese amor incondicional y que llenan de esperanza y de confianza en el Dios que es eternamente fiel a su amor.

Por supuesto, la corona de la experiencia vital del amor de Dios por los hombres es la entrega del Hijo a la causa del rescate del hombre pecador, decidida por el amor del Padre y secundada por la aceptación voluntaria y también amorosa de parte del Hijo. "Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos", afirmó Jesús describiendo la medida del amor que Él mismo derramaba sobre la humanidad. También lo describió San Agustín magistralmente: "La medida del amor es el amor sin medida". El zenit es alcanzado, no solo en la pasión cruenta que lo conduce a la muerte, sino también en el gesto amoroso de aceptación del sacrificio, y en el acto sacramental que establece como recuerdo perenne del mismo, con el cual no solo figura su entrega, sino que lo hace presencia hasta el fin de los tiempos, que implica que ese gesto será memoria perenne de su amor y se convertirá para siempre en prenda de su presencia en el mundo, cumpliendo su promesa: "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo". La última cena de Jesús con sus apóstoles es la ocasión de esta confesión de amor eterno: "El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, mientras comían, Jesús tomó pan, y pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: 'Tomen, esto es mi cuerpo'. Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: 'Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad les digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios". Este gesto de donación será firme hasta la vuelta definitiva del Verbo eterno de Dios, y nos recordará su entrega amorosa. Y se hará real y efectivo cada vez que hagamos memoria de él, actualizando los efectos redentores de la entrega del Salvador por amor. Se confirma una vez más, y cada vez que lo celebramos en la Eucaristía, el amor de benevolencia de Dios hacia los hombres. Con ello, queda confirmado que somos los seres más bendecidos por Dios, pues su amor es siempre nuestra mayor alegría y nos acompañará eternamente, sin tener jamás un final.

miércoles, 21 de abril de 2021

El ¨mal" de la muerte de Cristo se convirtió en el mayor bien para nosotros. Él es Pan de Vida

 Ésta es la voluntad del Padre: que todo el que ve al Hijo tenga vida eterna  | InfoVaticana

En el refranero popular, arca de la sabiduría del pueblo llano, que está basada más en las experiencias que se viven que en la profundización en las ideas, aunque no esté descartada la capacidad de inteligencia y de discernimiento que tenga la gente sencilla, nos encontramos con frases que dan más iluminación a la verdad que las grandes disertaciones que se puedan hacer. En él hallamos esta frase: "No hay mal que por bien no venga". Es la capacidad del pueblo de extraer de sus experiencias duras y dolorosas, las consecuencias positivas que necesariamente deben tener. Las experiencias negativas, para este pueblo, deben ser también aprovechadas. Dado que estarán siempre presentes en la vida cotidiana, se debe tener la capacidad de convertirlas en riquezas para la vida futura. En todo caso, deben ser transmutadas para sacar provecho de ellas, y nunca permitir que sean solo destructivas. En medio del mal, del dolor y de la frustración que sin duda se vive cuando se experimentan, se debe ser capaz de convertirlas en riquezas que sirvan de enseñanzas para el futuro. Los problemas, lejos de ser una rémora, deben ser oportunidades de crecimiento. Esta sabiduría popular se alinea perfectamente con las enseñanzas de los grandes sabios y santos de la Iglesia. San Agustín enseñaba que Dios es experto en sacar consecuencias buenas del mal que pueden vivir los hombres. Por otro lado, tenemos la convicción de que Dios nunca permitirá que suceda nada que al final no tenga consecuencias buenas para los hombres. Esto entra en la lógica del amor de Dios. Él quiere solo lo bueno para nosotros. Y cuando sucede algo malo, no por su voluntad, sino por la voluntad humana que hace mal uso de su libertad, Él estará siempre como bombero atento para sofocar el fuego que se haya producido, y transformar el mal en un bien para el hombre.

Esto lo vivió en carne propia la Iglesia naciente. Después de la lapidación de San Esteban, primer mártir cristiano, se desató la persecución contra aquellos que profesaban la nueva religión. Las autoridades judías reaccionaban contra lo que, entendían ellos, era la amenaza más peligrosa hacia sus privilegios. Notaban que cada vez eran más los seguidores de Jesús y con ello perdían el poder y el dominio que ejercían sobre ese pueblo sencillo que seguía entusiasmado la noticia de la nueva vida que ofrecía el Señor a través de sus enviados: "Aquel día, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaria. Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Saulo, por su parte, se ensañaba con la Iglesia; penetrando en las casas y arrastrando a la cárcel a hombres y mujeres. Los que habían sido dispersados iban de un lugar a otro anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a la ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. El gentío unánimemente escuchaba con atención lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría". En efecto, como "No hay mal que por bien no venga", la ocasión de la huida de aquellos que eran perseguidos por anunciar la Buena Nueva de Jesús, de su amor y de su salvación, era la oportunidad de hacer el anuncio en las ciudades por las que iban pasando. Así muchos hombres y mujeres de otros lugares fueron conociendo la Verdad y se iban adhiriendo al nuevo camino, el que abría Jesús para la salvación de todos. Dios, experto en transmutar el mal en bien, convirtió la persecución en el mejor instrumento para darse a conocer a través de la palabra y el testimonio de los que iban huyendo y visitando en su huida nuevos pueblos. No evitaba la persecución, pero sí la convirtió en ocasión de salvación de muchos.

El objetivo de Dios es que el hombre alcance su plenitud, y que esa plenitud alcance su zenit en la eternidad. Por ello, en la vida cotidiana procurará que incluso el mal se mute en tesoro para el camino de avance hacia esa meta. Y aun va más allá. Se preocupa de que la obra de Jesús nunca se dé por terminada, sino que hace que su Hijo siga presente para siempre entre nosotros, haciéndose compañero de camino, sustento con su amor, alivio en los dolores, ejemplo de paciencia y de humildad. Y, principalmente, llegando a ser el centro del fortalecimiento de los discípulos, en alimento que sustentará el camino hacia la vida eterna. En los días de su vida en la tierra anuncia lo que está dispuesto a hacer para nunca dejar abandonados a los hombres. Afirma: "Yo estaré con ustedes hasta la vida eterna", y anuncia en el discurso del Pan de Vida, que magistralmente hila San Juan, que su promesa será cumplida cabalmente y de la manera más extraordinaria: convirtiéndose Él mismo en el alimento que dará el sustento para el camino de los cristianos, que los sostendrá en su vida de testimonio diario y en su empeño por ser mejores, por hacer mejores a los demás y por hacer un mundo mejor para todos. Jesús es el alimento espiritual que hará que no sea necesaria la búsqueda de otros apoyos para poder tener fuerzas para avanzar. Y será no solo el alimento como Eucaristía que fortalece y que da vida, sino que será el que estará presente en la tierra para que se pueda recurrir a Él en la ocasión en que se desee, para sentir su amor, su ternura, su alivio, su consuelo, su fortaleza. Esta seguridad de tenerlo a la mano, llena de confianza y de fe al cristiano: "Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como les he dicho, ustedes me han visto y no creen. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día". Es la promesa de su compañía y de convertirse en el Pan de Vida para la vida eterna. Con esa promesa, los cristianos no tenemos nada que nos falte. El "mal" de la muerte de Cristo se convirtió para todos en causa de vida. El mayor mal se trastocó en el mayor bien para todos.

martes, 9 de febrero de 2021

La única y auténtica tradición es la del amor

 Resultado de imagen para Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición

El primer relato de la creación que aparece en el libro del Génesis nos deja muy claro quién es el origen de todo. En nuestros tiempos este relato es considerado cada vez más alejado de la realidad. La teoría creacionista, que es la que desarrolla el Génesis, es negado por los caminos que ha avanzado la ciencia, que concluye que la existencia del universo es un acontecimiento fortuito que nada tendría que ver con actuaciones de fuerzas superiores que lo hubieran empujado a existir. El camino de la ciencia es un camino muy distinto al de la Revelación. Pero con todo y ser distinto no podemos de ninguna manera concluir que son caminos contradictorios que no puedan llegar a complementarse. Debemos reconocer que es muy poco probable que las cosas hayan sucedido estrictamente como lo relata el autor sagrado. Lo que él intenta hacer es un relato poético de lo que pudo irse dando en la mente divina a medida que iba haciendo venir a la existencia todo lo creado. Su finalidad es principalmente dejar claro que el origen de todo está en el poder y en el amor divinos, y que todo confluye hacia el gran actor final, el hombre, hecho a "imagen y semejanza" del Creador, sobre el cual derrama toda su complacencia, como lo afirmó refiriéndose a Jesús en su Bautismo, y en el cual estaba representado cada hombre de la historia. Nada existe si no es referido al hombre. Dios "vio que todo era muy bueno", solo cuando ya estaba el hombre en medio. Antes de la existencia del hombre todo era simplemente "bueno". A partir del sexto día, cuando aparece el hombre sobre el mundo, es "muy bueno". Aparece un superlativo que da la perspectiva de la voluntad divina creadora. Todo es para ponerlo en las manos del hombre, la única criatura a la cual Dios ama por sí misma. A todas las demás criaturas Dios las ama en cuanto sirven al hombre.

No hay, por tanto, contradicción entre la ciencia y la revelación. Puede haber una complementación en la que destacaría el amor, el poder y la sabiduría divinos, que fue ordenando todo lo que iba viniendo a la existencia, de modo que todo apuntara a favorecer al hombre, la razón última de toda la existencia. La existencia espiritual, tal como lo afirmó San Juan Pablo II, no tiene un origen distinto que el de todo lo que existe. El alma humana surge de las manos amorosas del Dios Creador: "Dijo Dios: 'Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra'. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó. Dios los bendijo; y les dijo Dios: 'Sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra'. Y dijo Dios: 'Miren, les entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la superficie de la tierra y todos los árboles frutales que engendran semilla: les servirán de alimento. Y la hierba verde servirá de alimento a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra y a todo ser que respira'. Y así fue. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno". El universo surge, finalmente, como el deseo expreso de Dios para colmar a su criatura amada de todos los beneficios posibles, en un desarrollo de la vida en la que el hombre debe dar muestras de la valoración que hace de todas esas dádivas, de modo que se haga acreedor de todas ellas para toda la eternidad, en una vida que pone en las manos de su Creador, consciente de que en la unión con Él está todo el sentido de su vida, y que lejos de Él solo encontrará nulidad y oscuridad que lo sumirán en la nada absoluta.

Por eso insiste Jesús en que la verdadera y única tradición que tiene sentido, por encima de todas las normas mosaicas, que tenían todo su sentido, por lo cual no las anula totalmente, es la tradición de la unión con Dios, del reconocimiento de ser de Él, de que todo lo que se tiene viene de sus manos amorosas. La tradición que debe mover al hombre, finalmente, es la del amor. Amor al Creador, en el reconocimiento de que la propia existencia se le debe a Él y a más nadie, y de que todos los beneficios lo tienen a Él como única fuente, y que por ello la única manera de mantenerse en el camino de esa plenitud final que ha sido prometida es manteniéndose en una unión vital con Él, obedeciendo a su voluntad, recibiendo con corazón bien dispuesto todo su amor, y respondiendo con agradecimiento e ilusión amándolo eternamente. Y además, viviendo todos en el amor de una fraternidad que es deseada por el mismo Dios, pues su sentencia original fue: "No es bueno que el hombre esté solo". Por eso, quien quiere llegar a alcanzar esa meta de la plenitud final e interminable, debe vivir su vida en esa unión constructiva y honesta con Dios, y en la fraternidad y solidaridad humanas que nos confirma en el ser todos hijos del mismo Padre: "Él les contestó: 'Bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas, como está escrito: 'Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos'. Dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres'". La verdadera tradición es la del amor. Nada hay por encima de ello. Y es eso lo que nos vino a enseñar Jesús con su obra de amor y de rescate.