Dios es Amor, nos ha dicho San Juan. Y es la pura verdad, la más clara y absoluta en Dios. Otras descripciones de Dios quedarán siempre en el campo de la verdad, pero jamás quedarán en el campo de la experiencia personal... Nos convence más lo que nosotros mismos vivimos, y en el amor todos somos expertos, por lo que describir a Dios como Amor, nos hace entrar en una "empatía" insuperable con lo que es Dios... Sin embargo, el considerar a Dios en lo que es su verdad profunda puede hacernos llegar a un campo minado, por cuanto en el concepto del amor los hombres tenemos un aprendizaje contaminado... Creemos que el amor lo deja pasar todo y se hace ciego ante lo injusto. Afirmamos, con nuestra mentalidad reduccionista, que el amor puede llegar a ser injusto, pues no se alzaría contra la injusticia que haría el amado. Es un grave error el que cometemos, pues, aunque el amor y la misericordia vencen a la justicia, nunca dejarán de ser justos. No es amor el del que deja hacer lo que le venga en gana al amado. Eso es otra cosa. Podemos llamarlo alcahuetería, vista gorda, manga ancha, indiferencia, ventajismo... Pero nunca será verdadero amor... El amor más puro y verdadero, aunque pase sobre la justicia, no la anula. Es pedagógico. Y si considera necesario en algún momento hacer pasar por situaciones dolorosas y tristes, lo hará, con tal de que se aprecie más lo que debe ser realmente apreciado. Fue lo que vivieron Adán y Eva expulsados del Edén, lo que vivió Israel en el desierto antes de entrar en la tierra prometida, lo que vivieron varios de los reyes infieles de Israel, lo que vivió el pueblo elegido al ser deportados de la Ciudad Santa... Y es lo que vive cada pecador que deja de saborear las mieles del amor divino cuando se aleja de Él...
El escarmiento del amor no deja de ser amor. El escarmiento es un reclamo para que se aprecie lo que se ha perdido y se tienda a añorarlo de nuevo. Es un imán en sentido contrario. Lo opuesto al amor hace que se añore al amor mismo, para vivirlo con mayor profundidad y con mayor fidelidad... Dios, en su pedagogía infinitamente sabia e insistente, lo deja claro: "¿Caminan juntos dos que no se conocen? ¿Ruge el león en la espesura sin tener presa? ¿Alza su voz el cachorro en la guarida sin haber cazado? ¿Cae el pájaro por tierra si no hay una trampa? ¿Salta la trampa del suelo sin haber atrapado? ¿Suena la trompeta en la ciudad sin que el pueblo se alarme? ¿Sucede una desgracia en la ciudad que no la mande el Señor?" Todas las experiencias en Dios son "lógicas". El amor de Dios nunca dejará de dejar una enseñanza, aun en la desgracia. Afirmaba San Agustín que Dios es experto en sacar enseñanzas buenas de las malas experiencias que tengan los hombres. Su didáctica es siempre sabia...
Por eso, la absoluta serenidad y armonía, la manera más segura de evitar esta didáctica divina que pasa por el escarmiento y el dolor, por la tristeza y el sinsabor, es mantenerse cerca de ese Dios que calma todo. Que grita a las tempestades y a las tormentas para que se acallen y vuelvan a la paz... "Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma"... Sólo en Jesús todas nuestras tormentas son calmadas... Incluso aquellas que elegimos nosotros mismos en las que nos alejamos de Él. Sólo Jesús es capaz de gritar a la serpiente y ordenarle que deje de cortejar a los hombres. Sólo Jesús es capaz de aparecer en el desierto de Israel y servir de alimento y de agua fresca en el tormentoso camino. Sólo Jesús es capaz de infundir una nueva esperanza en el pueblo elegido que ha sido expulsado de la Ciudad Santa, de Jerusalén... Sólo Jesús es capaz de llenarnos a todos los que somos infieles del deseo de entregarnos de nuevo a Él, a su amor, a su misericordia. Después de vivir los sinsabores de estar sin Él, de caminar por sendas tortuosas de dolor y de desasosiego, de pretender satisfacernos de cualquier manera lejos de Él y de percibir que ese no es el camino, Jesús se aparece en nuestro camino y calma nuestras tormentas. No hay otro. El escarmiento se ha vivido en la lejanía de su amor. Él lo ha permitido para que saboreemos lo amargo que es estar sin Él, sin su amor, sin su misericordia. Pero, al experimentarlo de nuevo, podemos decidirnos a nunca más dejarlo a un lado, pues no hay experiencia más gratificante que esa, que la de su amor, que la de su misericordia, en la que todo es dulce y pacífico, en la que todo es infinitamente compensador. No hay otra experiencia más entrañable para el hombre que la del perdón, la del amor y la de la misericordia, que lo coloca de nuevo en la paz y la serenidad de la que nunca jamás ha debido alejarse...
La respuesta a la pregunta que se hacen los que presencian el portento de Jesús, "¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!", es muy sencilla... Ese es Jesús de Nazaret, el Dios hecho hombre por amor a nosotros, el que se entrega en vez de nosotros para satisfacer por nuestras faltas y nuestros pecados, el que nos da de nuevo la vida y la serenidad, el que muestra a los hombres la más alta e infinita misericordia de Dios. Es quien nos rescata de nuestra muerte y nos pone de nuevo en la senda de la Vida. El que nos perdona y que está dispuesto a hacerlo todas las veces que sean necesarias, pues el amor nunca se cansa... Y todo, porque nos ama infinitamente...
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