Mostrando las entradas con la etiqueta salvación. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta salvación. Mostrar todas las entradas

domingo, 20 de junio de 2021

Nuestra vida es la barca en la que Jesús calma las tormentas

 Parroquia de la Asunción de Ntra. Sra. Albaida - UNA FE EN PAÑALES Escrito  en 28 Enero 2017. Evangelio según san Marcos (4,35-41) Aquel día, al  atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «

Con mucha frecuencia los hombres nos encontramos en situaciones límite que ponen a prueba nuestra solidez y nuestra confianza en nosotros mismos. Son situaciones en las que resaltan nuestra fragilidad y nuestra debilidad de criaturas, pues aunque hemos sido creados desde el amor todopoderoso de Dios, no dejamos, ni dejaremos nunca, de ser criaturas surgidas de una mano que nos quiere suyos siempre, y que por lo tanto, ha dejado impreso en nuestro ser la necesidad de su amor y de la confianza en Él. Si hubiera puesto en nosotros capacidades superiores a las que ya poseemos, seguramente nuestra natural inclinación al egoísmo, hubiera ya desechado esa unión necesaria con el Creador. Ha sido ya una tentación cumplida en la humanidad, pues asistimos al ensoberbecimiento humano que ha llegado a creerse superior a lo que realmente es, y ha pretendido echar de su vida al Dios del amor, viviendo una vida aparentemente mejor, en la tranquilidad ilusa de la falta de necesidad de referencia a lo trascendente. La vida del hombre se convierte así en una carrera de autosatisfacción vanidosa, en la que los demás, lejos de ser hermanos, como lo son por la naturaleza social con la cual hemos sido creados, son competidores que hay que ir eliminando y dejando tirados en el camino. Se exacerba el egoísmo y se piensa que la vida está solo en las propias manos, por lo cual se hace innecesario otro apoyo. A esta tentación puede llegar a sucumbir incluso el que busca la fidelidad en Dios como su norte, pero que a fuerza de dolores y decepciones no recibe sino solo agravios. Es la sensación de soledad y abandono del favor de Dios lo que en esos momentos prevalece. Le sucedió al fiel Job, azotado por la tragedia, por lo cual Dios le tiende la mano tratando de convencerlo de que incluso en aquello trágico que Él permite que suceda, su favor no ha sido desplazado y que por encima de todo debe mantener su unión a su amor y su confianza radical, pues esa fidelidad al final tendrá su premio: "El Señor habló a Job desde la tormenta: '¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando escapaba impetuoso de su seno, cuando le puse nubes por mantillas y nubes tormentosas por pañales, cuando le establecí un límite poniendo puertas y cerrojos, y le dije: 'Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas?'". Esa ternura y la demostración de su amor es lo que debe surgir triunfante. Dios no quiere el mal del hombre, sino todo lo contrario. Y por ello, a su criatura le permite vivir su indigencia para que caiga en la cuenta de que solo unido a Él podrá encontrar la solidez añorada.

Quien asume esa parte esencial de la vida y la experiencia de la fe, llega a un punto en el que no hay más allá, sino solo abandono. En medio de su vida cotidiana todo quedará coloreado con el color del amor y de la confianza. Ciertamente es un camino de solidez, de madurez y de confianza, que necesitamos recorrer para llegar a esa novedad que nos plantea la exigencia del amor. La novedad absoluta de lo que implica ser cristiano tiene en esto un signo que lo debe evidenciar. Somos hombres nuevos, que deben vivir en la superación continua de una realidad que no puede quedarse en los mínimos. Esta madurez es un trabajo arduo que debe ser realizado sin descanso. Es difícil el camino, pues implica renunciar a las propias seguridades en las que nos podemos sentir tan cómodos. Para muchos es preferible contentarse con pisar firme donde están, que salir de la zona de confort en la que se han ubicado, pues así se evitan problemas y confrontaciones con el mundo y con los hermanos. Pero, al haber sido convocados a más, no podemos dar espacio libre al conformismo y a la pasividad, pues no hemos sido llamados a eso. En medio de incertidumbres y de inestabilidades, nuestra convicción debe apuntar a que estamos llamados a algo más y mejor. Somos los hombres nuevos del amor, y tenemos en Jesús la capacidad de deslastrarnos de lo ordinario, apuntando a lo máximo: "Hermanos: Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. De modo que nosotros desde ahora no conocemos a nadie según la carne; si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así. Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo". Y lo nuevo es hermoso, atractivo, totalmente compensador. Por ello, vale la pena dar los pasos necesarios para llegar a esa plenitud.

En esa línea está la oferta de Jesús. La llamada es acuciante, pues es para que avancemos continuamente en esa ruta de abandono en su amor y no nos detengamos. Él nos lanza al mundo, confiando inmensamente en sus salvados. Es la gracia que nos demuestra cuando coloca en nuestras manos esa responsabilidad. Es el mundo entero y cada hermano el que nos ha colocado como tarea. Ese mundo y esos hermanos son regalos de su amor puestos en nuestras manos. Son demostraciones de su amor y de su confianza infinitas por nosotros. No podemos hacernos los ignorantes ante tamaño favor. La criatura responsabilizada de lo creado. Pero Jesús lo hace buscando hacernos entender que necesitamos asumir que esa obra no será lograda en el ejercicio de una especie de poder sobrehumano que nos haya sido donado, sino en nuestra condición de indigencia, pues jamás dejaremos de ser simples criaturas que existen gracias a su gesto de amor. Esa referencia nunca debe faltar, pues es esencial para lograr avanzar. El episodio del mar calmado después de la tormenta es emblemático de esto. El mar embravecido es el mundo malo que se revelará a las insinuaciones amorosas del Señor. No comprende ese mundo que el único objetivo de Dios al permitir avatares, dolores, sufrimientos, no tiene nada que ver con movimientos de mal, pues jamás tienen como objetivo ese. Dios nunca actuará así, sino que apunta a que el hombre pruebe la necesidad que tiene de Dios y de su amor para subsistir. La aparente ausencia de bien no es tal, sino que es la ocasión para poder elevar la mirada y descubrir la altura a la que se nos llama. Por ello, aunque aparentemente duerma, Jesús está presto para alzar su mano en defensa de los suyos: "Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: 'Vamos a la otra orilla'. Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre su cabezal. Lo despertaron, diciéndole: 'Maestro, ¿no te importa que perezcamos?' Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: '¡Silencio, enmudece!' El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: '¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?' Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: '¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar le obedecen!'". Es la barca de nuestra vida. En ella va Jesús fortaleciéndonos y calmando lo que nosotros no podemos calmar. Es, en signo teológico, la barca de la Iglesia que también sufre en el mundo y lucha contra muchas tempestades. Pero es también nuestra vida la que lucha por bogar hasta el mar en calma que es el amor infinito de Dios y al que queremos llegar para vivir eternamente felices. Necesitamos la fe para lograrlo. Y Jesús nos tiende la mano para que la tengamos y nos abandonemos en ella.

lunes, 14 de junio de 2021

Nuestra novedad de vida debe ser transparentada ante los hermanos

 23 feb 2020 – Mateo 5, 38-48 | Parroquia San Francisco Solano – Bella Vista

La novedad del Evangelio es radical. La lógica del amor está por encima de toda la lógica horizontal que los hombres vivimos con toda naturalidad. La obra de Jesús nos desencaja casi por completo, al ser una obra que en sí misma trasciende la lógica de una vida muelle, sin gran profundidad, casi contenta con la falta de trascendencia, con la autoreferencialidad exclusiva, a decir del Papa Francisco, con la ausencia de la fraternidad a la que nos llama nuestra creación como seres esencialmente comunitarios. La exigencia del amor nos pone el alcance de nuestros logros una meta con una cota mucho más alta. En la dinámica del amor, esto es natural. El sacrificio redentor del Salvador es, en sí mismo, para el mismísimo Hijo de Dios, la exigencia mayor. No la realiza con un gesto que no lo involucrara en lo más extremo. La obra definitiva de Jesús requirió para Él el esfuerzo mayor que ha podido hacer hombre alguno en la historia. No solo por lo terrible de lo que le exigió, que llegó al sacrificio de amor más grande, muriendo en vez de quienes debían morir, y con ello, rescatándolos de la mayor ignominia que podía sufrir la humanidad, sino por la trascendencia que posteriormente tendría esa entrega a la muerte, y que cambia radicalmente el hilo de la historia humana. Su gesto de amor es la muestra de que todo obtenía un nuevo cariz y de que no quedaba en un simple gesto de bondad y de misericordia, sino que se elevaba, imbuido todo en su inmenso amor, en el clima y la realidad de un amor nuevo, más comprometedor, que traslada a todos los salvados. Por eso, en una era en que los minimalismos son la marca común de las actuaciones de los hombres, estos quedan totalmente desplazados, pues el amor da una lógica nueva a ese nuevo estilo de vida que deben vivir todos los que quieran ser auténticos discípulos de Aquel al que atravesaron con la lanza en la Cruz. No hay cabida para las cosas comunes, sino solo para el heroísmo de la vivencia real de la fe y del amor.

Este nuevo estilo de vida, es sin duda, heroico. Muchísimo más comprometedor que el que exigía anteriormente el simple cumplimiento de una ley que podía no llegar a comprometer sino solo en las mínimas exigencias, lo cual hacía correr el riesgo de que ni siquiera el ser del hombre se sintiera exigido. Quien acepta ser transformado por la auténtica experiencia del amor salvador, debe hacerse consciente de que ya no podrá vivir con los mismos criterios y actitudes que lo dejaban personalmente satisfecho en el cumplimiento de las mínimas exigencias. La asunción del verdadero amor lo llama a encaminarse por itinerarios distintos, totalmente nuevos, que, aunque sorprendentes, son realmente los que hay que rescatar, pues son los que exigen la nueva ley del amor. Es lo que ha hecho Jesús, y lo que nos marca la pauta para todos sus seguidores. Sorprende sobre todo la presentación de estas exigencias como lo hace San Pablo a la comunidad de los Corintios, a la que amaba entrañablemente. No esconde nada de la nueva exigencia y del nuevo estilo que es exigido para quienes aceptan a Jesús como su Salvador. El estilo es el del amor, el de la fraternidad, el de la caridad radical, que llama a ese heroísmo de la fe que debe ser característica en el cristiano: "Como cooperadores suyos, los exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Pues dice: 'En tiempo favorable te escuché, en el día de la salvación te ayudé'. Pues miren: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación. Nunca damos a nadie motivo de escándalo, para no poner en ridículo nuestro ministerio; antes bien, nos acreditamos en todo como ministros de Dios con mucha paciencia en tribulaciones, infortunios, apuros; en golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer; procedemos con limpieza, ciencia, paciencia y amabilidad; con el Espíritu Santo y con amor sincero; con palabras verdaderas y la fuerza de Dios; con las armas de la justicia, a derecha e izquierda; a través de honra y afrenta, de mala y buena fama; como impostores que dicen la verdad, desconocidos, siendo conocidos de sobra, moribundos que vivimos, sentenciados nunca ajusticiados; como afligidos pero siempre alegres, como pobres, pero que enriquecen a muchos, como necesitados, pero poseyéndolo todo". Los criterios simplemente humanos son superados y la mira debe ser colocada en una tesitura ciertamente muy superior. Es el día de la salvación, el tiempo de la novedad radical del amor de entrega a Dios y a los hermanos, sin buscar mínimos, sino con la disposición de la misma radicalidad de Jesús, el Maestro.

Es la misma exigencia que ya había hecho Jesús a sus oyentes. El amor apunta a lo más alto. Está en continuidad con esa enseñanza y esa exigencia. No hay novedad en la exigencia, sino en la búsqueda de la respuesta honesta y humilde de los discípulos. Ciertamente la respuesta no es sencilla, por cuanto exige la asunción de una conducta totalmente distinta a la que normalmente se daba a la llamada del amor. Se trata de asumir que la novedad de vida que exige el amor, aunque va en consecuencia a lo que se había exigido desde el origen, que existe ahora una disciplina nueva. Sorprendente en cuanto busca que esa novedad transforme desde la raíz el ser del hombre que acepta la salvación. Es desmontar lo que se es para pasar a ser un hombre nuevo, que muestra con su conducta y su experiencia vital que yo no es el mismo, pues ha sido realmente renovado por el rescate de Jesús: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Ustedes han oído que se dijo: 'Ojo por ojo, diente por diente'. Pero Yo les digo: no hagan frente al que los agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas'". Los minimalismos no son cristianos. Hemos sido llamados a los maximalismos. No a los mínimos de una conducta normal. Incluso a renunciar a la defensa que consideraríamos justa de nuestra integridad. De lo que se trata es de que demos muestras de que tenemos valores superiores por los cuales estamos dispuestos incluso a dar la vida. Es dar demostración de ese amor que nos mueve y que nos motiva, ante lo cual nos rendimos, pues asumimos que es el camino por el cual se nos llama a la perfección. Jesús lo asumió como parte de su misión. Nos toca a nosotros asumirlo, para demostrar la valoración que hacemos de la novedad que hemos adquirido al aceptar la obra de amor de Cristo en nosotros, y para demostrar a todos que ese es ahora nuestro mayor tesoro.

domingo, 13 de junio de 2021

Jesús es el único Sembrador y Salvador. Nosotros, sus instrumentos

 El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la  semilla en la tierra – Arquidiócesis de Tijuana

Cuando Dios elige a Abraham para que fuera el padre de naciones, convocándolo a dejar sus tierras y sus posesiones, en una petición inusitada que seguramente el Patriarca no se esperaba de ninguna manera, deja claramente revelada su intencionalidad comunitaria en la elección. El hombre, en su esencia es reflejo de la íntima vida comunitaria divina y esa condición queda reflejada en la expresión clara de Yahvé al crear al hombre: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". El hombre no es un ser individual, aunque tenga su condición unitaria. El hombre es un ser social, pues está en la razón de su origen, tal como lo es Dios desde toda la eternidad. Por ello, querer deshacerse de esa condición natural es un total absurdo. Dejar de ser hombres sociales, es básicamente dejar de ser hombres. Esto, en la historia de la salvación, tiene consecuencias definitivas. Al estar en aquella raíz original jamás podrá faltar. Y como en todas las actuaciones de Dios, todo cobra sentido por su intencionalidad final: la elección del personaje individual, como en todas las Escrituras antiguas y nuevas, apunta a algo más. Dios nos dice que ellas deben marcar una pauta para el futuro, que al fin y al cabo apunta a los beneficios que Dios quiere seguir derramando. Estas elecciones descubren una intención final y definitiva. En ellas podemos tener un atisbo claro de la Iglesia, comunidad de salvación que Cristo establecerá para hacer llegar a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares, esa salvación que ha logrado con su obra de rescate: "Esto dice el Señor Dios: 'También yo había escogido una rama de la cima del alto cedro y la había plantado; de las más altas y jóvenes ramas arrancaré una tierna y la plantaré en la cumbre de un monte elevado; la plantaré en una montaña alta de Israel, echará brotes y dará fruto. Se hará un cedro magnífico. Aves de todas clases anidarán en él, anidarán al abrigo de sus ramas. Y reconocerán todos los árboles del campo que yo soy el Señor, que humillo al árbol elevado y exalto al humilde, hago secarse el árbol verde y florecer el árbol seco. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré". Esa nueva comunidad de la Iglesia que Jesús fundará en el futuro tendrá la tarea crucial de llevar a todos la salvación. Y lo hará en las mismas condiciones que lo hará Jesús: desde la humildad, el servicio, la entrega de sus miembros, conocedores de su responsabilidad. 

Para que esta nueva comunidad de salvados, la Iglesia, ejerza de la mejor manera su misión, debe asumir desde su modelo, Jesús, sus cualidades y características. Él la realizó desde la humildad y la entrega, sin renunciar a las exigencias propias de lo que la otra parte del pacto debía también asumir. Sin duda, la creación de la Iglesia es un gesto de amor infinito, pues el objetivo es el de que todos los beneficios sean derramados sobre los hombres. Pero, como es natural, debe ser también asumido con la buena disposición por los integrados a la comunidad. Por un lado, abriéndose cada uno a la salvación que Dios regala, y al mismo tiempo, haciéndose activo en la actuación de esa nueva comunidad en favor de los hermanos. Quien no cumpla, tal como el árbol que no dé fruto, será echado fuera. Por el contrario, quien se integra con alegría e ilusión, obtendrá la salvación y la alcanzará para los suyos: "Hermanos: Siempre llenos de buen ánimo y sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos desterrados lejos del Señor, caminamos en fe y no en visión. Pero estamos de buen ánimo y preferimos ser desterrados del cuerpo y vivir junto al Señor. Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarlo. Porque todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir cada cual por lo que haya hecho mientras tenía este cuerpo, sea el bien o el mal". La vida de la Iglesia es vida de profunda actividad. Es incansable, por cuanto llama al abandono de la pasividad, ya que se encuentra en juego no solo la propia salvación, sino la de todos los hermanos a los que la comunidad pueda alcanzar. Saberse responsable de la condición eterna que podrán alcanzar nuestro hermanos, debe bastar para abandonar el inmovilismo, si hemos sido convencidos de que nuestro rescate ha sido motivado solo por el amor infinito que Dios nos tiene a todos. Es la siembra que Jesús ha realizado como sembrador de su Reino en el mundo, y que necesariamente debe dar fruto en todos. Y Él nos ha asociado a esa obra de siembra, aunque realmente el único que realiza la siembra sea Él. A nosotros nos asocia, como miembros de su Iglesia, instrumento de salvación eterna.

En efecto, la Iglesia, comunidad de elegidos y convocados, y de enviados al mundo para anunciar el evangelio de salvación, tiene su tarea muy específica. En el reconocimiento de que existe un solo Salvador y un solo Sembrador, y asumiendo la humildad de su tarea de anuncio y de instrumento de salvación del mundo entero, está su gala y su orgullo. El cumplimiento tesonero y responsable de esa tarea le asegura el sentido de su existencia. Dios, a través de Jesús, seguirá realizando su obra amorosa de salvación. Pero requiere de esa comunidad de salvados que se convierte en antena y vector de salvación para todos los hombres. La Iglesia ha sido enriquecida con todos los bienes que necesita el mundo para salvarse. A través de ella, vivimos en una comunidad estructurada, que nos asegura seguir la Verdad de Dios, que nos pone bajo la cascada que nos baña de vida eterna, de santidad y de gracia, y que nos ilumina con la experiencia de vida que sabemos que es nuestro mayor tesoro y que nos hará llegar a la vida eterna feliz e inmutable: "En aquel tiempo, Jesús decía al gentío: 'El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega'. Dijo también: '¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra'. Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado". Todo está en las manos de Dios, y nadie puede arrebatárselo. Sería pretencioso. El único Salvador es Él. Y en sus manos están todos los destinos. Nosotros, desde la humildad que nos debe caracterizar, solo debemos ponernos a su disposición absoluta. Y esa será nuestra salvación y la que procuraremos para nuestros hermanos.

miércoles, 9 de junio de 2021

Estamos en el punto más alto de los signos del amor de Dios

 No he venido a abolir, sino a dar plenitud - ReL

La revelación de Dios, desde el inicio, como concesión amorosa que hace a sus criaturas, ha sido siempre progresiva. Podemos intuirlo incluso en el método de creación que ha elegido, que consistió en ir dando pasos adelante, en los días en que se realizó, con los cuales todo lo que iba existiendo iba alcanzando un grado de mejoramiento mayor que sugería que llegaría a un punto culminante que era al que quería llegar para no dejar las cosas a medias. Es la demostración clara de su amor hacia el que era la razón última de su gesto creador, el hombre, al que crearía en el último día, como dando a entender que todo lo que existía de ahora en adelante llegaba a su culmen y era puesto en sus manos, para que lo disfrutara y fuera su mejor apoyo para avanzar en ese camino hacia su amor definitivo, pues el hombre era la causa última por la cual Dios emprendió la hermosa aventura de la creación. Dios mismo se encarga de hacer al hombre de ese conocimiento, de manera que no ignorara cuál era la finalidad de su existencia. El hombre surgía de sus manos, era receptor de todos los beneficios, recibía de Él providentemente todo para que no le faltara nada, y en su respuesta de confianza y agradecimiento por amor, estaba su completa felicidad. Dios, en toda la historia de la salvación, va queriendo dejar claro al hombre su amor y su incondicionalidad. Esta progresividad la consideró Dios necesaria, para que el proceso humano fuera también progresivo, asentándose más sólida y sosegadamente en la convicción y en la vivencia del amor divino a su favor. Ciertamente Dios hubiera podido haber usado otro método, quizás más radical y contundente, que diera las bases del conocimiento de todo lo que hacía, pero probablemente el hombre, limitado por su condición de criatura, no hubiera podido asumir sólidamente su experiencia personal. Dios buscaba que quedara muy clara su intención de amor, y consideró que la mejor manera fue dando visos de ese amor en cada paso de su revelación. Hubiera podido destruir al demonio y al pecado, en definitiva, al mal, con un gesto poderoso, apenas el hombre pecó, pero eso probablemente no hubiera convencido al hombre del amor infinito de Dios, sino que simplemente hubiera sido una demostración de poder, sin mayores implicaciones afectivas. Era necesario que en cada paso la criatura fuera teniendo signos indelebles del amor de Dios, que lo quería siempre junto a Él. Por eso debemos entender esa revelación de Dios como paulatina, enriqueciendo al hombre en su conocimiento y en su experiencia divina cada vez más, y por ello, abriendo su corazón y su vida con mayor seguridad a las obras del amor.

Y en esa progresividad de la revelación divina de su amor, llega ese momento culminante en el que queda ya evidenciada totalmente la intencionalidad divina. Ya no hay más que el hacer presente en el mundo la concreción más clara del amor. Y el encargado de hacerlo es el mismísimo Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, el añorado de todos los tiempos. "Cuando llegó el momento culminante, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a todos los que estaban bajo la ley". La mujer elegida por el Señor para ser la Madre del Redentor, es una demostración majestuosa más de esa progresión de la revelación. El Hijo de Dios es el mismo Dios que se acerca a salvarnos, y lo hace a través del instrumento más sublime, que es la Mujer que se ha escogido como Madre para entrar triunfante en la tierra a fin de realizar su obra de rescate. De Ella toma la carne que salvará al mundo. No habrá jamás una demostración más clara de amor, pues en esa carne tomada de María morirá para servir de sacrificio restaurador de todos sus hermanos vencidos por la muerte y el pecado. El único inocente se convierte en culpable por amor a todos. La progresividad de esta revelación de amor ya llega a su altura insuperable. No invalida nada de lo anterior, pues todo ha sido revelación de amor. Ninguno de los gestos anteriores deja de tener vigencia. Lo único que destruye Jesús es el poder del demonio, para instaurar su reino de amor y de gracia, pero no destruye ni invalida todo lo que había ido poniendo Dios en las manos del hombre, pues fue siempre signo de su amor preferencial por ellos. Incluso la ley de Moisés, de la que algunos se ufanaban de haber sido ya superada y cancelada, queda legitimada. No es cancelada, sino superada por el amor, aun cuando también tenía ese contenido, dado que eran las dos exigencias principales en ella. Solo que debía ser asumida con una mejor conciencia y un mayor contenido experiencial, de modo que no se sintieran como imposiciones que violaran la propia autonomía, sino como exigencias naturales de aceptar vivir en el amor. Era el compromiso, ciertamente el menor, que se podía asumir: responder al amor recibido: "Hermanos: Esta confianza la tenemos ante Dios por Cristo; no es que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos nada como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una alianza nueva: no de la letra sino de Espíritu; pues la letra mata, mientras que el Espíritu da vida. Pues si el ministerio de la muerte, grabado en letras sobre piedra, se realizó con tanta gloria que los hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, por el resplandor de su cara, pese a ser un resplandor pasajero, ¡cuánto más glorioso será el ministerio del Espíritu! Pues si el ministerio de la condena era glorioso ya no lo es comparado con esta gloria sobreeminente. Y si lo que era pasajero tuvo su gloria, ¡cuánto más glorioso no será lo que permanece!" Es la novedad radical que se nos regala. Elevar nuestra vida sobre lo simplemente pasajero, a lo que permanecerá eternamente.

La validez de todo lo hecho anteriormente lo confirma Jesús, con contundencia, y podríamos decir que hasta con satisfacción, por la obra que ha ido realizando el Padre en medio de la humanidad durante toda la historia. Nada de lo que hizo ha dejado de tener sentido, pues forma parte de esa progresividad de la revelación, que iba descubriendo el amor infinito y eterno, en el cual se ha comprometido, y que por ser fiel e inmutable, nunca dejará de tener vigencia. La ley nunca deja, ni dejará, de tener validez. Todos los gestos con que favoreció Dios a los hombres siguen siendo demostraciones aún hoy, de su elección y de su amor. Contemplar a Abraham convocado por Dios y obedeciendo a ese llamado, sin tener ninguna seguridad acerca de lo que se le proponía, es un gesto de amor. Presenciar el misterio de Noé construyendo la barca para salvar el resto de la humanidad y de la naturaleza fiel a Dios, es un gesto de amor. Acompañar a Moisés en la gesta libertadora y maravillosa del pueblo de Israel de la liberación de la esclavitud en Egipto, es un gesto de amor. Entrar con Josué en la tierra prometida que manaba leche y miel, es un gesto de amor. Convivir con Israel en las ocasiones de fidelidad y de traición, siendo testigos de sus deportaciones y luego de su retorno, es un gesto de amor. Todo eso es historia del pueblo, y no puede nunca desaparecer. Por ello, el régimen de la ley, ciertamente aún a esas alturas imperfecto, debe ser asumido como lo que es: algo que nunca desaparecerá, pues ha sido considerado por Dios necesario en la progresividad de su revelación de amor: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'No crean que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad les digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos". El amor de Dios no envejece. Prevalece y siempre estará en nuestra vida. El amor es siempre joven. Y por eso, podemos sentirnos los hombres más felices de la tierra, pues en medio de todos los acontecimientos que podemos atravesar, sabemos que el amor de Dios está ahí para nosotros, que siempre nos lo ha demostrado y que no ha habido un segundo de nuestra existencia en que no se haya hecho presente, y que ha llegado a su culminación en la entrega del Hijo, que ha hecho que esa revelación progresiva llegara a su punto extremo, y que no habrá una demostración mayor de ese amor, pues nadie puede llegar más alto del punto al que ha llegado Jesús y al que nos ha hecho llegar a todos.

martes, 1 de junio de 2021

Al final, todo es de Dios y a Él retornará

 Marcos 12, 13-17: Den Al César Lo Que Es Del César, Y A Dios Lo Que Es De  Dios – Boosco.org

Querer hacer caer a Dios en una trampa es de una ingenuidad supina. El que es la Sabiduría por esencia, el que es omnisciente, por lo que tiene la plenitud de los conocimientos, jamás dejará de ser sabio y siempre estará por encima de la simple sabiduría humana, de la cual, por demás, es el autor. De esa Sabiduría surge todo lo que existe, en una demostración que se expresa también en su poder. Y por encima de todo, que se expresa en un amor que lo define por esencia, por lo cual ninguna de sus cualidades deja de estar llena de ese amor que es esencial. Dios es sabio, es poderoso, es creador y nos rescata siempre desde el amor. No deja de actuar desde él, pues en el amor está sustentado su ser. En su intimidad más profunda, desde toda la eternidad, su única experiencia vital era la del amor. Aquella Trinidad Santísima que existe desde siempre, existe en el amor. Y todo lo que existe desde la creación de todo lo que no es Él, por su designio, no existe fuera de lo que lo mueve. Al ser esencialmente amor, todo lo hace por amor. Es como si tuviéramos que afirmar que Dios necesita amar para demostrar su existencia. Se amaba a sí mismo en la intimidad de su vida eterna y, al crear el mundo, y en él al hombre, necesariamente todo existe por esa misma esencia, que al ser inmutable en Él, obligatoriamente debía seguir siendo amada para poder seguir existiendo. La existencia de todo es una "explosión" de amor dentro de Dios que lo comprometía con lo que había surgido de sus manos sabias, poderosas y amorosas. Por ello, en la intimidad de nuestros corazones, el único sentimiento que debe surgir espontáneo debería ser el del agradecimiento, fruto de la conciencia más clara de la única motivación que le da sentido a nuestra existencia, que es la del amor. Las ocasiones que se nos presentan ante la posibilidad de la traición a ese amor infinito deberían ser inmediatamente rechazadas.

La fidelidad al servicio divino en toda ocasión debe ser el norte de nuestra vida. Ninguna de la experiencias que podemos vivir son suficientes para alejarnos de ese amor. Ciertamente en la vida de los hombres se presentarán ocasiones que nos tentarán a sentir que Dios se aleja de nosotros, en las que el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, la persecución por nuestra fidelidad, pueden crear el pesimismo de la soledad. Esto es lo más lejos de la realidad, pues quien nos creó para ser felices, jamás puede dejarnos solos en nuestras ocasiones de oscuridad. No es que nos vaya a resolver los problemas, pues esa no es su manera natural de proceder. Miente quien dice que estar cercanos a Dios es la manera de vivir con la solución a la mano de todas las dificultades que se presenten a los hombres. Como si fuera un seguro contra tragedias, y Dios llegara ser una especie de talismán contra todos los males. Es la experiencia de la mayoría de los que quieren ser fieles a Dios y lo son en su vida cotidiana. De ser así, no habría ningún sufrimiento en el mundo, no habría enfermedades, no habría persecución religiosa, no habría humillación de los hombres por parte de sus hermanos, no habría pobreza injusta, no habría atentados contra la vida. Dios habitualmente no ofrece inmunidad contra los males. Lo que sí promete es su compañía, su fortaleza, su valentía para afrontar los males. Nunca nos deja solos, pues es nuestro Padre amoroso. La presencia de Jesús en nuestra vida es la confirmación de ello. Él mismo nos vaticina los tiempos difíciles que podremos vivir, pero se coloca en medio del camino para ser el alivio y el consuelo: "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré". Ahí está con las manos tendidas hacia nosotros, pues nos ama más de lo que nosotros mismos nos amamos, y quiere nuestro bien. Tanto llegó a cumplir su ofrecimiento, que fue quien murió en la Cruz, en vez de nosotros, que éramos los que teníamos que morir. Añadido a esto, quienes a fuerza de alejarse de Dios por una sensación de abandono de parte de su amor, podemos cometer la mayor imprudencia, pues perdemos el respaldo de ese que es el único que fortalece y está ahí incondicionalmente, ofreciendo su amor y su fuerza. Preferir quedarse solos en medio del sufrimiento, pudiendo acercarse a Aquél que puede ser el único apoyo, el único consuelo y la única fuerza, es una torpeza mayúscula. La fidelidad a Dios, en medio del tormento, es muchísimo más gratificante y compensa lo que pueden ser los reclamos que nos hagan por ser fieles. Así lo vivió Tobías ante su desgracia. En vez de oponerse a Dios, mantuvo su fidelidad por encima de los reclamos que se le hacían: "Un día, el siete de marzo, (mi mujer) terminó una pieza de tela y la entregó a los clientes. Estos, además de darle toda la paga, le regalaron un cabrito. Cuando ella entró en casa, el cabrito se puso a balar. Yo entonces llamé a mi mujer y le pregunté: '¿De dónde ha salido ese cabrito? ¿No será robado? Devuélveselo a su dueño. No podemos comer cosas robadas'. Ella me aseguró: 'Es un regalo que me han hecho además de pagarme'. No la creí y, avergonzado por su comportamiento, insistí en que se lo devolviera a su dueño. Entonces ella me replicó: '¿Dónde están tus limosnas y buenas obras? Ya ves de qué te han servido'".

Es la fidelidad que Jesús quiere de todos sus seguidores. Nada puede haber por encima de ello, a pesar de que haya voces que quieran hacernos creer los que atacan nuestra fidelidad, queriendo hacernos sucumbir a lo que sería "políticamente correcto". A Jesús le ponen una trampa para intentar hacerlo resbalar. Pero su Sabiduría, infinitamente mayor que la de la simple humanidad inteligente, da la clave de todo. Todo es de Dios. Todo está en sus manos. Él confía al hombre la administración de los bienes, por lo cual es legítimo que el hombre, como administrador de todos los bienes, usufructúe de ellos. Pero no en el sentido que quieren dar los manipuladores, sino en el sentido del respeto mutuo que tiene que haber entre el orden espiritual y en el orden social o político. Lo deja claro en su respuesta ante la pregunta hecha con mala intención y con sorna. Y, en definitiva, al ser todo de Dios, incluso el impuesto pagado al César, esos bienes también retornan a Dios, pues el hombre es un simple administrador. Solo se le exige fidelidad, transparencia y honestidad: "Maestro, sabemos que eres veraz y no te preocupa lo que digan; porque no te fijas en apariencias, sino que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad. ¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?' Adivinando su hipocresía, les replicó: '¿Por qué me tientan? Tráiganme un denario, que lo vea. Se lo trajeron. Y Él les preguntó: '¿De quién es esta imagen y esta inscripción?' Le contestaron: 'Del César'. Jesús les replicó: 'Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios'. Y se quedaron admirados". Jesús, en su sabiduría y en su amor por todos, quiere que todos sean fieles. No quiere que se pierda uno solo de los que ha venido a rescatar. Y tiende la mano a todos, para que se tomen de ella y se dejen conducir por el camino de la fidelidad y del amor. Es nuestro Dios de amor que nos ama infinitamente y quiere que todos estemos, finalmente, y para toda la eternidad, viviendo la alegría de su amor, a su lado.

domingo, 30 de mayo de 2021

La Santísima Trinidad nos acompaña eternamente y nos da la salvación

 Id y haced discípulos de todos los pueblos" | InfoVaticana

Jesús, en su venida al mundo, ha hecho las revelaciones más sustanciosas del Dios que ya se ha revelado en el Antiguo Testamento. Nos ha traído de su mano la verdad concreta y experiencial de lo que es Dios y de lo que lo ha enviado a realizar. Él es el Dios que se hace hombre y que nos hace presente la motivación más profunda que tiene Dios al entrar en relación con el hombre, su criatura predilecta, y la que lo ha motivado a salir de sí para hacer existir todo lo que no es Él. Aun cuando esa iniciativa desde el principio ha estado muy clara, fue clarificándose cada vez más a medida que se iba poniendo más profundamente en contacto con el hombre, en la progresividad de su revelación, con los pasos que iba dando para darse a conocer mejor y para establecer con mayor claridad la motivación de su amor y el fin que perseguía al crear todo lo que existe, principalmente al hombre, y por quien se sintió comprometido después de haberlo creado. Al ser el amor su motivación última, no podía menos que mantenerlo en él, colmándolo de todos los beneficios que le eran consustanciales. Dios asume el compromiso que ya había asumido con la creación, y jamás dejará de cumplirlo. Por ello, podemos vivir en la mayor de las seguridades, pues nunca nos dejará de favorecer. En este sentido, desde el principio, cuando tuvo los primeros contactos personales con el hombre creado, quiso que quedara clara esta intencionalidad de hacerse sentir un Dios cercano, que lo había elegido como su pueblo, le había prometido su compañía, su providencia, sus beneficios, en orden al amor que sentía por ellos. Le hizo entender que Él era el Dios creador y providente y que nunca se desentendería de ellos, pues eran sus hijos amados y jamás dejarían de serlo, a pesar de todas las reticencias, pecados y traiciones que en el avance de la vida del pueblo pudieran surgir en el corazón de los elegidos. Dios deja muy claro su objetivo: amar hasta la eternidad, favorecer al pueblo en toda ocasión y conducirlo por el camino que tiene como meta la plenitud de la felicidad: "Moisés habló al pueblo, diciendo: 'Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, Dios suyo, hizo con ustedes en Egipto, ante sus ojos? Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre". No solo quiere el reconocimiento de su ser creador y sustentador, sino la respuesta consciente del pueblo para que viva sujeto a su voluntad y a su amor, en una respuesta que tenga la misma calidad en el amor.

La consecuencia de esta experiencia de respuesta del hombre será la sustentación sólida de su condición de hijo de Dios. La idea de Dios no puede ser una simple noticia de información objetiva. Es, sin duda, una noticia maravillosa que llena al hombre de gozo, pero que también lo compromete vitalmente, pues toda dádiva requiere de un reconocimiento, aunque sea lo mínimo del agradecimiento. Para los discípulos, este agradecimiento debe desembocar en una asunción de la responsabilidad de vivir según aquello con lo que se es enriquecido. Quien adquiere la condición de hijo, con la firme determinación de parte de quien lo concede de mantenerlo para toda la eternidad en ella, debe sentir el compromiso de sostenerse, y de vivir según esa condición esencial que lo hace especial y distinto a todos los demás, dirigiéndose a la meta pautada que es la felicidad eterna. No será un esfuerzo sobrehumano, por cuanto el mismo Dios que lo convoca y lo enriquece, facilitará lo necesario para avanzar en ese caminar. El Creador ha diseñado un plan perfecto para que se desarrolle sólidamente y favorezca a los elegidos, haciéndoles avanzar sin tropiezos en la confianza de que los apoyos jamás dejarán de estar a la mano para ellos: "Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Ustedes han recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar '¡Abba, Padre!' Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con Él para ser también con Él glorificados". Nada ha dejado Dios al acaso. Todo lo ha dejado bien amarrado. Y se cumplirá siempre, con tal de que el hombre sea dócil a sus inspiraciones. Por ello, en este plan de salvación todo está bien pensado desde su amor: Crea por amor, redime por amor y santifica con su amor. El Padre crea, el Hijo redime y el Espíritu santifica y nos consolida, y nos hace sólidamente conscientes de ser hijos de Dios.

Jesús nos hace llegar a este zenit del conocimiento de Dios y de su experiencia como creador y sustentador. Su tarea no es solo la del rescate y de la misericordia. Busca una experiencia más estable, más vital, más entrañable en el hombre. Lo que viene a traer no es una simple experiencia intelectual, sino renovadora de la relación de hombre con Dios. Él nunca dejará de amar a su criatura, por cuanto es inmutable y su amor es eterno e infinito, y no cambiará jamás. Ni siquiera el pecado del hombre logrará borrar ese amor. Nuestro pecado nunca debe ser causa para desconfiar de la salvación con la que nos quiere favorecer. Evidentemente Dios quiere que nos convirtamos a su amor para que esa salvación sea una realidad para cada uno y ninguno se excluya de vivirla. En la libertad que tenemos cada uno, que Dios respeta reverencialmente, la decisión de vivir según esa voluntad amorosa, está en nuestras manos. Dios ansía que la vivamos, y nos la ofrece, pero somos nosotros los que nos decidimos a aceptarla y vivirla. Por eso llega a los extremos necesarios a los que se ha atrevido a llegar. No deja nada por hacer. Nos ha creado para regalarnos el ser felices eternamente, nos ha rescatado por medio del Hijo, para no dejarnos en la tragedia de la muerte eterna, y nos ha regalado su Espíritu para sostenernos durante toda nuestra vida en su amor y darnos los elementos necesarios para vivir según su voluntad y consolidarnos como hijos suyos en el amor. Y por si esto fuera poco, nos ha considerado dignos de cumplir su misma tarea en el mundo, encomendándonos la misión de anuncio de la salvación en favor de nuestros hermanos: "En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les habla indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: 'Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo'". Es una obra claramente trinitaria, del Dios que nos revela suavemente Jesús. Es el Dios que está presente en toda nuestra historia, y que jamás dejará de estar. Es el Dios que nos ama infinitamente y que quiere que nosotros mismos seamos noticia de ese amor para todos nuestros hermanos.

jueves, 20 de mayo de 2021

La unidad de los cristianos es el signo de que Dios nos ama y nos ha rescatado

 Bocadillos espirituales para vivir la Pascua: Jueves de la 7 a. Semana –  Ciclo B | Mensaje a los Amigos

Uno de los frutos del amor es la unión con los amados. Es imposible decir que se ama, si no se siente el deseo de unidad. De ahí viene la necesidad del hombre y la mujer de unirse cuando se aman y viven con intensidad su amor. De ahí viene también la necesidad de conformar sociedades en torno a un interés común que aglutina preferencias por las que se está dispuesto a entregar incluso la vida, con tal de favorecer aquello que se ama en comunidad. De ahí viene el deseo de estar juntos los amigos con los que se comparten intereses, simplemente por el hecho de sentirse cercanos, aunque el único beneficio sea el de compartir el amor de amistad, sin más allá. El hecho de estar cerca de quien comparte tan profundamente un afecto, es ya la compensación necesaria y suficiente. El amor no busca más interés que el de sentirse cercano a quien se ama. No es un gesto crematístico sino absolutamente desinteresado. Se ama y punto. Lo único que quiere el amor es la unión, el estar juntos, la unidad. Esta es la meta que quiere Jesús a la que lleguemos todos sus discípulos. Él mismo, en su entrega al sacrificio del rescate de la humanidad, se sintió profundamente unido a cada hombre por el que se entregaba. Su único interés era el de dejar claro el amor de Dios por su creación, por lo cual dejó a un lado todas sus apetencias y conveniencias, y en aras del amor con el que era enviado y el que Él mismo sentía por aquellos a los que tenía que rescatar, se sintió íntimamente unido a cada uno, llegando al extremo de posponerse totalmente a sí mismo y hacer lo que favoreciera más a sus amados, sin importar las consecuencias que acarreaban para Él. Se sintió de tal manera unido a los hombres que se hizo uno más de nosotros, sabiendo que era el favor más grande que podía hacernos. Lo que importaba era estar unido a nosotros y dar todo lo suyo para nuestro beneficio. La esencia de su vida terrena fue la unidad con el género humano. Por ello, a sabiendas que esa era la mejor actitud del amor, añora que cada hombre lo entienda y lo viva de la misma manera.

La oración final de Jesús, ese momento de intimidad tan sobrecogedor con el Padre que nos relata San Juan en su Evangelio, es el momento de poner ya todas las cartas sobre la mesa. Jesús está dispuesto a realizar el gesto final de su obra, entregándose en manos de quienes quieren eliminarlo. Pero sabe que todo debe desembocar en la experiencia de la unidad que debe ser consecuencia de la obra redentora. Su obra no es realizada para que tenga un efecto solo individual en el hombre redimido, sino que debe tener una consecuencia comunitaria. Cada uno es salvado individualmente, no hay duda. Pero lo es en la condición comunitaria en la que ha sido creado. "No es bueno que el hombre esté solo", había sentenciado Yahvé cuando lo creó. Por eso, en su esencia está el conformar comunidad con los demás hombres. Esa condición había sido rota por el pecado. Pero había sido restablecida también con la obra redentora de Jesús. Cuando los hombres vivan en verdadera unidad en el amor, se habrá alcanzado el zenit de la redención: "En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo: 'No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como Tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en Nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno, como Nosotros somos uno; Yo en ellos, y Tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que Tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde Yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, Yo te he conocido, y estos han conocido que Tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y Yo en ellos'". La unidad de los redimidos es el signo evidente que dará testimonio del amor del Padre y de que Jesús es su verdadero enviado por amor. La unidad de los cristianos revela al mundo la verdad de Dios y de su amor. La desunión destruye la obra de Cristo en el mundo.

Sin embargo, la unidad está muy lejos de la uniformidad. Nuestra fe asume la diversidad como una riqueza, cuando es legítima, no interesada, cuando no busca intereses particulares de dominio sobre otros. La unidad no significa pasividad ante el mal o ante intereses espúreos. La unidad busca conquistar, no subyugar. Esa unidad es en el amor, en la búsqueda del bien, en el caminar hacia una misma meta en la que todos sean favorecidos. Es unidad en el amor, que busca favorecer a todos, evitando y enfrentando el mal, la manipulación, la mentira, el ventajismo, el egoísmo. Por eso quien vive esa unidad busca que quien se acerca como discípulo de Jesús a la comunidad de salvados apunte en todas sus acciones a promoverla para que sea patrimonio de todos los hombres: "En aquellos días, queriendo el tribuno conocer con certeza los motivos por los que los judíos acusaban a Pablo, mandó desatarlo, ordenó que se reunieran los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno y, bajando a Pablo, lo presentó ante ellos. Pablo sabía que una parte eran fariseos y otra saduceos y gritó en el Sanedrín: 'Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, se me está juzgando por la esperanza en la resurrección de los muertos'. Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos, y la asamblea quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección ni ángeles ni espíritus, mientras que los fariseos admiten ambas cosas). Se armó un gran griterío, y algunos escribas del partido fariseo se pusieron en pie, porfiando: 'No encontramos nada malo en este hombre; ¿y si le ha hablado un espíritu o un ángel?' El altercado arreciaba, y el tribuno, temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó bajar a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel. La noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo: '¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio en Jerusalén de lo que a mí se refiere, tienes que darlo en Roma'". Pablo, sustentado en la verdad de Cristo, denuncia la falsedad, la mentira y la manipulación. Éstas herían la unidad deseada en la fe. Con inteligencia deja en evidencia la verdad. Los que atacan la unidad quedan desenmascarados. Hay que escuchar la plegaria de Jesús para hacer lo propio en la búsqueda de la verdad y en su defensa para dar el testimonio de la unidad que se debe dar para hacer creíble la obra de amor de Dios en favor del hombre.