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lunes, 7 de junio de 2021

La Ley del amor es Ley de entrega total que llena de ilusión

 LAS BIENAVENTURANZAS DE JESÚS

El mandamiento nuevo del amor que establece Jesús con su misión en medio de la humanidad, inaugura una nueva era en la vida de los elegidos del Señor. Ciertamente su novedad no radica en un cambio de la exigencia original, pues tal como lo reafirma Jesús ante el Escriba que se le acerca para preguntarle acerca del mandamiento más importante de todos, la respuesta es un resumen de los dos mandamientos que ya se referían al amor: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser... Amarás al prójimo como a ti mismo". Sustancialmente no hay cambio en la promulgación de la exigencia. Y la lista de mandamientos que publica Moisés en la Ley, es también ella un compendio que es contenido en esa misma ley del amor. El cambio radical se da en dos aspectos principales: en la magnitud del amor y en el compromiso personal al que llama su asunción. Jesús, en su mandamiento nuevo, pone el acento en su propio amor, ese que lo llama a la entrega radical, a dar la vida por todos, a entregar su propio ser total por el impulso que le da ese amor infinito por la humanidad. De "amar al prójimo como a uno mismo", asciende a "amarse unos a otros como yo los he amado", es decir con la mayor radicalidad posible. Y esto no admite ni escondrijos ni rebajas. Es el amor pleno que debe marcar a todos los que de verdad quieren ser fieles a la voluntad divina, sin ambages ni rebuscamientos. El hermano debe estar siempre por encima. Sin embargo, la cosa va más allá. Cumplir la ley es bueno, pero corre el riesgo de quedar siempre en un hecho formal. Se tiene siempre la tentación de quedar a medias, pensando que el cumplimiento externo de la ley ya es suficiente, aunque en eso no vaya el corazón. Bastaría con que se aparentara ante los demás para demostrar que se es bueno. Lamentablemente son muchas las pruebas que podemos tener de que las cosas no son así. Muchas veces hacer cosas buenas no significa que somos buenos, porque nuestro corazón no está implicado realmente en el amor a los demás, sino que son más motivadas por el amor a sí mismo, ya que lo que se busca es quedar bien ante los otros, lo que invalida un supuesto gesto amoroso.

Por ello, en la novedad que inaugura Jesús, su intento principal apunta a la obtención de la mayor pureza en la experiencia de fe y de entrega de los cristianos. La exigencia del amor no puede quedar simplemente en el gesto exterior de bondad, sino que debe entrar en lo más profundo del ser. Es el ser completo, la mente y el corazón, el cuerpo y el alma, los que deben surgir como fuerza interior de todo. No es un acto formal, ritual, que no implique nada más. Lo importante va a lo profundo, al ser más íntimo del hombre. Desde la perspectiva del mandamiento nuevo del amor, todo debe quedar coloreado por el amor auténtico, real, verdadero y comprometido a Dios y a los hermanos. Tanto, que todo lo demás pasa a ser secundario. No habrá nada más importante que hacerlo todo desde ese amor convencido y vivido. La muestra más clara de esta exigencia alcanza su culmen en la promulgación de la "Nueva Ley" de las Bienaventuranzas: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados ustedes cuando los insulten y los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes". La nueva tónica es la del amor total. Para muchos que escucharan esto tuvo que haber sido algo muy sorprendente, pues el amor auténtico que exige Jesús es mucho más comprometedor que el que se exigía antes. Muchos estaban demasiado centrados en la búsqueda de la solución a sus problemas. Ahora, con esta nueva promulgación, se les llama a descentrarse de sí mismos y a centrarse en Dios y en los hermanos. Aquellos ahora son el centro. Abandonarse en la confianza en Dios y procurar siempre vivir en la caridad deben convertirse en la prioridad. La vida es puesta en las manos de Dios. Él sabe mucho mejor que cualquiera lo que más compensa y lo que realmente hace feliz. La alegría no está en querer darse a sí mismo los privilegios. Podemos pasarla bien así temporalmente. Pero la felicidad estable, permanente, aquella que apunta a la eternidad incólume en el amor, va por la vía que propone Jesús, pues es la que da la compensación que todos necesitamos, y que llega hasta la eternidad.

La insistencia en lo importante de tener este cambio radical en nuestra vida está en que se reconozca que esa es la verdadera vida. No hemos sido creados para nosotros, sino para Dios y para los hermanos. Al punto de que nuestra existencia llegará a explicarse y a justificarse solo en la entrega a Dios y a los demás. Quien no vive para Dios y para los demás, realmente no está viviendo. El "no es bueno que el hombre esté solo", lo que motivó a Dios a crear a la mujer como "ayuda adecuada", no era un beneficio crematístico, sino que apuntaba a que el hombre encontrara el sentido de su vida en la entrega en favor del otro. Fue un beneficio personal, sin duda, pero en atención a que le diera sentido a su vida en la entrega por amor a los demás, lo que le daba el sustento sólido. En la vida centrada en el amor a Dios y a los demás está el acento. Los hombres existimos para los demás, y mientras no demos ese paso no encontraremos nuestro fundamento sólido. Debemos procurar ser siempre sostén de los otros. Hemos sido creados seres sociales, y nuestra esencia es lo comunitario. Incluso los santos que se aíslan, no lo hacen para alejarse de los hermanos, sino como la forma que han encontrado ellos para convertirse en antenas de las gracias de Dios para todos, con su sacrificio y su abandono en Dios. Ellos atraen el amor para que se aposente en los corazones de todos. Nos colocamos en el camino del hermano para detener las injurias contra ellos y convertirlas en bendiciones, y para ser imanes de la gracia divina, de su amor y de su salvación, pues para eso hemos sido puestos en su camino: "¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios! Porque lo mismo que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, abunda también nuestro consuelo gracias a Cristo. De hecho si pasamos tribulaciones, es para consuelo de ustedes y salvación; si somos consolados, es para su consuelo que les da la capacidad de aguantar los mismos sufrimientos que padecemos nosotros. Nuestra esperanza respecto de ustedes es firme, pues sabemos que si comparten los sufrimientos, también compartirán el consuelo". Es ese el verdadero y único sentido de nuestra existencia. Existimos para Dios y para los hermanos. Y en darnos con ilusión y alegría a esta vida, está nuestra plenitud. Ese es el camino de nuestra felicidad. No existe otro.

lunes, 31 de mayo de 2021

Nuestra Madre María es la Mujer más noble de la humanidad, nuestro modelo

 La Visitación de María Santísima a su prima Santa Isabel | Servicio  Catolico Hispano

Los gestos de amor de Dios por sus elegidos no dejan de sucederse en la historia de nuestra salvación. Y tampoco los personajes que nos los hacen claros. Toda esta historia está imbuida por acciones que nos gritan claramente que Dios nos ama infinitamente y que ese amor estará siempre presente en ella. No hay un solo segundo en el que Dios deje de amarnos, pues de ser así, desaparecería todo lo que existe, ya que significaría que Dios, que es el amor por esencia, habría desaparecido, y eso, por concepto, es un imposible que nunca deberá suponerse que pueda ocurrir. Desde el mismo hecho de la creación de todo lo que existe, Dios asume su amor como el compromiso más serio. No crea y abandona. Crea y se compromete, y es fiel al amor hacia su criatura predilecta. Por ello, toda la historia está transida de demostraciones de amor, que jamás dejarán de estar presentes. Ante el pecado del hombre no deja que la decepción lo domine. Por supuesto, cede ante el escarmiento necesario por la traición que atrae una reprimenda, pero vence el amor, y por ello, en su infinita misericordia, no deja al hombre en la desesperanza y la postración, sino que promete un rescate para no dejarle en la condenación eterna. La historia, desde ese momento, se transforma en los esfuerzos que se repiten uno tras otro, para que el hombre no viva en una conciencia negativa, sino en una esperanza que va creciendo en el cumplimento de la obra de rescate. Cada paso que se da en esa historia no es sino la confirmación de que el Dios del amor siempre hará lo que sea necesario para lograr extraer al hombre caído de la muerte y de la oscuridad. "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley". Llega ese momento culminante de la historia, el zenit de la salvación, con el envío de su Hijo encarnado, que toma la carne del ser humano más noble que ha nacido sobre la tierra, nuestra Madre María, y que dona todo su ser para que su Verbo eterno entre triunfalmente en la tierra.

Toda esa historia de María marca la obra de la Trinidad Santa. Ella es la criatura de más alto rango que ha existido. Podríamos decir que en Ella Dios ha derramado su amor como cascada, pues desde Ella ese amor se transmitirá a toda la humanidad, al ser la puerta de entrada de la Gracia mayor que Dios hará caer sobre la humanidad postrada. El amor de María, símbolo del amor divino, seguirá siendo amor humano por Dios, y especialmente por su Hijo, que Ella sabe que es el Dios redentor del cual se hace depositaria en su seno. Y que ese amor, surgiendo de Ella, caerá sobre todos los hombres, necesitados de rescate. Es como si en su disponibilidad nos dijera que está dispuesta a renunciar a todo, como lo hará su Hijo, con tal de que el amor no tenga obstáculos para llegar a la humanidad entera: "Aquí está la esclava del Señor. Que se cumpla en mí según tu palabra". Ella es, de este modo, la mujer que será la Madre anunciada de quien aplastará la cabeza de la serpiente, la joven núbil que está encinta y que dará a luz un Hijo que será llamado Dios con nosotros, es la nueva Arca de la Alianza que contendrá la palabra de Dios, la mujer sin mancha, pues será el receptáculo de quien es la pureza infinita. La visita que hace a su prima Isabel, encinta en su ancianidad, con lo cual María manifiesta una sensibilidad extraordinaria, pues su prima se encontraba en necesidad de apoyo, sirve para comprender muy bien su figura de mediación en la salvación: "En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y levantando la voz, exclamo: '¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor? Pues en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá'". Es una descripción ideal de la figura de nuestra Madre, fundamental de nuestra historia de salvación. Lo más destacable es el reconocimiento de su maternidad divina que hace Isabel, al llamar a María "la Madre de mi Señor". No debe existir para nadie duda sobre esto, pues el nombre "Señor" es nombre exclusivamente divino e Isabel se lo atribuye al fruto del vientre de María. E incluso habla de la maravilla que sucede en su vientre, con el salto santificado de su propio hijo, que será Juan Bautista.

María, en su humildad extrema, hace el reconocimiento exacto de su figura en esta historia de salvación. Sin aspavientos admite la obra de Dios en Ella. Es una demostración concreta de su amor a Dios, en respuesta al amor que Dios le ha profesado eligiéndola para ser la Madre del Redentor. Es un momento sublime que nos abre una perspectiva nueva de servicio a los hermanos, pues nuestra Madre nos indica el camino de la disponibilidad y del amor fraterno. Siendo la Madre que Jesús nos ha regalado a todos, es nuestra primera hermana en el orden de la Gracia. Así como nos indica el camino que debemos seguir para ser fieles a Jesús: "Hagan lo que Él les diga", con su vida también nos dice a todos los que debemos hacer: "Hagan lo que yo he hecho". Es el modelo de obediencia a Dios y de servicio a los hermanos. Con Ella sabemos cuál es el camino que debemos seguir por delante. Y Ella, sin sentir orgullo ni vanidad, lo reconoce ante su prima Isabel: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia - como lo había prometido a nuestros padres - en favor de Abrahán y su descendencia por siempre'". Ella es el orgullo de nuestra raza, la mujer en la que la humanidad ha alcanzado su cota más alta. Y es nuestra Madre que nos lleva a la presencia de su Hijo, tomándonos de su mano amorosa. Somos los más afortunados de los hombres, habiendo sido rescatados por el amor infinito de Dios, demostrado una vez más en el amor suave, materno y tierno de la Mujer más grandiosa de la historia, la Madre de Dios, y la Madre entrañable que nos regaló Jesús en sus momentos póstumos de entrega amorosa en la Cruz, en los que no podía estar ausente su Madre de amor.

miércoles, 26 de mayo de 2021

La oración nos une al Señor y nos llena de su vida

 Evangelio del domingo para niños: S. Marcos 10,35-45.(21/10/18) – Sobre roca

Los discípulos de Jesús deben buscar siempre un contacto vivo y vivificante con Él. Deben tener plena conciencia de estar siempre en su presencia y vivir en la normalidad de su encuentro. Cuando se asume la vida de la fe, se asume que Él será el compañero de camino, tal como lo prometió al decir que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos, y lo figuró concretamente cuando pidió a los apóstoles que remaran mar adentro, pero no los dejó ir solos, sino que se embarcó también, de modo de darles a entender que siempre estará presente en todas las empresas que la barca de la Iglesia deba asumir. Él se encargará de indicar las rutas, de fortalecer en la debilidad, de calmar las tormentas. Lo hará a través de su Espíritu, donación amorosa a esa comunidad que nacía y que se convertía en su alma y en su razón de vida. Esa experiencia vital de acompañamiento seguro del Señor debe ser motivo suficiente para los discípulos a fin de hacer de esa experiencia una forma de vida que, dentro de lo sobrenatural que resulta, pasa a ser para ellos algo natural. Y hacerlo vida cotidianamente implica vivir en su presencia sin ambages, haciendo del contacto con el Señor la forma de vida ordinaria. Esto se concretiza fehacientemente en la vida de oración de los discípulos, que debe ser reclamo continuo en la vida de quien se sabe del Señor. Para hacer cada vez más consciente su pertenencia al Señor, para reflejar la vida que recibe por su unión con Dios, para llevar adelante la tarea que se le encomienda, debe alimentarse del contacto continuo con quien lo ha convocado y se ha convertido en su razón vital. Es la manifestación práctica que refleja y confirma que se tiene la vida. Si no hay vida de oración en el discípulo, hay que desconfiar seriamente de que este tenga verdadera vida. Debe ser una oración que refleje la relación de amor que existe entre Dios y el discípulo, que alimente las ansias de querer seguir siendo suyos, que reconozca el amor y el poder de nuestro Dios que están por encima de todo, que le dé el lugar primacial que le corresponde, que refleje la confianza absoluta que se tiene en Él por lo cual se da un abandono total a su voluntad y a su amor. Es la oración de reconocimiento de la necesidad de estar unidos a Él para seguir teniendo su vida.

Atisbos firmes de esta conciencia que debe tener el discípulo del Señor, ha habido durante toda la historia de salvación, prácticamente desde el inicio de la existencia. Adán ya tenía momentos de intimidad y de encuentro con Dios, que descendía al Jardín del Edén para encontrarse con él. Mientras se mantuvieron esos encuentros amorosos se mantuvo la amistad y la vida que se había recibido. Cuando se detuvieron al cometer la traición, Adán se escondió de Dios para que no lo viera desnudo. Se perdió la vida que había recibido y renunció a la confianza en el Señor. Sin embargo, muchos de los elegidos posteriormente, entendieron que la única manera de mantener la vida, era mantenerse en contacto íntimo con el Señor. Así, nos encontramos con Abraham, Noé, Moisés, los profetas, David, José, y tantos otros. Era una conciencia que se hizo cada vez más sólida y vivencial en los elegidos por el Señor. Por ello, en su oración fue progresivamente más clara la necesidad de mantener el contacto con Dios, a fin de recibir la vida y la fuerza que necesitaban para crecer sólidamente en la fe: "Sálvanos, Dios del universo, infunde tu terror a todas las naciones, para que sepan, como nosotros lo sabemos, que no hay Dios fuera de ti. Renueva los prodigios, repite los portentos. Reúne a todas las tribus de Jacob y dales su heredad como antiguamente. Ten compasión del pueblo que lleva tu nombre, de Israel, a quien nombraste tu primogénito; ten compasión de tu ciudad santa, de Jerusalén, lugar de tu reposo. Llena a Sión de tu majestad, y al templo, de tu gloria. Da una prueba de tus obras antiguas, cumple las profecías por el honor de tu nombre, recompensa a los que esperan en ti y saca veraces a tus profetas, escucha la súplica de tus siervos, por amor a tu pueblo, y reconozcan los confines del orbe que tú eres Dios eterno". Es una oración que reconoce sin sombras la primacía del Señor, su poder, su amor y su misericordia, sin el cual no tiene ningún sentido la vida, por lo que es imprescindible mantener un contacto filial y vital con Él, que es razón de vida.

Esta conciencia es necesaria para ser discípulos del Señor. Es progresiva, en los casos en que los hombres lo necesiten, de modo de llegar no solo a una convicción intelectual, sino a la misma experiencia vital que la sustenta. En el itinerario de formación que Jesús emprendió con los apóstoles, esta era una etapa crucial. Ellos debían asumir la vida que venía del Salvador y entender que se alejaba mucho de consideraciones humanas alejadas del amor y del poder divinos. Necesitaban experimentar que el camino que se les proponía era un camino que tomaba distancia de la búsqueda de prerrogativas humanas, de prestigios, de dominio de unos sobre otros. No era el camino para el que estaban naturalmente hechos, sino un camino nuevo, el del amor, del servicio, de la entrega, de la verdadera vida. Era necesario que en esa unión íntima con Jesús desmontaran ideas prefabricadas y asumieran las de la renovación total: "Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: -'Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.' Les preguntó: -'¿Qué quieren que haga por ustedes?' Contestaron: -'Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.' Jesús replicó: -'No saben lo que piden, ¿son ustedes capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizarse con el bautismo con que yo me voy a bautizar?' Contestaron: -'Lo somos'. Jesús les  dijo:-«El cáliz que yo voy a beber lo beberán, y se bautizarán con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado'. Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: -'Saben que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Ustedes, nada de eso: el que quiera ser grande, sea su servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos'". Esto solo lo da el contacto frecuente, amistoso, amoroso y confiado con el Señor. Y es lo que se obtiene de la oración. Por tanto, si queremos tener la vida que el Señor dona a sus discípulos, la única vía por la que la obtendremos es la de la relación filial que nos posibilita la oración.

domingo, 25 de abril de 2021

Jesús es el modelo de pastor para todos los pastores de su pueblo

 El Periódico de México | Noticias de México | Columnas-VoxDei | «Yo soy el buen  pastor; y conozco mis ovejas»

El anuncio de la Buena Nueva de la salvación que ha traído Jesús para la humanidad, de la re-creación de todas las cosas, de la novedad absoluta que posee la realidad desde su entrega a la muerte y su resurrección gloriosa, no puede ser jamás desvinculada del infinito y eterno amor de Dios por el hombre y por la creación entera. De ninguna manera se podría comprender una gesta tan epopéyica de parte de Dios, si se considerara solo desde un punto de vista instrumental, de conveniencia personal, de beneficios de vuelta. Nada compensa a Dios en este gesto que realiza, en el que muestra todo su poder, por encima del mal que ha recibido por la traición infame del hombre, que solo recibía de su parte beneficios a su favor. La constancia de Dios en su empeño continuo de rescatar al hombre para tenerlo junto a Sí, nos describe perfectamente la constancia del amor, que perdona y es misericordioso, por encima de cualquier mal. El amor es así, se entrega sin miramientos y sin búsqueda de recompensa. Dios no espera nada del hombre, pues su objetivo simplemente es que viva en su amor. Su meta es que todo hombre viva en Él. La vivencia del amor que se entrega es, en sí misma, la compensación que tiene el mismo amor. Es por ello que desde el corazón del hombre que llega a comprender la profundidad de este amor, no puede surgir otro sentimiento que el del agradecimiento, recibiendo así esa carga de amor total y pleno que derrama el Señor sobre él: "Queridos hermanos: Miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a Él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es". Ese amor llegará al extremo, ya no solo de entregarse sin dejar nada para sí, sino de hacernos semejantes a Él, pues al conocerlo tal como es, lo poseeremos en plenitud y seremos como Él.

Esta Buena Nueva que ha transformado totalmente la realidad, provocando la nueva creación que era necesaria para la reconquista de todo lo creado, debe ser conocida por todos. Y los apóstoles, enviados al mundo mediante el mandato misionero, son los principales encargados de llevar a la humanidad este mensaje de amor y salvación. Y así lo cumplen rigurosamente. En su anuncio no ahorran la denuncia contra quienes se oponen a que la Verdad sea conocida, y valientemente atribuyen la responsabilidad a quienes eran los primeros convocados, los que ejercían la labor de pastores del pueblo elegido, que querían incluso prohibir hablar en nombre de Aquel que había logrado el rescate de la humanidad de las garras de la muerte, y lo demostraba con hechos fehacientes e irrefutables a través de la obra de sus enviados. La palabra de Pedro es diáfana: "En aquellos días, lleno de Espíritu Santo, Pedro dijo: 'Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogan ustedes hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos ustedes y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante ustedes. Él es la “piedra que desecharon ustedes, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en ningún otro; pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos". Los antiguos y malos pastores del pueblo no habían cumplido honestamente con su labor, y lo único que buscaron con la muerte de Jesús, y ahora con la persecución a los que hablaban en su nombre, era mantener su privilegio de dominio espiritual sobre un pueblo que clamaba libertad y justicia, y que las había encontrado en Jesús de Nazaret.

Por eso Jesús, ante la falta absoluta de los antiguos pastores del pueblo elegido, propone la figura del verdadero pastor. Él será el cumplimiento radical de la figura del pastor que ofrece el Salmo 23: "El Señor es mi pastor, nada me falta". Con Dios como pastor, al hombre no le falta nada: "En verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas..." Esa imagen idílica del Dios pastor de su pueblo se cumple perfectamente en Jesús: "En aquel tiempo, dijo Jesús: 'Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre'". En Jesús, por tanto, tenemos al sustento más sólido para avanzar con certeza y firmeza hacia el camino de la plenitud. En Él tenemos la experiencia más profunda del amor, pues nos percatamos de hasta dónde es capaz de llegar Dios por favorecer nuestro rescate. Nos hacemos conscientes de que es el verdadero y único pastor al cual debemos atender, pues ningún otro pastor estará dispuesto a colocarse en el camino de la muerte para que ésta no nos alcance a nosotros, ofreciéndose como víctima, aun siendo inocente de toda culpa. Ese es nuestro Dios de amor y jamás nadie más mostrará tanto amor por nosotros. Y es la figura del Buen Pastor que debe servir de modelo a todo el que quiera ser pastor de su pueblo, sin traicionar jamás la misión que le ha sido encomendada.

miércoles, 31 de marzo de 2021

Con la entrega de Jesús se cumple la promesa de rescate del Padre

 El Periódico de México | Noticias de México | Columnas-VoxDei | «Os aseguro  que uno de vosotros me va a entregar»

La presencia de Jesús en nuestra historia de salvación es determinante. En innumerables ocasiones, en el Antiguo Testamento, se hace referencia a Aquel que vendrá como enviado del Padre para cumplir la promesa hecha desde el inicio. Jesús es el descendiente de la mujer que va a pisar la cabeza de la serpiente, Aquel que el mismo Dios Creador había anunciado que vendría, para restañar la herida que había provocado el demonio haciendo caer al hombre en el pecado. No podía quedarse indiferente Dios ante el derrumbamiento de la obra que Él mismo había llevado a cabo y en la que había puesto toda su alegría, al realizarla con el mayor amor que surgía de su ser esencial. Para Dios fue un cambio de planes total, por cuanto su designio original era el de una vida de cercanía absoluta con su criatura predilecta, una amistad sin escombros ni obstáculos, una experiencia de encuentro continuo con él para intercambiar sus gestos de amor, una esperanza en una respuesta positiva a sus propuestas de amor, una fraternidad sin fisuras vivida entre todos aquellos que habían surgido de sus manos como hijos suyos y hermanos entre ellos. El plan de Dios tuvo que ser rediseñado inmediatamente, pues ante la debacle de la humanidad por el pecado, tuvo que establecer un nuevo itinerario en el que se incluía como elemento esencial el rescate que debía realizar de ese que se había alejado de su amor a instancias del engaño demoníaco. Pero a Dios no le costó nada reemprender una ruta diversa, pues su motivación principal es la del amor. Y el amor de Dios es todopoderoso, tierno, cercano y está siempre disponible para el hombre. Si se trata de la reestructuración de un plan que contemplaba una amistad profunda del hombre con Dios, no existe ninguna traba en el amor de Dios para llevarlo adelante.

Los anuncios de aquel momento culminante de la historia humana en el que se hará presente el que va a ser quien rescate al hombre de su tragedia, se repiten una y otra vez. La esperanza del pueblo fiel de Yahvé es sólida, pues tienen la experiencia de que ese Dios ni los ha abandonado, ni los abandona, ni los abandonará nunca. Además, de que el Dios de Israel cumple sus promesas con total fidelidad. Ese personaje que se va perfilando en la historia de la salvación, será ese enviado de Dios con poder para restablecer la amistad y la cercanía del hombre con Dios. Los patriarcas se saben prefiguración del gran Patriarca que vendrá. Los profetas, invariablemente, mantienen el gozo en el pueblo con los anuncios de liberación por la llegada del gran Liberador de Israel. El pueblo, en lo más íntimo de su corazón y de su espíritu, escucha los anuncios con esperanza y gozo, pues sabe que con ello, su situación de postración será transformada totalmente: "El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará? Que se acerque. Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará?" La presencia del Salvador es la presencia de Dios que lo envía a salvar a la humanidad. No vendrá a hacer algo por iniciativa propia. Sus palabras y sus acciones serán las que le encomienda el Padre. Hará solo lo que el Padre ordene. Hará lo que visto hacer al Padre y dirá las palabras que le ha escuchado decir al Padre. El plan de salvación del Padre es el que viene a realizar fielmente. Por eso, es un plan de amor por el hombre que implicará la entrega de su amado por excelencia que es su propio Hijo: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo".

El plan de rescate, está dicho, es un plan que contempla el derramamiento de sangre del Redentor. Dios hubiera podido haber decidido otra manera de llevarlo a cabo. Pero escogió esta porque es la que deja más claro para el hombre el amor que Dios le tiene y hasta dónde es capaz de llegar para demostrar ese amor. Quien no comprenda la fuerza de ese amor, no ha entendido nada. La perspectiva para el Hijo de Dios encarnado no es nada auspiciable. Pero es también asumida con amor. Si el amor del Padre por el hombre se demuestra en el envío de su propio Hijo para entregarlo a la muerte -lo cual fue prefigurado en el gesto de Abraham que por amor a Dios estuvo dispuesto hasta a sacrificar a su propio hijo Isaac-, el amor del Hijo es también evidente cuando asume con garbo la tarea que le es encomendada, sabiendo cuál será el final de todo. La compensación definitiva será la de la resurrección como refrendamiento de la victoria sobre la muerte y sobre el mal, y la recuperación de su lugar a la derecha del Padre en la gloria absoluta de la naturaleza humana que está esencialmente unida a Él. Por ello era necesario que se cumplieran todos los pasos necesarios para su muerte: "Mientras comían dijo: 'En verdad les digo que uno de ustedes me va a entregar'. Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro: '¿Soy yo acaso, Señor?' Él respondió: 'El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de Él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!' Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: '¿Soy yo acaso, Maestro?' Él respondió: 'Tú lo has dicho'". La suerte estaba echada. El itinerario está claro. Jesús será entregado a la muerte por uno de los suyos para rescatar a la humanidad entera.

sábado, 27 de marzo de 2021

Toda nuestra realidad será transformada en el amor

 Archidiócesis de Granada :: - “Conviene que uno muera por el pueblo y no  perezca la nación entera”

Las autoridades religiosas de Israel deciden la muerte de Jesús. La palabra profética de Caifás es determinante para comprender el por qué de la muerte de Jesús: "Ustedes no entienden ni palabra; no comprenden que les conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera". El mismo evangelista San Juan afirma el sentido de esta frase: "Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos". La muerte de Jesús no se podía ver entonces solo como un acto de ruindad de las autoridades, aunque efectivamente lo era, pues veían en peligro su predominio espiritual sobre el pueblo, sino que había que verlo desde la óptica de la fe y de la historia de salvación. Desde el mismo principio estaba establecido por Dios que la satisfacción por el pecado y la traición del hombre se daría a través de la entrega voluntaria de aquel descendiente de la mujer que pisaría la cabeza de la serpiente, es decir, del demonio, pero que a su vez Él sería herido en su talón. Esa herida del talón es el dolor, el sufrimiento y la muerte que sufriría el Hijo de Dios que acepta el encargo del Padre. Podríamos afirmar que en cierto modo el Verbo eterno conocía perfectamente cuál sería su itinerario y que el fin de su ser encarnado era el de la muerte. No era extraño para la divinidad ese final. Aún así, demostrando su pertenencia total a la raza humana, siente que aquello que le tocará vivir será muy cruel y doloroso. Por ello, pide al Padre, en la previsión de ese dolor que le tocará vivir, ser liberado de esa hora y que el cáliz que le tocará beber pase de Él. Aún así, aun cuando su naturaleza humana se rebela, asume totalmente la tarea y se encamina valientemente a la meta final de su obra de rescate. Ese paso decisivo de Jesús es el que logra la salvación de la humanidad. Contemplar este gesto es ya suficiente para sentir el gozo de saber que Dios mismo ha hecho la obra que nadie más podría hacer para la liberación del hombre. Si nos hubiera tocado a los hombres hacerlo, jamás hubiéramos podido lograrlo. Solo el Hijo de Dios encarnado podía lograrlo y por ello lo asume como su tarea. Es el gozo de la libertad recuperada gracias al sacrificio voluntario del Hijo hecho carne.

Son muchas las ocasiones en las que Dios promete esta obra de rescate. Y también son múltiples las demostraciones de infidelidad y de falta de amor del pueblo hacia Dios. Una y otra vez el Señor da una nueva oportunidad a Israel de volver a Él, de vivir bajo su mando, de cumplir su voluntad, de profundizar en su experiencia de fraternidad. La historia de Israel es un claroscuro evidente. Tan pronto se compromete con Dios y asume con supuesta responsabilidad el compromiso, como posteriormente abandona su palabra empeñada y le da de nuevo la espalda a Dios, obnubilado por las ofertas del mundo, con la consecuente frustración del pacto de fidelidad con Dios. Pero es extraordinaria la paciencia de Dios que una y otra vez quiere levantar de nuevo al pueblo para que no caiga en el abismo que significa alejarse de Él y de su amor. En cada ocasión de traición del pueblo, vuelve a tender la mano para ofrecer el camino de la auténtica felicidad: "Recogeré a los hijos de Israel de entre las naciones adonde han ido, los reuniré de todas partes para llevarlos a su tierra. Los haré una sola nación en mi tierra, en los montes de Israel. Un solo rey reinará sobre todos ellos. Ya no serán dos naciones ni volverán a dividirse en dos reinos. No volverán a contaminarse con sus ídolos, sus acciones detestables y todas sus transgresiones. Los liberaré de los lugares donde habitan y en los cuales pecaron. Los purificaré; ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. Mi siervo David será su rey, el único pastor de todos ellos. Caminarán según mis preceptos, cumplirán mis prescripciones y las pondrán en práctica. Habitarán en la tierra que yo di a mi siervo Jacob, en la que habitaron sus padres: allí habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre, y mi siervo David será su príncipe para siempre. Haré con ellos una alianza de paz, una alianza eterna. Los estableceré, los multiplicaré y pondré entre ellos mi santuario para siempre; tendré mi morada junto a ellos, yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y reconocerán las naciones que yo soy el Señor que consagra Israel, cuando esté mi santuario en medio de ellos para siempre". La paciencia del Señor es extrema, porque ama infinitamente, y ofrece siempre al pueblo el mejor futuro posible, a pesar de su infidelidad.

Y con Jesús, todas las promesas de bienestar, aquellas que darán como consecuencia disfrutar de todas las bondades que el Señor derramará por su misión cumplida, llegarán a su cumplimiento perfecto. "Aquí estoy, Señor, para hacer su voluntad", ha dicho el Hijo encarnado. Llegó el momento del establecimiento del Reino, con todas sus bondades. Ese Reino es la nueva creación de todas las cosas, la que supera infinitamente aquella primera, con todo lo portentosa que resultó. Es dar a todo el nuevo cariz del amor y del rescate, lo que logra que la realidad que ha sido tan brutalmente dañada por el pecado del hombre, adquiera de nuevo su belleza y su fragancia, y aún mayor que la anterior realidad de lo creado, pues es revestida de la gloria que adquiere gracias al sacrificio redentor y a la resurrección que viste de gloria toda la creación. Es el momento de gloria de la humanidad. Ciertamente de parte de la humanidad solo ha sido puesto el Verbo encarnado y su entrega. A lo que se puede añadir la identificación con Él de quienes creyeron que era el enviado del Padre y pusieron en Él la esperanza de que todo lo prometido por el Padre en la antigüedad se cumpliría con su obra. Por eso, la humanidad entera vive un momento de oro. Es el momento celestial de la reincorporación a la vida divina, mediante la gracia que Dios derrama en la muerte y resurrección del Hijo. De esta manera, se entiende que vivir con intensidad esta realidad no puede ser hecho de otra manera que en el gozo y la plenitud de la alegría que da el saber que nuevamente la promesa del Señor se ha cumplido. Y ésta, la más importante de todas, pues es la que abre el camino de la vida a la plenitud definitiva de la felicidad y del amor en Dios, ya que será para toda la eternidad. Por ello, no tiene sentido quedarse solo en la contemplación de la realidad actual, aunque es importante pues es lo que vivimos. Existe una vida que es la que vivimos cotidianamente que sigue teniendo su carga de dolor, de dificultad, incluso de sufrimiento, que hay que tener en cuenta. No es para nada despreciable esta realidad. Pero junto a ella debemos tener también siempre la convicción de que todo eso cambiará, que el dolor finalizará y que será la alegría de vivir en el amor y en la plenitud de Dios lo que imperará eternamente.