El Señor espera siempre nuestra conversión. Su paciencia, al igual que su amor y su misericordia, no tiene límites. Pero eso no significa que no sea justo. Ama siempre, y está siempre dispuesto al perdón, pero espera del hombre un acercamiento. Como en la parábola del hijo pródigo, está siempre a la espera de que aparezcamos arrepentidos y humildes para que Él derrame sobre nosotros su perdón. El hijo pródigo ya estaba perdonado en el corazón del padre, pero ese perdón no se hizo efectivo, es decir, no pudo ser recibido por el pecador, hasta que éste no se puso en camino hacia la casa del padre. De no haberse dado este acercamiento, aunque en el corazón del padre ya había el perdón, el hijo no lo hubiera recibido, pues no había dispuesto su ser para poder ser agraciado con la misericordia del padre.
En efecto, en el designio del Padre Dios está siempre el perdón. Desde el mismo momento del pecado de nuestros padres Adán y Eva, la promesa de redención estaba presente en la historia de la humanidad. "Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Un descendiente de ella te pisará la cabeza". Es el protoevangelio, la primera Buena Nueva pronunciada por Dios, que anunciaba la redención de los hombres. La historia de la humanidad no iba a ser una historia de condena sino de esperanza en el cumplimiento de esta promesa divina. Dios no miente ni se desdice. Es inmutable y ama eternamente. Por eso, cumple su palabra y no deja de perdonar jamás. Menos aún al que Él había creado como su criatura predilecta, objeto último de su amor, al que había enriquecido ostensiblemente con sus mismos dones de amor y libertad, de capacidad de raciocinio y de relacionamiento con otros... La causa última del pecado del hombre fue la libertad con la que Dios lo había enriquecido y la opción -equivocada, sin duda, pero fruto de una elección de la libertad, don de Dios- que había hecho. Esa libertad y ese amor, combinados y vividos en plenitud es la plenitud que Dios deseaba que viviera el hombre. Pero comportaba el inmenso riesgo de ser utilizada mal, y de ir en el sentido contrario al establecido por Dios. El amor no es un "programa" al que el hombre está sometido, como lo está el perro para ladrar o el gato para maullar -nunca el perro dejará de ladrar ni el gato de maullar, pues no tienen la capacidad de ir contra ese "programa" que Dios ha grabado en ellos, ya que no son libres-, sino que es una decisión. A amar se decide, se opta, se elige libremente. O, en el caso del pecado, se decide el camino contrario. En la pretensión de autonomía absoluta, de independencia y emancipación, el hombre no desea optar por el mismo camino que le propone Dios, que es el del amor, sino por uno diverso. Y el contrario es el del odio, que se expresa en dar la espalda a Dios y a todo lo que Él quiere que se someta el hombre. El pecado impone la rebeldía a todo lo que es de Dios. Y en ese camino, el hombre se hace despreciable para Dios, aunque Él desea que lo deshaga y vuelva sobre sus huellas...
Por ello, son comprensibles expresiones como la de Isaías: "¿Qué me importa el número de los sacrificios de ustedes? -dice el Señor-. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Por qué entran a visitarme? ¿Quién pide algo de las manos de ustedes cuando pisan mis atrios? No me traigan más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no los aguanto. Sus solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando ustedes extienden las manos, cierro los ojos; aunque multipliquen las plegarias, no los escucharé. Sus manos están llenas de sangre". Es un Dios que denota el cansancio que tiene al llamar una y otra vez al uso correcto de la libertad y del amor y no recibir una respuesta satisfactoria. Porque el amor de Dios ha insistido, una y otra vez, y el hombre, en su libertad mal ejercida, una y otra vez, lo ha depreciado... Pero es impresionante que, a pesar del cansancio que deja descubrir Dios, aun tiene la voluntad misericordiosa a tope y sigue ofreciendo la posibilidad de la conversión: "Lávense, purifíquense, aparten de mi vista sus malas acciones. Cesen de obrar mal, aprendan a obrar bien; busquen el derecho, enderecen al oprimido; defiendan al huérfano, protejan a la viuda". Dios propone le camino correcto, el que debe ser transitado, el que debe ser elegido por una libertad realmente motivada por el amor...
Esa decisión libre de transitar sólidamente el camino del amor, del bien, del relacionamiento, traerá consecuencias. Quienes lo vean como una "traición" a la emancipación deseada, a la autonomía liberándose del "yugo" de Dios, buscarán que se desista en ese intento. Habrá conflictos con el mundo que desea seguir de espaldas a Dios. Por eso, la decisión libre de amar implicará la disposición de defender esa decisión, ante quien sea. Lo vaticina Jesús: "No he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa". La unión con Dios en el amor decidida libremente estará por encima incluso de la unión familiar, cuando ésta quiera atentar contra la decisión del amor. No está nadie por encima de Dios y de su plan de plenitud para el hombre. La compensación de vivir familiarmente no es mayor que la de vivir en relación íntima y amorosa con Dios. Si es necesario echar a un lado todo lo que se oponga, sea lo que sea y sea quien sea, hay que dejarlo, pues la plenitud está sólo en Dios... Si en esa lucha es necesario perder hasta la vida con tal de tener a Dios, no hay que dudarlo: "El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará..." Es que una vida sin Dios, para el que en su libertad ha elegido seriamente el amor, no tiene ningún sentido. Es preferible perder la vida que a Dios. Es la vida del amor hermoso, el que llena plenamente, el que da la total felicidad, el que compensa absolutamente todas las necesidades del hombre y el que apunta a la vivencia eterna en las entrañas amorosas del Dios del amor, infinitamente misericordioso y al lado del cual se desea vivir por toda la eternidad por encima de todo...
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