Existe una bella oración que dice: "Señor. que no necesitemos milagros para creer, pero que tengamos tanta fe, que merezcamos que nos los hagas". Es una fe firme, sólida, que se basa no en la evidencia -como debe ser-, sino en la confianza ciega en lo que el Señor hace, dice y pide. Los milagros son acciones maravillosas de Dios, en los cuales Él demuestra su infinito poder y su infinita libertad. Pero son hechos en el ámbito de esa libertad infinita de Dios. Él mismo discierne cuando son necesarios y cuando no. Él demuestra su poder maravilloso cuando sabe que definitivamente no hay otra salida. Los hechos portentosos no son más que una demostración extraordinaria del amor que Dios tiene a los hombres. Son ellos los beneficiarios principales de cada una de esas obras extraordinarias que salen de las manos de Dios.
Estas obras maravillosas de Dios se iniciaron con la misma creación del universo. La existencia de todo lo que hay no es otra cosa sino un gran milagro. Dios ha hecho que todas las cosas vengan a la existencia de la nada, cuando en realidad, siguiendo su naturaleza suficiente y no necesitada de nada, quiso salir de sí en un gesto inusitado de amor. El que eternamente se había bastado a sí mismo, el que existía desde siempre, permitió que su amor no sólo fuera corriente divina, íntima, enteramente satisfactoria para sí, sino que se hiciera don para otros seres distintos de Él. Es el milagro del amor que explota, que se dona, que se convierte en amor creador y sustentador. Ya no es el amor íntimo el único que satisface a Dios, sino que por elección libre y personal, Dios hace que el amor a las criaturas llegue a ser para Él también motivación principal. El que no necesitaba amar más nada, pues estaba satisfecho amándose a sí mismo en movimiento natural de su divinidad que no necesitaba de más, eligió amar a lo que estaba fuera de sí mismo... Al ser un gesto de amor, de libertad, de poder infinito, se convierte así en un milagro. Convencerse de esto, para nosotros, criaturas que existen por esa "salida" de Dios de sí mismo, es convencerse de que existimos por un milagro de Dios. Es la acción extraordinaria que Dios ha elegido realizar sin ser necesario para Él, pero sí absolutamente necesario para nosotros, pues de lo contrario, no existiríamos de ninguna manera. He ahí el milagro que necesitamos para convencernos de la existencia del Ser superior, del poder de Dios, de su providencia infinita y, sobretodo, de su amor por nosotros. Es, podríamos decir, el milagro "natural" de Dios. Él sólo debe permitir que ese amor creador y todopoderoso se manifieste. Pero para nosotros sí que es extraordinario, pues es lo que nos hace existir y mantenernos en la vida como Dios mismo quiere y posibilita...
No contento con eso, el amor de Dios se sigue manifestando en maravillas cotidianas que no por ser "normales" dejan de ser milagrosas. El orden continuo de lo natural, las leyes que vemos que se cumplen sin cambios, las conductas inmutables que percibimos en la naturaleza, lo que sucede fuera de nosotros y sobre lo cual no tenemos control, sigue sucediendo invariablemente, sin que nosotros siquiera podamos oponernos a que así sea. Es el continuo orden establecido por Dios y que posibilita y facilita nuestra vida. Son los portentos cotidianos que a veces no percibimos en su justa dimensión. A fuerza de habernos acostumbrados a ellos, dejamos de asombrarnos. Que una sola cosa de esas cambie representaría para nosotros una debacle. Si el sol dejara de brillar todos los días, la vida desaparecería. Si las plantas dejaran de producir oxígeno, nuestra muerte sería segura... Tantos fenómenos naturales siguen siendo milagros del amor. Y debemos percibirlos como tales, para poder responder a Dios con cada vez más amor...
Y Dios va aún más allá. Al pecado del hombre responde con más amor. A la destrucción que ha procurado el hombre para sí mismo y para todo lo creado, Dios responde con más portentos. Podría dejar a un lado aquello que no es necesario para Él y hacerlo simplemente desaparecer, pues ha representado sólo problemas y conflictos. Pero no. No quiere actuar en contra de su naturaleza amorosa, sino que una y otra vez da nuevas oportunidades. A la destrucción de la primera creación, responde maravillosamente con la Nueva Creación lograda por el Verbo hecho hombre. Supera infinitamente lo que ha hecho en su primer movimiento de amor, con el segundo movimiento realizado por el Hijo. La nueva creación es confesión de amor del corazón enamorado de Dios hacia el hombre.
Por eso Dios se duele de que el hombre no sucumba definitivamente convencido de su amor y termine de creer vencido en sus brazos. La dureza del corazón del hombre le hará más daño que todo lo malo que pueda hacer. Dejar al amor de Dios a un lado le crea el vacío mayor que pueda vivir. No existe más absurdo para el hombre que la no aceptación de lo que es tan evidente. El milagro cotidiano del amor debe ser aceptado para llegar a la plenitud a la que está llamado todo hombre. En este transitar Dios verá si es necesario sustentar su pedagogía de amor en los milagros. Sólo Él sabe si lo será. Pero para nosotros debería bastar saber del amor infinito que nos tiene, convencernos de que quiere nuestro bien como lo ha demostrado desde el primer momento de nuestra existencia, percibir que no quiere nuestra muerte o nuestra desaparición sino que nos tiende la mano repetidamente, cuantas veces sean necesarias., De lo contrario, ya no estuviéramos aquí... Esa es nuestra salvación: "Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza. Les digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy. Les digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti". Escuchar la Palabra de Dios, que nos invita a creer por encima de todo, por los milagros que hace el amor, y por los que seguirá haciendo para atraernos...
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