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viernes, 16 de octubre de 2020

Dios nos crea, nos sostiene y nos da en herencia su propia vida eterna

 Catholic.net -

Por Dios obtenemos todos los beneficios. La dadivosidad del Señor es infinita y no habrá jamás nada que nos negará, por cuanto su compromiso con nosotros desde que nos llamó a la existencia fue procurar a cada uno todo lo que necesitáramos para la vida. De alguna manera podríamos entender que es una obligación asumida gratamente por Él. Estrictamente hablando, nada de lo que existe fuera de Dios tiene un argumento de necesidad. El único necesario es Él mismo, por lo que la existencia de todo se explica únicamente en su voluntad infinitamente libre y poderosa. El universo entero ha venido a la existencia en el uso de esa libertad absoluta que Él posee y que es la única explicación razonable que puede tener. Existe en Dios la autosuficiencia total. Nada de lo que existe necesitaba existir en esa eternidad esencial que Él vive, por cuanto Él se autosustenta, vive en la plena satisfacción personal, se ama a sí mismo de manera plena y absoluta, y convive de modo incondicional en sí mismo. Debemos asumir entonces que, si nada de lo que existe es en absoluto necesario, ni siquiera nosotros mismos, los hombres, somos necesarios en la existencia. Comprender esto es fundamental para poder entender a Dios y para poder entendernos a nosotros mismos. Asumir esto podría llegar a hacernos sentir frustrados por cuanto podríamos concluir que hay una inconsistencia que no termina de dejarnos satisfechos pues no seríamos tan importantes como nos asumimos nosotros mismos. Ese sentido de frustración nos llenaría de desilusión pues deshace la mentalidad de ser muy importantes, los que estamos en el centro de todo lo que existe, de que todo ello es para nuestra vida y que estando en el centro de todo podemos aprovecharlo para usarlo a nuestro antojo para nuestro beneficio. Se inscribe todo en un cierto sentido de vanidad y de soberbia en el que toda esa existencia gira alrededor de nosotros y nada tiene sentido si no está hecho en función del mismo hombre. En cierto modo, no hay una falta de razón en estas consideraciones. Solo que debe darse un paso previo a ellas, que es el de reconocer que nuestra existencia no nos la hemos dado nosotros mismos, sino que ha sido motivada única y exclusivamente por una razón de amor que ha hecho que Dios salga de sí mismo y se embarque en una aventura que es también absolutamente novedosa para Él y que lo "obliga" a asumirla como su responsabilidad amorosa. En ese sentido, Dios, eterno e infinito, lo es también en la asunción de su responsabilidad. Habernos hecho existir lo ha comprometido a Él a mantenernos en la existencia y procurar para todos nosotros los bienes que necesitamos.

Cuando Dios nos ha llamado a la existencia ha hecho su movimiento de amor crucial hacia fuera. Si nada de lo que existe es necesario, tampoco los hombres lo somos. Pero su amor lo quiso asumir como necesario. Desde que existimos, ya en su mentalidad no puede desentenderse de nosotros, por lo cual ha quedado comprometido y, habiéndolo hecho todo en función de nosotros, pues nos puso en el centro del universo y lo dejó todo en nuestras manos, continuamente lo hará todo para favorecernos y lo establecerá todo para nuestro beneficio. El amor es lo que lo mueve a ello, por cuanto es al hombre el único de todos los seres de la creación a los que Él ama por sí mismo. Por ello, en el extremo de ese amor total, llegará incluso a la reparación del daño con el que el mismo hombre se va a perjudicar, alejándose del amor del Creador, exacerbando su soberbia a extremos inusitados. Esa donación de los beneficios de Dios a los hombres no se refiere solo a los materiales, que son los que requiere el hombre para su subsistencia física, sino que van a apuntar también a lo que se refiere a los que puede obtener para su existencia superior, referida más estrictamente a su identificación con la naturaleza espiritual propia del mismo Dios que lo ha elevado a su misma condición eterna. Dios provee en su amor a todo lo que el hombre necesita materialmente, pero va más allá, pues su criatura predilecta está llamada a algo más que a la simple existencia material y Él la llama a una existencia superior, que es la más similar a su propia existencia eterna, en la vida que nunca se acaba. El amor lo sigue impulsando a ello: "En Cristo hemos heredado también los hijos de Israel, los que ya estábamos destinados por decisión del que lo hace todo según su voluntad, para que seamos alabanza de su gloria quienes antes esperábamos en el  Mesías. En Él también ustedes, después de haber escuchado la palabra de la verdad —el evangelio de su salvación—, creyendo en Él han sido marcados con el sello del Espíritu Santo prometido. Él es la prenda de nuestra herencia, mientras llega la redención del pueblo de su propiedad, para alabanza de su gloria". El compromiso de Dios con el hombre, habiéndolo hecho existir por su voluntad amorosa, sin concurso de la voluntad humana para ello, es asumido con la mayor responsabilidad ya no solo para procurar su beneficio material en las cosas que se acaban, sino en la apertura a las puertas de la eternidad, que es sola prerrogativa divina.

Dios, por supuesto, es responsable. Y no iba a dejar su propia obra en la indigencia, como si todo solo dependiera de lo que él hiciera. Es cierto que Dios lo ha creado con la impronta grandiosa de su libertad, que es participación de la misma libertad infinita que Él posee naturalmente, y que lo ha enriquecido con las capacidades que ningún otro ser de la creación posee, como son la inteligencia y la voluntad por las cuales se asemeja definitivamente a su Creador. Pero al ser Padre amoroso y responsable no solo lo ha enriquecido con estas características, sino que se compromete con Él en los grandes momentos en los que deberá manifestar su capacidad de libertad y de crecimiento humanos que lo hacen ya no solo criatura, sino hijo amado de Dios: "¿No se venden cinco pájaros por dos céntimos? Pues ni de uno solo de ellos se olvida Dios. Más aún, hasta los cabellos de la cabeza de ustedes están contados. No tengan miedo: ustedes valen más que muchos pájaros". La vida de los hombres, regalada por el amor divino, tendrá sus momentos de dificultades, en los cuales los mismos hombres deberán manifestar su confianza en quien lo ha creado y en quien lo sostiene en la misma existencia. Si hay extrema confianza en su amor creador y sustentador, debe haberlo también en ese amor que se pone a favor de su criatura, en medio de los embates y de las dificultades, ante quien quiera hacer daño o perjudicar a quien es de Dios. Ser de Dios no es solo hacerse consciente del origen de la existencia, sino que va más allá, a la razón de la confianza en su amor y en la convicción de que jamás nos dejará solos y saldrá siempre a nuestro favor en medio de cualquier refriega: "Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digan en la oscuridad será oído a plena luz, y lo que digan al oído en las recámaras se pregonará desde la azotea. A ustedes les digo, amigos míos: no tengan miedo a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Les voy a enseñar a quién tienen que temer: teman al que, después de la muerte, tiene poder para arrojar a la 'gehenna'. A ese tienen que temer, se lo digo yo". El Dios que nos ha hecho existir no nos deja desangelados. Nos ha creado por amor, nos sostiene por amor, provee los beneficios para nosotros porque nos ama, y finalmente está con nosotros en cada momento, en nuestra defensa ante el mal y en el regalo maravilloso de la herencia más grande que nos puede corresponder, que es la eternidad feliz en Él, la meta final con las que nos favorecerá y con la que nuestra vida alcanzará la mayor plenitud en su regalo de amor interminable.

lunes, 5 de octubre de 2020

Quien nos hace grandes es Dios, su amor y su providencia

 EVANGELIO DEL DÍA: Mt 7,7-11: Pedid y se os dará, buscad y encontraréis,  llamad y se os abrirá. | Cursillos de Cristiandad - Diócesis de Cartagena -  Murcia

Entre las ideas sólidas de nuestra fe, que son tantas y tan gratificantes, nos encontramos con la del Dios providente. La idea de un Dios que lo dispone todo para el beneficio del hombre, al que ha creado por amor y ha colocado en el centro de todo para que manifieste su primacía en el dominio sobre cada cosa creada, es congruente con esa realidad esencial que lo define y lo lanza a la aventura de hacer existir todo lo que es distinto de Él, que es el amor. Cuando Dios decide que existan realidades distintas a Él, en un movimiento inusual de su amor que se mantenía solo en el intercambio íntimo y suficiente dentro de sí mismo, dando un paso infinitamente distinto pues representaba su atrevimiento a hacer venir a la existencia todo lo que no era Él, llegando incluso a su decisión de poner en el medio de todo a aquella criatura que no solo iba a existir por un gesto inusitado de amor sino que lo iba a elevar por encima de todo lo demás, haciéndolo "a su imagen y semejanza", es decir, llegando al atrevimiento de colocar en él algunas prerrogativas que eran exclusivamente suyas, con lo cual confesaba una preferencia inexistente en referencia a las otras criaturas, asume también la responsabilidad de mantener bajo su cobijo a ese ser que, aun teniendo las cualidades que pertenecían en el origen exclusivamente a Él, seguía siendo criatura y por lo tanto no podía quedar a su absoluto arbitrio personal, pues había cosas de las cuales no podría disponer por sí mismo ni tampoco se las podría procurar por muchas capacidades que llegara a tener. Por eso, en la realidad que define a Dios esencialmente hay que afirmar que ese Dios Creador, todopoderoso, omnisciente y amoroso, es y deberá seguir siendo siempre, providente. No es posible para el hombre, por muy poderoso que pretenda llegar a ser, disponer de todo lo creado de manera que lo tenga siempre a la mano para poder disponer de ello libremente, sin contar con el concurso de Aquel que es la causa de todo. El hombre no tiene el dominio sobre la naturaleza como para poder trastocar su itinerario natural. Por muy poderoso que pretenda ser no puede cambiar el ciclo del sol y de la luna, no puede producir el cambio de las estaciones, no puede hacer existir vida en sí mismo, no puede crear nuevos seres que le produzcan alimentación o recreo solaz. Su capacidad, con ser inmensa, tiene el límite de su imposibilidad de creación y de sostenimiento que solo posee el Creador y Sustentador de todo. Por ello, debe realizar un ejercicio absolutamente necesario en su propio espíritu, que es el de la aceptación humilde de la superioridad divina, de modo que ello lo lleve a una experiencia vital sosegada, en total armonía, y en la vivencia gratificante del amor y de la conciencia de estar en las manos de Aquel que jamás dejará de amarlo y de hacerlo todo para que viva feliz.

La experiencia de la providencia divina, lejos de ser algo que lo reduzca en sus posibilidades o que lo haga sentir menos, es lo que lo coloca en el lugar privilegiado que tiene en el universo, pues el hombre que lo vive sosegadamente llega a ser capaz de reconocer que Dios mismo de ese modo le confiesa su amor, le asegura que siempre estará en ese primer lugar, y le confirma que jamás echará en falta lo que necesite para subsistir. La grandeza del hombre no se encuentra en la afirmación pretendida de ser todopoderoso, pues jamas lo será, sino en el ser el preferido y amado de Dios por encima de todo, lo que le da su plena dignidad y la altura que jamás podrá tener por sí mismo. El hombre es grande no por lo que se dé a sí mismo, que es nada, sino por todo lo que le ha dado Dios, que es todo. Incluso las metas que logre alcanzar por sí mismo serán producto de las capacidades que Dios ha colocado en él como dones de su amor. Dios lo ha hecho capaz y quiere que así siga siendo. Para ello le regaló su inteligencia y su voluntad. Pero también lo quiere humilde, reconociendo que todo le viene de Él. Es allí donde radica la grandeza humana. No en la desconexión del Dios, razón y sustentador de su existencia, sino en la unión esencial con Él y en el reconocimiento de que sin Él no es nada. En ese reconocimiento radica la felicidad humana, la reconciliación consigo mismo, evitando la pretensión de excluir a Dios en algún momento: "No sea que, cuando comas hasta saciarte, cuando edifiques casas hermosas y las habites, cuando críen tus reses y ovejas, aumenten tu plata y tu oro, y abundes en todo, se engría tu corazón y olvides al Señor, tu Dios ... No pienses: 'Por mi fuerza y el poder de mi brazo me he creado estas riquezas'. Acuérdate del Señor, tu Dios: que es Él quien te da la fuerza para adquirir esa riqueza, a fin de mantener la alianza que juró a tus padres, como lo hace hoy". Llegar a ese punto, excluyendo a Dios, no solo no le sirve de nada al hombre para asumir su verdadera realidad, sino que lo coloca en una actitud de soberbia que lo deja totalmente desguarnecido, pues lo desconecta de lo que lo hace verdaderamente grande. Un hombre que pretende desconectarse de Dios y busca atribuirse solo a sí mismo los reconocimientos de lo que vaya logrando, lejos de enaltecerse se hace descender a sí mismo al nivel de las demás criaturas que han sido colocadas por Dios para su servicio. Deja de ser el predilecto para ser uno más, perdiendo la prerrogativa de ser privilegiado desde la providencia amorosa que Dios ha establecido para ser suya, no puede ser considerado jamás un logro del cual enorgullecerse.

Esa providencia divina sigue actuando en nuestro mundo siempre, en favor del hombre. El mismo hecho de que Dios sea amor, de que haya creado todo por amor, de que haya colocado en el centro de todo al hombre por amor, es la prenda de seguridad absoluta de que nunca dejará de estar presente ese deseo eterno de favorecer al hombre con todo lo que necesite, empezando por ese amor que jamás dejará de darle y, por supuesto, de todo lo que ello implica de procura de lo que le sirva para su sostenimiento. Ese doble movimiento debe darse siempre. Por un lado, el que está asegurado, que es el que parte desde Dios mismo, que es un compromiso asumido desde que se embarcó en la gesta creadora del mundo y del hombre. Dios nunca dejará de cumplir su parte. Y por el otro, el del hombre que debe deponer actitudes de soberbia y enriquecerse con la humildad que lo colocará en el lugar correcto en su relación con Dios: "Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo. Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación". La tentación de la autosuficiencia se hará siempre presente y querrá imponerse. Ya ha hecho mucho daño al hombre que se ha dejado embaucar por sí mismo y por su soberbia, lo que lo ha llevado a la frustración. Reconocer a Dios como fuente de todo bien es el perfecto enaltecimiento del hombre en sí mismo. Es el primer paso hacia la correcta exaltación personal: "Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de ustedes le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden!" Reconocer a Dios como la fuente de todos los bienes y acudir a Él con esa convicción, asegura la posesión de los bienes. Por el contrario, despreciar esta verdad y quedarse en la autoexaltación y en la pretensión de poderlo todo por sí mismo, cierra las puertas a la providencia divina. El amor nos asegura la presencia de Dios, de su amor y de su providencia en nuestras vidas. Nos asegura nuestra grandeza real. No hacerlo, nos deja en la debacle personal y no nos permite la obtención de todos los beneficios con los que nos quisiera favorecer nuestro Dios de amor.

sábado, 8 de agosto de 2020

Pidamos confiando en que ya se nos ha concedido, y se nos concederá

Si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza nada sería ...

La confianza en el amor y el poder de Dios, manifestado en Jesús a los hombres, es una realidad tremendamente necesaria en la vida de los cristianos. Para poder abandonarnos totalmente en sus brazos y avanzar confiadamente en nuestra vida de fe, necesitamos de esta convicción, de lo contrario, nunca terminaremos de abandonarnos realmente en Él, y siempre estaremos caminando en las tinieblas de la duda. Cuando guardamos algún prejuicio sobre Dios y estamos preguntándonos continuamente si será cierto todo lo que promete a sus seguidores, es más duro el caminar y evidentemente se le hace más cuesta arriba al mismo Dios dar las demostraciones ideales de su amor y de su poder, de sus favores para los hombres. Las formas más expeditas en las que Jesús lo evidencia son las que vienen precedidas por las demostraciones indudables de la confianza en Él. Así lo vemos dejando salir su fuerza sanadora cuando aquella mujer que sufría ya por tanto tiempo de flujos de sangre se acerca para tocarlo, segura de que ese gesto sería suficiente para alcanzar su curación. También cuando la cananea implora por la salud de su hijita y entiende que ella es uno de los perritos que come de las migajas que caen de la mesa de los amos, pero que sabe que esas migajas vienen del mismo Dios y por eso es capaz de curar porque es poderoso. O cuando el centurión demuestra confianza plena en ese poder de Jesús y por eso le dice que no es necesario ni siquiera que se acerque a su casa para sanar a su criado, sino que solo debe ordenarlo con su voz para darle la salud. Igualmente cuando aquel enfermo de lepra se pone delante de Él y deja a su arbitrio la voluntad sanadora, revelando con ello que sabe muy bien que tiene el poder de hacerlo y basta solo que sea su voluntad. Todos esos personajes fueron beneficiados por el amor y el poder de Cristo pues demostraron antes plena confianza en que podía hacerlo. Jesús mismo reconoció que lograban el favor por la inmensa fe que demostraban tener: "¡Qué grande es tu fe! Que se cumpla como has pedido". Incluso el mismo Jesús demostró su satisfacción y su sorpresa ante tales demostraciones de fe: "Les aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe". Las puertas para que la obra de Jesús tuviera entrada eran las puertas de la fe en Él que abrían los beneficiados. En cierto modo, la debilidad en el reconocimiento de la única grandeza de Jesús fue lo que los hizo poderosos. Es lo que afirma San Pablo: "Cuando soy débil, soy fuerte", es decir, cuando se reconoce que el único poder es el de Jesús, por lo tanto no el propio, es cuando ese poder divino puede hacerse presente. La Virgen María lo puso en práctica de la manera más clara cuando intercedió por los jóvenes esposos en Caná: "Hagan lo que Él les diga". El poder lo tiene Él, y Ella estaba plenamente segura que teniendo fe y confianza en su amor y su poder, no quedarían defraudados.

Por eso, en la pedagogía que esgrime Jesús con sus apóstoles, esta afirmación de la necesidad de la confianza en Él y en su poder y su amor en favor de los hombres, debía resultar en una convicción profunda que se debía alcanzar en lo más íntimo del corazón y en lo más claro de los pensamientos. De lo contrario, su propia actuación se haría más difícil. Podemos intuir la urgencia con la que Jesús trata el tema cuando de alguna manera manifiesta su inconformidad con las actitudes que demuestran sus seguidores: "Se le acercó un hombre, que se puso de rodillas y le dijo: 'Señor, ten compasión de mi hijo. Le dan ataques terribles. Unas veces se cae en la lumbre y otras muchas, en el agua. Se lo traje a tus discípulos, pero no han podido curarlo'. Entonces Jesús exclamó: '¿Hasta cuándo estaré con esta gente incrédula y perversa? ¿Hasta cuándo tendré que aguantarla? Tráiganme aquí al muchacho'". Mientras los hombres no crean firmemente en su poder, no alcanzarán las maravillas que pueden lograr al abandonarse en Él. Todo favor proviene de Él, pero es necesario creer firmemente y confiar radicalmente en que ese poder se hace presente cuando se le invoque. Se necesita dejar de confiar en sí mismo, confesarse totalmente débiles y afirmarse en la convicción de que el único poder posible para actuar en favor de la humanidad es el de Dios. El hombre debe poner solo su disponibilidad en dejarse conducir por el amor y el poder divinos que quiere siempre el bien de sus criaturas. "Después, al quedarse solos con Jesús, los discípulos le preguntaron: '¿Por qué nosotros no pudimos echar fuera a ese demonio?' Les respondió Jesús: 'Porque les falta fe. Pues yo les aseguro que si ustedes tuvieran fe al menos del tamaño de una semilla de mostaza, podrían decirle a ese monte: ‘Trasládate de aquí para allá’, y el monte se trasladaría. Entonces nada sería imposible para ustedes'". Mientras no tengamos esta confianza en Dios, que se traduce en la confesión de la propia imposibilidad por la debilidad que poseemos naturalmente y en el reconocimiento de que la única fuerza posible es la de Jesús, no se podrán producir las maravillas que Dios está dispuesto a realizar en medio de nosotros. Solo quienes se han atrevido a confiar radicalmente en Jesús, en su amor y su poder, han alcanzado este grado de acción de Dios en sus vidas. Así tenemos que la providencia actúa maravillosamente en la vida de un San Pedro que hace caminar a un paralítico solo por la fuerza del nombre de Jesús, a un San Vicente Ferrer que suspende en el aire a un obrero que iba cayendo hacia la muerte para solicitar permiso de un superior para impedir esa muerte, a un San Juan Bosco que se abandona en la providencia para poder tener el dinero para el pago del alquiler de una casa para los jóvenes. Y no solo realizando estas cosas maravillosas e increíbles, sino también las cotidianas que suceden a diario a personas que con confianza filial han abandonado sus vidas en las manos de Jesús.

Esa insistencia de Jesús se da, sobretodo, porque en algo que nos favorece radicalmente parece mentira que seamos tan reticentes. Es la fuerza de Dios que se pone a nuestro favor e increíblemente no terminamos de creerlo. Nos dejamos dominar por la incredulidad y no terminamos de ceder a la fuerza de Dios. En cierto modo es la soberbia de creer que solo cuando tenemos el dominio total de la situación podrán darse bien las cosas para nosotros. Podríamos decir que en este caso concreto en el que Jesús solicita de nosotros nuestro total abandono, nos está pidiendo que demos el salto al vacío como el niño que está completamente abandonado en los brazos de su padre y confía plenamente en que jamás lo dejará caer. Es adquirir de tal modo una confianza plena en Jesús que ningún obstáculo, ni siquiera los puestos por nosotros mismos, puedan impedir su acción. Debe darse, de este modo, la confianza de quien espera de Dios siempre las actuaciones a su favor, y que "reclama" su acción cuando percibe que se tarda: "¿Por qué miras en silencio a los traidores y callas cuando el malvado devora al justo?" Quien "se atreve" a reclamarle a Dios no está, en este sentido, actuando mal, pues siente que Aquel que le ha prometido su acción a su favor, no está cumpliendo, y por ello pide con insistencia su concurso. Dios promete su acción y queda comprometido con quien confía en Él. Y actuará sin duda en su momento, pues Él no engaña jamás. Por eso, para quien cree en Él "nada sería imposible". Es el mismo Dios el que hipoteca su acción, y por ello nunca dejará de cumplir su promesa, pues Él nunca engaña. Desde el mismo momento en que invita a pedir en su nombre, ya queda comprometido. Más aún, se debe tener tanta confianza en la petición que se haga que al pedirla se debe pensar que ya ha sido concedida: "Les digo que todas las cosas por las que oren y pidan, crean que ya las han recibido, y les serán concedidas". Hay que dar ese pequeño paso, a la vez gigantesco, de tener una confianza sin límites en el cumplimento de las promesas de Dios: "Escribe la visión que te he manifestado, ponla clara en tablillas para que se pueda leer de corrido. Es todavía una visión de algo lejano, pero que viene corriendo y no fallará; si se tarda, espéralo, pues llegará sin falta. El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe”. Dios, al ponerse del lado de los justos y de los que confían radicalmente en Él, nunca dejará de cumplir su palabra. Su momento es el más oportuno. Solo basta que quien confía en su poder, confíe también en que Él actuará y que sabe mejor el momento ideal para actuar. Su amor y su poder siempre están a favor de nosotros. Y nunca dejará de favorecernos. Nosotros, por nuestra parte, debemos enriquecernos de esa fe sin límites en su amor y en su poder, y creer que todo lo que nos promete será una realidad, pues su palabra es palabra de amor.

lunes, 27 de julio de 2020

Lo extraordinario resplandece y puede enceguecer. Lo ordinario nunca enceguece

Catholic.net - Si tuvieras fe como un grano de mostaza

La tentación de la grandilocuencia y de la magnificencia es continua en nosotros. Más aún en nuestros tiempos en los que lo grandioso nos atrapa y nos conquista. La superexaltación de los sentidos se ha hecho necesaria para llamar la atención, al punto de que lo sencillo, lo simple, se nos ha hecho poco atractivo por rutinario. La pacificación del espíritu por la contemplación de la sencillez de lo que sucede a nuestro alrededor no es un producto muy bien cotizado últimamente. Sentarse un rato a disfrutar de la lectura de un buen clásico de literatura es fastidioso y aburrido, escuchar música suave y agradable de un buen compositor o un bolero hermoso no vale la pena, acercarse a la TV para volver a ver una buena película que sea un clásico que no pasaría nunca de moda es absurdo. Si esto es así con las artes, lo es mucho más con la espiritualidad. Leer un rato la Biblia, sentarse a hacer oración callada y silenciosa, hacer una buena meditación, encerrarse en sí en compañía con Dios para hacer un buen examen de conciencia, dedicar unos minutos a unirse a la Virgen María para rezar el Rosario, son cosas que nos parecen absurdas y pasadas de moda. En todo afirmamos que los tiempos son nuevos y por ello todo eso ha sido superado. Lo que produce sosiego ya no se lleva. Se lleva lo escandaloso. Lo atractivo es lo fantástico, lo estrambótico. Las publicaciones deben ser atrevidas, retadoras. Incluso para la infancia ya no son atractivos los personajes antiguos como Mickey Mouse, el Pato Donald, Bugs Bunny. Ahora deben ser héroes maravillosos, que enfrentan males extraordinarios con lances impresionantes, magnificados con efectos especiales que exacerban a cualquiera. La moda lucha por ser cada vez más ridícula, dando la impresión que más éxito tiene quien ridiculiza más a quien se atreve a usarla. Los zapatos de moda son los más feos, la ropa de moda es la que más apariencia de trapo desgarbado tiene, los peinados de moda son los que nos dejan más despeinados. La música, lejos de ser más bonita por llenar de sosiego, es la que más ruido hace, la que más se mete en el cerebro por el continuo golpetear de instrumentos, las letras más atractivas son las más horribles que nos podemos imaginar, contrastando con un tiempo en el que se pide más el respeto a la dignidad del hombre y a sus derechos, por cuanto en esas letras se promueve solo el irrespeto de la persona en cualquiera de sus condiciones. Y esto ha contaminado también a la espiritualidad. Nos atrae solo lo maravilloso. Nos mantenemos unidos a Dios en la medida que se presente portentosamente. Esclavos de lo extraordinario, estamos pendientes de las imágenes que echan aceite, o que desprenden escarcha, o que lloran. En la liturgia estamos atrapados cuando se inventan cosas espectaculares o cuando los sermones son políticamente incorrectos o cuando la música hace que en vez de un encuentro con Dios se propicie más bien un concierto de un coro majestuoso... Las cosas sencillas ya no están de moda...

Pero Jesús sale a nuestro encuentro y nos sigue insistiendo en la necesidad de dar lugar siempre a la sencillez, que es lugar de encuentro natural con Dios. Es cierto que en su momento Dios recurrió a lo extraordinario, pues lo consideró necesario. En tiempos en lo que se hacía imprescindible clarificar quién era Él, a quiénes había elegido, del lado de quién estaba, era necesario que las acciones maravillosas acompañaran su palabra. Su presencia en medio del pueblo la confirmaba por las acciones a su favor. Por eso hizo que Israel fuera testigo de su poder al liberarlos portentosamente de la esclavitud bajo el poder del Faraón egipcio, llegando incluso a hacer morir a su ejército bajo las aguas. Por eso lo acompañó fielmente en el desierto, calmando su hambre con el maná que hacía caer del cielo y con la carne de las aves, y su sed con la fuente de agua que hizo surgir de la roca seca. Por eso hizo huir a los pobladores de la tierra prometida para que Israel pasara a tomar posesión de ella. En esos tiempos esas acciones fueron necesarias para demostrar quién era Él. Pero luego, al haber hecho la más grande demostración de amor y de poder cuando hizo contemplar a la humanidad su presencia en Jesús de Nazaret, quien dirigió la palabra en su nombre y realizó la obra de Redención que le había encomendado, mediante su entrega y su muerte en cruz, refrendándola con el portento de su resurrección, llegaba el tiempo del sosiego y de la calma, del disfrute de la vida nueva que Él nos regalaba con esos gestos de amor y de poder. Lo maravilloso no había terminado. Está en sus posibilidades seguir haciéndolo, pues es Dios y nada sigue siendo imposible para Él. Pero eso maravilloso hoy se reviste de serenidad. Lo maravilloso hay que saber descubrirlo en la cotidiano, en lo simple, en la humildad de la vida ordinaria. "'El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros del cielo a anidar en sus ramas'. Les dijo otra parábola: 'El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta'". El reino de los cielos está representado en lo más sencillo que nos podemos imaginar. Jesús, atendiendo a ese espíritu que añora lo extraordinario, nos hubiera podido decir: "El reino de los cielos está en los rayos y centellas que caen sobra la tierra dando un atisbo del poder inmenso que posee Dios... El reino de los cielos está en los prodigios que se dan en las imágenes que echan aceite y escarcha y que lloran... El reino de los cielos está solo cuando los enfermos se sanan milagrosamente, o cuando se resuelven los problemas económicos de la familia de manera extraordinaria, o cuando aparece inesperadamente la comida sobre la mesa..." Todas esas cosas, sí, son signos de la acción de Dios. No se pone en duda. Pero Jesús insiste en no colocar las expectativas espirituales solo en eso. Él prefiere la sencillez. El prefiere que lo encontremos en la serenidad.

Cuando lo hacemos así, estamos dando paso a evitar la frustración de nuestra fe cuando hay ausencia de portentos. Dios no está solo para hacer lo extraordinario. La misma palabra lo define perfectamente: Es lo extraordinario. Lo ordinario es lo cotidiano, lo que vivimos en nuestro día a día. Y es allí donde debemos tener agudizado el sentido espiritual, para no dejar nunca de vivir la alegría de la presencia de Él en nuestras vidas, siendo capaces de descubrirlo segundo a segundo actuando en nuestro favor. Su providencia amorosa se ocupa continuamente de nosotros y eso tenemos que saber valorarlo. Es en lo sencillo que lo vivimos, no solo para recibir sus favores, sino para ser nosotros también portadores de sus favores para nuestros hermanos. No debemos pensar que debemos hacer siempre cosas extraordinarias para convencer a los hermanos de que Dios los ama. Como decía Santa Teresa de Calcuta: "No se trata de hacer cosas extraordinarias, sino de poner en todo lo ordinario lo extraordinario del amor". No echar en saco roto el saludo matinal a los vecinos, la sonrisa resplandeciente que rompe los muros más duros, la ayuda a cargar las bolsas de la compra, el abrir la puerta a quien se acerca, el ceder el puesto a la persona mayor o a la mujer más aún si está embarazada, el dar los buenos días al llegar a un sitio, el agradecer oportunamente el favor que se nos hace, el cumplir perfectamente la tarea que se nos encomienda, el tender la mano a quien vemos en problema, el ofrecer nuestro hombro para que se desahogue quien está sufriendo, el ayudar a cruzar la calle a quien vemos que tiene problemas para hacerlo... No hay que ser un superhéroe para hacer estas cosas. Simplemente hay que aprender del mismo Dios que sigue actuando en las cosas sencillas. Así mismo debemos hacerlo presente nosotros en nuestro día a día. Eso es lo que Dios quiere ordinariamente de nosotros. Ojalá nunca se sienta frustrado porque nosotros no lo hayamos entendido: "Del mismo modo que se ajusta el cinturón a la cintura del hombre, así hice yo que se ajustaran a mí la casa de Judá y la casa de Israel —oráculo del Señor— para que fueran mi pueblo, mi fama, mi alabanza y mi honor. Pero no me escucharon". Quiere que vivamos la sencillez del grano de mostaza que es la semilla más pequeña, y la de la levadura en las tres medidas de harina para fermentarla. Esa simpleza logrará lo máximo. La semilla se convertirá en árbol que alberga a las aves del cielo y la harina se convertirá en la hogaza de pan que alimentará a unos cuantos. Hagamos que la obra de Dios en la sencillez se convierta en la demostración más grande de su amor y de su poder, que no necesita de la magnificencia para ser real y convincente. Que lo sencillo de Dios sea lo que más nos convenza para acercarnos a Él y vivir su amor con la máxima intensidad.

jueves, 5 de marzo de 2020

Me creaste y te comprometiste a poner todo lo que necesito en mis manos

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Una de las formas principales de oración de los cristianos es la de la petición. Podemos dirigirnos a Dios para alabarlo reconociendo su gloria, para glorificarlo, para reafirmar nuestro reconocimiento de su absoluta trascendencia. También podemos hacerlo agradeciendo su providencia amorosa por la cual procura para nosotros todos los bienes y nos da todos los beneficios que podemos disfrutar de la creación que Él ha puesto en nuestras manos. Igualmente nuestra oración puede estar motivada por la absoluta humildad de reconocernos necesitados del perdón amoroso y misericordioso de Dios, fuente de toda piedad, y el único que puede realmente perdonar nuestras faltas. Alabar, agradecer y pedir perdón son las formas mejores por las cuales podemos dirigirnos a Dios. Si pudiéramos hablar de grados de perfección, en el orden en que están nombradas son más perfectas. Todas son buenas, pues todas nos ponen en contacto con Dios, y nos aseguran que al ponernos en contacto con Él lo estamos haciendo presente en nuestra vida cotidiana, y no estamos reduciendo su presencia a algunos momentos "estelares" de ella. El mismo Dios no quiere estar confinado en un rincón de nuestra existencia, del cual lo sacaríamos ocasionalmente para pedirle algo, para solicitar su perdón, para esperar su consuelo... Sería un contacto con Dios reducido casi solo a una relación de conveniencia, que tendríamos únicamente para la obtención de beneficios. No es esa la relación que Él quiere tener con nosotros. Su presencia en nuestras vidas ciertamente es continua. Y la meta a perseguir es que cada uno pueda hacerse consciente de ello.

Esta es la invitación que nos hace Jesús, cuando nos llama a pedir, a buscar, a llamar. Nos asegura que obtendremos respuesta, pues nos encontramos ante un Dios bueno, que no dejará de llenarnos de beneficios: "Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de ustedes le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden! Así, pues, todo lo que deseen que los demás hagan con ustedes, háganlo ustedes con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas". Dios ha creado todo lo que existe para nosotros y lo ha puesto en nuestras manos. Todo lo que necesitamos está en nuestra manos, en la medida en que la accesibilidad a los bienes sea más sencilla. Cuando los beneficios no son ordinarios, es decir, no están a la mano, sino que entran en un ámbito superior, de bendición y de providencia, basta que se lo pidamos al Señor, dador de todos los bienes, y Él en su providencia amorosa, viendo la mejor conveniencia para nosotros, nos lo concederá. Él es ese Padre amoroso que jamás dará una piedra o una serpiente a sus hijos amados. Es el Padre que nos ha creado, haciéndonos surgir de la nada y nos ha colocado en un mundo también creado por Él para nosotros, en el cual encontramos todo lo que nos sirve para subsistir. Si esto se da en el orden material, con mayor razón se da en el orden espiritual, que es en el cual obtendremos siempre las mayores riquezas.

La razón última de la acción de Dios en nuestro favor es el reconocimiento de nuestra indigencia, de nuestra absoluta necesidad de Él en nuestra vida. La oración de petición tiene su fundamento en el reconocimiento de que Dios es la fuente de todo beneficio, de que en ningún otro obtendremos lo que necesitamos para poder subsistir y seguir adelante. A la oración de alabanza, de acción de gracias y de perdón, le sigue en perfección la oración de beneficios. Es la menos perfecta de todas, pero es a la que nos invita Jesús con mayor vehemencia. Sabe que somos necesitados y por ello nos llena de la esperanza de que esa necesidad siempre será cubierta por el Dios de amor y de providencia. Así debemos entenderlo todos: "Yo he escuchado en los libros de mis antepasados, Señor, que tú libras siempre a los que cumplen tu voluntad. Ahora, Señor, Dios mío, ayúdame, que estoy sola y no tengo a nadie fuera de ti. Ahora, ven en mi ayuda, pues estoy huérfana, y pon en mis labios una palabra oportuna delante del león, y hazme grata a sus ojos. Cambia su corazón para que aborrezca al que nos ataca, para su ruina y la de cuantos están de acuerdo con él. Líbranos de la mano de nuestros enemigos, cambia nuestro luto en gozo y nuestros sufrimientos en salvación". Ésta no es una oración que busca beneficios materiales. Aquí se solicita de Dios su compañía para vencer al enemigo. Es una oración que exige de quien la hace la humildad del reconocimiento de que de Dios solo obtendremos los beneficios que necesitamos, y que nunca nos negará esos beneficios que vienen solo de Él. Solo quien es verdaderamente humilde delante de Dios y se acerca a Él en el reconocimiento de que es la fuente de todo beneficio, material o espiritual, abandonando la pretensión de poder lograr individualmente la meta que se quiere alcanzar, obtendrá de Él el pan de su bendición y el pescado de su providencia. Él es el Dios de amor y de providencia, el que nos ha creado y ha puesto en nuestras manos todo lo que necesitamos para subsistir, y quien se ofrece para que tengamos siempre lo que necesitamos, especialmente aquello que no está siempre a la mano, y que surge de su corazón de amor, pues al habernos creado se ha comprometido con nosotros a hacernos llegar todo lo que necesitemos. Por un lado está, entonces, su amor todopoderoso y providente. Y por el otro, estamos nosotros, que debemos considerarnos indigentes y absolutamente necesitados de Él y de su amor.

lunes, 3 de febrero de 2020

Todo lo que Tú permites es siempre bueno para mí

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Nuestra vida está en las manos de Dios. De Él hemos surgido y nunca podremos separarnos de nuestro origen. Ni siquiera el pecado que cometamos nos desconecta de quien es la causa final de nuestra existencia. Por su providencia infinita y amorosa, seguimos recibiendo los dones que hacen posible nuestra vida. Toda la creación se sostiene porque sigue en la mente y en el corazón del Creador. Si así no fuera, todo desaparecería instantáneamente. En el momento en que Dios dejara de pensar en nosotros, se acabaría nuestra existencia. Por eso, todo lo que Dios permite que suceda es bueno para nosotros, sea lo que sea. Misteriosamente, sin que nosotros terminemos de comprenderlo del todo pues podemos verlo todo muy oscuro, lo que Dios permite que suceda, de alguna manera, siempre tendrá consecuencias positivas para nuestras vidas. Podremos disfrutarlas en el momento en que sucedan o muy posteriormente, a lo mejor incluso cuando ya lo hayamos olvidado. Puede darse también que tenga los efectos positivos solo en nuestra eternidad y no sea sino hasta cuando la estemos viviendo cuando entendamos el beneficio que haya representado. Es comprensible, sin duda, que en algún momento lleguemos a rebelarnos ante lo que nos sucede y que hasta nos acerquemos dolidos a nuestro Dios para preguntarle cómo es posible que nos sucedan tales cosas. Sólo una fe sólida y una confianza filial extrema nos podrá convencer de que algo doloroso y triste que nos suceda pueda resultar en algo positivo para nosotros. Cuando llegamos a tener esta convicción, a la que no accedemos sino solo después de un itinerario pedagógico dentro del mismo dolor, podremos concluir como San Pablo: "Todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su designio", por lo cual, desde nuestro corazón convencido de ello, podemos decir con él: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los cielos en Cristo". Tiene sentido, de esta manera, la invitación que nos hace: "Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús".

Esta experiencia la tuvo David cuando enfrentó la rebelión de su propio hijo Absalón, cumpliéndose así lo que el mismo Dios le había vaticinado, que de su propia casa surgiría su ruina. Mientras huía, salía alguien a su encuentro y lo maldecía: "El Señor ha puesto el reino en manos de tu hijo Absalón. Has sido atrapado por tu maldad, pues eres un hombre sanguinario". Los que aún se mantenían fieles querían enfrentarlo: "¿Por qué maldice este perro muerto al rey, mi señor? Deja que vaya y le corte la cabeza". La respuesta de David es admirable, por cuanto en medio de la desgracia que vive, lucha por entender la voluntad de Dios: "¿Qué hay entre ustedes y yo, hijo de Seruyá? Si maldice y si el Señor le ha ordenado maldecir a David, ¿quién le va a preguntar: 'Por qué actúas así'? Luego David se dirigió a Abisay y a todos sus servidores: 'Un hijo mío, salido de mis entrañas, busca mi vida. Cuánto más este benjaminita. Déjenlo que me maldiga, si se lo ha ordenado el Señor. Quizá el Señor vea mi humillación y me pague con bendiciones la maldición de este día'". En medio de toda la tribulación David, hombre de Dios que, habiendo cometido pecados y habiendo sido infiel a Dios había también experimentado su amor y su misericordia, pugnaba en su corazón por descubrir en lo que le pasaba una bendición del Señor, aun cuando ciertamente era terrible lo que le esta sucediendo. Todo significaba la debacle de su persona como rey elegido por Dios y ungido con su poder. Pero él entendía que si lo que le estaba pasando estaba siendo permitido por Dios, en cuyas manos él había colocado su vida, algo positivo tenía que tener y alguna bendición acarrearía para él y para su vida. En medio de ese inmenso dolor y de la experiencia terrible que vivía, su convicción sólida y profunda era la de que, si su vida estaba en manos de Dios, nada de lo que lo que le sucediera podía destruirlo. Sabía que misteriosamente era algo que concurriría para su bien, por lo cual, a pesar de todo lo negativo que pudiera aparecer, debía agradecerlo a Dios.

Es una experiencia en la que todos debemos entrenarnos. Es el abandono total en la voluntad de Dios que actúa directamente en nuestras vidas. No se trata solo de que hagamos la voluntad de Dios, sino de que permitamos a Dios cumplir su voluntad en nosotros, de manera que su actuación la entendamos siempre como una bendición. En cierto modo, se trata de que actuemos como actuó María ante la propuesta del Arcángel Gabriel: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Notemos que la Virgen no dice que intentará actuar según la palabra de Dios, sino que abre su corazón para que sea Dios el que actúe. El "Hágase" de María es el abandono de su voluntad y de todo su ser en la acción de Dios que es quien actuará. Ella tiene la convicción de que si es de Dios, es lo mejor. Es el mismo itinerario que debemos recorrer. No fue el que recorrieron aquellos que presenciaron el milagro de Jesús liberando de la legión de demonios a aquel poseído, haciéndolos entrar en la piara de cerdos que luego se lanzaron al abismo. Lejos de agradecer al Señor y estar felices por el milagro que había hecho en favor de aquel desgraciado, del cual habían sido testigos, "se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se asustaron. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su comarca". La reacción fue pedirle a Jesús que se marchara de allí. No fueron capaces de reconocer la bendición que había recibido ese hombre, sino que se quedaron en la contemplación de lo que habían perdido al perder a sus cerdos. Se quedaron en la desgracia y no miraron más allá. La bendición no importó nada para ellos, sino que pesó lo malo que tuvo que suceder para que su hermano fuera liberado de los demonios. Cuidémonos mucho nosotros de no ser como los paisanos de este endemoniado. Sepamos ver hacia la bendición antes que a la desgracia. Que cada momento de nuestras vidas sea un verdadero entrenamiento para poder descubrir en todo lo que nos sucede una acción de la gracia de Dios, por lo tanto, lo de bueno que podemos descubrir en ella, por lo cual podremos concluir que todo es beneficio para nosotros, que  todo es siempre una bendición que Dios derrama, por la cual debemos dar gracias en toda ocasión, sea la que sea.

martes, 14 de enero de 2020

Tu amor es todopoderoso y está siempre a mi favor

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Una máxima cristiana es la afirmación de que para Dios no hay nada imposible. Esta expresión la usó el Arcángel Gabriel en su visita a María para solicitar su aquiescencia para ser la Madre de Dios, ante su pregunta de cómo se iba a dar tal suceso sin conocer varón: "Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios". Podríamos decir que para muchos hombres y mujeres en la historia ha sido también experiencia personal, pues han tenido la vivencia de hechos maravillosos que, por extraordinarios, dejan la convicción de haber sido intervenciones claras de Dios. Por un lado, existen lo que conocemos comúnmente como "milagros", en los que las leyes naturales y ordinarias quedan como en suspenso, pues no tienen explicación racional, y por el otro, hechos asombrosos que, sin llegar a considerarse milagros, sí entran dentro de la categoría de portentosos por lo extraordinarios, convenientes y oportunos que pueden resultar en una situación de necesidad extrema, y en cuya esperanza de cumplimiento de parte de Dios se ha colocado una expectativa única. Se podría decir que el mismo Jesús ha empeñado su palabra en que estas cosas puedan llegar a suceder cuando afirma rotundamente: "Les aseguro que, si tienen confianza y no dudan del poder de Dios, todo lo que pidan en sus oraciones sucederá. Si le dijeran a esta montaña: 'Quítate de aquí y échate en el mar', así sucedería. Sólo deben creer que ya está hecho lo que han pedido". Así lo ratifica Juan: "Y esta es la confianza que tenemos delante de Él, que si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad, Él nos oye". En todo caso, Santiago nos pone la advertencia: "Piden y no reciben, porque piden mal". Esa confianza en Dios debe estar puesta sobre la base de asumir que Él sabe mejor que nosotros mismos lo que nos conviene y cuál es el momento más oportuno para concedérnoslo. Esto es concorde con lo que sabemos de Dios, en cuanto a su amor todopoderoso que actúa siempre en favor del hombre, su criatura predilecta. De nuevo, brillan como elementos esenciales en esto, la confianza en Dios y en su amor y la humildad necesaria ante Él, al que no podemos exigirle sino solo implorarle para que tenga en cuenta la necesidad en la que nos encontramos.

Un caso claro de esto que llevamos dicho es el de Ana, la mujer de Elcaná, estéril, humillada y burlada, y añorante de darle descendencia a su esposo. Ella pone su confianza radicalmente en el Dios que todo lo puede y con la mayor humildad se coloca ante Él y le plantea su necesidad: "Señor del universo, si miras la aflicción de tu sierva y te acuerdas de mí y no olvidas a tu sierva, y concedes a tu sierva un retoño varón, lo ofreceré al Señor por todos los días de su vida, y la navaja no pasará por su cabeza". Es una mujer necesitada que se pone con total transparencia delante de Dios, confiada y humildemente. Su petición no fue desechada por Dios y le fue concedido lo que pedía: "Elcaná se unió a Ana, su mujer, y el Señor se acordó de ella. Al cabo de los días Ana concibió y dio a luz un hijo, al que puso por nombre Samuel, diciendo: 'Se lo pedí al Señor'". Su abandono en Dios tuvo su recompensa. Se cumplió en ella perfectamente lo que ofreció Jesús con posterioridad: "Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre". Se debe producir en nosotros una convicción profunda de que el amor de Dios todopoderoso jamás dejará de actuar convenientemente en nuestro favor, pues es ese Dios de amor y de misericordia que nos ha creado y se mantiene en su providencia eternamente en favor nuestro. No puede ese Dios de ternura infinita desentenderse de quienes han salido de sus manos.

Es tan radicalmente cierto esto que ni siquiera el demonio, que se ha puesto frontalmente en contra de Dios, lo pone en duda. En el encuentro de Jesús con los presentes en la sinagoga de Cafarnaún, a quienes ya había sorprendido con su enseñanza y su manera de hacerlo, "porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas", se da también un encuentro con el demonio que tenía poseído a un hombre de los presentes, y que lo reconoce inmediatamente: "¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios". Hasta el mismo demonio, evidentemente muy a su pesar, demuestra que sabe bien quién es Jesús, el Dios humanado. Satanás y sus ángeles han surgido también de las manos del Dios todopoderoso, y en el uso de la libertad absoluta con la cual fueron creados se atrevieron a oponerse a su Creador y a proponer una vía de rebeldía y de destrucción del orden creado con la pretensión de hacerse ellos mismos los nuevos dioses. Pero tenían la plena conciencia de que ese Dios estaba muy por encima de todo, en poder y en amor por su creación, principalmente del hombre, la criatura que ocupa su corazón de amor y su providencia infinita. No tiene otra opción sino simplemente que la de probar su derrota una y otra vez, a pesar de sus repetidas andanadas contra Dios y su poder. La voz estruendosamente poderosa de Jesús resuena y lo domina totalmente: "¡Cállate y sal de él! El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él", con lo cual este pobre hombre es liberado de la cadena diabólica que lo esclavizaba. Jesús demuestra que es ese Dios del origen que nunca ha dejado de dejar claro que no hay nada imposible para Él. El poder más grande que se le enfrenta, el del diablo en rebeldía, que en su momento fue el ángel predilecto surgido de su mano creadora, es vencido totalmente. Incluso en aquellos momentos en los que obtiene aparentes victorias, realmente está obteniendo sus mayores derrotas. Es el caso de la muerte en cruz de Cristo, aparente victoria demoníaca, pero que muta en su más estruendosa derrota. En efecto, ante este acto portentoso que acaban de presenciar, en el que Jesús muestra su poder y su autoridad, los presentes no tienen más remedio que reconocer: "¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen". Es el poder de Dios que actuó en ese momento y que sigue presente hoy en el mundo. Es el mismo Dios que no ha cambiado, pues Él es eterno e inmutable. Y es el Dios que nos sigue acompañando. Es el Dios que sigue hoy en el mundo y que sigue y seguirá demostrando eternamente su amor por nosotros. Y es ese Dios todopoderoso, para el cual nada hay imposible, que sigue y seguirá actuando a nuestro favor. Es nuestro Dios de amor. Y su omnipotencia es nuestra, pues Él la coloca siempre providencialmente en nuestras manos porque nos ama con amor eterno e infinito.

jueves, 19 de diciembre de 2019

Actúas con el mismo amor en lo ordinario y en lo extraordinario

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Las acciones de Dios en la historia humana son continuas. Es natural que así sea pues Él es el Creador, la razón última de la existencia de todas las cosas, el sustentador de todo, quien provee de todos los beneficios y de todo lo necesario para la existencia cotidiana del hombre y de todos los seres surgidos de su mano poderosa. Si Dios dejara de tener presente en su mente y en su corazón lo que Él mismo ha creado, todo desaparecería instantáneamente. Todo se mantiene en la existencia porque sigue estando en la mente y en el corazón del Dios creador y sustentador. Así, vemos a Dios como un verdadero obrero, como un artesano. Desde el primer instante en que se inicia la obra creadora, lo vemos planificando, ordenando, proyectando. A todo le va dando un orden único y exclusivo. A todo le va dando un fin y un objetivo concretos bajo los cuales debe desarrollar su existencia. Todo va teniendo su propia hoja de ruta según la cual deben estar imperadas las razones de su existencia y de la que nunca podrá desprenderse, por cuanto significaría el fin de la razón de su existir. Por ejemplo, si el sol dejara de brillar todos los días, si no marcara en su periplo el principio y el fin del día o de las estaciones, si no sirviera junto a la luna para marcar las pautas para las siembras y las cosechas, ya no tendría ninguna razón de ser. Solo esa "programación" natural que Dios ha impreso en la existencia de cada uno de los seres surgidos de su mano, sirve para concluir que Él es el sustento imprescindible y necesario, sin el cual nada tiene razón de existir, y que de no estar siempre presente en Dios, desaparecería inexorablemente. Y en el momento de la creación del hombre, Dios ya no solo es el que da la orden majestuosa de su existencia, sino que llega a hacerse el alfarero que toma en sus manos el barro noble del cual surgirá su criatura predilecta, con lo cual denota la superioridad que alcanza el sentido de la existencia de la raza humana sobre todo lo creado previamente.

Las acciones de Dios, todas ellas, sin dejar ni una sola por fuera, son realizadas para el bienestar del hombre. Sean ellas ordinarias, cotidianas, naturales, respuestas de la providencia divina y de la hoja de ruta natural impresa por Dios en todos los seres de la creación; o sean maravillosas, portentosas, superadoras del orden natural; todas, sin excepción, apuntan al bienestar de la humanidad. Ninguna acción de Dios es neutral. La gracia de Dios actúa en lo cotidiano y en lo maravilloso. Dios actúa en la periodicidad de la sucesión del día y de la noche, en el surgimiento del oxígeno que fabrica generosa la planta para la respiración de todos los seres vivientes, en el transcurrir pacífico o torrentoso de las aguas de los ríos, en la lucha por la vida de todos los animales, en la acción callada y silenciosa de los insectos que posibilitan procesos que resultan tan esenciales para el sostenimiento de nuestra vida que ni siquiera podemos imaginarnos... Sigue actuando en la obra que realiza el obrero que presta su esfuerzo para que aquello que hace tenga una repercusión social inobjetable, cuando trabaja para que llegue la electricidad a nuestros hogares, cuando se esfuerza para que de las tuberías de nuestros hogares surja generosa el agua para nuestro sustento, cuando trabaja en las noches y madrugadas interminables para que tengamos el diario que nos trae las noticias... Todo está sondeado por esa presencia amorosa y providente del Dios que nos ha hecho existir y que se sigue preocupando de nosotros hasta en lo más sencillo y cotidiano. Y cuando es necesario actuar maravillosamente, no duda en hacerlo, como en el caso de Abraham, sostenido en su salida hacia la tierra prometida; en el caso de Noé, salvado con su familia y sus animales de las aguas del diluvio; en el caso de Moisés, apoyado por su poder infinito para la liberación de la esclavitud de Israel en Egipto; en el caso de las acciones portentosas realizadas por los profetas para sustentar con la autoridad divina sus palabras... Y, por supuesto, más portentosamente aún se da su actuación en todo lo que se refiere a la preparación del cumplimiento de la promesa hecha por su amor de rescatar al hombre de la penumbra y de la muerte por el pecado. Son los signos por los cuales nos va haciendo entender y asumir lo que sucederá al fin de los tiempos, con el envío del Redentor. "Miren, la virgen está encinta y dará a luz a un hijo, al que pondrá por nombre Emmanuel, Dios con nosotros". Los embarazos portentosos del Antiguo Testamento y del umbral del Nuevo, son ya prefiguración de la maravilla de la que seremos testigos.

Los anuncios de la generación de Sansón: "Eres estéril y no has engendrado. Pero concebirás y darás a luz un hijo. Ahora guárdate de beber vino o licor, y no comas nada impuro, pues concebirás y darás a luz un hijo. La navaja no pasará por su cabeza, porque el niño será un nazir de Dios desde el seno materno. Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos", y de la de Juan Bautista: "No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, 'para convertir los corazones de los padres hacía los hijos', y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto", son clara señal del involucramiento del Dios salvador en la historia del hombre creado por su amor, que debe ser gloriosa. Si actúa generosamente en lo cotidiano en favor del hombre con su providencia amorosa, lo hace aún más radicalmente en lo que se refiere a su salvación. Si hay que demostrar su poder, lo hará sin dudarlo un solo instante. Lo que quiere Dios es que quede bien claro su amor por su criatura, que lo llevará ya no solo a planificar una vida llena de sus beneficios, sino a emprender el camino portentoso de su rescate con la encarnación de su Hijo, al que nos regala tierna y amorosamente para que recibamos su amor hecho rescate, redención y salvación.