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jueves, 17 de junio de 2021

El tesoro de amor de Dios es eterno y nos abre el cielo

 Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni ladrones - ReL

Una de las realidades que los discípulos de Jesús jamás podremos dejar de lado es la de nuestra condición humana que da marco a todas nuestras actuaciones. Somos seres indigentes, cuya existencia está esencialmente marcada por nuestro origen divino, que se basa en el amor infinito de quien en un momento de su historia eterna, decidió que todo lo que no fuera Él existiera. Sabemos que fue una decisión absolutamente libérrima, en la que Dios "hipotecó" su propia libertad, pues desde ese momento, solo movido por la necesidad de su amor, se lanzó a esa aventura maravillosa de la creación, que lo ató eternamente a su criatura. Dios asumió su compromiso con toda la carga de amor, de paternidad, de providencia. Y nos dejó nuestra naturaleza como marca de origen. Por ello, a su imagen y semejanza, nos llenó de sus propias cualidades: nos dio la libertad, nos dio la inteligencia y la voluntad, nos dio la capacidad de amar, nos regaló a los hermanos para que diéramos muestras de nuestro ser fraternos en la solidaridad. A nada de eso podemos nunca renunciar pues está en nuestra genética original. Y en esa variedad riquísima con la que nos ha creado, debemos saber descubrir que nada de eso puede convertirse en pobreza, pues al haber surgido de la voluntad creadora del Señor, será siempre bueno, pues Dios nunca quiere que exista nada que no se convierta en un tesoro en la vida de los hombres. Es imposible que el Señor que nos ha creado desde su amor y para el amor, permita que no haya una sola realidad que no sea una riqueza. Por ello, nos encontramos en la vida ordinaria con ese abanico de conductas, de conocimientos, de vivencias, que a veces consideramos invasivas a nuestras maneras de ser, pero que con un discernimiento más profundo, podemos llegar a descubrir que, por su presencia, la vida se presenta más bella y más atractiva. La variedad es, sin duda alguna, una manera de enriquecer la vida de todos.

Es tan sorprendente esto, que nos quedamos asombrados ante las reacciones que incluso los seguidores más fieles del Señor pueden tener ante el ministerio que les ha tocado llevar adelante. El apóstol San Pablo nos sale luminoso al encuentro, dirigiéndose a su amada comunidad de los Corintos, ante los cuales se siente tan responsable, tan pastor, tan padre, y en un gesto de confianza extrema con ellos, desnuda completamente su espíritu y da rienda suelta a "chiquilladas" apostólicas. No tiene ningún problema en presentarse como es, pues se considera totalmente libre. Sabe bien que el ocultamiento no es el mejor camino. Habiendo cumplido fielmente con su tarea, anunciando la verdad de Jesús y de su salvación, habiendo conquistado sus corazones para el amor, impulsándolos a la vida fraterna en el Espíritu de Dios, asumió el derecho que tenía para poner sobreaviso acerca de los posibles caminos equivocados que la comunidad pudiera recorrer. Por ello, sin ningún ambage, se trasparenta completamente: "Hermanos: Puesto que muchos se glorían de títulos humanos, también yo voy a gloriarme. A lo que alguien se atreva - lo digo disparatando -, también me atrevo yo. ¿Que son hebreos? También yo; ¿Que son israelitas? También yo. ¿Que son descendientes de Abrahán? También yo. ¿Que son siervos de Cristo? Voy a decir un disparate: mucho más yo. Más en fatigas, más en cárceles, muchísimo más en palizas y, frecuentemente, en peligros de muerte. De los judíos he recibido cinco veces los cuarenta azotes menos uno; tres veces he sido azotado con varas, una vez he sido lapidado, tres veces he naufragado y pasé una noche y un día en alta mar. Cuántos viajes a pie, con peligros de ríos, peligros de bandoleros, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, trabajo y agobio, sin dormir muchas veces, con hambre y sed, a menudo sin comer, con frío y sin ropa. ¿Quién enferma sin que yo enferme?; ¿Quién tropieza sin que yo me encienda? Si hay que gloriarse, me gloriaré de lo que muestra mi debilidad". No es jactancia lo que demuestra. Es la realidad de lo que le ha costado su obra misionera. Más aún, se cuida mucho de darse a sí mismo el mérito, pues reconoce claramente que la gloria es de Dios, que ha sabido sostenerlo en su debilidad. Aun cuando él se ha puesto en la total disponibilidad para el servicio del Evangelio, sabe muy bien que todo lo que ha logrado hubiera sido imposible si no hubiera recibido la gracia, la fuerza, la inspiración del Espíritu que lo había ungido. Esa es la clave de su orgullo: nunca atribuirse la gloria a sí mismo, sino a Dios. Su único mérito estaba en dejarse conducir.

De este modo, se entiende el remate que coloca Jesús a los seguidores. Debemos colocar el corazón en lo que no perece. Equivocamos el camino cuando lo ponemos en lo que pasa, en lo que desaparece. Un auténtico discípulo de Cristo no puede pretender que su existencia sea tan perecedera como todo lo que lo rodea. Estamos llamados a muchísimo más, pues estamos llamados a la eternidad. Nunca nada tiene mayor valor que eso. Nuestra inmanencia no se resuelve en el final de las cosas. Trasciende hacia una eternidad que le da sentido, y que hace elevar nuestra mirada, nuestras añoranzas, nuestros sueños, nuestras metas, sobre lo que sabemos dejará de existir en algún momento. Esto no se debe entender como un desprecio a la realidad en la que estamos asentados, pues al fin y al cabo todo es parte del plan de salvación. Más aun, es desde esa realidad desde la cual vamos a trascender, por lo cual de ninguna manera podemos despreciarla. Solo asumiéndola, es decir poniéndola en lo esencial que le corresponde, podremos dar el salto cualitativo y gigantesco que deberemos dar en el momento en que seamos convocados. Solo asentados firmemente en nuestra realidad actual, pisando firme en ella, podremos ascender. Debemos mirar y pisar firme sobre el horizonte actual, con la añoranza de la eternidad, que es nuestra meta. Es el compromiso del cristiano que nunca debe renunciar a luchar por un mundo mejor, más humano, más fraterno, más justo, más pacífico. Ese será el legado que debe dejar cada uno de nosotros: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'No atesoren para ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesoren tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los roen, ni ladrones que abran boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!" Por ello, entendemos que estamos llamados a cosas mayores. Nada hay más importante que el amor, que nuestra salvación y la salvación de nuestro hermanos. Nuestros tesoros no pueden ser los que se coman la polilla. Deben ser los que prevalecen para la eternidad. En medio de nuestra realidad existencial, a la cual jamás podremos renunciar, pues forma parte de nuestra esencia, debemos siempre apuntar a lo superior, que es a lo que estamos llamados por el amor eterno que Dios nos tiene. A eso nos llama y con esperanza allí llegaremos.

domingo, 26 de julio de 2020

Lo más inteligente es dejarlo todo para ganarlo todo

El Tesoro escondido y la Perla de gran valor - Pasión por la Palabra

En nuestra mentalidad mercantilista, cuando nos referimos a la vida en Dios, a los valores del Reino, a las ganancias que podremos obtener cuando ponemos nuestro aporte, surge siempre la inquietud sobre si valdrá la pena, o el gozo, el poner todo lo que tenemos que poner. Hasta los discípulos de Jesús, aquellos que estaban más cercanos a Él y habían recibido el mensaje, ciertamente aún oscuro, de las compensaciones infinitas que prometía Dios, tuvieron esa inquietud y se la plantearon claramente a Jesús: "Dijo Pedro a Jesús: 'Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?'" La pregunta es absolutamente pertinente por cuanto siempre debe haber algo en contraprestación de lo que se invierte. El sistema de dar para recibir algo a cambio es propio de la transacción humana. Incluso en lo espiritual. En esa mentalidad no queda este intercambio en el vacío. Jesús mismo le responde a los apóstoles: "El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna". Aun cuando hay una promesa de beneficios incluso materiales, el peso no lo coloca Jesús en ello, sino en la riqueza espiritual que se disfrutará en la eternidad, que es infinitamente más compensadora que la que se obtenga en el tiempo que pasará. La eternidad ofrece una compensación mucho más alta que cualquiera de los beneficios que se obtengan en la temporalidad que vivimos. Por ello, cuando entramos en la valoración de lo que podremos obtener, debemos siempre colocar el acento en lo que trasciende, en lo que no desaparece, en lo que se mantendrá siempre por encima del tiempo. Aun cuando por ser hombres que viven en la corporalidad, y en quienes la materialidad condiciona absolutamente toda nuestra existencia temporal, no podemos dejar a un lado lo que el mismo Dios quiere para nosotros: que seamos felices en el disfrute razonable y sosegado de los bienes materiales que Él mismo ha colocado en nuestras manos. Es así que en su empeño de acentuar la necesidad de una justicia distributiva de los bienes, en el que se dé un equilibrio entre la necesidad de todos y los beneficios que tienen derecho a obtener, Jesús claramente se opone a toda miseria en la que los hombres no accedan al disfrute de los bienes que Él mismo les ha donado. Los hombres hemos sido creados para ser felices y parte de esa felicidad está en disfrutar de los bienes materiales que nos ofrece la creación. Sin hacer depender nuestra felicidad exclusivamente de la posesión de bienes, todos debemos aportar lo que podamos para el bien de los hermanos. Hay un doble trabajo: ser justos en la distribución de los bienes y contentarse con lo que podemos obtener. No es más rico quien más tiene sino quien más está feliz con lo que tiene y por ello necesita menos.

Ese camino de felicidad es el que debemos alfombrar con mayor esmero. Paradójicamente los hombres más felices de la historia son los que han estado menos apegados a las riquezas. Además, el camino de la santidad ha sido más fácil para quienes no han permitido que los bienes materiales hayan estado presentes en sus vidas como estorbos u obstáculos. La libertad de espíritu con la que cuenta quien no está atado a los bienes materiales es tal, que esos bienes jamás condicionan su disponibilidad para el amor a Dios y a los hermanos. El gran Rey Salomón es un ejemplo muy iluminador de ello: "'Concede, pues, a tu siervo, un corazón atento para juzgar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal. Pues, cierto, ¿quién podrá hacer justicia a este pueblo tuyo tan inmenso?' Agradó al Señor esta súplica de Salomón. Entonces le dijo Dios: 'Por haberme pedido esto y no una vida larga o riquezas para ti, por no haberme pedido la vida de tus enemigos sino inteligencia para atender a la justicia, yo obraré según tu palabra: te concedo, pues, un corazón sabio e inteligente, como no ha habido antes de ti ni surgirá otro igual después de ti'". La sabiduría fue un tesoro infinitamente más valorado por Salomón que todas las riquezas o boatos que hubiera podido obtener de Dios. Él comprendió que necesitada de la unión con Dios para poder ejercer bien su mandato sobre el pueblo. Su beneficio no lo redujo a lo personal, sino que lo enfocó en prestar el mejor servicio al pueblo que Dios había puesto en sus manos. Entendió claramente que todo lo que Dios permite y pide, siempre es beneficioso para nosotros, por lo que apuntó correctamente a aceptar la voluntad divina, consciente de que por esa ruta iba a encontrar el sentido de su vida y de su tarea. Es lo mismo que sugiere San Pablo: "Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio. Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó". No hay en Dios otra finalidad que la procura del bien para sus criaturas. Dios no ha colocado al hombre en el mundo para sufrir, aun cuando el sufrimiento pueda ser parte de la vida. Dios ha colocado al hombre en el mundo para ser feliz. La cuestión está, entonces, en enfocar bien cuál es el camino de esa felicidad. No puede estar en la ausencia de dificultades, pues todos las vivimos. Debe estar en otro centro hacia el cual debemos apuntar. La felicidad está en sobreponerse a las necesidades y en dejarse abandonados en las manos del Padre que quiere que seamos felices. En sentir ese amor que Dios derrama en nuestro corazón y abandonarse radicalmente en sus brazos para dejar que Él haga en nosotros realidad esa felicidad. En sentir el alivio que Él nos da cuando nos acercamos a sentir su consuelo. Nada hay que Él permita que suceda que no sea bueno para nosotros. "A los que aman a Dios todo les sirve para el bien".

En sus enseñanzas, Jesús trata de dejar claro en dónde se debe poner el acento y hacia dónde debemos apuntar para obtener los beneficios. No nos debemos empeñar en la acumulación de bienes como si la vida se nos fuera y dependiera solo de ello. La oferta de Dios supera en mucho la oferta del mundo. Querer quedarse solo con lo que ofrece el mundo frustra completamente la posibilidad de vivir en la felicidad plena que ofrece Jesús. Empeñarse en quedarse con las riquezas que desaparecen elimina la posibilidad de obtener la riqueza que nunca desaparecerá. De allí que hay que saber valorar bien la transacción que nos ofrece Jesús. Se trata de dejar lo que llena nuestros corazones, vaciándolos de todo lo que ocupa su espacio, para dejar lugar al tesoro con el que nos quiere llenar Cristo. Si no entendemos esto, nos empeñaremos en quedarnos con lo menos valioso creyendo que es lo mejor, perdiendo lo que es la riqueza máxima. "El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran". Cuando se descubre el valor infinito de las riquezas del Reino, todo lo demás se considera nada. Lo que vemos en nuestras manos lo consideramos de valor ínfimo, y por ello apuntamos a ganar la riqueza mayor, sin importarnos ponerlo todo en función de obtener la mayor ganancia. Por ello, seremos capaces de vender todo lo nuestro para ganar el campo donde está el tesoro, de salir de todas nuestras perlitas y de todas nuestras posesiones, de esforzarnos con coraje por obtener la mayor cantidad de peces posibles. Todo lo ponemos en función de ganar el bien mayor. Cuando nos damos cuenta de que en esa transacción salimos ganando abundantemente, no dudamos nada. Nos vaciamos de todo lo nuestro, lo dejamos todo a un lado, lo colocamos todo en función de tener algo mucho mayor y mucho mejor. No hay comparación entre lo que tenemos y lo que ganamos. Es absurdo empeñarse en mantener lo propio cuando lo que ofrece Dios es infinitamente más grande. Es convencerse de que todo lo que nos ofrece Dios es siempre mejor, que ponerlo todo en función de vivir su amor, ahora y en la eternidad es, con mucho, más inteligente y favorable. Es convencerse de que todo lo que Él permite en nuestras vidas es para nuestro bien, pues al ponerlo todo en sus manos, Él se ofrece como alivio y se coloca a Sí mismo al final del camino como el premio mayor que nos corresponderá para vivirlo en el amor que no tendrá fin.

miércoles, 15 de abril de 2020

Me vacío de mí y me lleno de tu Vida resucitada para darla a mis hermanos

OPINIONES OPINABLES: LOS DOS QUE REGRESAN A EMAÚS

Las experiencias de los discípulos de Cristo en los días posteriores a su triunfo sobre la muerte van montadas en un sube y baja. Tan pronto viven la tristeza y el dolor por la muerte del Maestro como viven la alegría total con su encuentro glorioso. Van de lo oscuro a lo claro, y de lo claro a lo oscuro. No es nada extraño que así sea por cuanto es una absoluta novedad todo lo que están viviendo. Esa es la razón por la cual Jesús, en sus apariciones, insiste en no tener miedo. Somos deudores de la duda y de la sospecha. Más aún ante lo desconocido y ante las primeras experiencias. Solo viviremos la confianza en el conocimiento total, en el dominio de las situaciones, en la repetición constante de lo que podamos vivir. Aquellos dos conocidísimos discípulos del Señor que iban camino de Emaús son un claro ejemplo de esto que vamos diciendo. Su caminar era pesado, pues habían sufrido, según ellos, una de las mayores decepciones de su vida. Después de haberse sentido totalmente conquistados por la persona de ese hombre que consideraban el Mesías prometido, vieron completamente frustradas sus esperanzas y sus alegrías, pues todo con Él había terminado estruendosamente mal. Había sido crucificado y colocado su cuerpo en el sepulcro. Y a pesar de que había algunas informaciones que hablaban de un cambio radical de la suerte de la muerte en vida, no daban crédito a lo que decían las mujeres que lo decían: "Nosotros esperábamos que Él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron". Su pesar era tan grande que les obnubilaba la mente y el corazón y los sumía en la oscuridad de la pérdida de la ilusión.

Pero tenían un corazón bueno. Y por el resultado de la conversación con el Señor que se había hecho el encontradizo en el camino, se ve que tenían ese corazón lleno de sed de lo eterno, de lo bueno de Dios, de ser llenados de nuevo de la esperanza. Podemos decir que predominaba la inocencia en sus corazones. La frustración no era por ser malos, sino por ser demasiado buenos, es decir, por haber puesto originalmente su confianza en la obra que Dios prometía y que sin duda podía cumplir. Quizá había que purificar un poco esos corazones de las ideas libertadoras políticas con fuerza apabullante con las que podían estar contaminados: "Nosotros esperábamos que Él iba a liberar a Israel..." El Resucitado se encarga de hacerlo. En esos corazones había que inyectar nueva esperanza. Su victoria no podía quedar simplemente como una anécdota de mujeres exaltadas, como lo hacían entender con sus comentarios, sino que debía ser una experiencia que empezaran a vivir ellos con toda intensidad y profundidad. Y para eso Él estaba allí con ellos. "'¡Qué necios y torpes son ustedes para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria'.
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas las Escrituras". Y así empezaron a sentir de nuevo ese fuego que los calentaba antes de su entrega a la muerte. Y con mayor fuerza aún, pues era la que les comunicaba el mismo que había regresado de la muerte. Jesús les hace experimentar de nuevo la esperanza. No podía permitir que aquellos dos que habían puesto toda su confianza en el que los había conquistado totalmente, vivieran su mayor frustración. Después de la fracción del pan, aquellos dos reconocieron a Jesús plenamente, y sintieron cómo sus corazones ardían con su presencia y con su palabra. "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Y así, con un corazón renovado en la esperanza y en el amor a Jesús, regresaron felices a Jerusalén a transmitir lo que habían vivido. "Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: 'Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón'. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan". Ese corazón de ellos estaba exento de malicia. Solo añoraban en lo más íntimo que todo lo que habían vivido no quedara en el vacío total. Lo habían vaciado de lo malo y por eso tenían espacio total para tener el encuentro maravilloso con el Señor y sentir cómo en ese encuentro de intimidad sabrosa con el Mesías resucitado se recuperaba la alegría y se renovaba la ilusión de ser suyos.

Desde ese momento, para ellos no existía más riqueza que ser de Cristo. Él es quien había estado con ellos tres años demostrando la llegada del Año de Gracia del Señor, y confirmándolo con sus obras portentosas y sus palabras maravillosas. Y es el mismo que ahora se aparecía glorioso descubriéndoles lo absolutamente superior de la nueva situación que vivían. La experiencia del Resucitado en sus vidas le daba una nueva dimensión a toda su existencia. No había ya otra prioridad. Ese corazón limpio y puro, inocente, exento totalmente de malicia, estaba ahora lleno de la alegría de la victoria de Jesús, por lo cual no sentían otro impulso que hacer a todos partícipes de su misma alegría y de dar a todos de ese mismo tesoro que llevaban ahora en su corazón, que no era otro que al mismísimo Jesús resucitado, su amor y su obra de salvación. Así lo vivieron todos los discípulos que tuvieron la experiencia del encuentro íntimo con el Salvador. Haber vivido la alegría de ese encuentro los hacía portadores de Jesús, de la noticia de su triunfo sobre la muerte, de la participación de cada uno obteniendo la misma victoria como don amoroso del único triunfador, que fue Jesús. Todos y cada uno de los discípulos de Cristo tuvo su propia y peculiar vivencia de encuentro con el Resucitado. No hubo uno solo que no lo tuviera. Por eso, se convirtieron todos luego en sus anunciadores. Y se sintieron comprometidos a llevar su tesoro a los demás. Pedro y Juan, en una de las primeras ocasiones que tuvieron después de sus experiencias personales con Jesús, así lo entendieron. Al encontrarse con el lisiado de nacimiento que mendigaba a las puertas del templo, dan de lo que era su mayor tesoro: "Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo: 'Míranos'. Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pero Pedro le dijo: 'No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda'. Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó". Sabían muy bien que su tesoro era Jesús, su amor y su poder sanador y salvador. Y fue posible porque todos ellos vaciaron sus corazones de toda malicia y se dejaron llenar en la experiencia de encuentro con Jesús de la nueva esperanza que los lanzaba a vivir la nueva vida del Señor resucitado como vida propia, de la cual eran portadores para todos los hombres. Jesús es el tesoro de todos los que se vacían de sí mismos y están dispuestos a dejarse llenar de la novedad de la Resurrección. Como los discípulos de Emaús. Como Pedro y Juan. Y como podemos ser cada uno de nosotros si nos vaciamos de nosotros mismos y nos dejamos llenar del ardor de nueva vida de resucitados con la que nos enriquece el Señor resucitado.

viernes, 4 de julio de 2014

No te hagas dios de ti mismo

En la cultura hebrea, en general, la idea que se tenía sobre los bienes era que quien tenía muchos era un bendecido de Dios. Tener grandes riquezas significaba que se había obtenido el favor divino. Los pobres, también en general, eran considerados casi unos parias, maldecidos por Dios en su indigencia. Algo debían haber hecho mal para que Dios "les mandara ese castigo". Por el contrario, los ricos habían sido vistos con amor y misericordia y de alguna manera su situación holgada era un premio a alguna buena acción que habían realizado...Esta mentalidad aún pesa mucho entre nosotros, pues algunos consideran que la pobreza es casi una maldición divina, y por el contrario, la riqueza es signo de bendición. Así pensamos. Quien está bien económicamente tiene el favor divino. Quien es pobre, es un rechazado de Dios. En nuestro mundo capitalista, esto se ha transformado casi en el enunciado principal del "Credo" de una nueva religión. Podemos verificarlo incluso en la promoción de la "sociedad del bienestar" capitalista. A veces se sorprende uno con cosas como las propagandas de sectas gringas o provenientes de allá, en las que se quiere atraer adeptos prometiendo un bienestar material por las limosnas que se den. Mientras más des, más te bendecirá Dios con bienes como recompensa... Muchos incautos han caído en esa trampa. Conozco a varios...

Lo malo no es tener bienes. Lo malo es cómo se asume. Hay quienes al tener muchos bienes consideran a Dios ya como un producto desechable. Ya Dios no es necesario, pues todo lo tenemos resuelto... Se hacen dioses a sí mismos. Hay quienes se consideran superiores a los demás basándose en la cantidad de propiedades que se tengan. Si tengo mucho, es evidente que soy mejor y estoy por encima de quien no tiene. Eso me daría derecho a mirar por encima del hombro a los demás, a tratarlos con desprecio, a seguir usándolos como herramientas para seguir engordando mis cuentas... El destino lo ha establecido así: Yo soy bendecido y los demás han sido marcados como apoyos o instrumentos para sostener y aumentar mis riquezas... Por eso tengo el derecho a "usarlos" como me plazca, con tal de que cumplan con su parte para sostenerme... Es la instrumentalización total de los hombres. Es la cosificación de quien tiene incólume su dignidad, a pesar de que sea pobre. Es la debacle de la humanidad en pro de las riquezas, del poder o del placer...

Esa mentalidad tan antigua como dañina no es de ninguna manera justa... En ningún momento Dios ha dicho que bendice al hombre que aplasta a los demás. Bendice, sí, con bienes, a quienes se ponen de su parte, a quienes son fieles a Él, a quien hace de sus riquezas trampolines para la entrega a Él y a los menos favorecidos. Pero de ninguna manera a quienes humillan o explotan a sus hermanos. Cuando una sociedad no entiende que los bienes tienen un componente social esencial, se come a sí misma y marca su propia destrucción. El egoísmo y el materialismo consecuente es la sentencia de la autodestrucción. Una sociedad no se sostiene sobre esas bases, sino sobre las de la solidaridad, la fraternidad, la preocupación por todos, particularmente por los menos favorecidos... Ese es el verdadero progreso...

Una sociedad donde todo se pone al servicio de los más poderosos, de los más ricos, donde incluso las leyes apuntan a favorecer a los que ya están colmados de favores, es una sociedad que va a su desaparición. Una sociedad en la que todos los poderes están en función de favorecer a quien ya tiene el poder es una sociedad caníbal. No tiene futuro. Va trágicamente a su destrucción... Y cuando ya no hay más a quién recurrir para que los menos favorecidos no sean destruidos, es el mismísimo Dios quien sale a la palestra... Su defensa a los más aplastados y oprimidos es segura. De eso no hay ninguna duda. Y cuando Dios entra en juego porque no hay otra salida, su actuación contra los poderosos es terrible. Demuestra lo infinito de su poder portentosamente. Es la ira de Dios contra aquellos que destruyen a los suyos, a los más pobres, a los desvalidos... "Ustedes disminuyen la medida, aumentan el precio, usan balanzas con trampa, compran por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo. Aquel día -oráculo del Señor- haré ponerse el sol a mediodía, y en pleno día oscureceré la tierra. Cambiaré sus fiestas en luto, sus cantos en elegía; vestirá de saco toda cintura, quedará calva toda cabeza. Y habrá un llanto como por el hijo único, y será el final como día amargo"... Dios castigará cruelmente a quien se atreve a levantar su mano, de cualquier manera, contra los suyos, que son los más sencillos y humildes de la sociedad. Ya que nadie sale en su defensa, será Él mismo quien se encargue... Incluso quienes pensaban que "tenían a Dios agarrrado por la chiva", se encontrarán que ese mismo Dios se les esconde, haciéndoles sentir su vacío: "Enviaré hambre a la tierra: no hambre de pan ni sed de agua, sino de escuchar la palabra del Señor. Irán vacilantes de oriente a occidente, de norte a sur; vagarán buscando la palabra del Señor, y no la encontrarán"... Serán días de tormento y de oscuridad, en los que ni siquiera se tendrá el refresco de la palabra y de la presencia suave y dulce del Señor...

Nos llevaremos muchas sorpresas... Quienes se encuentren en esa situación se encontrarán que su bienestar de ninguna manera la supieron aprovechar. Que si pensaban que eran bendecidos por los bienes, estaban en realidad muy lejos de serlo... Que esos bienes, incluso les habían servido para alejarse hasta de Dios, creyéndose por ellos omnipotentes, sustituyendo al único y verdadero Dios, al que llama al amor, a la solidaridad, a la fraternidad... Se hicieron a ellos mismos sus propios dioses y pretendieron que los demás fueran sus fieles seguidores y hasta esclavos... Pues bien, Dios los sorprenderá, como sorprendió Jesús a los fariseos, que se habían colocado a sí mismos en lo más alto...  "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan, aprendan lo que significa 'misericordia quiero y no sacrificios': que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores"... Jesús es el Dios que nos viene a decir que sus preferidos no son los que se creen mejores, sino los que son despreciados. Que viene a llenar de favores a los que sólo han recibido rechazos y desprecios. Que viene a enriquecer con el tesoro más apreciado, que es su amor, a los que sólo han recibido desavenencias y sinsabores... Por eso debemos aprender. Nuestras seguridades delante de Dios son nada. Lo que vale es el amor. Lo que vale es la solidaridad y la fraternidad. Lo que vale es el servicio. El tesoro que podremos mostrar a Dios no consiste en los bienes que hayamos obtenido, en los poderes que hayamos ostentado, en los placeres que hayamos sentido... Nuestro tesoro es el amor que hayamos dado, el servicio que hayamos prestado, la solidaridad y la justicia que hayamos promovido...

viernes, 20 de junio de 2014

No hay tesoro mayor que el amor

Los hombres nos empeñamos en no ser felices. Es triste, pero es así. Hemos sido creados en el amor, por el amor, para el amor, y preferimos ir contra nuestra propia naturaleza. Sustituimos al amor por sucedáneos menores, que no llenan, que frustran, que siempre dejan un sinsabor, una "resaca" espiritual. Pareciera que vamos en búsqueda del bien mayor, pero nos contentamos con los bienes menores, o con los males, que nos ofrecen con bombos y platillos... Y el mundo, en general, es bueno. Dios nos ha puesto en él para que en él desarrollemos nuestra vida y de él extraigamos todo lo que nos sirva de provecho para avanzar hacia Él. Si no fuera así, no nos hubiera colocado y mantenido en él... Pero no todo en el mundo es bueno. Ya Jesús mismo, cuando oraba al Padre, lo advertía: "No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal". En el mundo hay mal. No hay duda. Y muchas veces, ese mal aparentemente tiene mucha fuerza y vence... Por eso, continuamente la enseñanza de Jesús y de los apóstoles nos anima a luchar contra esas fuerzas del mal en el mundo y a mantenernos fieles en el amor...

Existe, por lo tanto, una lucha continua en el interior del hombre. ¿Qué debo hacer en mi vida para lograr la felicidad mayor? ¿Cuál es el camino para alcanzar la plenitud? ¿Cuáles son los bienes que puedo aprovechar del mundo y cuáles los males de los cuales me debo defender? Las respuestas busca darlas hasta el mismo mal del mundo para lograr adeptos. "Tienes que destacar sobre todos y lograr dominarlos para ser el más privilegiado". "Tienes que luchar por obtener muchas riquezas, pues quien mucho tiene es más respetado y admirado". "Tienes que darte todos los gustos posibles, pues esta vida es una sola y hay que disfrutarla, sin perder un segundo". "Si para descollar sobre los demás necesitas dividir y sembrar intrigas, odios y rencores, hazlo.Lo importante es que tú estés de primero". "Todo lo que te fastidie elimínalo de tu vida. Si un niño por venir será un fastidio, no permitas que nazca. Si un anciano es una carga, elimínalo. Si alguien se opone a tus pretensiones, anúlalo". "Si para obtener las riquezas que necesitas debes dejar de ser honesto, deja de serlo. Es más importante lo que logras que lo que abandonas". "Odia, divide, véndete, pisotea al otro, excluye..., no importa nada más, sino sólo lo que buscas. Tienes que tenerlo por todos los medios"... "Eso sí, tienes que dar la apariencia de bueno, para que no te rechacen. La clave está en eso: en ser admirado, aunque seas una piltrafa humana... Ya sabrás cómo hacerlo"... Y en ese camino vamos muchos... Y por ser un camino que es realmente de frustraciones, lo andamos cada vez con más determinación... "No he encontrado la felicidad que busco por aquí, pero este debe ser el camino... Seguiré con más empeño..." Y nos hundimos más y más. Se necesita que venga alguien a iluminarnos el camino, a decirnos que estamos errados, que andamos una vía que no conduce a la verdadera felicidad...

Se necesita que alguien como Josebá que escondió a Joás, hijo del rey Ocozías, para evitar que Atalía, quien se autoproclamó reina, lo asesinara, nos presente al verdadero rey... Atalía no contaba con eso. El pueblo aceptó a Joás, pues era el verdadero heredero del trono y asesinó a Atalía. E Israel vio restituida la monarquía verdadera... El mundo nos presentará siempre a muchas Atalías, y sin duda, logrará algunas alegrías para nosotros. Mientras Atalía fue reina, aun cuando el pueblo era humillado, también obtuvo algunas cosas buenas. Pero no tenía el bien mayor. Eso mismo logra el mal del mundo. Como sentimos algunas satisfacciones, como sentimos placeres, como nos damos algunos gustos con las riquezas, creemos que estamos bien. Pero al final del día, cuando hacemos el balance, nos percatamos de que sigue existiendo una frustración inexplicable que subyace... Algo falla. Algo no va bien. Algo hace falta... Tiene que venir Josebá, que sabe quién es el verdadero rey, a darnos la solución. Josebá es cualquiera que nos llame al botón y nos diga que el camino es otro, que es el amor el que nos da la plenitud, que es el perdón de Dios el que nos da la felicidad, que es el cielo que se nos promete el que nos dará el verdadero sentido en el camino que avanzamos, que es la fraternidad la que llenará nuestros vacíos más profundos... Que debemos vivir en la fe y en la confianza del Dios que nos ama más que lo que nos amamos nosotros mismos. Basta que sepamos que en las manos de Josebá está el verdadero rey y que ella generosamente nos lo está regalando...

Es necesario que no discernamos siempre como bueno lo que nos da alguna satisfacción. "No todo lo que brilla es oro", dice el adagio popular. No todo lo que se nos presenta se debe convertir en tesoro. Hay tesoros que dañan, que empobrecen, que sólo crean frustración y dejan tal insatisfacción que se busca más y más, dejando una mayor insatisfacción... Por eso Jesús nos dice: "No atesoren tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesoren tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman, ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón". Nuestro tesoro es el amor. Ese amor en el que hemos sido creados y para el que hemos sido creados. Fuera de él no hay otra realidad que nos dé la mayor felicidad y nos llene más. Amor a Dios y a los hermanos... He ahí lo que nos dará la plenitud. Nuestra plenitud está en nuestro origen y en nuestra meta. Es el amor. No permitamos que el mundo nos engañe de nuevo, y pongamos el corazón en lo que de verdad vale la pena...

miércoles, 4 de junio de 2014

El lobo no debería poder con el rebaño

Estos últimos tiempos de la Iglesia no han sido muy buenos. Desde su mismo seno han surgido situaciones escandalosas que han minado las bases de la credibilidad de muchos fieles. Sin duda, el hecho de que los mismos pastores fallen es muy doloroso por lo que implica de traición a la inocencia del rebaño. Y aún siendo una situación que no es nueva, no deja de ser lamentable que sea desde el mismo seno de la Iglesia, de sus responsables y de los que han asumido las tareas de pastoreo que confía el mismísimo Jesús a los pastores, los que lleguen a ensuciar el lienzo blanco de la Iglesia. Se conocen suficientemente las abominaciones de los ancianos en los tempos del Antiguo Testamento que por querer dar satisfacción a sus placeres y no conseguirlo, condenan a morir a la casta Susana, los casos de los fariseos en los tiempos de Jesús, la negación de Pedro, la traición de Judas, la pretensión de Simón de comprar el poder de hacer milagros... No es extraño que el corazón del hombre, particularmente de los pastores, esconda pretensiones viles... Ciertamente Jesús ha puesto sobre aviso a todos sobre esta posibilidad. Habrá el tiempo de convivencia del trigo con la cizaña y llegará el momento de la criba en el que se separará el grano bueno del malo... También lo dice Pablo al despedirse de la comunidad de Éfeso: "Tengan cuidado de ustedes y del rebaño que el Espíritu Santo les ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre. Ya sé que, cuando los deje, se meterán entre ustedes lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso algunos de ustedes deformarán la doctrina y arrastrarán a los discípulos..." Es terrible la "profecía" de Pablo...

Hoy en la Iglesia sufrimos de situaciones terribles. Los escándalos de la pederastia de algunos sacerdotes, los escándalos financieros, las infidelidades al servicio sirviéndose a sí mismos, los lujos de algunos pastores, las fallas en el celibato y en la obediencia a sus superiores... Cada vez surgen situaciones muy lamentables que hieren a la Iglesia en sí misma y que hieren la sensibilidad y llegan a afectar la fe de los miembros del rebaño al que se debe cuidar... Ciertamente son casos contados que no están ni por asomo al mismo nivel de cantidad de los casos de fidelidad a los que no se les da ninguna publicidad. No es noticia el curita de pueblo que todos los días se levanta con la intención de servir con alegría e ilusión a la comunidad que se le ha encomendado y que lo hace con la mayor ternura. Tampoco el caso del acucioso teólogo fiel que se quema las pestañas estudiando los clásicos de grandes Padres de la Iglesia para poder transmitir a sus discípulos lo que ha ido descubriendo. No da réditos promocionar al sacerdote que trabaja con el mayor entusiasmo con los jóvenes, tratando de hacerlos hombres de bien para el futuro... Es mucho más rentable hablar del cura que falló y cayó con una mujer, del que ha estructurado una "teología" que echa por tierra toda una tradición y hasta llega a negar verdades fundamentales de la fe, del que ha caído en el peor de los errores aprovechándose de niños y jóvenes... Y los fieles son muchísimos más que los infieles...

Ante esto, podemos tomar dos actitudes: Huir y dejar a un lado la posibilidad de seguir a Dios a través de la Iglesia por la falla de sus pastores, o tomar con responsabilidad el propio compromiso y profundizar en el conocimiento y la vivencia de la fe, asumiendo que las fallas siempre estarán presentes, pues la Iglesia está conformada por hombres que, por naturaleza, pueden siempre fallar... Recuerdo una vez que dando un charla, se levantó un hombre que me dijo: "Yo dejé de creer por las fallas de los curas. Me alejé de la Iglesia y ya no me confesé más nunca ni fui a misa. Si los principales responsables fallan, ¿qué se podía esperar? ¡Todo es mentira!" Yo me sentí, lo confieso, enardecido, y tratando de dominar mi molestia al máximo, le respondí: "¿Qué dirías tú si yo, en este momento, te digo: 'Yo he visto muchos laicos ser infieles a sus esposas, conozco a muchos deshonestos que han caído en la corrupción, sé de muchísimos que son alcohólicos o drogadictos y han destruido su vida y la de los suyos por su adicción, sé de jóvenes que no cumplen con su obligación de estudiar, conozco casos de militares abusadores y corruptos, conozco a empresarios absolutamente deshonestos y aprovechadores... Por todos esos casos, que me afectan mucho, en este momento decido dejar de ser cura, porque no creo en los laicos...'?" Se me quedó mirando atónito y después de un  tiempo en el que no supo qué decir, me respondió: "¡Eso no o puede hacer usted, porque usted es cura!" Yo le dije: "¡Pues entonces lo que tú hiciste, tampoco lo podías hacer, porque eres bautizado! ¿O es que ser cura es más que ser bautizado? ¿Ser cura me hace más cristiano a mí que a ti? ¿Tengo yo un mayor compromiso de ser buen cristiano siendo cura, que tú, siendo bautizado?" No supo qué contestarme... Reconozco que hablé molesto. Pero no me faltaba razón...

Todos debemos asumir nuestra responsabilidad. Asumo que la de los pastores es más delicada, por lo que implica de servir de guías, de modelos, de conductores del rebaño. Pero también es cierto que cada uno debe hacer de su fe su tesoro. Y que debe defenderlo al máximo de los depredadores, vengan de donde vengan. Más aún de los que atacan desde dentro, pues son los ataques más traicioneros y dolorosos. Son más traidores los que desde dentro se aprovechan del rebaño y se hacen un puesto de honor sobre las cenizas de lo que ellos mismos han destruido...

Cristo nos da la clave. Nos invita a orar por quienes deben mantenerse en la fidelidad. Nuestra acción puede hacer mucho. Pero nuestra oración puede hacer descender desde el seno del Padre la Gracia que ellos necesitan para mantenerse en la ruta de la fidelidad: "No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad". Todos somos responsables de la Iglesia, de la fe de nuestros hermanos, de la defensa de ellos ante los lobos que vengan a querer hacerles daño. No debemos sentirnos relevados de esa responsabilidad. Jesús nos invita a la fidelidad y a orar por aquellos a los que les ha dado mayores responsabilidades...

lunes, 21 de octubre de 2013

Tesoros que empobrecen...

Las religiosas son realmente muy creativas en cuanto a liturgia se refiere. No hay como encargarles a ellas una celebración para tener novedades maravillosas que la enriquecen. Celebré una vez una Misa a un grupo de superioras de las diversas partes del mundo de una congregación que estaba reunido, y en el momento de las ofrendas nos repartieron a todos los presentes, ellas y yo, un conglomerado de plastilina de diversos colores. Cada uno de nosotros debía hacer una figura, de lo que se nos viniera en mente -flores, frutos, objetos...- con él... La sorpresa que nos llevamos todos es que el conglomerado -¡cada uno!- tenía escondido en su interior, una piedrita de plástico de colores, de las que se usan en los acuarios, que, según dijo la organizadora, era signo del tesoro escondido que debíamos tener todos para poder llevarlo a los demás... La creatividad se desbordó. Cada una hizo algo distinto: frutos, flores, vasijas, continentes, jardines... Y cada una tenía que explicar lo que había hecho y colocarlo como ofrenda...

Cuando me tocó presentar lo mío, dije que tenía más de 45 años que no "jugaba" con plastilina, lo cual quedaba en evidencia por la torpeza de lo que había hecho... Construí un hombre-mujer multicolor, muy sencillo... Lo único que hice fue modelar muy burdamente su cabeza, sus brazos y sus piernas. Y traté de distinguir de un lado a un hombre y del otro, una mujer... Pero no sabía qué hacer con la piedrita... Lo que se me ocurrió decir fue: "El tesoro lo dejo en mis manos, para poder tenerlo siempre disponible para darlo a los demás..."

Y eso me sirvió de una reflexión personal muy provechosa. ¿Qué tesoro es el que tengo? ¿Qué es lo que puedo llevarle a los demás? ¿Es verdadera riqueza o es más bien una terrible pobreza la que estoy distribuyendo?

Esa piedrita se convierte, para muchos en lo que vulgarmente llamamos "una piedrita en el zapato", porque en verdad muchos nos ocupamos en exceso de lo que no vale tanto la pena y descuidamos el verdadero tesoro que debemos tener para enriquecer a los demás...

Dios nos ha enriquecido, ciertamente, con nuestra inteligencia y voluntad para que podamos planificar mejor nuestra vida, para que hagamos programas de vida asequibles, reales, en los cuales las metas dirijan los esfuerzos que realizamos para alcanzarlos. Son los ideales que nos trazamos para dar sentido a nuestra vida. No quiere Dios que tengamos penurias de ningún tipo, tampoco materiales. No está mal querer forjarse una vida en la que se tenga lo esencial para que sea de buena calidad. Más aún, en sus acciones el mismo Cristo llegó a realizar milagros para poder dar a los hombres el mínimo sustento necesario. Y fustigó fuertemente a los que impiden a los demás poder llevar una vida digna. Jesús no bendice, de ninguna manera, la miseria, la indigencia. Ellas son profundamente injustas y antievangélicas. Y por eso nos compromete a todos a poner nuestro mejor esfuerzo para luchar contra ellas y para facilitar la vida de los hermanos. Jesús, sí, bendice a los pobres, y los coloca como aquellos a los que debemos siempre servir, llegando al extremo de decirnos a todos que todo lo que  hagamos con uno de ellos, a su favor, a Él mismo se lo estamos haciendo. Por el contrario, cuando no lo hacemos, a Él dejamos de hacérselo.¡Él está en los pobres, en los necesitados, en los desposeídos injustamente, en los humillados, en los desheredados de siempre, en los oprimidos! Ciertamente todo lo que hagamos en su favor no es, jamás lo será en cristiano, un simple trabajo sociológico, aun cuando no por eso se le resta méritos a quien lo haga. Para el cristiano, este trabajo en favor de los hombres tiene una implicación inmensamente espiritual. Quien lo realiza con la mentalidad del amor a Jesús y al prójimo, le está dando el sentido que el mismo Cristo ha querido darle...

Por ello, cuando nos centramos sólo en la acumulación de riquezas, de honores, de "cosas", que al final, son relativas, no nos diferenciamos en nada de aquel que agrandó sus graneros para acumular, pero que al final murió sin haber atesorado nada para esa vida futura... Es conveniente siempre preguntarse, ¿qué tesoro estoy acumulando? ¡Cuidado con caer en la tentación de decir que la ayuda a los pobres es simplemente política, marxismo, ideología! Para muchos ha sido excesivamente conveniente la "lucha" contra la Teología de la Liberación, ciertamente en algunas tendencias, politizada e ideologizada, con el peligro incluso de vaciar totalmente de contenido espiritual el trabajo en favor de los pobres. Muchos cayeron en la tentación que casi los llevó incluso al ateísmo práctico... Ese peligro siempre hay que evitarlo. Pero, también lamentablemente, muchos se fueron al extremo opuesto... Escudándose en esa "lucha" del Magisterio de la Iglesia, tildaron a todo el que se pone a favor de los pobres, del trabajo en contra de la miseria y la indigencia, de "extremistas"... Y escudándose en eso, se lavaron las manos, considerando que eso no era prioritario como trabajo de la Iglesia... Los Obispos en Puebla nos echan en cara la realidad absoluta de la misióin universal de la Iglesia. Entre las opciones preferenciales, colocaron la de los pobres. Parafraseando al Beato Juan Pablo II, que afirmó que "El hombre es el camino de la Iglesia", podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos que "El pobre es el camino de la Iglesia". Si la Iglesia no se ocupa de ellos, no está haciendo lo que debe hacer...

Revisemos siempre qué estamos haciendo... No sea que creyendo que estamos haciendo de nuestra vida una maravilla, lo que estemos haciendo sea colocarle lastres que nos impidan alzar el vuelo a la eternidad. Sería realmente triste. Usemos nuestra inteligencia y nuestra voluntad, sí, para programar nuestra vida y hacerla lo mejor posible. Pero no nos paremos allí. Que sembremos lo que es el verdadero tesoro: El de la siembra de eternidad, del amor por los demás, del auxilio necesario al Cristo que está en el hermano, particularmente en el más necesitado... Que nuestra piedrita de colores sea lo que más nos aligera el vuelo a la presencia eterna feliz junto al Padre: La de la solidaridad, la del servicio, la de la fraternidad, la del amor a los más pobres y sencillos del mundo...