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domingo, 18 de abril de 2021

La santidad es hacerse amigo de Dios y vivir en su amor

 :: Archidiócesis de Granada :: - “Paz a vosotros”

El camino del cristiano en la tierra, en sus días de temporalidad, es un peregrinaje hacia la santidad. Todos sus esfuerzos deben dirigirse naturalmente al amor, a la justicia, a la paz. Lejos de pensar que avanzar por ese camino sea algo imposible, debe apuntar siempre a dar pasos hacia adelante en la búsqueda y la vivencia del bien, del amor, de la fraternidad. Su clima natural debe estar imbuido siempre por la cercanía del Dios del amor, por el conocimiento y el cumplimiento de su voluntad, por la experiencia de la caridad y de la solidaridad fraterna. Y esto debe hacerlo en medio de la naturalidad. Quien lo ha comprendido así vive con toda normalidad el amor. Y siente que su vida cobra todo el sentido que debe tener, pues el hombre ha sido creado para el bien y para el amor. Ir en contra de este fin es violentar el camino que se debe seguir. Lo natural no es hacer o servir al mal. Eso es precisamente lo contrario de lo que debe vivir el hombre, pues no ha sido creado para eso. Incluso la libertad con la que ha sido enriquecido por Dios al crearlo tiene como objetivo el caminar hacia el bien. La libertad que se invoque para seguir y servir al mal, automáticamente se convierte en esclavitud, desvirtuando totalmente lo que debe ser la vida humana. Por eso Dios insiste una y otra vez en la invitación al hombre a convertirse y emprender ese camino de la justificación, de la santificación, de la plenitud a la que está llamado. Muchas veces el camino del mal se presenta como más atractivo. Se disfraza de dulzura para atraer, y cuando ya ha conquistado al hombre, lanza su dardo mortal que vacía de todo sentido la existencia. El hombre, de esa manera, cae en el abismo oscuro de la muerte y de la pérdida del sentido de la vida. Y por eso, envuelto en ese espiral de mal, cree que para poder sobrevivir, debe meterse más de lleno en el torbellino que lo que hace es robarle más vida y llevarlo a la debacle total de su existencia. Dios, en su amor, por sí mismo o por sus enviados, enciende la luz del nuevo camino y le ofrece al hombre la alternativa para que logre avanzar hacia el bien y hacia la santidad.

Los apóstoles, a pesar de echar en cara a los asesinos de Jesús su pecado, no cierran nunca la puerta de la comprensión de Dios, y hasta de su justificación por ignorancia, y les ofrecen a ellos mismos, autores de la tragedia de persecución, sufrimiento y muerte de Cristo, la posibilidad de recibir el perdón, si se arrepienten y se dejan abrazar por el amor y la misericordia: "El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que ustedes entregaron y rechazaron ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Ustedes renegaron del Santo y del justo, y pidieron el indulto de un asesino; mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. Ahora bien, hermanos, sé que lo hicieron por ignorancia, al igual que sus autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepiéntanse y conviértanse, para que se borren sus pecados". Para Dios el interés no es condenar a nadie, ni siquiera los que se atrevieron a alzar la mano para asesinar a su Hijo Jesús. Su deseo es la salvación de todos, derramar su amor sobre ellos y llevarlos con Él a la plenitud. Dios no ha creado al hombre para que éste se pierda, sino para que avance en la justificación y sea santo. Para Dios, la santidad que debe vivir el hombre no consiste en aspavientos o portentos, sino en una estrecha relación de amistad y de intercambio de amor, buscando que todos los hermanos avancen solidarios por ese mismo camino. No se debe pensar nunca que la santidad personal sea una exigencia sobrehumana. Si así fuera, Dios nos se atrevería a torturarnos pidiéndonosla. Lo que Él quiere es que seamos sus amigos entrañables. El que es amigo de Dios y vive cercano a su amor es el santo de Dios.

Por supuesto que será un camino de exigencia, pues implicará el no dejarse conquistar por el atractivo del mal. No obstante, en esa lucha jamás estaremos solos, por cuanto el mismo Dios que hace la petición, pone en nuestras manos las herramientas que necesitamos. Así lo dice San Juan: "Hijos míos, les escribo esto para que no pequen. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: 'Yo lo conozco', y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud". Es este el camino propuesto: ver los mandamientos como la ruta establecida para la justificación. No son negaciones, sino afirmaciones en el amor. Son las señales del camino que conduce hacia la plenitud. Dios asume nuestra debilidad y nuestra fragilidad y por eso pone a nuestro favor a su Hijo Jesús, que es nuestro abogado defensor. Él se presenta ante nosotros como el verdadero triunfador. No es el mal el que ha triunfado. Es Jesús, el Redentor y el que nos ha rescatado para que tomemos de nuevo la vía de la santificación para llegar a la plenitud que Dios quiere que nos pertenezca: "'Esto es lo que les dije mientras estaba con ustedes: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí'. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: 'Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto'". Ese es el Dios que nos quiere santos, nos invita a ello, se entrega para que lo tengamos a la mano y se ofrece para ser el compañero que se convierta en nuestra fuerza y nuestro apoyo para que no nos alejemos del camino de la santidad.

lunes, 29 de marzo de 2021

El mejor amigo, Jesús, nos quiere hacer amigos de Dios

 María Magdalena unge los pies de Jesús con perfume de nardos. | Mary of  bethany, Lds art, Jesus pictures

En Jesús el sentido de la amistad estaba muy arraigado. Él ha entendido su misión como la acción a favor de restablecer la amistad del hombre con Dios. Una amistad que tiene su origen en la filiación del hombre que ha sido creado por Dios y ha sido colocado en el centro como criatura principal para que dominara todo lo creado. En este sentido, podemos entender la amistad como ese compartir bienes desde el amor, en cuyo caso se convierte, vista la relación de Dios con el hombre, en compartir sus bienes mayores, como lo son su capacidad de amar, su libertad, su inteligencia, su voluntad. Dios, de esta manera, sería ya no solo el Creador y Sustentador, sino que se convertiría en el mejor amigo del hombre dado que le ha proporcionado todos los beneficios posibles. Y más allá, la amistad para ser tal requiere de reciprocidad. La otra parte debe estar también siempre dispuesta a compensar con su esfuerzo todos los beneficios que recibe. Por ello, Dios pide al hombre que responda con su entrega, con su humildad, con el acatamiento de su voluntad de bien, con su fidelidad. No cumplir su parte sería una deslealtad y una traición a la amistad. Y eso fue el pecado de la humanidad: no haber acatado las reglas de la vivencia de la amistad e incumplir la parte que le correspondía. Quedaban entonces dos opciones: o ser subyugado por el que tiene el poder, o ponerse de tal manera en contra de esa amistad ofrecida y llegar a hacerse enemigo declarado. Lamentablemente, el hombre, en su historia personal, decidió mayormente el camino de la enemistad, viendo a Dios casi como un adversario en vez de verlo como su mejor compañero de camino. Con la pretensión de una autodeterminación en la que quedaba con las manos vacías pues buscaba darse a sí mismo los bienes que recibía de Dios, que era su único origen, solo logró, y aún sucede así, tener un futuro de desolación y de frustración, pues jamás logrará tener la compensación añorada. La amistad rota es la debacle para el hombre. Aún así, a pesar de tener a la vista la traición a la amistad del hombre, Dios está siempre dispuesto a tender la mano para seguir ofreciendo la dulzura de ser amigo suyo.

La obra de Jesús es la del enviado para recuperar y restaurar la amistad que ha sido rota por el pecado. Cada una de las palabras y las obras de Jesús van en la línea de convencer al hombre de que la mayor ganancia para él es el restablecimiento de la amistad con Dios. Por eso, después de un cierto tiempo con los apóstoles, en el que fue dándose a conocer como el Mesías Redentor, el enviado del Padre para lograr el rescate del hombre perdido por el pecado, es capaz de decirles su nueva condición: "Ahora ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; ahora los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre". Ese es el legado de la amistad que ofrece Jesús a los suyos: conocer todo lo que el Padre le ha enviado a decir y a transmitir, con el añadido de que lo hará en la mayor demostración de amistad que se puede hacer, que es la entrega incluso de la propia vida en favor de aquellos que son considerados sus amigos. Esta es la razón última de la amistad espiritual de Jesús con el hombre, que busca la restauración de la amistad con el Padre Dios. Y que tiene su concreción en aquellos hombres y mujeres con los que se encontró y con los que vivió relaciones intensas, de mayor intimidad que la que vivía con otras personas con las cuales los encuentros eran menos intensos. Es el caso de los hermanos de Betania, Lázaro, Marta y María, con los cuales Jesús vivía una verdadera y sólida amistad. Era tan sólida que en los días previos a su pasión decide visitarlos, viajando desde Jerusalén hasta Betania. Así Jesús honraba esa amistad de años: "Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa". Este encuentro de los amigos se nos ocurre fresco, distendido, informal. Era el encuentro de los amigos que se aman. Pero crea resquemores entre algunos. Judas se queja del perfume que es derramado por María sobre los pies de Jesús y los enemigos de Jesús se molestan porque Lázaro, resucitado por Jesús es un imán para creer en el Salvador, y por eso deciden asesinarlo también a él, además de a Jesús. La amistad tendrá siempre también sus opositores.

Pero Jesús tiene muy clara su misión. Él ha sido enviado a sanar la herida del hombre por el pecado. Sabe muy bien que su labor va en función de recuperar al hombre para Dios, de ponerse del lado de los oprimidos, como ya estaba incluso profetizado por Isaías y es retomado por Jesús en su primera intervención en la sinagoga: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos". Jesús ofrece restañar la amistad con todos los hombres, pues no excluye a nadie, pero lo hará principalmente con aquellos que han sufrido más, pues han sido perjudicados por las autoridades religiosas, por los poderosos, los enemigos de Dios. Para ellos el concepto de amistad con Dios no existe. Su dios son ellos mismos y los ídolos del poder, del placer y del tener ante los cuales se han rendido. Su amistad la han pactado con lo que ellos consideran son sus mayores beneficios. La verdad es que se convierten así en los más desdichados por cuanto el servicio a esos dioses que desaparecen termina siempre en la oscuridad y en la tragedia de una vida personal para toda la eternidad. La amistad de Jesús con los hermanos de Betania es el ideal de lo que Dios quiere que vivamos con Él. Una cercanía fresca, ágil, natural, con nuestro Padre Dios. Asumiendo su superioridad sobre cada uno de nosotros, poner todo nuestro ser en sus manos, como lo ha hecho Él, para compensar la riqueza de ser sus amigos: "Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas. Esto dice el Señor, Dios, que crea y despliega los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, da el respiro al pueblo que la habita y el aliento a quienes caminan por ella: 'Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la  cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas'". Esa es la obra de Jesús: lograr que cada hombre de la historia viva esa amistad absolutamente compensadora con Dios, viviendo en su amor y en su esperanza.

miércoles, 24 de marzo de 2021

Solo la Verdad de Jesús nos da la libertad. La mentira y el mal nos hacen esclavos

 La verdad os hará libres» – Reporte Católico Laico

Libertad y Verdad se implican mutuamente. No pueden nunca ir separadas. Quien es libre asume la Verdad como forma de vida. Y quien acepta la Verdad en su vida es un hombre auténticamente libre. La libertad no consiste, nunca ha sido así, en hacer lo que nos viene en gana, sino en la conjugación del discernimiento justo de lo que se tiene al frente, y en la decisión de optar por lo mejor. Es libre quien no se deje influenciar por solo lo del mundo, sino quien busque adaptar su vida a la Verdad que conozca, que lo conduce al bien y al amor, al acercamiento a Dios, al cumplimiento de su voluntad y al acercamiento amoroso en la solidaridad para vivir una fraternidad correctamente entendida. No se es libre para hacer el mal. Quien lo entiende así está viviendo en el umbral de la esclavitud, y lo más probable en que termine con las cadenas ahogando en su vida. El mal mayor es el del pecado, que nos conduce a la muerte eterna. El bien mayor es huir del mal, para recibir el premio de la felicidad eterna, y el de la libertad en todo lo cotidiano. Cuando nos dejamos atrapar por el mal y por el pecado, perdemos ese regalo amoroso que nos ha donado nuestro Padre al crearnos, cuando nos hizo a su imagen y semejanza, haciéndonos así similares a Él. La libertad, por lo tanto, nos diviniza, mientras que la esclavitud nos demoniza. El artífice de todos los males nos gana para sí cuando servimos al mal y nos entregamos a la mentira. Nuestro mundo paulatinamente se ha hecho cada vez más servidor de la mentira y del pecado. Por lo tanto se ha hecho cada vez más hogar de los esclavos. Lo malo del mundo se ha ido enseñoreando y ganando terreno, haciendo de los hombres un enjambre de esclavos, aun cuando también hay muchos que no se han dejado ganar del mal y luchan denodadamente por mantener su libertad a tope. Ciertamente la lucha es cruenta, y jamás llegaremos a vivir la plenitud de la libertad en esta vida, pero nos corresponde, a quienes queremos ser sujetos de libertad, dar la batalla, asentándonos cada vez más en la Verdad y en el bien.

Ser fieles a la Verdad y al bien es exigente. Marca una pauta que requiere el esfuerzo y el compromiso real de quien quiere avanzar por esa ruta. No se trata de buscar contemporizar con el mal y llegar a ciertos convenios o arreglos que faciliten el camine y suavicen la exigencia. No es posible hace esto en el camino de la fidelidad. Quien asume el deseo de ser fiel a la Verdad y al bien, debe entender que no sirven las medias tintas para poder estar satisfechos. Desde el inicio de nuestra historia humana las posiciones del bien y del mal son totalmente contrarias e incompatibles. No se puede buscar estar bien con Dios y con el diablo. O se está con Dios o se está contra Él. Quien quiera estar con Dios no puede pretender estar a la vez con el demonio. Mal y bien, mentira y Verdad, son incompatibles. Lo entendieron muy bien los tres jóvenes condenados a la muerte por Nabucodonosor por su decisión irrevocable de ser fieles a Dios: "El rey Nabucodonosor dijo: '¿Es cierto, Sidrac, Misac y Abdénago, que ustedes no temen a mis dioses ni adoran la estatua de oro que he erigido? Miren: si al oír tocar la trompa, la flauta, la cítara, el laúd, el arpa, la vihuela y todos los demás instrumentos, están dispuestos a postrarse adorando la estatua que he hecho, háganlo; pero, si no la adoran, serán arrojados inmediatamente al horno encendido, y ¿qué dios los librará de mis manos?' Sidrac, Misac y Abdénago contestaron al rey Nabucodonosor: 'A eso no tenemos por qué responderte. Si nuestro Dios a quien veneramos puede librarnos del horno encendido, nos librará, oh rey, de tus manos. Y aunque no lo hiciera, que te conste, majestad, que no veneramos a tus dioses ni adoramos la estatua de oro que has erigido'". La verdad, la fidelidad, el seguir al bien, era su motivación. Y ni siquiera la amenaza de muerte fue suficiente para hacerlos debilitarse en su fidelidad a Dios, a su Verdad y al bien. Tremendo ejemplo para nosotros, hombres de hoy, que preferimos contemporizar con los males del mundo y nos hacemos así sus cómplices.

También Jesús fue un hombre absolutamente libre que quiso servir a la Verdad y asumió todas las consecuencias de su decisión. Destruir el mal implica dejarse tocar por él para enfrentarlo y vencerlo. La mentira se combate con la Verdad y el mal se combate con el bien. Y es eso, una batalla, en la que habrá embates duros, crueles y dolorosos. A la Virgen María se le pronosticó en su batalla que "una espada atravesará tu corazón". Lo mismo sucederá con todos nosotros, los que queramos ser fieles a la Verdad y al bien y mantener nuestra libertad incólume. Se nos querrá hacer esclavos de la mentira y servidores del mal. Y tendremos que asumir nuestra batalla, para ser verdaderamente libres en la Verdad. Así lo dijo Jesús a los judíos conversos: "Si ustedes permanecen en mi palabra, serán de verdad discípulos míos; conocerán la Verdad, y la Verdad los hará libres". Solo vivir en la Verdad y en la búsqueda del bien, asegura una libertad que no la da ninguna de las realidades puramente humanas y horizontales. Solo la Verdad que es Jesús nos dará la libertad: "En verdad, en verdad les digo: todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo los hace libres, serán realmente libres. Ya sé que son linaje de Abrahán; sin embargo, tratan de matarme, porque mi palabra no cala en ustedes. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero ustedes hacen lo que le han oído a su padre". Jesús, hombre plenamente libre, quiere donarnos el rescate de nuestra libertad. Y lo hace poniéndonos a la vista la Verdad de su amor, de su entrega, de su salvación. Somos invitados a abandonar la mentira, el mal, el pecado. Aceptar esta invitación implica asumir que habrá una lucha de la esclavitud y del mal contra nosotros. Pero implica también avanzar por el camino correcto, que es de la libertad en la Verdad, que desemboca en la plenitud del gozo de sabernos verdaderos hijos de Dios, rescatados por su amor y conducidos a la meta de la plenitud en la libertad y la Verdad que se dará en la eternidad feliz junto al Padre.

lunes, 15 de marzo de 2021

Dios tiene muy mala memoria sobre nuestro pecado

 EVANGELIO DEL DÍA: Jn 4, 43-54: Había un funcionario real que tenía un hijo  enfermo. | Cursillos de Cristiandad - Diócesis de Cartagena - Murcia

Dios prefiere tener mala memoria. En su esencia de amor, que le da su más profunda identidad, deja brotar la misericordia, por encima de la justicia y del escarmiento que correspondería al recordar la traición del pueblo elegido al darle la espalda y preferir el pecado y el mal antes que el amor y el bien que podía vivir manteniéndose con Dios. En la mente de Dios todo lo que ha hecho Israel está presente. Él es el omnisciente, es decir, el que lo conoce todo y lo tiene todo en su recuerdo. Pero el ideal que vive Dios no es el de la venganza o el del castigo, sino el del amor y el de la misericordia. Siendo Dios de amor jamás se dejará llevar por la ira o el deseo de venganza. Sus actitudes de escarmiento las reserva para el final, cuando el hombre cierre todas las puertas al amor. En ese caso, es el mismo hombre el que elige el camino de la lejanía de Dios, del dolor que viene en consecuencia, de la oscuridad de vida que se yergue sobre el que se aleja de la Luz, del abismo de soledad y de tristeza que sigue a la traición perpetrada contra Dios y los hermanos. Todo esto será la elección de quien se prefiere a sí mismo, dejándose llevar por el egoísmo y la vanidad a que lo empuja el pecado. Esa sería la historia de quien no se deja conquistar por el amor y la misericordia. Una historia muy distinta la vivirá quien, a pesar de su pecado y de su traición, contemplando el amor y la delicadeza de Dios con sus criaturas amadas, se empeña en llenarlo solo de amor, como Padre que mira en una dirección distinta a la que tendría si se queda mirando al pecado. El Dios del amor prefiere olvidar, no tener en su memoria la falta de su criatura, y ofrecerle su mano tendida llena de amor y de ternura. La oferta de futuro es una oferta alucinante de plenitud. Es el perdón, el amor, la misericordia, la ternura, llevados todos al extremo, con lo cual Dios echa en el basurero todos los recuerdos de los males realizados por los hombres.

Quien acepte esta oferta del Dios misericordioso estará aceptando dejarse llenar de amor, sentir la misericordia de quien no se queda mirando el mal ni el pecado, quien deja a un lado la frustración por la traición y la lejanía, quien tiene el poder de deshacer el mal y colocar en su lugar el bien. Es una novedad absoluta la que propone y la que lleva a cabo en quien se abre a ese regalo: "Esto dice el Señor: 'Miren: voy a crear un nuevo cielo y una nueva tierra: de las cosas pasadas ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento. Regocíjense, alégrense por siempre por lo que voy a crear: yo creo a Jerusalén 'alegría', y a su pueblo, 'júbilo'. Me alegraré por Jerusalén y me regocijaré con mi pueblo, ya no se oirá en ella ni llanto ni gemido; ya no habrá allí niño que dure pocos días, ni adulto que no colme sus años, pues será joven quien muera a los cien años, y quien no los alcance se tendrá por maldito. Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán los frutos'". No tiene sentido, entonces, rechazar esta oferta tan ventajosa para el hombre. La novedad total de vida que ofrece el mismo Dios es, con mucho, infinitamente superior a lo que vive el hombre, en medio de los acontecimientos rutinarios de su vida, en los que se presenta el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, la muerte. La utopía que ofrece vivir Dios hace que el hombre tenga que elevar su mirada a lo eterno, a lo trascendente, y no quedarse solo en lo temporal, en lo pasajero. La realidad de esa novedad es totalizante. El hombre que se queda en la contemplación de solo lo que vive actualmente, pierde la perspectiva de la totalidad. Ciertamente su vida seguirá teniendo la opción del dolor y del sufrimiento, pero no debe jamás quedarse encerrado únicamente en esa perspectiva negativa. Sería como encerrase en un túnel oscuro que no ofrece ninguna alternativa. Ante la oferta de Dios, es necesario abrir los ojos del corazón, y percatarse que ya hoy existe compensación en el amor y en la ternura de Dios, y que esa compensación será absoluta al cumplir la ruta y llegar a la meta final de la eternidad. La realidad no es solo oscura. Tiene la luminosidad del amor de Dios.

Esa presencia del Dios del amor que viene a hacer nuevas todas las cosas tiene sus atisbos en las acciones y las palabras de Jesús. A pesar de que muchos se niegan a aceptarlo como el enviado de Dios para la salvación del mundo, Él sigue haciendo las obras del Reino. Él sigue hablando de las cosas de Dios y realizando las obras que el Padre le ha enviado a hacer. La realidad del Reino se va haciendo patente con su caminar y los hombres ya disfrutan de esas obras, llenándose de alegría y de esperanza. El Evangelio del amor es anunciado a todos y las obras que convencen de la presencia de Dios y de su Reino en el mundo son realizadas. Se percibe en quienes van abriendo su corazón una sensación de novedad que los llena de alegría y de esperanza. Dios no ha abandonado a su pueblo, y mucho menos a quienes han guardado una esperanza en su amor infinito: "Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: 'Si ustedes no ven signos y prodigios, no creen'. El funcionario insiste: 'Señor, baja antes de que se muera mi niño'. Jesús le contesta: 'Anda, tu hijo vive'. El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: 'Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre'. El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: 'Tu hijo vive'. Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea". Son las obras del amor, las obras del enviado de Dios, las obras del Reino de Dios presente en el mundo. Y son las obras que Jesús sigue haciendo cotidianamente entre nosotros y que debemos saber percibir con los ojos del espíritu. Así nos alegraremos de la obra de Dios en nosotros y nos llenaremos de la misma esperanza de plenitud que vivieron los que guardaron siempre su fidelidad al amor.

jueves, 11 de marzo de 2021

Está planteada la guerra del mal contra el bien. Vencerá siempre el bien

 El dedo de Dios - Libro " Conociendo a mi amigo el Espíritu Santo

Desde que Luzbel se rebeló a Dios y se enfrentó a Él en aquella épica batalla angelical contra el ejército de Dios, liderado por Miguel, habiendo sido vencido y expulsado de su presencia, se plantea en la historia la guerra del mal contra el bien. Apenas tuvo la oportunidad, después de la creación del universo, y en él, del hombre, apareció para obnubilar al hombre y a la mujer y ponerlos también a ellos contra el Creador, haciendo que le dieran la espalda y prefirieran servirse a sí mismos, en el colmo del egoísmo, de la soberbia y de la vanidad, actitudes típicamente demoníacas, pretendiendo ser ellos mismos dioses que no dependieran ni sirvieran a uno mayor. En esa oportunidad el mal conquistó el corazón del hombre y con ello empezó la mayor tragedia para toda la humanidad, pues expulsó a Dios de su vida y atrajo para sí la desgracia de la ausencia del amor y de la esperanza de eternidad feliz. Sin embargo, el Dios todopoderoso y amoroso diseñó el plan de rescate de su criatura amada, lo puso en marcha inmediatamente y lo concretó tendiendo la mano al hombre a través de acciones y prodigios realizados por enviados que cumplían la misión de procurar un nuevo acercamiento al Dios del amor. Algunos hombres se percataron de su error y aceptaron esa mano tendida de Dios y se acogieron a ella. A pesar de las desgracias que sufría el pueblo, entendían que ellas eran fruto precisamente de esa lejanía que experimentaban por el servicio al mal que habían decidido. Y se convirtieron en ese resto fiel que servía de reclamo amoroso del Dios que los quería de nuevo a todos junto a Él. Y por eso, a pesar del rechazo de otros, Él seguía insistiendo una y otra vez, pues el amor es perseverante y no se cansa. La infidelidad del pueblo persistía y por ello seguían ganándose ellos mismos las desgracias que les venían.

La maldad provocada por el alejamiento del hombre hiere al amor y hace que se profundice la desgracia que se yergue sobre la humanidad. Dios quiere que el mismo hombre se haga consciente de ello y por eso sigue tendiendo la mano y envía sus emisarios que anuncian la superioridad de la vida cuando se está con Él, la experiencia inefable del amor y de la fraternidad, la compensación infinita que se tiene cuando la vida se desarrolla junto a Dios y en armonía con los hermanos: "Esto dice el Señor: 'Esta fue la orden que di a mi pueblo: 'Escuchen mi voz, Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo. Sigan el camino que les señalo, y todo les irá bien'. Pero no escucharon ni hicieron caso. Al contrario, caminaron según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón. Me dieron la espalda y no la cara. Desde que salieron sus padres de Egipto hasta hoy, les envié a mis siervos, los profetas, un día tras otro; pero no me escucharon ni me hicieron caso. Al contrario, endurecieron la cerviz y fueron peores que sus padres. Ya puedes repetirles este discurso, seguro que no te escucharán; ya puedes gritarles, seguro que no te responderán. Aun así les dirás: 'Esta es la gente que no escuchó la voz del Señor, su Dios, y no quiso escarmentar. Ha desaparecido la sinceridad, se la han arrancado de la boca'". La obstinación de los malos es extrema y los mantiene en su decisión de servir al mal, en contra de las evidencias de su propia frustración al saberse lejos de Dios y de su amor. La vida, así, se convierte en la zozobra de la lucha por mantener la hegemonía, por procurarse los placeres mayores, por luchar por obtener bienes bajo cualquier método, por alcanzar una fama que los coloque por encima de todos. La experiencia de la alegría huye de la propia vida. Mucho más la del amor, pues el hombre se convierte en amante de sí mismo, sin tener de ninguna manera alguna compensación. Esta frenética carrera por satisfacerse a sí mismo no deja más que cansancio. Es urgente que llegue el momento en que el mismo hombre caiga en la cuenta de su absurdo y se decida por emprender una ruta diversa en la que sí encuentre las compensaciones espirituales que son esenciales para su felicidad.

Los servidores del mal pretenden aplicar los mismos criterios de acción a todos. Aquella guerra del inicio sigue planteada en los mismos términos. Así como fueron conquistados Adán y Eva, el demonio quiere seguir conquistando hombres y mujeres para él. Pero providencialmente también están los que no se dejan embaucar por sus cantos de sirena y saben que el camino de la verdadera felicidad nunca podrá ser el que aleje de Dios y de su amor. La guerra sigue vigente. Por eso el mal se atreve incluso a retar a Jesús: "En aquel tiempo, estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: 'Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios'. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo". Él, con el mejor de los tinos, refuta estos pensamientos y pone las cosas en el orden que deben estar: "Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues ustedes dicen que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, los hijos de ustedes, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a ustedes". Satanás es vencido por Jesús en esa ocasión, y lo será siempre. Jesús ha venido a establecer la novedad del Reino de Dios en el mundo. Sus obras van anunciado la victoria del bien y la derrota definitiva del mal. Quien se alinee con el mal, será vencido y perderá la posibilidad de la felicidad eterna y de la experiencia inacabable del amor. Quien en esta guerra del mal contra el bien, se coloque del lado del bien, tendrá la mejor ganancia, pues obtendrá la plenitud de la vida y del amor y será feliz en su vida actual y para toda la eternidad.

jueves, 25 de febrero de 2021

El amor y el poder de Dios jamás nos dejan solos

 Evangelio del 5 de marzo: "Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad  y se os abrirá" - Evangelio - COPE

Entre las promesas más esperanzadoras que nos hace Dios a sus hijos está la de no dejarnos nunca solos en las tribulaciones. Notemos que el Señor nunca nos promete evitarlas. Y esto, por una sencilla razón, que es la de su respeto reverencial a nuestra libertad, la que nos regaló Él mismo amorosamente cuando nos creó y nos hizo a su imagen y semejanza. La libertad es uno de los misterios más profundos con los que podemos encontrarnos, pues denota por un lado nuestra grandeza al hacernos similares a nuestro Creador, y por otro, el inmenso riesgo de que la usemos mal y sirva por el contrario para alejarnos de Él y ponernos en su contra. Si la usamos correctamente nos convertiremos en los hombres más felices y afortunados, pues estaremos siempre unidos a nuestro origen, disfrutando de todos los beneficios que derrama sobre nosotros, caminando unidos a los hermanos como una verdadera familia hacia la meta de la vida eterna de amor junto a nuestro Padre. Por el contrario, si la usamos mal, llegaremos a ser los hombres menos afortunados, pues perderemos la conexión con la causa de nuestra vida y de nuestra felicidad, dejaremos a un lado las razones para el auténtico gozo, nos dejaremos invadir por el egoísmo y la vanidad, lo que nos hará convertir a los nuestros en enemigos contra los cuales tendremos que luchar para prevalecer sobre ellos. La libertad es, de esta manera, nuestro gran tesoro, pero si lo permitimos, puede llegar a convertirse en nuestro más pesado lastre. Sin duda, el bien finalmente reinará. Pero el periplo para la llegada a esa meta requerirá de cada uno que asuma su compromiso de crecer en su propia libertad, la auténtica, la que hará que seamos más hombres en la presencia de Dios. No obstante, es una realidad que el mal también estará siempre presente, pues no dejarán de existir quienes se pongan a su servicio y pasen a formar parte del ejército del demonio, buscando el mal del hombre con el fin de herir al amor de Dios. Pero en esa diatriba entre el bien y el mal nos encontramos con la promesa de Dios. Él nos ha creado libres para el bien, no para el mal. Por lo tanto, en esa batalla entre el bien y el mal, estará siempre del lado del bien, y será el apoyo, la fortaleza, el alivio y el consuelo para quien lo necesita. Su presencia en el mundo, poniéndose como es natural siempre del lado del bien, es una promesa suya que no dejará de cumplir.

No se trata de una promesa mágica, en la que Dios sería una especie de talismán contra el mal. Las acciones de Dios nos son mágicas. Están basadas en el amor que ha creado, que sostiene, que es providente, que alivia y que consuela. Consciente de la existencia del mal, tiende su mano a quien lo sufre. No lo evita, pues no puede hacerlo, ya que es parte del riesgo que corrió al habernos creado libres. Los que se decidan por el mal buscarán siempre hacer el mal, particularmente a los que se han decidido por el bien. Aunque sea difícil comprenderlo, el sufrimiento es una ocasión para la manifestación del amor de Dios por nosotros y de su poder. Convencidos de esto, nuestra reacción ante el mal nunca debe ser pensar que Dios nos ha abandonado y que es injusto cuando permite que el mal se enseñoree, sino que con humildad debemos acercarnos más confiadamente a Él, pues es la única base sólida que nos queda para seguir viviendo con la esperanza de su amor y de su salvación. El dolor, en este caso, debe ser para nosotros un gran pedagogo, que nos indica el camino para la confianza extrema en el amor de Dios y para la esperanza de que Él nos está sosteniendo en el momento malo: "En aquellos días, la reina Ester, presa de un temor mortal, se refugió en el Señor. Y se postró en tierra con sus doncellas desde la mañana a la tarde, diciendo: '¡Bendito seas, Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob! Ven en mi ayuda, que estoy sola y no tengo otro socorro fuera de ti, Señor, porque me acecha un gran peligro. Yo he escuchado en los libros de mis antepasados, Señor, que tú libras siempre a los que cumplen tu voluntad. Ahora, Señor, Dios mío, ayúdame, que estoy sola y no tengo a nadie fuera de ti. Ahora, ven en mi ayuda, pues estoy huérfana, y pon en mis labios una palabra oportuna delante del león, y hazme grata a sus ojos. Cambia su corazón para que aborrezca al que nos ataca, para su ruina y la de cuantos están de acuerdo con él. Líbranos de la mano de nuestros enemigos, cambia nuestro luto en gozo y nuestros sufrimientos en salvación'". El mal, con todo su poder, nunca podrá vencer al bien. Y los hombres que nos abandonamos en el amor de Dios, aun en medio de nuestro sufrimiento por los embates del mal, tenemos su mano tendida para convertirse en nuestro refugio y en nuestra fortaleza.

El Señor nunca dejará de estar a nuestro lado. Aun cuando en ocasiones tenemos la sensación de estar solos, de que hemos sido abandonados por Dios en nuestro dolor, de que debemos enfrentarnos con nuestras solas fuerzas al mal, esa no es la realidad. El mal tendrá sus victorias, pero la victoria final será la del bien, es decir, la de Dios. No puede ser derrotado quien es el Todopoderoso, de quien depende la existencia de todo. Nuestro sufrimiento, en todo caso, puede tener su explicación en la necesidad de purificar nuestros pecados, de ofrecer nuestros dolores por quien está sufriendo, o por aquellos que necesitan más de la fuerza de la Gracia divina para luchar. Los fuertes se ofrecen por los débiles. Incluso al mal le podemos sacar provecho y dar el giro positivo. ¡Cuántos no se han salvado gracias al ofrecimiento de un anónimo de sus dolores y sufrimientos! El primero que lo hizo fue el mismo Jesús. Es nuestro modelo. Por eso, para que nos asentemos mejor en la convicción de que no estamos solos, el mismo Jesús nos invita a vivir en la confianza en Dios y en la esperanza de su acción a nuestro favor: "Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de ustedes le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden! Así, pues, todo lo que deseen que los demás hagan con ustedes, háganlo ustedes con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas". Dios es el origen de todo. El bien viene de Él y está en el mundo. Estamos llamados a servirle y a confiar en la presencia y en el auxilio divino en medio de cualquiera de las circunstancias que podemos vivir, pues Él mismo ha prometido estar allí para nosotros.