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jueves, 24 de junio de 2021

Confianza y humildad, para recibir toda la ternura de Jesús

 La petición de un leproso a Jesús: "Si quieres, puedes limpiarme" -  Evangelio - COPE

Nuestras relaciones con Dios deberían tender siempre a ser lo más fluidas posibles. No está reñido el que sean relaciones serias, maduras, sopesadas, conscientes, con el que tratemos de que sean sencillas, cercanas, tiernas, amorosas, joviales. Tendemos a colocar el listón tal alto, que nuestra relación, siendo seria y profunda, la llevamos muchas veces al extremo de hacerla excesivamente formal, incluso llegando al acartonamiento, logrando con ello un cierto alejamiento de la figura cercana, fresca, amorosa, de un Dios que es Padre amoroso, comprensivo y que busca y lo hace todo para que nos sintamos en absoluta confianza ante Él, pues lo que desea es que estemos siempre a su lado, mientras Él derrama todos sus beneficios sobre nosotros. La clave de la confianza en Dios no está nunca, ni nunca lo estará, en mantenerlo lejos de lo afectivo, tan esencial para la vida de la los hombres. Por ello debemos siempre luchar por ni siquiera dar la impresión de tener a un Dios lejano, que no tiene ternura hacia nosotros, o que es también lejano, como si procurara mantener una distancia que no tiene sentido. El buen estado de ánimo, en este sentido, juega un papel muy importante. Quienes se sienten cercanos a Dios, están siempre bañados por el bienestar. Y ese bienestar Dios lo convierte en alegría, en buen carácter, en jovialidad. Sobretodo en lo que refiere en la relación personal con Él, pero que también tendrá repercusiones en la relaciones con los demás, produciendo en todos una sensación de paz y de serenidad tan necesarias en esas relaciones. El seguidor de Dios se convierte así en factor de armonía que, indudablemente, deja su semilla en otros. Y no es que vaya a vivir en un mundo de fantasía, como queriendo dar a entender que no asume su realidad con la seriedad de cada caso. La asume, y quizás con mayor solidez que cualquiera. Solo que ha añadido el sabroso ingrediente de la confianza en Dios, pues sabe que ante cualquier circunstancia vital, Él está presente con su amor, con su poder, y con la inyección de la esperanza.

Cuando se da esa combinación fabulosa de la confianza extrema en Dios y de la alegría, la ternura, el afecto de saberlo siempre allí y que nunca faltará, se dan los casos de mayores beneficios que compensan infinitamente a quien vive esa fidelidad radical. De nuevo nos sale al encuentro la figura gigante de Abraham, nuestro padre en la fe, que ha llegado a un punto extremo de esto que llevamos diciendo. Es tremenda la cascada de bendiciones que Dios está dispuesto a derramar sobre su elegido. Sorprende la cantidad de detalles que Dios tiene con él. Pero es razonable que así sea, pues es el elegido para la obra augusta de la creación de ese nuevo pueblo que será la puerta de entrada para la bendición de la humanidad entera. No puede Dios actuar de otra manera, sino siempre a favor de ese que será personaje fundamental en esa larga y gloriosa historia de salvación que el Señor va escribiendo. En esta ocasión asistimos a la promesa maravillosa de bendecir a Abraham con descendencia. En su ancianidad, ya había permitido que tuviera un descendiente en Ismael. Condescendiendo por la esterilidad de su mujer, le permite unirse a la esclava y de ella tiene a su primer hijo. Pero Dios adelanta su don y hace que Sara, su mujer, pueda tener un hijo, carne de la pareja, con lo cual quedan bendecidos por partida doble. Un regalo de amor que será quien producirá la existencia de esa pléyade de humanidad que invadirá el mundo con la alegría de la Redención futura. La alianza de esa situación de felicidad plena que hará Dios con Abraham tiene su prenda en Isaac. Es tanta la confianza que tiene el patriarca con Dios que se atreve incluso a sonreír en su presencia, en un gesto de incredulidad por la magnitud de la promesa y de la alianza que Dios está dispuesto a hacer por su elegido: "Cuando Abrán tenía noventa y nueve años, se le apareció el Señor y le dijo: 'Yo soy el Dios todopoderoso, camina en mi presencia y sé perfecto'. El Señor añadió a Abrahán: 'Por tu parte, guarda mi alianza, tú y tus descendientes en sucesivas generaciones. Esta es la alianza que habrán de guardar, una alianza entre yo y ustedes y tus descendientes: sea circuncidado todo varón entre ustedes'. El Señor dijo a Abrahán: 'Saray, tu mujer, ya no se llamará Saray, sino Sara. La bendeciré, y te dará un hijo, a quien también bendeciré. De ella nacerán pueblos y reyes de naciones'. Abrahán cayó rostro en tierra y se dijo sonriendo, pensando en su interior: '¿Un centenario va a tener un hijo y Sara va a dar a luz a los noventa?' Y Abrahán dijo a Dios: 'Ojalá pueda vivir Ismael en tu presencia'. Dios replicó: 'No, es Sara quien te va a dar un hijo, lo llamarás Isaac; con él estableceré mi alianza y con sus descendientes, una alianza perpetua. En cuanto a Ismael, escucho tu petición: lo bendeciré, lo haré fecundo, lo haré crecer sobremanera, engendrará doce príncipes y lo convertiré en una gran nación. Pero mi alianza la concertaré con Isaac, el hijo que te dará Sara, el año que viene por estas fechas'. Cuando el Señor terminó de hablar con Abrahán, se retiró". Las bendiciones sobre Abraham nunca cesaron. Y hoy somos todos beneficiarios de ellas.

Por esa confianza madura y tierna, serena y feliz, de estos personajes que entendieron que el Señor nunca pone barreras para que nos sintamos a gusto junto a Él, se obtienen los mayores favores de su mano amorosa y poderosa. Tener a Dios en el corazón, en la actitud más cercana que podamos alcanzar, como respuesta a su amor, confiando radicalmente que esa alegría que produce estar seguros de que con Él nunca será traicionada, produce las alegrías mayores. Y nos lanza a manifestar nuestra confianza de que jamás seremos rechazados. Dios nunca rechazará a quien se acerca a Él manifestando la mayor de las confianzas. El amor no actúa así jamás. Más bien atrae y confirma en el amor. Por eso, en esa comprensión clara de quién es Dios, aquel leproso se lanzó en los brazos del amor. Conocedor de su situación legal, que lo lanzaba a la mayor execración legal y social, asumía su condición dolorosa con resignación. Expulsado socialmente, se atrevió a sobrepasar las restricciones que se le imponían, y con la confianza de saber que estaba delante de quien todo lo podía, se le acerca con humildad y confianza a solicitar el mayor  favor que podía recibir: "Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: 'Señor, si quieres, puedes limpiarme'. Extendió la mano y lo tocó, diciendo: 'Quiero, queda limpio'. Y en seguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: 'No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio'". En ese extremo de humildad y confianza, no exige. La decisión final es la de Jesús. Él es el Dios poderoso que tiene el amor suficiente para concederle el don. Y en sus manos lo deja. "Si quieres..." Y por supuesto, Jesús siempre quiere. "Quiero, queda limpio". Jesús ha venido para hacer el bien. Y todo el que se acerca a Él para recibir el beneficio, lo recibirá. A ninguno de nosotros nos dejará a un lado, sin manifestarnos su amor y su ternura. Todos somos beneficiarios de ese amor y de ese poder. Solo que ante Él debemos ser nosotros también tiernos en esa relación, manifestando nuestra madurez en nuestra experiencia, y abriendo nuestro corazón, dispuestos a recibir ese amor profundo, y a responder profundizando cada vez en la confianza y la humildad delante de quien es el más tierno de todos, nuestro Dios de amor.

Juan Bautista, bisagra entre lo antiguo y lo nuevo

 día 24: Nacimiento de Juan Bautista | Familia Franciscana

Juan Bautista es uno de los personajes bisagra de la nueva historia de la salvación escrita amorosamente por Dios con la Sangre de su Cordero, entregado en sacrificio consolador por la humanidad. De él hace Jesús el mayor reconocimiento que se puede hacer a un ser humano alguno: "No ha nacido nadie mayor de mujer". No se trata de una afirmación de simple entusiasmo, sino de una constatación objetiva, sobre todo por la tarea que le corresponde realizar en el presente y en ese futuro inmediato de su misión. Son varios los personajes que destacan durante la historia turbulenta y gloriosa de Israel, el pueblo elegido por el Señor para ser suyo. Y en algunos, particularmente, la revelación que se va abriendo camino, se acentúan sobre todo las manifestaciones extraordinarias de sus orígenes. No se pueden ocultar los de la descendencia de Abraham, los hijos de Jacob, Sansón, Isaac, y otros más. Sobre todos ellos destaca la figura de Juan Bautista, a quien el favor de Dios hace que centremos el foco en lo extraordinario de lo que está rodeado. Juan Bautista es el último de los Profetas y de los Patriarcas del Antiguo Testamento, y es el primero de los Apóstoles. Él abre el camino a la entrada de Jesús al mundo, es el Precursor que finalmente presentará al "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Su voz es "la voz que clama en el desierto", invitando a los hombres a abrir el corazón a la obra final de salvación de Dios en favor del hombre. No existe sobre la tierra tarea más importante y determinante. Por ello, no es solo bisagra, sino referencia obligatoria para todos los salvados de Jesús: "El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: 'Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré' ... 'Mi Dios era mi fuerza: 'Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra'". Su figura como adalid de Jesús, el Salvador, tiene una importancia innegable, que no puede ser nunca dejada a un lado.

La instrumentalidad del Bautista es evidente. Y él mismo la asumió con la seriedad del caso. Jamás rehuyó a ella y muy al contrario, en respeto de aquello para lo cual el Señor lo había elegido, con la mayor humildad lo asumió. Nunca se atribuyó a sí mismo ningún mérito, sino que se hizo cada vez más consciente de lo que a él le correspondía. De una personalidad recia, valiente, podríamos decir que hasta hosca, se convirtió en una personalidad suave, humilde, consciente de lo que era. Habiéndose podido aprovechar del éxito personal que estaba obteniendo entre sus seguidores a los cuales se sumaba cada vez más gente, nunca se atribuyó nada a sí mismo. Muy al contrario, buscó siempre que esos seguidores fijaran su mirada en el verdadero foco, el importante, Aquel al cual él servía con plena conciencia: "En aquellos días, dijo Pablo: 'Dios suscitó como rey a David, en favor del cual dio testimonio, diciendo: 'Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos'. Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes de que llegara Jesús; y, cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida decía: 'Yo no soy quien ustedes piensan, pero, miren, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias de los pies'. Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos ustedes los que temen a Dios: a ustedes se les ha enviado esta palabra de salvación'". Es Juan el primero de los instrumentos que abren el nuevo camino de la nueva ley. Él es el primero de los beneficiados, fuera de la fulgurante figura de nuestra Madre María, elegida desde antiguo para ser la Madre del Redentor. Junto a Ella, esta historia gloriosa se escribe con las letras de la figura de Juan Bautista, "el mayor de los nacidos de mujer".

Rodeado del halo del misterio de Dios, y pleno de demostración de amor por el hombre, su nacimiento no puede ser sino maravilloso. Los ancianos Zacarías e Isabel, primos de la Virgen María, Madre del Redentor, habiendo recibido la mayor de las bendiciones, pues el Señor los bendice en su ancianidad, seca y estéril, con un fruto de sus propias entrañas. Y en el reconocimiento de haber recibido un inmenso favor, como don de amor y de fidelidad, se ponen ante el Señor del amor con la plena disposición de respuesta. Aún en el reconocimiento de una maravilla que se estaba sucediendo a su vista, sus familiares y amigos se empeñan en querer mantener una cierta "normalidad" que no cabía. Lo que estaba sucediendo era totalmente fuera de lo natural y, a pesar de sus empeños, los esposos ancianos pugnan por reconocer el inmenso misterio de lo que estaba a la vista de todos. La fuerza de su convicción vence y se impone lo razonable: hay que reconocer el misterio, aun con lo incomprensible que puede resultar. El nuevo orden del amor así lo exige. Y a eso hay que responder: "A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: '¡ No! Se va a llamar Juan'. Y le dijeron: 'Ninguno de tus parientes se llama así'. Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: 'Juan es su nombre'. Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: 'Pues ¿qué será este niño?' Porque la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel". Es Juan Bautista, el Precursor, el primero de la Apóstoles, el último de los Profetas y de los Patriarcas, el que inaugura el nuevo camino de la novedad absoluta de la salvación que trae Jesús. Instrumento privilegiado del Señor para abrir los caminos hacia los corazones de los hombres de ese Cordero de Dios que viene a quitar los pecados del mundo, los nuestros, para dejar despejada la ruta para la llegada de Jesús a nuestros corazones. De nuevo, un gesto del amor infinito y eterno por nosotros, sus criaturas.

sábado, 5 de junio de 2021

El secreto del Rey Jesús es su amor, y nuestra alegría proclamarlo

 Esa pobre viuda ha echado más que nadie» | Razones para Creer

El libro de Tobías, dentro de toda la belleza que descubre la revelación divina desde el principio, en el Antiguo y el Nuevo Testamento, es, quizás, uno de los escritos más hermosos, más enternecedores, y que llama más a los destinatarios, que eran los miembros de ese pueblo judío oprimido por penurias y persecuciones, humillado y burlado, pero que no cejaba nunca en la confianza radical en el Dios de amor y providente, a convencerse del favor divino. La fidelidad de Tobías era extrema y, a pesar de las circunstancias tan negativas que le tocaba vivir, sabía que no podía dejar esa mano que lo sostenía y que le daba las fuerzas y la ilusión de seguir adelante junto a Él, pues estaba consciente de que no había otra ruta para alcanzar la plena felicidad prometida. Es un cántico al mayor romanticismo real, el que debe marcar la vida de todo fiel. La pretensión del autor no es convencer racionalmente a nadie, aunque posea visos de catequesis doctrinal, sino más bien relatar su propia experiencia personal para dar a todos una visión del por qué mantenerse junto a Dios y serle fiel por encima de todo, es, con mucho, la opción mejor para cualquier hombre que añore vivir la plenitud de la felicidad. Para Tobías y para toda su familia la cuestión estaba muy clara: ser humildes, servir a Dios en toda ocasión, ser fieles a su amor, nunca separar la vista de Él, es el auténtico camino y el único posible para gozar de las dulzuras del Señor. Su confianza en el amor y la providencia divina se mantenían siempre incólumes. Y en la recompensa de la felicidad que obtienen por ello, deben colocar la vista los espectadores para que ellos también sean testigos de tales bendiciones. El único camino de la felicidad es el de la humildad, el de la fidelidad, el de la esperanza. Fuera de ello, solo se encontrará sufrimiento y oscuridad, sin una perspectiva mejor.

La frase que da marco a esa reflexión puede ser esta tan significativa y enjundiosa que dice el arcángel San Rafael: "Alaben a Dios y denle gracias ante todos los vivientes por los beneficios que les ha concedido; así todos cantarán y alabarán su nombre. Proclamen a todo el mundo las gloriosas acciones de Dios y no descuiden darle gracias. Es bueno guardar el secreto del rey, pero las gloriosas acciones de Dios hay que manifestarlas en público". Es bueno guardar el secreto del rey, es decir, es bueno reconocer el misterio profundo del amor de Dios que siempre está del lado del hombre. Dios es misterio en sí mismo y conocerlo plenamente está reservado para el final de los tiempos, cuando ya estemos en su presencia sin sombras, donde "Dios será todo en todos" y "lo veremos tal cual es". Mientras tanto, estamos en camino hacia esa meta de plenitud, por lo cual nos motiva ya no lo intelectual, sino la experiencia de su amor en nosotros. Por eso, aun cuando el misterio prevalece, estamos obligados a ser testigos y a dar testimonio de los beneficios que nos otorga continuamente. En efecto, el secreto del rey se sustenta, pero estamos obligados a testimoniar su amor, por sus acciones en favor de nosotros: "Practiquen el bien, y no los atrapará el mal. Más vale la oración sincera y la limosna hecha con rectitud que la riqueza lograda con injusticia. Más vale dar limosna que amontonar oro. La limosna libra de la muerte y purifica del pecado. Los que dan limosna vivirán largos años, mientras que los pecadores y malhechores atentan contra su propia vida. Les voy a decir toda la verdad, sin ocultarles nada. Les he dicho que es bueno guardar el secreto del rey y manifestar en público las gloriosas acciones de Dios. Pues bien, cuando tú y Sara oraban, era yo quien presentaba el memorial de sus oraciones ante la gloria del Señor, y lo mismo cuando enterrabas a los muertos. El día en que te levantaste enseguida de la mesa, sin comer, para dar sepultura a un cadáver, Dios me había enviado para someterte a prueba. También ahora me ha enviado Dios para curarlos a ti y a tu nuera Sara. Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están al servicio del Señor y tienen acceso a la gloria de su presencia. Ahora pues, alaben al Señor en la tierra, denle gracias. Yo subo al que me ha enviado. Pongan por escrito todo lo que les ha sucedido'. El ángel se elevó". Es la vida de cada fiel a Dios, receptor de todos sus beneficios, la que debe ser anunciadora de todas las dádivas divinas. Se trata de dar la gloria al único que la tiene y que la hace presente en el mundo, sin atribuirse ningún mérito, sino solo el de dejarse conducir por Él, abandonándose siempre en su voluntad amorosa.

Es el reconocimiento más honesto que podemos poner en la presencia de Dios. No somos poseedores de nada, sino solo del amor que Él mismo nos ha regalado. Todo lo que tenemos son dones amorosos, en lo cual Dios mismo se ha comprometido con nosotros y que jamás nos faltarán. Aun cuando Dios ha puesto en nosotros todas las capacidades para que avancemos progresando, incluso en el orden material, necesitamos entrar en el reconocimiento de que todos los beneficios que podemos obtener tienen a su amor como única fuente, y que por lo tanto pretender pasar por encima de ellos, es absurdo y pretencioso. Todo nos viene de Dios y es de Él. Por lo tanto, en la justa retribución a ese amor está el camino justo. Él nos lo ha dado y nos lo seguirá dando sin duda alguna. De esa convicción debemos dar siempre testimonio. Vivir siempre agradeciendo los beneficios del amor y reconocer que todo nos viene de Dios. Fue lo que Jesús admiró en el templo al contemplar a aquella pobre viuda que dio como limosna lo único que le quedaba para vivir. Ella estaba poniendo no un valor material en las manos de Dios. Estaba poniendo toda su vida. Cada uno ponía lo que poseía, o bien lo que le sobraba. No es que estuviera mal lo que hacían, pero les faltaba el plus de la caridad hacia Dios, en el reconocimiento de que Él era el que tenía más derecho sobre todo, en particular sobre sus propias vidas: "En aquel tiempo, Jesús, instruyendo al gentío, les decía: '¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, y aparentan hacer largas oraciones. Éstos recibirán una condenación más rigurosa'. Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. Llamando a sus discípulos, les dijo: 'En verdad les digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir'". No se trata de buscar reconocimientos en las obras buenas. Eso invalida todo esfuerzo hecho. Se trata de reconocer las bendiciones de Dios, de guardar en lo más íntimo del corazón el secreto del rey, que es el secreto a voces de su amor incólume por nosotros, y de proclamarlo con  la vida para que sean más los que proclamen con su vida la felicidad plena de ser totalmente suyos y de ponerse sin ambages en sus manos amorosas.

sábado, 6 de marzo de 2021

Nuestro Padre de amor jamás dejará de ser misericordioso

 La Parábola del Hijo Pródigo - Historia de la Biblia - Historias Bíblicas

Dios respeta reverentemente la libertad del hombre. Siendo un regalo que le dio al crearlo a su imagen y semejanza, no puede arrebatársela, pues sus dones son irrevocables. Cuando da algo, nunca lo echará atrás. Queda, en cierta manera, atado a su decisión. En primer lugar, la condición de que el hombre existiera "a nuestra imagen, según nuestra semejanza", implicaba que tuviera cualidades divinas que lo harían participar analógicamente de su naturaleza divina. Sin ser Dios, el hombre llegó, por voluntad divina, a poseer cualidades divinas. Estas cualidades son la capacidad de amar como ama Dios; la capacidad de pensar, de discernir, de tomar decisiones; la capacidad de vivir en comunidad al igual que lo hace la Santísima Trinidad; la libertad por la cual el hombre es capaz de escoger su camino y de decidir según su criterio lo que es mejor para él. Son los tesoros que Dios ha dado a aquel que ha puesto en el centro de todo lo creado, haciendo gala de su amor por él, por cuanto ninguna obligación tenía con su criatura. Lo lanza a ello solo el amor infinito que vive en su intimidad y que dejó que se transmitiera en el gesto grandioso de la creación. Y en segundo lugar, la donación de todas estas prerrogativas divinas no puede ser revocada, pues Dios es inmutable y no puede, o no desea, cambiar su decisión de favorecer en todo al hombre. Aun a sabiendas de que el hombre puede hacer un uso errado de esa libertad y de todas las cualidades divinas que ha colocado en su ser, su decisión sigue siendo que el hombre las siga poseyendo. El mismo camino de la historia humana será el mejor pedagogo, pues el hombre, en su propia experiencia vital, irá viviendo el inmenso abanico de posibilidades que se le presentan, y al experimentarlas, tendrá siempre la opción de discernir el camino mejor que lo sustentará sólidamente en la auténtica libertad, y al fin, lo hará más hombre, más consciente de su condición de hijo de Dios y de hermano de los demás hombres. En este sentido, Dios no busca imponer una conducta a su criatura, sino que desea, amorosamente, que el mismo hombre vaya descubriendo cuál es la mejor. De ahí el respeto a su libertad y su determinación de nunca impedirla.

A todo esto es necesario añadir una condición divina que nunca dejará de estar presente. Dios es un Dios de amor. Esa es su identidad más profunda. Teniendo, por supuesto, todas las cualidades divinas a tope, como su poder, su sabiduría, su infinitud, su omnipresencia, todas ellas infinitas y naturales en Él, en referencia a la humanidad, la que más brilla y más nos compensa es su amor. Somos beneficiarios de todas esas cualidades, pero la que vivimos con mayor intensidad es la de su amor. Dependemos en todo absolutamente de Él, por cuanto es nuestro origen, ha previsto cargarnos de todos los beneficios, pone en nuestras manos todo lo que necesitamos, ha hecho que el mundo funcione para nosotros, todos los demás seres de la creación existen en función de lo que sirven al hombre. No hay nada en nuestra historia que no esté conectado a la voluntad divina que nos hace existir y que nos sostiene. Pero lo que más toca nuestra intimidad es el amor que derrama sobre nosotros. Y es un amor que se transforma siempre en lo que necesitamos más, que es en misericordia. A pesar del mal uso de la libertad que en ocasiones mostramos, Él está siempre a la espera de que caigamos en cuenta del perjuicio que nos producimos nosotros mismos, que nos arrepintamos de aquello que nos ha alejado de Él, y que volvamos con humildad y confianza a retomar el camino correcto y nos acerquemos con la cabeza gacha a su presencia para solicitar su perdón y ser admitidos de nuevo como hijos amados: "¿Qué Dios hay como tú, capaz de perdonar el pecado, de pasar por alto la falta del resto de tu heredad? No conserva para siempre su cólera, pues le gusta la misericordia. Volverá a compadecerse de nosotros, destrozará nuestras culpas, arrojará nuestros pecados a lo hondo del mar. Concederás a Jacob tu fidelidad y a Abrahán tu bondad, como antaño prometiste a nuestros padres". Es un Dios de amor que no puede negar su misericordia al corazón arrepentido de su pecado, el que lo ha alejado de su amor, y añora de nuevo la cercanía.

El cuadro perfecto de esa figura del Dios misericordioso, que es el Padre amoroso que añora el regreso de su hijo que se ha alejado y ha elegido el camino de la lejanía del amor y el que lo lleva cada vez más al abismo y a la oscuridad de la vida sin Dios, nos lo ha pintado Jesús en la parábola del Hijo Pródigo. Este es el verdadero Dios. El que se conduele de la desgracia que sus propios hijos se procuran. No es el Dios que está esperando para reprender ni castigar, sino el Padre de amor que espera el retorno de su hijo, que habiendo comprobado la tristeza y el dolor de estar lejos de su Padre amoroso, vuelve arrepentido y humilde a solicitar ser de nuevo admitido en el hogar paterno, donde se vive solo el amor. Lejos de ese hogar solo ha experimentado la debacle personal, en un primer momento haciéndose todos los regalos imaginables que caían en el vacío de la idolatría a sí mismo, a la riqueza, al placer y al prestigio, produciendo las ansias de más, lo cual demostraba que nada de eso era satisfactorio para darle alegría ni esperanza, sino que lo dejaban en la insatisfacción y el desasosiego. Y en un segundo momento, en la oscuridad total cuando perdió ya todo el dinero, con lo cual todos aquellos que lo acompañaban en sus juergas desaparecen, pues ya no podrían sacar más provecho de su prodigalidad. Su humanidad estaba herida mortalmente. Lo único que le queda es acudir de nuevo a Aquel del que está seguro que no le fallará, como en efecto fue. Arrepentido y reconociendo su debacle humana vuelve a la casa del Padre que lo recibe de nuevo amorosamente, sin siquiera reprocharle su conducta. Lo importante es que ha vuelto, y por ello es recibido de nuevo, como el hijo que era, recuperando su total dignidad. Así es la actuación del Padre que se duele más por la lejanía que por el pecado, y por eso no duda jamás en aplicar su misericordia al que vuelve humilde y arrepentido, reconociendo su torpeza: "El padre dijo a sus criados: 'Saquen enseguida la mejor túnica y vístansela; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y sacrifíquenlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado'. Y empezaron a celebrar el banquete". La alegría del Padre es la vuelta de su hijo amado, tener a sus hijos con Él, incluso aquel que se negaba, porque había sido supuestamente "fiel". El Hijo Pródigo había decidido. Y había decidido mal. Pero el Padre esperó siempre su regreso al notar su tragedia. El amor convertido en misericordia es el que vence. Y así será siempre si somos humildes y nos acercamos de nuevo a nuestro Padre, Dios de amor, que nunca dejará de ser misericordioso y jamás nos negará su perdón.

martes, 2 de marzo de 2021

Existimos para servir a Dios y a los hermanos por amor

 Balbuceos de un Eremita .: ¡Qué fuerte, Maestro!

El seguimiento de Dios es un seguimiento comprometido. Quien se decida a hacerlo sabe que está asumiendo una responsabilidad seria de hacer lo que es su voluntad. De alguna manera está renunciando a sus privilegios personales, a sus pensamientos puramente humanos, a sus conductas desordenadas, a su egoísmo individualista y aislante. No se puede ser discípulo de Cristo y pretender seguir viviendo una misma vida que conduce al alejamiento de Dios y de los hermanos. No se puede ser dos cosas a la vez, por un lado, alguien que quiere ser fiel a Dios, y por el otro, alguien que quiere seguir llevando adelante acciones y pensamientos que lo alejen de Dios y de los demás. No se puede servir a la vez al bien y al mal, pretendiendo que la cosa no tiene mayor trascendencia. Quien es de Dios no tiene licencia para ser de otro. Esta dicotomía es letal para el espíritu de quien quiera mantenerse en el camino de la felicidad y de la salvación. La asunción del compromiso de seguimiento del Señor es totalizante. Jamás puede ser parcial. Dios no quiere medias tintas entre sus seguidores. Precisamente por creer, al contrario, que sí es posible, nuestro mundo sufre mucho. Los cristianos no terminan de asumir con profundidad su compromiso de ser testimonio de entrega a Dios y a su amor, del amor y de la fraternidad entre hermanos, y por ello llegan a pensar en que no hay problema en querer ser pertenencia del Dios de la vida y ponerse al servicio de lo que hiere la vida, como el aborto y la eutanasia; en querer ser seguidor del Dios Justo y cometer injusticias contra los más débiles y desprotegidos; en querer ser del Dios Providente y querer aprovecharse egoístamente de los bienes buscando obtenerlos de cualquier manera sin que importe ni siquiera la honestidad. La llamada de atención de Dios es acuciante, pues nos pone delante de nuestra propia incongruencia y nos conmina a retomar el camino auténtico.

La llegada del Reino de Dios que nos ha traído Jesús nos ha puesto ante una realidad totalmente nueva. La novedad de la vida de quien quiere pertenecer a ese Reino debe hacerse patente en la transformación personal, adquiriendo un estilo de vida nuevo en el que se deseche todo lo que apunta a egoísmo, a vanidad, a hedonismo, a idolatría. El hombre nuevo, el que pertenece a ese nuevo Reino que surge, deja atrás todo lo que es de la conducta del hombre viejo. De allí que la comparación que hace Dios de la conducta antigua se base en el estilo de vida de Sodoma y Gomorra, símbolos de la perdición de la humanidad: "Lávense, purifíquense, aparten de mi vista sus malas acciones. Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien. Busquen la justicia, socorran al oprimido, protejan el derecho del huérfano, defiendan a la viuda. Vengan entonces, y discutiremos —dice el Señor—. Aunque los pecados de ustedes sean como escarlata, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana. Si saben obedecer, comerán de los frutos de la tierra; si rehúsan y se rebelan, los devorará la espada —ha hablado la boca del Señor—". La llamada es a un cambio radical, a ser de una sola faceta, a no ser como veletas que dependan de la dirección del viento. Entra en juego, entonces, una actitud fundamental en el discípulo, que es la humildad. Quien no es humilde, es decir, quien no reconoce que lo que Dios ofrece es, con mucho, mejor de lo que se posee, nunca estará bien dispuesto a dar ese paso hacia adelante en la conversión personal, para la transformación de su entorno. Si se quiere avanzar en el camino hacia la plenitud personal, hacia esa meta de felicidad absoluta, esta deberá ser la actitud que habrá que asumir.

Esa humildad necesaria para el reconocimiento de lo urgente del cambio que debe dar el que quiera ser auténtico discípulo, debe tener luego también consecuencias en la experiencia de la vida comunitaria de los fieles como familia de Dios. La humildad llama al servicio por amor a los hermanos, el estar siempre a la disposición para actuar según lo requiera el amor mutuo, para atender en primer lugar a las necesidades de los más desposeídos y los desplazados, para estar atento a las necesidades de los hermanos, sobre todo de aquellos que son más desfavorecidos. No se puede pretender sacar provecho ilegítimo del ser discípulo, menos aún cuando se tiene una responsabilidad mayor en la comunidad. Si es así, debe darse justamente la situación contraria: quien está al frente debe entenderse como el primer servidor, el primer llamado a dar testimonio de amor y de solidaridad con los más pequeños y necesitados. Se trata de seguir el ejemplo que dejó Jesús que, siendo el Redentor del mundo, Dios hecho hombre, por lo tanto, quien tendría más derecho de sentirse por encima de todos, al contrario, con la máxima humildad asumió su condición de servidor, al extremo de cumplir su mejor servicio en la entrega de su propia vida. Por ello, su invitación no es de memoria, sino que está basada en su propia experiencia vital: "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: hagan y cumplan todo lo que les digan; pero no hagan lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame 'rabbí'. Ustedes, en cambio, no se dejen llamar 'rabbí', porque uno solo es su maestro y todos ustedes son hermanos. Y no llamen padre de ustedes a nadie en la tierra, porque uno solo es su Padre, el del cielo. No se dejen llamar maestros, porque uno solo es su maestro, el Mesías. El primero entre ustedes será su servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido". La transformación a la que nos llama el ser discípulo de Jesús es verdaderamente comprometedora. Y es tremendamente exigente. Pero es a la vez muy compensadora, pues nos asegura el avanzar por el camino de nuestra felicidad al estar haciendo lo que Dios quiere de nosotros, para lo cual nos ha creado, y que tendrá como consecuencia final nuestra plenitud ahora y en la vida eterna.

viernes, 29 de enero de 2021

El amor nuevo de Jesús nos hace a todos nuevos en el Reino de Dios

 La semilla germina y va creciendo, sin que sembrador sepa cómo” - Podcast

Las realidades de la vida de la fe es necesario iluminarlas con una luz diversa de la cotidiana. Para los hombres que se guían solo por la realidad tangible y pasajera, lo único válido es lo que pueden percibir por los sentidos. Las satisfacciones serán solo aquellas que físicamente produzcan placer o llenen de sosiego y tranquilidad en sus experiencias humanas. Cualquier cosa que atraiga algo contrario al disfrute debe ser inmediatamente rechazada, por cuanto en su mentalidad la vida ha sido recibida solo para el disfrute. El hedonismo, los placeres, el disfrute total, serán lo único a lo que se tiene derecho, por lo cual cualquier cosa que no vaya en esa línea no entra entre las cosas que forman parte de la vida cotidiana. Todo lo que venga a perturbar la paz, la armonía, el disfrute egoísta de todos los bienes, es una especie de invasión de lo que debe ser la vida. La vida del hombre se convierte así en una especie de "irresponsabilidad" cotidiana, en la que todo lo que llame a asumir una tarea de mejora personal o del entorno ya no corresponde a las tareas propias del hombre que vive. Todo debe ser "hecho" y "dado" a la medida. Sin embargo, cuando a la vida se le da una óptica superior, en la que se asume que después de la vida material deberá existir algo más, que le dé un sentido pleno a todo lo que se vive, que la vida no puede gastarse solo en un transcurrir del tiempo que finalmente acabará en la nada oscura y sin sentido, el hombre asume que debe tomar una actitud diversa que lo hará asumir con seriedad y responsabilidad ese futuro que vendrá inexorablemente.

Con una actitud así, dos deben ser las grandes ventajas que se deben asumir: en primer lugar la humildad, contemplando que nada de lo que se tiene entre manos es propio, sino que es todo simplemente dádiva del amor, puesta en las manos del hombre como dones para que desarrolle una vida en la línea del progreso y la mejora que el mismo Dios quiere para el hombre y para el mundo, y en segundo lugar, el desprendimiento total de las cosas materiales, ante las cuales solo resta tener la buena disposición de seguir recibiendo esos dones de amor, pues se asumen que son las cosas que Dios mismo quiere que tengamos para avanzar de su mano, confiando sencillamente en ese amor que es la fuente de todo bien y de todo bienestar. Al fin y al cabo, eso que recibimos como valores del Reino aquí y ahora, será lo que viviremos en la eternidad prometida: "Hermanos: Recuerden aquellos días primeros, en los que, recién iluminados, soportaron múltiples combates y sufrimientos: unos, expuestos públicamente a oprobios y malos tratos; otros, solidarios de los que eran tratados así. Compartieron el sufrimiento de los encarcelados, aceptaron con alegría que les confiscaran los bienes, sabiendo que tenían bienes mejores y permanentes. No renuncien, pues, a su valentía, que tendrá una gran recompensa. Les hace falta paciencia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa. 'Un poquito de tiempo todavía y el que viene llegará sin retraso; mi justo vivirá por la fe, pero si se arredra le retiraré mi favor'. Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma". Se trata de poner el valor donde verdaderamente está, y no en lo que pasa y desaparece.

Al fin y al cabo, el Señor seguirá haciendo su obra, por encima de todo. Su obra total, habiendo pasado por el horror del dolor, del sufrimiento y de la muerte en vez de nosotros, se completa únicamente con el establecimiento del Reino en el mundo, en el cual cada hombre y cada mujer serán los beneficiarios totales, pues serán los que disfrutarán de ese amor y de esa misericordia alcanzadas por el sacrificio de Jesús, con la idea de que ella será la experiencia vital inmutable que vivirá toda la humanidad. Es la meta que Dios quiere para todos, sin que quede nadie por fuera. Quedarán por fuera solo aquellos que se empeñen en vivir en la inmediatez que se acaba y que desaparece, haciendo caer su vida en la insensatez de la desaparición total, alcanzando un vacío sin sentido que no es el que quiere Dios para su Creación: "En aquel tiempo, Jesús decía al gentío: 'El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega'. Dijo también: '¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra'. Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado". Jesús quiere dejar a todos claro que no basta el perdón de los pecados, sino que es necesario el deseo de vivir en esa nueva realidad del Reino de Dios, que estará toda ella marcada por ese amor nuevo que Él quiere derramar sobre toda la creación.