Todo lo que vivimos los cristianos tiene un sustento muy sólido, que es el de la esperanza. Absolutamente nada de lo que vivimos dejará de tener repercusión en nuestro futuro.Y no sólo por lo que cada uno sembrará para cosechar en la eternidad, sino por la promesa que nos hace Dios y lo que nos depara en cuanto a ese futuro de armonía total que nos espera. Dios compromete seriamente su Palabra cuando nos habla de ese futuro maravilloso que está en nuestro camino. Sin tener en cuenta aún los méritos que podamos hacer para vivirlo, la promesa del Señor es la de la novedad absoluta, en la que se borrará todo lo oscuro, todo lo antiguo, todo lo pesaroso que pudo haberse vivido... Es el futuro con Él, en el que, por supuesto, no habrá nada torcido...
Dice el Señor a Israel: "Miren: yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva: de lo pasado no habrá recuerdo ni vendrá pensamiento, sino que habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear". La Nueva Creación, que será la restauración total de la armonía originaria, en la que la única regla era la del amor, la de la presencia reinante de Dios, la de la fraternidad perfecta, la de la filiación entrañable, se vivirá de nuevo, pero en una dimensión distinta a la original. Esta vez será definitiva, pues será la elección de los que añoran aquellos tiempos primeros en los que los hombres tenían la concordia total con Dios y con los demás... Quienes la rechacen quedarán en su penumbra eternamente. La libertad, por lo tanto, jugará un papel esencial en esta nueva etapa. La vivencia será absolutamente libre, fruto de la elección personal. Se decidirá cada uno por ella o por la discordia, por el amor o por el odio, por la paz o por la guerra, por la fraternidad o por la enemistad... Cada uno hará su opción, y será definitiva...
Es una realidad que realizará Dios, el Creador, que se convertirá, así, en el Nuevo Creador. Dios echará mano de todo su poder y de todo su amor, colocará todas sus energías en lograr esa nueva meta que superará con mucho la Creación original, la hará subir un escalón infinito, la dará como homenaje póstumo y final, pero que durará eternamente, a quien le siga con amor en el deseo de ver cumplida perfectamente aquella esperanza de lo que se promete tan insistentemente... Dios hace su parte. Y la del hombre es la de añorar. Cuando se añora, se hace lo posible para que aquello que se añora llegue, se dispone uno a recibir el don maravilloso, se alinea uno en la fila de los que quieren ver cumplida la esperanza... Dios hace el gasto y el hombre alimenta su esperanza. Esa es la motivación principal de quien espera...
La vida, con todo sus avatares, que pueden ser de alegría o de tristeza, de felicidad o de sufrimiento, será superada. No habrá ya en la vida del hombre nada que la haga dolorosa o indeseable, pues el mismo Dios se encargará de anular toda sombra, todo dolor, todo sufrimiento. La Nueva Creación es absoluta luminosidad, sin un ápice de oscuridad. El Sol será el mismo Dios que se encargará de descargar su luminosidad y de llenar con ello de alegría todo lo que existe, principalmente la vida de los hombres... El anuncio de Dios es de una espectacularidad sin precedentes: "Miren: voy a transformar a Jerusalén en alegría, y a su pueblo en gozo; me alegraré de Jerusalén y me gozaré de mi pueblo, y ya no se oirán en ella gemidos ni llantos; ya no habrá allí niños malogrados ni adultos que no colmen sus años, pues será joven el que muera a los cien años, y el que no los alcance se tendrá por maldito. Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos". Los que estén viviendo ahora momentos de tortura, de dolor, de sufrimiento, los que estén añorando que llegue la justicia y la paz, la armonía y el reinado de la Verdad, verán absolutamente colmada su esperanza, pues será el reinado de Dios, el que es justo y pacífico, el que compensará con creces los agobios por establecer la paz, por vencer la injusticia, por imponer el reinado de la armonía y de la Verdad, que se funda sólo en Dios...
Ese itinerario de cumplimiento se inició con Jesús. La obra de Cristo dio a los hombres un atisbo de eternidad. La inició con la demostración de la presencia del poder de Dios que sanaba, levantaba, perdonaba pecados, resucitaba, multiplicaba los panes y los peces, lloraba con el que sufría, alegraba a quien los necesitaba... Abrió las puertas de esa situación definitiva de felicidad eterna con su Muerte y Resurrección, con lo cual restableció permanentemente la amistad del hombre con Dios, su filiación para siempre, y la fraternidad que le da sentido a la vida como pueblo, como comunidad, como creación en la que caben todo pues todos son hermanos... Lo experimentó aquel funcionario real que le pidió a Jesús la curación de su hijo: "El funcionario insiste: "Señor, baja antes de que se muera mi niño." Jesús le contesta: "Anda, tu hijo está curado." El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo estaba curado". Ese camino ya está abierto y lo estamos transitando. Falta que lleguemos al final, a la meta, en la que Él mismo nos espera con los brazos abiertos...
No hay que desesperar. Aun cuando la apariencia nos dice que nuestra situación es de postración, la realidad es otra. Los que luchan por establecer el reinado de la justicia y de la fraternidad, el del amor y la paz, jamás quedarán frustrados. Dios no lo permitirá... No sólo eso, sino que Él mismo se pondrá con artesano de la paz, con su mano amorosa y creadora, omnipotente, al lado de quien quiere adelantar el futuro de armonía total. Cuando los hombres nos decidimos por el amor, por la justicia, por la paz, inmediatamente tenemos a nuestro lado al que es el autor de todo eso, al artífice, al primer interesado en que ese futuro llegue cuando antes. Es nuestro Dios de amor, el Dios de la Justicia y de la Paz, el que reinará en el futuro, y para toda la eternidad, asegurándonos las sonrisas eternas del disfrute de su Paz...
Ramón Viloria. Operario Diocesano. Ocupado en el anuncio del Amor de Dios y en la Promoción de la Verdad y la Justicia
lunes, 31 de marzo de 2014
domingo, 30 de marzo de 2014
¿Ver para qué?
El camino de la Cuaresma está impregnado de simbología. La Iglesia pretende con ello que podamos comprender cuál es el camino por el que debemos andar. En cada uno de los Domingos que sirven de hitos en la ruta cuaresmal, hay un aspecto que debe ser acentuado, pues de esa manera nos vamos imbuyendo de la espiritualidad que debe ser asumida para crecer en el proceso de la conversión que se propone a cada cristiano...
El primer Domingo fue presentada la humanidad de Jesús, al ser tentado por el demonio en el desierto. La naturaleza humana de Jesús no fue un cuento bonito que se nos relató para que viviéramos de ilusiones. Fue una realidad plenamente asumida, al punto que sufrió, como cualquier hombre, las tentaciones. Como Dios, las venció, pues Dios no puede pecar. Pero también las venció como hombre, pues tuvo la fuerza y el deseo de mantener su fidelidad al Padre, el cual en cada tentación le sirvió como argumento. El segundo Domingo se nos reveló la divinidad sustentadora de la persona de Jesús. La Transfiguración nos mostró la gloria natural en la que vivía Jesús, la que estaba también el mundo realizando la obra redentora. Esa visión sirvió para no quedarse sólo con la imagen futura del Jesús muerto en la Cruz y oculto en el sepulcro, sino para recordar que ese que está inerme es Dios que jamás dejará su gloria y que, por lo tanto, vencerá inexorablemente. El tercer Domingo nos presentó lo que ese Jesús, Dios y Hombre verdadero, venía a traernos: su propia vida. Él es el Agua Viva que produce en el hombre que la bebe un manantial que lo hará saltar hasta la Vida eterna. Toda la obra redentora es obra vivificante, refrescante, producida por el Agua de Vida que es Jesús.
En el cuarto Domingo se nos presenta un nuevo símbolo: el de la Luz. Jesús da la vista al Ciego de nacimiento, sin que éste ni siquiera se lo solicite. Quizá no lo pide como favor, pues era ciego de nacimiento, por lo tanto, no tenía idea de qué era de lo que se estaba perdiendo. Pero Jesús sí lo sabe. Jesús le da la vista no sólo para que el Ciego pueda ver, sino para que pueda ver lo que vale la pena... Al final del texto que nos relata el milagro, en el diálogo que se establece entre los dos, se da la clave de la comprensión principal: "¿Crees tú en el Hijo del hombre?" Él contestó: "¿Y quién es, Señor, para que crea en él?" Jesús le dijo: "Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es." Él dijo: "Creo, Señor." Y se postró ante él"... "Lo estás viendo", es decir, "La capacidad de ver que te he dado es para que percibas lo que realmente importa. No basta con que veas, sino que es necesario que veas lo esencial, lo que te da la plenitud, lo que se convertirá para ti en la causa de tu salvación". La Luz que lanza Jesús sobre el alma de los hombres no es una luz que simplemente sirve para eliminar la tiniebla meteorológica, sino la del corazón, la de la mente, la del espíritu. Podemos tener los mejores faros de luz, pero permanecer en las tinieblas más oscuras...
La Luz de Dios no nos da sólo la capacidad de ver, sino la de ver como ve Dios. Ya lo dijo Yahvé a Samuel: "Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón". Hay una iluminación, la que da Dios, que no se queda sólo en lo superficial, en lo material, en lo exterior, sino que va más allá, más adentro, más profundo, pues lo hace a uno sumergirse en lo íntimo, en lo sustancial... Es la mirada de Dios que escruta hasta lo más profundo del hombre, y quiere que cada uno vaya a la misma profundidad. Es en eso más íntimo donde está la verdadera esencia del hombre. Lo externo, lo aparente, no es lo sustancial. Eso es simplemente la vestidura de lo que está en la base de todo...
Cuando los hombres nos dejamos invadir por esa Luz de Dios, dejamos a un lado las tinieblas en las que vivíamos: "En otro tiempo ustedes eran tinieblas, ahora son luz en el Señor. Caminen como hijos de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciándolas". La Luz no sólo elimina las tinieblas, sino que las rechaza y las denuncia. Con la Luz de Dios los hombres pasamos de esa oscuridad terrible de la muerte que nos produce el pecado, a la Luz maravillosa de la Gracia divina -la que nos da el Agua Viva que es Jesús, y produce en nosotros un manantial que nos hace saltar hasta la Vida eterna-, y nos hacemos activistas en la denuncia de la oscuridad. Quien ha recibido la iluminación de Dios se convierte en faro de luz para su mundo, para su entorno, para los suyos. No sólo ilumina, sino que se opone a lo que pretenda establecer de nuevo la oscuridad. Denuncia y pone en evidencia, enfrenta y lleva a la Luz... Para el que recibe la Luz de Dios se plantea, de esa manera, un reto inapelable, que es el de ser testimonio de la Luz. Cuando la oscuridad quiera enseñorearse de nuevo, después de haber sido vencida por quien es la Luz, Jesús, los llenos de esa Luz deben presentarse como un cuerpo sólido que enfrenta esa pretensión... "Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo descubierto es luz. Pero eso dice: "Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz".
Para el cristiano se plantea, en efecto, una ruta muy específica. Haberse llenado de la Luz reparadora de Jesús sirve para eliminar las propias penumbras. Sale así de su oscuridad y ve con los mismos ojos de Dios. Pero esa nueva mirada lo responsabiliza inmensamente, pues la mirada de Dios no se queda tranquila cuando percibe nuevas tinieblas o nuevas pretensiones de resurgir en la misma tiniebla. Cuando la oscuridad lucha por levantar de nuevo su espada, la espada del que ha recibido la Luz de Jesús debe estar pronta. Debe denunciar, debe iluminar, debe oponerse. Es un compromiso grave. El cristiano no puede quedarse silencioso cuando la oscuridad del pecado, de la muerte, de la injusticia, de la violencia, de la mentira, de la soberbia, del odio, de la exclusión, de la intolerancia, de la venganza..., quiera imponerse. Su ser Luz en el Señor lo llama a asumir su reto con seriedad. No puede dejar de ser luz, no puede ocultarla, no puede mirar hacia otro lado. Hacerlo sería hacerse cómplice de la oscuridad. Y el cómplice de la oscuridad es cómplice del demonio, el destructor del hombre, de la fraternidad, del Reinado de Dios. Mejor ser socios de Dios, en la iluminación del mundo y en la denuncia y el trabajo para destruir las tinieblas, que ser cómplices del demonio en su tarea de esparcir la oscuridad en el mundo...
El primer Domingo fue presentada la humanidad de Jesús, al ser tentado por el demonio en el desierto. La naturaleza humana de Jesús no fue un cuento bonito que se nos relató para que viviéramos de ilusiones. Fue una realidad plenamente asumida, al punto que sufrió, como cualquier hombre, las tentaciones. Como Dios, las venció, pues Dios no puede pecar. Pero también las venció como hombre, pues tuvo la fuerza y el deseo de mantener su fidelidad al Padre, el cual en cada tentación le sirvió como argumento. El segundo Domingo se nos reveló la divinidad sustentadora de la persona de Jesús. La Transfiguración nos mostró la gloria natural en la que vivía Jesús, la que estaba también el mundo realizando la obra redentora. Esa visión sirvió para no quedarse sólo con la imagen futura del Jesús muerto en la Cruz y oculto en el sepulcro, sino para recordar que ese que está inerme es Dios que jamás dejará su gloria y que, por lo tanto, vencerá inexorablemente. El tercer Domingo nos presentó lo que ese Jesús, Dios y Hombre verdadero, venía a traernos: su propia vida. Él es el Agua Viva que produce en el hombre que la bebe un manantial que lo hará saltar hasta la Vida eterna. Toda la obra redentora es obra vivificante, refrescante, producida por el Agua de Vida que es Jesús.
En el cuarto Domingo se nos presenta un nuevo símbolo: el de la Luz. Jesús da la vista al Ciego de nacimiento, sin que éste ni siquiera se lo solicite. Quizá no lo pide como favor, pues era ciego de nacimiento, por lo tanto, no tenía idea de qué era de lo que se estaba perdiendo. Pero Jesús sí lo sabe. Jesús le da la vista no sólo para que el Ciego pueda ver, sino para que pueda ver lo que vale la pena... Al final del texto que nos relata el milagro, en el diálogo que se establece entre los dos, se da la clave de la comprensión principal: "¿Crees tú en el Hijo del hombre?" Él contestó: "¿Y quién es, Señor, para que crea en él?" Jesús le dijo: "Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es." Él dijo: "Creo, Señor." Y se postró ante él"... "Lo estás viendo", es decir, "La capacidad de ver que te he dado es para que percibas lo que realmente importa. No basta con que veas, sino que es necesario que veas lo esencial, lo que te da la plenitud, lo que se convertirá para ti en la causa de tu salvación". La Luz que lanza Jesús sobre el alma de los hombres no es una luz que simplemente sirve para eliminar la tiniebla meteorológica, sino la del corazón, la de la mente, la del espíritu. Podemos tener los mejores faros de luz, pero permanecer en las tinieblas más oscuras...
La Luz de Dios no nos da sólo la capacidad de ver, sino la de ver como ve Dios. Ya lo dijo Yahvé a Samuel: "Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón". Hay una iluminación, la que da Dios, que no se queda sólo en lo superficial, en lo material, en lo exterior, sino que va más allá, más adentro, más profundo, pues lo hace a uno sumergirse en lo íntimo, en lo sustancial... Es la mirada de Dios que escruta hasta lo más profundo del hombre, y quiere que cada uno vaya a la misma profundidad. Es en eso más íntimo donde está la verdadera esencia del hombre. Lo externo, lo aparente, no es lo sustancial. Eso es simplemente la vestidura de lo que está en la base de todo...
Cuando los hombres nos dejamos invadir por esa Luz de Dios, dejamos a un lado las tinieblas en las que vivíamos: "En otro tiempo ustedes eran tinieblas, ahora son luz en el Señor. Caminen como hijos de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciándolas". La Luz no sólo elimina las tinieblas, sino que las rechaza y las denuncia. Con la Luz de Dios los hombres pasamos de esa oscuridad terrible de la muerte que nos produce el pecado, a la Luz maravillosa de la Gracia divina -la que nos da el Agua Viva que es Jesús, y produce en nosotros un manantial que nos hace saltar hasta la Vida eterna-, y nos hacemos activistas en la denuncia de la oscuridad. Quien ha recibido la iluminación de Dios se convierte en faro de luz para su mundo, para su entorno, para los suyos. No sólo ilumina, sino que se opone a lo que pretenda establecer de nuevo la oscuridad. Denuncia y pone en evidencia, enfrenta y lleva a la Luz... Para el que recibe la Luz de Dios se plantea, de esa manera, un reto inapelable, que es el de ser testimonio de la Luz. Cuando la oscuridad quiera enseñorearse de nuevo, después de haber sido vencida por quien es la Luz, Jesús, los llenos de esa Luz deben presentarse como un cuerpo sólido que enfrenta esa pretensión... "Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo descubierto es luz. Pero eso dice: "Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz".
Para el cristiano se plantea, en efecto, una ruta muy específica. Haberse llenado de la Luz reparadora de Jesús sirve para eliminar las propias penumbras. Sale así de su oscuridad y ve con los mismos ojos de Dios. Pero esa nueva mirada lo responsabiliza inmensamente, pues la mirada de Dios no se queda tranquila cuando percibe nuevas tinieblas o nuevas pretensiones de resurgir en la misma tiniebla. Cuando la oscuridad lucha por levantar de nuevo su espada, la espada del que ha recibido la Luz de Jesús debe estar pronta. Debe denunciar, debe iluminar, debe oponerse. Es un compromiso grave. El cristiano no puede quedarse silencioso cuando la oscuridad del pecado, de la muerte, de la injusticia, de la violencia, de la mentira, de la soberbia, del odio, de la exclusión, de la intolerancia, de la venganza..., quiera imponerse. Su ser Luz en el Señor lo llama a asumir su reto con seriedad. No puede dejar de ser luz, no puede ocultarla, no puede mirar hacia otro lado. Hacerlo sería hacerse cómplice de la oscuridad. Y el cómplice de la oscuridad es cómplice del demonio, el destructor del hombre, de la fraternidad, del Reinado de Dios. Mejor ser socios de Dios, en la iluminación del mundo y en la denuncia y el trabajo para destruir las tinieblas, que ser cómplices del demonio en su tarea de esparcir la oscuridad en el mundo...
sábado, 29 de marzo de 2014
Cómo ser hombres "espirituales"
Nuestra espiritualidad no se reduce sólo a la oración que podamos hacer. Se trata del estilo que le imprimimos a todos lo que hacemos. La Espiritualidad es estilo de vida. Un estilo en el que todo lo impregnamos de la presencia de Dios. Nos equivocamos cuando definimos a una persona como "muy espiritual" cuando ora mucho. No es que no lo sea, sino que no es eso lo único que lo define. El hombre espiritual consigue suficiente tiempo para estar a solas con Dios, pero ese estar va en dos sentidos: El primero, para prepararse al día a día, dando con ello el primer paso para estar siempre, durante el tiempo que venga por delante, en esa presencia que lo acompaña, lo ilusiona y lo anima a seguir adelante... El segundo, como consecuencia de su estar siempre en la presencia de Dios. Encontrar unos minutos de intimidad no es más que un efecto lógico de su vida delante de Dios. Todo lo hace en su presencia, siempre está consciente de esa presencia que lo acompaña. Y por eso no le cuesta nada tener esos momentos de encuentro en la soledad del corazón...
Nuestro error más grande es creer que para estar con Dios se necesita siempre la soledad, la intimidad, el silencio. No es falso que debemos buscar esos momentos para sentir lo sabroso del encuentro de amor con Dios en el que nos sentimos entrañablemente en sus manos. Eso, para una persona que añora estar con Dios, es un punto alto de su vivencia espiritual. Pero, la verdad es que muy pocos tienen esa posibilidad real en sus manos. Hay que procurarlo, pero no siempre será posible. Particularmente los laicos, es decir, el 99% de los cristianos, lo tiene, por decir lo menos, difícil. El día a día, con sus andares y venires cotidianos, con sus preocupaciones familiares, con sus ocupaciones laborales, con el necesario descanso en familia, dejan muy pocas posibilidades para lograr estos momentos de intimidad. Repito, habrá que procurárselos lo máximo posible, pero no siempre estarán a la mano. Por eso el Papa Pío XII afirmaba que los cristianos tienen que ser "contemplativos en la acción", es decir, tener la sabiduría de lograr siempre una presencia animadora de Dios en su vida cotidiana, que los haga vivir la riqueza de ese encuentro en todo lo que hacen.
Los cristianos no somos "cristianos de horario", como si hubiera durante el día momentos específicos en los que nos ponemos delante de Dios, y otros en los cuales ya no estamos así, pues estamos "en otras cosas". Eso sería hacer de nuestra vida, que es una sola, varias vidas en una sola persona. No somos cristianos sólo cuando estamos orando, o cuando estamos en la Misa, o cuando recurrimos a algún sacramento, únicamente, dejando de serlo cuando estamos sentados a la mesa con la familia, o con los papeles del trabajo entre las manos, o cuando estamos en el carro manejando hacia la casa... O lo somos en toda ocasión o, en realidad, no los somos nunca. El cristiano "de ocasión" no existe. La vivencia de la fe no es como un traje que nos ponemos o nos quitamos según la ocasión, a conveniencia... Somos cristianos en la Misa, en la mesa, en la oficina, en el parque, en el baile, en el descanso, en las diversiones... No somos dos personas distintas. Somos siempre una sola y única persona...
Al entender las cosas así, nos hacemos realmente hombres espirituales, que están siempre en la presencia de Dios, dando testimonio de su fe, que impregna y le da color a todo lo que hace. Es dejarse reconocer, incluso, hasta por la manera cómo se agarran las herramientas... Quizá es exagerar, pero es una manera de decir que se debe rezumar nuestra fe en toda circunstancia y en toda ocasión... No entenderlo y hacerlo así, es hacerse merecedor del reproche de Dios: "¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, Judá? Tu piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora". Dios constata con dolor que inician el día en su presencia, pero que ya esa presencia se diluye en su transcurso... No es so lo que Dios quiere. Él quiere hombres y mujeres que vivan siempre en su presencia, que se enriquezcan de Él en los momentos de intimidad que tengan, pero que también ganen riquezas en cada acción del día que realizan ante su amor, en su presencia... Entonces, y sólo entonces, podrán ser considerados realmente "hombres espirituales", no porque oran mucho, sino porque están mucho en la presencia de Dios, haciendo der toda la vida una oración dedicada al amor de Dios...
Cristo alaba la actitud del Publicano, no porque oraba mucho, sino porque lo hacía con la máxima humildad, reconociéndose indigno del amor de Dios y abandonándose en su misericordia. Esa oración realizada en la intimidad del corazón no era más que el resumen de su actitud de vida, colocándose delante de Dios con toda sencillez de espíritu, del cual extraía toda la fuerza y la ilusión para tratar de ser mejor en cada momento y acto de su vida. El Publicano no era jactancioso como el Fariseo. Era humilde, se sabía necesitado de Dios y de su amor, y por eso no dejaba un solo momento de ponerse delante de Él para que fuera Él quien le diera el color hermoso que necesitaba su vida. Por eso Jesús dijo: "Les digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido". Fue a su casa justificado, con la presencia de Dios en su corazón. Ese Dios que impregnaba con su presencia, en su casa y en todo lo que hacía, toda su vida... Ese sí era un hombre espiritual. No de una espiritualidad "de operativo", sino de una espiritualidad estable, de encuentro y de presencia continua, de intimidad sabrosa en todo con el Dios del amor...
Nuestro error más grande es creer que para estar con Dios se necesita siempre la soledad, la intimidad, el silencio. No es falso que debemos buscar esos momentos para sentir lo sabroso del encuentro de amor con Dios en el que nos sentimos entrañablemente en sus manos. Eso, para una persona que añora estar con Dios, es un punto alto de su vivencia espiritual. Pero, la verdad es que muy pocos tienen esa posibilidad real en sus manos. Hay que procurarlo, pero no siempre será posible. Particularmente los laicos, es decir, el 99% de los cristianos, lo tiene, por decir lo menos, difícil. El día a día, con sus andares y venires cotidianos, con sus preocupaciones familiares, con sus ocupaciones laborales, con el necesario descanso en familia, dejan muy pocas posibilidades para lograr estos momentos de intimidad. Repito, habrá que procurárselos lo máximo posible, pero no siempre estarán a la mano. Por eso el Papa Pío XII afirmaba que los cristianos tienen que ser "contemplativos en la acción", es decir, tener la sabiduría de lograr siempre una presencia animadora de Dios en su vida cotidiana, que los haga vivir la riqueza de ese encuentro en todo lo que hacen.
Los cristianos no somos "cristianos de horario", como si hubiera durante el día momentos específicos en los que nos ponemos delante de Dios, y otros en los cuales ya no estamos así, pues estamos "en otras cosas". Eso sería hacer de nuestra vida, que es una sola, varias vidas en una sola persona. No somos cristianos sólo cuando estamos orando, o cuando estamos en la Misa, o cuando recurrimos a algún sacramento, únicamente, dejando de serlo cuando estamos sentados a la mesa con la familia, o con los papeles del trabajo entre las manos, o cuando estamos en el carro manejando hacia la casa... O lo somos en toda ocasión o, en realidad, no los somos nunca. El cristiano "de ocasión" no existe. La vivencia de la fe no es como un traje que nos ponemos o nos quitamos según la ocasión, a conveniencia... Somos cristianos en la Misa, en la mesa, en la oficina, en el parque, en el baile, en el descanso, en las diversiones... No somos dos personas distintas. Somos siempre una sola y única persona...
Al entender las cosas así, nos hacemos realmente hombres espirituales, que están siempre en la presencia de Dios, dando testimonio de su fe, que impregna y le da color a todo lo que hace. Es dejarse reconocer, incluso, hasta por la manera cómo se agarran las herramientas... Quizá es exagerar, pero es una manera de decir que se debe rezumar nuestra fe en toda circunstancia y en toda ocasión... No entenderlo y hacerlo así, es hacerse merecedor del reproche de Dios: "¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, Judá? Tu piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora". Dios constata con dolor que inician el día en su presencia, pero que ya esa presencia se diluye en su transcurso... No es so lo que Dios quiere. Él quiere hombres y mujeres que vivan siempre en su presencia, que se enriquezcan de Él en los momentos de intimidad que tengan, pero que también ganen riquezas en cada acción del día que realizan ante su amor, en su presencia... Entonces, y sólo entonces, podrán ser considerados realmente "hombres espirituales", no porque oran mucho, sino porque están mucho en la presencia de Dios, haciendo der toda la vida una oración dedicada al amor de Dios...
Cristo alaba la actitud del Publicano, no porque oraba mucho, sino porque lo hacía con la máxima humildad, reconociéndose indigno del amor de Dios y abandonándose en su misericordia. Esa oración realizada en la intimidad del corazón no era más que el resumen de su actitud de vida, colocándose delante de Dios con toda sencillez de espíritu, del cual extraía toda la fuerza y la ilusión para tratar de ser mejor en cada momento y acto de su vida. El Publicano no era jactancioso como el Fariseo. Era humilde, se sabía necesitado de Dios y de su amor, y por eso no dejaba un solo momento de ponerse delante de Él para que fuera Él quien le diera el color hermoso que necesitaba su vida. Por eso Jesús dijo: "Les digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido". Fue a su casa justificado, con la presencia de Dios en su corazón. Ese Dios que impregnaba con su presencia, en su casa y en todo lo que hacía, toda su vida... Ese sí era un hombre espiritual. No de una espiritualidad "de operativo", sino de una espiritualidad estable, de encuentro y de presencia continua, de intimidad sabrosa en todo con el Dios del amor...
viernes, 28 de marzo de 2014
Debes dar muestras de tu conversión
La conversión necesaria para recibir el perdón de los pecados es una acción que debe ser, podríamos decir, "verificable". Cuando hacemos balance de nuestra vida, y en ella encontramos, con seguridad, muchas cosas buenas, debemos agradecer a Dios que su Gracia nos ha dado la capacidad que necesitamos para alcanzar esos puntos. Ciertamente, nosotros también ponemos de nuestra parte, porque por nuestra inteligencia y voluntad el Señor nos ha enriquecido para que podamos discernir correctamente el bien del mal. Cuando nos decidimos por el bien, estamos poniendo a funcionar esa capacidades que son don de Dios. Además de la ayuda divina por su Gracia, nosotros también ponemos de nuestra parte. Nuestra voluntad se decide por el bien que le presenta la inteligencia. De esa manera, podemos afirmar que nosotros mismos "nos damos testimonio" de que sí se puede avanzar por el camino del bien.. Pero, lamentablemente, en ese balance seguramente encontraremos también cosas malas, que nos avergüenzan cuando hacemos un examen de conciencia en la presencia de Dios, y de las cuales nos arrepentimos. Son esas cosas las que debemos poner en las manos de Dios para que las borre y las convierta en Gracia que nos santifique. Es lo que decía San Agustín: "Dios saca cosas buenas de lo malo del hombre".
En el Catecismo se enseña que para realizar una buena confesión hay que llenar varios requisitos: Examen de Conciencia, Dolor de Corazón, Propósito de Enmienda, Confesión y Penitencia... Cada uno de estos pasos es esencial. Si falta uno solo de ellos es absurdo acercarse a confesar los pecados en el Sacramento de la Penitencia. No se lograría de esa manera el perdón, aunque el Sacerdote pronuncie la fórmula de absolución... En este proceso del perdón es esencial el arrepentimiento, que implica necesariamente la conversión, es decir la firme intención no sólo de no caer otra vez en las mismas fallas o debilidades, sino la de hacer exactamente lo contrario. Es decir, no basta sólo con evitar el pecado, sino que es necesario buscar el bien, hacerlo y procurarlo para todos...
Es lo que enseña Dios a su pueblo Israel, cuando le dice: "Preparen su discurso, vuelvan al Señor y díganle: "Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios. No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos. En ti encuentra piedad el huérfano". El reconocimiento de lo malo que ha hecho Israel es definitivamente esencial para lograr incluso acercarse a Dios para demostrarle la intención de cambio."No volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos", es la dolorosa verificación que hace Israel de su bochornosa conducta de sustitución de Dios por los ídolos que ellos mismos se construían. La constatación final es la confirmación de la intención firme de avanzar por otras rutas: "Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos". El arrepentido que asume la conversión como camino de salvación, asume que el camino que se debe andar es el de Dios, que es recto, por el cual caminan los justos...
La conversión es, de esta manera, un gesto que se debe verificar en los actos propios de quien se convierte. Quien se había sumido en el odio, debe avanzar ahora en el amor. Quien había destruido la fraternidad, debe ahora construir puentes hacia todos los hermanos. Quien se había hecho esclavo de la violencia, debe ahora sembrar la semilla de la paz. Quien se había dejado dominar por el materialismo, debe impregnar su vida de la dependencia exclusiva de Dios. Quien había sucumbido ante los placeres, debe ahora demostrar el dominio de sí mismo, el respeto a su propio cuerpo como templo desde el cual glorificar a Dios... La conversión no es una simple "declaración de intenciones", sino que debe ser demostrada y vivida en lo concreto, en los pensamientos y conductas, en las actitudes y los gestos. La santidad es algo que debe verse, no porque se quiere dar un "espectáculo", sino porque es imposible no dejarla traslucir al exterior...
La medida de esa conversión es la medida del amor, que es infinito. Es el resumen que da Jesús de la Ley. Nada importa más que el amor. En nuestra vida de fe, si queremos de verdad vivir la santidad, debemos vivir en el amor, que es la característica fundamental de todo cristiano. No es cristiano quien no ama. Ni siquiera es cristiano quien vive el amor sólo a medias, dejándolo llegar sólo a los más cercanos, a los conocidos, a los amigos, a los familiares. El amor debe invadirlo todo. No en un sentimentalismo que las más de las veces es infértil, infecundo, absurdo y nulo, pues se queda sólo en la periferia. Es el amor del querer bien, de la benevolencia, de la donación, de la oblación. Es el amor del darse plenamente al otro, aunque yo no vaya a sacar ningún provecho de ello, que se siente satisfecho sólo en eso. La compensación con la que el amor se siente plenamente satisfecho es la del acto de amar en sí mismo. Quien ama se siente feliz y plenamente compensado porque sabe que está haciendo lo de debe, lo que es lo definitorio de su esencia. El cristiano se define por el amor que vive, no por el esfuerzo que hace por evitar el mal...
Jesús dice, al hablar del mandamiento más importante: "El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos". Convertirse es vivir de tal manera convencido de esta exigencia, que deja de ser simplemente un mandamiento para convertirse en estilo de vida. El convertido lo asume como su marca de fábrica, como el camino que debe recorrer y como la meta a la cual debe apuntar siempre... Delante de Dios no podemos quedarnos sólo en la manifestación del dolor por haberlo ofendido, sino que nuestro deseo de agradarle debe apuntar a una verdadera conversión en la que se evite de nuevo el pecado, pero que vaya más allá, y se asuma que es el amor el que debe impregnar todo el ser y todas las conductas, y elevar al hombre al nivel de Dios, que es quien vive esencialmente en el amor, porque Él mismo es Amor...
En el Catecismo se enseña que para realizar una buena confesión hay que llenar varios requisitos: Examen de Conciencia, Dolor de Corazón, Propósito de Enmienda, Confesión y Penitencia... Cada uno de estos pasos es esencial. Si falta uno solo de ellos es absurdo acercarse a confesar los pecados en el Sacramento de la Penitencia. No se lograría de esa manera el perdón, aunque el Sacerdote pronuncie la fórmula de absolución... En este proceso del perdón es esencial el arrepentimiento, que implica necesariamente la conversión, es decir la firme intención no sólo de no caer otra vez en las mismas fallas o debilidades, sino la de hacer exactamente lo contrario. Es decir, no basta sólo con evitar el pecado, sino que es necesario buscar el bien, hacerlo y procurarlo para todos...
Es lo que enseña Dios a su pueblo Israel, cuando le dice: "Preparen su discurso, vuelvan al Señor y díganle: "Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios. No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos. En ti encuentra piedad el huérfano". El reconocimiento de lo malo que ha hecho Israel es definitivamente esencial para lograr incluso acercarse a Dios para demostrarle la intención de cambio."No volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos", es la dolorosa verificación que hace Israel de su bochornosa conducta de sustitución de Dios por los ídolos que ellos mismos se construían. La constatación final es la confirmación de la intención firme de avanzar por otras rutas: "Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos". El arrepentido que asume la conversión como camino de salvación, asume que el camino que se debe andar es el de Dios, que es recto, por el cual caminan los justos...
La conversión es, de esta manera, un gesto que se debe verificar en los actos propios de quien se convierte. Quien se había sumido en el odio, debe avanzar ahora en el amor. Quien había destruido la fraternidad, debe ahora construir puentes hacia todos los hermanos. Quien se había hecho esclavo de la violencia, debe ahora sembrar la semilla de la paz. Quien se había dejado dominar por el materialismo, debe impregnar su vida de la dependencia exclusiva de Dios. Quien había sucumbido ante los placeres, debe ahora demostrar el dominio de sí mismo, el respeto a su propio cuerpo como templo desde el cual glorificar a Dios... La conversión no es una simple "declaración de intenciones", sino que debe ser demostrada y vivida en lo concreto, en los pensamientos y conductas, en las actitudes y los gestos. La santidad es algo que debe verse, no porque se quiere dar un "espectáculo", sino porque es imposible no dejarla traslucir al exterior...
La medida de esa conversión es la medida del amor, que es infinito. Es el resumen que da Jesús de la Ley. Nada importa más que el amor. En nuestra vida de fe, si queremos de verdad vivir la santidad, debemos vivir en el amor, que es la característica fundamental de todo cristiano. No es cristiano quien no ama. Ni siquiera es cristiano quien vive el amor sólo a medias, dejándolo llegar sólo a los más cercanos, a los conocidos, a los amigos, a los familiares. El amor debe invadirlo todo. No en un sentimentalismo que las más de las veces es infértil, infecundo, absurdo y nulo, pues se queda sólo en la periferia. Es el amor del querer bien, de la benevolencia, de la donación, de la oblación. Es el amor del darse plenamente al otro, aunque yo no vaya a sacar ningún provecho de ello, que se siente satisfecho sólo en eso. La compensación con la que el amor se siente plenamente satisfecho es la del acto de amar en sí mismo. Quien ama se siente feliz y plenamente compensado porque sabe que está haciendo lo de debe, lo que es lo definitorio de su esencia. El cristiano se define por el amor que vive, no por el esfuerzo que hace por evitar el mal...
Jesús dice, al hablar del mandamiento más importante: "El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos". Convertirse es vivir de tal manera convencido de esta exigencia, que deja de ser simplemente un mandamiento para convertirse en estilo de vida. El convertido lo asume como su marca de fábrica, como el camino que debe recorrer y como la meta a la cual debe apuntar siempre... Delante de Dios no podemos quedarnos sólo en la manifestación del dolor por haberlo ofendido, sino que nuestro deseo de agradarle debe apuntar a una verdadera conversión en la que se evite de nuevo el pecado, pero que vaya más allá, y se asuma que es el amor el que debe impregnar todo el ser y todas las conductas, y elevar al hombre al nivel de Dios, que es quien vive esencialmente en el amor, porque Él mismo es Amor...
jueves, 27 de marzo de 2014
Aprender a escuchar a Dios
Dios nos habla siempre. A veces extrañamos su voz, quisiéramos que se oyera retumbando en los cielos para decirnos las cosas. Cuando queremos tener claridad en el camino a seguir, lo daríamos todo porque se nos apareciera de alguna manera y dirigiera su palabra para indicarnos por dónde debemos ir... Llegamos a pensar que nuestros antepasados fueron mil veces más afortunados que nosotros, pues Dos se dirigía a ellos en conversaciones animadas... Adán y Eva recibían la visita del Padre Creador todas las tardes, para pasar un rato paseando con ellos y conversando de lo humano y lo divino... Abraham escuchó la voz de Dios que lo invitó a dejarlo todo y que lo siguiera a la tierra que Él le indicaría. Moisés escuchaba continuamente la voz de Dios, al extremo que se quedó un largo tiempo en el monte conversando con Él, tanto, que los israelitas en el desierto pensaron que los había abandonado y por eso se hicieron un ídolo de oro y plata... Los profetas eran la voz de Dios, que les decía lo que tenían que decir, es decir, eran como los altavoces para el pueblo de la voz de Dios que ellos oían... Tobías convivió en su viaje con el Ángel Rafael, que era voz de Dios que se comunicaba con él y le indicaba su camino y su suerte... María recibió al Ángel, por el cual le habló Dios en la intimidad para decirle que era la elegida para ser la Madre del Redentor... José escuchó al voz de Dios que le decía que no repudiara a su mujer, pues el Hijo que llevaba en el vientre era fruto del Espíritu Santo... Son infinidades los ejemplos de personajes de la Biblia a los que Dios habla...
Si es así, ¿por qué Dios hoy no nos habla como lo hizo con aquellos? ¿Qué tenían ellos de especial, que merecían que Dios se dirigiera a ellos directamente, y que no tenemos nosotros, que no somos dignos de que lo haga con nosotros? ¿O la pregunta que debemos hacer es otra? ¿Es que Dios, en verdad, ya no nos habla? ¿O es que nos habla de otras maneras diversas? Lo que sucede es que Dios se dirige a nosotros de maneras distintas a aquellas... Lo que debemos pensar es que somos nosotros los que no estamos prestos a escuchar su voz... La experiencias de diálogo que nos relatan las Escrituras, según muchísimos entendidos, no eran conversaciones tal como nosotros las conocemos, sino que eran "locuciones", experiencias místicas en las que, como dice Pablo, "con gemidos inefables", Dios se dirigía a ellos. Aquellos personajes eran elevados a un nivel superior, en el que podían entrar en contacto con Dios. Para poder hacerlo, hay que estar por encima de lo que normalmente estamos...
Nuestra vida, a fuerza de haberse materializado al extremo, ha perdido la capacidad de esa elevación. Nos hemos hecho cada vez más horizontales, sustentando nuestra vida cada vez más en lo material, en lo pasajero. Y por eso hemos perdido la capacidad de ponernos en contacto sencillo, directo, sin obstáculos, con el Dios del Amor. Para entrar en esa misma dinámica divina y tener la capacidad de entrar en contacto con Él, debemos ser cada vez más como Él. Sólo los iguales son capaces de entrar en una relación de amistad. Y los hombres hemos perdido la capacidad de llenarnos del amor necesario para amar como lo hace Dios y poder entrar en esa relación de intimidad que nos enriquece infinitamente. Por eso nos cuesta tanto entender lo que Dios nos dice día a día, momento a momento, a través de experiencias personales, signos que debemos discernir, palabras que nos hace llegar a través de cualquier persona a nuestro alrededor. No tenemos la delicadeza de espíritu necesaria para poder "escuchar a Dios".
Por eso nos suceden las cosas que nos suceden, como le pasaba a Israel cuando no escuchaba la voz de Dios: "Ésta fue la orden que di a los padres de ustedes: "Escuchen mi voz. Yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo; caminen por el camino que les mando, para que les vaya bien." Pero no escucharon ni prestaron oído, caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado, me daban la espalda y no la frente". Dios nos quiere hablar, pero le damos la espalda. Se necesita estar prontos a la escucha, en primer lugar en la oración. No hacemos oración, y cuando la hacemos, atosigamos a Dios con nuestras palabras, con nuestras peticiones, con nuestras exigencias. No le damos la oportunidad de que hable Él y nos llene de su presencia... Y luego, estando con un espíritu sensible a los signos, a las manifestaciones cotidianas de la presencia divina que nos comunica su voluntad, que nos dirige su palabra a través de signos y acontecimientos, a través de personas diversas...
Se trata de que estemos también dispuestos a asumir la palabra delante de Él, pero para entrar en diálogo. No se trata de un monólogo en el que somos nosotros los únicos que nos oímos. Que nuestra palabra sea capaz de parecerse a la de Él. Y que se parezca tanto, que seamos capaces de reconocer la suya, porque es similar a la nuestra, cuando elevamos nuestro espíritu en el amor... Es lo que hacía Jesús al devolver el habla a los mudos. Lo hacía, no para que se convirtieran en parlanchines de primera, sino para que fueran capaces de entrar en contacto con su amor, amando y escuchando, siendo capaces también de descubrir lo que Dios quiere decir en cada momento... "Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo". Es el demonio el que ha logrado que no seamos capaces de dialogar con Jesús, con el Dios del amor... Dejemos que también a nosotros nos libere Jesús de ese demonio mudo, que nos inunda todo el ser y nos arrebata la capacidad de entrar en ese contacto de intimidad tan añorado, para poder escuchar realmente la voz de Dios que quiere siempre estar presente en nuestras vidas...
Si es así, ¿por qué Dios hoy no nos habla como lo hizo con aquellos? ¿Qué tenían ellos de especial, que merecían que Dios se dirigiera a ellos directamente, y que no tenemos nosotros, que no somos dignos de que lo haga con nosotros? ¿O la pregunta que debemos hacer es otra? ¿Es que Dios, en verdad, ya no nos habla? ¿O es que nos habla de otras maneras diversas? Lo que sucede es que Dios se dirige a nosotros de maneras distintas a aquellas... Lo que debemos pensar es que somos nosotros los que no estamos prestos a escuchar su voz... La experiencias de diálogo que nos relatan las Escrituras, según muchísimos entendidos, no eran conversaciones tal como nosotros las conocemos, sino que eran "locuciones", experiencias místicas en las que, como dice Pablo, "con gemidos inefables", Dios se dirigía a ellos. Aquellos personajes eran elevados a un nivel superior, en el que podían entrar en contacto con Dios. Para poder hacerlo, hay que estar por encima de lo que normalmente estamos...
Nuestra vida, a fuerza de haberse materializado al extremo, ha perdido la capacidad de esa elevación. Nos hemos hecho cada vez más horizontales, sustentando nuestra vida cada vez más en lo material, en lo pasajero. Y por eso hemos perdido la capacidad de ponernos en contacto sencillo, directo, sin obstáculos, con el Dios del Amor. Para entrar en esa misma dinámica divina y tener la capacidad de entrar en contacto con Él, debemos ser cada vez más como Él. Sólo los iguales son capaces de entrar en una relación de amistad. Y los hombres hemos perdido la capacidad de llenarnos del amor necesario para amar como lo hace Dios y poder entrar en esa relación de intimidad que nos enriquece infinitamente. Por eso nos cuesta tanto entender lo que Dios nos dice día a día, momento a momento, a través de experiencias personales, signos que debemos discernir, palabras que nos hace llegar a través de cualquier persona a nuestro alrededor. No tenemos la delicadeza de espíritu necesaria para poder "escuchar a Dios".
Por eso nos suceden las cosas que nos suceden, como le pasaba a Israel cuando no escuchaba la voz de Dios: "Ésta fue la orden que di a los padres de ustedes: "Escuchen mi voz. Yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo; caminen por el camino que les mando, para que les vaya bien." Pero no escucharon ni prestaron oído, caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado, me daban la espalda y no la frente". Dios nos quiere hablar, pero le damos la espalda. Se necesita estar prontos a la escucha, en primer lugar en la oración. No hacemos oración, y cuando la hacemos, atosigamos a Dios con nuestras palabras, con nuestras peticiones, con nuestras exigencias. No le damos la oportunidad de que hable Él y nos llene de su presencia... Y luego, estando con un espíritu sensible a los signos, a las manifestaciones cotidianas de la presencia divina que nos comunica su voluntad, que nos dirige su palabra a través de signos y acontecimientos, a través de personas diversas...
Se trata de que estemos también dispuestos a asumir la palabra delante de Él, pero para entrar en diálogo. No se trata de un monólogo en el que somos nosotros los únicos que nos oímos. Que nuestra palabra sea capaz de parecerse a la de Él. Y que se parezca tanto, que seamos capaces de reconocer la suya, porque es similar a la nuestra, cuando elevamos nuestro espíritu en el amor... Es lo que hacía Jesús al devolver el habla a los mudos. Lo hacía, no para que se convirtieran en parlanchines de primera, sino para que fueran capaces de entrar en contacto con su amor, amando y escuchando, siendo capaces también de descubrir lo que Dios quiere decir en cada momento... "Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo". Es el demonio el que ha logrado que no seamos capaces de dialogar con Jesús, con el Dios del amor... Dejemos que también a nosotros nos libere Jesús de ese demonio mudo, que nos inunda todo el ser y nos arrebata la capacidad de entrar en ese contacto de intimidad tan añorado, para poder escuchar realmente la voz de Dios que quiere siempre estar presente en nuestras vidas...
miércoles, 26 de marzo de 2014
Nuestra historia es nuestra maestra
La historia, con los sucesos acontecidos en nuestra vida, es una gran maestra. Por ella somos lo que somos ahora. Es decir, el resultado de nuestra vida actual es producto de todos y cada uno de los acontecimientos que hemos vivido y que están allí, en nuestra historia... Si hubieran sido otros los acontecimientos, hubiera sido otra nuestra vida... En esa historia nuestra están nuestros antepasados, el hecho de que una mujer y un hombre -muy lejanos o muy cercanos en el tiempo, no importa- que fueron pareja en ella, se hubieran conocido, se hubieran enamorado, hubieran engendrado descendencia, que es ascendencia directa nuestra; algunos actos -heroicos, burdos, simples o grandiosos, tampoco importa- que han marcado su futuro, que en realidad hoy es nuestro presente; el que la vida de esos ascendientes nuestros se hubiera desarrollado en un ambiente específico -agrario, profesional, citadino, popular...-. Todos esos factores dan como resultado la suma que es nuestra vida, y no otra... Es nuestra historia, la que debemos asumir, la que nos condiciona -positiva o negativamente-... Esta historia, en cierta manera, define nuestra esencia actual. Somos lo que somos, y no otra cosa distinta, por lo que ha sucedido en ella...
Por eso debemos asumirla como parte sustancial de nuestra vida. No podemos desentendernos de ella, pues ella es parte de nuestro ser. Quienes pretenden deshacerse de su historia, por cualquier razón, sencillamente están rasgando su vida y haciéndola quedar vacía. Empezar de cero, no tener historia, es contranatura. Las personas que han perdido su historia, en cierto modo han perdido su ser.
Sin embargo, una cosa es que asumamos la historia como parte de nuestra vida y otra muy distinta es que nos quedemos sólo en ella. Nuestra historia nos abre las perspectivas de una vida nueva. Ella es punto de partida, no de llegada. La historia del hombre no se puede detener, pues se empobrecería al dejar de avanzar. La esencia de la vida es el movimiento, y en la historia no es distinto... Es cierto que, como decía Theyllard de Chardin, surgimos de un punto alfa, que es Dios, desarrollamos nuestra historia, y volvemos a un punto omega, que es el mismo Dios... Salimos de Dios y vamos hacia Él... Pero eso no significa que en medio del itinerario no hay riqueza. Precisamente el llegar a ese punto omega dependerá de lo que hagamos en el transcurso desde la partida del punto alfa...
En efecto, la historia se convierte, en ese itinerario, en maestra de nuestra vida. No se trata de que nos paralicemos en su contemplación. Al asumirla, sabemos que en ella habrá puntos negros, oscuros, detestables, que quisiéramos que nunca se hubieran verificado... También que habrán puntos zenitales en los que nuestra vida alcanzó alturas sublimes... Aun así, no podemos quedarnos en la lamentación de lo malo ni en el endulzamiento narcotizante de lo bueno... Ella es maestra porque nos indica cuál es el camino para seguir logrando las metas altas y cuál es el que debemos evitar para no repetir los puntos oscuros...
Esto lo enseñó el mismo Dios a su pueblo Israel: "Cuidado, guárdate muy bien de olvidar los sucesos que vieron tus ojos, que no se aparten de tu memoria mientras vivas; cuéntaselos a tus hijos y nietos". Esa historia de Israel tiene la doble vertiente. La primera, la de los acontecimientos portentosos que hizo Dios en favor de ellos, la fidelidad extrema que siempre demostró, el amor que se convirtió en el mayor poder al que echaban mano los israelitas... Y la segunda, la de las infidelidades continuas del pueblo, que le atrajeron en muchas ocasiones el castigo de Dios, que se traducía en el sometimiento por pueblos extranjeros... El claroscuro de la historia de Israel debía ser siempre recordado por el pueblo. De esa historia debía aprender a luchar por su fidelidad a Dios, pues era en esos momentos cuando mayores bendiciones recibía... Y debía aprender a evitar las infidelidades, pues únicamente atraían las desgracias más terribles que podía sufrir...
Tener en cuenta la historia es una excelente manera de asegurarse un buen libro de la propia vida. Su pedagogía es clara: No repitas los errores y trata de imitar los aciertos... No hay que quedarse sólo en la contemplación extática, sino en la asunción dinámica... Es lo que dice el mismo Jesús a los discípulos: "No crean que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud". El dinamismo de la historia es lo que impulsa a Jesús a asumir lo que ya ha sucedido en el pasado -la ley y los profetas-, pero no para quedarse en ellos, en una contemplación inútil, sino asumiéndolos para partir desde ello a fin de avanzar hacia la plenitud... La historia es parte del tesoro que Jesús tiene en la mano. Es a ella a la que va a redimir, no cancelando o borrando todo lo sucedido, sino asumiéndolo para hacerlo todo de nuevo, desde la bondad original.
Esa plenitud, ya lo sabemos, es la del amor. En la historia, es el amor el que ha puesto las tonalidades más hermosas. Amor a Dios y a los hermanos. La ausencia del amor es lo que ha quitado los tonos hermosos que colorean la vida y la han dejado sólo en los matices grises que la hacen triste... Jesús da plenitud porque lo coloca todo bajo la óptica y el baño refrescante del amor. Así mismo podemos hacer nosotros. Llevemos nuestra vida a la plenitud, inyectándole la mayor cantidad de amor de la que seamos capaces. Asumamos nuestra historia, reconociendo los errores que en ella se cometieron al faltar el amor, y potenciemos los buenos momentos de ella, haciendo que el amor sea un condimento esencial para que nuestra vida tenga sentido, partiendo siempre de nuestra historia...
Por eso debemos asumirla como parte sustancial de nuestra vida. No podemos desentendernos de ella, pues ella es parte de nuestro ser. Quienes pretenden deshacerse de su historia, por cualquier razón, sencillamente están rasgando su vida y haciéndola quedar vacía. Empezar de cero, no tener historia, es contranatura. Las personas que han perdido su historia, en cierto modo han perdido su ser.
Sin embargo, una cosa es que asumamos la historia como parte de nuestra vida y otra muy distinta es que nos quedemos sólo en ella. Nuestra historia nos abre las perspectivas de una vida nueva. Ella es punto de partida, no de llegada. La historia del hombre no se puede detener, pues se empobrecería al dejar de avanzar. La esencia de la vida es el movimiento, y en la historia no es distinto... Es cierto que, como decía Theyllard de Chardin, surgimos de un punto alfa, que es Dios, desarrollamos nuestra historia, y volvemos a un punto omega, que es el mismo Dios... Salimos de Dios y vamos hacia Él... Pero eso no significa que en medio del itinerario no hay riqueza. Precisamente el llegar a ese punto omega dependerá de lo que hagamos en el transcurso desde la partida del punto alfa...
En efecto, la historia se convierte, en ese itinerario, en maestra de nuestra vida. No se trata de que nos paralicemos en su contemplación. Al asumirla, sabemos que en ella habrá puntos negros, oscuros, detestables, que quisiéramos que nunca se hubieran verificado... También que habrán puntos zenitales en los que nuestra vida alcanzó alturas sublimes... Aun así, no podemos quedarnos en la lamentación de lo malo ni en el endulzamiento narcotizante de lo bueno... Ella es maestra porque nos indica cuál es el camino para seguir logrando las metas altas y cuál es el que debemos evitar para no repetir los puntos oscuros...
Esto lo enseñó el mismo Dios a su pueblo Israel: "Cuidado, guárdate muy bien de olvidar los sucesos que vieron tus ojos, que no se aparten de tu memoria mientras vivas; cuéntaselos a tus hijos y nietos". Esa historia de Israel tiene la doble vertiente. La primera, la de los acontecimientos portentosos que hizo Dios en favor de ellos, la fidelidad extrema que siempre demostró, el amor que se convirtió en el mayor poder al que echaban mano los israelitas... Y la segunda, la de las infidelidades continuas del pueblo, que le atrajeron en muchas ocasiones el castigo de Dios, que se traducía en el sometimiento por pueblos extranjeros... El claroscuro de la historia de Israel debía ser siempre recordado por el pueblo. De esa historia debía aprender a luchar por su fidelidad a Dios, pues era en esos momentos cuando mayores bendiciones recibía... Y debía aprender a evitar las infidelidades, pues únicamente atraían las desgracias más terribles que podía sufrir...
Tener en cuenta la historia es una excelente manera de asegurarse un buen libro de la propia vida. Su pedagogía es clara: No repitas los errores y trata de imitar los aciertos... No hay que quedarse sólo en la contemplación extática, sino en la asunción dinámica... Es lo que dice el mismo Jesús a los discípulos: "No crean que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud". El dinamismo de la historia es lo que impulsa a Jesús a asumir lo que ya ha sucedido en el pasado -la ley y los profetas-, pero no para quedarse en ellos, en una contemplación inútil, sino asumiéndolos para partir desde ello a fin de avanzar hacia la plenitud... La historia es parte del tesoro que Jesús tiene en la mano. Es a ella a la que va a redimir, no cancelando o borrando todo lo sucedido, sino asumiéndolo para hacerlo todo de nuevo, desde la bondad original.
Esa plenitud, ya lo sabemos, es la del amor. En la historia, es el amor el que ha puesto las tonalidades más hermosas. Amor a Dios y a los hermanos. La ausencia del amor es lo que ha quitado los tonos hermosos que colorean la vida y la han dejado sólo en los matices grises que la hacen triste... Jesús da plenitud porque lo coloca todo bajo la óptica y el baño refrescante del amor. Así mismo podemos hacer nosotros. Llevemos nuestra vida a la plenitud, inyectándole la mayor cantidad de amor de la que seamos capaces. Asumamos nuestra historia, reconociendo los errores que en ella se cometieron al faltar el amor, y potenciemos los buenos momentos de ella, haciendo que el amor sea un condimento esencial para que nuestra vida tenga sentido, partiendo siempre de nuestra historia...
martes, 25 de marzo de 2014
Una historia de Amor eterno
La Anunciación del Ángel a María es la Encarnación del Verbo eterno en su vientre... Son dos los protagonistas de este acontecimiento: María y su Hijo, el Hijo de Dios... Además, como es lógico en todo portento divino, aparecen personajes que hacen tremendo el misterio, como llenando de un hálito de magnificencia todo lo que está sucediendo. Están el Ángel Gabriel, el enviado de Dios para ser el anunciador de las mejores noticias para los hombres y, por supuesto, el Espíritu Santo, que es quien "cubrirá con su sombra" a María para que en Ella sea engendrado el cuerpo del Verbo eterno de Dios...
La Virgen María es aquella que ha sido anunciada en las profecías: "Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros". Dios mismo se había comprometido a dar esa señal a los hombres. Con ella, empezaba esa historia de amor concreto, en la cual el Hijo de Dios se encargaba Él mismo de entrar en la historia de la humanidad, ya no como Creador o Sustentador, sino como actor y protagonista principal de toda la obra. Y había sido elegida esta mujer sencilla y humilde para ser la puerta de entrada de ese Dios que venía a rescatar a la humanidad. Ella misma no tenía idea de lo que para todos significaría el paso que se estaba dando en la historia. En Ella ya se habían dado pasos fundamentales con los cuales Dios estaba preparando el momento culminante de su obra de rescate. Ella había sido pre-redimida, cuando había sido preservada del pecado original en el momento de su concepción. Su persona, que iba a ser depositaria de la presencia del Verbo eterno de Dios, tenía que ser una morada digna para contener toda la gloria de Dios. Era "repugnante" pensar en la posibilidad de que Dios viniera a un sitio que no era digno de Él. Había que purificarlo. Y Dios lo hizo, en atención a los méritos que con su muerte y resurrección ganaría su Hijo para todos los hombres en el futuro. Lo que hizo Dios fue traer lo que alcanzaría el Redentor unos 50 años después, y hacer que fuera efectivo en María anticipadamente. En Dios el futuro y el pasado son un eterno presente. Es todopoderoso, ama infinitamente a María, por ser la Madre de su Hijo, y por eso lo hace...
Esa mujer sencilla es la mujer que mejor podía ejercer el papel de Madre de Dios. Ella misma se reconoce como "la esclava del Señor". Anuncia, con toda su humildad, que será "proclamada Bienaventurada por todas las generaciones", no por Ella misma, sino porque "el Señor ha obrado maravillas en mí". Jamás se arroga a sí misma los méritos de lo maravilloso que le sucede, sino que se reconoce simplemente un instrumento fiel en las manos del Dios del amor. Ese "Fiat", "Hágase en mí según tu Palabra", es el principio de la historia culminante de amor de Dios en favor de todos los hombres. Es el decir a Dios: "Estoy dispuesta a servir para que todos mis hermanos reciban el regalo del amor, el perdón de sus pecados, la posibilidad de entrar como hijos en el seno del Padre en el cielo para toda la eternidad"... Es un paso felicísimo de una de las nuestras para alcanzara nuestra salvación...
El Verbo eterno es quien está eternamente presente ante el Padre. Es de quien dice San Juan: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para el rescate de todos". Es la expresión de amor más pura y elevada que el mismo Dios ha podido hacer hacia la humanidad, habiendo sido infinitas ya todas las muestras. En esta entrega del Hijo, por amor del Padre, Dios estalla literalmente. Dios nos demuestra que ama infinitamente al entregarnos a su Hijo para nuestro rescate, para pagar el precio de nuestra redención, para satisfacer plenamente con su sacrificio lo que era necesario para salir de las tinieblas... Y el mismo Verbo eterno, delante del Padre, nos demuestra también su amor redentor y misericordioso, cuando le dice al Padre: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad". San Juan afirma el amor infinito de Jesús cuando dice: "No existe amor más grande que el de dar la vida por sus amigos". Jesús es el Verbo de Dios que asume un cuerpo humano para aprender el amor como hombre. Su experiencia personal es la experiencia de quien da sus primeros pasos. Era Omnisciente, por ser Dios, en lo divino. Pero como hombre tuvo que dar los mismos pasos de aprendizaje de cualquiera. San Palo dice que Jesús "aprendió, sufriendo, a obedecer".
El aprendizaje de Jesús fue total. El Verbo de Dios, el eterno en gloria y magnificencia, el todo portentoso, se redujo casi a la nada. Es un ser en gestación, un óvulo fecundado, un feto formándose en el vientre de su madre. Y todo lo asume por amor. Es el canto más maravilloso de la vida, pues es el autor de la vida el que se hace a sí mismo pasar por aquello que Él ha creado. Es la imagen más maravillosa que podemos tener a la vista, pues en el vientre de María está la explosión del amor divino. No hay imagen más entrañable que la de la Virgen Madre llevando en su seno, creciendo como ser humano, al que es el Autor de todo lo creado...
Ante ese gesto no nos queda más que prorrumpir, como María en un canto de alabanza al Dios que nos ama y nos regala a su Hijo para salvarnos, y al Hijo mismo que asume toda nuestra condición humana plenamente, desde el inicio de la existencia, como cualquiera, para darnos todo su amor redentor: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador... Su Nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación".
La Virgen María es aquella que ha sido anunciada en las profecías: "Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros". Dios mismo se había comprometido a dar esa señal a los hombres. Con ella, empezaba esa historia de amor concreto, en la cual el Hijo de Dios se encargaba Él mismo de entrar en la historia de la humanidad, ya no como Creador o Sustentador, sino como actor y protagonista principal de toda la obra. Y había sido elegida esta mujer sencilla y humilde para ser la puerta de entrada de ese Dios que venía a rescatar a la humanidad. Ella misma no tenía idea de lo que para todos significaría el paso que se estaba dando en la historia. En Ella ya se habían dado pasos fundamentales con los cuales Dios estaba preparando el momento culminante de su obra de rescate. Ella había sido pre-redimida, cuando había sido preservada del pecado original en el momento de su concepción. Su persona, que iba a ser depositaria de la presencia del Verbo eterno de Dios, tenía que ser una morada digna para contener toda la gloria de Dios. Era "repugnante" pensar en la posibilidad de que Dios viniera a un sitio que no era digno de Él. Había que purificarlo. Y Dios lo hizo, en atención a los méritos que con su muerte y resurrección ganaría su Hijo para todos los hombres en el futuro. Lo que hizo Dios fue traer lo que alcanzaría el Redentor unos 50 años después, y hacer que fuera efectivo en María anticipadamente. En Dios el futuro y el pasado son un eterno presente. Es todopoderoso, ama infinitamente a María, por ser la Madre de su Hijo, y por eso lo hace...
Esa mujer sencilla es la mujer que mejor podía ejercer el papel de Madre de Dios. Ella misma se reconoce como "la esclava del Señor". Anuncia, con toda su humildad, que será "proclamada Bienaventurada por todas las generaciones", no por Ella misma, sino porque "el Señor ha obrado maravillas en mí". Jamás se arroga a sí misma los méritos de lo maravilloso que le sucede, sino que se reconoce simplemente un instrumento fiel en las manos del Dios del amor. Ese "Fiat", "Hágase en mí según tu Palabra", es el principio de la historia culminante de amor de Dios en favor de todos los hombres. Es el decir a Dios: "Estoy dispuesta a servir para que todos mis hermanos reciban el regalo del amor, el perdón de sus pecados, la posibilidad de entrar como hijos en el seno del Padre en el cielo para toda la eternidad"... Es un paso felicísimo de una de las nuestras para alcanzara nuestra salvación...
El Verbo eterno es quien está eternamente presente ante el Padre. Es de quien dice San Juan: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para el rescate de todos". Es la expresión de amor más pura y elevada que el mismo Dios ha podido hacer hacia la humanidad, habiendo sido infinitas ya todas las muestras. En esta entrega del Hijo, por amor del Padre, Dios estalla literalmente. Dios nos demuestra que ama infinitamente al entregarnos a su Hijo para nuestro rescate, para pagar el precio de nuestra redención, para satisfacer plenamente con su sacrificio lo que era necesario para salir de las tinieblas... Y el mismo Verbo eterno, delante del Padre, nos demuestra también su amor redentor y misericordioso, cuando le dice al Padre: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad". San Juan afirma el amor infinito de Jesús cuando dice: "No existe amor más grande que el de dar la vida por sus amigos". Jesús es el Verbo de Dios que asume un cuerpo humano para aprender el amor como hombre. Su experiencia personal es la experiencia de quien da sus primeros pasos. Era Omnisciente, por ser Dios, en lo divino. Pero como hombre tuvo que dar los mismos pasos de aprendizaje de cualquiera. San Palo dice que Jesús "aprendió, sufriendo, a obedecer".
El aprendizaje de Jesús fue total. El Verbo de Dios, el eterno en gloria y magnificencia, el todo portentoso, se redujo casi a la nada. Es un ser en gestación, un óvulo fecundado, un feto formándose en el vientre de su madre. Y todo lo asume por amor. Es el canto más maravilloso de la vida, pues es el autor de la vida el que se hace a sí mismo pasar por aquello que Él ha creado. Es la imagen más maravillosa que podemos tener a la vista, pues en el vientre de María está la explosión del amor divino. No hay imagen más entrañable que la de la Virgen Madre llevando en su seno, creciendo como ser humano, al que es el Autor de todo lo creado...
Ante ese gesto no nos queda más que prorrumpir, como María en un canto de alabanza al Dios que nos ama y nos regala a su Hijo para salvarnos, y al Hijo mismo que asume toda nuestra condición humana plenamente, desde el inicio de la existencia, como cualquiera, para darnos todo su amor redentor: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador... Su Nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación".
lunes, 24 de marzo de 2014
La Verdad no me gusta
No nos gusta que nos digan las verdades a la cara... Preferimos que nos den lisonjas, que nos den honores, que nos reconozcan aun aquello que sea falso, pero que nos enaltezcan... Nuestra vanidad y los deseos de aparentar nos ganan muchas veces la partida... Una de las tentaciones más fuertes que tenemos los hombres es la del poder. Son tres los ídolos a los que los hombres servimos: Tener, Poder y Placer. El tener nos gana de manera ostensiva. Nos vamos llenando de cosas, casi sin darnos cuenta, y vamos creando dependencias absurdas de ellas, incluso fabricadas artificialmente, y el ídolo del tener teje su telaraña imperceptiblemente hasta que nos tiene totalmente a su servicio... El poder nos va gustando poco a poco. Lamentablemente hay servidores que son felices en el servicio en búsqueda del bien de los demás, movidos incluso por un amor altruista que busca satisfacerlos. Pero basta que se le dé un poquito de poder para que vaya envenenando su conciencia y su conducta y vaya buscando cada vez más formas de poder para someter a los demás, dejando así de servir y buscando más bien ser servido... Y el placer, al ser basado en el gusto, se presenta cada vez más atractivo, en cuanto va produciendo sensaciones "sabrosas" en quien los va percibiendo. El cuerpo no piensa... El cuerpo exige. Y si se le da algo que le plazca, lo añorará luego continuamente, pues "se la ha pasado muy bien". Los placeres van minando la capacidad de discernimiento y llega un momento en que ya no importa nada lo que sea bueno o malo, sino que el acento se pone en el "me gusta" o el "no me gusta"...
Todos estos ídolos van sustituyendo paulatinamente la bondad del hombre y lo van haciendo cada vez más egoísta, pues pone todas sus fuerzas en lograr dar satisfacción a aquellos dioses a los cuales se ha puesto al servicio. No hablemos aún de la realidad de la presencia de Dios en la vida de alguien, el cual sería absurdamente sustituido por las criaturas. Esta realidad de la idolatría es, sencillamente, horizontal. Los ídolos sustituyen a la bondad natural del hombre y lo encierran en sí mismo. Los grandes males de nuestro mundo vienen de la mano de colocarse al servicio de la idolatría del tener, del poder y del placer. Cuando los hombres nos colocamos a nosotros mismos en el centro, desmontamos toda la armonía que quiso originariamente Dios para todo lo creado. Más aún cuando no somos ni siquiera nosotros los que estamos en el centro, sino que colocamos a las criaturas inferiores a nosotros en él... Es el colmo de la autoesclavitud...
Pero en la base de todo se debe colocar la soberbia, que es el pecado cometido por Adán y Eva. El "serán como Dios" que les dijo la serpiente fue la frase cautivadora. ¿Cómo no querer estar a la altura del mismo Dios, del mismo Creador? ¿Cómo no querer tener su poder y su inteligencia? ¿Cómo no querer romper las "cadenas" que nos ataban a Él, haciéndonos poco más que sus esclavos? El ser como Dios implica tomar las riendas de la propia vida, ordenar todo según el propio criterio de utilidad, colocar todo al servicio personal, imponer el honor que se debe a quien está por encima de todo... Y eso a los hombres nos encanta... No hay como las lisonjas, los reconocimientos, los honores, las adulancias, el ocultamiento de las debilidades, para sentir las caricias narcotizadoras del ego... Que nos digan todas las cosas bellas que tenemos, y las que no también, y que nos oculten las malas... Recuerdo que el P. Cesáreo Gil decía siempre lo que sucedía con el pavo real... Se "empavonaba" -nunca mejor dicho- extendiendo sus bellas plumas y daba vueltas para que todos lo admiraran, pero cuando él mismo se veía las patas -horribles como son- las plumas instantáneamente se le caían... No era capaz de aceptar que en sí hubiera algo tan horrible como sus propias patas...
Así mismo somos los hombres... Recuerdo una escena final de una película sobre el diablo, en la que supuestamente el bien lo había vencido... La táctica para recuperar la victoria fue acercarse de nuevo al abogado joven que lo había vencido, acariciarle el ego, hablarle de sus inmensas capacidades, animarlo a seguir adelante pues de seguro triunfaría porque era muy capaz... Y así, lo conquistó para sí... La frase final del demonio fue algo así como: "Me encantan los hombres, porque son soberbios"...
Jesús vivió lo mismo... Cuando le dijo a los judíos la verdad en su cara, lo mejor que pensaron fue eliminarlo, sacarlo de en medio, callar su voz... "Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba"... La voz de Jesús, que les echaba en cara que habían rechazado a Dios desde el principio y por eso Dios mismo había buscado caminos diversos, abriendo el arco de la salvación para los demás habitantes de la tierra, les resultaba insoportable... Es preferible callar la verdad, pues es muy dolorosa... En nosotros debe haber lugar sólo para los reconocimientos. Que nadie venga a decirnos lo malo que estamos haciendo, sino que nos digan, aunque sea inventando, lo bueno que hay en nosotros... Que nos engañen diciéndonos que en nosotros sólo hay cosas buenas. No importa. Es música para nuestros oídos y para nuestro corazón y lo queremos oír siempre...
Jesús se alejaba... Es lo que hace cuando le cerramos la puerta a su Verdad, a su amor. Es lo que logramos con nuestra actitud de soberbia, de vanidad, de egoísmo... No seamos torpes queriendo alcanzar un lugar que no nos corresponde. Nuestro lugar es con Dios, el único que nos puede dar la plenitud. Fuera de Él es imposible toda compensación. Nosotros mismos jamás nos la daremos...
Todos estos ídolos van sustituyendo paulatinamente la bondad del hombre y lo van haciendo cada vez más egoísta, pues pone todas sus fuerzas en lograr dar satisfacción a aquellos dioses a los cuales se ha puesto al servicio. No hablemos aún de la realidad de la presencia de Dios en la vida de alguien, el cual sería absurdamente sustituido por las criaturas. Esta realidad de la idolatría es, sencillamente, horizontal. Los ídolos sustituyen a la bondad natural del hombre y lo encierran en sí mismo. Los grandes males de nuestro mundo vienen de la mano de colocarse al servicio de la idolatría del tener, del poder y del placer. Cuando los hombres nos colocamos a nosotros mismos en el centro, desmontamos toda la armonía que quiso originariamente Dios para todo lo creado. Más aún cuando no somos ni siquiera nosotros los que estamos en el centro, sino que colocamos a las criaturas inferiores a nosotros en él... Es el colmo de la autoesclavitud...
Pero en la base de todo se debe colocar la soberbia, que es el pecado cometido por Adán y Eva. El "serán como Dios" que les dijo la serpiente fue la frase cautivadora. ¿Cómo no querer estar a la altura del mismo Dios, del mismo Creador? ¿Cómo no querer tener su poder y su inteligencia? ¿Cómo no querer romper las "cadenas" que nos ataban a Él, haciéndonos poco más que sus esclavos? El ser como Dios implica tomar las riendas de la propia vida, ordenar todo según el propio criterio de utilidad, colocar todo al servicio personal, imponer el honor que se debe a quien está por encima de todo... Y eso a los hombres nos encanta... No hay como las lisonjas, los reconocimientos, los honores, las adulancias, el ocultamiento de las debilidades, para sentir las caricias narcotizadoras del ego... Que nos digan todas las cosas bellas que tenemos, y las que no también, y que nos oculten las malas... Recuerdo que el P. Cesáreo Gil decía siempre lo que sucedía con el pavo real... Se "empavonaba" -nunca mejor dicho- extendiendo sus bellas plumas y daba vueltas para que todos lo admiraran, pero cuando él mismo se veía las patas -horribles como son- las plumas instantáneamente se le caían... No era capaz de aceptar que en sí hubiera algo tan horrible como sus propias patas...
Así mismo somos los hombres... Recuerdo una escena final de una película sobre el diablo, en la que supuestamente el bien lo había vencido... La táctica para recuperar la victoria fue acercarse de nuevo al abogado joven que lo había vencido, acariciarle el ego, hablarle de sus inmensas capacidades, animarlo a seguir adelante pues de seguro triunfaría porque era muy capaz... Y así, lo conquistó para sí... La frase final del demonio fue algo así como: "Me encantan los hombres, porque son soberbios"...
Jesús vivió lo mismo... Cuando le dijo a los judíos la verdad en su cara, lo mejor que pensaron fue eliminarlo, sacarlo de en medio, callar su voz... "Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba"... La voz de Jesús, que les echaba en cara que habían rechazado a Dios desde el principio y por eso Dios mismo había buscado caminos diversos, abriendo el arco de la salvación para los demás habitantes de la tierra, les resultaba insoportable... Es preferible callar la verdad, pues es muy dolorosa... En nosotros debe haber lugar sólo para los reconocimientos. Que nadie venga a decirnos lo malo que estamos haciendo, sino que nos digan, aunque sea inventando, lo bueno que hay en nosotros... Que nos engañen diciéndonos que en nosotros sólo hay cosas buenas. No importa. Es música para nuestros oídos y para nuestro corazón y lo queremos oír siempre...
Jesús se alejaba... Es lo que hace cuando le cerramos la puerta a su Verdad, a su amor. Es lo que logramos con nuestra actitud de soberbia, de vanidad, de egoísmo... No seamos torpes queriendo alcanzar un lugar que no nos corresponde. Nuestro lugar es con Dios, el único que nos puede dar la plenitud. Fuera de Él es imposible toda compensación. Nosotros mismos jamás nos la daremos...
domingo, 23 de marzo de 2014
Lo que propone Dios es mejor
Definitivamente, la Palabra de Dios nos pone la vida de cabeza... Y es que, en la mente de Dios, está claro que la felicidad del hombre está en vivir de cabeza, es decir, al contrario de lo que nos dicta nuestra razón acomodaticia, que busca siempre lo fácil, lo que no nos exija nada... ¿Como no confiar en que lo que nos propone Dios es el camino correcto, cuando Él es el Omnisciente, la Sabiduría Eterna e Infinita? Lógicamente, cuando nos propone algo directamente o nos pone un ejemplo que podamos seguir, debemos suponer que Él ya sabe todas las consecuencias y conoce perfectamente la compensación plena que produce... Por eso, nuestra razón debe saber elegir entre lo que se propone ella misma como mejor y lo que propone Dios que, con seguridad, será con mucho, infinitamente más compensador...
San Pablo nos pone a la vista una afirmación que frecuente, y lamentablemente, pasa por debajo de la mesa. Demasiado frecuentemente, pues la verdad es que es revolucionaria: "Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atreviera uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros". Es sobre la muerte redentora de Jesús, la cual significó asumir sobre sus hombros los pecados de la humanidad, incluyendo los mas detestables, y llevarlos a la Cruz para vencer sobre ellos. Pero la cosa va más allá... No es simplemente al pecado, que al fin es una "cosa". Como el buen pastor que es, se carga sobre sus hombros al pecador, para no dejarlo matar -lo cual, en la posición más radical, sería el "castigo" que le correspondería- sino para morir en vez de él... Es decir, Jesús en la Cruz lleva la violación, el asesinato, el robo, la pederastia, la mentira, la opresión, la esclavitud de los débiles... Pero no sólo eso... Jesús lleva sobre sus hombros también al violador, al asesino, al ladrón, al pederasta, al mentiroso, al opresor, al esclavista...
San Pablo afirma que alguien quizá se ofrezca a morir en vez de un justo... Pensemos un poco... Si alguien se enterara de que a la Madre Teresa de Calcuta la condenan a muerte,es muy probable que muchos de nosotros nos ofrezcamos a morir en vez de ella. Fue una mujer buena, que hizo mucho bien y que, estando viva, hubiera podido hacer muchísimo más por los más pobres del mundo. Vale la pena que siga viviendo. Prácticamente no costaría nada decir: "Me ofrezco a morir por ella, para que el bien se siga haciendo entre los más necesitados"... Pero sigue San Pablo diciendo que la prueba del amor de Dios es que Cristo murió por los pecadores, es decir, en vez de ellos... Sigamos pensando... El violador de la niña es condenado a muerte. ¿Alguno de nosotros será capaz de decir: "No lo maten a él... Mátenme a mí en vez de él"? Está claro que no...Más aún, seguramente pensamos en lo más profundo que es lo que se merece, que es un castigo adecuado para alguien que ha cometido tal vileza... Pero, al margen del castigo justo que se merece tal acción deleznable, en Jesús la reacción es absolutamente contraria... Él se coloca entre el Padre y el violador y le dice: "Padre, no lo mates a él, aunque se lo merezca... Yo me ofrezco a morir por él. Mátame a mí en vez de a él..." Es, verdaderamente, impresionante... Pero es lo que sucede... Jesús ha muerto en vez de todos los pecadores que se merecían la muerte. No es sólo el pecado lo que lleva a la Cruz a Jesús. Es cada persona de cada pecador, pues Él se ofrece a morir en vez de los que merecen la muerte... Muere por ti y por mí. Por tus pecados y por los míos... Muere en vez de ti y en vez de mí... Es el amor mayor, pues "No hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos", en vez de los amigos...
Dios nos rescata del pecado a través de la muerte de Jesús. Y salva nuestra vida sacrificando a su propio Hijo por amor a nosotros, haciéndolo morir en vez de nosotros... No existe manera de medir ese amor, por cuanto las cifras de medición nuestras no llegan tan alto. Simplemente bastará decir que es infinito y que es lo que nos propone Dios para llegar a la plenitud, que es donde Él vive... La felicidad no está, de esa manera hay que entenderlo, en lo que nos dictaría nuestra razón maquinadora y pretendidamente objetiva... Está en lo que nos propone Dios, según lo que Él mismo hace... Aunque parezca el absurdo mayor. El absurdo en Dios, según el hombre, es la felicidad del hombre...
Y Jesús va más allá. No sólo nos rescata del pecado. No sólo se ofrece a morir en vez de nosotros. No sólo nos evita la muerte que nos merecíamos, sino que apunta más alto... Nos quiere dar una nueva Vida, superior a la que nosotros teníamos... Por eso le dice a la Samaritana: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva". Es su propia Vida la que nos ofrece, que es el agua refrescante que surge de su pozo de amor. Jesús no sólo quita o evita lo peor para nosotros, que es el pecado y la muerte, sino que nos da lo mejor. Nos quiere vaciar de nosotros mismos para llenarnos de Él, de su Vida de Gracia, de la Vida que de verdad vale la pena: "El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna"... Vivir esa Vida que nos ofrece Jesús es abrirse las puertas para la eternidad feliz junto al Padre. Es ganarse el premio más grande jamás imaginado. Es avanzar para ganar el tesoro más valioso que nos podemos imaginar. Ni todo el oro del mundo, ni una eternidad de vida en este mundo, ni todas las alegrías que podamos vivir sumadas en un sólo momento, ni sumados todos los honores o privilegios que podamos recibir, pueden equipararse a lo que significa vivir eternamente felices en el cielo, junto a Dios, disfrutando de ese abrazo de amor indisoluble e inmutable... Es de verdad, inimaginable...
Y esa es la Redención... En eso consiste... Jesús nos vacía del pecado, nos vacía de nosotros mismos, nos rescata de la muerte segura, muriendo Él en vez de nosotros, pero nos eleva a su condición divina regalándonos su propia Vida y abriéndonos las puertas del cielo. La Redención es el camino inverso del pecado. Si el pecado nos destruyó totalmente, la Redención nos reconstruyó y nos puso en la senda de la plenitud de la felicidad, que es la vivencia eterna del amor de Dios en nuestros corazones...
San Pablo nos pone a la vista una afirmación que frecuente, y lamentablemente, pasa por debajo de la mesa. Demasiado frecuentemente, pues la verdad es que es revolucionaria: "Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atreviera uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros". Es sobre la muerte redentora de Jesús, la cual significó asumir sobre sus hombros los pecados de la humanidad, incluyendo los mas detestables, y llevarlos a la Cruz para vencer sobre ellos. Pero la cosa va más allá... No es simplemente al pecado, que al fin es una "cosa". Como el buen pastor que es, se carga sobre sus hombros al pecador, para no dejarlo matar -lo cual, en la posición más radical, sería el "castigo" que le correspondería- sino para morir en vez de él... Es decir, Jesús en la Cruz lleva la violación, el asesinato, el robo, la pederastia, la mentira, la opresión, la esclavitud de los débiles... Pero no sólo eso... Jesús lleva sobre sus hombros también al violador, al asesino, al ladrón, al pederasta, al mentiroso, al opresor, al esclavista...
San Pablo afirma que alguien quizá se ofrezca a morir en vez de un justo... Pensemos un poco... Si alguien se enterara de que a la Madre Teresa de Calcuta la condenan a muerte,es muy probable que muchos de nosotros nos ofrezcamos a morir en vez de ella. Fue una mujer buena, que hizo mucho bien y que, estando viva, hubiera podido hacer muchísimo más por los más pobres del mundo. Vale la pena que siga viviendo. Prácticamente no costaría nada decir: "Me ofrezco a morir por ella, para que el bien se siga haciendo entre los más necesitados"... Pero sigue San Pablo diciendo que la prueba del amor de Dios es que Cristo murió por los pecadores, es decir, en vez de ellos... Sigamos pensando... El violador de la niña es condenado a muerte. ¿Alguno de nosotros será capaz de decir: "No lo maten a él... Mátenme a mí en vez de él"? Está claro que no...Más aún, seguramente pensamos en lo más profundo que es lo que se merece, que es un castigo adecuado para alguien que ha cometido tal vileza... Pero, al margen del castigo justo que se merece tal acción deleznable, en Jesús la reacción es absolutamente contraria... Él se coloca entre el Padre y el violador y le dice: "Padre, no lo mates a él, aunque se lo merezca... Yo me ofrezco a morir por él. Mátame a mí en vez de a él..." Es, verdaderamente, impresionante... Pero es lo que sucede... Jesús ha muerto en vez de todos los pecadores que se merecían la muerte. No es sólo el pecado lo que lleva a la Cruz a Jesús. Es cada persona de cada pecador, pues Él se ofrece a morir en vez de los que merecen la muerte... Muere por ti y por mí. Por tus pecados y por los míos... Muere en vez de ti y en vez de mí... Es el amor mayor, pues "No hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos", en vez de los amigos...
Dios nos rescata del pecado a través de la muerte de Jesús. Y salva nuestra vida sacrificando a su propio Hijo por amor a nosotros, haciéndolo morir en vez de nosotros... No existe manera de medir ese amor, por cuanto las cifras de medición nuestras no llegan tan alto. Simplemente bastará decir que es infinito y que es lo que nos propone Dios para llegar a la plenitud, que es donde Él vive... La felicidad no está, de esa manera hay que entenderlo, en lo que nos dictaría nuestra razón maquinadora y pretendidamente objetiva... Está en lo que nos propone Dios, según lo que Él mismo hace... Aunque parezca el absurdo mayor. El absurdo en Dios, según el hombre, es la felicidad del hombre...
Y Jesús va más allá. No sólo nos rescata del pecado. No sólo se ofrece a morir en vez de nosotros. No sólo nos evita la muerte que nos merecíamos, sino que apunta más alto... Nos quiere dar una nueva Vida, superior a la que nosotros teníamos... Por eso le dice a la Samaritana: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva". Es su propia Vida la que nos ofrece, que es el agua refrescante que surge de su pozo de amor. Jesús no sólo quita o evita lo peor para nosotros, que es el pecado y la muerte, sino que nos da lo mejor. Nos quiere vaciar de nosotros mismos para llenarnos de Él, de su Vida de Gracia, de la Vida que de verdad vale la pena: "El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna"... Vivir esa Vida que nos ofrece Jesús es abrirse las puertas para la eternidad feliz junto al Padre. Es ganarse el premio más grande jamás imaginado. Es avanzar para ganar el tesoro más valioso que nos podemos imaginar. Ni todo el oro del mundo, ni una eternidad de vida en este mundo, ni todas las alegrías que podamos vivir sumadas en un sólo momento, ni sumados todos los honores o privilegios que podamos recibir, pueden equipararse a lo que significa vivir eternamente felices en el cielo, junto a Dios, disfrutando de ese abrazo de amor indisoluble e inmutable... Es de verdad, inimaginable...
Y esa es la Redención... En eso consiste... Jesús nos vacía del pecado, nos vacía de nosotros mismos, nos rescata de la muerte segura, muriendo Él en vez de nosotros, pero nos eleva a su condición divina regalándonos su propia Vida y abriéndonos las puertas del cielo. La Redención es el camino inverso del pecado. Si el pecado nos destruyó totalmente, la Redención nos reconstruyó y nos puso en la senda de la plenitud de la felicidad, que es la vivencia eterna del amor de Dios en nuestros corazones...
sábado, 22 de marzo de 2014
Dios siempre quiere perdonarnos
La Parábola del Hijo Pródigo se debería llamar la Parábola del Padre Misericordioso. Aun siendo el Hijo menor el personaje alrededor del cual se desarrolla toda la trama, no es menos cierto que es el Padre el que realiza la obra maravillosa que destaca en el mensaje que quiere dar Jesús: A pesar de haber sido abandonado y en cierto modo traicionado por la conducta del Hijo menor, jamás dejó de tener esperanza en su retorno. Además, el gesto final de abrazar y besar a su Hijo que vuelve, sin siquiera una reconvención que hubiera estado totalmente justificada, habla de un amor que es mayor que el dolor que pudo haber sufrido... Sin duda, nosotros nos hubiéramos comportado distinto...
Jesús nos desnuda cómo es el corazón de Dios, de nuestro Padre de Amor. Es un corazón que a pesar de haber sufrido el desprecio, el rechazo, el dolor por la separación de sus criaturas predilectas, de ninguna manera se deja llevar por los deseos de escarmentar, y mucho menos de venganza. Su corazón es tan elevado en la cuestión del afecto, es tan puro en los sentimientos nobles, que no guarda ningún rencor, sino que se deja abrasar de amor por sus criaturas... No es Dios de castigo, sino de perdón. No es Dios de venganza, sino de misericordia. No es Dios de destrucción, sino de reconstrucción. Su intencionalidad original e inmutable, que no será destruida ni siquiera por el mayor de los desprecios, es el de procurar el mayor bien posible, pues su motor principal es el del amor. No dejará pasar la ocasión para reeducar a quien se desvía del camino del bien, pero en el momento del perdón no pestañeará un sólo segundo en otorgarlo. Así es el amor... Y cuando es sólido, firme, revelador de la más profunda esencia, es, además, inquebrantable, inmutable...
El profeta, en su meditación, reconoce admirado la esencia amorosa y misericordiosa de Dios: "¿Qué Dios como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad? No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos"... De no comportarse así, no sería Dios, pues la esencia de Dios, su identidad más característica y profunda es la del amor. Y el amor es, por naturaleza, misericordioso...
Por eso, en nuestro caminar cotidiano, tenemos que tener la certeza continua de ese amor que perdona y que procura la reconstrucción de quien se ha destruido a sí mismo por el pecado... Es un intercambio gozoso el que podemos vivir continuamente. De eso se trata la conversión: de reconocer lo que hemos perdido, el abismo en el que nos encontramos, la oscuridad que hemos elegido, para colocarnos en la senda del encuentro con quien nos puede elevar e iluminar: "Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros". Es la actitud de humildad, de reconocimiento, de arrepentimiento y de ponerse en camino hacia la casa del Padre, que es absolutamente necesaria asumir para recibir el regalo entrañable de la misericordia divina. Si no se da este paso, no se recibe el perdón. Y no porque Dios no quiera otorgarlo, pues Él es esencialmente perdón, sino porque no le damos la ocasión de dárnoslo al no acercarnos... Dios sólo hará lo que sabe hacer: "Echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo", e invita a compartir su alegría a todos los de casa: "Saquen en seguida el mejor traje y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y mátenlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado"...
Esto podemos vivirlo cotidianamente cuando somos humildes, cuando abrimos el corazón al amor de Dios, cuando dejamos que ese amor nos conquiste y le dé sentido a nuestras vidas... Los cristianos tenemos a la mano el mejor elemento para vivir esto, con sólo acercarnos al Sacramento de la Penitencia, a la Confesión, a la Reconciliación. El Sacerdote, en la Reconciliación, es como el Padre de la Parábola. Jesús estableció que ese poder del amor que perdona, quedara en el ejercicio del Sacramento del Perdón. "A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados. A quienes se los retengan, les quedan retenidos", le dijo a los Apóstoles, los primeros Sacerdotes... Y ese canal de la gracia de la misericordia y del perdón está siempre a la disposición. Basta que nos acerquemos a nuestros Sacerdotes para sentir el abrazo y los besos de nuestro Padre que nos espera en la casa para reintegrarnos a ella y hacer fiesta por nuestro retorno...
Si somos desdichados en el pecado, más desdichados aún lo somos cuando nos mantenemos obstinadamente en él por cobardía, por soberbia, por indiferencia. Aumentamos nuestra culpa de esa manera. Cualquier obstáculo que pongamos desde nuestro ser al ejercicio del amor de Dios en el perdón hacia nosotros mismos, es, realmente, una estupidez. Nos aislamos y nos prohibimos a nosotros mismos la experiencia más entrañable y amorosa que podemos vivir: la del perdón de Dios que nos quiere abrazar y besar, haciéndonos de nuevo suyos y dejándonos habitar de nuevo en su casa...
viernes, 21 de marzo de 2014
Mala consejera es la envidia...
La envidia es uno de los peores sentimientos de los que podemos adolecer los hombres. Por ella se crean animadversiones terribles contra aquellos a los que más bien deberíamos admirar e incluso tratar de imitar, si el camino que han recorrido ha sido bueno y honesto. Es, en última instancia, una confesión de la propia incapacidad, por la cual, declarándose inhábil para estar en el mismo lugar del otro, se prefiere incluso hasta hacerlo desaparecer. En general, es un sentimiento individual que carcome a su víctima, haciéndole simplemente un frustrado, con una ilimitada insatisfacción, que sólo será "curada" cuando ya no esté la causa de ella... Pero es más terrible aún cuando el envidioso tiene la posibilidad de influir en otros, creando una inexistente envidia previa en los débiles que lo rodean, difamando a quien ha alcanzado honestamente una meta que denota progreso y solidez. El maquiavelismo del envidioso se luce creando un mal ambiente a quien no se lo merece, pues ha alcanzado un bienestar quizás con mucha dedicación y responsabilidad. Otra cosa es que se haya alcanzado metas pasando por encima de los otros, aprovechándose de la debilidad o de la necesidad de algunos, humillándolos hasta la esclavitud... En este caso, lo que debe surgir es un deseo de justicia, social y moral, que ponga de nuevo las cosas en su lugar y dé el castigo a quien ha oprimido aprovechándose de la necesidad de otros...
Cuando la envidia es azuzada para que surja en los demás, en los que quizá antes ni siquiera existía, se crea un clima de resentimiento terrible que puede ser agudizada hasta el extremo, y llegar a no tener fin hasta que se cree un clima de confrontación de "los débiles" contra "los poderosos". La labor del primero que envidió es realmente funesta. Va creando una sensación de "injusticia", que se resolvería únicamente con la venganza contra el "injusto", que quizá haya obtenido sus metas con toda la honestidad de la que puede ser capaz...
No es nuevo esto... El caso de la esclavitud de Israel en Egipto comenzó con un movimiento que se desarrolló en esta línea. Los hermanos de José se sentían envidiosos con él, "el de los sueños", pues veían que su padre, Jacob, le tenía una solicitud y un cariño especial. Esto los incomodaba tremendamente. Por eso, en la primera ocasión que tuvieron, se confabularon para quitarlo de en medio: "Ahí viene el de los sueños. Vamos a matarlo y a echarlo en un aljibe; luego diremos que una fiera lo ha devorado; veremos en qué paran sus sueños". Su envidia era tal que planean incluso su muerte. Remordidos por una conciencia mínima de respeto a la sangre de su hermano, cambian de parecer. "No le quitemos la vida... No derramen sangre; échenlo en este aljibe, aquí en la estepa; pero no pongan las manos en él". Finalmente, al ver que se acercaba una caravana de madianitas, deciden venderlo como esclavo: "Vamos a venderlo a los ismaelitas y no pondremos nuestras manos en él, que al fin es hermano nuestro y carne nuestra"... Toda una estrategia maligna para eliminar la razón de su envidia... Ese es el principio de la terrible tragedia que vive luego Israel en Egipto. El hecho, ciertamente, en ese momento sirvió para que Israel superara el acontecimiento trágico de la inmensa hambre, pues José, finalmente, fue quien los rescató de una muerte segura en el desierto. El que fue vendido como esclavo llegó a ser el segundo del Faraón, lo cual le valió a Israel su salvación... Pero así se iniciaron los 400 años de esclavitud que vivió Israel bajo el dominio perverso de los Faraones...
La envidia tuvo como consecuencia la esclavitud... No se tiene jamás buen final cuando el primer paso es motivado por sentimientos perversos. Lo que le pasó a Israel, su esclavitud, la terrible desgracia de ser humillados como pueblo, sometidos a un poder extranjero, tuvo su razón última en un gesto de envidia de los hermanos hacia José... Es inimaginable la consecuencia desastrosa que cualquier gesto motivado por una envidia malsana puede tener... No es buena consejera una mente que se mueve por sentimientos innobles. Mucho menos cuando para alcanzar sus bajos objetivos, busca asociar a su locura a los débiles que se dejan manipular fácilmente...
En general, si llegara a surgir la envidia como primer movimiento, ésta debe ser mudada a un sentimiento de revisión personal. Debe apuntar a percibir la propia capacidad que se tiene y estimularla para transitar vías personales de progreso que lleven a la satisfacción al alcanzar metas por el propio esfuerzo. El "arrebato" de lo que otros tienen y que han obtenido por esfuerzo honesto y responsable, no es satisfacción de ninguna manera. Es, sencillamente, robo. No es haciendo desaparecer a quien sirve de modelo como deja de existir la meta buena... Ya lo decía el mismo Jesús, refiriéndose al rechazo a su propia persona: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente"... Quienes pretendieron quitar a Jesús de en medio, prefirieron la oscuridad en la que se encontraban, atrayendo para sí la mayor debilidad. Echar a quien nos anima a ser mejores, no deja a un lado nuestro compromiso de hacerlo. Estamos llamados a la perfección y es Jesús quien nos pone en el camino para lograrlo y nos da las herramientas que necesitamos. Quitarlo de nuestra vista sólo nos hace perder la oportunidad de tener el camino de la perfección a la mano... "Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos", es la sentencia de Jesús a quien no se aprovecha de su persona, de su mensaje, de sus obras, para avanzar en el camino de la perfección. Son los que se quedan en la envidia, carcomiéndose interiormente por los logros de los demás, y planificando su ruina. Al final, será su propia ruina. Trágico final...
jueves, 20 de marzo de 2014
Maldición o bendición hoy y para la eternidad...
Hay expresiones en la Biblia que ponen los pelos de punta... Es Palabra de Dios revelada, que se usa con el fin de que nos quede claro a sus destinatarios el mensaje que Dios quiere que nos llegue sin equívocos, unidireccionales, absolutos... No permiten segundas acepciones o acomodamientos a los intereses particulares... Dios habla, así en claroscuro, de modo que haya que tomar partido y decidirse por una vía única. Así, nos topamos con la expresión de Jeremías: "Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita". No hay lugar a malos entendidos... El camino del hombre que se aparta de Dios y confía en el hombre -en sí mismo o en los demás, sin la referencia espiritual- es un camino de perdición, de tragedia, de frustración total, de muerte, de oscuridad...
Igualmente, la afirmación inversa es también absoluta... "Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto". Es la doble cara de la moneda de la relación con Dios. Una es terrible, desastrosa, trágica. La otra es dichosa, esperanzadora, rica en frutos y en metas alcanzadas y logros positivos... Realmente, entre ambas no existe comparación...
En nuestra historia humana tenemos miles de ejemplos de hombres y mujeres que se han decidido por alguno de los dos caminos... Y conocemos los resultados. Los que se han decidido por seguir al hombre apartando a Dios de sus vidas, han tenido vidas trágicas, realmente. Los grandes tiranos de la historia que han subyugado a naciones enteras, a sus mismos pueblos, que han promovido guerras, que se han aprovechado materialmente de miles, que han esclavizado a pueblos enteros, que han explotado a los sencillos y los humildes, generalmente han terminado sus días terriblemente mal. En nuestros días hemos visto el final de grandes tiranos, que creyeron que su poder era omnímodo, indestructible. Su fin ha sido también inhumano, procurado con saña inaceptable, pero lamentablemente buscada por sus mismas actuaciones. No se puede esperar recibir flores cuando se le ha lanzado a los suyos balas y bombas... Una cosa es procurar justicia y otra muy distinta es procurar venganza... Quienes promueven la venganza se han dejado vencer por el odio de aquellos a los que quieren derrotar. Con una victoria así, están confesando su propia derrota... La destrucción de aquellos que se alejan de Dios es tan profunda y apunta tanto a la esencia de la humanidad, que logran incluso deshumanizar a sus oponentes... Es terrible el camino que recorren... Algunos llegan incluso al cinismo de invocar el nombre de Dios como bandera para justificar y hasta disfrazar como buenas sus terribles pretensiones... No sólo echan a Dios a un lado, sino que lo convierten en un "muñeco" del cual aprovecharse ante los sencillos y humildes... Son malditos porque con eso se atraen sólo desgracias para sus vidas, y una condena para la eternidad. Es la mayor maldición...
Por el contrario, encontramos también a grandes personajes, muy conocidos unos y anónimos otros, que han decidido poner a Dios en el primero de los lugares, el que le corresponde por derecho, y viviendo en el amor con el que Él los llena, viven en la solidaridad fraterna y caritativa con los demás... Para ellos, no existe diferenciación, pues todos son hermanos, incluso aquel tirano que necesita convertirse. Por eso son valientes en la denuncia de las injusticias, cantándole sus verdades a ellos en sus propias caras, atrayéndose en múltiples ocasiones el desprecio del poder y la persecución. Pero atrayéndose también el favor de Dios, la ilusión con la que Él los llena continuamente, el ánimo, la fortaleza y la serenidad que necesitan para seguir adelante en este camino lleno de obstáculos, de violencia, de incomprensión... Son benditos porque con eso apuntan a la eternidad en felicidad plena, llenan su camino de la esperanza de lograr para sí mismos y para el mundo entero la armonía de la justicia y de la paz, de la solidaridad y de la igualdad.. Con esa siembra, tendrán una cosecha copiosa de felicidad en la eternidad...
Es la suerte diversa que explica Jesús en la parábola de Lázaro y el rico epulón. Dios le explica al rico: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces". El rico puso su confianza en el hombre, en sus riquezas, en sus bienes... Por eso recibe en la eternidad sólo maldiciones. Había echado de su vida a Dios y la consecuencia es que Dios quedó eternamente fuera de su vida... Lázaro no tenía en quién confiar sino sólo en Dios, por eso fue bendecido con la eternidad junto al Padre en la plenitud del amor y de la felicidad... No hay comparación. La desesperación del rico es terrible, pero ya no podía echar atrás. Su maldición es para toda la eternidad. Y la bendición de Lázaro jamás se acabará...
No es buen negocio apartarse de Dios. Vivir junto a Él en el amor, llenarse de ese amor para convivirlo con los hermanos, dejarse llevar por la ilusión y el ánimo de ser solidarios con los demás, particularmente con los más necesitados, tendrá resultados fabulosos. Es la bendición plena del hombre. Lo contrario sólo logrará la maldición absurda, oscura, trágica...
Igualmente, la afirmación inversa es también absoluta... "Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto". Es la doble cara de la moneda de la relación con Dios. Una es terrible, desastrosa, trágica. La otra es dichosa, esperanzadora, rica en frutos y en metas alcanzadas y logros positivos... Realmente, entre ambas no existe comparación...
En nuestra historia humana tenemos miles de ejemplos de hombres y mujeres que se han decidido por alguno de los dos caminos... Y conocemos los resultados. Los que se han decidido por seguir al hombre apartando a Dios de sus vidas, han tenido vidas trágicas, realmente. Los grandes tiranos de la historia que han subyugado a naciones enteras, a sus mismos pueblos, que han promovido guerras, que se han aprovechado materialmente de miles, que han esclavizado a pueblos enteros, que han explotado a los sencillos y los humildes, generalmente han terminado sus días terriblemente mal. En nuestros días hemos visto el final de grandes tiranos, que creyeron que su poder era omnímodo, indestructible. Su fin ha sido también inhumano, procurado con saña inaceptable, pero lamentablemente buscada por sus mismas actuaciones. No se puede esperar recibir flores cuando se le ha lanzado a los suyos balas y bombas... Una cosa es procurar justicia y otra muy distinta es procurar venganza... Quienes promueven la venganza se han dejado vencer por el odio de aquellos a los que quieren derrotar. Con una victoria así, están confesando su propia derrota... La destrucción de aquellos que se alejan de Dios es tan profunda y apunta tanto a la esencia de la humanidad, que logran incluso deshumanizar a sus oponentes... Es terrible el camino que recorren... Algunos llegan incluso al cinismo de invocar el nombre de Dios como bandera para justificar y hasta disfrazar como buenas sus terribles pretensiones... No sólo echan a Dios a un lado, sino que lo convierten en un "muñeco" del cual aprovecharse ante los sencillos y humildes... Son malditos porque con eso se atraen sólo desgracias para sus vidas, y una condena para la eternidad. Es la mayor maldición...
Por el contrario, encontramos también a grandes personajes, muy conocidos unos y anónimos otros, que han decidido poner a Dios en el primero de los lugares, el que le corresponde por derecho, y viviendo en el amor con el que Él los llena, viven en la solidaridad fraterna y caritativa con los demás... Para ellos, no existe diferenciación, pues todos son hermanos, incluso aquel tirano que necesita convertirse. Por eso son valientes en la denuncia de las injusticias, cantándole sus verdades a ellos en sus propias caras, atrayéndose en múltiples ocasiones el desprecio del poder y la persecución. Pero atrayéndose también el favor de Dios, la ilusión con la que Él los llena continuamente, el ánimo, la fortaleza y la serenidad que necesitan para seguir adelante en este camino lleno de obstáculos, de violencia, de incomprensión... Son benditos porque con eso apuntan a la eternidad en felicidad plena, llenan su camino de la esperanza de lograr para sí mismos y para el mundo entero la armonía de la justicia y de la paz, de la solidaridad y de la igualdad.. Con esa siembra, tendrán una cosecha copiosa de felicidad en la eternidad...
Es la suerte diversa que explica Jesús en la parábola de Lázaro y el rico epulón. Dios le explica al rico: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces". El rico puso su confianza en el hombre, en sus riquezas, en sus bienes... Por eso recibe en la eternidad sólo maldiciones. Había echado de su vida a Dios y la consecuencia es que Dios quedó eternamente fuera de su vida... Lázaro no tenía en quién confiar sino sólo en Dios, por eso fue bendecido con la eternidad junto al Padre en la plenitud del amor y de la felicidad... No hay comparación. La desesperación del rico es terrible, pero ya no podía echar atrás. Su maldición es para toda la eternidad. Y la bendición de Lázaro jamás se acabará...
No es buen negocio apartarse de Dios. Vivir junto a Él en el amor, llenarse de ese amor para convivirlo con los hermanos, dejarse llevar por la ilusión y el ánimo de ser solidarios con los demás, particularmente con los más necesitados, tendrá resultados fabulosos. Es la bendición plena del hombre. Lo contrario sólo logrará la maldición absurda, oscura, trágica...
miércoles, 19 de marzo de 2014
San José: Amor, Silencio, Humildad y Obediencia
San José es el Patrono Universal de la Iglesia, de la Familia, de los Seminarios, del Trabajo... Es al que le confiamos los cristianos obtener la gracia de una buena muerte... Es impresionante lo destacado de la figura de San José, luego de que en tantos años, al inicio de la Iglesia, fuera casi ignorado. Se cumple justicia, pues esa figura de San José es, a pesar de él mismo, un puntal de la Historia de la Salvación. Por San José, a pesar de ser padre putativo y no biológico de Jesús, le viene a Cristo la estirpe davídica, que en la tradición hebrea se aseguraba por la sangre del padre, no de la madre. En todo caso, también María era descendiente de la familia de David, por lo cual, por encima de lo legal, también por lo genético, se aseguraba esa ascendencia real...
Pero esa figuración altísima de San José en la Historia de la Salvación va más allá de lo tradicional o legal. Incluso va más allá de una simple contemplación piadosa de su persona. Va en la constatación de la meridiana claridad con la que él comprendió su misión en esa historia que se desarrollaba por los designios divinos, a través de la cual se iba desmadejando la intención salvífica del Dios del amor... José era un actor principal en esa historia. Así lo quiso Dios, y en esa disponibilidad se puso el padre de Jesús... Y por eso se alineó totalmente de acuerdo a la voluntad divina... Desde el principio y hasta el final de sus días...
En San José destacan cuatro aspectos que son fundamentales para comprender su figura: El Amor, el Silencio y la Escucha, la Humildad y la Obediencia. Sin estos aspectos es imposible asumir correctamente la personalidad del Patriarca...
Por el Amor que vivió José fue elegido para ser el padre de Jesús. Cierto que la elección primera Dios la hace sobre María, la Virgen, concebida desde el principio de su existencia sin pecado, pues iba a ser el templo en el cual tomaría carne el Hijo de Dios. Pero esa Virgen, tal como lo dice el Evangelio, "estaba desposada con un hombre llamado José"... La elección de María implicó simultáneamente la elección de aquel con el cual estaba desposada. En la mente de Dios esto estaba ya claro. Y ese hombre era "un hombre justo", es decir, santo. A nadie más -sólo uno más, que fue propuesto como candidato para sustituir a Judas Iscariote-, se le da este reconocimiento. El ser justo en el lenguaje bíblico no es un simple nombre o una característica sin más. Implica rotundamente un estar justificado delante de Dios. Y la justicia de Dios es amarlo a Él, aceptar su voluntad, vivir como su amigo. José cumplía todo esto... Además, amaba profundamente a María, con la cual estaba desposado. Por eso, cuando se entera de su embarazo, recibiendo con eso un golpe duro contra ese amor que sentía, que hería incluso hasta su hombría, decide no denunciarla públicamente -a lo que hubiera tenido derecho, lo cual hubiera traído consecuencias funestas para su amada María-, decide "repudiarla en secreto", para no atraer esas terribles consecuencias para ella... Y con amor infinito de padre asume la crianza en todos los aspectos de Jesús, su hijo. Lo defiende, lo educa, lo sostiene, lo forma... Todos son gestos del inmenso amor que vivió en su corazón...
Por el Silencio y la Escucha, José tuvo la plena disponibilidad de estar en contacto de intimidad con Dios. El Evangelio no nos refiere ni siquiera una sola palabra pronunciada por José... Quizá fue por esto que aparece tan tardíamente destacado entre los personajes principales de la historia de Jesús. Es impresionante cómo se ha tejido toda la historia de José sin éste haber pronunciado palabra. Y es esto lo que lo hace destacar. Su Silencio y su Escucha dejó hablar a Dios. No quiso él estorbar con su palabra a lo que Dios quería decir. Su capacidad de escucha, el haber tenido su oído bien dispuesto para Dios, fue lo que le aclaró su papel en la historia de su Hijo...
Por la Humildad, José nos enseña cuál es la actitud para estar en el primer lugar en el corazón de Dios, como él estuvo... En ninguna de las escenas en las que aparece hace algún comentario contrario, sino que se coloca al servicio pleno. Nunca se consideró importante, al extremo de que ni siquiera en el Evangelio aparece el momento de su enfermedad ni de su muerte. Incluso en el "reclamo" que María hace al joven Jesús, que se había perdido en el templo, María coloca la autoridad del padre por encima, sino que coloca a los dos en el mismo nivel, haciendo referencia más a la preocupación que sentían por no encontrarlo que a la molestia que eso hubiera podido haber causado... Era un hombre dócil, que había asumido muy bien el papel que le correspondía en la educación de Jesús y en la guía de la familia...
Por la Obediencia, José cumplió estrictamente lo que Dios le pedía en cada momento. Recibió a su mujer como esposa en su casa. Llevó al Hijo en el vientre de María a Belén por la exigencia de la ley humana. Lo resguardó llevándolo a Egipto. Al pasar el peligro lo trajo de nuevo a Nazaret... Todas fueron indicaciones de Dios. En ningún momento hubo ni siquiera un atisbo en él de oponerse a lo que Dios establecía. Era el designio de Dios y para él, por venir del Dios del amor, era lo correcto. Y punto. La obediencia extrema. Nos sirve a cada uno, acostumbrados a ponerlo todo en tela de juicio, incluso lo que viene de Dios, de modelo ejemplar...
Por todo esto, y más cosas loables en José, es el gran Patrono que recordamos. No importa que no haya hablado. Nos basta que nos haya mostrado el camino de la santidad, que pasa por ese amor, por ese silencio y esa escucha, por esa humildad y por esa obediencia que él vivió al extremo. Nos dice cuál es la ruta. Nos guía y va delante de nosotros. Nos invita, sin decir palabra sino con su solo ejemplo, a lo mismo que nos invita María: "Hagan lo que Él les diga"...
Pero esa figuración altísima de San José en la Historia de la Salvación va más allá de lo tradicional o legal. Incluso va más allá de una simple contemplación piadosa de su persona. Va en la constatación de la meridiana claridad con la que él comprendió su misión en esa historia que se desarrollaba por los designios divinos, a través de la cual se iba desmadejando la intención salvífica del Dios del amor... José era un actor principal en esa historia. Así lo quiso Dios, y en esa disponibilidad se puso el padre de Jesús... Y por eso se alineó totalmente de acuerdo a la voluntad divina... Desde el principio y hasta el final de sus días...
En San José destacan cuatro aspectos que son fundamentales para comprender su figura: El Amor, el Silencio y la Escucha, la Humildad y la Obediencia. Sin estos aspectos es imposible asumir correctamente la personalidad del Patriarca...
Por el Amor que vivió José fue elegido para ser el padre de Jesús. Cierto que la elección primera Dios la hace sobre María, la Virgen, concebida desde el principio de su existencia sin pecado, pues iba a ser el templo en el cual tomaría carne el Hijo de Dios. Pero esa Virgen, tal como lo dice el Evangelio, "estaba desposada con un hombre llamado José"... La elección de María implicó simultáneamente la elección de aquel con el cual estaba desposada. En la mente de Dios esto estaba ya claro. Y ese hombre era "un hombre justo", es decir, santo. A nadie más -sólo uno más, que fue propuesto como candidato para sustituir a Judas Iscariote-, se le da este reconocimiento. El ser justo en el lenguaje bíblico no es un simple nombre o una característica sin más. Implica rotundamente un estar justificado delante de Dios. Y la justicia de Dios es amarlo a Él, aceptar su voluntad, vivir como su amigo. José cumplía todo esto... Además, amaba profundamente a María, con la cual estaba desposado. Por eso, cuando se entera de su embarazo, recibiendo con eso un golpe duro contra ese amor que sentía, que hería incluso hasta su hombría, decide no denunciarla públicamente -a lo que hubiera tenido derecho, lo cual hubiera traído consecuencias funestas para su amada María-, decide "repudiarla en secreto", para no atraer esas terribles consecuencias para ella... Y con amor infinito de padre asume la crianza en todos los aspectos de Jesús, su hijo. Lo defiende, lo educa, lo sostiene, lo forma... Todos son gestos del inmenso amor que vivió en su corazón...
Por el Silencio y la Escucha, José tuvo la plena disponibilidad de estar en contacto de intimidad con Dios. El Evangelio no nos refiere ni siquiera una sola palabra pronunciada por José... Quizá fue por esto que aparece tan tardíamente destacado entre los personajes principales de la historia de Jesús. Es impresionante cómo se ha tejido toda la historia de José sin éste haber pronunciado palabra. Y es esto lo que lo hace destacar. Su Silencio y su Escucha dejó hablar a Dios. No quiso él estorbar con su palabra a lo que Dios quería decir. Su capacidad de escucha, el haber tenido su oído bien dispuesto para Dios, fue lo que le aclaró su papel en la historia de su Hijo...
Por la Humildad, José nos enseña cuál es la actitud para estar en el primer lugar en el corazón de Dios, como él estuvo... En ninguna de las escenas en las que aparece hace algún comentario contrario, sino que se coloca al servicio pleno. Nunca se consideró importante, al extremo de que ni siquiera en el Evangelio aparece el momento de su enfermedad ni de su muerte. Incluso en el "reclamo" que María hace al joven Jesús, que se había perdido en el templo, María coloca la autoridad del padre por encima, sino que coloca a los dos en el mismo nivel, haciendo referencia más a la preocupación que sentían por no encontrarlo que a la molestia que eso hubiera podido haber causado... Era un hombre dócil, que había asumido muy bien el papel que le correspondía en la educación de Jesús y en la guía de la familia...
Por la Obediencia, José cumplió estrictamente lo que Dios le pedía en cada momento. Recibió a su mujer como esposa en su casa. Llevó al Hijo en el vientre de María a Belén por la exigencia de la ley humana. Lo resguardó llevándolo a Egipto. Al pasar el peligro lo trajo de nuevo a Nazaret... Todas fueron indicaciones de Dios. En ningún momento hubo ni siquiera un atisbo en él de oponerse a lo que Dios establecía. Era el designio de Dios y para él, por venir del Dios del amor, era lo correcto. Y punto. La obediencia extrema. Nos sirve a cada uno, acostumbrados a ponerlo todo en tela de juicio, incluso lo que viene de Dios, de modelo ejemplar...
Por todo esto, y más cosas loables en José, es el gran Patrono que recordamos. No importa que no haya hablado. Nos basta que nos haya mostrado el camino de la santidad, que pasa por ese amor, por ese silencio y esa escucha, por esa humildad y por esa obediencia que él vivió al extremo. Nos dice cuál es la ruta. Nos guía y va delante de nosotros. Nos invita, sin decir palabra sino con su solo ejemplo, a lo mismo que nos invita María: "Hagan lo que Él les diga"...
martes, 18 de marzo de 2014
El amor es infinito... El pecado, no...
El pecado tiene una fuerza increíblemente destructora. El sólo hecho de constatar que logró desencajar absolutamente la armonía de lo creado, que Dios había establecido como su reino de amor, haciendo que todo pasara de una bondad original a una maldad de perversión, ya nos dice lo que es capaz de hacer... Ese proceso de destrucción tiene niveles diversos, cada uno muy lamentable. El primer nivel es el que se refiere al mismo Dios. Por el pecado, el hombre le da la espalda a su Creador, lo excluye de su vida, prefiere la oscuridad a la Luz que Él le proporciona. Ya su vida no tiene referencia directa a lo que Dios quiere de él, sino que él se da sus propias normas... El segundo nivel es el de los demás, el de los hermanos. El hombre rompe también toda relación armoniosa con el otro, destruyendo la posibilidad de una convivencia establemente pacífica, de concordia y de ayuda mutua. El otro se convierte, así, en una carga, en un estorbo para las propias pretensiones, alguien al que hay que tener envidia, del que hay que sospechar continuamente y al que hay que sobrepasar a como dé lugar... Y el tercer nivel es el íntimo, el de sí mismo, en el cual el hombre se encuentra delante de sí y comprueba su desnudez, su poca valía, su continua insatisfacción, que lo lleva a buscar la compensación en las cosas, en los honores, en el poder, en el placer. Así, el hombre se hace "uno más de la creación", no el predilecto, y en su afán de satisfacer sus ansias de más, se llega inclusive a hacer esclavo de las mismas cosas creadas... Ciertamente, al destruir todos estos niveles, en los cuales existía la armonía y la compensación plenas originalmente, el pecado ha destruido todo, demostrando así su poder...
Pero hay un poder que es superior. Es el poder creador de Dios. Jamás el poder destructor será mayor que el poder creador... El poder creador de Dios ha sido capaz de sacar desde la no existencia todo lo que existe. El poder destructor usa lo que ya existe para desbalancear lo creado. El poder divino se ha mostrado aún mayor en la redención alcanzada por el Hijo de Dios hecho hombre, por cuanto ha restablecido al orden original lo que había sido destruido por el pecado. Se tiene más poder en re-crear desde la negatividad del pecado que en crear desde la neutralidad de la no existencia. El salto cualitativo es mucho mayor. Se recorre más "distancia" desde lo negativo a lo positivo, que desde lo neutro a lo positivo. Se requiere más poder para lograrlo... Y el poder de Dios es infinito. Si demostró que es grande su poder al crearlo todo de la nada, lo demostró aún mayor cuando lo re-creó todo del pecado...
Esa obra de redención es obra de restitución. Si el poder inmenso del pecado destruyó aquella armonía originaria, la redención llegó para restituir las buenas relaciones en esos mismos tres niveles. De esa manera, quedó destruido el poder del mal. Así quedó totalmente derrotado el demonio y su instigación continua. Ya el poder no es el del pecado, sino el del Dios Redentor. Y podemos afirmar con contundencia que desde ese momento, el demonio ha quedado totalmente derrotado y no se levanta más... A menos que nosotros le demos esa posibilidad, colocando en sus manos el poder que ya no tiene... Lamentablemente, con frecuencia es lo que sucede... Ponemos en manos del demonio el poder con el cual nos destruirá a nosotros. Es como si nos hiciéramos sus cómplices en contra de nosotros mismos...
Las reconciliaciones en los tres niveles son la meta alcanzada por Jesús en la Cruz y en la Resurrección. Esa fue su obra demoledora del pecado... Somos de nuevo amigos de Dios, y mejor aún, sus hijos recuperados... Somos de nuevo amigos y hermanos de los demás hombres creados desde el amor de Dios... Y podemos vernos de nuevo en el espejo sin complejos, habiendo recuperado nuestra "autoestima espiritual", sabiéndonos débiles, pero apoyados en el amor de Dios que es la fuerza mayor... Pero esto último a veces es el paso más difícil de dar... Quizás el paso reconciliador que hace falta para alcanzar la tercera armonía, con nosotros mismos, es el que más nos cuesta. Se nos hace muy difícil, en ocasiones, perdonarnos a nosotros mismos cuando hemos pecado. Pareciera que en el momento del perdón los más duros para darlo somos nosotros mismos... Es impresionante lo injustos que podemos ser con nosotros mismos, cuando decimos: "No tengo perdón de Dios... Es pecado que he cometido es muy grande, y Dios no puede perdonarlo... He sido demasiado infiel a Dios y a su amor, y eso no puede ser perdonado..." Y esa actitud nos cierra el camino para las otras dos reconciliaciones...
Lo cierto es que no hay ningún pecado mayor que el amor de Dios. Por muy grande que sea nuestro pecado, siempre será mayor el amor misericordioso de Dios, pues es infinito, y el pecado no lo es... Con todo el poder destructor que tiene el pecado, nunca será mayor que el poder re-creador que tiene el amor de Dios... Por eso nos dice Dios a todos: "Aunque sus pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana"... Dios es el poderoso, y el demonio es el derrotado. También sucede con el pecado. Por eso no tiene sentido que, si estamos arrepentidos y adoloridos por haberle fallado al amor de Dios, desconfiemos de ese mismo amor que nos ofrece el perdón. La reconciliación con nosotros mismos es absolutamente necesaria. No dejemos de acercarnos a pedir el perdón, ni por soberbia ni por desconfianza en el amor. No somos tan malos, aunque tampoco seamos tan buenos. Pero Dios quiere que, asumiendo como somos, nos abandonemos en sus manos para hacernos mejores. Y eso empieza por aceptarnos como somos, que hemos pecado, que sólo el amor de Dios remedia nuestros males, y que es su perdón el que logrará nuestra re-creación...
Pero hay un poder que es superior. Es el poder creador de Dios. Jamás el poder destructor será mayor que el poder creador... El poder creador de Dios ha sido capaz de sacar desde la no existencia todo lo que existe. El poder destructor usa lo que ya existe para desbalancear lo creado. El poder divino se ha mostrado aún mayor en la redención alcanzada por el Hijo de Dios hecho hombre, por cuanto ha restablecido al orden original lo que había sido destruido por el pecado. Se tiene más poder en re-crear desde la negatividad del pecado que en crear desde la neutralidad de la no existencia. El salto cualitativo es mucho mayor. Se recorre más "distancia" desde lo negativo a lo positivo, que desde lo neutro a lo positivo. Se requiere más poder para lograrlo... Y el poder de Dios es infinito. Si demostró que es grande su poder al crearlo todo de la nada, lo demostró aún mayor cuando lo re-creó todo del pecado...
Esa obra de redención es obra de restitución. Si el poder inmenso del pecado destruyó aquella armonía originaria, la redención llegó para restituir las buenas relaciones en esos mismos tres niveles. De esa manera, quedó destruido el poder del mal. Así quedó totalmente derrotado el demonio y su instigación continua. Ya el poder no es el del pecado, sino el del Dios Redentor. Y podemos afirmar con contundencia que desde ese momento, el demonio ha quedado totalmente derrotado y no se levanta más... A menos que nosotros le demos esa posibilidad, colocando en sus manos el poder que ya no tiene... Lamentablemente, con frecuencia es lo que sucede... Ponemos en manos del demonio el poder con el cual nos destruirá a nosotros. Es como si nos hiciéramos sus cómplices en contra de nosotros mismos...
Las reconciliaciones en los tres niveles son la meta alcanzada por Jesús en la Cruz y en la Resurrección. Esa fue su obra demoledora del pecado... Somos de nuevo amigos de Dios, y mejor aún, sus hijos recuperados... Somos de nuevo amigos y hermanos de los demás hombres creados desde el amor de Dios... Y podemos vernos de nuevo en el espejo sin complejos, habiendo recuperado nuestra "autoestima espiritual", sabiéndonos débiles, pero apoyados en el amor de Dios que es la fuerza mayor... Pero esto último a veces es el paso más difícil de dar... Quizás el paso reconciliador que hace falta para alcanzar la tercera armonía, con nosotros mismos, es el que más nos cuesta. Se nos hace muy difícil, en ocasiones, perdonarnos a nosotros mismos cuando hemos pecado. Pareciera que en el momento del perdón los más duros para darlo somos nosotros mismos... Es impresionante lo injustos que podemos ser con nosotros mismos, cuando decimos: "No tengo perdón de Dios... Es pecado que he cometido es muy grande, y Dios no puede perdonarlo... He sido demasiado infiel a Dios y a su amor, y eso no puede ser perdonado..." Y esa actitud nos cierra el camino para las otras dos reconciliaciones...
Lo cierto es que no hay ningún pecado mayor que el amor de Dios. Por muy grande que sea nuestro pecado, siempre será mayor el amor misericordioso de Dios, pues es infinito, y el pecado no lo es... Con todo el poder destructor que tiene el pecado, nunca será mayor que el poder re-creador que tiene el amor de Dios... Por eso nos dice Dios a todos: "Aunque sus pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana"... Dios es el poderoso, y el demonio es el derrotado. También sucede con el pecado. Por eso no tiene sentido que, si estamos arrepentidos y adoloridos por haberle fallado al amor de Dios, desconfiemos de ese mismo amor que nos ofrece el perdón. La reconciliación con nosotros mismos es absolutamente necesaria. No dejemos de acercarnos a pedir el perdón, ni por soberbia ni por desconfianza en el amor. No somos tan malos, aunque tampoco seamos tan buenos. Pero Dios quiere que, asumiendo como somos, nos abandonemos en sus manos para hacernos mejores. Y eso empieza por aceptarnos como somos, que hemos pecado, que sólo el amor de Dios remedia nuestros males, y que es su perdón el que logrará nuestra re-creación...
lunes, 17 de marzo de 2014
Seamos sinceros con Dios
Los hombres debemos ser siempre sinceros, honestos y humildes delante de Dios. Realmente para nosotros no existe otra opción, pues delante de Dios estamos totalmente al desnudo. Él sabe bien lo que somos, qué cualidades tenemos -¡nos las ha dado Él mismo!-, de qué adolecemos, cuáles son nuestra virtudes y nuestros defectos, cuáles son nuestros pecados... No hay manera de que podamos engañarlo, pues Él escruta nuestra intimidad mejor que lo que podemos hacerlo nosotros mismos... Decía San Agustín: "Dios es más íntimo a mí que yo mismo"... Y, paradójicamente, esta sinceridad delante de Dios es el mejor remedio, es la mejor curación, pues es el primer paso para que Él pueda hacer su labor... Ser sinceros delante de Dios es abonarle el camino hacia nuestro corazón, en el cual Él hará su labor de santificación y de elevación hasta el infinito de nuestro ser...
En este proceso de reconocimiento de nosotros mismos y de lo que somos, tendemos a transitar por dos rutas que son equivocadas. O nos vemos a nosotros mismos muy bien, o nos vemos muy mal... Algunos creemos que somos cuasi perfectos... Nos cuesta reconocernos nuestros defectos, nuestros errores. Tendemos a pensar que somos mucho mejores que los demás. Incluso llegamos a condolernos de que los otros no tengan nuestras virtudes. Nos erigimos casi en norma moral y de conducta para los que están a nuestro alrededor... "Fulanito debería hacer las cosas como las hago yo... Así le saldrían mucho mejor..." "Yo no entiendo cómo se les ocurre pensar así... Yo jamás hubiera pensado eso..." "No entiendo cómo la gente se enreda tanto la vida... Deberían hacer como hago yo para que todo se les haga más fácil..." Llegamos a pretender hacer girar el mundo a nuestro alrededor, como si cuando nosotros no estemos sucederá la debacle total...
Algunos, por el contrario, sólo ven en sí mismos defectos. Se consideran peores que todos los otros, y llegan incluso a lamentarse de su propia existencia. "Soy un desastre... No encuentro en mí sino defectos..." "Lo único que hago es meter la pata... No pego una...." "¿Por qué el Señor no me hizo como fulanito, que es excelente y todo le sale bien... No es justo..." Son los pesimistas de oficio que piensan que todas las desgracias le suceden a ellos, que sólo ellos sufren... Que los demás, aun siendo malos, pareciera que la vida les sonríe continuamente y que jamás sufren... "Las desgracias, dicen, son para los buenos. Los malos vienen es a gozar..."
La realidad es, sin duda, una suma de ambas actitudes... Una vez escuché a un sacerdote decir que nuestra realidad es como el promedio de varias "realidades". Si nos vemos muy bien, o muy mal, ninguna de las dos visiones es la real. La verdadera es el promedio. No somos tan buenos, pero tampoco somos tan malos. Si nosotros nos vemos muy bien, generalmente los demás no nos ven tan bien. La realidad es, así un promedio. Si por el contrario, nos vemos muy mal, generalmente los demás no nos ven tan mal. De nuevo, la realidad es un promedio entre ambas visiones...
Por eso, delante de Dios, coloquémonos los ojos de la objetividad. La objetividad es humilde, pues sólo reconoce la realidad. No la adorna, no la exagera, no la oculta. Ante Dios sólo hay que hacer lo que en los momentos de sinceridad Israel hizo: "Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y preceptos. No hicimos caso a tus siervos, los profetas, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, padres y terratenientes". Este es el primer paso para que Dio actúe. En el camino de la vida es necesario hacer un alto para dejar a Dios que inicie su labor de rescate. Ese alto es la mirada interior que debemos hacer, en el reconocimiento objetivo del pecado. Si no se hace esto, se corre el peligro de quedarse en la ignominia...
Quien se reconoce sólo perfecciones, no está dejando paso para que Dios actúe. ¿Qué va a curar, si en ti todo es perfección? Y la verdad es que la "perfección humana" delante de Dios no sirve para nada. Y al revés, si no consideras que tienes remedio, aunque reconozcas tus defectos, pero no reconoces que puedes ser mejor, que hay quien puede borrar tus deficiencias, tampoco tienes puerta franca para la acción de Dios... No te consideres perfecto, ni te consideres sin remedio, pues ambas actitudes le cierran el paso al amor de Dios... Simplemente sé sincero, humilde, objetivo, veraz...
Haciendo esto, entraremos en la verdadera dinámica divina, que actúa sólo por amor, aceptando el reconocimiento sincero y humilde que hagamos de lo que somos, y actuando en favor nuestro. Ese es su objetivo. Esa es su alegría: colocarse en favor de los hombres que reconocen la necesidad de su actuación por amor. Por eso, Jesús nos invita: "Sean compasivos como su Padre es compasivo; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará: les verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que usen, la usarán con ustedes". No hay como ponerse delante de Dios con sinceridad y humildad, reconociendo lo que somos. No existe sensación más grandiosa que la de saber que Dios actúa en tu vida para remediar tus males y potenciar tus bienes. Y la de, luego, ser instrumento de Dios para llevar su amor y su perdón a los demás...
En este proceso de reconocimiento de nosotros mismos y de lo que somos, tendemos a transitar por dos rutas que son equivocadas. O nos vemos a nosotros mismos muy bien, o nos vemos muy mal... Algunos creemos que somos cuasi perfectos... Nos cuesta reconocernos nuestros defectos, nuestros errores. Tendemos a pensar que somos mucho mejores que los demás. Incluso llegamos a condolernos de que los otros no tengan nuestras virtudes. Nos erigimos casi en norma moral y de conducta para los que están a nuestro alrededor... "Fulanito debería hacer las cosas como las hago yo... Así le saldrían mucho mejor..." "Yo no entiendo cómo se les ocurre pensar así... Yo jamás hubiera pensado eso..." "No entiendo cómo la gente se enreda tanto la vida... Deberían hacer como hago yo para que todo se les haga más fácil..." Llegamos a pretender hacer girar el mundo a nuestro alrededor, como si cuando nosotros no estemos sucederá la debacle total...
Algunos, por el contrario, sólo ven en sí mismos defectos. Se consideran peores que todos los otros, y llegan incluso a lamentarse de su propia existencia. "Soy un desastre... No encuentro en mí sino defectos..." "Lo único que hago es meter la pata... No pego una...." "¿Por qué el Señor no me hizo como fulanito, que es excelente y todo le sale bien... No es justo..." Son los pesimistas de oficio que piensan que todas las desgracias le suceden a ellos, que sólo ellos sufren... Que los demás, aun siendo malos, pareciera que la vida les sonríe continuamente y que jamás sufren... "Las desgracias, dicen, son para los buenos. Los malos vienen es a gozar..."
La realidad es, sin duda, una suma de ambas actitudes... Una vez escuché a un sacerdote decir que nuestra realidad es como el promedio de varias "realidades". Si nos vemos muy bien, o muy mal, ninguna de las dos visiones es la real. La verdadera es el promedio. No somos tan buenos, pero tampoco somos tan malos. Si nosotros nos vemos muy bien, generalmente los demás no nos ven tan bien. La realidad es, así un promedio. Si por el contrario, nos vemos muy mal, generalmente los demás no nos ven tan mal. De nuevo, la realidad es un promedio entre ambas visiones...
Por eso, delante de Dios, coloquémonos los ojos de la objetividad. La objetividad es humilde, pues sólo reconoce la realidad. No la adorna, no la exagera, no la oculta. Ante Dios sólo hay que hacer lo que en los momentos de sinceridad Israel hizo: "Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y preceptos. No hicimos caso a tus siervos, los profetas, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, padres y terratenientes". Este es el primer paso para que Dio actúe. En el camino de la vida es necesario hacer un alto para dejar a Dios que inicie su labor de rescate. Ese alto es la mirada interior que debemos hacer, en el reconocimiento objetivo del pecado. Si no se hace esto, se corre el peligro de quedarse en la ignominia...
Quien se reconoce sólo perfecciones, no está dejando paso para que Dios actúe. ¿Qué va a curar, si en ti todo es perfección? Y la verdad es que la "perfección humana" delante de Dios no sirve para nada. Y al revés, si no consideras que tienes remedio, aunque reconozcas tus defectos, pero no reconoces que puedes ser mejor, que hay quien puede borrar tus deficiencias, tampoco tienes puerta franca para la acción de Dios... No te consideres perfecto, ni te consideres sin remedio, pues ambas actitudes le cierran el paso al amor de Dios... Simplemente sé sincero, humilde, objetivo, veraz...
Haciendo esto, entraremos en la verdadera dinámica divina, que actúa sólo por amor, aceptando el reconocimiento sincero y humilde que hagamos de lo que somos, y actuando en favor nuestro. Ese es su objetivo. Esa es su alegría: colocarse en favor de los hombres que reconocen la necesidad de su actuación por amor. Por eso, Jesús nos invita: "Sean compasivos como su Padre es compasivo; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará: les verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que usen, la usarán con ustedes". No hay como ponerse delante de Dios con sinceridad y humildad, reconociendo lo que somos. No existe sensación más grandiosa que la de saber que Dios actúa en tu vida para remediar tus males y potenciar tus bienes. Y la de, luego, ser instrumento de Dios para llevar su amor y su perdón a los demás...
domingo, 16 de marzo de 2014
No hay Resurrección sin muerte
Jesús es todo un maestro. Después de anunciar a los apóstoles su futuro amargo y doloroso, a pesar de que adelanta también su resurrección gloriosa al tercer día, toma consigo a los tres apóstoles primeros, Pedro, Santiago y Juan, los lleva a la montaña y delante de ellos se transfigura, mostrando toda su gloria. Los apóstoles, resistidos ante ese futuro cruento que les anuncia el Maestro, reciben la revelación de la otra cara de la moneda: la de la gloria, la del triunfo, la de la divinidad indestructible... Era necesario. En el proceso pedagógico de Jesús no queda nada oculto. Ciertamente sufrirá, pero será sólo un paso previo al final glorioso. La meta no es la muerte, sino la vida. La meta no es el sufrimiento, sino la gloria. La meta no es la oscuridad, sino la luz inmarcesible...
Esto tiene varios sentidos... El primero de ellos, revelar a los apóstoles su profunda identidad. Ya ha quedado clara la humanidad de Jesús. Su nacimiento; el desarrollo de su vida bajo la tutela, el cuidado y la protección de María y José, sus padres; su crecimiento en estatura, en sabiduría, en gracia; eran ya muestras suficientes de esa humanidad asumida con plenitud. Pero Jesús quiso ir más allá... Las tentaciones en el desierto fueron como la cima de la demostración, previa al sufrimiento de la pasión y de la muerte en Cruz, de esa humanidad que había sido asumida con todas sus consecuencias, haciéndose uno más de aquellos a los que venía a rescatar. Jesús es tentado como cualquier hombre. Pero, por supuesto, no cae en la tentación, pues por ser Dios no podía pecar. En todo caso, también su humanidad es capaz de vencer las tentaciones, habiendo luchado con las sugerencias engañosas del demonio... Estaba claro, sin duda, que Jesús era verdadero hombre... Pero faltaba demostrar lo que sustentaba todo su ser, la persona que era el fundamento de todo lo que Él era... Faltaba demostrar a los hombres su divinidad...
En cierto modo, la Transfiguración es un adelanto del Jesús pascual, del Jesús resucitado. Él demuestra a sus apóstoles predilectos, como si con ello estuviera dándoles el encargo delicado de hacerse eco de esta verdad profunda, quién es... No es solamente el hombre que han visto recorrer con ellos los caminos, que han visto sudar, cansarse, llorar, que han visto ser solidario con los más necesitados incluso llegando a realizar prodigios, que han escuchado en sus discursos que invitan al amor y al perdón y que llama a una vida de verdaderos hermanos... Hay algo más en ese hombre... Es como si Jesús, después de haberles anunciado su pasión y su muerte, les dijera: "Tengan esta imagen de mi gloria en su mente. Cuando me vean derramando sangre en la pasión, golpeado, ultrajado, humillado, escupido, clavado en la Cruz, hasta contemplar mi cuerpo ya inerme en ese altar, no se olviden lo que han visto hoy. Además de ese que yacerá muerto en la Cruz, Yo soy éste, el que les muestra su gloria infinita, el que el Padre reconoce como su Hijo amado, el que toma el testigo de la carrera que le entregan Moisés y Elías... Así soy yo. Esta es mi esencia definitiva. Este será el resultado final de todo mi itinerario: la gloria junto al Padre, a la cual los llevaré a todos ustedes conmigo, conduciéndolos con mano de amor..."
Así, Jesús les demuestra su naturaleza compleja... Es Dios y hombre. No es una sola, sino dos naturalezas... Y ambas se han unido en Jesús para realizar la obra más maravillosa de la historia, superior a la creación. Será la Nueva Creación, gloriosa y portentosa, pues todo será hecho de nuevo, después de la destrucción que ha alcanzado para ella la infidelidad del hombre, el pecado que por sugerencia del demonio había entrado en el mundo...
Los apóstoles tienen que decidirse, como se decidió Abraham, como se decidieron todos los que lo siguieron, para seguir con fidelidad a Jesús. Ciertamente ese futuro está aún por cumplirse en la historia de ellos. Pero es Jesús el que se los está mostrando. No los engaña... Abraham creyó "contra toda esperanza", sin ninguna muestra, sólo la de una voz estruendosa y magnífica que resonaba en sus oídos... Los apóstoles tienen la visión real de lo que sucederá para la eternidad... Es lo que ellos deben discernir. Y lo que todos nosotros debemos discernir... Es nuestra decisión, pues ya Dios ha puesto las opciones: "Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo". Es la misma propuesta que Dios nos hace a todos. Sabemos que Jesús es Dios y hombre. Nos lo ha demostrado. Podríamos decir que estamos en ventaja respecto a Abraham e incluso a los apóstoles...
Nuestra meta es la salvación, si llegamos a aceptar a Jesús, Dios y hombre que ha venido a salvarnos... "Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio".
La Transfiguración nos pone nuestro futuro a la vista. No estamos destinados sólo a la realidad tangible, pasajera. Ésta, con ser esencial para nuestra salvación, desaparecerá. La que quedará, la definitiva, es la gloria de la eternidad, la que nos muestra adelantada Jesús al transfigurarse... Será necesario pasar por la muerte. No habrá resurrección ni gloria sin ella. Pero a la muerte sucede la gloria. Es necesario el sufrimiento para la Redención. Es necesaria la muerte para que el pecado muera. Pero el final será la resurrección y el pecado quedará muerto. Jesús resurgirá triunfante y el pecado quedará derrotado en la oscuridad del sepulcro. No saldrá con Jesús. Será su derrota y su desaparición...
Esto tiene varios sentidos... El primero de ellos, revelar a los apóstoles su profunda identidad. Ya ha quedado clara la humanidad de Jesús. Su nacimiento; el desarrollo de su vida bajo la tutela, el cuidado y la protección de María y José, sus padres; su crecimiento en estatura, en sabiduría, en gracia; eran ya muestras suficientes de esa humanidad asumida con plenitud. Pero Jesús quiso ir más allá... Las tentaciones en el desierto fueron como la cima de la demostración, previa al sufrimiento de la pasión y de la muerte en Cruz, de esa humanidad que había sido asumida con todas sus consecuencias, haciéndose uno más de aquellos a los que venía a rescatar. Jesús es tentado como cualquier hombre. Pero, por supuesto, no cae en la tentación, pues por ser Dios no podía pecar. En todo caso, también su humanidad es capaz de vencer las tentaciones, habiendo luchado con las sugerencias engañosas del demonio... Estaba claro, sin duda, que Jesús era verdadero hombre... Pero faltaba demostrar lo que sustentaba todo su ser, la persona que era el fundamento de todo lo que Él era... Faltaba demostrar a los hombres su divinidad...
En cierto modo, la Transfiguración es un adelanto del Jesús pascual, del Jesús resucitado. Él demuestra a sus apóstoles predilectos, como si con ello estuviera dándoles el encargo delicado de hacerse eco de esta verdad profunda, quién es... No es solamente el hombre que han visto recorrer con ellos los caminos, que han visto sudar, cansarse, llorar, que han visto ser solidario con los más necesitados incluso llegando a realizar prodigios, que han escuchado en sus discursos que invitan al amor y al perdón y que llama a una vida de verdaderos hermanos... Hay algo más en ese hombre... Es como si Jesús, después de haberles anunciado su pasión y su muerte, les dijera: "Tengan esta imagen de mi gloria en su mente. Cuando me vean derramando sangre en la pasión, golpeado, ultrajado, humillado, escupido, clavado en la Cruz, hasta contemplar mi cuerpo ya inerme en ese altar, no se olviden lo que han visto hoy. Además de ese que yacerá muerto en la Cruz, Yo soy éste, el que les muestra su gloria infinita, el que el Padre reconoce como su Hijo amado, el que toma el testigo de la carrera que le entregan Moisés y Elías... Así soy yo. Esta es mi esencia definitiva. Este será el resultado final de todo mi itinerario: la gloria junto al Padre, a la cual los llevaré a todos ustedes conmigo, conduciéndolos con mano de amor..."
Así, Jesús les demuestra su naturaleza compleja... Es Dios y hombre. No es una sola, sino dos naturalezas... Y ambas se han unido en Jesús para realizar la obra más maravillosa de la historia, superior a la creación. Será la Nueva Creación, gloriosa y portentosa, pues todo será hecho de nuevo, después de la destrucción que ha alcanzado para ella la infidelidad del hombre, el pecado que por sugerencia del demonio había entrado en el mundo...
Los apóstoles tienen que decidirse, como se decidió Abraham, como se decidieron todos los que lo siguieron, para seguir con fidelidad a Jesús. Ciertamente ese futuro está aún por cumplirse en la historia de ellos. Pero es Jesús el que se los está mostrando. No los engaña... Abraham creyó "contra toda esperanza", sin ninguna muestra, sólo la de una voz estruendosa y magnífica que resonaba en sus oídos... Los apóstoles tienen la visión real de lo que sucederá para la eternidad... Es lo que ellos deben discernir. Y lo que todos nosotros debemos discernir... Es nuestra decisión, pues ya Dios ha puesto las opciones: "Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo". Es la misma propuesta que Dios nos hace a todos. Sabemos que Jesús es Dios y hombre. Nos lo ha demostrado. Podríamos decir que estamos en ventaja respecto a Abraham e incluso a los apóstoles...
Nuestra meta es la salvación, si llegamos a aceptar a Jesús, Dios y hombre que ha venido a salvarnos... "Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio".
La Transfiguración nos pone nuestro futuro a la vista. No estamos destinados sólo a la realidad tangible, pasajera. Ésta, con ser esencial para nuestra salvación, desaparecerá. La que quedará, la definitiva, es la gloria de la eternidad, la que nos muestra adelantada Jesús al transfigurarse... Será necesario pasar por la muerte. No habrá resurrección ni gloria sin ella. Pero a la muerte sucede la gloria. Es necesario el sufrimiento para la Redención. Es necesaria la muerte para que el pecado muera. Pero el final será la resurrección y el pecado quedará muerto. Jesús resurgirá triunfante y el pecado quedará derrotado en la oscuridad del sepulcro. No saldrá con Jesús. Será su derrota y su desaparición...
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