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jueves, 20 de mayo de 2021

La unidad de los cristianos es el signo de que Dios nos ama y nos ha rescatado

 Bocadillos espirituales para vivir la Pascua: Jueves de la 7 a. Semana –  Ciclo B | Mensaje a los Amigos

Uno de los frutos del amor es la unión con los amados. Es imposible decir que se ama, si no se siente el deseo de unidad. De ahí viene la necesidad del hombre y la mujer de unirse cuando se aman y viven con intensidad su amor. De ahí viene también la necesidad de conformar sociedades en torno a un interés común que aglutina preferencias por las que se está dispuesto a entregar incluso la vida, con tal de favorecer aquello que se ama en comunidad. De ahí viene el deseo de estar juntos los amigos con los que se comparten intereses, simplemente por el hecho de sentirse cercanos, aunque el único beneficio sea el de compartir el amor de amistad, sin más allá. El hecho de estar cerca de quien comparte tan profundamente un afecto, es ya la compensación necesaria y suficiente. El amor no busca más interés que el de sentirse cercano a quien se ama. No es un gesto crematístico sino absolutamente desinteresado. Se ama y punto. Lo único que quiere el amor es la unión, el estar juntos, la unidad. Esta es la meta que quiere Jesús a la que lleguemos todos sus discípulos. Él mismo, en su entrega al sacrificio del rescate de la humanidad, se sintió profundamente unido a cada hombre por el que se entregaba. Su único interés era el de dejar claro el amor de Dios por su creación, por lo cual dejó a un lado todas sus apetencias y conveniencias, y en aras del amor con el que era enviado y el que Él mismo sentía por aquellos a los que tenía que rescatar, se sintió íntimamente unido a cada uno, llegando al extremo de posponerse totalmente a sí mismo y hacer lo que favoreciera más a sus amados, sin importar las consecuencias que acarreaban para Él. Se sintió de tal manera unido a los hombres que se hizo uno más de nosotros, sabiendo que era el favor más grande que podía hacernos. Lo que importaba era estar unido a nosotros y dar todo lo suyo para nuestro beneficio. La esencia de su vida terrena fue la unidad con el género humano. Por ello, a sabiendas que esa era la mejor actitud del amor, añora que cada hombre lo entienda y lo viva de la misma manera.

La oración final de Jesús, ese momento de intimidad tan sobrecogedor con el Padre que nos relata San Juan en su Evangelio, es el momento de poner ya todas las cartas sobre la mesa. Jesús está dispuesto a realizar el gesto final de su obra, entregándose en manos de quienes quieren eliminarlo. Pero sabe que todo debe desembocar en la experiencia de la unidad que debe ser consecuencia de la obra redentora. Su obra no es realizada para que tenga un efecto solo individual en el hombre redimido, sino que debe tener una consecuencia comunitaria. Cada uno es salvado individualmente, no hay duda. Pero lo es en la condición comunitaria en la que ha sido creado. "No es bueno que el hombre esté solo", había sentenciado Yahvé cuando lo creó. Por eso, en su esencia está el conformar comunidad con los demás hombres. Esa condición había sido rota por el pecado. Pero había sido restablecida también con la obra redentora de Jesús. Cuando los hombres vivan en verdadera unidad en el amor, se habrá alcanzado el zenit de la redención: "En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo: 'No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como Tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en Nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno, como Nosotros somos uno; Yo en ellos, y Tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que Tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde Yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, Yo te he conocido, y estos han conocido que Tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y Yo en ellos'". La unidad de los redimidos es el signo evidente que dará testimonio del amor del Padre y de que Jesús es su verdadero enviado por amor. La unidad de los cristianos revela al mundo la verdad de Dios y de su amor. La desunión destruye la obra de Cristo en el mundo.

Sin embargo, la unidad está muy lejos de la uniformidad. Nuestra fe asume la diversidad como una riqueza, cuando es legítima, no interesada, cuando no busca intereses particulares de dominio sobre otros. La unidad no significa pasividad ante el mal o ante intereses espúreos. La unidad busca conquistar, no subyugar. Esa unidad es en el amor, en la búsqueda del bien, en el caminar hacia una misma meta en la que todos sean favorecidos. Es unidad en el amor, que busca favorecer a todos, evitando y enfrentando el mal, la manipulación, la mentira, el ventajismo, el egoísmo. Por eso quien vive esa unidad busca que quien se acerca como discípulo de Jesús a la comunidad de salvados apunte en todas sus acciones a promoverla para que sea patrimonio de todos los hombres: "En aquellos días, queriendo el tribuno conocer con certeza los motivos por los que los judíos acusaban a Pablo, mandó desatarlo, ordenó que se reunieran los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno y, bajando a Pablo, lo presentó ante ellos. Pablo sabía que una parte eran fariseos y otra saduceos y gritó en el Sanedrín: 'Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, se me está juzgando por la esperanza en la resurrección de los muertos'. Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos, y la asamblea quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección ni ángeles ni espíritus, mientras que los fariseos admiten ambas cosas). Se armó un gran griterío, y algunos escribas del partido fariseo se pusieron en pie, porfiando: 'No encontramos nada malo en este hombre; ¿y si le ha hablado un espíritu o un ángel?' El altercado arreciaba, y el tribuno, temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó bajar a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel. La noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo: '¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio en Jerusalén de lo que a mí se refiere, tienes que darlo en Roma'". Pablo, sustentado en la verdad de Cristo, denuncia la falsedad, la mentira y la manipulación. Éstas herían la unidad deseada en la fe. Con inteligencia deja en evidencia la verdad. Los que atacan la unidad quedan desenmascarados. Hay que escuchar la plegaria de Jesús para hacer lo propio en la búsqueda de la verdad y en su defensa para dar el testimonio de la unidad que se debe dar para hacer creíble la obra de amor de Dios en favor del hombre.

miércoles, 19 de mayo de 2021

Dios, los elegidos y la comunidad, son los actores principales de la salvación

 Discusión Inteligente | Ideas, Biblia, Teología, Cultura y Reflexión |  Página 31

Todo el acontecimiento misionario de la Iglesia naciente está transido por la acción de los actores en el desarrollo del mismo. En primer lugar, por el mismo Dios que elige, convoca y envía a cada uno de los anunciadores. Estos deben vivir la verdad de la salvación y del amor de Dios, no solo en un reconocimiento intelectual de una obra grandiosa como la que realizó el Salvador, sino en la vivencia personal y en la convicción de que eso es lo mejor que ha podido vivir la humanidad en toda su historia, por lo cual es necesario que esa verdad sea conocida, aceptada y vivida por todos los hombres, beneficiarios de ese amor de Dios derramado sobre todos. En segundo lugar, por los mismos elegidos, que asumen el envío del Señor como tarea irrenunciable, pues de su cumplimiento depende su propia salvación y la salvación de todos aquellos que escucharán el anuncio de la verdad, del amor y de la salvación. Estos deben entender que en sus manos ha sido puesta la misma obra de rescate que ha cumplido Jesús. Deben entender la inmensa dignidad en la que los coloca el Señor, pues son considerados aptos para hacer lo mismo que Él hizo, con la diferencia de que fue su sacrificio el que abrió las esclusas para el derramamiento de la gracia divina que alcanzó el perdón de los pecados, el rescate de la humanidad perdida, y la apertura de las puertas del cielo para llegar a la plenitud eterna que Dios quiere donar a todos los hombres. Los elegidos deben asumir la importancia de su encomienda, y tratar de cumplirla de la mejor manera posible. Y en tercer lugar, por la comunidad a la que es enviado cada uno de los discípulos, que ciertamente es la humanidad entera, pues es todo el mundo el que debe ser evangelizado. Es al mundo entero al que le debe ser anunciada la noticia del amor, de la verdad y de la salvación. A esta comunidad no solo es enviado cada seguidor de Jesús, sino que ellos han sido enriquecidos con el envío del Espíritu del Señor, con el fin de que los enviados sean sostenidos y fortalecidos en la verdad, y más allá, para que inspire en los oyentes una aceptación cordial de la verdad de su propia salvación y de la vivencia de su propia alegría. Cada actor tiene una parte esencial en la obra del anuncio y de la redención de toda la realidad.

En efecto, cuando echamos la vista sobre la obra de los apóstoles, nos damos cuenta de este itinerario, y de cómo se cumple a la perfección. La despedida de San Pablo de la comunidad de Éfeso es una muestra fehaciente de la acción de estos tres actores. Pablo ha sido elegido portentosamente por Dios para ser su apóstol entre los gentiles. Y él ha cumplido a carta cabal con la tarea encomendada. Él mismo reconoce que no puede haber reproche de nadie respecto a su acción, pues la asumió con toda seriedad y, poniéndose en manos del Espíritu, jamás hizo nada en contra, sino que al contrario, se dejó conducir invariablemente por la sutileza de su mano. Su disponibilidad fue absoluta y su humildad ante las inspiraciones de Dios no tiene parangón. Por ello la comunidad, habiendo sido la beneficiaria directa de sus palabras y de sus obras, no podía menos que estar agradecida: "Dijo Pablo a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso: 'Tengan cuidado de ustedes y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo les ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él se adquirió con la sangre de su propio Hijo. Yo sé que, cuando los deje, se meterán entre ustedes lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso de entre ustedes mismos surgirán algunos que hablarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos en pos de sí. Por eso, estén alerta: acuérdense de que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. Ahora los encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene poder para construirlos y hacerlos partícipes de la herencia con todos los santificados. De ninguno he codiciado dinero, oro ni ropa. Bien saben que estas manos han bastado para cubrir mis necesidades y las de los que están conmigo. Siempre les he enseñado que es trabajando como se debe socorrer a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Hay más dicha en dar que en recibir”'. Cuando terminó de hablar, se puso de rodillas y oró con todos ellos. Entonces todos comenzaron a llorar y, echándose al cuello de Pablo, lo besaban; lo que más pena les daba de lo que había dicho era que, no volverían a ver su rostro. Y lo acompañaron hasta la nave". Pablo, buen pastor como Jesús, y padre de esas comunidades a las que iba "dando a luz", no desaprovecha la ocasión de la despedida para poner sobre aviso de los peligros que se van a presentar en el futuro. Son sus hijos y como tales los aconseja.

Los sentimientos de los anunciadores son los mismos sentimientos del Señor. La oración que hace Jesús ante el Padre en las postrimerías de su periplo terrenal, nos hace vislumbrar su corazón amoroso que derrama toda la gracia sobre sus predilectos. Él va a entregar su vida por amor. Es el amor más puro y más grande que se puede demostrar. Por ello hace su súplica confiada y sentida ante el Padre. Él cumple su cometido, pero pone a la comunidad de salvados en las manos del Padre para que tengan en Él siempre su mejor sustento y su mejor defensa. No se ha entregado Jesús para dejar de luchar por los suyos. Los rescata y los apoya para que mantengan el camino de la salvación y de la alegría: "Levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo: 'Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como Nosotros. Cuando estaba con ellos, Yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como Tú me enviaste al mundo, así Yo los envío también al mundo. Y por ellos Yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad'". Jesús, el enviado del Padre, cumplirá su palabra a la perfección. Cada hombre del mundo es hecho sujeto de salvación y de amor por su entrega en la cruz y por su resurrección. No mide las vicisitudes por las que tendrá que pasar, pues su objetivo no es el camino, sino la meta. Pero, sabiendo que al finalizar su obra, la responsabilidad recaerá sobre los rescatados, implora al Padre su amor y su fortaleza, y regala a la Iglesia naciente su Espíritu para que sea el mejor apoyo que puedan tener. Así es nuestro mismo itinerario. Cada uno de los elegidos por el Señor somos puestos por Jesús ante el Padre y enriquecidos por el Espíritu, para que podamos avanzar fijos los ojos en la meta de la felicidad eterna, asumiendo que el tiempo que nos queda por delante antes de alcanzarla, será de exigencia y de dificultades, en las que seremos sostenidos por el Padre y el Espíritu, y por ello, teniendo la vivencia sólida de la esperanza y de la alegría en medio del dolor, pues sabemos que la felicidad final e inmutable compensará todo lo que hayamos tenido que vivir para llegar a ella.

lunes, 17 de mayo de 2021

La Verdad final es la del gozo total por el amor y la salvación

 Tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo. - ReL

El ciclo terrenal de Jesús que, entre sus acciones contemplaba el anuncio de la llegada del Reino de Dios a los hombres, con sus consecuentes signos que confirmaban esa presencia, como lo eran sus milagros en favor de los enfermos y poseídos, el perdón de los pecados de muchos, las palabras que animaban a su seguimiento y a vivir la fraternidad humana en el amor, tuvo también una parte muy significativa "hacia dentro", en la obra que en paralelo llevaba con sus apóstoles, los elegidos para conformar ese grupo íntimo de seguidores suyos, que serían testigos de todas sus acciones y sus palabras, y que luego serían enviados al mundo para dar testimonio de lo que ellos habían vivido en el tiempo que estuvieron junto a Él. Era muy importante para Jesús que ellos tuvieran la experiencia de la obra redentora con todo lo que ella implicaba, pues sobre sus hombros estaría luego el dar a conocer a todos la mejor noticia que podía escuchar la humanidad. Esto explica los largos diálogos que tenía Jesús con ellos, en los cuales hacía como una especie de examen de lo que ellos iban aprendiendo, echando más luces sobre lo que hubieran podido conocer para que lo conocieran mejor, y aclarando cuestiones que permanecían en la sombra del misterio. Jesús es para ellos un pedagogo insuperable. Es cierto que en incontables ocasiones las sombras de lo desconocido se ceñían sobre este proceso y dificultaban al extremo a los apóstoles conocerlo y comprenderlo todo. Es natural que así fuese, pues aun cuando Jesús mismo se encargaba de echar luces para aclarar el misterio, éste se mantenía en su esencia misteriosa, muchas veces incomprensible para una mente que tenía tan reducidas posibilidades de elevarse para remontar las alturas de lo divino. Por ello, Jesús buscaba no solo dar luces, sino que apuntaba también a lograr la confianza en el Dios que no podía engañar al hombre, cuando había demostrado siempre que solo quería su bien y que llegara a disfrutar de la plenitud de la alegría y del amor.

En los diálogos finales que tiene Jesús con el grupo de elegidos, va dándose una especie de aterrizaje. Él ya va dando detalles de lo que sucederá inminentemente. No puede quedar oculta esta verdad a los discípulos. Y esa verdad no será tan atractiva o hermosa como muchos de ellos lo esperan. Jesús desvela que más bien será una verdad dolorosa, y que, aunque es el itinerario que debe seguir, establecido desde antiguo y vaticinado por los profetas, debe ser aceptada por sus seguidores. Será dolorosa, sin duda, pero será la única manera de lograr el cometido de la misión que le ha sido encomendada por el Padre. Esto producirá en los apóstoles dolor e incluso frustración y desilusión. Pero cuando lo comprendan a cabalidad, entenderán que todo ha sido para el bien de la humanidad, para que reciba el amor pleno del Dios que hace todo por rescatar al hombre, y que era un paso necesario en esa obra de rescate. Aún así, las mentes se resisten a aceptar esa verdad plena. Y Jesús les anuncia esa dificultad que vivirán ante la crudeza de una verdad dolorosa: "Los discípulos dijeron a Jesús: 'Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que has salido de Dios'. Les contestó Jesús: '¿Ahora creen? Pues miren: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que se dispersen cada cual por su lado y a mí me dejen solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Les he hablado de esto, para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán luchas; pero tengan valor: yo he vencido al mundo'". La dureza de la verdad hará que la confianza claudique. Pero la confirmación de la solidez de esa verdad hará que la recuperen y se lancen posteriormente con alegría e ilusión al anuncio de la salvación, sabiendo que si Jesús ha vencido al mundo, también ellos, junto a Jesús, serán vencedores, aun en medio de tribulaciones y dificultades. Esa verdad se hará también cierta para ellos. La misma experiencia que ha vivido Jesús la vivirán ellos, pues los discípulos no pueden ser más que su Maestro.

Eso explica la epopeya magnífica que llevan adelante aquellos hombres, los que pertenecían al grupo íntimo de doce elegidos, los que eran discípulos de Jesús sin ser parte del grupo privilegiado y aquellos que se fueron sumando por la predicación entusiasmante y el testimonio que daban los convencidos. Fue creciendo de esa manera la comunidad de salvados, que se integraban también ellos a dar la buena noticia a todos los hombres, dentro de las fronteras de Israel y fuera de ellas, en tierras de paganos. La verdad de la obra de Cristo, aun cuando tenía una parte de dolor y hasta de frustración, finalmente era noticia de novedad radical en el amor, que tenía olor a gloria, a salvación, a plenitud, a felicidad, a amor. Esto daba sentido a cualquier experiencia dolorosa, pues ese dolor no era el prevalente. La prevalencia la tenía la obra salvífica en la que desembocaba. Fue lo que imperó en aquellos anunciadores que recorrieron todo el mundo conocido, anunciando, aclarando, desvelando misterios, llenando de felicidad al mundo con la gran verdad del amor de Dios: "Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó la meseta y llegó a Éfeso. Allí encontró unos discípulos y les preguntó: '¿Recibieron el Espíritu Santo al aceptar la fe?' Contestaron: 'Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo'. Él les dijo: 'Entonces, ¿qué bautismo han recibido?' Respondieron: 'El bautismo de Juan'. Pablo les dijo: 'Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el que iba a venir después de él, es decir, en Jesús'. Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les impuso las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en lenguas extrañas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres. Pablo fue a la sinagoga y durante tres meses hablaba con toda libertad del reino de Dios, dialogando con ellos y tratando de persuadirlos". Es la tarea que nos corresponde ahora a nosotros. Hemos recibido la revelación de la verdad, la vivimos, y tenemos la obligación de darla a conocer a todos.

miércoles, 12 de mayo de 2021

El Espíritu Santo completa la obra de Jesús en el corazón de los hombres

 Archidiócesis de Granada :: - “Cuando venga el Espíritu de la verdad os  guiará hasta la verdad plena”

Jesús cumple perfectamente la tarea que le ha encomendado el Padre Dios. Ha revelado con hechos y con palabras quién es Dios, su esencia de amor, su deseo de tener consigo a todas sus criaturas, por lo cual lo envía a Él para servir de rescate para toda la humanidad que estaba perdida por el pecado y por la oscuridad de la muerte eterna. Su ciclo llega a su final, cuando recupera la gloria que había dejado entre paréntesis en su periplo terreno, al resucitar y ascender a los cielos, la morada que naturalmente le corresponde y que seguía reservada para Él. Pero esta vez, al culminar su obra, esa morada ya no será solo suya, sino que lleva consigo a todos los rescatados, dándole a cada uno la posibilidad de entrar también en esa gloria que solo a Él le corresponde, pero que convierte en don de plenitud para todos. Su "regreso" al cielo, donde recupera toda la gloria dejada a un lado en su periodo terrenal, no es abandono de aquellos a los que ha rescatado. Él mismo promete su presencia para siempre: "Yo estaré con ustedes hasta el final de los tiempos". Y la potencia con el envío de su Espíritu, que completará su obra en la humanidad, llevando a cada hombre a la plenitud de la vivencia del amor, de la justicia y de la verdad. De ese modo se da la implantación del Reino de Dios en el mundo que Dios añora para todos. Dios nunca ha dejado solo al hombre, pues su deseo más vivo es que el hombre sea suyo, que sea reflejo de su gloria, que viva verdaderamente el ser imagen y semejanza suya en el amor fraterno, cuyo modelo es el amor que se vive naturalmente en la vida íntima de la Santísima Trinidad. La meta es que los hombres lleguen a ser copia fiel y exacta del Dios trinitario. Es lo que Dios quiere procurar en el hombre, pero es lo que los hombres deben también añorar para vivir la plenitud de su felicidad. Cada hombre debe descubrir lo que más le conviene para avanzar en la ruta de la felicidad. Dios hará su mejor parte para intentar convencer a todos. Por ello, el don del Espíritu es un nuevo esfuerzo de Dios para lograrlo, pues Él es el don que animará, que buscará disponer los corazones de los hombres para que acepten, reciban y vivan en el amor, que iluminará las mentes y llenará los corazones del fuego divino que atraerá con el imán del amor a los hombres que lo reciban. 

Ya casi al final de su estancia física entre los hombres, Jesús les anuncia a todos la intención de enviar su Espíritu para que los hombres no queden solos. Ha dejado su propio ser como alimento que fortalece y da la vida en la Eucaristía, ha dejado el sacerdocio ministerial como ejercicio del pastoreo amoroso que Él ha realizado con la humanidad como el Buen Pastor y que sus elegidos y enviados deben realizar con la mayor fidelidad, ha regalado a cada hombre a su Madre amorosa como madre propia para que sientan la ternura del corazón de la mujer que sirvió de puerta de entrada del Salvador a la tierra. Pero, por si esto fuera poco, y en atención a la continuidad de la obra divina, ya lograda completamente por su entrega, dona su Espíritu para que esa obra se complete, no porque le falte algo, sino porque requiere la aceptación plena de parte de la humanidad. Es el "Ya pero todavía no" de San Pablo. Ya hemos sido salvados, pero todavía no, hasta que rindamos nuestro corazón plenamente delante de Dios y de su amor. Es la obra del Espíritu: "Muchas cosas me quedan por decirles, pero no pueden cargar con ellas por ahora; cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y les comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que recibirá y tomará de lo mío y se lo anunciará". La obra del Espíritu no sustituye la eficacia de la obra de Jesús. Esta ha sido llevada a cabo exitosamente por el rescatador de la humanidad, Jesús de Nazaret. La encomienda de Jesús fue cumplida perfectamente. Los hombres hemos sido rescatados y salvados por el sacrificio redentor de Cristo y por su resurrección gloriosa. Al Espíritu se le encomienda ahora la nueva tarea de consolidación en el corazón y en la vida de los hombres de aquella redención lograda por Jesús.

En efecto, el Espíritu, tal como lo hizo el mismo Jesús, asume su responsabilidad con toda seriedad y se hace el compañero de camino de los enviados al mundo a anunciar el Evangelio del amor. Ilumina las mentes de los discípulos, pone las palabras necesarias en sus labios, los llena de ilusión en el cumplimento de su misión, les da la fortaleza que necesitan para enfrentar el mal que les viene en contra, va disponiendo las mentes y los corazones de los oyentes para que empiecen a inclinarse a aceptar esa verdad del amor divino. Es impresionante la altura de las consideraciones teológicas a la que llegan aquellos hombres enviados, para los cuales eran, también para ellos, verdades nuevas. El Espíritu no solo inspira la verdad que hay que anunciar, sino que propone nuevas maneras de hacerlo, aprovechando giros, usos y tradiciones doctrinales locales que apoyan lo que anuncian. Es lo que hoy llamaríamos "Inculturación del Evangelio", de lo cual hace uso magistral San Pablo en su visita al areópago ateniense: "Atenienses, veo que ustedes son en todo extremadamente religiosos. Porque, paseando y contemplando sus monumentos sagrados, encontré incluso un altar con esta inscripción: “Al Dios desconocido”. Pues eso que ustedes veneran sin conocerlo se lo anuncio yo. “El Dios que hizo el mundo y todo lo que contiene”, siendo como es Señor de cielo y tierra, no habita en templos construidos por manos humanas, ni lo sirven manos humanas, como si necesitara de alguien, Él que a todos da la vida y el aliento, y todo. De uno solo creó el género humano para que habitara la tierra entera, determinando fijamente los tiempos y las fronteras de los lugares que habían de habitar, con el fin de que lo buscasen a Él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos; así lo han dicho incluso algunos de los poetas de ustedes: “Somos estirpe suya”. Por tanto, si somos estirpe de Dios, no debemos pensar que la divinidad se parezca a imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de un hombre. Así pues, pasando por alto aquellos tiempos de ignorancia, Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia, por medio del hombre a quien Él ha designado; y ha dado a todos la garantía de esto, resucitándolo de entre los muertos". El Espíritu hace su parte, facilitando la llegada de una verdad comprensible en términos humanos a los oyentes. Impera, por supuesto, la libertad humana en la aceptación de esa verdad. Será tarea de los enviados seguir dejándose inspirar por el Espíritu. Y será tarea del Espíritu seguir inspirando a los anunciadores, y disponiendo las mentes y los corazones de los oyentes para aceptar la verdad y el amor, y así, alcancen la salvación.

miércoles, 5 de mayo de 2021

La Iglesia está viva porque está unida a Cristo que vive eternamente

 Sin mí no podéis hacer nada - ReL

La Iglesia, que nace como instrumento de salvación de Jesús para el mundo, es la estructura humano-divina que establece el Señor para hacer llegar a todos los rincones de ese mundo los efectos de su obra de amor para rescatar al hombre. De no haber sido fundada por su voluntad expresa, -"Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación... Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia"-, la Verdad del amor salvífico de Dios hubiera quedado restringida a unos pocos, limitados totalmente en el tiempo y en el espacio. Porque Cristo fundó la Iglesia, la envió al mundo entero y la hizo un ser vivo con el envío de su Espíritu, que es su alma, hoy el Evangelio es conocido y vivido en todo el mundo y sigue siendo proclamado en todas partes. De esto fueron conscientes los apóstoles y los primeros discípulos, que entendieron perfectamente la obligación de la tarea que el Señor ponía en sus manos. En un primer momento se entregaron de lleno a procurar la conversión de los más cercanos, los que venían del judaísmo y los que se acercaban al Dios de Israel como prosélitos provenientes de la gentilidad, es decir, no originarios del pueblo elegido. Posteriormente, impulsados por el Espíritu y dóciles a sus inspiraciones, abrieron el abanico a nuevas tierras, las de los gentiles, donde se encontraban a gente entusiasmada que recibía con alegría la noticia del amor y de la salvación de Dios. Al ser una sociedad humano-divina, se percataban de la presencia del mismo Dios en esta obra de anuncio, y aceptaban con naturalidad la actuación divina, pero también adolecían de esa carga humana que en ocasiones se tornaba oscura, en su imperiosa necesidad de destacar imponiendo criterios personales que poco denotaban una cercanía a las disposiciones divinas. Por ello, a pesar de que la Iglesia crecía y se expandía, y de que vivía en general un clima de paz, la componente humana, marcada por egoísmos, vanidades y ventajismos, dejaba también su impronta. Es un mal que al parecer nunca podremos superar ni extirpar de una sociedad como la Iglesia que mantiene su componente esencial humano.

De esa manera, nos encontramos en la historia de esa Iglesia que nacía y que se desarrollaba en general en armonía, con episodios en los que constatamos crisis que tenían que ser enfrentadas y resueltas. Es admirable cómo, en medio de una comunidad claramente humana, destaca sobre todo la docilidad de los principales responsables a las inspiraciones divinas. En primer lugar en el reconocimiento de la autoridad que reposaba sobre los primeros elegidos y enviados por Jesús al mundo, y en segundo lugar, en la aceptación por parte de los "subordinados" de la palabra y la decisión de los primeros. En toda sociedad humana debe haber principales que iluminan la conducta de la entera comunidad. En este caso de la Iglesia naciente, se añade además la subordinación a la autoridad suprema que es el mismo Dios. Por ello, con toda naturalidad, cuando se presenta un conflicto en el discernimiento de la conducta a seguir con los gentiles, recurren a la autoridad de los apóstoles primeros, y se convoca de esa manera a la realización de un concilio, el primero de toda la historia de la Iglesia: "En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme al uso de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más de entre ellos subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre esta controversia. Ellos, pues, enviados por la Iglesia provistos de lo necesario, atravesaron Fenicia y Samaría, contando cómo se convertían los gentiles, con lo que causaron gran alegría a todos los hermanos. Al llegar a Jerusalén, fueron acogidos por la Iglesia, los apóstoles y los presbíteros; ellos contaron lo que Dios había hecho con ellos. Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron, diciendo: 'Es necesario circuncidarlos y ordenarles que guarden la ley de Moisés'. Los apóstoles y los presbíteros se reunieron a examinar el asunto". La autoridad suprema era la de Dios. Pero Él la había delegado en su Iglesia a los primeros apóstoles, asistidos directamente por su iluminación. La decisión correspondía a la autoridad, y todos debían someterse a ella, por muy genial que pareciera la idea propia.

El secreto de la solidez de esa autoridad estaba en la conciencia de unión que tenían no solo entre ellos, sino con Dios. Sería absolutamente vacua si no tuviera un sustento superior que el simplemente humano. Estaban muy conscientes de que existían por un expreso deseo divino y de que se mantenían en vida por la voluntad de Dios. Despegarse de esa fuente de vida será su desaparición. A lo largo de la historia ha quedado demostrado que quien se separa de la Iglesia se pierde en el abismo de la oscuridad y se aleja de la salvación. Lo sentenció Cristo con la alegoría de la vid y los sarmientos. Si es una realidad que afecta al hombre personalmente, también lo afecta como miembro de la comunidad de la Iglesia. El hombre es un ser social, y como tal, al pertenecer a la Iglesia, todo lo que le afecte a ella también a él le afecta, y viceversa, todo lo que a él le afecte, afecta a la Iglesia: "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no pueden hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que desean, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que den fruto abundante; así serán discípulos míos". En el nivel personal se cumple estrictamente esta palabra de Jesús. Cada cristiano, para permanecer con vida, debe estar unido esencialmente a Jesús como a la fuente de la vida. Y también la Iglesia, para seguir siendo la sociedad que salva al mundo, debe hacerlo con la conciencia de que su propia vida dependerá siempre de estar unida a quien es la razón de su existencia. Una Iglesia sin unión con Cristo es una sociedad muerta. Una Iglesia unida vitalmente a Jesús, es una sociedad viva, que lleva la vida de Dios a los hombres.

viernes, 30 de abril de 2021

Con Dios, lo tenemos todo. Sin Él, no tenemos nada y somos nada

 Oración del viernes: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre  sino por mí» - MVC

"Quien a Dios tiene, nada le falta", dijo Santa Teresa de Jesús en una de sus bellísimas poesías. Poseer a Dios es poseerlo todo, no tener falta de nada, pues en Él está todo lo que necesita el hombre. Desde que nos creó dejó en nosotros el ansia de eternidad, pues nos hizo seres no solo materiales, sino que puso la componente espiritual que nos hace elevar la mirada por encima de la realidad que nos circunda. Nos hizo indigentes, en el sentido de necesitados. Necesitados de Él, de su amor, de su providencia, de su misericordia, de su perdón, de su salvación. Sin Él, nada de eso lo podríamos obtener. Y lo tenemos gracias a su amor por nosotros, que nos procura todos los beneficios necesarios, espirituales y materiales. Y nos hizo seres necesitados no solo de Él, sino de los demás. Nos hizo seres comunitarios, cumpliendo con la sentencia del origen: "No es bueno que el hombre este solo". Por ello, no solo se ofrece Él a sí mismo como apoyo para nuestra vida, sino que pone en nuestra existencia a todos los demás seres de la creación, en particular a los demás hombres, para que sean ayuda, auxilio y apoyo para una mejor vida. Y los pone también para que nosotros hagamos gala del ser comunitario que es nuestra marca, en el ejercicio de la fraternidad más pura y más solidaria que podremos mostrar. Son todas dádivas graciosas del Dios del amor, por lo cual nos hace sentir privilegiados, al ser Él quien nos llena de la sensación de no necesitar de nada más para vivir. Él es la fuente de todo beneficio. Eso tendría que ser suficiente para una existencia en la libertad y en la confianza de que tenemos todo lo que necesitamos. Lamentablemente, nuestra soberbia, nuestro orgullo y nuestra vanidad están pugnando continuamente por convencernos de lo contrario. Y por eso, el que se deja arrastrar por esos bajos instintos, se aparta de la fuente y empieza a vivir en la oscuridad. Y así vivirá hasta que se convenza de lo imposible de la satisfacción lejos de Dios.

Esta plenitud de la vida en Dios queda resumida en la obra que realiza Jesús en favor de la humanidad. Es imposible una satisfacción por la traición del hombre al pecar, de parte del mismo hombre. Siendo Él el traicionado, se echa sobre sus espaldas la tarea de rescate. A todas luces es un hecho absolutamente absurdo. El ofendido se ofrece como víctima para resarcir la ofensa a la que ha sido sometido. Si Dios es capaz de dar ese paso, debemos concluir que, en efecto, estará dispuesto a cualquier cosa para favorecer al hombre y tenerlo cerca de sí. Por ello podemos estar seguros de que junto a Él no nos faltará nada. Jesús hace el resumen perfecto de lo que representa su presencia en nuestras vidas: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'No se turbe su corazón, crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, se lo habría dicho, porque me voy a prepararles un lugar. Cuando vaya y les prepare un lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo estén también ustedes. Y adonde yo voy, ya saben el camino'. Tomás le dice: 'Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?' Jesús le responde: 'Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí'". En Jesús tenemos la certeza de que todo lo que vivimos y de que todo lo que pone en nuestras manos servirá para avanzar en el camino que nos conduce hacia la plenitud, ahora en nuestros días y para la eternidad. Él es el Camino, es decir la ruta que debemos seguir para pisar firme en el camino de la perfección que nos hará sólidos en la verdadera libertad, nos hará vivir en el ámbito del amor hacia Él y hacia los hermanos, y que desembocará finalmente en la vida eterna junto al Padre y todos los hermanos salvados. Él es la Verdad que nos hará tener solidez en nuestras convicciones, que nos dará la serenidad del conocimiento del contenido de lo que sí vale la pena conocer y vivir. La Verdad de Jesús no es simplemente un contenido doctrinal, sino que merece hacerlo vida para obtener la verdadera felicidad en esta vida y para la otra. Él es la Vida, pues de Él ha surgido todo. Haciéndose el encontradizo, hace encontradiza su Vida. En Él tenemos la recuperación de la verdadera Vida, la que habíamos perdido al pecar. Por su Vida, nos hace resucitar a todos de la muerte y de la oscuridad. Entregando su Vida y recuperándola en su sacrificio supremo, la ha depositado en nuestros corazones, dándonos nueva Vida y haciéndonos hombres nuevos para siempre.

Por supuesto, el que es el Camino, la Verdad y la Vida, lo es para nosotros. Dios mismo no necesita avanzar por un camino diverso, conocer una verdad distinta o vivir una vida diferente. Por ello, somos nosotros los que debemos beneficiarnos de ese camino nuevo, de esa verdad auténtica y de esa vida superior. Debemos aprovecharlo al máximo, por cuanto existe para nosotros. Jesús se ha hecho todo eso para nuestro beneficio. No tiene otra finalidad. Y viviéndolo en nosotros mismos, teniendo conciencia de nuestra riqueza, en la vivencia del amor a Dios y del amor fraterno, considerar necesario que este anuncio llegue a todos los demás, para que vivan la misma felicidad, como lo entendieron los apóstoles de aquella Iglesia que nacía: "Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos ustedes los que temen a Dios: a nosotros se nos ha enviado esta palabra de salvación. En efecto, los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las palabras de los profetas que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Y, aunque no encontraron nada que mereciera la muerte, le pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar. Y, cuando cumplieron todo lo que estaba escrito de Él, lo bajaron del madero y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Durante muchos días, se apareció a los que habían subido con Él de Galilea a Jerusalén, y ellos son ahora sus testigos ante el pueblo. También nosotros les anunciamos la Buena Noticia de que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús. Así está escrito en el salmo segundo: 'Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy'". Somos auténticos beneficiarios de los más grandes dones. Por ello, estando con Dios y teniéndolo siempre con nosotros, no nos faltará nada. Al contrario, alejándonos de Él, siguiendo los impulsos de un egoísmo suicida, no tendremos nada entre manos que nos ayude a seguir viviendo. Sin Dios, somos nada; con Él, lo tenemos todo y somos todo.

lunes, 26 de abril de 2021

Ser sal de la tierra y luz del mundo, con la Verdad de Jesús, es nuestra misión

 EVANGELIO DEL DÍA: Mt 5,13-16: Vosotros sois la luz del mundo. | Cursillos  de Cristiandad - Diócesis de Cartagena - Murcia

Jesús es un Maestro excepcional. Siendo Dios y, por lo tanto, teniendo la Sabiduría infinita consistente con su divinidad y que le hace tener siempre presente y con la máxima claridad todos los misterios que se pueden conocer y en los cuales se puede profundizar, lo cual estaría vedado para cualquier mente humana que podría en algún caso barruntar nadando en la oscuridad del misterio, pero quedándose siempre en la frontera de la nube oscura a la que le es permitido llegar por su limitación delante de Dios, Él conoce perfectamente la Verdad, pues, como lo ha afirmado Él mismo, Él es la Verdad. Se conoce perfectamente, pues el misterio de ninguna manera está vedado para Él, pues es el autor de todo y el conocedor absoluto de todo, y porque, además, Él es la Verdad en su esencia. Toda otra verdad surge de Sí mismo, origen y causa final de un todo que ha puesto en las manos del hombre. Y conociendo la limitación del hombre que ha surgido de sus manos todopoderosas, habiéndole permitido adentrarse en algo del misterio profundo de su Verdad, pues le dio la capacidad de pensar y de discernir al haberlo creado "a su imagen y semejanza", no ha dejado que sea solo el esfuerzo humano el que aparezca para entrar en la profundidad de ella, sino que ha querido acercar al hombre la luz para que pudiera bucear más profundamente en el misterio. Ya no será solo el esfuerzo humano el que se aplique para lograr conocer y comprender a la divinidad, tal como se dio claramente en la labor de los grandes filósofos griegos que llegaron a la conclusión de la necesidad de la existencia de un Ser superior, sino que es el mismo Dios el que se hace el encontradizo, se revela desde su amor a los hombres y les permite con su revelación que se adentren en su misterio, por supuesto, conservando aún para sí lo más profundo, que conoceremos solo en la eternidad, cuando lo veremos "tal cual es". Pero esta Verdad de Dios, revelada por Jesús, debía ser hecha a la altura de la comprensión del hombre. Por eso el Maestro Jesús, pedagogo excepcional, la acerca a los hombres de la manera más sencilla posible, haciéndolo con imágenes de lo cotidiano, pero desvelando con ellas las profundas verdades de la fe.

La sal que da sabor a la comida y la luz que dan las velas en la casa, son realidades en las que se mueven los hombres cotidianamente. El Maestro Jesús se aprovecha de ellas para dejar su enseñanza. No es desconocido este modo de actuar, que hemos visto ya cuando echa mano a las figuras del sembrador en el campo, de la viña y de la vid, del pastor de las ovejas, de los árboles que dan fruto, de la vid y los sarmientos, de los niños que tocan música en la plaza... Son incontables las ocasiones en las que Jesús echa mano de las figuras de la cotidianidad para dejar su enseñanza de la Verdad. Y estas imágenes de la sal y de la luz son usadas en una de esas ocasiones, para dejar clara la responsabilidad que tienen sus discípulos, aquellos que se han dejado conquistar por su amor y se han puesto de su lado, con el mundo en el que viven. La sal y la luz tienen una utilidad específica y el sentido de su existencia es que hagan aquello para lo que existen. Si no es así, deben ser desechadas. El discípulo de Jesús, además de disfrutar del inmenso don del amor y de la salvación, tiene como esencia el ser propagador de esta novedad de vida. No puede quedarse solo en el disfrute de la donación, sino que debe convertirse en multiplicador del don para los demás. Si no, su ser discípulo no tiene ningún sentido y deberá ser desechado como discípulo del amor: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en el cielo". La sal y la luz existen para algo concreto, y deben cumplir con eso, a riesgo de que sean desechadas. Así mismo los discípulos del amor.

Y esto deben hacerlo con la conciencia clara de su obligación, pero también con la de ser transmisores de una Verdad que no les pertenece, sobre la cual no tienen dominio, pues la han recibido de la fuente que los ha elegido y los ha enviado. Es la conciencia de instrumentalidad que debe tener todo el que es enviado a anunciar la Verdad de Dios, tal como la tuvo meridianamente clara San Pablo: "Yo mismo, hermanos, cuando vine a ustedes a anunciarles el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre ustedes me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. También yo me presenté a ustedes débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que la fe  de ustedes no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Sabiduría, sí, hablamos entre los perfectos; pero una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, condenados a perecer, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria". San Pablo tenía clara noción de su misión y dejaba establecida su instrumentalidad. De no ser por la condescendencia divina y del inmenso amor del Señor por la humanidad, de ninguna manera tendría la posibilidad de acercarse a la Verdad, ni de ser instrumento de ella para la salvación de los hombres. Es por el amor de Dios por cada hombre y por cada elegido, que se da la ocasión de salvación del que escuche el anuncio de la Verdad y del amor. Y desde esa manera de actuar de cada discípulo del amor es que se dará la oportunidad de hacerse sal y luz de la tierra, y de servir para que el sabor de Dios y su iluminación le llegue a cada hombre del mundo, recibiendo así el amor y la salvación. El Maestro Jesús nos lo deja muy claro con las imágenes de la sal y de la luz.