La conversión necesaria para recibir el perdón de los pecados es una acción que debe ser, podríamos decir, "verificable". Cuando hacemos balance de nuestra vida, y en ella encontramos, con seguridad, muchas cosas buenas, debemos agradecer a Dios que su Gracia nos ha dado la capacidad que necesitamos para alcanzar esos puntos. Ciertamente, nosotros también ponemos de nuestra parte, porque por nuestra inteligencia y voluntad el Señor nos ha enriquecido para que podamos discernir correctamente el bien del mal. Cuando nos decidimos por el bien, estamos poniendo a funcionar esa capacidades que son don de Dios. Además de la ayuda divina por su Gracia, nosotros también ponemos de nuestra parte. Nuestra voluntad se decide por el bien que le presenta la inteligencia. De esa manera, podemos afirmar que nosotros mismos "nos damos testimonio" de que sí se puede avanzar por el camino del bien.. Pero, lamentablemente, en ese balance seguramente encontraremos también cosas malas, que nos avergüenzan cuando hacemos un examen de conciencia en la presencia de Dios, y de las cuales nos arrepentimos. Son esas cosas las que debemos poner en las manos de Dios para que las borre y las convierta en Gracia que nos santifique. Es lo que decía San Agustín: "Dios saca cosas buenas de lo malo del hombre".
En el Catecismo se enseña que para realizar una buena confesión hay que llenar varios requisitos: Examen de Conciencia, Dolor de Corazón, Propósito de Enmienda, Confesión y Penitencia... Cada uno de estos pasos es esencial. Si falta uno solo de ellos es absurdo acercarse a confesar los pecados en el Sacramento de la Penitencia. No se lograría de esa manera el perdón, aunque el Sacerdote pronuncie la fórmula de absolución... En este proceso del perdón es esencial el arrepentimiento, que implica necesariamente la conversión, es decir la firme intención no sólo de no caer otra vez en las mismas fallas o debilidades, sino la de hacer exactamente lo contrario. Es decir, no basta sólo con evitar el pecado, sino que es necesario buscar el bien, hacerlo y procurarlo para todos...
Es lo que enseña Dios a su pueblo Israel, cuando le dice: "Preparen su discurso, vuelvan al Señor y díganle: "Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios. No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos. En ti encuentra piedad el huérfano". El reconocimiento de lo malo que ha hecho Israel es definitivamente esencial para lograr incluso acercarse a Dios para demostrarle la intención de cambio."No volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos", es la dolorosa verificación que hace Israel de su bochornosa conducta de sustitución de Dios por los ídolos que ellos mismos se construían. La constatación final es la confirmación de la intención firme de avanzar por otras rutas: "Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos". El arrepentido que asume la conversión como camino de salvación, asume que el camino que se debe andar es el de Dios, que es recto, por el cual caminan los justos...
La conversión es, de esta manera, un gesto que se debe verificar en los actos propios de quien se convierte. Quien se había sumido en el odio, debe avanzar ahora en el amor. Quien había destruido la fraternidad, debe ahora construir puentes hacia todos los hermanos. Quien se había hecho esclavo de la violencia, debe ahora sembrar la semilla de la paz. Quien se había dejado dominar por el materialismo, debe impregnar su vida de la dependencia exclusiva de Dios. Quien había sucumbido ante los placeres, debe ahora demostrar el dominio de sí mismo, el respeto a su propio cuerpo como templo desde el cual glorificar a Dios... La conversión no es una simple "declaración de intenciones", sino que debe ser demostrada y vivida en lo concreto, en los pensamientos y conductas, en las actitudes y los gestos. La santidad es algo que debe verse, no porque se quiere dar un "espectáculo", sino porque es imposible no dejarla traslucir al exterior...
La medida de esa conversión es la medida del amor, que es infinito. Es el resumen que da Jesús de la Ley. Nada importa más que el amor. En nuestra vida de fe, si queremos de verdad vivir la santidad, debemos vivir en el amor, que es la característica fundamental de todo cristiano. No es cristiano quien no ama. Ni siquiera es cristiano quien vive el amor sólo a medias, dejándolo llegar sólo a los más cercanos, a los conocidos, a los amigos, a los familiares. El amor debe invadirlo todo. No en un sentimentalismo que las más de las veces es infértil, infecundo, absurdo y nulo, pues se queda sólo en la periferia. Es el amor del querer bien, de la benevolencia, de la donación, de la oblación. Es el amor del darse plenamente al otro, aunque yo no vaya a sacar ningún provecho de ello, que se siente satisfecho sólo en eso. La compensación con la que el amor se siente plenamente satisfecho es la del acto de amar en sí mismo. Quien ama se siente feliz y plenamente compensado porque sabe que está haciendo lo de debe, lo que es lo definitorio de su esencia. El cristiano se define por el amor que vive, no por el esfuerzo que hace por evitar el mal...
Jesús dice, al hablar del mandamiento más importante: "El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos". Convertirse es vivir de tal manera convencido de esta exigencia, que deja de ser simplemente un mandamiento para convertirse en estilo de vida. El convertido lo asume como su marca de fábrica, como el camino que debe recorrer y como la meta a la cual debe apuntar siempre... Delante de Dios no podemos quedarnos sólo en la manifestación del dolor por haberlo ofendido, sino que nuestro deseo de agradarle debe apuntar a una verdadera conversión en la que se evite de nuevo el pecado, pero que vaya más allá, y se asuma que es el amor el que debe impregnar todo el ser y todas las conductas, y elevar al hombre al nivel de Dios, que es quien vive esencialmente en el amor, porque Él mismo es Amor...
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