Todo lo que vivimos los cristianos tiene un sustento muy sólido, que es el de la esperanza. Absolutamente nada de lo que vivimos dejará de tener repercusión en nuestro futuro.Y no sólo por lo que cada uno sembrará para cosechar en la eternidad, sino por la promesa que nos hace Dios y lo que nos depara en cuanto a ese futuro de armonía total que nos espera. Dios compromete seriamente su Palabra cuando nos habla de ese futuro maravilloso que está en nuestro camino. Sin tener en cuenta aún los méritos que podamos hacer para vivirlo, la promesa del Señor es la de la novedad absoluta, en la que se borrará todo lo oscuro, todo lo antiguo, todo lo pesaroso que pudo haberse vivido... Es el futuro con Él, en el que, por supuesto, no habrá nada torcido...
Dice el Señor a Israel: "Miren: yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva: de lo pasado no habrá recuerdo ni vendrá pensamiento, sino que habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear". La Nueva Creación, que será la restauración total de la armonía originaria, en la que la única regla era la del amor, la de la presencia reinante de Dios, la de la fraternidad perfecta, la de la filiación entrañable, se vivirá de nuevo, pero en una dimensión distinta a la original. Esta vez será definitiva, pues será la elección de los que añoran aquellos tiempos primeros en los que los hombres tenían la concordia total con Dios y con los demás... Quienes la rechacen quedarán en su penumbra eternamente. La libertad, por lo tanto, jugará un papel esencial en esta nueva etapa. La vivencia será absolutamente libre, fruto de la elección personal. Se decidirá cada uno por ella o por la discordia, por el amor o por el odio, por la paz o por la guerra, por la fraternidad o por la enemistad... Cada uno hará su opción, y será definitiva...
Es una realidad que realizará Dios, el Creador, que se convertirá, así, en el Nuevo Creador. Dios echará mano de todo su poder y de todo su amor, colocará todas sus energías en lograr esa nueva meta que superará con mucho la Creación original, la hará subir un escalón infinito, la dará como homenaje póstumo y final, pero que durará eternamente, a quien le siga con amor en el deseo de ver cumplida perfectamente aquella esperanza de lo que se promete tan insistentemente... Dios hace su parte. Y la del hombre es la de añorar. Cuando se añora, se hace lo posible para que aquello que se añora llegue, se dispone uno a recibir el don maravilloso, se alinea uno en la fila de los que quieren ver cumplida la esperanza... Dios hace el gasto y el hombre alimenta su esperanza. Esa es la motivación principal de quien espera...
La vida, con todo sus avatares, que pueden ser de alegría o de tristeza, de felicidad o de sufrimiento, será superada. No habrá ya en la vida del hombre nada que la haga dolorosa o indeseable, pues el mismo Dios se encargará de anular toda sombra, todo dolor, todo sufrimiento. La Nueva Creación es absoluta luminosidad, sin un ápice de oscuridad. El Sol será el mismo Dios que se encargará de descargar su luminosidad y de llenar con ello de alegría todo lo que existe, principalmente la vida de los hombres... El anuncio de Dios es de una espectacularidad sin precedentes: "Miren: voy a transformar a Jerusalén en alegría, y a su pueblo en gozo; me alegraré de Jerusalén y me gozaré de mi pueblo, y ya no se oirán en ella gemidos ni llantos; ya no habrá allí niños malogrados ni adultos que no colmen sus años, pues será joven el que muera a los cien años, y el que no los alcance se tendrá por maldito. Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos". Los que estén viviendo ahora momentos de tortura, de dolor, de sufrimiento, los que estén añorando que llegue la justicia y la paz, la armonía y el reinado de la Verdad, verán absolutamente colmada su esperanza, pues será el reinado de Dios, el que es justo y pacífico, el que compensará con creces los agobios por establecer la paz, por vencer la injusticia, por imponer el reinado de la armonía y de la Verdad, que se funda sólo en Dios...
Ese itinerario de cumplimiento se inició con Jesús. La obra de Cristo dio a los hombres un atisbo de eternidad. La inició con la demostración de la presencia del poder de Dios que sanaba, levantaba, perdonaba pecados, resucitaba, multiplicaba los panes y los peces, lloraba con el que sufría, alegraba a quien los necesitaba... Abrió las puertas de esa situación definitiva de felicidad eterna con su Muerte y Resurrección, con lo cual restableció permanentemente la amistad del hombre con Dios, su filiación para siempre, y la fraternidad que le da sentido a la vida como pueblo, como comunidad, como creación en la que caben todo pues todos son hermanos... Lo experimentó aquel funcionario real que le pidió a Jesús la curación de su hijo: "El funcionario insiste: "Señor, baja antes de que se muera mi niño." Jesús le contesta: "Anda, tu hijo está curado." El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo estaba curado". Ese camino ya está abierto y lo estamos transitando. Falta que lleguemos al final, a la meta, en la que Él mismo nos espera con los brazos abiertos...
No hay que desesperar. Aun cuando la apariencia nos dice que nuestra situación es de postración, la realidad es otra. Los que luchan por establecer el reinado de la justicia y de la fraternidad, el del amor y la paz, jamás quedarán frustrados. Dios no lo permitirá... No sólo eso, sino que Él mismo se pondrá con artesano de la paz, con su mano amorosa y creadora, omnipotente, al lado de quien quiere adelantar el futuro de armonía total. Cuando los hombres nos decidimos por el amor, por la justicia, por la paz, inmediatamente tenemos a nuestro lado al que es el autor de todo eso, al artífice, al primer interesado en que ese futuro llegue cuando antes. Es nuestro Dios de amor, el Dios de la Justicia y de la Paz, el que reinará en el futuro, y para toda la eternidad, asegurándonos las sonrisas eternas del disfrute de su Paz...
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