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martes, 8 de junio de 2021

Seamos el sí de Dios al mundo, como lo fue Jesús

 Brille así vuestra luz ante los hombres» - Alfa y Omega

La coherencia de vida, la transparencia, la serenidad que se alcanza al saberse fiel en el cumplimiento honesto de las responsabilidades, sin ocultamientos ni escondrijos innecesarios, es uno de los tesoros que debemos perseguir para poder vivir con la frente en alto, sin necesidad de estar buscando acomodamientos a los criterios del mundo, algunos muy contrarios a los designios divinos. Cuando vamos por caminos retorcidos, podemos vivir en el espejismo de que las cosas pueden ir mejor así, pues nos evitamos conflictos o desencuentros con muchos de los que nos rodean. Sería más cómodo ocultar la cabeza como el avestruz, pues así las dificultades serían menores. Pero también, aunque no hay ausencia de alguna gratificación momentánea, tarde o temprano la realidad nos explota en la cara y se nos pone en toda su crudeza en lo que es real. Se reciben decepciones terribles y dolorosas, pues jamás la acomodación a lo temporal podrá llegar a ser la compensación real a las añoranzas más profundas del hombre. El sentido de la vida del hombre, aun cuando está sustentado en la realidad en la que vive cotidianamente, no se acaba en ella. El hombre ha sido creado para algo superior, que trasciende lo que vive actualmente, y que por lo tanto no se puede acabar en ello. Dios nos ha creado para la felicidad suprema, y aun cuando hay atisbos y adelantos amorosos aquí y ahora, pues su fidelidad es eterna y nos dará siempre y en toda ocasión muestras de ella, la plenitud la tiene reservada para nuestra eternidad feliz, a la que nos dirige inexorablemente con sus dádivas y beneficios. Se hace necesario entonces, que nuestra vida y nuestro corazón mantengan una disposición continua de ser elevados hacia lo infinito, que es donde se encuentra el final de la meta y la plenitud a la que somos convocados al existir. Por ello, para evitar esas decepciones que pueden ser realmente destructivas para alcanzar la felicidad a la que somos llamados, necesitamos colocar nuestra prioridad en esa coherencia a la que nos llama Dios para disfrutar la magnitud de su amor.

San Pablo se lo quiere dejar lo más claro posible a sus oyentes. En el seguimiento fiel del prototipo del cristiano, Jesús de Nazaret, el Salvador del mundo que se convierte en modelo irrefutable e infaltable para todos, pues es el Señor que desde su aparición en el mundo se ha convertido en la referencia obligada para todos sus seguidores, está la manera perfecta de lograrlo. Él es el Dios fiel que lo dará todo, incluso su propia vida, para lograr la felicidad del hombre. Y además, nos mostrará claramente la forma en la que cada uno avanzará por esa misma ruta de realización personal. Así lo entendió el apóstol, cuando en el extremo del convencimiento de que estaba haciendo lo correcto, se propone a sí mismo como seguimiento, no por él mismo, sino porque está consciente de que era fiel a la voluntad de Dios: "Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo". La causa de la imitación no es él, sino Jesús. Y esto es lo que quiere transmitir a todos: "Hermanos: ¡Dios me es testigo! La palabra que les dirigimos no es sí y no. Pues el Hijo de Dios, Jesucristo, que fue anunciado entre ustedes por mí, por Silvano y por Timoteo, no fue sí y no, sino que en Él solo hubo sí. Pues todas las promesas de Dios han alcanzado su sí en Él. Así por medio de Él, decimos nuestro “Amén” a Dios, para gloria suya a través de nosotros. Es Dios quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con ustedes; y además nos ungió, nos selló y ha puesto su Espíritu como prenda en nuestros corazones". La incolumidad de Jesús en su determinación es la base sólida de toda la misión cumplida. Al haber sido una vez el sí de Dios, lo fue para siempre. Y eso fue lo que hizo válida totalmente su tarea y su misión de rescate. Esa es la solidez firme que tiene todo lo que hizo y lo que le da la consistencia y valor eterno. Ese efecto es eterno, se mantiene para siempre. Y es el modelo de consistencia para la actuación de todos los cristianos. De él debemos asumirlo y asimilarlo como nuestro para que la salvación de Jesús y la llegada a la meta sea una realidad para cada uno. La coherencia en esta vida es fundamental para todos los que queremos ser beneficiados.

Y es en este sentido en que cada discípulo será también vida para el mundo. Jesús nos ha hecho alcanzar el zenit de su rescate. Nos ha puesto de nuevo en el lugar que habíamos perdido. Nos ha alcanzado de nuevo la condición de hijos de Dios salvados desde el principio y nos ha abierto las puertas del cielo que nuestro mismo pecado había clausurado. Estamos, sí, de nuevo en el camino. Pero al haber cumplido Jesús su tarea perfectamente, nos ha trasladado el testigo a cada uno de los rescatados para que seamos rescatadores de los hermanos que están en el mundo y que nos ha dejado como responsabilidad. "Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará". El mundo está en nuestras manos, pues allí nos lo ha dejado Jesús amorosamente. Él nos traslada, en un gesto de confianza infinita de su amor por nosotros, la tarea que vino a cumplir para que la hagamos llegar a ellos. Nuestra actitud ante este gesto extraordinario es hacernos sí como Él, para dar la gloria a Dios, que es a quien le corresponde. El sí nuestro debe ser en el mismo sentido del sí de Jesús. Ser el sí de Dios para nuestro hermanos implica la salvación de todos. No podemos renunciar a esta obligación: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en los cielos". Ser la sal y la luz es ser el sabor y la vida del mundo y ser la iluminación de la verdad con la cual Dios quiere favorecer a todos. En esto tenemos que ser coherentes. No buscar arreglos propios, acomodaciones, ocultamientos, pues sabríamos muy bien que no es nuestra esencia. Ser sal y luz es ser el sí de Dios, como el sí de Jesús. Ser coherentes con nuestra tarea es hacerse el sí que necesita el mundo para ser salvado.

lunes, 7 de junio de 2021

La Ley del amor es Ley de entrega total que llena de ilusión

 LAS BIENAVENTURANZAS DE JESÚS

El mandamiento nuevo del amor que establece Jesús con su misión en medio de la humanidad, inaugura una nueva era en la vida de los elegidos del Señor. Ciertamente su novedad no radica en un cambio de la exigencia original, pues tal como lo reafirma Jesús ante el Escriba que se le acerca para preguntarle acerca del mandamiento más importante de todos, la respuesta es un resumen de los dos mandamientos que ya se referían al amor: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser... Amarás al prójimo como a ti mismo". Sustancialmente no hay cambio en la promulgación de la exigencia. Y la lista de mandamientos que publica Moisés en la Ley, es también ella un compendio que es contenido en esa misma ley del amor. El cambio radical se da en dos aspectos principales: en la magnitud del amor y en el compromiso personal al que llama su asunción. Jesús, en su mandamiento nuevo, pone el acento en su propio amor, ese que lo llama a la entrega radical, a dar la vida por todos, a entregar su propio ser total por el impulso que le da ese amor infinito por la humanidad. De "amar al prójimo como a uno mismo", asciende a "amarse unos a otros como yo los he amado", es decir con la mayor radicalidad posible. Y esto no admite ni escondrijos ni rebajas. Es el amor pleno que debe marcar a todos los que de verdad quieren ser fieles a la voluntad divina, sin ambages ni rebuscamientos. El hermano debe estar siempre por encima. Sin embargo, la cosa va más allá. Cumplir la ley es bueno, pero corre el riesgo de quedar siempre en un hecho formal. Se tiene siempre la tentación de quedar a medias, pensando que el cumplimiento externo de la ley ya es suficiente, aunque en eso no vaya el corazón. Bastaría con que se aparentara ante los demás para demostrar que se es bueno. Lamentablemente son muchas las pruebas que podemos tener de que las cosas no son así. Muchas veces hacer cosas buenas no significa que somos buenos, porque nuestro corazón no está implicado realmente en el amor a los demás, sino que son más motivadas por el amor a sí mismo, ya que lo que se busca es quedar bien ante los otros, lo que invalida un supuesto gesto amoroso.

Por ello, en la novedad que inaugura Jesús, su intento principal apunta a la obtención de la mayor pureza en la experiencia de fe y de entrega de los cristianos. La exigencia del amor no puede quedar simplemente en el gesto exterior de bondad, sino que debe entrar en lo más profundo del ser. Es el ser completo, la mente y el corazón, el cuerpo y el alma, los que deben surgir como fuerza interior de todo. No es un acto formal, ritual, que no implique nada más. Lo importante va a lo profundo, al ser más íntimo del hombre. Desde la perspectiva del mandamiento nuevo del amor, todo debe quedar coloreado por el amor auténtico, real, verdadero y comprometido a Dios y a los hermanos. Tanto, que todo lo demás pasa a ser secundario. No habrá nada más importante que hacerlo todo desde ese amor convencido y vivido. La muestra más clara de esta exigencia alcanza su culmen en la promulgación de la "Nueva Ley" de las Bienaventuranzas: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados ustedes cuando los insulten y los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes". La nueva tónica es la del amor total. Para muchos que escucharan esto tuvo que haber sido algo muy sorprendente, pues el amor auténtico que exige Jesús es mucho más comprometedor que el que se exigía antes. Muchos estaban demasiado centrados en la búsqueda de la solución a sus problemas. Ahora, con esta nueva promulgación, se les llama a descentrarse de sí mismos y a centrarse en Dios y en los hermanos. Aquellos ahora son el centro. Abandonarse en la confianza en Dios y procurar siempre vivir en la caridad deben convertirse en la prioridad. La vida es puesta en las manos de Dios. Él sabe mucho mejor que cualquiera lo que más compensa y lo que realmente hace feliz. La alegría no está en querer darse a sí mismo los privilegios. Podemos pasarla bien así temporalmente. Pero la felicidad estable, permanente, aquella que apunta a la eternidad incólume en el amor, va por la vía que propone Jesús, pues es la que da la compensación que todos necesitamos, y que llega hasta la eternidad.

La insistencia en lo importante de tener este cambio radical en nuestra vida está en que se reconozca que esa es la verdadera vida. No hemos sido creados para nosotros, sino para Dios y para los hermanos. Al punto de que nuestra existencia llegará a explicarse y a justificarse solo en la entrega a Dios y a los demás. Quien no vive para Dios y para los demás, realmente no está viviendo. El "no es bueno que el hombre esté solo", lo que motivó a Dios a crear a la mujer como "ayuda adecuada", no era un beneficio crematístico, sino que apuntaba a que el hombre encontrara el sentido de su vida en la entrega en favor del otro. Fue un beneficio personal, sin duda, pero en atención a que le diera sentido a su vida en la entrega por amor a los demás, lo que le daba el sustento sólido. En la vida centrada en el amor a Dios y a los demás está el acento. Los hombres existimos para los demás, y mientras no demos ese paso no encontraremos nuestro fundamento sólido. Debemos procurar ser siempre sostén de los otros. Hemos sido creados seres sociales, y nuestra esencia es lo comunitario. Incluso los santos que se aíslan, no lo hacen para alejarse de los hermanos, sino como la forma que han encontrado ellos para convertirse en antenas de las gracias de Dios para todos, con su sacrificio y su abandono en Dios. Ellos atraen el amor para que se aposente en los corazones de todos. Nos colocamos en el camino del hermano para detener las injurias contra ellos y convertirlas en bendiciones, y para ser imanes de la gracia divina, de su amor y de su salvación, pues para eso hemos sido puestos en su camino: "¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios! Porque lo mismo que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, abunda también nuestro consuelo gracias a Cristo. De hecho si pasamos tribulaciones, es para consuelo de ustedes y salvación; si somos consolados, es para su consuelo que les da la capacidad de aguantar los mismos sufrimientos que padecemos nosotros. Nuestra esperanza respecto de ustedes es firme, pues sabemos que si comparten los sufrimientos, también compartirán el consuelo". Es ese el verdadero y único sentido de nuestra existencia. Existimos para Dios y para los hermanos. Y en darnos con ilusión y alegría a esta vida, está nuestra plenitud. Ese es el camino de nuestra felicidad. No existe otro.

miércoles, 2 de junio de 2021

Hemos sido creados para estar vivos eternamente en el amor y la felicidad

 No es Dios de muertos, sino de vivos» – Reporte Católico Laico

La vida del hombre sobre la tierra es un verdadero misterio. Los avatares por los que pasa nos confirman cada vez más que nuestras realidades son cambiantes, y que incluso en ocasiones, son inexplicables. Tan pronto estamos en excelentes condiciones humanas y materiales, y súbitamente se transforman en tragedias dolorosas a las que no les encontramos sentido y nos dejan totalmente perplejos. Es cierto que muchas veces esos momentos duros los atraemos nosotros mismos con nuestra mala conducta, al alejarnos de la voluntad divina y de su amor, pretendiendo ser totalmente autónomos, dándonos a nosotros mismos las categorías de conducta, en el pensamiento errado de que lo que nos proponemos nosotros sea mejor de lo que nos propone nuestro Creador, que no puede ser jamás superado en la procura de nuestro bien, en su voluntad de amor hacia nosotros. El servirnos a nosotros mismos o a nuestros ídolos, nos nubla el entendimiento, nos llena de soberbia y de egoísmo, nos hace vanidosos y nos encierra en una perspectiva única que cierra toda posibilidad a abrirse a otras superiores como son las divinas, que jamás podrán ser superadas para procurarnos el bien que Dios desea para nosotros. Pero en otras ocasiones el dolor y la tragedia se presentan fortuitamente, gratuitamente, sin explicación posible de una causa razonable. Muchos hombres fieles sufren penurias en la persecución, en la burla, en el dolor, en el desasosiego, en la desesperanza. Y eso trae como consecuencia que la perspectiva se haga oscura, haga daño, pues no se ve en el horizonte una prenda en la que se pueda agarrar para sostenerse en la debilidad. En la primera categoría, cuando el hombre cae en la cuenta de su error, probablemente para la víctima sea ya tardía la reacción, aunque Dios abrirá siempre la puerta para el sosiego, pues Él jamás abandona a los suyos porque los ama infinitamente y quiere su salvación y su paz. Pero en la segunda categoría, el fiel que mira hacia lo alto y sabe que su Dios jamás lo abandonará, se funda sólidamente en esa confianza, y en medio de la penumbra de esa noche oscura, es capaz de descubrir la esperanza y la ilusión en el Dios del amor que sabe que no lo dejará sin recompensa, ahora o en la vida futura. La fidelidad nunca deja de ser compensada, al menos en la confianza de que se sigue estando en las manos del Señor. Para quien ha perdido toda perspectiva, lo más natural es acercarse al único que ofrece esa posibilidad. Alejarse de ella es quedarse con las manos y con el corazón totalmente vacíos.

En nuestra historia de salvación, las historias en esta línea son innumerables. Nos encontramos con personajes fieles, maltratados por sus experiencias, al igual que con otros que deciden alejarse de Dios y servir al mal. Nos sorprendemos cuando descubrimos que a los malos les va bien y a los buenos les va mal. Es parte de ese misterio que es nuestra propia vida. Lo cierto es que esto no es siempre ni totalmente verdad. Quisiéramos que todo fuera de maravilla pero no es así. Es un misterio que no colide con el misterio divino, inexplicable en sí mismo, por el cual nuestra vida, la de sus criaturas, no puede jamás alejarse de esa condición misteriosa esencial, pues ha surgido de quien es en sí mismo el misterio mayor. Ante esto debe estar presente en nuestra conciencia la claridad de nuestro origen, y la razón última de nuestra existencia. Hemos surgido del amor de Dios y Él nos sostiene en la vida para que lleguemos a la felicidad plena cuya meta es el mismo amor. Si no fuera así, no tiene ningún sentido nuestra existencia y nuestra esperanza. Es la perspectiva de los que se mantienen fieles a Dios por encima de todas las circunstancias, positivas o negativas, que puedan vivir. Fue la experiencia de Tobías, personaje emblemático del Antiguo Testamento, y de Sara, su mujer asediada por el demonio Asmoneo, pero que en su deseo de ser fieles a Dios, a pesar de las tentaciones de abandono, decidieron mantenerse firmes en su confesión de fe y de confianza en Dios: "(Dijo Tobías) Eres justo, Señor, y justas son tus obras son justas; siempre actúas con misericordia y fidelidad, Tú eres juez del universo. Acuérdate, Señor, de mí y mírame; no me castigues por los pecados y errores que yo y mis padres hemos cometido. Hemos pecado en tu presencia, hemos transgredido tus mandatos y Tú nos has entregado al saqueo, al cautiverio y a la muerte, hasta convertirnos en burla y chismorreo, en irrisión para todas las naciones entre las que nos has dispersado. Reconozco la justicia de tus juicios cuando me castigas por mis pecados y los de mis padres, porque no hemos obedecido tus mandatos, no hemos sido fieles en tu presencia. Haz conmigo lo que quieras, manda que me arrebaten la vida, que desaparezca de la faz de la tierra y a la tierra vuelva de nuevo. Más me vale morir que vivir porque se mofan de mí sin motivo y me invade profunda tristeza. Manda que me libre, Señor, de tanta aflicción, déjame partir a la morada eterna. Señor, no me retires tu rostro. Mejor es morir que vivir en tal miseria y escuchar tantos ultrajes (...) (Dijo Sara) Entonces Sara, llena de tristeza, subió llorando al piso superior de la casa con el propósito de ahorcarse. Pero, pensándolo mejor, se dijo: 'Solo serviría para que recriminen a mi padre. Le dirían que su hija única se ahorcó al sentirse desgraciada. No quiero que mi anciano padre baje a la tumba abrumado de dolor. En vez de ahorcarme, pediré la muerte al Señor para no tener que oír más reproches en mi vida'". Ambos se abandonaron en las manos del Señor y de su misericordia.

En cualquier caso, el Señor quiere que el hombre viva y sea reflejo de su gloria. Quiere que en medio de todas sus realidades, su vida sea una experiencia del amor que bendice, que sustenta, que fortalece, que llena de confianza y de esperanza aquí y ahora, y para toda la eternidad. Debido a esa finalidad que el Creador ha establecido como meta segura para la humanidad, la vida del hombre, en medio de todas las dificultades, de todos los sufrimientos, e incluso de todo el bienestar que venga como bendición, debe hacerlo siempre consciente de que ni el mal ni la muerte son el fin. El fin es la vida en gloria, que es nuestra meta segura. Tal como lo aclaró Jesús a los saduceos, negadores de la resurrección, algo que para los judíos en general, era una perspectiva segura. Los hombres hemos sido creados para la vida, no para la muerte eterna. Dios quiere que el hombre viva. Y que viva eternamente en su amor y en la felicidad que nunca se acaba: "Maestro, Moisés nos dejó escrito: 'Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, que se case con la viuda y dé descendencia a su hermano'. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección y resuciten ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella'. Jesús les respondió: '¿No están equivocados, por no entender la Escritura ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten, ni los hombres se casarán ni las mujeres serán dadas en matrimonio, serán como ángeles del cielo. Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no han leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: 'Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob'? No es Dios de muertos, sino de vivos. Están muy equivocados'". La perspectiva de la vida eterna es muy distinta de la que podemos tener si la enfocamos en nuestra experiencia vital. Es una realidad infinitamente distinta a la actual, pues está inscrita en ese misterio grandioso que es Dios en sí mismo. Como hemos sido creados para la vida, será una vida superior que no alcanzamos a imaginarnos, dada nuestra finitud. Pero de lo que sí estamos seguros es de que será vida en plenitud, donde viviremos en el amor inmutable y en la felicidad estable que no desaparecerán jamás.

miércoles, 26 de mayo de 2021

La oración nos une al Señor y nos llena de su vida

 Evangelio del domingo para niños: S. Marcos 10,35-45.(21/10/18) – Sobre roca

Los discípulos de Jesús deben buscar siempre un contacto vivo y vivificante con Él. Deben tener plena conciencia de estar siempre en su presencia y vivir en la normalidad de su encuentro. Cuando se asume la vida de la fe, se asume que Él será el compañero de camino, tal como lo prometió al decir que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos, y lo figuró concretamente cuando pidió a los apóstoles que remaran mar adentro, pero no los dejó ir solos, sino que se embarcó también, de modo de darles a entender que siempre estará presente en todas las empresas que la barca de la Iglesia deba asumir. Él se encargará de indicar las rutas, de fortalecer en la debilidad, de calmar las tormentas. Lo hará a través de su Espíritu, donación amorosa a esa comunidad que nacía y que se convertía en su alma y en su razón de vida. Esa experiencia vital de acompañamiento seguro del Señor debe ser motivo suficiente para los discípulos a fin de hacer de esa experiencia una forma de vida que, dentro de lo sobrenatural que resulta, pasa a ser para ellos algo natural. Y hacerlo vida cotidianamente implica vivir en su presencia sin ambages, haciendo del contacto con el Señor la forma de vida ordinaria. Esto se concretiza fehacientemente en la vida de oración de los discípulos, que debe ser reclamo continuo en la vida de quien se sabe del Señor. Para hacer cada vez más consciente su pertenencia al Señor, para reflejar la vida que recibe por su unión con Dios, para llevar adelante la tarea que se le encomienda, debe alimentarse del contacto continuo con quien lo ha convocado y se ha convertido en su razón vital. Es la manifestación práctica que refleja y confirma que se tiene la vida. Si no hay vida de oración en el discípulo, hay que desconfiar seriamente de que este tenga verdadera vida. Debe ser una oración que refleje la relación de amor que existe entre Dios y el discípulo, que alimente las ansias de querer seguir siendo suyos, que reconozca el amor y el poder de nuestro Dios que están por encima de todo, que le dé el lugar primacial que le corresponde, que refleje la confianza absoluta que se tiene en Él por lo cual se da un abandono total a su voluntad y a su amor. Es la oración de reconocimiento de la necesidad de estar unidos a Él para seguir teniendo su vida.

Atisbos firmes de esta conciencia que debe tener el discípulo del Señor, ha habido durante toda la historia de salvación, prácticamente desde el inicio de la existencia. Adán ya tenía momentos de intimidad y de encuentro con Dios, que descendía al Jardín del Edén para encontrarse con él. Mientras se mantuvieron esos encuentros amorosos se mantuvo la amistad y la vida que se había recibido. Cuando se detuvieron al cometer la traición, Adán se escondió de Dios para que no lo viera desnudo. Se perdió la vida que había recibido y renunció a la confianza en el Señor. Sin embargo, muchos de los elegidos posteriormente, entendieron que la única manera de mantener la vida, era mantenerse en contacto íntimo con el Señor. Así, nos encontramos con Abraham, Noé, Moisés, los profetas, David, José, y tantos otros. Era una conciencia que se hizo cada vez más sólida y vivencial en los elegidos por el Señor. Por ello, en su oración fue progresivamente más clara la necesidad de mantener el contacto con Dios, a fin de recibir la vida y la fuerza que necesitaban para crecer sólidamente en la fe: "Sálvanos, Dios del universo, infunde tu terror a todas las naciones, para que sepan, como nosotros lo sabemos, que no hay Dios fuera de ti. Renueva los prodigios, repite los portentos. Reúne a todas las tribus de Jacob y dales su heredad como antiguamente. Ten compasión del pueblo que lleva tu nombre, de Israel, a quien nombraste tu primogénito; ten compasión de tu ciudad santa, de Jerusalén, lugar de tu reposo. Llena a Sión de tu majestad, y al templo, de tu gloria. Da una prueba de tus obras antiguas, cumple las profecías por el honor de tu nombre, recompensa a los que esperan en ti y saca veraces a tus profetas, escucha la súplica de tus siervos, por amor a tu pueblo, y reconozcan los confines del orbe que tú eres Dios eterno". Es una oración que reconoce sin sombras la primacía del Señor, su poder, su amor y su misericordia, sin el cual no tiene ningún sentido la vida, por lo que es imprescindible mantener un contacto filial y vital con Él, que es razón de vida.

Esta conciencia es necesaria para ser discípulos del Señor. Es progresiva, en los casos en que los hombres lo necesiten, de modo de llegar no solo a una convicción intelectual, sino a la misma experiencia vital que la sustenta. En el itinerario de formación que Jesús emprendió con los apóstoles, esta era una etapa crucial. Ellos debían asumir la vida que venía del Salvador y entender que se alejaba mucho de consideraciones humanas alejadas del amor y del poder divinos. Necesitaban experimentar que el camino que se les proponía era un camino que tomaba distancia de la búsqueda de prerrogativas humanas, de prestigios, de dominio de unos sobre otros. No era el camino para el que estaban naturalmente hechos, sino un camino nuevo, el del amor, del servicio, de la entrega, de la verdadera vida. Era necesario que en esa unión íntima con Jesús desmontaran ideas prefabricadas y asumieran las de la renovación total: "Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: -'Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.' Les preguntó: -'¿Qué quieren que haga por ustedes?' Contestaron: -'Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.' Jesús replicó: -'No saben lo que piden, ¿son ustedes capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizarse con el bautismo con que yo me voy a bautizar?' Contestaron: -'Lo somos'. Jesús les  dijo:-«El cáliz que yo voy a beber lo beberán, y se bautizarán con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado'. Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: -'Saben que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Ustedes, nada de eso: el que quiera ser grande, sea su servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos'". Esto solo lo da el contacto frecuente, amistoso, amoroso y confiado con el Señor. Y es lo que se obtiene de la oración. Por tanto, si queremos tener la vida que el Señor dona a sus discípulos, la única vía por la que la obtendremos es la de la relación filial que nos posibilita la oración.

domingo, 23 de mayo de 2021

El Espíritu Santo consolida la obra de rescate de Jesús en el mundo

 Pentecostés: Claves para entender la solemnidad

El día de Pentecostés es el día del nacimiento de la Iglesia. Jesús cumple su promesa de enviar su Espíritu para que sea el alma de su Iglesia, con lo cual esta pasa a ser una entidad viva y que lleva la Vida a todos desde ese momento, pues la recibirá de Jesús y la llevará por todo el mundo, a través de cada uno de los elegidos y enviados por el Señor. La obra de Jesús, que sin duda es completa en sí misma, es consolidada por la acción de la Iglesia, animada por el Espíritu, que inspira, ilumina y fortalece a cada uno de los anunciadores y los llena de ilusión para que cumplan su tarea y su misión, y dispone los corazones de los hombres para que la acepten y la vivan. Han pasado cincuenta días -Pentecostés- desde la Pascua. El ciclo de la salvación y del rescate de la humanidad culmina con la nueva vida que se ha adquirido, ya no solo con la novedad radical que ha logrado inyectar Jesús con su entrega, con su resurrección, y con su ascensión a los cielos, sino que llega a su zenit con la presencia de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, que toma el testigo, después de que lo han tenido el Padre y el Hijo, y emprende así, la carrera que inicia la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Cada una de las Personas de la Trinidad ha tenido su tarea concreta. El Padre ha creado y sostenido todo lo que existe. El Hijo ha realizado la obra redentora. Y ahora corresponde al Espíritu Santo asumir la tarea de consolidación de la obra salvífica, hasta que todo sea puesto como escabel de los pies del Padre, en la acción de la Iglesia en el mundo, de la cual Él será protagonista principal. El Espíritu toma el papel protagónico. No es que Padre y el Hijo se desentiendan, pues al fin y al cabo es un único Dios el que realiza toda la gesta salvadora. Ellos actúan al unísono y con total acuerdo. Por ello, los tres son creadores, los tres son redentores y los tres son santificadores. Pero en cada etapa de acción divina, destaca uno de los tres: Creación -Padre-, Redención -Hijo- y Santificación -Espíritu Santo-. Es la obra unívoca que realiza el único Dios en concordancia total, dejando la prevalencia, en cada etapa, sobre uno de los tres.

En efecto, habiendo cumplido Jesús su parte, corresponde ahora al Espíritu prometido, y hasta el fin de los tiempos, asumir su tarea de ser alma de la Iglesia. Y ejercerá su acción en la línea en que lo había anunciado Jesús: Él es el que da vida a la nueva comunidad de salvados, los animará para que cumplan el mandato misionero a los discípulos, los fortalecerá contra los embates del mal, les inspirará y consolidará en la verdad y en el amor, inspirará las palabras justas y necesarias que deberán pronunciar en cada momento, los defenderá y llenará de valentía ante ataques crueles e incluso sanguinarios, hará que entiendan el sentido del dolor y del sufrimiento en la tarea misionera, hará que nunca dejen de mirar al cielo como la meta última con esperanza, abrirá los caminos a los corazones de los hombres para que sientan, acepten y vivan el amor infinito que Dios les tiene. Su obra es la de la novedad absoluta que ha traído Jesús con su redención. Es una total novedad, por lo que la antigua ley muta completamente a la ley del amor. Por ello, el nuevo día es el Día del Señor, día de resurrección del Redentor y de vivificación por la llegada del Espíritu, por lo cual el día principal no es ya el sábado, que era santo para los judíos, sino el domingo, día de resurrección y de descenso del Espíritu sobre el mundo: "Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma". La universalidad de la salvación es uno de los hechos que quedan claros con la venida del Espíritu. Serán todos los hombres los beneficiarios del amor redentor divino. Con el Espíritu queda asegurada la salvación de toda la humanidad. Aquella Iglesia que nacía tenía ya todos los elementos necesarios para cumplir su misión en el mundo. Incluso posee no solo lo que necesita, sino también aquello que la llena de alegría y de dulzura, que es la presencia de María, la Madre del Señor y Madre nuestra por voluntad de su Hijo que nos la regaló, y que nos sostiene con mano suave, dulce, entrañable y amorosa, y al recibir también Ella la fuerza del Espíritu, nos sigue invitando a hacer lo que su Hijo nos diga.

Es el Espíritu que nos vitaliza y nos motoriza en el mundo. Sin Él, la Iglesia no puede hacer absolutamente nada. A pesar de que hoy en muchos lugares del mundo aún resuenan en los oídos de muchos aquellas palabras dolorosas, transidas de frustración de los que añoraban la salvación: "Nunca hemos oído nada acerca de un supuesto Espíritu Santo", podemos decir que la Iglesia lo lleva a todos. La corriente de renovación, en la que la Iglesia ha dado la relevancia que debe tener la presencia y la acción del Espíritu en el mundo, ha hecho que sea más conocido y añorado. El Espíritu ha ido adquiriendo importancia en la conciencia de los cristianos. Su obra se hace ahora más evidente, pues sigue inspirando carismas cada vez más actuales y necesarios en el mundo, sigue purificando los corazones de los hombres, los hace más solidarios y caritativos, sigue iluminando en la verdad para que Dios sea más conocido y aceptado, hace llegar con más claridad el mensaje del amor, anima al uso de los medios y recursos de modo que la forma de anunciar se haga más actual, inspira a los pastores y responsables para lograr una inculturación necesaria del mensaje a fin de hacerlo más inteligible para todos, ilumina para que se dé respuestas razonables a los graves problemas de la humanidad evitando el quedarse en las ramas, dando respuestas a preguntas que ya nadie se hace o hablando de cosas que no tienen ya ninguna trascendencia. El Espíritu es libre, y es actual, e impulsa a la acción que se necesita en el momento: "Hermanos: Nadie puede decir: 'Jesús es Señor', sino por el Espíritu Santo. Y hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu". Es el mismo Espíritu que nos donó Jesús. Y que sigue actuando hoy. Él es libre. Abrámosle camino para que siga siendo vida, animación e inspiración de todos los cristianos en el mundo.

miércoles, 5 de mayo de 2021

La Iglesia está viva porque está unida a Cristo que vive eternamente

 Sin mí no podéis hacer nada - ReL

La Iglesia, que nace como instrumento de salvación de Jesús para el mundo, es la estructura humano-divina que establece el Señor para hacer llegar a todos los rincones de ese mundo los efectos de su obra de amor para rescatar al hombre. De no haber sido fundada por su voluntad expresa, -"Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación... Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia"-, la Verdad del amor salvífico de Dios hubiera quedado restringida a unos pocos, limitados totalmente en el tiempo y en el espacio. Porque Cristo fundó la Iglesia, la envió al mundo entero y la hizo un ser vivo con el envío de su Espíritu, que es su alma, hoy el Evangelio es conocido y vivido en todo el mundo y sigue siendo proclamado en todas partes. De esto fueron conscientes los apóstoles y los primeros discípulos, que entendieron perfectamente la obligación de la tarea que el Señor ponía en sus manos. En un primer momento se entregaron de lleno a procurar la conversión de los más cercanos, los que venían del judaísmo y los que se acercaban al Dios de Israel como prosélitos provenientes de la gentilidad, es decir, no originarios del pueblo elegido. Posteriormente, impulsados por el Espíritu y dóciles a sus inspiraciones, abrieron el abanico a nuevas tierras, las de los gentiles, donde se encontraban a gente entusiasmada que recibía con alegría la noticia del amor y de la salvación de Dios. Al ser una sociedad humano-divina, se percataban de la presencia del mismo Dios en esta obra de anuncio, y aceptaban con naturalidad la actuación divina, pero también adolecían de esa carga humana que en ocasiones se tornaba oscura, en su imperiosa necesidad de destacar imponiendo criterios personales que poco denotaban una cercanía a las disposiciones divinas. Por ello, a pesar de que la Iglesia crecía y se expandía, y de que vivía en general un clima de paz, la componente humana, marcada por egoísmos, vanidades y ventajismos, dejaba también su impronta. Es un mal que al parecer nunca podremos superar ni extirpar de una sociedad como la Iglesia que mantiene su componente esencial humano.

De esa manera, nos encontramos en la historia de esa Iglesia que nacía y que se desarrollaba en general en armonía, con episodios en los que constatamos crisis que tenían que ser enfrentadas y resueltas. Es admirable cómo, en medio de una comunidad claramente humana, destaca sobre todo la docilidad de los principales responsables a las inspiraciones divinas. En primer lugar en el reconocimiento de la autoridad que reposaba sobre los primeros elegidos y enviados por Jesús al mundo, y en segundo lugar, en la aceptación por parte de los "subordinados" de la palabra y la decisión de los primeros. En toda sociedad humana debe haber principales que iluminan la conducta de la entera comunidad. En este caso de la Iglesia naciente, se añade además la subordinación a la autoridad suprema que es el mismo Dios. Por ello, con toda naturalidad, cuando se presenta un conflicto en el discernimiento de la conducta a seguir con los gentiles, recurren a la autoridad de los apóstoles primeros, y se convoca de esa manera a la realización de un concilio, el primero de toda la historia de la Iglesia: "En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme al uso de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más de entre ellos subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre esta controversia. Ellos, pues, enviados por la Iglesia provistos de lo necesario, atravesaron Fenicia y Samaría, contando cómo se convertían los gentiles, con lo que causaron gran alegría a todos los hermanos. Al llegar a Jerusalén, fueron acogidos por la Iglesia, los apóstoles y los presbíteros; ellos contaron lo que Dios había hecho con ellos. Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron, diciendo: 'Es necesario circuncidarlos y ordenarles que guarden la ley de Moisés'. Los apóstoles y los presbíteros se reunieron a examinar el asunto". La autoridad suprema era la de Dios. Pero Él la había delegado en su Iglesia a los primeros apóstoles, asistidos directamente por su iluminación. La decisión correspondía a la autoridad, y todos debían someterse a ella, por muy genial que pareciera la idea propia.

El secreto de la solidez de esa autoridad estaba en la conciencia de unión que tenían no solo entre ellos, sino con Dios. Sería absolutamente vacua si no tuviera un sustento superior que el simplemente humano. Estaban muy conscientes de que existían por un expreso deseo divino y de que se mantenían en vida por la voluntad de Dios. Despegarse de esa fuente de vida será su desaparición. A lo largo de la historia ha quedado demostrado que quien se separa de la Iglesia se pierde en el abismo de la oscuridad y se aleja de la salvación. Lo sentenció Cristo con la alegoría de la vid y los sarmientos. Si es una realidad que afecta al hombre personalmente, también lo afecta como miembro de la comunidad de la Iglesia. El hombre es un ser social, y como tal, al pertenecer a la Iglesia, todo lo que le afecte a ella también a él le afecta, y viceversa, todo lo que a él le afecte, afecta a la Iglesia: "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no pueden hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que desean, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que den fruto abundante; así serán discípulos míos". En el nivel personal se cumple estrictamente esta palabra de Jesús. Cada cristiano, para permanecer con vida, debe estar unido esencialmente a Jesús como a la fuente de la vida. Y también la Iglesia, para seguir siendo la sociedad que salva al mundo, debe hacerlo con la conciencia de que su propia vida dependerá siempre de estar unida a quien es la razón de su existencia. Una Iglesia sin unión con Cristo es una sociedad muerta. Una Iglesia unida vitalmente a Jesús, es una sociedad viva, que lleva la vida de Dios a los hombres.