La historia, con los sucesos acontecidos en nuestra vida, es una gran maestra. Por ella somos lo que somos ahora. Es decir, el resultado de nuestra vida actual es producto de todos y cada uno de los acontecimientos que hemos vivido y que están allí, en nuestra historia... Si hubieran sido otros los acontecimientos, hubiera sido otra nuestra vida... En esa historia nuestra están nuestros antepasados, el hecho de que una mujer y un hombre -muy lejanos o muy cercanos en el tiempo, no importa- que fueron pareja en ella, se hubieran conocido, se hubieran enamorado, hubieran engendrado descendencia, que es ascendencia directa nuestra; algunos actos -heroicos, burdos, simples o grandiosos, tampoco importa- que han marcado su futuro, que en realidad hoy es nuestro presente; el que la vida de esos ascendientes nuestros se hubiera desarrollado en un ambiente específico -agrario, profesional, citadino, popular...-. Todos esos factores dan como resultado la suma que es nuestra vida, y no otra... Es nuestra historia, la que debemos asumir, la que nos condiciona -positiva o negativamente-... Esta historia, en cierta manera, define nuestra esencia actual. Somos lo que somos, y no otra cosa distinta, por lo que ha sucedido en ella...
Por eso debemos asumirla como parte sustancial de nuestra vida. No podemos desentendernos de ella, pues ella es parte de nuestro ser. Quienes pretenden deshacerse de su historia, por cualquier razón, sencillamente están rasgando su vida y haciéndola quedar vacía. Empezar de cero, no tener historia, es contranatura. Las personas que han perdido su historia, en cierto modo han perdido su ser.
Sin embargo, una cosa es que asumamos la historia como parte de nuestra vida y otra muy distinta es que nos quedemos sólo en ella. Nuestra historia nos abre las perspectivas de una vida nueva. Ella es punto de partida, no de llegada. La historia del hombre no se puede detener, pues se empobrecería al dejar de avanzar. La esencia de la vida es el movimiento, y en la historia no es distinto... Es cierto que, como decía Theyllard de Chardin, surgimos de un punto alfa, que es Dios, desarrollamos nuestra historia, y volvemos a un punto omega, que es el mismo Dios... Salimos de Dios y vamos hacia Él... Pero eso no significa que en medio del itinerario no hay riqueza. Precisamente el llegar a ese punto omega dependerá de lo que hagamos en el transcurso desde la partida del punto alfa...
En efecto, la historia se convierte, en ese itinerario, en maestra de nuestra vida. No se trata de que nos paralicemos en su contemplación. Al asumirla, sabemos que en ella habrá puntos negros, oscuros, detestables, que quisiéramos que nunca se hubieran verificado... También que habrán puntos zenitales en los que nuestra vida alcanzó alturas sublimes... Aun así, no podemos quedarnos en la lamentación de lo malo ni en el endulzamiento narcotizante de lo bueno... Ella es maestra porque nos indica cuál es el camino para seguir logrando las metas altas y cuál es el que debemos evitar para no repetir los puntos oscuros...
Esto lo enseñó el mismo Dios a su pueblo Israel: "Cuidado, guárdate muy bien de olvidar los sucesos que vieron tus ojos, que no se aparten de tu memoria mientras vivas; cuéntaselos a tus hijos y nietos". Esa historia de Israel tiene la doble vertiente. La primera, la de los acontecimientos portentosos que hizo Dios en favor de ellos, la fidelidad extrema que siempre demostró, el amor que se convirtió en el mayor poder al que echaban mano los israelitas... Y la segunda, la de las infidelidades continuas del pueblo, que le atrajeron en muchas ocasiones el castigo de Dios, que se traducía en el sometimiento por pueblos extranjeros... El claroscuro de la historia de Israel debía ser siempre recordado por el pueblo. De esa historia debía aprender a luchar por su fidelidad a Dios, pues era en esos momentos cuando mayores bendiciones recibía... Y debía aprender a evitar las infidelidades, pues únicamente atraían las desgracias más terribles que podía sufrir...
Tener en cuenta la historia es una excelente manera de asegurarse un buen libro de la propia vida. Su pedagogía es clara: No repitas los errores y trata de imitar los aciertos... No hay que quedarse sólo en la contemplación extática, sino en la asunción dinámica... Es lo que dice el mismo Jesús a los discípulos: "No crean que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud". El dinamismo de la historia es lo que impulsa a Jesús a asumir lo que ya ha sucedido en el pasado -la ley y los profetas-, pero no para quedarse en ellos, en una contemplación inútil, sino asumiéndolos para partir desde ello a fin de avanzar hacia la plenitud... La historia es parte del tesoro que Jesús tiene en la mano. Es a ella a la que va a redimir, no cancelando o borrando todo lo sucedido, sino asumiéndolo para hacerlo todo de nuevo, desde la bondad original.
Esa plenitud, ya lo sabemos, es la del amor. En la historia, es el amor el que ha puesto las tonalidades más hermosas. Amor a Dios y a los hermanos. La ausencia del amor es lo que ha quitado los tonos hermosos que colorean la vida y la han dejado sólo en los matices grises que la hacen triste... Jesús da plenitud porque lo coloca todo bajo la óptica y el baño refrescante del amor. Así mismo podemos hacer nosotros. Llevemos nuestra vida a la plenitud, inyectándole la mayor cantidad de amor de la que seamos capaces. Asumamos nuestra historia, reconociendo los errores que en ella se cometieron al faltar el amor, y potenciemos los buenos momentos de ella, haciendo que el amor sea un condimento esencial para que nuestra vida tenga sentido, partiendo siempre de nuestra historia...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario