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lunes, 17 de marzo de 2014

Seamos sinceros con Dios

Los hombres debemos ser siempre sinceros, honestos y humildes delante de Dios. Realmente para nosotros no existe otra opción, pues delante de Dios estamos totalmente al desnudo. Él sabe bien lo que somos, qué cualidades tenemos -¡nos las ha dado Él mismo!-, de qué adolecemos, cuáles son nuestra virtudes y nuestros defectos, cuáles son nuestros pecados... No hay manera de que podamos engañarlo, pues Él escruta nuestra intimidad mejor que lo que podemos hacerlo nosotros mismos... Decía San Agustín: "Dios es más íntimo a mí que yo mismo"... Y, paradójicamente, esta sinceridad delante de Dios es el mejor remedio, es la mejor curación, pues es el primer paso para que Él pueda hacer su labor... Ser sinceros delante de Dios es abonarle el camino hacia nuestro corazón, en el cual Él hará su labor de santificación y de elevación hasta el infinito de nuestro ser...

En este proceso de reconocimiento de nosotros mismos y de lo que somos, tendemos a transitar por dos rutas que son equivocadas. O nos vemos a nosotros mismos muy bien, o nos vemos muy mal... Algunos creemos que somos cuasi perfectos... Nos cuesta reconocernos nuestros defectos, nuestros errores. Tendemos a pensar que somos mucho mejores que los demás. Incluso llegamos a condolernos de que los otros no tengan nuestras virtudes. Nos erigimos casi en norma moral y de conducta para los que están a nuestro alrededor... "Fulanito debería hacer las cosas como las hago yo... Así le saldrían mucho mejor..." "Yo no entiendo cómo se les ocurre pensar así... Yo jamás hubiera pensado eso..." "No entiendo cómo la gente se enreda tanto la vida... Deberían hacer como hago yo para que todo se les haga más fácil..." Llegamos a pretender hacer girar el mundo a nuestro alrededor, como si cuando nosotros no estemos sucederá la debacle total...

Algunos, por el contrario, sólo ven en sí mismos defectos. Se consideran peores que todos los otros, y llegan incluso a lamentarse de su propia existencia. "Soy un desastre... No encuentro en mí sino defectos..." "Lo único que hago es meter la pata... No pego una...." "¿Por qué el Señor no me hizo como fulanito, que es excelente y todo le sale bien... No es justo..." Son los pesimistas de oficio que piensan que todas las desgracias le suceden a ellos, que sólo ellos sufren... Que los demás, aun siendo malos, pareciera que la vida les sonríe continuamente y que jamás sufren... "Las desgracias, dicen, son para los buenos. Los malos vienen es a gozar..."

La realidad es, sin duda, una suma de ambas actitudes... Una vez escuché a un sacerdote decir que nuestra realidad es como el promedio de varias "realidades". Si nos vemos muy bien, o muy mal, ninguna de las dos visiones es la real. La verdadera es el promedio. No somos tan buenos, pero tampoco somos tan malos. Si nosotros nos vemos muy bien, generalmente los demás no nos ven tan bien. La realidad es, así un promedio. Si por el contrario, nos vemos muy mal, generalmente los demás no nos ven tan mal. De nuevo, la realidad es un promedio entre ambas visiones...

Por eso, delante de Dios, coloquémonos los ojos de la objetividad. La objetividad es humilde, pues sólo reconoce la realidad. No la adorna, no la exagera, no la oculta. Ante Dios sólo hay que hacer lo que en los momentos de sinceridad Israel hizo: "Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y preceptos. No hicimos caso a tus siervos, los profetas, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, padres y terratenientes". Este es el primer paso para que Dio actúe. En el camino de la vida es necesario hacer un  alto para dejar a Dios que inicie su labor de rescate. Ese alto es la mirada interior que debemos hacer, en el reconocimiento objetivo del pecado. Si no se hace esto, se corre el peligro de quedarse en la ignominia...

Quien se reconoce sólo perfecciones, no está dejando paso para que Dios actúe. ¿Qué va a curar, si en ti todo es perfección? Y la verdad es que la "perfección humana" delante de Dios no sirve para nada. Y al revés, si no consideras que tienes remedio, aunque reconozcas tus defectos, pero no reconoces que puedes ser mejor, que hay quien puede borrar tus deficiencias, tampoco tienes puerta franca para la acción de Dios... No te consideres perfecto, ni te consideres sin remedio, pues ambas actitudes le cierran el paso al amor de Dios... Simplemente sé sincero, humilde, objetivo, veraz...

Haciendo esto, entraremos en la verdadera dinámica divina, que actúa sólo por amor, aceptando el reconocimiento sincero y humilde que hagamos de lo que somos, y actuando en favor nuestro. Ese es su objetivo. Esa es su alegría: colocarse en favor de los hombres que reconocen la necesidad de su actuación por amor. Por eso, Jesús nos invita: "Sean compasivos como su Padre es compasivo; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará: les verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que usen, la usarán con ustedes". No hay como ponerse delante de Dios con sinceridad y humildad, reconociendo lo que somos. No existe sensación más grandiosa que la de saber que Dios actúa en tu vida para remediar tus males y potenciar tus bienes. Y la de, luego, ser instrumento de Dios para llevar su amor y su perdón a los demás...

viernes, 29 de noviembre de 2013

Todo pasará... Menos Dios

Al finalizar el apocalipsis de San Lucas, las palabras de Jesús son tajantes: "El cielo y la tierra pasarán... Mis palabras no pasarán"... Es la declaración definitiva de la única realidad absoluta que permanecerá... Quiere decir que todo lo demás, hasta el hombre mismo, es relativo. Vale la pena tomar en cuenta, muy en serio, estas palabras, por cuanto tendemos fácilmente a colocar el acento en las cosas que creemos esenciales, cuando no lo son. A lo sumo, pueden ser importantes, pero jamás llegarán a tener la condición de "necesarias", como sí la tiene Dios. El único ser plenamente necesario es Dios. Nada más. Sólo Dios puede ser colocado como fundamento de los deseos, de las añoranzas, de las seguridades, del hombre. De ser colocado otro fundamento siempre se correrá el riesgo de recibir grandes frustraciones, pues lo no absoluto tiende naturalmente a su desaparición...

No se trata de que vivamos como si esta vida no fuera importante. Todo lo contrario... De la actitud con la que asumamos nuestra vida cotidiana, dependerá el que el futuro absoluto sea bueno o malo para nosotros. Es en esta vida donde echaremos las semillas que nos servirán para la cosecha de eternidad que tendremos. Y esa eternidad  tendrá signo bueno, si hemos sembrado semillas buenas. Y tendrá signo malo, si la semilla sembrada ha sido mala... Lo importante, por lo tanto, no será lo que hayamos obtenido, sino la actitud con la que lo hemos hecho... Es posible que nuestra vida haya sido de holgura material por las cosas que hayamos obtenido con nuestro propio esfuerzo... No puede Dios estar en desacuerdo con que los hombres apliquemos al máximo nuestra inteligencia y voluntad para alcanzarnos un bienestar material que es siempre lícito. Quien lo haya hecho honestamente, haciendo siempre su mejor esfuerzo, con conciencia de servicio a los demás, viviendo la solidaridad con el que menos tiene y está impedido de acceder a los bienes que se deben disfrutar, jamás podrá ser reconvenido por Dios. Por el contrario, esa actitud será convenientemente premiada. Una persona así ha intentado con su esfuerzo personal hacer un mundo mejor, más fraterno y más solidario... No vale la pena que se eleven contra ella las lanzas de la discordia "porque es rico". Si su logro se debe a su esfuerzo honesto y solidario, nada tiene de reprochable...

Hay quienes simplemente buscan el conflicto social contra los que han avanzado en la calidad de su vida con esfuerzo loable, solo porque la han alcanzado. Presuponen que todo el que alcanza una buena posición lo hace de manera fraudulenta y aprovechándose de los "débiles", y crean un clima de retaliación contra ellos que no es nada sano. No es falso que algunas de esas riquezas dejan un sabor extraño en la boca, pues a veces son súbitas y se han construido sobre el sudor y el sufrimiento de humildes y sencillos... A esos sí hay que reclamarles socialmente una responsabilidad. Pero hay quienes lo han hecho con actitudes totalmente distintas. Exacerbar los ánimos contra quien con esfuerzo propio y su trabajo denodado ha logrado lo que es absolutamente lícito y deseable, es una injusticia de marca mayor. No se puede reclamar una supuesta injusticia con otra injusticia. Quien es injusto en un reclamo, ya hace su reclamo ilícito...

La llamada de Jesús, en todo caso, es a la solidaridad, al servicio, a la justicia y al amor... Y en eso no debe darse el brazo a torcer... Todos, más o menos favorecidos, pobres y ricos, de cualquier clase o cualquier condición, debemos poner nuestro granito de arena en construir una sociedad más justa, más humana, más fraterna... Es una gran herida que infligen a la sociedad y a la vida en armonía alimentar la zozobra social, sembrando el odio entre clases que no hace sino fracturar más una situación que puede ser de por sí ya frágilmente equilibrada... Alimentar el resentimiento levantando los ánimos contra quienes más tienen no es el camino. El camino es el de promover de tal manera al que menos tiene para que también, por sus propios medios, con la ayuda que necesite, se encamine a su promoción humana, a la par que la vigilancia sobre las grandes riquezas para asegurar que siempre vengan por caminos de esfuerzo y de honestidad. El paternalismo interesado que quiera proveer de absolutamente todo y que promueva el "saqueo" de los bienes para obtener, bajo cualquier circunstancia, sin importar las formas legales y honestas es, por decir lo mínimo, destructor de la sociedad... No pasa jamás de moda la palabra de Jesús en la que, por un lado, invita a la solidaridad con los más pequeños: "Cada vez que lo hicieron con uno de estos más pequeños, a mí me lo hicieron", pero que también por el otro, invita a la superación, como cuando alaba al que ha multiplicado sus talentos: "Siervo bueno y fiel. Has sido fiel en lo poco... Pasa a gozar de la dicha de tu Señor"...

Está claro que en esta vida sembraremos lo que cosecharemos... Es por ello que es tan importante. Que nadie piense que lo que hace acá no tendrá repercusión en su eternidad... La invitación que hace Jesús es a poner el acento en lo que realmente importa. Es en la vivencia continua del amor, de la solidaridad, de la fidelidad a Él y a su amor, en el progreso honesto y responsable, en el dominio y mejoramiento de lo creado con sentido de compromiso real y social, donde está el acento... Todo pasará... Pero dependiendo de cómo hemos actuado ante esa realidad pasajera, será nuestra eternidad. Será de felicidad y de amor si lo hemos vivido con sentido de añoranza de la eternidad... Será triste si lo hemos vivido como realidad absoluta, sin apuntar a la trascendencia.... En nuestras manos está construir ese futuro...

domingo, 22 de septiembre de 2013

Conformarse con mínimos...

Jesús nos exige a los hombres la perfección. Su invitación es clara: "Sean perfectos como el Padre celestial es perfecto". De ahí que jamás podrá estar contento con que nosotros nos decidamos a dar "alguito", como para "mantenerlo contento". Con que mantengamos "medias tintas", "medias entregas", "medias exigencias"... No quiere medios corazones, medias manos, medios brazos, medias voluntades... No quiere que cumplamos a medias para "salvar las responsabilidades". No. Él lo quiere todo. Él no se contenta con mediocridades ni medianías... Por eso exige así, sabiendo que nuestra plenitud está en buscar la meta de la perfección. No podemos pensar que sea injusto cuando nos pide eso, pues si alguien nos conoce bien y sabe hasta dónde podemos llegar es Él mismo, pues hemos salido de sus manos... Que nos exija el máximo no es para beneficio suyo, sino para beneficio nuestro, para que nosotros lleguemos a ejercer nuestra condición humana al máximo y no nos quedemos en la mitad del camino...

La medida que pone Jesús es: "Como el Padre celestial es perfecto"... ¿Qué significa eso? No se trata de que los hombres lleguemos a ser dioses. La perfección divina es sólo de Dios. Nadie más la puede poseer. Pero la condición de perfección en la medida humana, sí estamos obligados a perseguirla. Una traducción de la frase de Jesús podría ser la siguiente: "Así como el Padre celestial es perfecto en su divinidad, sean ustedes también perfectos en la humanidad que les corresponde. No ejerzan su humanidad a medias. Utilicen en plenitud su inteligencia y su voluntad. Sean plenamente libres como hombres. Amen sin límites..." En lo humano, debemos ser perfectos como el Padre celestial lo es en lo divino...

Jesús nos pone la meta para que tengamos siempre la vista elevada. Para que busquemos las alturas, para que no nos quedemos arrastrados en los actos del hombre, sino que nos elevemos a los actos humanos... Lo del hombre es lo corporal, lo material, lo instintivo. Lo humano es lo integral, lo corporal enriquecido con lo espiritual, lo humano llevado a su plenitud por la vivencia de los valores, de las virtudes, de los principios enriquecedores... Lo humano es lo que nos hace imagen y semejanza de Dios, pues es lo que Él ha impreso en nosotros desde su propia naturaleza, haciéndonos partícipes de la suya...

Cuando Jesús nos dice: "El que es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho", no nos pone una meta imposible. Simplemente nos está pidiendo que cumplamos siempre, sin excepciones, con lo que es propio de nuestra naturaleza. Si estamos llamados a la honestidad, lo estamos siempre. No sólo en las ocasiones en las que tengo que ser "muy honesto", sin que importe ser "poco honesto" o "medianamente honesto"... Quien es honesto ante 10 millones de dólares, debe serlo también ante un dólar, o ante 10 mil... Lo que importa es la "condición de honestidad", no la "cantidad de honestidad". Quien no es honesto con un dólar, ha dejado de ser honesto. Punto... Es ahí donde Jesús no quiere medias tintas... Ni medias entregas... Ni medias exigencias...

Lamentablemente, los hombres no hemos enfermado de mediocridad aguda... Nos hemos conformado con exigirnos lo mínimo. Creemos que cumplir con eso ya es suficiente. ¡Y que nadie venga a exigirnos más...! Y empezamos a "rasguñar" por todos lados... "¿Por qué no quedarme cinco minutos más tomándome el cafecito? Total... Cinco minutos son nada..." "¿Por qué no devolver los 10 céntimos que me dieron de más en el vuelto? Total... Ese es un regalito que no me esperaba, y el vendedor ni lo va a notar..." "¿Por qué no quedarme con estos 10 dólares de más que tengo en las manos? Total... A mí me hacen falta y al jefe ni cosquillas le hacen..." "¿Para qué hacer más de lo que he hecho en el día? Total... Ya cumplí mi cuota por hoy y nadie me va a reconocer el esfuerzo extra que haga..." Y así... Podemos enumerar miles de situaciones en las que los hombres no sólo nos contentamos con lo mínimo, sino que hasta nos jactamos de ello y lo justificamos...

Debemos afirmar rotundamente que ese no es el comportamiento de un cristiano. La mediocridad, vista en su realidad más horrible, es un cáncer que nos va carcomiendo por dentro... A menos que se cure a tiempo, nos matará. Nos matará el espíritu, se comerá nuestros valores, eliminará nuestras virtudes, borrará nuestros principios.... Y al final, tendremos las manos totalmente vacías, y nos preguntaremos por qué... Y no nos habremos dado cuenta de que la mediocridad nos fue consumiendo poquito a poquito, trágicamente...

Lo que Cristo nos pide es que estemos alerta, que no nos descuidemos. Que no nos creamos "más vivos", pues la realidad es que nos estaremos haciendo trampas nosotros mismos. Y en esas trampas seguramente caeremos indefensos, pues ante nosotros mismos tendremos los brazos abajo... Cristo nos pide que seamos fieles en todo, sin importar en cuánto. Que tengamos "actitud de fidelidad" y no simples "conductas fieles". Que apuntemos siempre más alto, pues es la única manera de ser cada vez mejores, para beneficio de nosotros mismos. Por eso, al joven rico, que ya era bueno pues cumplía todos los mandamientos desde niño, le invitó a elevarse un escalón más. Para Jesús no es suficiente lo bueno. Él quiere que persigamos lo mejor, hasta llegar a la perfección... Si no apuntamos a la perfección nos quedaremos en lo mediocre... Y estaremos apuntando a nuestra muerte como humanos...

Seamos fieles, honestos, responsables... Sirvamos sólo a Dios, sin meter cuñas indeseables. No nos hagamos trampas nosotros mismos. No creamos que seremos más vivos así. Los verdaderamente vivos, los verdaderamente humanos, son los que le hacen trampas a la mediocridad, a la deshonestidad, a la poca exigencia, para erigirse firmes con actitud de fidelidad ante la vida, elevándose cada vez más, avanzando más en el camino que conduce a la meta de la perfección...