Los hombres debemos ser siempre sinceros, honestos y humildes delante de Dios. Realmente para nosotros no existe otra opción, pues delante de Dios estamos totalmente al desnudo. Él sabe bien lo que somos, qué cualidades tenemos -¡nos las ha dado Él mismo!-, de qué adolecemos, cuáles son nuestra virtudes y nuestros defectos, cuáles son nuestros pecados... No hay manera de que podamos engañarlo, pues Él escruta nuestra intimidad mejor que lo que podemos hacerlo nosotros mismos... Decía San Agustín: "Dios es más íntimo a mí que yo mismo"... Y, paradójicamente, esta sinceridad delante de Dios es el mejor remedio, es la mejor curación, pues es el primer paso para que Él pueda hacer su labor... Ser sinceros delante de Dios es abonarle el camino hacia nuestro corazón, en el cual Él hará su labor de santificación y de elevación hasta el infinito de nuestro ser...
En este proceso de reconocimiento de nosotros mismos y de lo que somos, tendemos a transitar por dos rutas que son equivocadas. O nos vemos a nosotros mismos muy bien, o nos vemos muy mal... Algunos creemos que somos cuasi perfectos... Nos cuesta reconocernos nuestros defectos, nuestros errores. Tendemos a pensar que somos mucho mejores que los demás. Incluso llegamos a condolernos de que los otros no tengan nuestras virtudes. Nos erigimos casi en norma moral y de conducta para los que están a nuestro alrededor... "Fulanito debería hacer las cosas como las hago yo... Así le saldrían mucho mejor..." "Yo no entiendo cómo se les ocurre pensar así... Yo jamás hubiera pensado eso..." "No entiendo cómo la gente se enreda tanto la vida... Deberían hacer como hago yo para que todo se les haga más fácil..." Llegamos a pretender hacer girar el mundo a nuestro alrededor, como si cuando nosotros no estemos sucederá la debacle total...
Algunos, por el contrario, sólo ven en sí mismos defectos. Se consideran peores que todos los otros, y llegan incluso a lamentarse de su propia existencia. "Soy un desastre... No encuentro en mí sino defectos..." "Lo único que hago es meter la pata... No pego una...." "¿Por qué el Señor no me hizo como fulanito, que es excelente y todo le sale bien... No es justo..." Son los pesimistas de oficio que piensan que todas las desgracias le suceden a ellos, que sólo ellos sufren... Que los demás, aun siendo malos, pareciera que la vida les sonríe continuamente y que jamás sufren... "Las desgracias, dicen, son para los buenos. Los malos vienen es a gozar..."
La realidad es, sin duda, una suma de ambas actitudes... Una vez escuché a un sacerdote decir que nuestra realidad es como el promedio de varias "realidades". Si nos vemos muy bien, o muy mal, ninguna de las dos visiones es la real. La verdadera es el promedio. No somos tan buenos, pero tampoco somos tan malos. Si nosotros nos vemos muy bien, generalmente los demás no nos ven tan bien. La realidad es, así un promedio. Si por el contrario, nos vemos muy mal, generalmente los demás no nos ven tan mal. De nuevo, la realidad es un promedio entre ambas visiones...
Por eso, delante de Dios, coloquémonos los ojos de la objetividad. La objetividad es humilde, pues sólo reconoce la realidad. No la adorna, no la exagera, no la oculta. Ante Dios sólo hay que hacer lo que en los momentos de sinceridad Israel hizo: "Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y preceptos. No hicimos caso a tus siervos, los profetas, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, padres y terratenientes". Este es el primer paso para que Dio actúe. En el camino de la vida es necesario hacer un alto para dejar a Dios que inicie su labor de rescate. Ese alto es la mirada interior que debemos hacer, en el reconocimiento objetivo del pecado. Si no se hace esto, se corre el peligro de quedarse en la ignominia...
Quien se reconoce sólo perfecciones, no está dejando paso para que Dios actúe. ¿Qué va a curar, si en ti todo es perfección? Y la verdad es que la "perfección humana" delante de Dios no sirve para nada. Y al revés, si no consideras que tienes remedio, aunque reconozcas tus defectos, pero no reconoces que puedes ser mejor, que hay quien puede borrar tus deficiencias, tampoco tienes puerta franca para la acción de Dios... No te consideres perfecto, ni te consideres sin remedio, pues ambas actitudes le cierran el paso al amor de Dios... Simplemente sé sincero, humilde, objetivo, veraz...
Haciendo esto, entraremos en la verdadera dinámica divina, que actúa sólo por amor, aceptando el reconocimiento sincero y humilde que hagamos de lo que somos, y actuando en favor nuestro. Ese es su objetivo. Esa es su alegría: colocarse en favor de los hombres que reconocen la necesidad de su actuación por amor. Por eso, Jesús nos invita: "Sean compasivos como su Padre es compasivo; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará: les verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que usen, la usarán con ustedes". No hay como ponerse delante de Dios con sinceridad y humildad, reconociendo lo que somos. No existe sensación más grandiosa que la de saber que Dios actúa en tu vida para remediar tus males y potenciar tus bienes. Y la de, luego, ser instrumento de Dios para llevar su amor y su perdón a los demás...
El otro día hablaba con un amigo, precisamente sobre la sinceridad, yo pienso que la verdad no debe verse como un sacrificio, es más bien justo lo contrario, si puedes ser sincero con DIos y con las personas se aligeran muchas cargas, es una oportunidad de oro que tenemos de expiar nuestros temores y actitudes.
ResponderBorrarExacto, David... No hay serenidad como la de ser veraces y sinceros. Total, es la transparencia que Dios quiere que vivamos y que está más de acuerdo con su voluntad... Saludos a los tuyos. Dios te bendiga
BorrarExcelente ... y felicidades en tu día Ramón José
ResponderBorrarGracioso lo que Dios nos da en una reflexion. En esta, me ha dejado que la respuesta es Dios. La respuesta a todo es Dios. De todo lo que necesitamos, la respuesta es Dios. A los problemas personales y los problemas del mundo y las naciones, la respuesta es Dios, por aquello de "la verdadera dinámica divina, que actúa sólo por amor... actuando en favor nuestro" Dios esta siempre de nuestro lado, siempre nos ama, siempre a favor nuestro. Si lo imitaramos, no habria agoismo, ni agendas ocultas, ni intensiones personales, ni adoraciones terrenales, ni intereses segregacionistas, ni ansias de poder, o de tener, o de placer.
ResponderBorrarLa respuesta es Dios
Así es... Y lo lamentable es que no terminamos de convencernos de ello... Saludos a tu familia. Dios te bendiga
Borrar¡Gracias! Dios te bendiga
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