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sábado, 3 de julio de 2021

Jesús nos libera del mal porque es poderoso y porque nos ama

 Catholic.net -

De entre las escenas más dramáticas que nos encontramos en los evangelios de Jesús, están las de sus choques con el demonio. La generalidad de los encuentros de Cristo con los diversos personajes que se cruzan en su camino, extraen de Él su amor, su ternura, su deseo de bienestar para ellos. Por ello cura, perdona, sana enfermedades, limpia lepras, se empeña por dar a entender que ha venido a hacer el bien y a procurar el mayor bienestar entre todos. Pero surgen también los desencuentros con el mal y con el poder del demonio, el maestro y poseedor del mal y de la mentira, que pretende arrebatar de las manos de la bondad suprema al hombre, creado naturalmente bueno, para arrastrarlo consigo. Habiendo obtenido un gran triunfo al haber conquistado a Adán y a Eva de las manos del amor, logrando en ellos unirlos a Dios, quería seguir obteniendo triunfos, a expensas del engaño sobre el hombre, prometiéndole un "paraíso" engañoso, en el que supuestamente llegaría a la altura del mismísimo Dios, haciéndose a sí mismo dios -"Ustedes será como dioses"-, con lo cual el hombre, incapaz de resistirse a esa argucias, pues nunca estará a la altura de la insidias de satanás, sucumbe inocentemente. El engaño del demonio nunca dejará de ser tal. Y por ello, los grandes santos de la historia nos alertan continuamente que nos alejemos de ello, manteniéndonos lo más lejos posible de esa treta siempre engañosa. Lo más lejos posible. "Mejor lejos que mal acompañado", sabiamente sentencia el decir popular.

En medio de todas las incertidumbres que se pueden presentar en nuestra vida, la seguridad de asentarnos en Dios es con mucho lo mejor. Nuestra seguridad no está en nosotros mismos, pues nuestra marca es la debilidad. Somos criaturas y jamás estaremos a la altura del poder omnímodo del demonio. Ese solo lo posee Dios. Él nos hace partícipes de su amor y de su poder. Pero, aún así, siendo dádiva de su amor y por ello lo poseemos, jamás podremos atribuirnos esa capacidad absoluta. Lo nuestro es la participación por concesión de amor suya. Y es allí donde está la clave de nuestra seguridad. La mayor es que no dependerá de lo que hagamos, pues siempre será muy poco, aunque estemos siempre obligados a realizar el esfuerzo que nos corresponda. Nuestra seguridad es dejarlo en las manos de Dios, que nunca permitirá que haya una fuerza mayor que la suya, la del Todopoderoso, que toma el mando, pues nosotros solo aportaremos debilidad. La experiencia de Agar, concubina esclava de Abraham es una muestra de que la debilidad del hombre se resuelve en la fuerza de Dios. Ismael es hijo también de la promesa de bendición sobre Abraham, por lo cual Dios no se desentiende de él. Asume su responsabilidad sobre quien es también su elegido y quien será igualmente padre de naciones: "Abrahán madrugó, tomó pan y un odre de agua, lo cargó a hombros de Agar y la despidió con el muchacho. Ella marchó y fue vagando por el desierto de Berseba. Cuando se le acabó el agua del odre, colocó al niño debajo de unas matas; se apartó y se sentó a solas, a la distancia de un tiro de arco, diciendo: 'No puedo ver morir a mi hijo'. Se sentó aparte y, alzando la voz, rompió a llorar. Dios oyó la voz del niño, y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo, le dijo: '¿Qué te pasa, Agar? No temas, que Dios ha oído la voz del chico, allí donde está. Levántate, toma al niño y agárrale fuerte de la mano, porque haré que sea un pueblo grande'. Dios le abrió los ojos, y vio un pozo de agua; ella fue, llenó el odre de agua y dio de beber al muchacho. Dios estaba con el muchacho, que creció, habitó en el desierto y se hizo un experto arquero". Dios no deja jamás solos a sus hijos, y tendrá siempre su mano tendida para salvarlos.

Y ante la lucha contra el mal, contra el poder del demonio, ya no deja que brille solo su poder misericordioso y de restablecedor del orden justo de las cosas, sino que lo enfrenta poderosamente, demostrando claramente quién es el verdaderamente poderoso. Su actitud es de gravedad hostil, pues tiene bien identificado cuál es el adversario, y sabe bien que de él no puede venir sino solo el mal y la muerte del hombre, lo cual es lo que ha venido a combatir con su entrega y su sacrificio de entrega a la muerte por amor del hombre. Nada lo va a distraer de ese fin, pues para eso se ha encarnado como Hijo de Dios Redentor. Aún así, sorprende una actitud casi misericordiosa con el mismo demonio, que al fin y al cabo es también criatura suya, pues ha surgido de sus mismas manos de amor creador. Accede a su petición de invadir la piara de cerdos para sobrevivir. Un gesto extraordinario, por encima de la retaliación extrema que podía haber invocado. Los paisanos del agraviado se cerraron en sí mismos y reaccionaron de la manera más natural, pensando solo en su conveniencia. No tuvieron en cuenta el beneficio obtenido por los endemoniados, sino que vieron la herida a sus intereses crematísticos. Por ello, ruegan al Señor que se marchara de allí. Todo un relato con las aristas más sorprendentes, pero que describen perfectamente la psicología humana más pura, cuando se deja llevar solo por el egoísmo y la búsqueda del propio bienestar, sin importar el bienestar de los hermanos: "En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos. Desde el sepulcro dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: '¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?' A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron: 'Si nos echas, mándanos a la piara'. Jesús les dijo: 'Vayan'. Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y se murieron en las aguas. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país". El Señor da la señal clara de su poder. Nada está por encima de él. Él es quien tiene el poder, el dominio. Ningún otro poder está sobre el que Él tiene. Y no dudará jamás en usarlo en favor de su criatura amada. Lo hará además con decisión y seriedad. Nada lo distraerá de ello. Porque ha venido para salvarnos y entregará su vida en función de eso. Somos todos beneficiarios de ello, convencidos de que esa finalidad será cumplida eternamente.

domingo, 18 de abril de 2021

La santidad es hacerse amigo de Dios y vivir en su amor

 :: Archidiócesis de Granada :: - “Paz a vosotros”

El camino del cristiano en la tierra, en sus días de temporalidad, es un peregrinaje hacia la santidad. Todos sus esfuerzos deben dirigirse naturalmente al amor, a la justicia, a la paz. Lejos de pensar que avanzar por ese camino sea algo imposible, debe apuntar siempre a dar pasos hacia adelante en la búsqueda y la vivencia del bien, del amor, de la fraternidad. Su clima natural debe estar imbuido siempre por la cercanía del Dios del amor, por el conocimiento y el cumplimiento de su voluntad, por la experiencia de la caridad y de la solidaridad fraterna. Y esto debe hacerlo en medio de la naturalidad. Quien lo ha comprendido así vive con toda normalidad el amor. Y siente que su vida cobra todo el sentido que debe tener, pues el hombre ha sido creado para el bien y para el amor. Ir en contra de este fin es violentar el camino que se debe seguir. Lo natural no es hacer o servir al mal. Eso es precisamente lo contrario de lo que debe vivir el hombre, pues no ha sido creado para eso. Incluso la libertad con la que ha sido enriquecido por Dios al crearlo tiene como objetivo el caminar hacia el bien. La libertad que se invoque para seguir y servir al mal, automáticamente se convierte en esclavitud, desvirtuando totalmente lo que debe ser la vida humana. Por eso Dios insiste una y otra vez en la invitación al hombre a convertirse y emprender ese camino de la justificación, de la santificación, de la plenitud a la que está llamado. Muchas veces el camino del mal se presenta como más atractivo. Se disfraza de dulzura para atraer, y cuando ya ha conquistado al hombre, lanza su dardo mortal que vacía de todo sentido la existencia. El hombre, de esa manera, cae en el abismo oscuro de la muerte y de la pérdida del sentido de la vida. Y por eso, envuelto en ese espiral de mal, cree que para poder sobrevivir, debe meterse más de lleno en el torbellino que lo que hace es robarle más vida y llevarlo a la debacle total de su existencia. Dios, en su amor, por sí mismo o por sus enviados, enciende la luz del nuevo camino y le ofrece al hombre la alternativa para que logre avanzar hacia el bien y hacia la santidad.

Los apóstoles, a pesar de echar en cara a los asesinos de Jesús su pecado, no cierran nunca la puerta de la comprensión de Dios, y hasta de su justificación por ignorancia, y les ofrecen a ellos mismos, autores de la tragedia de persecución, sufrimiento y muerte de Cristo, la posibilidad de recibir el perdón, si se arrepienten y se dejan abrazar por el amor y la misericordia: "El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que ustedes entregaron y rechazaron ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Ustedes renegaron del Santo y del justo, y pidieron el indulto de un asesino; mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. Ahora bien, hermanos, sé que lo hicieron por ignorancia, al igual que sus autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepiéntanse y conviértanse, para que se borren sus pecados". Para Dios el interés no es condenar a nadie, ni siquiera los que se atrevieron a alzar la mano para asesinar a su Hijo Jesús. Su deseo es la salvación de todos, derramar su amor sobre ellos y llevarlos con Él a la plenitud. Dios no ha creado al hombre para que éste se pierda, sino para que avance en la justificación y sea santo. Para Dios, la santidad que debe vivir el hombre no consiste en aspavientos o portentos, sino en una estrecha relación de amistad y de intercambio de amor, buscando que todos los hermanos avancen solidarios por ese mismo camino. No se debe pensar nunca que la santidad personal sea una exigencia sobrehumana. Si así fuera, Dios nos se atrevería a torturarnos pidiéndonosla. Lo que Él quiere es que seamos sus amigos entrañables. El que es amigo de Dios y vive cercano a su amor es el santo de Dios.

Por supuesto que será un camino de exigencia, pues implicará el no dejarse conquistar por el atractivo del mal. No obstante, en esa lucha jamás estaremos solos, por cuanto el mismo Dios que hace la petición, pone en nuestras manos las herramientas que necesitamos. Así lo dice San Juan: "Hijos míos, les escribo esto para que no pequen. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: 'Yo lo conozco', y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud". Es este el camino propuesto: ver los mandamientos como la ruta establecida para la justificación. No son negaciones, sino afirmaciones en el amor. Son las señales del camino que conduce hacia la plenitud. Dios asume nuestra debilidad y nuestra fragilidad y por eso pone a nuestro favor a su Hijo Jesús, que es nuestro abogado defensor. Él se presenta ante nosotros como el verdadero triunfador. No es el mal el que ha triunfado. Es Jesús, el Redentor y el que nos ha rescatado para que tomemos de nuevo la vía de la santificación para llegar a la plenitud que Dios quiere que nos pertenezca: "'Esto es lo que les dije mientras estaba con ustedes: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí'. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: 'Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto'". Ese es el Dios que nos quiere santos, nos invita a ello, se entrega para que lo tengamos a la mano y se ofrece para ser el compañero que se convierta en nuestra fuerza y nuestro apoyo para que no nos alejemos del camino de la santidad.

jueves, 11 de marzo de 2021

Está planteada la guerra del mal contra el bien. Vencerá siempre el bien

 El dedo de Dios - Libro " Conociendo a mi amigo el Espíritu Santo

Desde que Luzbel se rebeló a Dios y se enfrentó a Él en aquella épica batalla angelical contra el ejército de Dios, liderado por Miguel, habiendo sido vencido y expulsado de su presencia, se plantea en la historia la guerra del mal contra el bien. Apenas tuvo la oportunidad, después de la creación del universo, y en él, del hombre, apareció para obnubilar al hombre y a la mujer y ponerlos también a ellos contra el Creador, haciendo que le dieran la espalda y prefirieran servirse a sí mismos, en el colmo del egoísmo, de la soberbia y de la vanidad, actitudes típicamente demoníacas, pretendiendo ser ellos mismos dioses que no dependieran ni sirvieran a uno mayor. En esa oportunidad el mal conquistó el corazón del hombre y con ello empezó la mayor tragedia para toda la humanidad, pues expulsó a Dios de su vida y atrajo para sí la desgracia de la ausencia del amor y de la esperanza de eternidad feliz. Sin embargo, el Dios todopoderoso y amoroso diseñó el plan de rescate de su criatura amada, lo puso en marcha inmediatamente y lo concretó tendiendo la mano al hombre a través de acciones y prodigios realizados por enviados que cumplían la misión de procurar un nuevo acercamiento al Dios del amor. Algunos hombres se percataron de su error y aceptaron esa mano tendida de Dios y se acogieron a ella. A pesar de las desgracias que sufría el pueblo, entendían que ellas eran fruto precisamente de esa lejanía que experimentaban por el servicio al mal que habían decidido. Y se convirtieron en ese resto fiel que servía de reclamo amoroso del Dios que los quería de nuevo a todos junto a Él. Y por eso, a pesar del rechazo de otros, Él seguía insistiendo una y otra vez, pues el amor es perseverante y no se cansa. La infidelidad del pueblo persistía y por ello seguían ganándose ellos mismos las desgracias que les venían.

La maldad provocada por el alejamiento del hombre hiere al amor y hace que se profundice la desgracia que se yergue sobre la humanidad. Dios quiere que el mismo hombre se haga consciente de ello y por eso sigue tendiendo la mano y envía sus emisarios que anuncian la superioridad de la vida cuando se está con Él, la experiencia inefable del amor y de la fraternidad, la compensación infinita que se tiene cuando la vida se desarrolla junto a Dios y en armonía con los hermanos: "Esto dice el Señor: 'Esta fue la orden que di a mi pueblo: 'Escuchen mi voz, Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo. Sigan el camino que les señalo, y todo les irá bien'. Pero no escucharon ni hicieron caso. Al contrario, caminaron según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón. Me dieron la espalda y no la cara. Desde que salieron sus padres de Egipto hasta hoy, les envié a mis siervos, los profetas, un día tras otro; pero no me escucharon ni me hicieron caso. Al contrario, endurecieron la cerviz y fueron peores que sus padres. Ya puedes repetirles este discurso, seguro que no te escucharán; ya puedes gritarles, seguro que no te responderán. Aun así les dirás: 'Esta es la gente que no escuchó la voz del Señor, su Dios, y no quiso escarmentar. Ha desaparecido la sinceridad, se la han arrancado de la boca'". La obstinación de los malos es extrema y los mantiene en su decisión de servir al mal, en contra de las evidencias de su propia frustración al saberse lejos de Dios y de su amor. La vida, así, se convierte en la zozobra de la lucha por mantener la hegemonía, por procurarse los placeres mayores, por luchar por obtener bienes bajo cualquier método, por alcanzar una fama que los coloque por encima de todos. La experiencia de la alegría huye de la propia vida. Mucho más la del amor, pues el hombre se convierte en amante de sí mismo, sin tener de ninguna manera alguna compensación. Esta frenética carrera por satisfacerse a sí mismo no deja más que cansancio. Es urgente que llegue el momento en que el mismo hombre caiga en la cuenta de su absurdo y se decida por emprender una ruta diversa en la que sí encuentre las compensaciones espirituales que son esenciales para su felicidad.

Los servidores del mal pretenden aplicar los mismos criterios de acción a todos. Aquella guerra del inicio sigue planteada en los mismos términos. Así como fueron conquistados Adán y Eva, el demonio quiere seguir conquistando hombres y mujeres para él. Pero providencialmente también están los que no se dejan embaucar por sus cantos de sirena y saben que el camino de la verdadera felicidad nunca podrá ser el que aleje de Dios y de su amor. La guerra sigue vigente. Por eso el mal se atreve incluso a retar a Jesús: "En aquel tiempo, estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: 'Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios'. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo". Él, con el mejor de los tinos, refuta estos pensamientos y pone las cosas en el orden que deben estar: "Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues ustedes dicen que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, los hijos de ustedes, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a ustedes". Satanás es vencido por Jesús en esa ocasión, y lo será siempre. Jesús ha venido a establecer la novedad del Reino de Dios en el mundo. Sus obras van anunciado la victoria del bien y la derrota definitiva del mal. Quien se alinee con el mal, será vencido y perderá la posibilidad de la felicidad eterna y de la experiencia inacabable del amor. Quien en esta guerra del mal contra el bien, se coloque del lado del bien, tendrá la mejor ganancia, pues obtendrá la plenitud de la vida y del amor y será feliz en su vida actual y para toda la eternidad.

jueves, 29 de octubre de 2020

Si el demonio sigue ganando es porque nosotros le damos el poder

 LAS VOCES DE DIOS: UN PADRE DA SU VIDA PARA SALVAR A SU HIJO EN UN  ACCIDENTE DE AUTOMÓVIL

Desde el engaño del demonio, al que sucumbió torpemente la humanidad, en el mundo está planteada una lucha frontal. Desde aquel momento inicial, Dios anunció su enfrentamiento a la fuerza del mal que había embaucado al hombre, y lo había conquistado para él, pues aquella "derrota" divina no podía quedar como victoria del demonio. No era razonable que el autor de todo lo creado fuera vencido por uno que era su misma criatura. Ciertamente Dios había dado prerrogativas extraordinarias a esta criatura a la que había colocado por encima de todo. Junto a la creación espiritual, el demonio pertenecía a esos seres que eran incluso superiores a los hombres. El mismo salmista hace el reconocimiento de la superioridad de la realidad angelical cuando dice a Dios que al hombre "lo hiciste poco inferior a los ángeles". La rebeldía demoníaca fue terrible por cuanto era la rebeldía de aquel al que el mismo Dios había puesto por encima, dándole toda su confianza. El hecho de que el demonio hubiera sido puesto casi a la misma altura de Dios resultó en una traición mayúscula, por cuanto atrajo a sí a un innumerable ejército angelical, con el añadido más doloroso de la conquista de aquellos a los que había puesto como propietarios de todo lo que había creado materialmente, y había puesto en el centro de todo para que fueran los absolutos beneficiarios de todo. La batalla estaba planteada y era necesario que tanto el demonio como el hombre por él embaucado tomaran su decisión. Ya Dios había lanzado su decreto de conquista: "Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Un descendiente de Ella te pisará la cabeza, mientras tú le hieres el talón". No dejará de suceder este enfrentamiento, por cuanto la decisión de Dios es clara. Lamentablemente el demonio no tiene opción de dar marcha atrás a su pretensión. Su decisión es eterna e inmutable. Pero el hombre sí tiene la opción de volver a la fidelidad a Dios. Si se percata del engaño que ha sufrido, y más aún, si descubre y se deja conquistar por ese amor insistente, sin igual, entrañable y superior al que él puede sentir por sí mismo, siempre tendrá la opción de volver con gozo y esperanza a ser asumido de nuevo por Aquel que es la razón de su vida, su creador, su sustentador, quien lo quiere para sí por toda la eternidad. Lo que sucedió en el principio fue obra del demonio. Satanás no es más que Dios. Nunca lo será. Siempre será una criatura con mucho poder, pero jamás más que el que Dios tiene. Por eso nunca tendrá opción delante del poder de Dios. Solo seguirá teniendo el poder que le demos los mismos hombres, si nos empeñamos en seguir dejándonos engañar por él, como señor de la mentira. Ya su derrota ha sido absoluta en la Cruz de Cristo. Y solo seguirá haciendo daño si los hombres nos ponemos al servicio del mal que él seguirá procurando.

Esta experiencia del enfrentamiento con la fuerza del mal fue la que vivió Jesús y la que finalmente lo hizo sucumbir a su aparente derrota. El demonio se anotó uva "victoria", engañado él mismo en su soberbia, cuando llegó a creer que pudo tener más poder que Dios. Su vanidad lo llevó a su mayor equivocación. Su soberbia fue tal que jamás se imaginó que aquella supuesta estruendosa victoria que había obtenido devino en la peor de sus derrotas. Jesús, muriendo en la Cruz, le infligió la mayor humillación. Y esa victoria de Jesús pasó a ser victoria de todos nosotros, por cesión amorosa y entrañable del Señor. Aún así, sigue planteaba la lucha. Habiendo sido derrotado, el demonio sigue empeñado en embaucar a los que se dejen: "Busquen su fuerza en el Señor y en su invencible poder. Pónganse las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire". La fuerza del poder que tiene el demonio ya no existe, por cuanto ha sido derrotado. Él solo tendrá la fuerza que nosotros mismos pongamos en sus manos. Podrá vencernos con nuestras mismas fuerzas. Es lo más tonto y sorprendente. Quien ya no tiene fuerzas, la tendrá solo si nosotros mismos se la damos. Por ello, lo que asegurará para nosotros poder seguir venciendo en Jesús, es mantenernos en una unión vital con Él, en la que seguiremos viviendo en la victoria amorosa que ha alcanzado para cada uno de nosotros, y la haremos cada vez más consciente en nosotros, asumiendo que será nuestra verdadera vida, nuestro sólido caminar, que desembocará en aquella eternidad plena y feliz a la que Él mismo son convoca y nos conduce cuando nos mantenemos unidos a su amor: "Por eso, tomen las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manténganse firmes después de haber superado todas las pruebas. Estén firmes; ciñan la cintura con la verdad, y revistan la coraza de la justicia; calcen los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embracen el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Pónganse el casco de la salvación y empuñen la espada del Espíritu que es la palabra de Dios". La promesa hecha por Dios desde el principio, cumplida gloriosamente en Jesús con su entrega a la muerte y su resurrección, es promesa de victoria. Ya no hay derrota posible para los hijos de Dios, a menos que se queden absurdamente en el servicio al que ya ha sido estruendosamente derrotado. Esa decisión sigue estando en las manos de los hombres. Dios seguirá siendo tremendamente respetuoso de la libertad que nos ha donado desde el principio.

Pero así mismo como respeta nuestra libertad, así también nos ama infinitamente, por encima de todo, muchísimo más de lo que nosotros mismos podemos llegar a amarnos. Nos quiere libres para Él, no para el demonio. Nos quiere libres para decidirnos a ser suyos, no del demonio. Nos quiere libres para que avancemos a nuestra plenitud, no para que nos hundamos en el lodazal que nos promete el demonio. Nos quiere libres para que lleguemos con su amor a la salvación que nos promete para la eternidad en la que viviremos la felicidad plena y no para la condenación en la eternidad y en la oscuridad y el dolor que nunca se acabará con Satanás. Por eso su empeño será siempre tenernos con Él. No cejará nunca en su empeño de tenernos. Por eso se enfrentará a cualquier fuerza contraria, con tal de ganarnos para Él: "'Herodes quiere matarte'. Jesús les dijo: 'Vayan y digan a ese zorro: 'Mira, yo arrojo demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día mi obra quedará consumada. Pero es necesario que camine hoy y mañana y pasado, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén'. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no han querido. Miren, su casa va a ser abandonada. Les digo que no me verán hasta el día en que digan: '¡Bendito el que viene en nombre del Señor!'" Quien nos prometió desde el principio su acción para rescatarnos, no dejará de realizar lo que sea necesario para hacerlo. Su palabra es palabra empeñada, porque es palabra del Dios que nos ama por encima de todo. Nos creó para sí y no permitirá que ninguno de nosotros se pierda sin luchar por él. Si de algo podemos estar seguros todos es de que Dios nos ama, que desde el principio nos ha donado su amor para que sea siempre y exclusivamente nuestro, que nunca dejará de cumplir su empeño de que seamos suyos, que nos ha regalado nuestras capacidades superiores de inteligencia y voluntad y nos ha dotado de la plena libertad para que nos encaminemos hacia Él, que ha colocado como meta para cada uno de nosotros la eternidad en la que viviremos con Él haciéndonos uno como Él, que nuestra meta final es la felicidad absoluta y el amor sin igual. Todo lo lograremos dando los pasos necesarios aquí y ahora, en la experiencia sublime de su amor actual, de la fraternidad que nos enriquece, en la que ya tenemos el ensayo de lo que será aquella vida feliz en Dios, junto a todos los hermanos que también llegarán a la plenitud final junto a nosotros.

domingo, 30 de marzo de 2014

¿Ver para qué?

El camino de la Cuaresma está impregnado de simbología. La Iglesia pretende con ello que podamos comprender cuál es el camino por el que debemos andar. En cada uno de los Domingos que sirven de hitos en la ruta cuaresmal, hay un aspecto que debe ser acentuado, pues de esa manera nos vamos imbuyendo de la espiritualidad que debe ser asumida para crecer en el proceso de la conversión que se propone a cada cristiano...

El primer Domingo fue presentada la humanidad de Jesús, al ser tentado por el demonio en el desierto. La naturaleza humana de Jesús no fue un cuento bonito que se nos relató para que viviéramos de ilusiones. Fue una realidad plenamente asumida, al punto que sufrió, como cualquier hombre, las tentaciones. Como Dios, las venció, pues Dios no puede pecar. Pero también las venció como hombre, pues tuvo la fuerza y el deseo de mantener su fidelidad al Padre, el cual en cada tentación le sirvió como argumento. El segundo Domingo se nos reveló la divinidad sustentadora de la persona de Jesús. La Transfiguración nos mostró la gloria natural en la que vivía Jesús, la que estaba también el mundo realizando la obra redentora. Esa visión sirvió para no quedarse sólo con la imagen futura del Jesús muerto en la Cruz y oculto en el sepulcro, sino para recordar que ese que está inerme es Dios que jamás dejará su gloria y que, por lo tanto, vencerá inexorablemente. El tercer Domingo nos presentó lo que ese Jesús, Dios y Hombre verdadero, venía a traernos: su propia vida. Él es el Agua Viva que produce en el hombre que la bebe un manantial que lo hará saltar hasta la Vida eterna. Toda la obra redentora es obra vivificante, refrescante, producida por el Agua de Vida que es Jesús.

En el cuarto Domingo se nos presenta un nuevo símbolo: el de la Luz. Jesús da la vista al Ciego de nacimiento, sin que éste ni siquiera se lo solicite. Quizá no lo pide como favor, pues era ciego de nacimiento, por lo tanto, no tenía idea de qué era de lo que se estaba perdiendo. Pero Jesús sí lo sabe. Jesús le da la vista no sólo para que el Ciego pueda ver, sino para que pueda ver lo que vale la pena... Al final del texto que nos relata el milagro, en el diálogo que se establece entre los dos, se da la clave de la comprensión principal: "¿Crees tú en el Hijo del hombre?" Él contestó: "¿Y quién es, Señor, para que crea en él?" Jesús le dijo: "Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es." Él dijo: "Creo, Señor." Y se postró ante él"... "Lo estás viendo", es decir, "La capacidad de ver que te he dado es para que percibas lo que realmente importa. No basta con que veas, sino que es necesario que veas lo esencial, lo que te da la plenitud, lo que se convertirá para ti en la causa de tu salvación". La Luz que lanza Jesús sobre el alma de los hombres no es una luz que simplemente sirve para eliminar la tiniebla meteorológica, sino la del corazón, la de la mente, la del espíritu. Podemos tener los mejores faros de luz, pero permanecer en las tinieblas más oscuras...

La Luz de Dios no nos da sólo la capacidad de ver, sino la de ver como ve Dios. Ya lo dijo Yahvé a Samuel: "Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón". Hay una iluminación, la que da Dios, que no se queda sólo en lo superficial, en lo material, en lo exterior, sino que va más allá, más adentro, más profundo, pues lo hace a uno sumergirse en lo íntimo, en lo sustancial... Es la mirada de Dios que escruta hasta lo más profundo del hombre, y quiere que cada uno vaya a la misma profundidad. Es en eso más íntimo donde está la verdadera esencia del hombre. Lo externo, lo aparente, no es lo sustancial. Eso es simplemente la vestidura de lo que está en la base de todo...

Cuando los hombres nos dejamos invadir por esa Luz de Dios, dejamos a un lado las tinieblas en las que vivíamos: "En otro tiempo ustedes eran tinieblas, ahora son luz en el Señor. Caminen como hijos de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciándolas". La Luz no sólo elimina las tinieblas, sino que las rechaza y las denuncia. Con la Luz de Dios los hombres pasamos de esa oscuridad terrible de la muerte que nos produce el pecado, a la Luz maravillosa de la Gracia divina -la que nos da el Agua Viva que es Jesús, y produce en nosotros un manantial que nos hace saltar hasta la Vida eterna-, y nos hacemos activistas en la denuncia de la oscuridad. Quien ha recibido la iluminación de Dios se convierte en faro de luz para su mundo, para su entorno, para los suyos. No sólo ilumina, sino que se opone a lo que pretenda establecer de nuevo la oscuridad. Denuncia y pone en evidencia, enfrenta y lleva a la Luz... Para el que recibe la Luz de Dios se plantea, de esa manera, un reto inapelable, que es el de ser testimonio de la Luz. Cuando la oscuridad quiera enseñorearse de nuevo, después de haber sido vencida por quien es la Luz, Jesús, los llenos de esa Luz deben presentarse como un cuerpo sólido que enfrenta esa pretensión... "Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo descubierto es luz. Pero eso dice: "Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz".

Para el cristiano se plantea, en efecto, una ruta muy específica. Haberse llenado de la Luz reparadora de Jesús sirve para eliminar las propias penumbras. Sale así de su oscuridad y ve con los mismos ojos de Dios. Pero esa nueva mirada lo responsabiliza inmensamente, pues la mirada de Dios no se queda tranquila cuando percibe nuevas tinieblas o nuevas pretensiones de resurgir en la misma tiniebla. Cuando la oscuridad lucha por levantar de nuevo su espada, la espada del que ha recibido la Luz de Jesús debe estar pronta. Debe denunciar, debe iluminar, debe oponerse. Es un compromiso grave. El cristiano no puede quedarse silencioso cuando la oscuridad del pecado, de la muerte, de la injusticia, de la violencia, de la mentira, de la soberbia, del odio, de la exclusión, de la intolerancia, de la venganza..., quiera imponerse. Su ser Luz en el Señor lo llama a asumir su reto con seriedad. No puede dejar de ser luz, no puede ocultarla, no puede mirar hacia otro lado. Hacerlo sería hacerse cómplice de la oscuridad. Y el cómplice de la oscuridad es cómplice del demonio, el destructor del hombre, de la fraternidad, del Reinado de Dios. Mejor ser socios de Dios, en la iluminación del mundo y en la denuncia y el trabajo para destruir las tinieblas, que ser cómplices del demonio en su tarea de esparcir la oscuridad en el mundo...

sábado, 15 de marzo de 2014

Perdonar, pero luchar contra el mal

Nunca está de más insistir en lo bueno. No lo hizo Jesús. Mucho menos, sus discípulos, los enviados por él al mundo a predicar su mensaje, podemos hacerlo. Si Jesús insistió una y otra vez en la necesidad de amar a todos, y puso el acento particularmente en demostrar al mundo que no estamos llamados a amar "normalmente" sino heroicamente, no podemos nosotros dejar de gritarlo a los cuatro vientos... El amor fue y sigue siendo el mensaje principal de Jesús, pues esa era su misión. No se entendería todo lo que hizo si se saca de este contexto. Por amor se hizo hombre. Por amor asumió toda nuestra realidad humana sin dejarse nada por fuera, sólo el pecado. Por amor hizo discursos maravillosos invitando a todos a vivir como hermanos y con la máxima entrega por los demás, especialmente por los que más necesitan. Por amor realizó portentos asombrosos en medio de los hombres, para curarlos, auxiliarlos en sus necesidades, perdonarles los pecados, hasta devolverles la vida... Por amor hizo la entrega póstuma de su propia vida, perdonando incluso a quienes lo estaban asesinando, y pidiéndole al Padre, llegando al extremo del amor, que no les tuviera en cuenta ese pecado... Por amor a los hombres venció a la muerte con su resurrección gloriosa, de modo que quedara bien claro que el amor no podía ser vencido jamás ni por la muerte, ni por el envilecimiento de los malos, ni por la indiferencia de los "buenos", ni por la oscuridad. El mal, aparentando haber tenido un momento de gloria, fue definitivamente y para siempre derrotado por el amor... Esta es la verdad del mensaje de Cristo, que no puede ser ni ocultado ni ignorado. Somos altavoces de ese mensaje...

Por eso, este mensaje de Jesús no puede ser jamás silenciado. Seríamos traidores de Jesús. Y si queremos ser beneficiarios de ese mismo amor, debemos ser fieles a él... En el mensaje central de Jesús está la exigencia mayor del amor, como Él mismo lo vivió: "Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos". Es un mensaje englobante, que se resume en que Dios hace salir su sol sobre todos, buenos y malos... Pero en ese mensaje no debemos quedarnos sólo con lo extraordinario de la exigencia, que es alta y debemos cumplirla, sino en el reconocimiento expreso que hace Jesús: El mal existe, existen los malos, hay quienes nos consideran sus enemigos y nos persiguen... Es a ellos a los que debemos amar y perdonar. Pero Cristo no nos pide que nos hagamos la vista gorda ante el mal que hacen los malos, ante la injusticia de la persecución, ante el daño y la muerte que la maldad siembra en el mundo... Eso sería la exigencia de un dios que aplaudiría el mal, y ese no es nuestro Dios...

Para saber bien cuál debe ser nuestra actuación, debemos fijarnos en el ejemplo que nos da el mismo Jesús. Una cosa es que perdonemos y amemos y otra muy distinta es que aceptemos el mal. En el encuentro de Jesús con la mujer adúltera, tenemos el prototipo perfecto de cómo debemos actuar. Esa mujer, ciertamente, estaba cometiendo pecado, una acción mala. Y fue presentada a Jesús para que aprobara su muerte a pedradas... La frase final nos da la clave: "Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más". Jesús condena el pecado, el mal que se estaba cometiendo, pero jamás condena al pecador. La persona es susceptible del perdón, no la mala acción... Lo malo siempre es rechazable... Así lo dejó entender cuando expulsa a los mercaderes del templo. No tuvo contemplación alguna con lo que se estaba cometiendo contra el sitio sagrado de Dios... Y los nuevos templos de Dios somos los hombres. Desde nuestro bautismo somos sitios sagrados en los cuales Dios habita, somos templos suyos. Por eso, Jesús estaría dispuesto a expulsar, incluso a la fuerza, todo lo que quisiera hacernos daño... Él mismo le reclamó al soldado cuando lo golpeó en la mejilla, pues consideró que era injusto lo que le había hecho. No se quedó callado ante la injusticia y por el contrario se rebeló ante ella y se opuso al ofensor... En ninguna de estas acciones de Cristo quedó en entredicho el amor y el perdón que Él promovía, sino que lo colocó en el justo lugar. El perdón no acepta la injusticia. La denuncia y la pone en evidencia, y lucha para que no se cometa más...

Se equivocan de plano quienes creen que el perdón cristiano es una llamada a ser tontos, a dejarse avasallar por el mal, a quedarse de brazos cruzados ante lo malo que sucede alrededor. Jamás ese ha sido el mensaje de Jesús. Quien así lo ha entendido no ha entendido nada de lo comprometedor que es el amor. El amor procura y promueve el bien. Y así mismo se opone al mal, decidida y valientemente. En el mensaje de Jesús está la llamada a ser mansos como las palomas, pero también astutos como las serpientes. No a quedarnos callados y a dejar pasar el mal como si no hubiera pasado nada. Él mismo no lo hizo. Y nos pide a todos, con su conducta y con su ejemplo, que hagamos lo mismo. De lo contrario, el mundo no podrá nunca ser mejor. El silencio ante lo malo no es perdón, es complicidad. Y lo menos que quiere Jesús es complicidad ante el mal... Él quiere que procuremos el bien, y eso significa también oponerse decididamente al mal. Tenemos que hacerlo...

El Papa Francisco, en una de sus recientes intervenciones nos lo dijo claro: Jesús quiere que seamos como corderos, pero no tontos. En el cristiano, el mundo debe encontrar a los primeros que están dispuestos a perdonar y a amar. No hay duda de eso. Y esto no excluye que ese mismo mundo quiere vivir el bien y sacar el mal de su interior. Los principales promotores de esta cruzada en favor del bien y en contra del mal somos los cristianos. Y debemos hacerlo por amor al mundo, asumiendo responsablemente el compromiso que nos trae amar y ser de Jesús y de los hermanos. Nunca estaremos cumpliendo bien nuestra misión, la que nos encomienda el mismo Jesús, si no lo entendemos y hacemos así...

viernes, 28 de febrero de 2014

Hasta que la muerte los separe

"Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a una mujer, y serán los dos una sola carne". Es lo que Dios dijo cuando creó a la mujer de la costilla del hombre y la unió a él para formar la pareja natural que Él quería, para poblar la tierra y fecundarla... Esta frase es retomada por Jesús, según el Evangelio de Mateo, con el añadido: "Así, pues, ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre". Por eso, esta unión entre el hombre y la mujer es "hasta que la muerte los separe". Luego, San Pablo en la Carta a los Efesios la retoma, en el paralelismo que hace entre el matrimonio y al unión de Cristo con la Iglesia. Pablo no puede contener su sorpresa ante la realidad que representa el matrimonio, y lo llama "misterio grande"...

El matrimonio es una realidad natural, querida por Dios desde la creación del hombre y la mujer. En su designio eterno, decretó que el hombre y la mujer se sirvieran de apoyo mutuo, como "ayuda adecuada". El hombre, así lo quiso Dios, tuvo la compañía de alguien que estuviera a su misma altura, porque "no es bueno que el hombre esté solo". Es lo que ha sostenido la presencia del hombre sobre la tierra, lo que ha hecho posible el desarrollo de los pueblos, la existencia de hombres y mujeres que investigaran, que fueran creativos, que con su ingenio hicieran la vida mejor para todos. El haber asociado Dios a los hombres a su obra sobre el mundo, hizo posible las grandes realidades que ha desarrollado el hombre a su favor y a favor de todos...

"En la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley". Jesucristo vino a dar plenitud a la obra creadora del Padre, realizando una nueva creación y dándole un sustento más sólido que el que tenía en el pasado. La obra redentora que lleva a cabo Jesús eleva de categoría todo lo existente, sondeándola con el mejor de los dones: el del amor divino. Este amor permea, desde la Muerte y Resurrección de Cristo, toda realidad humana. También el matrimonio. Desde la redención de Jesús, el matrimonio fue elevado a una categoría de sacramento, con lo cual pasó de ser una simple realidad natural que une al hombre y a la mujer, a una que, por designio amoroso de Dios, da la capacidad de santificación. Todo sacramento confiere una gracia, que es la presencia de Dios, que sirve para santificar, para llevar adelante una realidad que puede tener dificultades, para avanzar con ilusión por el camino de la santidad, sorteando obstáculos, intensificando los logros y las alegrías, dando la ilusión que fortalece para avanzar siempre, aun en medio de las dificultades, y a veces, gracias a ellas... La presencia de Jesús en cada sacramento es una realidad insoslayable. Es Jesús mismo el que actúa en ellos.

En el matrimonio se hace presente Jesús amando desde el cónyuge al otro, santificando en cada acción matrimonial que se realice, alimentando el amor que los une, bendiciendo a la pareja con la descendencia. En el matrimonio son los esposos los que realizan su propio sacramento, son ellos sus mismos ministros. Por eso, el sacramento no "se celebró" en algún momento pasado, sino que de algún modo "se actualiza" en cada acto matrimonial que se realiza... La fecha del matrimonio es la fecha en que "empezaron a casarse", pues lo siguen haciendo cada día y a cada momento.

En cada matrimonio Dios nos sigue diciendo a cada uno que sigue en el mundo amando, pues cuando un cónyuge ama al otro, es Jesús mismo el que está amando. No hay certeza superior a ésta. Por eso, cada pareja matrimonial nos dice a todos que Dios no se ha olvidado ni se ha alejado del mundo...

Por muchas razones, entonces, vale la pena seguir luchando por salvar todo matrimonio: Porque son testimonio del amor. El que haya dificultades, desencuentros, conflictos..., no elimina esta realidad. El amor no vive sólo en la felicidad. Allí se vive con más facilidad, pero no con más intensidad. El amor exige esfuerzo, exige trasnochos, exige lucha a veces hasta contra sí mismo. El amor exige hacerlo todo para la felicidad del amado, incluso hasta la negación de sí mismo, como lo hizo Jesús. Cuando se ama no se escatiman esfuerzos para hacer feliz al cónyuge...

Vale la pena porque está Jesús en medio de los esposos. En cada uno de ellos y en medio de ellos. Al ser realidad sacramental es imposible eliminar esta verdad. Por eso, basados en ello, es imposible la disolución del vínculo. Desde que ambos empezaron a vivir el sacramento, se hizo presente Jesús. Y Jesús no desaparece. Él se mantiene siempre entre ambos y en cada uno para el otro, aunque físicamente estén lejos. Él los hace "una sola cosa", "carne de mi carne, hueso de mis huesos". No es posible que, porque en algún momento dejó de gustarme mi brazo, yo me lo ampute para ser feliz. Aunque no me guste, debo saber convivir con él. Lo mejor es, por el bien propio y de la pareja, basándose en el amor mutuo, aprender a hacerlo y superar el rechazo...

Vale la pena porque es hermoso ser testimonio del amor. Es hermoso que los esposos nos digan a todos que Dios nos sigue amando. Y que, a pesar de las dificultades que se puedan vivir, que casi nunca superan las alegrías y las ilusiones que se puedan experimentar, es hermoso luchar por el amor, para darlo a conocer al mundo entero. Con ese testimonio todos aprendemos que el amor vale la pena, que es una realidad por la que es bueno luchar, que nos impulsa casi hasta el heroísmo porque es muy valioso. Dios quiere seguir diciendo al mundo, a cada hombre y a cada mujer de la historia, "así somo fulanito y fulanita se aman y luchan por su amor, así mismo, y más aún, te amo yo a ti..."