La experiencia de San Pablo tuvo que haber sido extraordinariamente compensadora. Ver su transformación y luego su determinación y convicción férrea en el anuncio del mensaje de salvación de Jesús nos convence de ello. Es imposible decir las cosas que él dice en sus escritos con tal claridad, si antes no se ha vivido. Y los relatos de sus experiencias misioneras no son más que la confirmación de sus dichos... Cuando él habla del amor de Jesús se transporta a las alturas inmensas de lo que eso significa. Para él es el lugar deseable, seguro, sólido, y hacia el cual tiende toda su vida, pues es la meta añorada. Desea ardientemente tener un lugar en la vivencia eterna del amor. Que ya no haya nada ni nadie que pueda en el futuro distorsionar esa vivencia. Por eso, está convencido de que aquella experiencia de eternidad tierna junto a Dios hay que empezar a tenerla ahora. No es necesario esperarla. Más aún, podría decirse que Pablo está plenamente convencido de que para tener aquella experiencia eterna, debe tener y vivir cotidianamente la experiencia terrena y cotidiana en el amor...
Su preocupación es que todo el que lo escuche sea consciente también de esta realidad. Es como si él estuviera claro de que para vivir con mayor profundidad el amor necesita hacerlo llegar a los otros. Se da en esta convicción lo contrario de las leyes del mercado. Para tener más amor, hay que dar más amor. Así, para vivir en el amor eterno definitivamente, hay que repartir amor aquí y ahora. Nunca será posible añorar el amor en la eternidad si no hay una verdadera demostración de querer vivirlo y compartirlo hoy con los demás...
En efecto, en el clima en que se daban los primeros pasos del cristianismo de la época de Pablo y de aquellos primeros cristianos, esta idea debió ser muy firme. Eran muchos los problemas que vivían los cristianos por su fe, pues eran perseguidos, anulados, echados a un lado, asesinados, ignorados... La vida se les había hecho un nudillo a todos. La fe los llamaba a casi estar en un continuo enfrentamiento con "el mundo", con los demás, incluso, en el caso de muchísimos, con los de su entorno más íntimo, sus familiares y amigos. Era necesario dar una razón absoluta que lo justificara todo y que lo hiciera valer la pena. Hacerlo sólo por unas ideas, por unas palabras bonitas, por caprichos de moda, no compensaba nada. Era más fácil "volver" a las andanzas para tener paz y tranquilidad con los demás... Y la razón última, la que llenaba de pleno sentido todo, la que daba la mayor iluminación a lo que vivían los cristianos fieles, estaba en el amor de Dios, en el amor de Jesús, en su entrega radical por amor a los hombres...
Esto no podía quedarse sólo en palabras lindas dichas por Pablo que escucharan emocionados algunos. Y en Pablo este no era el caso. Si alguien sintió y vivió con la máxima intensidad esa experiencia de amor fue él. La empezó a vivir en aquel famoso encuentro de Damasco. Imagino el arrobamiento el que se encontró durante aquella experiencia mística. La vivencia del amor de Jesús tuvo que haberlo movido todo interiormente. Todas sus seguridades farisaicas quedaron en entredicho ante la experiencia de sentirse amado infinitamente. El famoso legalismo que lo motivaba había quedado desecho totalmente por la suprema ley del amor que él sintió en su corazón cuando estuvo frente a frente con Jesús. "Amar es cumplir la ley entera", tuvo que concluir ya ante tantísimas evidencias compensadoras y entrañables... No era un amor idílico, el que puede sentir alguien como una simple ilusión pasajera. Era el amor que daba sentido a todo, que sostenía la vida en un ámbito totalmente de plenitud, inexplicable en palabras humanas, pues sólo el espíritu es capaz de llegar a él. Por eso Pablo fue capaz de hablar de aquel lenguaje misterioso del amor, que se da solo "con gemidos inefables"...
Esta convicción había que hacerla llegar a los demás, a como diera lugar. Si él quería explicar y hacer llegar el Evangelio a ellos, debía hablar de la noticia más elevada de la Buena Nueva, que era la del amor de Dios por los hombres, expresado y hecho concretísimo y más que palpable en el amor de Jesús que se donaba plenamente a los hombres. Era necesario darle un sustento a todas las experiencias que estaban viviendo los primeros cristianos. Había que decirles que sí valía la pena pasar por todo lo que estaban pasando... Por eso, hablando de su propia experiencia, la que lo sustentaba a él sólidamente, se las comunica a todos.
Es el amor lo que hace que todo tenga sentido. Un amor que da absoluta solidez a cualquier experiencia. Un amor que está siempre presente, que no es sólo una suma de sentimientos, sino de realidades totalmente sustentadas. Es un amor que te sostiene en lo que realmente vale la pena, pues le da un color a la vida que es más profundo, más esperanzador, más entrañable. Y lo mejor, es un amor que nunca dejará de existir, como jamás dejará de existir Dios. Si de algo está convencido Pablo es de que ese amor nunca dejará de sentirlo, que Dios nunca dejará de darlo, pues su decisión eterna de amar es también inmutable. Desde que en la eternidad decidió amar al hombre, ya jamás esa decisión la cambiará. Podemos estar absolutamente convencidos de que Dios nos amará siempre, y de que nada anulará ese amor. Ni siquiera nuestro pecado. Más aún, cuando nos alejamos de Él por el pecado, Él hará más, hasta lo impensable, para acercarnos de nuevo. Ya lo hizo entregando a Jesús. Y Jesús, el enviado del amor, estará dispuesto a seguir haciendo su entrega cada vez más actualizada para alcanzar nuestra salvación...
El amor de Dios dejará de ser una realidad en nuestras vidas, sólo por nuestra decisión. En su infinito poder y misericordia, Dios tiene un límite. Y es el que le ponemos nosotros en nuestro corazón. Si queremos, lo excluimos de nuestras vidas. Aunque Él estará siempre tocando a las puertas queriendo entrar... Sólo nosotros podemos abrir esas puertas. Y si no queremos, se quedará afuera, "pasando las noches del invierno oscuras", como decía Lope de Vega...
Nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios en Cristo Jesús. Es una amor salvador, que da sentido a todo. Por él cobra sentido el dolor, la persecución, la alegría, los logros, las penas, las metas alcanzadas. Por él se está dispuesto a asumir cualquier situación, pues en los brazos del amor de Dios está el lugar más entrañable en el que podemos estar. Sólo saberlo compensa. Vivirlo y experimentarlo con la mayor profundidad hace que todo lo demás sea relativo. Sólo es absoluto el amor, su vivencia, su eternidad. Añorarlo es ya vivirlo. Y vivirlo hoy es asegurarlo para la eternidad. Que sea nuestra fuerza y nuestro motor...
Ramón Viloria. Operario Diocesano. Ocupado en el anuncio del Amor de Dios y en la Promoción de la Verdad y la Justicia
jueves, 31 de octubre de 2013
miércoles, 30 de octubre de 2013
No sé quienes son ustedes
No son pocas las personas que cuando hablamos sobre nuestra amistad, sobre lo sabroso de encontrarnos, sobre esa cercanía que siempre hemos vivido, hacen juegos sobre el futuro... Algunos me han llegado a decir: "Cuando yo me muera y me toque presentarme delante de Dios le diré: 'Yo soy amigo de Ramón Viloria... ¡Y cuando le diga eso, me van a abrir las puertas de par en par!'"... Y entre esos están incluidos amigos, simplemente conocidos, familiares, seguidores en las redes sociales... ¡Ya quisiera yo que fuera así! ¡Daría mi vida por que cada familiar mío, cada amigo mío, cada persona que se ha cruzado en mi camino, TODOS, pudieran decir eso y se les abrieran las puertas del cielo completicas para que entraran sin ninguna dificultad...!
La verdad es que no considero ningún aval el conocerme... Muchos, con toda seguridad, por el contrario se llevarían tremendas decepciones, si conocieran de verdad quién soy. Nadie mejor que yo lo sabe. Pero lo que sí no puedo negar es que en ese caminar de mi vida siempre me he esforzado por ser mejor, por caminar más adelante, por ofrecer mi ayuda a quien se me acerque... No siempre he tenido éxito, sobre todo cuando me he confiado más en mí mismo que en Dios, cuando lo he dejado a un lado y he pretendido yo colocarme en su lugar, cuando he pensado equivocadamente que la felicidad estaba en un camino distinto al que Él me proponía... Por eso, para no correr riesgo, creo que nadie debe presentar como aval el conocerme al estar a las puertas del cielo, pues más bien le puede salir el tiro por la culata...
Pero a lo que vamos... Es cierto que debemos presentar un aval delante de Dios, cuando nos toque presentarnos ante Él, al final de nuestros días sobre la tierra. Jesús dice con sorna que aquellos le dirán: "Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas..." Y el Señor les responderá: "No sé quienes son ustedes. Aléjense de mí, malvados"... ¡Son realmente duras estas palabras del Señor! ¡Máxime cuando son las últimas que escucharemos antes de ir al infierno, "donde será el llanto y el rechinar de dientes" eternamente...! Es terrible...
A veces pensamos como si a Dios lo pudiésemos "chantajear" casi con algunas "limosnas espirituales" que le damos: "Señor, yo fui como tres veces a unos velorios de unos amigos..." "Señor, en Semana Santa yo te prendí varias velitas en el templo..." "Señor, yo todas las mañanas rezaba un Padrenuestro al levantarme..." "Señor, yo veía películas de la Pasión, y hasta lloraba..." "Señor, una vez le di una limosna a un pobre desgraciado que estaba tirado en la calle pidiendo..." "Señor, yo me confesé varias veces directamente contigo..." "Señor, yo, la verdad, no sentía nunca ganas de ir a Misa, pero sí te rezaba de vez en cuando, pues pienso que no es necesario ir a Misa para encontrarse contigo. Total, Tú estás en todas partes..." Y, nosotros esperamos casi como que Dios nos va agradecer estos "inmensos" gestos de cercanía con Él... Es impresionante como muchos pasamos largas horas en actividades diversas, que luego hasta nos parecen que fueron apenas unos pocos minutos, pero cuando nos toca pasar algunos minutos con Dios nos parecen interminables... Cinco minutos de oración nos parecen larguísimos y aburridísimos ratos, menos de una hora a la semana en la Misa nos parece inaguantable y deseamos siempre que termine cuanto antes... Y aun así pretendemos que al presentar estos avales, Dios casi se ponga de rodillas delante de nosotros, nos agradezca y nos mande pasar a la gloria celestial...
El Señor nos reconocerá por lo que hayamos hecho de verdad en su presencia... Tenemos que discernir bien cuándo y por cuál razón es que el Señor nos dirá: "Sí... Te conozco bien. Lo has hecho bien. Pasa adelante..." Nos sorprenderemos seguramente sobre las cosas por las cuales seremos reconocidos... "Te recuerdo bien... Tú eres el que se me acercó cuando estaba enfermo en el hospital sin que nadie me visitara..." "Te recuerdo bien... Tú eres el que se me acercó a consolarme cuando estaba llorando por mi tristeza cuando el mundo se me vino abajo..." "Te recuerdo bien... Tú eres el que se puso a mi lado y me apoyaste cuando te diste cuenta que estaban siendo injustos conmigo..." "Te recuerdo bien...Tú eres el que me compró comida cuando no tenía ni siquiera para darle comida a mis hijos..." "Te recuerdo bien... Tú eres el que me dio aquella chaqueta que me sirvió tanto para pasar el frío de la noche..." "Te recuerdo bien... Tú eres el que dio la cara por mí, a pesar de que se burlaban de ti, te trataban mal, te echaban a un lado, por considerarte mi amigo..." "Te recuerdo bien... Tú eres el que pasaba ratos sabrosos conmigo en la intimidad de la oración y me contabas todas tus cosas, compartiendo conmigo tus dolores y alegrías... El que te confesabas frecuentemente porque querías renovar la Gracia que yo te regalaba... El que se alimentaba de mi Cuerpo y de mi Sangre, pues sabías que era la comida de los fuertes..."
No será otra la forma en la que el Señor nos reconocerá. Sólo si nos hacemos "frecuentes" en los encuentros con Él en nuestra vida, en aquellas personas y situaciones en las que Él se quedó, como fue su misma promesa, estará habituado a nuestros encuentros y seremos para Él inolvidables... "Te recuerdo bien..." No debemos pensar que nuestro aval será distinto a este. Él dijo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo... Este es el cáliz de mi Sangre..."; "Quien coma mi Carne y beba mi Sangre tendrá vida eterna..."; "Cuando se reúnan en mi nombre, allí estaré yo en medio de ustedes"; "Cada vez que lo hicieron con uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí mismo me lo hicieron"... Es en estos momentos y en esas personas en los que encontraremos, sin ninguna duda, a Jesús. Y es en esos encuentros en los que a Él se le quedarán grabadas nuestras caras... Si así nos comportamos, nunca podrá decirnos que no nos conoce... Desde su amor, nos dará el premio que nos merecemos por haber dado a su presencia en nuestras vidas la importancia que tenía. Y escucharemos esas palabras tremendas, felices, insuperables: "Has sido un siervo bueno y fiel... Pasa a gozar de la dicha de tu Señor..."
La verdad es que no considero ningún aval el conocerme... Muchos, con toda seguridad, por el contrario se llevarían tremendas decepciones, si conocieran de verdad quién soy. Nadie mejor que yo lo sabe. Pero lo que sí no puedo negar es que en ese caminar de mi vida siempre me he esforzado por ser mejor, por caminar más adelante, por ofrecer mi ayuda a quien se me acerque... No siempre he tenido éxito, sobre todo cuando me he confiado más en mí mismo que en Dios, cuando lo he dejado a un lado y he pretendido yo colocarme en su lugar, cuando he pensado equivocadamente que la felicidad estaba en un camino distinto al que Él me proponía... Por eso, para no correr riesgo, creo que nadie debe presentar como aval el conocerme al estar a las puertas del cielo, pues más bien le puede salir el tiro por la culata...
Pero a lo que vamos... Es cierto que debemos presentar un aval delante de Dios, cuando nos toque presentarnos ante Él, al final de nuestros días sobre la tierra. Jesús dice con sorna que aquellos le dirán: "Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas..." Y el Señor les responderá: "No sé quienes son ustedes. Aléjense de mí, malvados"... ¡Son realmente duras estas palabras del Señor! ¡Máxime cuando son las últimas que escucharemos antes de ir al infierno, "donde será el llanto y el rechinar de dientes" eternamente...! Es terrible...
A veces pensamos como si a Dios lo pudiésemos "chantajear" casi con algunas "limosnas espirituales" que le damos: "Señor, yo fui como tres veces a unos velorios de unos amigos..." "Señor, en Semana Santa yo te prendí varias velitas en el templo..." "Señor, yo todas las mañanas rezaba un Padrenuestro al levantarme..." "Señor, yo veía películas de la Pasión, y hasta lloraba..." "Señor, una vez le di una limosna a un pobre desgraciado que estaba tirado en la calle pidiendo..." "Señor, yo me confesé varias veces directamente contigo..." "Señor, yo, la verdad, no sentía nunca ganas de ir a Misa, pero sí te rezaba de vez en cuando, pues pienso que no es necesario ir a Misa para encontrarse contigo. Total, Tú estás en todas partes..." Y, nosotros esperamos casi como que Dios nos va agradecer estos "inmensos" gestos de cercanía con Él... Es impresionante como muchos pasamos largas horas en actividades diversas, que luego hasta nos parecen que fueron apenas unos pocos minutos, pero cuando nos toca pasar algunos minutos con Dios nos parecen interminables... Cinco minutos de oración nos parecen larguísimos y aburridísimos ratos, menos de una hora a la semana en la Misa nos parece inaguantable y deseamos siempre que termine cuanto antes... Y aun así pretendemos que al presentar estos avales, Dios casi se ponga de rodillas delante de nosotros, nos agradezca y nos mande pasar a la gloria celestial...
El Señor nos reconocerá por lo que hayamos hecho de verdad en su presencia... Tenemos que discernir bien cuándo y por cuál razón es que el Señor nos dirá: "Sí... Te conozco bien. Lo has hecho bien. Pasa adelante..." Nos sorprenderemos seguramente sobre las cosas por las cuales seremos reconocidos... "Te recuerdo bien... Tú eres el que se me acercó cuando estaba enfermo en el hospital sin que nadie me visitara..." "Te recuerdo bien... Tú eres el que se me acercó a consolarme cuando estaba llorando por mi tristeza cuando el mundo se me vino abajo..." "Te recuerdo bien... Tú eres el que se puso a mi lado y me apoyaste cuando te diste cuenta que estaban siendo injustos conmigo..." "Te recuerdo bien...Tú eres el que me compró comida cuando no tenía ni siquiera para darle comida a mis hijos..." "Te recuerdo bien... Tú eres el que me dio aquella chaqueta que me sirvió tanto para pasar el frío de la noche..." "Te recuerdo bien... Tú eres el que dio la cara por mí, a pesar de que se burlaban de ti, te trataban mal, te echaban a un lado, por considerarte mi amigo..." "Te recuerdo bien... Tú eres el que pasaba ratos sabrosos conmigo en la intimidad de la oración y me contabas todas tus cosas, compartiendo conmigo tus dolores y alegrías... El que te confesabas frecuentemente porque querías renovar la Gracia que yo te regalaba... El que se alimentaba de mi Cuerpo y de mi Sangre, pues sabías que era la comida de los fuertes..."
No será otra la forma en la que el Señor nos reconocerá. Sólo si nos hacemos "frecuentes" en los encuentros con Él en nuestra vida, en aquellas personas y situaciones en las que Él se quedó, como fue su misma promesa, estará habituado a nuestros encuentros y seremos para Él inolvidables... "Te recuerdo bien..." No debemos pensar que nuestro aval será distinto a este. Él dijo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo... Este es el cáliz de mi Sangre..."; "Quien coma mi Carne y beba mi Sangre tendrá vida eterna..."; "Cuando se reúnan en mi nombre, allí estaré yo en medio de ustedes"; "Cada vez que lo hicieron con uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí mismo me lo hicieron"... Es en estos momentos y en esas personas en los que encontraremos, sin ninguna duda, a Jesús. Y es en esos encuentros en los que a Él se le quedarán grabadas nuestras caras... Si así nos comportamos, nunca podrá decirnos que no nos conoce... Desde su amor, nos dará el premio que nos merecemos por haber dado a su presencia en nuestras vidas la importancia que tenía. Y escucharemos esas palabras tremendas, felices, insuperables: "Has sido un siervo bueno y fiel... Pasa a gozar de la dicha de tu Señor..."
martes, 29 de octubre de 2013
Todo era muy bueno, hasta que...
Pienso en Dios creando todo para el hombre, y se me parece mucho a los padres que están esperando al niño que está por nacer... Con la máxima de las ilusiones, van arreglando todo para que al recién nacido no le falte nada... Arreglan la habitación en la que va a dormir el niño, la adornan con nubes, con móviles, con pinturas infantiles en sus paredes... Compran todo lo que van a necesitar: una cuna, un moisés, ropita, pañales, cremas, teteros, pañitos húmedos... Buscan que todo esté a punto para la llegada del momento en que el recién nacido ya esté entre ellos...
El Dios Creador es como el papá y la mamá que ven crecer la ilusión de tener entre sus brazos al que viene a alegrarles la vida... Un Dios lleno de ilusión en espera de aquél que saldrá de sus propias manos para hacer que todo lo creado llegue a su plenitud... Y al sexto día, "creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra lo creó". Y cuando ya existía aquél por el cual y para el cual Dios lo había creado todo, "vio todo lo que había hecho, y era muy bueno". Dios ya había hecho llegar todo a su plenitud, pues había creado al hombre, la razón última de todo lo creado. La creación había llegado a su punto más alto, pues ya estaba en ella el que le daba sentido. Por eso, esa pequeñísima partícula "muy", que se agrega a la constatación de Dios es extraordinariamente diciente. La creación ya no es simplemente "buena", sino "muy buena", lo cual sugiere la idea de plenitud. Con el hombre, las cosas ahora son óptimas, ya no hay mejor... Si no existiera el hombre, nada de lo que existe en el universo tendría sentido, pues ningún ser, aparte del hombre, puede gozar racionalmente de todo ello. Es paradójico, pero el único ser que disfruta racionalmente de lo que existe es el hombre, aunque todos los demás seres también lo disfrutan, aun sin saber qué es lo que disfrutan y por qué lo disfrutan...
El Dios creador y providente, infinitamente amoroso con el hombre, y por él, con todo lo creado, había hecho llegar a su zenit al universo. Dice San Bernardo que Dios había visto que todo era muy bueno porque ya estaba en medio de todo el que le daba plenitud, y era el hombre, al que Dios amaba por sí mismo, y al que podría en un futuro perdonar por amor. Es el hombre el único ser al que Dios ama por sí mismo, por lo que es y por la vida suya que Él le ha donado... En este sentido, Dios ama todo lo demás en cuanto está en función del hombre, en cuanto sirve al hombre, pues es él el que les da sentido a su existencia... Por lo tanto, a medida que mejor el hombre use de todo lo creado, que Dios ha puesto en sus manos, en cierto modo estará respondiendo mejor al plan de amor de Dios sobre todas las cosas...
Y es aquí donde se da la tragedia... Así como el hombre ha aprovechado las cosas creadas para su subsistencia, para el mejoramiento de sus condiciones de vida, en esa misma medida, paralelamente, ha habido también un abuso de lo creado, un persistente deterioro de ello, un daño progresivo de las condiciones ambientales que han perjudicado al mismo hombre. Ha sido como un boomerang que se ha vuelto contra el mismo hombre... Y la naturaleza se resiente, pues no es indiferente a lo que el hombre hace... Hoy somos testigos de grandes tragedias ambientales, consecuencia del abuso del hombre. Grandes inundaciones, terremotos, sequías mortíferas, huracanes... Gran parte debidas a que el hombre no ha respetado el buen uso que debe dar a la naturaleza... Y en el colmo de su locura, el hombre ha traído a la creación al pecado que él mismo cometió... Cosas que hay en la naturaleza radicalmente buenas, las ha llevado al mal. La energía atómica, la más barata de todas, la más limpia, a la que se le puede sacar mayor provecho, la ha convertido en el arma más mortal que existe. La planta de la coca, que ha servido desde tiempo inmemorial a los indígenas para obtener fuerzas para el trabajo a grandes alturas, la ha convertido en la mayor plaga del universo, destructora de vidas, principalmente entre los más jóvenes... La maldad del hombre, ha hecho mala a la naturaleza... Así como las cosas son buenas en cuanto sirven al hombre, se vuelven también malas en cuanto sirven al hombre malo...
San Pablo lo comprendió perfectamente cuando dice: La creación "fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió"... Y Dios, infinitamente amoroso con todo lo que salió de sus manos -el hombre y todo lo que puso en sus manos-, al diseñar el plan de rescate del hombre, incluyó, por supuesto, el rescate del universo... Por eso, también dice que esa creación tiene la esperanza de ser redimida, "liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios"... En la mente de Dios todo debe ser libre. En primer lugar, el hombre, y en segundo lugar, con él, todo lo que está en sus manos. Esa es la plenitud, pues ese es el sentido que ha querido Dios darle a todo lo creado...
Por eso, en los últimos años, la Iglesia ha querido hacerse voz también de la naturaleza, llamando a un uso responsable de la creación. El Papa Beato Juan Pablo II acuñó el título de "Ecología Humana", a todo lo que se refiera al buen uso y al rescate de la creación. Se trata de que el hombre sea cada vez más responsable, pues el perjuicio o el beneficio del uso que haga de lo creado es para él mismo... El mundo, lo creado, todo el universo, lo creó Dios para él. Es su hábitat natural. Dañarlo es dañarse a sí mismo. Hacer un buen uso de él es beneficioso para sí mismo. No hay que ser muy inteligente para percatarse de que Dios ha creado todo para el bien, no para el mal. Que Dios ha ordenado todo para el mayor bien y la mayor felicidad de los hombres. Y que es el mismo hombre quien debe mantenerlo así, pues el mismo Creador lo ha colocado todo en sus manos en función de que le sirva para lograr mejores condiciones de vida, para que sea el camino que recorra para ascender a la plenitud absoluta, para que sea la escalera por la cual ascienda a aquella plenitud en la que vivirá la felicidad total, junto al Dios del amor y la providencia, que lo ha creado para Él...
lunes, 28 de octubre de 2013
Elígeme a mí...
Cada vez que celebramos la fiesta de algún apóstol, debo confesar que me entra una envidia santa inmensa... El privilegio que ellos vivieron al ser testigos de primera línea de Jesús, oyendo cada una de las palabras que pronunció, siguiendo los mismos pasos que Él siguió, pisando las mismas huellas que dejó, viendo las maravillas que realizó en cada uno de sus milagros... ¡Tuvo que haber sido una experiencia que los marcó...! Por supuesto, se explica luego que ellos hayan sido fieles -menos uno, lamentablemente- hasta el final, entregando sus propias vidas por anunciar el mensaje de salvación del cual ellos mismos habían sido testigos...
Me gusta imaginarme los tiempos "normales" que vivieron los apóstoles con Jesús. Esos de los cuales no queda memoria en los Evangelios, que, por otro lado, tuvieron que haber sido lógicamente muchos más que los conocidos. Lo que nos relata el Evangelio en sus cuatro versiones, si lo concentráramos en una línea temporal continua, quizá no llegue a un mes... Y no es tan grande el esfuerzo que hay que hacer para imaginarlos, pues se trata de una vida cotidiana, que cobraba aspavientos sólo cuando se trataba de un gran discurso o de un milagro o de un enfrentamiento -tan frecuentes- con los fariseos o los detractores de Jesús...
Cierro los ojos y me imagino a Jesús en casa de su Madre María, visitándola con sus nuevos amigos, los doce, a los cuales invitó a comer un día, sorprendiendo a la pobre mujer con ese regalito en el que debe ingeniárselas para poder satisfacer a todos... Y en esa visita, hablando con todos, pendiente de lo que hace su mamá, quizás sentado a las puertas de la casa, escuchando los chistes o las bromas o los pesares o los reclamos de los doce... Queriendo ser todo para todos. Y descubro a Jesús que escucha con atención lo que dice alguno, sonriéndose a lo mejor de sus ocurrencias, sorprendiéndose de que no haya entendido alguna cosa de su mensaje que estaba tan claro, interesándose en lo que decía alguno sobre su familia o sobre los de su casa o sobre algún amigo... Todo esto, mientras espera que la comida esté lista. Luego, gustando de lo sabroso que ha preparado María, alabando su buena mano, y viendo cómo los apóstoles hambrientos dan buena parte de todo... Pensar en esas cosas cotidianas es verdaderamente entrañable... Jesús fue el Dios que se hizo hombre, y que haciéndose hombre quiso asumir todo lo bueno de lo humano: la familia, las amistades, los momentos entrañables... ¡Y cada uno de los apóstoles fue parte de eso!
Estoy seguro que Jesús disfrutó al máximo su ser hombre. Gozó cada momento, bueno y malo, pues era la experiencia que tenía cada uno de sus amados, aquellos a los que vino a rescatar. Quiso entrar en lo más profundo de su experiencia vital para asumirlo plenamente. Conociéndolo, podía verdaderamente hacerse el Redentor. Por eso, atendiendo a lo que dijo San Ireneo, si "lo que no es asumido, no es redimido", Jesús tuvo que asumir cada risa, cada carcajada, cada caricia, cada lágrima, cada dolor, cada caída, cada logro, de aquellos a los que vino a redimir. Y, evidentemente, en lo humano, este conocimiento fue más concreto en los que estaban con Él, acompañándolo en esa aventura salvadora que había emprendido.
Imagino que el haber convivido por tres años, sirvió para que Jesús profundizara en el conocimiento de cada uno y del grupo... Era importante para Él ese conocimiento, pues ellos serían los que se encargarían luego de ser transmisores de lo que quería hacerles llegar a todos los hombres... No para rechazar las peculiaridades que tuvieran, sino para aprovecharlas y ponerlas bien encaminadas a la misión que debían cumplir en el futuro... Eso significaba que, además de sus relaciones generales con el grupo, en aquellas reuniones en las que se encontraban después de la jornada del día, contándose sus experiencias si no habían estado juntos, Jesús tenía que tener encuentro personales con cada uno...
Esos encuentros tenían que ser como direcciones espirituales del que era el Maestro. Interesándose personalmente por lo que había en la mente y en el corazón de quien estaba hablando con Él, escudriñando en sus motivaciones más profundas, tratando de descubrir sus temores y sus seguridades, invitándolo a superarse apoyándose en la Gracia y en el amor de Dios, dándole consejos para enfrentar mejor una situación particular en la que se encontrara, animándole a dejarse llevar de la alegría de estar con Dios y de vivir según lo que Él le pide...
Y me pongo yo entre ellos... Y es allí donde la santa envidia se hace más fuerte... Quiero estar con Jesús en la casa de su mamá María, disfrutando de esos momentos de intimidad, saboreando la comida que Ella prepara para su Hijo, para sus amigos, para mí... Quiero caminar junto a Jesús, ver cómo suda bajo el calor abrasador del mediodía en el verano, o bien abrigado porque tiene frío en el invierno... Quiero fijarme bien cómo mira con amor a todo el que se encuentra en el camino, al niño que está jugando en la esquina con otros de su misma edad, a la mujer que está a la puerta de su casa hablando con la vecina en un momento de descanso del trajín diario de la casa, al borrachito que va tambaleándose tratando de recordar si ese es el camino para su casa donde dormirá su borrachera, al señor que está en su taller trabajando la madera como José, su padre, tratando de hacer la silla más bonita para venderla al mejor precio... Quiero vivir lo cotidiano con Jesús, saborear esas mismas experiencias por las cuales nos amó más a todos. Saber que no nos amó sólo por el pecado que cometimos, sino también por esas cosas sencillas que son los signos de nuestro vivir cotidiano...
Quiero estar contigo, Jesús, bajo un árbol, como seguramente muchas veces estuviste con cada uno de los apóstoles. Quiero estar allí hablando de mí contigo. Diciéndote mis cosas, mis temores, mis alegrías. Quiero poner mi vida entera en tus manos, para que tú me la sanes. Quiero hablar contigo del amor de Dios. Quiero que me convenzas de él para ya no tener ninguna duda. Quiero hablar contigo de las cosas de Dios, que me digas lo que necesito para ser buen instrumento tuyo. Quiero, principalmente, que me digas a mí que me vaya contigo. Que quieres que yo sea tu apóstol, para llevar a los hermanos tu mensaje de amor. Quiero estar tan seguro de tu amor y tan feliz por vivirlo, que yo mismo me sienta lanzado a llevarlo a los hermanos, para hacerlo crecer cada vez más en mi corazón... ¡Elígeme a mí, Jesús, y envíame a todos, como enviaste a los apóstoles, para hablarles de ti!
Me gusta imaginarme los tiempos "normales" que vivieron los apóstoles con Jesús. Esos de los cuales no queda memoria en los Evangelios, que, por otro lado, tuvieron que haber sido lógicamente muchos más que los conocidos. Lo que nos relata el Evangelio en sus cuatro versiones, si lo concentráramos en una línea temporal continua, quizá no llegue a un mes... Y no es tan grande el esfuerzo que hay que hacer para imaginarlos, pues se trata de una vida cotidiana, que cobraba aspavientos sólo cuando se trataba de un gran discurso o de un milagro o de un enfrentamiento -tan frecuentes- con los fariseos o los detractores de Jesús...
Cierro los ojos y me imagino a Jesús en casa de su Madre María, visitándola con sus nuevos amigos, los doce, a los cuales invitó a comer un día, sorprendiendo a la pobre mujer con ese regalito en el que debe ingeniárselas para poder satisfacer a todos... Y en esa visita, hablando con todos, pendiente de lo que hace su mamá, quizás sentado a las puertas de la casa, escuchando los chistes o las bromas o los pesares o los reclamos de los doce... Queriendo ser todo para todos. Y descubro a Jesús que escucha con atención lo que dice alguno, sonriéndose a lo mejor de sus ocurrencias, sorprendiéndose de que no haya entendido alguna cosa de su mensaje que estaba tan claro, interesándose en lo que decía alguno sobre su familia o sobre los de su casa o sobre algún amigo... Todo esto, mientras espera que la comida esté lista. Luego, gustando de lo sabroso que ha preparado María, alabando su buena mano, y viendo cómo los apóstoles hambrientos dan buena parte de todo... Pensar en esas cosas cotidianas es verdaderamente entrañable... Jesús fue el Dios que se hizo hombre, y que haciéndose hombre quiso asumir todo lo bueno de lo humano: la familia, las amistades, los momentos entrañables... ¡Y cada uno de los apóstoles fue parte de eso!
Estoy seguro que Jesús disfrutó al máximo su ser hombre. Gozó cada momento, bueno y malo, pues era la experiencia que tenía cada uno de sus amados, aquellos a los que vino a rescatar. Quiso entrar en lo más profundo de su experiencia vital para asumirlo plenamente. Conociéndolo, podía verdaderamente hacerse el Redentor. Por eso, atendiendo a lo que dijo San Ireneo, si "lo que no es asumido, no es redimido", Jesús tuvo que asumir cada risa, cada carcajada, cada caricia, cada lágrima, cada dolor, cada caída, cada logro, de aquellos a los que vino a redimir. Y, evidentemente, en lo humano, este conocimiento fue más concreto en los que estaban con Él, acompañándolo en esa aventura salvadora que había emprendido.
Imagino que el haber convivido por tres años, sirvió para que Jesús profundizara en el conocimiento de cada uno y del grupo... Era importante para Él ese conocimiento, pues ellos serían los que se encargarían luego de ser transmisores de lo que quería hacerles llegar a todos los hombres... No para rechazar las peculiaridades que tuvieran, sino para aprovecharlas y ponerlas bien encaminadas a la misión que debían cumplir en el futuro... Eso significaba que, además de sus relaciones generales con el grupo, en aquellas reuniones en las que se encontraban después de la jornada del día, contándose sus experiencias si no habían estado juntos, Jesús tenía que tener encuentro personales con cada uno...
Esos encuentros tenían que ser como direcciones espirituales del que era el Maestro. Interesándose personalmente por lo que había en la mente y en el corazón de quien estaba hablando con Él, escudriñando en sus motivaciones más profundas, tratando de descubrir sus temores y sus seguridades, invitándolo a superarse apoyándose en la Gracia y en el amor de Dios, dándole consejos para enfrentar mejor una situación particular en la que se encontrara, animándole a dejarse llevar de la alegría de estar con Dios y de vivir según lo que Él le pide...
Y me pongo yo entre ellos... Y es allí donde la santa envidia se hace más fuerte... Quiero estar con Jesús en la casa de su mamá María, disfrutando de esos momentos de intimidad, saboreando la comida que Ella prepara para su Hijo, para sus amigos, para mí... Quiero caminar junto a Jesús, ver cómo suda bajo el calor abrasador del mediodía en el verano, o bien abrigado porque tiene frío en el invierno... Quiero fijarme bien cómo mira con amor a todo el que se encuentra en el camino, al niño que está jugando en la esquina con otros de su misma edad, a la mujer que está a la puerta de su casa hablando con la vecina en un momento de descanso del trajín diario de la casa, al borrachito que va tambaleándose tratando de recordar si ese es el camino para su casa donde dormirá su borrachera, al señor que está en su taller trabajando la madera como José, su padre, tratando de hacer la silla más bonita para venderla al mejor precio... Quiero vivir lo cotidiano con Jesús, saborear esas mismas experiencias por las cuales nos amó más a todos. Saber que no nos amó sólo por el pecado que cometimos, sino también por esas cosas sencillas que son los signos de nuestro vivir cotidiano...
Quiero estar contigo, Jesús, bajo un árbol, como seguramente muchas veces estuviste con cada uno de los apóstoles. Quiero estar allí hablando de mí contigo. Diciéndote mis cosas, mis temores, mis alegrías. Quiero poner mi vida entera en tus manos, para que tú me la sanes. Quiero hablar contigo del amor de Dios. Quiero que me convenzas de él para ya no tener ninguna duda. Quiero hablar contigo de las cosas de Dios, que me digas lo que necesito para ser buen instrumento tuyo. Quiero, principalmente, que me digas a mí que me vaya contigo. Que quieres que yo sea tu apóstol, para llevar a los hermanos tu mensaje de amor. Quiero estar tan seguro de tu amor y tan feliz por vivirlo, que yo mismo me sienta lanzado a llevarlo a los hermanos, para hacerlo crecer cada vez más en mi corazón... ¡Elígeme a mí, Jesús, y envíame a todos, como enviaste a los apóstoles, para hablarles de ti!
domingo, 27 de octubre de 2013
Gracias, Dios, por los defectos de los demás
El caso del fariseo y el publicano en el templo orando, si no fuera porque Jesús lo usa para ilustrar cómo somos en realidad los hombres, haría reír muchísimo. Me imagino en un teatro, entre el público asistente, disfrutando de la escena... Un tipo delante, de pie y gritando a toda voz: "¡Gracias Dios porque soy perfecto! Es cierto que tú ayudaste alguito creándome... ¡Tremenda pérdida para el mundo si no lo hubieras hecho! Pero gracias a mi empeño, he avanzado tanto en esto de la perfección. No niego que me ha costado, pero al ver a los que están a mi alrededor, siento la satisfacción de verme reflejado en lo que yo habría sido si no me hubiera esforzado tanto en ir eliminando fallas y defectos... ¡Es la suprema compensación...!" Sin duda, me da mucha risa esa escena...
Pero luego aparece el segundo personaje, en lo más oscuro del escenario... Casi ni se ve... Allí, de rodillas, en silencio, nos deja escuchar sus pensamientos: "Señor, Dios, te lo pido con la máxima confianza en ti... ¡Ten piedad de mí que soy un pecador! Sólo veo en mí mi debilidad, sólo descubro flaquezas... Me reconozco, sin ti y sin tu misericordia, como la peor escoria... Por eso vengo a ti con humildad a implorar tu piedad. Sé que no me la negarás, pues tu amor sólo perdona y capacita para el bien... Quiero, Señor, que seas mi fortaleza, mi perdón, mi amor. Que me hagas sentir, como siempre, tus brazos a mi alrededor, abrazándome y acogiéndome como hijo tuyo amado... Y que me llenes siempre de la ilusión de seguir siendo tuyo, de seguir sirviéndote, de seguir auxiliando a mis hermanos más necesitados, de hablarles de ti a todos para que ellos añoren vivir también esta confianza tierna que yo vivo por ti..."
Y se hace, después de las carcajadas que produjo el primer personaje, un silencio majestuoso, en el que sólo se oyen las ideas que corren en la mente y en el corazón, decidiéndose por cuál de los dos personajes preferir. Los corazones se debaten entre preferir hacer el ridículo de pie delante de todos, publicando a voz en cuello las propias "maravillas", o casi pasar desapercibidos al fondo y entre las sombras, teniendo un encuentro íntimo, confiado, sabroso, con el Dios del amor y de la misericordia...
Cuando lo contemplamos desde lejos, como si fuéramos público asistente, es fácil decidirse. Preferimos no hacer el ridículo, sino abandonarnos en Dios... Y eso debe ser lo correcto. Los hombres no somos buenos sólo por el esfuerzo que hagamos nosotros mismos, con ser eso necesario. Nuestra voluntad debe apuntar siempre a ello y poner el mejor esfuerzo por adelantar en ese camino. Pero, desde el inicio de nuestra historia, al haber insuflado Dios en nuestras narices su hálito de vida, la bondad no es sólo un fruto del voluntarismo. Si fuera así, sería solo una bondad "natural", que no es que sea mala, pero sí es incompleta. La plenitud de la bondad, esa perfección a la que nos invita Jesús, es consecuencia de la Gracia que vivimos, por habitar Dios en nosotros. Es, al fin, un concurso de dos socios: Yo, con mi inteligencia y mi voluntad, que me ha regalado Dios para hacerme su imagen y su semejanza; y Dios mismo, que me anima, me da fuerzas, me llena de la ilusión de ser como Él, suprema bondad y amor... Y esa es la plenitud de la bondad, cuando se conjugan perfectamente mi naturaleza humana buena con la de Dios, infinitamente óptima...
Nuestra vida no es un espectáculo al que asistimos como espectadores...En ella somos nosotros los actores principales. En cierto modo, somos nosotros los que la escribimos y los que la actuamos... Somos libretistas y protagonistas. Es, en efecto, un producto de lo que nosotros mismos hacemos, y no de lo "quisiéramos hacer". Seguramente muchos quisiéramos ser como el publicano humilde, confiado, implorando la misericordia y la fuerza divinas... Pero en nuestra vida real la verdad es que en muy frecuentes ocasiones estamos muy lejos de ese ideal...
¡Cuántas veces no nos consideramos mejor que los demás! Basta percibir las veces en las que nos ponemos nosotros mismos como ejemplos ideales... "¡No entiendo por qué hacen las cosas así, y no como yo las hago...!" ¡Deberían pensar todos como yo, para que estén en el camino correcto...!" "¡Este método que yo uso es fabuloso y jamás lo cambiaré porque me ha dado resultados excelentes. Deberían todos hacer lo mismo que yo...!" "¡La opinión correcta es la mía, no la que unos ignorantes como ustedes tienen...!" "Padre, vengo a confesarme, pero la verdad es que no tengo pecados..." ¡Casi que habría que encendernos una vela y montarnos en la peana principal del templo para que todos nos veneren...!
Eso, más que bien, nos hace un daño terrible. Nos hacemos inaguantables para los demás... Y, lo más importante, también para Dios. Él no nos dice lo que cualquiera diría, porque nos ama infinitamente y quiere y nos posibilita la conversión... Pero cualquiera diría: "Váyanse tú y tus ínfulas a la m...isma quinta paila"... Hay quien llega al extremo de decir, excusándose cobardemente: "¡Así soy yo, y el que no me quiera aceptar así, que no me acepte y listo!" Hacemos extorsión con eso... Y la verdad es que nadie, absolutamente nadie, está obligado a aceptarte como eres, si eso que eres no está bien, si hace daño, si no es bueno para la convivencia, si humilla a los demás... Lo malo, sea como sea, hay que cambiarlo. No estamos inexorablemente destinados a permanecer malos... Para algo está Dios junto a nosotros. Para auxiliarnos, para ayudarnos, para ilusionarnos, para animarnos a ser mejores cada vez, en función del bienestar de los demás...
Nuestra actitud debe ser enriquecedora. En primer lugar para nosotros mismos. Debemos deshacernos del yugo del voluntarismo, que nos "obliga" a aparentar perfección donde no la hay, escondiendo nuestros defectos a como dé lugar, creyéndonos mejores que los demás. En segundo lugar, para nuestra relación con Dios, tratando de colocar en Él toda nuestra confianza, implorándole su auxilio en nuestro empeño por ser mejores, pidiéndole que nos llene de su gracia, de su perdón y de su amor para poder avanzar en la santidad, sabiendo que sin Él todo será más complicado y que nuestro camino de perfección será adelantado únicamente cuando reconozcamos que todas nuestras debilidades se resuelven en sus infinitas fortalezas. Y en tercer lugar, para nuestra relación con los demás, sabiéndonos servidores de todos, reconociendo en ellos riquezas evidentes y poniéndonos a su disposición como hermanos para ejercer la solidaridad que nos exige nuestra fe...
Tengamos, entonces, la actitud del publicano... Delante de Dios no podemos sino ser humildes, reconociendo su grandeza y su amor, su poder y su misericordia. Sólo así, seremos dignos de estar con Él y de abrir ante Él nuestro corazón débil y lleno de fallas...
Pero luego aparece el segundo personaje, en lo más oscuro del escenario... Casi ni se ve... Allí, de rodillas, en silencio, nos deja escuchar sus pensamientos: "Señor, Dios, te lo pido con la máxima confianza en ti... ¡Ten piedad de mí que soy un pecador! Sólo veo en mí mi debilidad, sólo descubro flaquezas... Me reconozco, sin ti y sin tu misericordia, como la peor escoria... Por eso vengo a ti con humildad a implorar tu piedad. Sé que no me la negarás, pues tu amor sólo perdona y capacita para el bien... Quiero, Señor, que seas mi fortaleza, mi perdón, mi amor. Que me hagas sentir, como siempre, tus brazos a mi alrededor, abrazándome y acogiéndome como hijo tuyo amado... Y que me llenes siempre de la ilusión de seguir siendo tuyo, de seguir sirviéndote, de seguir auxiliando a mis hermanos más necesitados, de hablarles de ti a todos para que ellos añoren vivir también esta confianza tierna que yo vivo por ti..."
Y se hace, después de las carcajadas que produjo el primer personaje, un silencio majestuoso, en el que sólo se oyen las ideas que corren en la mente y en el corazón, decidiéndose por cuál de los dos personajes preferir. Los corazones se debaten entre preferir hacer el ridículo de pie delante de todos, publicando a voz en cuello las propias "maravillas", o casi pasar desapercibidos al fondo y entre las sombras, teniendo un encuentro íntimo, confiado, sabroso, con el Dios del amor y de la misericordia...
Cuando lo contemplamos desde lejos, como si fuéramos público asistente, es fácil decidirse. Preferimos no hacer el ridículo, sino abandonarnos en Dios... Y eso debe ser lo correcto. Los hombres no somos buenos sólo por el esfuerzo que hagamos nosotros mismos, con ser eso necesario. Nuestra voluntad debe apuntar siempre a ello y poner el mejor esfuerzo por adelantar en ese camino. Pero, desde el inicio de nuestra historia, al haber insuflado Dios en nuestras narices su hálito de vida, la bondad no es sólo un fruto del voluntarismo. Si fuera así, sería solo una bondad "natural", que no es que sea mala, pero sí es incompleta. La plenitud de la bondad, esa perfección a la que nos invita Jesús, es consecuencia de la Gracia que vivimos, por habitar Dios en nosotros. Es, al fin, un concurso de dos socios: Yo, con mi inteligencia y mi voluntad, que me ha regalado Dios para hacerme su imagen y su semejanza; y Dios mismo, que me anima, me da fuerzas, me llena de la ilusión de ser como Él, suprema bondad y amor... Y esa es la plenitud de la bondad, cuando se conjugan perfectamente mi naturaleza humana buena con la de Dios, infinitamente óptima...
Nuestra vida no es un espectáculo al que asistimos como espectadores...En ella somos nosotros los actores principales. En cierto modo, somos nosotros los que la escribimos y los que la actuamos... Somos libretistas y protagonistas. Es, en efecto, un producto de lo que nosotros mismos hacemos, y no de lo "quisiéramos hacer". Seguramente muchos quisiéramos ser como el publicano humilde, confiado, implorando la misericordia y la fuerza divinas... Pero en nuestra vida real la verdad es que en muy frecuentes ocasiones estamos muy lejos de ese ideal...
¡Cuántas veces no nos consideramos mejor que los demás! Basta percibir las veces en las que nos ponemos nosotros mismos como ejemplos ideales... "¡No entiendo por qué hacen las cosas así, y no como yo las hago...!" ¡Deberían pensar todos como yo, para que estén en el camino correcto...!" "¡Este método que yo uso es fabuloso y jamás lo cambiaré porque me ha dado resultados excelentes. Deberían todos hacer lo mismo que yo...!" "¡La opinión correcta es la mía, no la que unos ignorantes como ustedes tienen...!" "Padre, vengo a confesarme, pero la verdad es que no tengo pecados..." ¡Casi que habría que encendernos una vela y montarnos en la peana principal del templo para que todos nos veneren...!
Eso, más que bien, nos hace un daño terrible. Nos hacemos inaguantables para los demás... Y, lo más importante, también para Dios. Él no nos dice lo que cualquiera diría, porque nos ama infinitamente y quiere y nos posibilita la conversión... Pero cualquiera diría: "Váyanse tú y tus ínfulas a la m...isma quinta paila"... Hay quien llega al extremo de decir, excusándose cobardemente: "¡Así soy yo, y el que no me quiera aceptar así, que no me acepte y listo!" Hacemos extorsión con eso... Y la verdad es que nadie, absolutamente nadie, está obligado a aceptarte como eres, si eso que eres no está bien, si hace daño, si no es bueno para la convivencia, si humilla a los demás... Lo malo, sea como sea, hay que cambiarlo. No estamos inexorablemente destinados a permanecer malos... Para algo está Dios junto a nosotros. Para auxiliarnos, para ayudarnos, para ilusionarnos, para animarnos a ser mejores cada vez, en función del bienestar de los demás...
Nuestra actitud debe ser enriquecedora. En primer lugar para nosotros mismos. Debemos deshacernos del yugo del voluntarismo, que nos "obliga" a aparentar perfección donde no la hay, escondiendo nuestros defectos a como dé lugar, creyéndonos mejores que los demás. En segundo lugar, para nuestra relación con Dios, tratando de colocar en Él toda nuestra confianza, implorándole su auxilio en nuestro empeño por ser mejores, pidiéndole que nos llene de su gracia, de su perdón y de su amor para poder avanzar en la santidad, sabiendo que sin Él todo será más complicado y que nuestro camino de perfección será adelantado únicamente cuando reconozcamos que todas nuestras debilidades se resuelven en sus infinitas fortalezas. Y en tercer lugar, para nuestra relación con los demás, sabiéndonos servidores de todos, reconociendo en ellos riquezas evidentes y poniéndonos a su disposición como hermanos para ejercer la solidaridad que nos exige nuestra fe...
Tengamos, entonces, la actitud del publicano... Delante de Dios no podemos sino ser humildes, reconociendo su grandeza y su amor, su poder y su misericordia. Sólo así, seremos dignos de estar con Él y de abrir ante Él nuestro corazón débil y lleno de fallas...
sábado, 26 de octubre de 2013
El supuesto "opio del pueblo"
El lenguaje de la Biblia es ambiguo. Y por serlo, se ha prestado siempre a malos entendidos. En los criterios contemporáneos, juzgamos el lenguaje bíblico de dualista, pues colocamos nuestras valoraciones actuales en el tiempo en que fueron escritos aquellos libros. Y esto es, por decir lo menos, injusto... Es en esa línea que los grandes movimientos contrarios a la Iglesia y, en general, al cristianismo, la han combatido, acusándola injustamente de invitar a los hombres a vivir "fuera de este mundo", supuestamente desentendiéndose de lo que sucede alrededor...
No se debe negar que en cierto modo, el lenguaje bíblico es sospechoso de pesimismo en referencia a la realidad que circunda a los hombres, pues tiende a calificar al mundo, al cuerpo, a la "carne", a lo material, de "malo", sin más... Pero, de nuevo lo digo, hay que saber "traducir" las expresiones y aplicar los criterios de aquella época y no trasladar sin contemplaciones nuestros criterios actuales a aquel tiempo. Cuando el autor bíblico se refiere a la realidad material calificándola de mala, hay que entender que se refiere a lo malo que hay en ella, no a ella en sí misma. Afirmar que el mundo es malo, sin más, sería algo como decir que el agua que bebemos de ese mundo es mala, que el aire que respiramos de ese mundo es malo, que el alimento que extraemos de ese mundo para nuestra subsistencia es malo... Y, claramente, eso es absurdo... Hablar de "un mundo malo" es hablar, sin duda, de "lo malo que hay en ese mundo". De otra manera, no se entendería que Cristo enviara a los apóstoles "al mundo entero" a anunciar el Evangelio. Lo que Cristo pretende es que el mensaje de la Buena Nueva haga brillar en ese mundo todo lo bueno que hay en él, y deseche todo lo malo... Así, el mundo llegará a ser algo totalmente bueno... Ese es el fin de la Redención.
En este sentido, es necesario aplicar los mismos criterios a lo que nos enseña San Pablo. En sus escritos hace siempre una especie de enfrentamiento entre la realidad corporal y la espiritual. Y se puede concluir, equivocadamente, que para Pablo todo lo que se refiera a lo corporal, a la carne, es malo, y que todo lo que se refiera a lo espiritual es bueno... Lo material habría que desecharlo y habría que quedarse sólo con lo espiritual... Pero es necesario entenderlo en su justa dimensión...
En efecto, lo espiritual es lo que eleva a la humanidad. Luego de crear al hombre, según el segundo relato del Génesis, en el cual Dios se convierte en un "alfarero" al modelar al hombre con un poco de arcilla, Él "insufló en sus narices el hálito de vida". Con ello, tomó a lo material, representado en la corporalidad del hombre, como templo suyo. Ya no es Dios sólo el Creador de todo, sino que es el "inquilino" de mayor dignidad de todo el universo, no quedándose fuera en pura contemplación, sino haciéndose un actor más, sin duda el más importante, de la historia del mundo. De ninguna manera, estando Dios en el mundo, puede ese mundo ser "malo". Dios mismo lo hace lo mejor al estar Él. Pero, además, es su misma constatación, según el autor bíblico, cuando afirma: "Y vio Dios todo lo que había creado, y era muy bueno". ¿Puede acaso haber cambiado Dios en su apreciación? Por supuesto que no. Es la obra del hombre la que ha incluido en esa "suprema bondad" del mundo lo malo. Pero eso malo que ha añadido el hombre al mundo, no cancela el sello de la excelencia que Dios le había impreso...
Esa bondad radical del mundo es el sustento del hombre. Su materialidad es, también radicalmente buena... Y es en ese mundo donde el hombre debe desarrollar toda su existencia, material y corporal. Aunque la realidad espiritual atañe sólo al hombre, en cuanto que fue él el único ser de la creación enriquecido por Dios con su propia vida, él es portador de esa realidad espiritual para todo lo creado. Por eso, Pablo también es capaz de llegar a afirmar que "toda la creación espera con añoranza la redención de Cristo"... Lo que enriquece al hombre, enriquece al mundo. Y de esta manera, entendemos que el supuesto "dualismo" existente en el lenguaje bíblico, es por el contrario, un lenguaje profundamente comprometedor con la realidad material, que es también susceptible de redención. Nuestra realidad espiritual, que es la participación que tenemos en la naturaleza divina, debe impregnarlo todo, debe dar "forma espiritual" a lo material, debe lograr que "Dios sea todo en todos", alcanzando así su verdadero zenit... No se trata, por tanto de un mirar sólo hacia el cielo sin contemplar la realidad actual, sino de suspirar por esa realidad futura con la plena conciencia de que llegaremos a ella sólo pisando firmemente en esta realidad actual, haciéndola un trampolín para saltar cada vez más alto hasta llegar a ese cielo en el que tendremos la plenitud...
Más aún, debemos afirmar que quien no abre sus brazos a lo horizontal y lo asume como tarea primordial, no ha entendido bien lo que necesita para poder elevar su mirada hacia Dios. La contemplación de la realidad espiritual en nuestra situación actual sólo será posible a través de los reflejos que Dios nos ha querido dejar aquí: Los hermanos, particularmente los más sencillos y humildes, los más débiles y desplazados, los más necesitados y pobres... Se trata de hacer de este mundo el verdadero Reino de Dios, en el cual se vivan los valores de la Verdad, de la Vida, de la Santidad, de la Gracia, de la Justicia, del Amor, de la Paz... De lo contrario, la realidad futura de felicidad eterna, jamás llegará a ser una realidad concreta. Y esto es profundamente comprometedor. De ninguna manera el mensaje cristiano es invitación a desentenderse del mundo, sino todo lo contrario, a inyectar en él lo que le falte de la riqueza espiritual, que es lo que lo llevará a su plenitud...
Quien acuse, entonces, a nuestra fe de "opio del pueblo" no sabe qué terreno está pisando. Y, en realidad, muchas veces son esos acusadores los que pretenden hacerla así. Cuando la Iglesia levanta su voz contra las injusticias, contra las mentiras, contra la deshonestidad, contra la exclusión, contra la siembra del odio..., la invitan a quedarse "en la sacristía", a callarse, a que "no se meta en política"... Son ellos los que pretenden que la Iglesia sea el opio del pueblo, anestesiando la conciencia con un supuesto Cristo desentendido del mundo, que no existe... Si existió sobre la tierra alguien que se opuso a lo malo del mundo -no al mundo- fue Jesús. Y sus discípulos no podemos ser menos que Él. "Un discípulo no puede ser menos que su Maestro"... Todo lo que atañe al mundo, nos atañe a nosotros. Todo lo que necesite de bueno el mundo, debemos sembrarlo nosotros. Todo lo malo que hay que echar del mundo, debemos echarlo nosotros. Somos cristianos. Y el cristiano entiende que Jesús lo envió al mundo a llevar su mensaje. "El Señor me ha enviado a anunciar la buena noticia a los pobres, a proclamar la liberación de los cautivos, a dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor..." No es una "bella novela" nuestra fe. Es la buena noticia del amor y de la justicia de Dios la que debemos anunciar, gritándola con nuestra propia vida. No hacerlo es no ser cristianos. Y quien pretenda impedirnos que lo hagamos, está muy equivocado. Nada ni nadie nos debe hacer callar ni impedir el anuncio del amor y la justicia divinos. Y jamas debemos hacerles caso. Que nadie venga a impedirnos lo que debemos hacer. Nuestro jefe es Jesús. No quien nos quiera impedir ser sus discípulos...
No se debe negar que en cierto modo, el lenguaje bíblico es sospechoso de pesimismo en referencia a la realidad que circunda a los hombres, pues tiende a calificar al mundo, al cuerpo, a la "carne", a lo material, de "malo", sin más... Pero, de nuevo lo digo, hay que saber "traducir" las expresiones y aplicar los criterios de aquella época y no trasladar sin contemplaciones nuestros criterios actuales a aquel tiempo. Cuando el autor bíblico se refiere a la realidad material calificándola de mala, hay que entender que se refiere a lo malo que hay en ella, no a ella en sí misma. Afirmar que el mundo es malo, sin más, sería algo como decir que el agua que bebemos de ese mundo es mala, que el aire que respiramos de ese mundo es malo, que el alimento que extraemos de ese mundo para nuestra subsistencia es malo... Y, claramente, eso es absurdo... Hablar de "un mundo malo" es hablar, sin duda, de "lo malo que hay en ese mundo". De otra manera, no se entendería que Cristo enviara a los apóstoles "al mundo entero" a anunciar el Evangelio. Lo que Cristo pretende es que el mensaje de la Buena Nueva haga brillar en ese mundo todo lo bueno que hay en él, y deseche todo lo malo... Así, el mundo llegará a ser algo totalmente bueno... Ese es el fin de la Redención.
En este sentido, es necesario aplicar los mismos criterios a lo que nos enseña San Pablo. En sus escritos hace siempre una especie de enfrentamiento entre la realidad corporal y la espiritual. Y se puede concluir, equivocadamente, que para Pablo todo lo que se refiera a lo corporal, a la carne, es malo, y que todo lo que se refiera a lo espiritual es bueno... Lo material habría que desecharlo y habría que quedarse sólo con lo espiritual... Pero es necesario entenderlo en su justa dimensión...
En efecto, lo espiritual es lo que eleva a la humanidad. Luego de crear al hombre, según el segundo relato del Génesis, en el cual Dios se convierte en un "alfarero" al modelar al hombre con un poco de arcilla, Él "insufló en sus narices el hálito de vida". Con ello, tomó a lo material, representado en la corporalidad del hombre, como templo suyo. Ya no es Dios sólo el Creador de todo, sino que es el "inquilino" de mayor dignidad de todo el universo, no quedándose fuera en pura contemplación, sino haciéndose un actor más, sin duda el más importante, de la historia del mundo. De ninguna manera, estando Dios en el mundo, puede ese mundo ser "malo". Dios mismo lo hace lo mejor al estar Él. Pero, además, es su misma constatación, según el autor bíblico, cuando afirma: "Y vio Dios todo lo que había creado, y era muy bueno". ¿Puede acaso haber cambiado Dios en su apreciación? Por supuesto que no. Es la obra del hombre la que ha incluido en esa "suprema bondad" del mundo lo malo. Pero eso malo que ha añadido el hombre al mundo, no cancela el sello de la excelencia que Dios le había impreso...
Esa bondad radical del mundo es el sustento del hombre. Su materialidad es, también radicalmente buena... Y es en ese mundo donde el hombre debe desarrollar toda su existencia, material y corporal. Aunque la realidad espiritual atañe sólo al hombre, en cuanto que fue él el único ser de la creación enriquecido por Dios con su propia vida, él es portador de esa realidad espiritual para todo lo creado. Por eso, Pablo también es capaz de llegar a afirmar que "toda la creación espera con añoranza la redención de Cristo"... Lo que enriquece al hombre, enriquece al mundo. Y de esta manera, entendemos que el supuesto "dualismo" existente en el lenguaje bíblico, es por el contrario, un lenguaje profundamente comprometedor con la realidad material, que es también susceptible de redención. Nuestra realidad espiritual, que es la participación que tenemos en la naturaleza divina, debe impregnarlo todo, debe dar "forma espiritual" a lo material, debe lograr que "Dios sea todo en todos", alcanzando así su verdadero zenit... No se trata, por tanto de un mirar sólo hacia el cielo sin contemplar la realidad actual, sino de suspirar por esa realidad futura con la plena conciencia de que llegaremos a ella sólo pisando firmemente en esta realidad actual, haciéndola un trampolín para saltar cada vez más alto hasta llegar a ese cielo en el que tendremos la plenitud...
Más aún, debemos afirmar que quien no abre sus brazos a lo horizontal y lo asume como tarea primordial, no ha entendido bien lo que necesita para poder elevar su mirada hacia Dios. La contemplación de la realidad espiritual en nuestra situación actual sólo será posible a través de los reflejos que Dios nos ha querido dejar aquí: Los hermanos, particularmente los más sencillos y humildes, los más débiles y desplazados, los más necesitados y pobres... Se trata de hacer de este mundo el verdadero Reino de Dios, en el cual se vivan los valores de la Verdad, de la Vida, de la Santidad, de la Gracia, de la Justicia, del Amor, de la Paz... De lo contrario, la realidad futura de felicidad eterna, jamás llegará a ser una realidad concreta. Y esto es profundamente comprometedor. De ninguna manera el mensaje cristiano es invitación a desentenderse del mundo, sino todo lo contrario, a inyectar en él lo que le falte de la riqueza espiritual, que es lo que lo llevará a su plenitud...
Quien acuse, entonces, a nuestra fe de "opio del pueblo" no sabe qué terreno está pisando. Y, en realidad, muchas veces son esos acusadores los que pretenden hacerla así. Cuando la Iglesia levanta su voz contra las injusticias, contra las mentiras, contra la deshonestidad, contra la exclusión, contra la siembra del odio..., la invitan a quedarse "en la sacristía", a callarse, a que "no se meta en política"... Son ellos los que pretenden que la Iglesia sea el opio del pueblo, anestesiando la conciencia con un supuesto Cristo desentendido del mundo, que no existe... Si existió sobre la tierra alguien que se opuso a lo malo del mundo -no al mundo- fue Jesús. Y sus discípulos no podemos ser menos que Él. "Un discípulo no puede ser menos que su Maestro"... Todo lo que atañe al mundo, nos atañe a nosotros. Todo lo que necesite de bueno el mundo, debemos sembrarlo nosotros. Todo lo malo que hay que echar del mundo, debemos echarlo nosotros. Somos cristianos. Y el cristiano entiende que Jesús lo envió al mundo a llevar su mensaje. "El Señor me ha enviado a anunciar la buena noticia a los pobres, a proclamar la liberación de los cautivos, a dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor..." No es una "bella novela" nuestra fe. Es la buena noticia del amor y de la justicia de Dios la que debemos anunciar, gritándola con nuestra propia vida. No hacerlo es no ser cristianos. Y quien pretenda impedirnos que lo hagamos, está muy equivocado. Nada ni nadie nos debe hacer callar ni impedir el anuncio del amor y la justicia divinos. Y jamas debemos hacerles caso. Que nadie venga a impedirnos lo que debemos hacer. Nuestro jefe es Jesús. No quien nos quiera impedir ser sus discípulos...
viernes, 25 de octubre de 2013
Saber leer los signos
Los hombres somos expertos en cosas futuras... En toda la historia ha habido "profetas" fabulosos, no de los que han sido escogidos por Dios para ser su voz en medio del mundo, sino de esas voces "laicas" que "ven" lo que el hombre podrá hacer en el futuro, sus conquistas, sus logros, las metas que alcanzará, en base a lo que ha ido logrando hasta este momento...
No hablo de los "engañadores de oficio", que lamentablemente han proliferado tanto, a los cuales cada vez, aparentemente, les estamos dando más cabida en nuestras vidas. Es lamentable cómo gente inteligente, razonadora, incluso creyente, llega a pensar que lo que dice un "vidente", un "brujo", un "hechicero", sea la absoluta verdad y lo cree a pie juntillas... Hay quien incluso nunca sale de su casa sin leer el horóscopo para saber qué es lo que le depara la suerte ese día...
Es una verdadera plaga en la que estamos cayendo, que, por otro lado, no es nueva, pues ha habido siempre quienes se han aprovechado de la necesidad sustancial del hombre de curiosear en el futuro, de saber qué le sucederá por anticipado, en una especie de intento de "dominar" ese futuro que vivirá... Y llegan a hacer cosas realmente absurdas y sin sentido, con tal de hacerse a la idea de que lo han controlado... Confían en un vestido o en una ropa interior de un color, en el poder de una cosa tan inanimada como una piedra específica, en aromas concretos, en abrir puertas y ventanas para hacer entrar "energías" mágicas y milagrosas, en la posición de los planetas y los astros... Es impresionante cómo se burlan de la ingenuidad de los hombres. Y con ello, tienen un negocio redondo, pues para acceder a ese "dominio del futuro" cobran a los incautos sumas estrambóticas con los cuales engordan sus bolsillos generosamente... ¿Se necesita acaso de "poderes especiales" para predecir que Venezuela vivirá momentos profundos de crisis, incluso con acciones puntuales de violencia? ¡En absoluto! Simplemente es a lo que nos están conduciendo... He leído que los babalaos santeros cobran cifras de varios millones para "hacerle el santo" al incauto. Y en ese "proceso" se dan cosas tan absurdas como en las que el policía "se hace el santo" para poder hacer bien su trabajo y agarrar a los delincuentes, y a la vez, el delincuente "se hace el santo" para que el policía no lo agarre... ¿A quién le va a hacer caso "el santo"? ¡Debe vivir en una terrible confusión!
Sin embargo, aunque es un tema en el que se puede opinar abundantemente, quiero centrarme en aquellos que, seriamente, en base a los signos que se van dando, son capaces de otear en el futuro de la vida del hombre responsablemente. Puede ser basando su apreciación en alguna consideración fantástica o fabulosa, y construyendo una historia de fábula, pero razonablemente sustentada. Es el caso, por ejemplo, de Julio Verne, el gran escritor, que observando los avances que hacía el hombre, fue capaz de vaticinar en el futuro acontecimientos que luego, efectivamente, se han verificado. Como él, han sido muchos los que han predicho el futuro con bastante aproximación...
Los hombres somos capaces de eso... Jesús nos dice en el Evangelio que cuando vemos subir una nube por el poniente, somos capaces de adelantar que tendremos un chaparrón... O que cuando sopla el viento del sur, somos capaces de predecir que va a hacer bochorno... Podemos discernir algunas cosas que sucederán por los signos que vamos viendo... Hoy se puede predecir, sin temor a equivocaciones, avances insospechados en todo lo que se refiere a las comunicaciones. Los pasos que ya se han dado eran impensables hace apenas 10 o 15 años, con lo cual podemos esperar sucesos sorprendentes en el futuro inmediato. Cosas que nos maravillarán y nos acercarán más a todos los hombres. Seremos, en verdad, la gran aldea del mundo global...
Tristemente, esta tremenda capacidad que tenemos, la dejamos sólo en las consideraciones de nuestra horizontalidad, y no la hacemos elevar hacia nuestra otra parte esencial, que es la dimensión vertical, la espiritual, la trascendente... En ella, podríamos decir, estamos en el avance mayor, pues el paso más grande ya lo ha dado Dios al acercarse a nosotros. No debemos otear en el horizonte lo que vendrá, pues ya ha sido anunciado... Pero sí debemos ver en el camino que llevamos qué estamos haciendo para disfrutar de ese futuro de plenitud que se nos anuncia y que se nos ha regalado anticipadamente. Es decir, estamos en el "ya pero todavía no" que nos ha descrito tan acertadamente San Pablo... Ya estamos salvados, redimidos, pues la obra de rescate la ha realizado perfectamente Jesús, pero todavía no, por cuanto cada uno debe acercarse fielmente a ese Dios amoroso para que Él ponga en nuestras manos esa plenitud que nos ha regalado... Y es allí donde tenemos que ser capaces de otear en nuestra vida lo que estamos haciendo en función de recibir ese don... Y he allí la llamada de atención que nos hace Jesús... Si somos capaces de predecir el futuro de la humanidad por los signos maravillosos que realiza en el campo tecnológico, y si somos capaces de predecir el tiempo que viviremos por las condiciones atmosféricas que vivimos..., ¿cómo es posible que esa misma capacidad no la utilicemos también en el campo espiritual? Al ver los avances tecnológicos, nos preparamos para no vivir en la continua sorpresa... Al predecir el clima, tomamos previsiones para no ser sorprendidos por el calor o por la lluvia... Lo mismo debería suceder con nuestra ruta hacia la plenitud. Si nos damos cuenta que estamos equivocando el camino, que esa dirección que llevamos no nos lleva hacia ella, si percibimos que estamos alejándonos de la meta, ¿cómo ser tan irresponsables y no corregir la ruta?
No basta que los hombres hayamos adelantado tanto en lo material. No basta que seamos expertos vaticinadores del futuro... No terminamos allí, aunque sea realmente maravilloso que hayamos llegado a ese punto. Estamos llamados a más, a algo absolutamente superior, a lo trascendente. Aunque aquello sea claro signo de nuestra superioridad, lo que realmente apunta a nuestra plenitud es lo espiritual... Seamos capaces de ver los signos que nos descubran qué estamos haciendo, hacia dónde estamos avanzando en lo que nos da la plenitud. No sea que, habiendo avanzado tanto en lo horizontal, en lo espiritual seamos unos enanos y nos hayamos quedado trágicamente en pañales... No es justo con nosotros mismos ni con los demás... Esa plenitud es nuestra meta. "Ya" la tenemos, "pero todavía no", por cuanto debemos forjarla en el día a día, viviendo nuestra fe con la máxima intensidad, haciendo las cosas que nos colocan más adelante en el camino hacia la meta, haciéndonos conscientes de que lo haremos sólo en la medida en que sirvamos a los hermanos con amor y sencillez, ya que ese camino jamás lo haremos individualmente pues se adelanta en él únicamente cuando vamos "en autobús", no "en taxi"... Percibamos, por tanto, los signos que nos da lo que vamos viviendo para no ser "sorprendidos" desagradablemente en el camino hacia nuestro futuro de plenitud al que deberíamos llegar..
No hablo de los "engañadores de oficio", que lamentablemente han proliferado tanto, a los cuales cada vez, aparentemente, les estamos dando más cabida en nuestras vidas. Es lamentable cómo gente inteligente, razonadora, incluso creyente, llega a pensar que lo que dice un "vidente", un "brujo", un "hechicero", sea la absoluta verdad y lo cree a pie juntillas... Hay quien incluso nunca sale de su casa sin leer el horóscopo para saber qué es lo que le depara la suerte ese día...
Es una verdadera plaga en la que estamos cayendo, que, por otro lado, no es nueva, pues ha habido siempre quienes se han aprovechado de la necesidad sustancial del hombre de curiosear en el futuro, de saber qué le sucederá por anticipado, en una especie de intento de "dominar" ese futuro que vivirá... Y llegan a hacer cosas realmente absurdas y sin sentido, con tal de hacerse a la idea de que lo han controlado... Confían en un vestido o en una ropa interior de un color, en el poder de una cosa tan inanimada como una piedra específica, en aromas concretos, en abrir puertas y ventanas para hacer entrar "energías" mágicas y milagrosas, en la posición de los planetas y los astros... Es impresionante cómo se burlan de la ingenuidad de los hombres. Y con ello, tienen un negocio redondo, pues para acceder a ese "dominio del futuro" cobran a los incautos sumas estrambóticas con los cuales engordan sus bolsillos generosamente... ¿Se necesita acaso de "poderes especiales" para predecir que Venezuela vivirá momentos profundos de crisis, incluso con acciones puntuales de violencia? ¡En absoluto! Simplemente es a lo que nos están conduciendo... He leído que los babalaos santeros cobran cifras de varios millones para "hacerle el santo" al incauto. Y en ese "proceso" se dan cosas tan absurdas como en las que el policía "se hace el santo" para poder hacer bien su trabajo y agarrar a los delincuentes, y a la vez, el delincuente "se hace el santo" para que el policía no lo agarre... ¿A quién le va a hacer caso "el santo"? ¡Debe vivir en una terrible confusión!
Sin embargo, aunque es un tema en el que se puede opinar abundantemente, quiero centrarme en aquellos que, seriamente, en base a los signos que se van dando, son capaces de otear en el futuro de la vida del hombre responsablemente. Puede ser basando su apreciación en alguna consideración fantástica o fabulosa, y construyendo una historia de fábula, pero razonablemente sustentada. Es el caso, por ejemplo, de Julio Verne, el gran escritor, que observando los avances que hacía el hombre, fue capaz de vaticinar en el futuro acontecimientos que luego, efectivamente, se han verificado. Como él, han sido muchos los que han predicho el futuro con bastante aproximación...
Los hombres somos capaces de eso... Jesús nos dice en el Evangelio que cuando vemos subir una nube por el poniente, somos capaces de adelantar que tendremos un chaparrón... O que cuando sopla el viento del sur, somos capaces de predecir que va a hacer bochorno... Podemos discernir algunas cosas que sucederán por los signos que vamos viendo... Hoy se puede predecir, sin temor a equivocaciones, avances insospechados en todo lo que se refiere a las comunicaciones. Los pasos que ya se han dado eran impensables hace apenas 10 o 15 años, con lo cual podemos esperar sucesos sorprendentes en el futuro inmediato. Cosas que nos maravillarán y nos acercarán más a todos los hombres. Seremos, en verdad, la gran aldea del mundo global...
Tristemente, esta tremenda capacidad que tenemos, la dejamos sólo en las consideraciones de nuestra horizontalidad, y no la hacemos elevar hacia nuestra otra parte esencial, que es la dimensión vertical, la espiritual, la trascendente... En ella, podríamos decir, estamos en el avance mayor, pues el paso más grande ya lo ha dado Dios al acercarse a nosotros. No debemos otear en el horizonte lo que vendrá, pues ya ha sido anunciado... Pero sí debemos ver en el camino que llevamos qué estamos haciendo para disfrutar de ese futuro de plenitud que se nos anuncia y que se nos ha regalado anticipadamente. Es decir, estamos en el "ya pero todavía no" que nos ha descrito tan acertadamente San Pablo... Ya estamos salvados, redimidos, pues la obra de rescate la ha realizado perfectamente Jesús, pero todavía no, por cuanto cada uno debe acercarse fielmente a ese Dios amoroso para que Él ponga en nuestras manos esa plenitud que nos ha regalado... Y es allí donde tenemos que ser capaces de otear en nuestra vida lo que estamos haciendo en función de recibir ese don... Y he allí la llamada de atención que nos hace Jesús... Si somos capaces de predecir el futuro de la humanidad por los signos maravillosos que realiza en el campo tecnológico, y si somos capaces de predecir el tiempo que viviremos por las condiciones atmosféricas que vivimos..., ¿cómo es posible que esa misma capacidad no la utilicemos también en el campo espiritual? Al ver los avances tecnológicos, nos preparamos para no vivir en la continua sorpresa... Al predecir el clima, tomamos previsiones para no ser sorprendidos por el calor o por la lluvia... Lo mismo debería suceder con nuestra ruta hacia la plenitud. Si nos damos cuenta que estamos equivocando el camino, que esa dirección que llevamos no nos lleva hacia ella, si percibimos que estamos alejándonos de la meta, ¿cómo ser tan irresponsables y no corregir la ruta?
No basta que los hombres hayamos adelantado tanto en lo material. No basta que seamos expertos vaticinadores del futuro... No terminamos allí, aunque sea realmente maravilloso que hayamos llegado a ese punto. Estamos llamados a más, a algo absolutamente superior, a lo trascendente. Aunque aquello sea claro signo de nuestra superioridad, lo que realmente apunta a nuestra plenitud es lo espiritual... Seamos capaces de ver los signos que nos descubran qué estamos haciendo, hacia dónde estamos avanzando en lo que nos da la plenitud. No sea que, habiendo avanzado tanto en lo horizontal, en lo espiritual seamos unos enanos y nos hayamos quedado trágicamente en pañales... No es justo con nosotros mismos ni con los demás... Esa plenitud es nuestra meta. "Ya" la tenemos, "pero todavía no", por cuanto debemos forjarla en el día a día, viviendo nuestra fe con la máxima intensidad, haciendo las cosas que nos colocan más adelante en el camino hacia la meta, haciéndonos conscientes de que lo haremos sólo en la medida en que sirvamos a los hermanos con amor y sencillez, ya que ese camino jamás lo haremos individualmente pues se adelanta en él únicamente cuando vamos "en autobús", no "en taxi"... Percibamos, por tanto, los signos que nos da lo que vamos viviendo para no ser "sorprendidos" desagradablemente en el camino hacia nuestro futuro de plenitud al que deberíamos llegar..
jueves, 24 de octubre de 2013
Quiero guerra...
Existen evangelios "incómodos"... Son sorprendentes, pues uno esperaría algo distinto, sobre todo cuando uno se ha hecho a la idea de un mensaje que al parecer tendría una sola vía de comprensión, en el que no debe haber matices, en el que o se es blanco o se es negro... Cuando Jesús habla de guerra, de división, lo ha hecho, hasta ahora en el sentido de evitarlas al máximo... Cuando se anuncia la venida del Redentor, la de ese personaje celestial y divino que viene a rescatar a la humanidad de su pecado, se anuncia la venida del "Príncipe de la Paz". Cuando ya el Niño-Dios ha nacido, Zacarías en su canto de alegría, dice textualmente: "Nos visitará el sol que nace de lo alto... para dirigir nuestros pasos por el camino de la Paz". Todo, alrededor de este personaje que es anunciado y que llega, gira en torno a una sensación de armonía, de concordia, de paz... Más aún, al final de los días terrenos de Jesús, su saludo proverbial es "La Paz sea con ustedes", con lo cual se debe entender que la Paz es el legado más importante que deja el Resucitado a los hombres. Una paz que abarca todos los momentos de la vida, que abarca lo interior y lo exterior... Pero, en el Evangelio también nos sorprende Jesús cuando nos dice todo lo contrario: "¿Piensan que he venido a traer al mundo paz? No, sino división". ¿Con qué debernos quedarnos, entonces? ¿Qué quiere Jesús para nosotros? ¿La paz o la guerra?
Ante esta dualidad, es necesario tratar de comprender entonces lo que está en la mente y en el corazón de Jesús. No puede, es imposible que así sea, que Jesús quiere que vivamos en la confusión. ¿Es posible que Jesús quiera paz y guerra a la vez? ¿Es posible que quiera solo guerra, que es una de las experiencias más terribles que cualquiera pueda vivir? La guerra, sin duda, es la peor experiencia que ha vivido la humanidad en toda su historia. Es terrible pensar en la tragedia que han vivido pueblos y naciones enteras, al entrar en guerra contra fuerzas contrarias. Las consecuencias son nefastas, no sólo físicamente, sino también por la marca profunda y dolorosa que dejan en el espíritu humano...
Veamos... Jesús dice que viene a traer al mundo la división. Eso significa rotura, enfrentamiento, exclusión. En cierto modo, estas actitudes son frutos del haber dado la espalda a Dios en el origen. Adán y Eva tuvieron una triple rotura al querer hacerse como Dios, al dar rienda suelta a la soberbia... Rompieron con Dios, al esconderse de Él en el Edén. Rompieron consigo mismos al sentir vergüenza de estar desnudos. Y rompieron entre ellos, es decir, con el otro que está al lado, cuando empezaron a echarse las culpas mutuamente de la desobediencia cometida. Antes del pecado, para Adán, Eva era "carne de mi carne, hueso de mis huesos". Después del pecado, pasó a ser "esa que me diste por compañera". Luego, Caín llegó al extremo de alzar su mano contra Abel, su propio hermano, asesinándolo y desentendiéndose totalmente de él: "¿Qué tengo yo que ver con mi hermano?" Esta no era la voluntad de Dios. Dios creó al hombre para que viviera más bien un una triple armonía, con Él, consigo mismo y con los demás... No en la triple rotura que había producido el pecado. Con ello, se inició "la guerra" de los hombres. Jesús ha venido a restablecer esa armonía que se había roto... Tenemos que pensar que en Jesús hay una motivación diversa a la del pecado, pues no es Él jamás presa de sus consecuencias...
"El mundo" en lenguaje bíblico, típicamente pesimista en lo que se refiere a lo material, significa, y hay que entenderlo siempre así, "lo malo que hay en el mundo". Esta es la correcta comprensión de la expresión "mundo" en la Biblia. Cuando Jesús habla de "traer la división al mundo", es más bien una invitación a vivir enfrentados a las fuerzas de ese mal que hay en el mundo... Y en ese sentido, es la invitación a vivir interiormente la solidez de su acción salvadora, pacificadora, armonizadora, en medio de la tragedia que ha logrado el pecado del hombre... Para llevar esa "guerra" contra lo malo del mundo, es absolutamente imprescindible hacerlo desde una actitud de paz interior sólida, estable, firme... Quien quiera hacer la guerra a lo malo, debe vivir el bien en manera heroica, al extremo de que si en esa "guerra" los "enemigos" llegaran a ser incluso hasta los familiares más cercanos, a ellos habría que enfrentarlos también con la mayor decisión...
Podríamos pensar, entonces, que hay como dos niveles de comprensión en esta idea... La primera, la de la necesidad de vivir interiormente la paz que da Jesús, la que da la obra de Redención que Él ha realizado en favor de los hombres. No existe, mayor paz, sin duda, que la que vive quien tiene la convicción profunda de ser amado por Dios, de haber sido salvados por ese amor, de tener ya franco el camino para llegar a la eternidad feliz junto a ese Dios que ama infinitamente... Y esa paz, por ser fundada en la base más sólida que existe, que es el amor, no será jamás puesta en entredicho. Nada la puede hacer tambalear. Podríamos fijarnos, en este sentido, en el testimonio de las primeras comunidades cristianas, que vivían en esta convicción sólida y la mantenían firmemente, en medio de persecuciones, de sufrimientos y de muerte... Nada pudo llegar a destruirla... Por eso leemos en los Hechos de los Apóstoles sobre la paz y la armonía en la que vivían aquellos primeros cristianos, a la vez que nos relatan las persecuciones a las que eran sometidos...
Y el segundo nivel de comprensión es el que se debe vivir hacia fuera... La paz interior que se vive exige tener la disposición de enfrentar a ese "mundo" que con su maldad pretenderá destruirla. Y esa es la guerra que proclama Jesús, no para destruir esa paz interior, sino para defenderla, para darle el lugar que le corresponde, para querer hacer a todos partícipes de ella... Es una guerra que tiene como objeto la instauración de la paz espiritual que da la Redención, en la que todos reciban ese legado que deja Jesús al resucitar: "La Paz sea con ustedes"...
No existe, entonces, confusión en lo que nos dice Jesús. No hay contradicción alguna, pues se trata de una única paz que quiere ser establecida en el mundo mediante una "guerra", para la cual se deberá estar bien dispuesto, viviendo cada vez más sólidamente en el interior la paz de Cristo, para buscar con el mejor esfuerzo que todos la vivan... Es "la guerra de la Paz de Cristo", en la que no se usará la violencia jamás, sino que se buscará con las armas de la Paz el establecimiento de ese Reino de Dios en medio del mundo...
La pregunta que se nos pone a todos es: ¿Vivimos esa Paz de Cristo? ¿Estamos sólidamente fundados en la armonía que quiere Jesús para nosotros? ¿O por el contrario, estamos en guerra con nosotros mismos, aun añorando algo que ya Cristo logró para todos? De lo que se trata es de, en primer lugar, adquirir esa solidez interior mediante la convicción de la vivencia que nos da el amor. Y, en segundo lugar, hacerse cada vez más sólidos en ella al darla a los demás. Se vive más paz, cuando se da paz a los otros... Y esa es la "guerra" de Jesús... Ojalá seamos buenos soldados en ella...
Ante esta dualidad, es necesario tratar de comprender entonces lo que está en la mente y en el corazón de Jesús. No puede, es imposible que así sea, que Jesús quiere que vivamos en la confusión. ¿Es posible que Jesús quiera paz y guerra a la vez? ¿Es posible que quiera solo guerra, que es una de las experiencias más terribles que cualquiera pueda vivir? La guerra, sin duda, es la peor experiencia que ha vivido la humanidad en toda su historia. Es terrible pensar en la tragedia que han vivido pueblos y naciones enteras, al entrar en guerra contra fuerzas contrarias. Las consecuencias son nefastas, no sólo físicamente, sino también por la marca profunda y dolorosa que dejan en el espíritu humano...
Veamos... Jesús dice que viene a traer al mundo la división. Eso significa rotura, enfrentamiento, exclusión. En cierto modo, estas actitudes son frutos del haber dado la espalda a Dios en el origen. Adán y Eva tuvieron una triple rotura al querer hacerse como Dios, al dar rienda suelta a la soberbia... Rompieron con Dios, al esconderse de Él en el Edén. Rompieron consigo mismos al sentir vergüenza de estar desnudos. Y rompieron entre ellos, es decir, con el otro que está al lado, cuando empezaron a echarse las culpas mutuamente de la desobediencia cometida. Antes del pecado, para Adán, Eva era "carne de mi carne, hueso de mis huesos". Después del pecado, pasó a ser "esa que me diste por compañera". Luego, Caín llegó al extremo de alzar su mano contra Abel, su propio hermano, asesinándolo y desentendiéndose totalmente de él: "¿Qué tengo yo que ver con mi hermano?" Esta no era la voluntad de Dios. Dios creó al hombre para que viviera más bien un una triple armonía, con Él, consigo mismo y con los demás... No en la triple rotura que había producido el pecado. Con ello, se inició "la guerra" de los hombres. Jesús ha venido a restablecer esa armonía que se había roto... Tenemos que pensar que en Jesús hay una motivación diversa a la del pecado, pues no es Él jamás presa de sus consecuencias...
"El mundo" en lenguaje bíblico, típicamente pesimista en lo que se refiere a lo material, significa, y hay que entenderlo siempre así, "lo malo que hay en el mundo". Esta es la correcta comprensión de la expresión "mundo" en la Biblia. Cuando Jesús habla de "traer la división al mundo", es más bien una invitación a vivir enfrentados a las fuerzas de ese mal que hay en el mundo... Y en ese sentido, es la invitación a vivir interiormente la solidez de su acción salvadora, pacificadora, armonizadora, en medio de la tragedia que ha logrado el pecado del hombre... Para llevar esa "guerra" contra lo malo del mundo, es absolutamente imprescindible hacerlo desde una actitud de paz interior sólida, estable, firme... Quien quiera hacer la guerra a lo malo, debe vivir el bien en manera heroica, al extremo de que si en esa "guerra" los "enemigos" llegaran a ser incluso hasta los familiares más cercanos, a ellos habría que enfrentarlos también con la mayor decisión...
Podríamos pensar, entonces, que hay como dos niveles de comprensión en esta idea... La primera, la de la necesidad de vivir interiormente la paz que da Jesús, la que da la obra de Redención que Él ha realizado en favor de los hombres. No existe, mayor paz, sin duda, que la que vive quien tiene la convicción profunda de ser amado por Dios, de haber sido salvados por ese amor, de tener ya franco el camino para llegar a la eternidad feliz junto a ese Dios que ama infinitamente... Y esa paz, por ser fundada en la base más sólida que existe, que es el amor, no será jamás puesta en entredicho. Nada la puede hacer tambalear. Podríamos fijarnos, en este sentido, en el testimonio de las primeras comunidades cristianas, que vivían en esta convicción sólida y la mantenían firmemente, en medio de persecuciones, de sufrimientos y de muerte... Nada pudo llegar a destruirla... Por eso leemos en los Hechos de los Apóstoles sobre la paz y la armonía en la que vivían aquellos primeros cristianos, a la vez que nos relatan las persecuciones a las que eran sometidos...
Y el segundo nivel de comprensión es el que se debe vivir hacia fuera... La paz interior que se vive exige tener la disposición de enfrentar a ese "mundo" que con su maldad pretenderá destruirla. Y esa es la guerra que proclama Jesús, no para destruir esa paz interior, sino para defenderla, para darle el lugar que le corresponde, para querer hacer a todos partícipes de ella... Es una guerra que tiene como objeto la instauración de la paz espiritual que da la Redención, en la que todos reciban ese legado que deja Jesús al resucitar: "La Paz sea con ustedes"...
No existe, entonces, confusión en lo que nos dice Jesús. No hay contradicción alguna, pues se trata de una única paz que quiere ser establecida en el mundo mediante una "guerra", para la cual se deberá estar bien dispuesto, viviendo cada vez más sólidamente en el interior la paz de Cristo, para buscar con el mejor esfuerzo que todos la vivan... Es "la guerra de la Paz de Cristo", en la que no se usará la violencia jamás, sino que se buscará con las armas de la Paz el establecimiento de ese Reino de Dios en medio del mundo...
La pregunta que se nos pone a todos es: ¿Vivimos esa Paz de Cristo? ¿Estamos sólidamente fundados en la armonía que quiere Jesús para nosotros? ¿O por el contrario, estamos en guerra con nosotros mismos, aun añorando algo que ya Cristo logró para todos? De lo que se trata es de, en primer lugar, adquirir esa solidez interior mediante la convicción de la vivencia que nos da el amor. Y, en segundo lugar, hacerse cada vez más sólidos en ella al darla a los demás. Se vive más paz, cuando se da paz a los otros... Y esa es la "guerra" de Jesús... Ojalá seamos buenos soldados en ella...
miércoles, 23 de octubre de 2013
Libres en el amor
La transformación de San Pablo es una de las cosas más llamativas de las historias del Nuevo Testamento. Según él mismo nos lo dice, su formación religiosa fue en el más estricto fariseísmo, la secta de los "legalistas" judíos... "Yo soy fariseo, hijo de fariseo", "en cuanto a la ley, soy fariseo", decía en sus discursos cuando se enfrentaba a los judíos más recalcitrantes. Con ello, quería poner en evidencia la superioridad del amor, de la gracia, de la fe, sobre el simple cumplimiento de la ley... Para él estaba más que claro que la obra de Jesucristo fue una obra de liberación plena, principalmente de la obligación del cumplimiento de formalismos que no implicaban el corazón del hombre, con el fin de "aparentar" una bondad que en realidad no estaba en el corazón...
El encuentro de Pablo en el camino de Damasco con Jesús, un encuentro que más que físico fue intuitivo, en cuanto que no se dio a través de los sentidos materiales que nos ponen en contacto con el mundo exterior, fue un encuentro íntimo, profundo, de corazón. Seguramente, más que una voz que escuchó fue una intuición que Jesús colocó en su corazón para que lo sintiera. En ese momento se dio el encuentro de dos corazones que se hablaron con el lenguaje intuitivo del amor. En ese encuentro, Pablo percibió la identificación de la Iglesia y de cada uno de los que la conformaban, con Cristo. ¡Cristo ES cada perseguido por Pablo! "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Esa intuición de Pablo fue totalmente esclarecedora para él, pues le abrió una perspectiva distinta bajo la cual debía comprender la obra que realizó Aquél al que quería borrar del mapa...
La obra que Jesús vino a realizar, quedó claro para Pablo, no fue una simple rebelión contra el judaísmo o contra el poder romano. Nada tenía que ver con un levantamiento ante ataduras políticas o religiosas. Tenía que ver, sí, con liberación, con emancipación, con elevación del hombre de su postración por el pecado. Tuvo una consecuencia importante en contra del legalismo absurdo en el que se afincaba la exigencia farisea, y eso lo entendieron como levantamiento ante lo religioso, que fue lo que motivó la persecución de Pablo y de los más "celosos" de entre los fariseos. Pero aquel encuentro de Pablo con Jesús le llenó de luz la mente y el corazón y se hizo claro para él el sentido de la obra realizada por el Salvador...
Jesús ha venido "a dar la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos, a anunciar la Buena Nueva de la salvación y el año de gracia del Señor, a proclamar la llegada del Reino de Dios". Es un cambio de perspectiva total al de la simple rebelión. Es la búsqueda de la libertad plena, absoluta, insuperable, que da el estar en Dios, en vivir en su amor, en dejarse conducir por su voluntad amorosa. No es quedarse en la simple exterioridad de la apariencia de bondad, sino en la búsqueda sincera de serlo de verdad, de vivirlo en medio de la realidad diaria, de anunciar esa novedad de vida delante de todos con lo que se hace cotidianamente.
Por eso, al quedar claro para Pablo que lo esencial está dentro y no fuera, que no es el recubrimiento que se coloca lo importante sino lo verdaderamente bello que sea el interior de la persona, que haya una experiencia real de libertad en la vivencia más persuadida de la gracia de Dios y de su amor, se convirtió sin dudarlo un instante, en el más sólido proclamador de la libertad que da Dios. Su doctrina es tremendamente revolucionaria, por cuanto coloca intrínsecamente unidas las realidades de la ley y del pecado. Quien peca es el que está sometido a la ley, pues la ley está continuamente acusando y poniendo en evidencia. ¡Totalmente distinto a los razonamientos que lo motivaban antes, cuando era un recalcitrante legalista fariseo! ¡Con ello quedaba él mismo desencajado y desencajaba a todo el que creía que por cumplir fiel y escrupulosamente la ley se estaba salvando! ¡Hoy mismo muchísimos piensan así! ¡Y Pablo les quita su fundamento endeble!
Y no es que Pablo invite a la anarquía. Muy lejos de él tal pretensión. Porque Pablo, en el lugar que ocupa la ley, coloca al amor. Coloca la voluntad de Dios, su Gracia, su vida. Y no hay cosa más ordenadora que el amor. No existe sobre el mundo fuerza que ponga más orden que la fuerza del amor. Quien está lleno del amor y lo vive con la mayor intensidad jamás promoverá ni vivirá el desorden, el mal, el odio... Lo entendió muy bien San Agustín cuando dijo: "Ama... ¡Y haz lo que quieras!" Es la lógica contundente del amor. Quien ama es el hombre más libre: Ama a Dios y se encamina hacia Él. Todo lo pone en función de vivir en el amor, y eso significa inmediatamente, vivir en Dios. Jamás se aparta de Él. Quien ama, vive el amor al hermano. Jamás se dejará vencer por odios y rencores, por suspicacias y exclusiones, pues esas son obras contrarias al amor. Y entiende que esas obras le roban la libertad y lo colocan en la más terrible de las situaciones: La de la esclavitud... Quien ama de verdad jamás será esclavo. Vivirá en la más plena libertad. Por eso, el hermosísimo Himno a la Caridad de Pablo no es sino la proclama más bella que se puede hacer de la Libertad: El amor es paciente, bondadoso, sin envidia, sin orgullo, sin jactancia, no es grosero, no es egoísta, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra con la injusticia sino con la verdad... El amor es servicial, perdona siempre, aguanta siempre, cree siempre, espera siempre... ¡Es realmente liberador amar, pues se libera uno de las cosas que lo amargan, y lo llenan de los mismos sentimientos de Dios, que es el culmen y el prototipo de la libertad!
La ley, para un fariseo como Pablo, quedó resumida en una sola cosa: En el amor... ¡Que un fariseo llegue a esa conclusión es una verdadera conversión, cuando los fariseos habían llegado al extremo de hacer una lista de miles de "mandamientos" de Dios que había que cumplir "para ser bueno"...! Lo dijo él mismo claramente: "Amar es cumplir la ley entera". Para el que ama, no importan las leyes, pues sea cual sea la ley, si es justa y busca el bien, ya está incluida en el amor. Y el que ama jamás irá contra el bien y la justicia. Jesús mismo resumió la ley en el amor a Dios y al prójimo...
¿Qué más decir? Sólo recordar lo que nos dice Pablo: "Ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia". La obra de Cristo es obra de liberación, para romper nuestras cadenas y hacernos levantar vuelo. Es obra para que no nos quedemos simplemente en el cumplimiento de unos cuantos preceptos. El amor es más comprometedor, pues implica el corazón, la mente, todo el ser. Pero es lo más compensador, pues en el dejarnos llevar por el amor está nuestra esencia. Esa es nuestra plenitud. Cuando no estamos en el amor, no somos lo que debemos ser. Hemos sido creados por el amor, en el amor, para el amor. Fuera de él, somos nada...
El encuentro de Pablo en el camino de Damasco con Jesús, un encuentro que más que físico fue intuitivo, en cuanto que no se dio a través de los sentidos materiales que nos ponen en contacto con el mundo exterior, fue un encuentro íntimo, profundo, de corazón. Seguramente, más que una voz que escuchó fue una intuición que Jesús colocó en su corazón para que lo sintiera. En ese momento se dio el encuentro de dos corazones que se hablaron con el lenguaje intuitivo del amor. En ese encuentro, Pablo percibió la identificación de la Iglesia y de cada uno de los que la conformaban, con Cristo. ¡Cristo ES cada perseguido por Pablo! "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Esa intuición de Pablo fue totalmente esclarecedora para él, pues le abrió una perspectiva distinta bajo la cual debía comprender la obra que realizó Aquél al que quería borrar del mapa...
La obra que Jesús vino a realizar, quedó claro para Pablo, no fue una simple rebelión contra el judaísmo o contra el poder romano. Nada tenía que ver con un levantamiento ante ataduras políticas o religiosas. Tenía que ver, sí, con liberación, con emancipación, con elevación del hombre de su postración por el pecado. Tuvo una consecuencia importante en contra del legalismo absurdo en el que se afincaba la exigencia farisea, y eso lo entendieron como levantamiento ante lo religioso, que fue lo que motivó la persecución de Pablo y de los más "celosos" de entre los fariseos. Pero aquel encuentro de Pablo con Jesús le llenó de luz la mente y el corazón y se hizo claro para él el sentido de la obra realizada por el Salvador...
Jesús ha venido "a dar la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos, a anunciar la Buena Nueva de la salvación y el año de gracia del Señor, a proclamar la llegada del Reino de Dios". Es un cambio de perspectiva total al de la simple rebelión. Es la búsqueda de la libertad plena, absoluta, insuperable, que da el estar en Dios, en vivir en su amor, en dejarse conducir por su voluntad amorosa. No es quedarse en la simple exterioridad de la apariencia de bondad, sino en la búsqueda sincera de serlo de verdad, de vivirlo en medio de la realidad diaria, de anunciar esa novedad de vida delante de todos con lo que se hace cotidianamente.
Por eso, al quedar claro para Pablo que lo esencial está dentro y no fuera, que no es el recubrimiento que se coloca lo importante sino lo verdaderamente bello que sea el interior de la persona, que haya una experiencia real de libertad en la vivencia más persuadida de la gracia de Dios y de su amor, se convirtió sin dudarlo un instante, en el más sólido proclamador de la libertad que da Dios. Su doctrina es tremendamente revolucionaria, por cuanto coloca intrínsecamente unidas las realidades de la ley y del pecado. Quien peca es el que está sometido a la ley, pues la ley está continuamente acusando y poniendo en evidencia. ¡Totalmente distinto a los razonamientos que lo motivaban antes, cuando era un recalcitrante legalista fariseo! ¡Con ello quedaba él mismo desencajado y desencajaba a todo el que creía que por cumplir fiel y escrupulosamente la ley se estaba salvando! ¡Hoy mismo muchísimos piensan así! ¡Y Pablo les quita su fundamento endeble!
Y no es que Pablo invite a la anarquía. Muy lejos de él tal pretensión. Porque Pablo, en el lugar que ocupa la ley, coloca al amor. Coloca la voluntad de Dios, su Gracia, su vida. Y no hay cosa más ordenadora que el amor. No existe sobre el mundo fuerza que ponga más orden que la fuerza del amor. Quien está lleno del amor y lo vive con la mayor intensidad jamás promoverá ni vivirá el desorden, el mal, el odio... Lo entendió muy bien San Agustín cuando dijo: "Ama... ¡Y haz lo que quieras!" Es la lógica contundente del amor. Quien ama es el hombre más libre: Ama a Dios y se encamina hacia Él. Todo lo pone en función de vivir en el amor, y eso significa inmediatamente, vivir en Dios. Jamás se aparta de Él. Quien ama, vive el amor al hermano. Jamás se dejará vencer por odios y rencores, por suspicacias y exclusiones, pues esas son obras contrarias al amor. Y entiende que esas obras le roban la libertad y lo colocan en la más terrible de las situaciones: La de la esclavitud... Quien ama de verdad jamás será esclavo. Vivirá en la más plena libertad. Por eso, el hermosísimo Himno a la Caridad de Pablo no es sino la proclama más bella que se puede hacer de la Libertad: El amor es paciente, bondadoso, sin envidia, sin orgullo, sin jactancia, no es grosero, no es egoísta, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra con la injusticia sino con la verdad... El amor es servicial, perdona siempre, aguanta siempre, cree siempre, espera siempre... ¡Es realmente liberador amar, pues se libera uno de las cosas que lo amargan, y lo llenan de los mismos sentimientos de Dios, que es el culmen y el prototipo de la libertad!
La ley, para un fariseo como Pablo, quedó resumida en una sola cosa: En el amor... ¡Que un fariseo llegue a esa conclusión es una verdadera conversión, cuando los fariseos habían llegado al extremo de hacer una lista de miles de "mandamientos" de Dios que había que cumplir "para ser bueno"...! Lo dijo él mismo claramente: "Amar es cumplir la ley entera". Para el que ama, no importan las leyes, pues sea cual sea la ley, si es justa y busca el bien, ya está incluida en el amor. Y el que ama jamás irá contra el bien y la justicia. Jesús mismo resumió la ley en el amor a Dios y al prójimo...
¿Qué más decir? Sólo recordar lo que nos dice Pablo: "Ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia". La obra de Cristo es obra de liberación, para romper nuestras cadenas y hacernos levantar vuelo. Es obra para que no nos quedemos simplemente en el cumplimiento de unos cuantos preceptos. El amor es más comprometedor, pues implica el corazón, la mente, todo el ser. Pero es lo más compensador, pues en el dejarnos llevar por el amor está nuestra esencia. Esa es nuestra plenitud. Cuando no estamos en el amor, no somos lo que debemos ser. Hemos sido creados por el amor, en el amor, para el amor. Fuera de él, somos nada...
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martes, 22 de octubre de 2013
Más grande que mi pecado...
En Dios todo es infinito. Su poder es infinito, Su sabiduría es infinita. Su presencia es infinita. Su amor, su misericordia y su perdón, son infinitos... No podemos imaginarnos su grandeza, pues nuestra mente es limitada. Aunque participamos de su naturaleza por un expreso deseo suyo al crearnos, llegamos a un umbral en su conocimiento, pues el infinito no es experiencia personal. Sólo sabemos que hay algo más, que después de un conocimiento alcanzado, quedan miles y millones por alcanzar. Que después de batido un récord, vendrá alguien después a batirlo nuevamente. Que si se alcanza una altura, eso será sólo un paso que servirá de apoyo para alcanzar una altura mayor... Sabemos que podemos romper límites, pero no tenemos la experiencia de poder llegar al infinito. Nuestra limitación está como "establecida" por Dios. Nos creó "a su imagen y semejanza", pero no nos hizo iguales a Él. Nos hizo participar de su condición de infinitud, pero no nos hizo infinitos. Nos permite romper los límites, pero no nos hace llegar por nosotros mismos a lo infinito...
Pasa lo mismo en el conocimiento de Dios. Hemos recibido miles de definiciones, más bien descripciones, de lo que es Él. "Definir" a Dios significaría que le ponemos límites, que estamos colocándole como fronteras. Muchas veces, por querer definirlo hemos errado brutalmente. Israel quiso ponerle "límites" a Dios, y lo hizo ser un toro de metal. Y lo llamó "El dios que nos sacó de Egipto". Fue el error con el que desconocieron al verdadero Dios y les valió un tiempo más de trashumancia por el desierto. Y por esa torpeza, incluso Moisés fue severamente castigado, pues Yahvé decretó que no entraría en la tierra prometida, sino que sólo la vería a lo lejos. Nos pasa lo mismo a muchos en nuestros tiempos. Los hombres somos, a la vez, trágica y felizmente, básicamente los mismos. Nuestras mentes y nuestras actitudes son esencialmente iguales siempre. Aunque es cierto que hemos tenido avances científicos y tecnológicos impresionantes, que hemos hecho una profundización mayor en los valores y las virtudes, y que todo eso nos ha hecho vivir con acentos diversos, en lo más profundo seguimos siendo iguales. Esto se da con mayor certeza en lo que se refiere a nuestra relación con el infinito. Nuestra mente acuciosa jamás ha dejado de escudriñar en lo misterioso de lo trascendente para comprenderlo mejor. Algo que es natural, pues el misterio siempre es atractivo. Por eso hemos llegado a alturas sublimes en la vida espiritual. Tenemos los ejemplos de los grandes místicos de la historia, no sólo en el cristianismo, sino en otras muchas religiones que tienen en la espiritualidad una baza muy importante...
Dios mismo se nos ha hecho presente en nuestras vidas, como para acceder a esa inquietud de nuestras mentes y corazones. Ha "condescendido" y se ha revelado desde el principio de nuestra historia. Y por eso, en cierto modo, hemos sido capaces de "describirlo", es decir, de "explicarlo como es o como se nos ha presentado". Algunos han logrado evitar la tentación de "definirlo", y han intentado "describirlo", echando mano de experiencias humanas para más o menos equipararlo a ellas y comprenderlo. Lo hemos llamado "Creador", "Juez", "Providente", "Defensor", "Liberador"... Todas son cosas que los hombres conocemos y hemos vivido y, queriendo entender mejor a Dios, lo hemos descrito así. Y es cierto que Dios es todo eso. Llamarlo de esas maneras, nos facilita su conocimiento, al traernos categorías humanas. "Humanizamos" a Dios para comprenderlo mejor...
Pero siempre, en ese umbral de lo infinito, aunque seamos capaces de superar siempre nuestros límites, quedará algo de sombra. Decir que Dios es "Todopoderoso", "Omnipresente", "Omnisciente"... y todas las categorías que describen su infinitud, aunque son verdad y las asumimos, nos mantiene siempre en la penumbra... La razón es muy sencilla: Nosotros mismos no somos infinitos. Ante el infinito, la única opción que tenemos es quedarnos en la contemplación de lo maravilloso que es. Ante eso infinito de Dios sólo cabe la reverencia, la contemplación silenciosa y maravillada, la aceptación de la propia pequeñez. Y esto tiene un riesgo: "asustarse" ante Dios, estar delante de Él sólo con "temor y temblor", perder lo rico de la relación personal que se puede tener con Él y quedarse sólo en el límite de la admiración...
Pero, como Dios nos conoce mejor que nadie y no quiere permanecer tan lejos como el infinito, paradójicamente desde lo infinito, decidió hacerse infinitamente cercano. Sólo Él podía hacerlo. Sólo quien es infinito puede decidir hacerse nada. Sólo quien es grande con pleno dominio de su grandeza infinita, puede hacerse pequeño. Y eso lo hizo Dios... Y quedó tan claro para quien tuvo esa experiencia de pequeñez, que sólo lo pudo describir con la experiencia más entrañable que ser humano puede sentir: La del Amor. San Juan, Apóstol y Evangelista, experto en el amor de Jesús, "el discípulo a quien Jesús amaba" -así se describe él mismo-, describió a Dios de la manera más perfecta posible, pues asumió lo que es más propio de su esencia profunda: "Dios es Amor" No es más que la expresión gozosa y sentida de la experiencia más radical que él vivió respecto a Dios. Y así logró "agarrar" lo más íntimo de Dios, lo que Él mismo buscaba que resaltara, al ponerse al alcance del hombre haciéndose un hombre más. Así el hombre tomó para sí lo que más le importaba a Dios que fuera descubierto: Su Amor, es decir, Él mismo...
Cuando se nos habla de la infinitud de Dios, lo aceptamos, pues es razonable que en Dios las cosas sean así. Sin embargo, lamentablemente quedamos en lo exterior, pues la infinitud no es experiencia personal, no es propia de los hombres... Pero cuando se nos describe a Dios como Amor, entramos en un campo distinto, cercano, propio. Nosotros mismos hemos experimentado el amor. Lo infinito no lo vivimos, pero el amor sí. Nosotros mismos amamos, sentimos el amor que se nos tiene, somos capaces de vivir en ámbitos de amor. Nadie nos puede engañar en lo que a amor se refiere, pues conocemos bien ese terreno. El amor es experiencia personal. Conocer a Dios-Amor lo hace mío, personal, vivencial, entrañable... Y más aún, lo hace íntimo, lo hace entrar en el corazón, lo hace llegar a lo más profundo de mi ser. El amor es la experiencia más hermosa, más profunda, más íntima del hombre. Es lo que hace bucear al hombre en su intimidad y en su esencia más honda. Por eso San Agustín se atrevió a decir: "Dios es más íntimo a mí, que yo mismo". Allí donde está lo que más me define, que es mi capacidad de amar, allí está Dios haciendo posible esa capacidad. Él es la fuente...
Ese amor se derrama en mí. Es para mí. Personalmente. Individualmente. El Dios-Amor es mío. Y se hace más palpable en la expresión más sublime del amor que es el perdón. Cuando fallo y me duelo de haber ofendido a Dios-Amor, Él no hace otra cosa que lo propio del amor, que es perdonar... Cuando fallo poco, me perdona eso poco. Cuando fallo mucho, me perdona eso mucho. Jamás deja de perdonar. Si su esencia es el Amor, su esencia es el Perdón. A mayor pecado y mayor dolor, mayor perdón y mayor amor. No hay posibilidades de que sea diferente, pues Dios no puede negarse a sí mismo. Si así fuera, desaparecería. Y eso es imposible. Dios es Amor. Y perdona siempre. Y siempre, siempre, Él, su amor y su perdón, será más grande que mi pecado, aunque sea el más grande que se haya podido cometer... El pecado no es infinito. Sólo el Amor, sólo Dios, lo es...
Pasa lo mismo en el conocimiento de Dios. Hemos recibido miles de definiciones, más bien descripciones, de lo que es Él. "Definir" a Dios significaría que le ponemos límites, que estamos colocándole como fronteras. Muchas veces, por querer definirlo hemos errado brutalmente. Israel quiso ponerle "límites" a Dios, y lo hizo ser un toro de metal. Y lo llamó "El dios que nos sacó de Egipto". Fue el error con el que desconocieron al verdadero Dios y les valió un tiempo más de trashumancia por el desierto. Y por esa torpeza, incluso Moisés fue severamente castigado, pues Yahvé decretó que no entraría en la tierra prometida, sino que sólo la vería a lo lejos. Nos pasa lo mismo a muchos en nuestros tiempos. Los hombres somos, a la vez, trágica y felizmente, básicamente los mismos. Nuestras mentes y nuestras actitudes son esencialmente iguales siempre. Aunque es cierto que hemos tenido avances científicos y tecnológicos impresionantes, que hemos hecho una profundización mayor en los valores y las virtudes, y que todo eso nos ha hecho vivir con acentos diversos, en lo más profundo seguimos siendo iguales. Esto se da con mayor certeza en lo que se refiere a nuestra relación con el infinito. Nuestra mente acuciosa jamás ha dejado de escudriñar en lo misterioso de lo trascendente para comprenderlo mejor. Algo que es natural, pues el misterio siempre es atractivo. Por eso hemos llegado a alturas sublimes en la vida espiritual. Tenemos los ejemplos de los grandes místicos de la historia, no sólo en el cristianismo, sino en otras muchas religiones que tienen en la espiritualidad una baza muy importante...
Dios mismo se nos ha hecho presente en nuestras vidas, como para acceder a esa inquietud de nuestras mentes y corazones. Ha "condescendido" y se ha revelado desde el principio de nuestra historia. Y por eso, en cierto modo, hemos sido capaces de "describirlo", es decir, de "explicarlo como es o como se nos ha presentado". Algunos han logrado evitar la tentación de "definirlo", y han intentado "describirlo", echando mano de experiencias humanas para más o menos equipararlo a ellas y comprenderlo. Lo hemos llamado "Creador", "Juez", "Providente", "Defensor", "Liberador"... Todas son cosas que los hombres conocemos y hemos vivido y, queriendo entender mejor a Dios, lo hemos descrito así. Y es cierto que Dios es todo eso. Llamarlo de esas maneras, nos facilita su conocimiento, al traernos categorías humanas. "Humanizamos" a Dios para comprenderlo mejor...
Pero siempre, en ese umbral de lo infinito, aunque seamos capaces de superar siempre nuestros límites, quedará algo de sombra. Decir que Dios es "Todopoderoso", "Omnipresente", "Omnisciente"... y todas las categorías que describen su infinitud, aunque son verdad y las asumimos, nos mantiene siempre en la penumbra... La razón es muy sencilla: Nosotros mismos no somos infinitos. Ante el infinito, la única opción que tenemos es quedarnos en la contemplación de lo maravilloso que es. Ante eso infinito de Dios sólo cabe la reverencia, la contemplación silenciosa y maravillada, la aceptación de la propia pequeñez. Y esto tiene un riesgo: "asustarse" ante Dios, estar delante de Él sólo con "temor y temblor", perder lo rico de la relación personal que se puede tener con Él y quedarse sólo en el límite de la admiración...
Pero, como Dios nos conoce mejor que nadie y no quiere permanecer tan lejos como el infinito, paradójicamente desde lo infinito, decidió hacerse infinitamente cercano. Sólo Él podía hacerlo. Sólo quien es infinito puede decidir hacerse nada. Sólo quien es grande con pleno dominio de su grandeza infinita, puede hacerse pequeño. Y eso lo hizo Dios... Y quedó tan claro para quien tuvo esa experiencia de pequeñez, que sólo lo pudo describir con la experiencia más entrañable que ser humano puede sentir: La del Amor. San Juan, Apóstol y Evangelista, experto en el amor de Jesús, "el discípulo a quien Jesús amaba" -así se describe él mismo-, describió a Dios de la manera más perfecta posible, pues asumió lo que es más propio de su esencia profunda: "Dios es Amor" No es más que la expresión gozosa y sentida de la experiencia más radical que él vivió respecto a Dios. Y así logró "agarrar" lo más íntimo de Dios, lo que Él mismo buscaba que resaltara, al ponerse al alcance del hombre haciéndose un hombre más. Así el hombre tomó para sí lo que más le importaba a Dios que fuera descubierto: Su Amor, es decir, Él mismo...
Cuando se nos habla de la infinitud de Dios, lo aceptamos, pues es razonable que en Dios las cosas sean así. Sin embargo, lamentablemente quedamos en lo exterior, pues la infinitud no es experiencia personal, no es propia de los hombres... Pero cuando se nos describe a Dios como Amor, entramos en un campo distinto, cercano, propio. Nosotros mismos hemos experimentado el amor. Lo infinito no lo vivimos, pero el amor sí. Nosotros mismos amamos, sentimos el amor que se nos tiene, somos capaces de vivir en ámbitos de amor. Nadie nos puede engañar en lo que a amor se refiere, pues conocemos bien ese terreno. El amor es experiencia personal. Conocer a Dios-Amor lo hace mío, personal, vivencial, entrañable... Y más aún, lo hace íntimo, lo hace entrar en el corazón, lo hace llegar a lo más profundo de mi ser. El amor es la experiencia más hermosa, más profunda, más íntima del hombre. Es lo que hace bucear al hombre en su intimidad y en su esencia más honda. Por eso San Agustín se atrevió a decir: "Dios es más íntimo a mí, que yo mismo". Allí donde está lo que más me define, que es mi capacidad de amar, allí está Dios haciendo posible esa capacidad. Él es la fuente...
Ese amor se derrama en mí. Es para mí. Personalmente. Individualmente. El Dios-Amor es mío. Y se hace más palpable en la expresión más sublime del amor que es el perdón. Cuando fallo y me duelo de haber ofendido a Dios-Amor, Él no hace otra cosa que lo propio del amor, que es perdonar... Cuando fallo poco, me perdona eso poco. Cuando fallo mucho, me perdona eso mucho. Jamás deja de perdonar. Si su esencia es el Amor, su esencia es el Perdón. A mayor pecado y mayor dolor, mayor perdón y mayor amor. No hay posibilidades de que sea diferente, pues Dios no puede negarse a sí mismo. Si así fuera, desaparecería. Y eso es imposible. Dios es Amor. Y perdona siempre. Y siempre, siempre, Él, su amor y su perdón, será más grande que mi pecado, aunque sea el más grande que se haya podido cometer... El pecado no es infinito. Sólo el Amor, sólo Dios, lo es...
lunes, 21 de octubre de 2013
Tesoros que empobrecen...
Las religiosas son realmente muy creativas en cuanto a liturgia se refiere. No hay como encargarles a ellas una celebración para tener novedades maravillosas que la enriquecen. Celebré una vez una Misa a un grupo de superioras de las diversas partes del mundo de una congregación que estaba reunido, y en el momento de las ofrendas nos repartieron a todos los presentes, ellas y yo, un conglomerado de plastilina de diversos colores. Cada uno de nosotros debía hacer una figura, de lo que se nos viniera en mente -flores, frutos, objetos...- con él... La sorpresa que nos llevamos todos es que el conglomerado -¡cada uno!- tenía escondido en su interior, una piedrita de plástico de colores, de las que se usan en los acuarios, que, según dijo la organizadora, era signo del tesoro escondido que debíamos tener todos para poder llevarlo a los demás... La creatividad se desbordó. Cada una hizo algo distinto: frutos, flores, vasijas, continentes, jardines... Y cada una tenía que explicar lo que había hecho y colocarlo como ofrenda...
Cuando me tocó presentar lo mío, dije que tenía más de 45 años que no "jugaba" con plastilina, lo cual quedaba en evidencia por la torpeza de lo que había hecho... Construí un hombre-mujer multicolor, muy sencillo... Lo único que hice fue modelar muy burdamente su cabeza, sus brazos y sus piernas. Y traté de distinguir de un lado a un hombre y del otro, una mujer... Pero no sabía qué hacer con la piedrita... Lo que se me ocurrió decir fue: "El tesoro lo dejo en mis manos, para poder tenerlo siempre disponible para darlo a los demás..."
Y eso me sirvió de una reflexión personal muy provechosa. ¿Qué tesoro es el que tengo? ¿Qué es lo que puedo llevarle a los demás? ¿Es verdadera riqueza o es más bien una terrible pobreza la que estoy distribuyendo?
Esa piedrita se convierte, para muchos en lo que vulgarmente llamamos "una piedrita en el zapato", porque en verdad muchos nos ocupamos en exceso de lo que no vale tanto la pena y descuidamos el verdadero tesoro que debemos tener para enriquecer a los demás...
Dios nos ha enriquecido, ciertamente, con nuestra inteligencia y voluntad para que podamos planificar mejor nuestra vida, para que hagamos programas de vida asequibles, reales, en los cuales las metas dirijan los esfuerzos que realizamos para alcanzarlos. Son los ideales que nos trazamos para dar sentido a nuestra vida. No quiere Dios que tengamos penurias de ningún tipo, tampoco materiales. No está mal querer forjarse una vida en la que se tenga lo esencial para que sea de buena calidad. Más aún, en sus acciones el mismo Cristo llegó a realizar milagros para poder dar a los hombres el mínimo sustento necesario. Y fustigó fuertemente a los que impiden a los demás poder llevar una vida digna. Jesús no bendice, de ninguna manera, la miseria, la indigencia. Ellas son profundamente injustas y antievangélicas. Y por eso nos compromete a todos a poner nuestro mejor esfuerzo para luchar contra ellas y para facilitar la vida de los hermanos. Jesús, sí, bendice a los pobres, y los coloca como aquellos a los que debemos siempre servir, llegando al extremo de decirnos a todos que todo lo que hagamos con uno de ellos, a su favor, a Él mismo se lo estamos haciendo. Por el contrario, cuando no lo hacemos, a Él dejamos de hacérselo.¡Él está en los pobres, en los necesitados, en los desposeídos injustamente, en los humillados, en los desheredados de siempre, en los oprimidos! Ciertamente todo lo que hagamos en su favor no es, jamás lo será en cristiano, un simple trabajo sociológico, aun cuando no por eso se le resta méritos a quien lo haga. Para el cristiano, este trabajo en favor de los hombres tiene una implicación inmensamente espiritual. Quien lo realiza con la mentalidad del amor a Jesús y al prójimo, le está dando el sentido que el mismo Cristo ha querido darle...
Por ello, cuando nos centramos sólo en la acumulación de riquezas, de honores, de "cosas", que al final, son relativas, no nos diferenciamos en nada de aquel que agrandó sus graneros para acumular, pero que al final murió sin haber atesorado nada para esa vida futura... Es conveniente siempre preguntarse, ¿qué tesoro estoy acumulando? ¡Cuidado con caer en la tentación de decir que la ayuda a los pobres es simplemente política, marxismo, ideología! Para muchos ha sido excesivamente conveniente la "lucha" contra la Teología de la Liberación, ciertamente en algunas tendencias, politizada e ideologizada, con el peligro incluso de vaciar totalmente de contenido espiritual el trabajo en favor de los pobres. Muchos cayeron en la tentación que casi los llevó incluso al ateísmo práctico... Ese peligro siempre hay que evitarlo. Pero, también lamentablemente, muchos se fueron al extremo opuesto... Escudándose en esa "lucha" del Magisterio de la Iglesia, tildaron a todo el que se pone a favor de los pobres, del trabajo en contra de la miseria y la indigencia, de "extremistas"... Y escudándose en eso, se lavaron las manos, considerando que eso no era prioritario como trabajo de la Iglesia... Los Obispos en Puebla nos echan en cara la realidad absoluta de la misióin universal de la Iglesia. Entre las opciones preferenciales, colocaron la de los pobres. Parafraseando al Beato Juan Pablo II, que afirmó que "El hombre es el camino de la Iglesia", podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos que "El pobre es el camino de la Iglesia". Si la Iglesia no se ocupa de ellos, no está haciendo lo que debe hacer...
Revisemos siempre qué estamos haciendo... No sea que creyendo que estamos haciendo de nuestra vida una maravilla, lo que estemos haciendo sea colocarle lastres que nos impidan alzar el vuelo a la eternidad. Sería realmente triste. Usemos nuestra inteligencia y nuestra voluntad, sí, para programar nuestra vida y hacerla lo mejor posible. Pero no nos paremos allí. Que sembremos lo que es el verdadero tesoro: El de la siembra de eternidad, del amor por los demás, del auxilio necesario al Cristo que está en el hermano, particularmente en el más necesitado... Que nuestra piedrita de colores sea lo que más nos aligera el vuelo a la presencia eterna feliz junto al Padre: La de la solidaridad, la del servicio, la de la fraternidad, la del amor a los más pobres y sencillos del mundo...
Cuando me tocó presentar lo mío, dije que tenía más de 45 años que no "jugaba" con plastilina, lo cual quedaba en evidencia por la torpeza de lo que había hecho... Construí un hombre-mujer multicolor, muy sencillo... Lo único que hice fue modelar muy burdamente su cabeza, sus brazos y sus piernas. Y traté de distinguir de un lado a un hombre y del otro, una mujer... Pero no sabía qué hacer con la piedrita... Lo que se me ocurrió decir fue: "El tesoro lo dejo en mis manos, para poder tenerlo siempre disponible para darlo a los demás..."
Y eso me sirvió de una reflexión personal muy provechosa. ¿Qué tesoro es el que tengo? ¿Qué es lo que puedo llevarle a los demás? ¿Es verdadera riqueza o es más bien una terrible pobreza la que estoy distribuyendo?
Esa piedrita se convierte, para muchos en lo que vulgarmente llamamos "una piedrita en el zapato", porque en verdad muchos nos ocupamos en exceso de lo que no vale tanto la pena y descuidamos el verdadero tesoro que debemos tener para enriquecer a los demás...
Dios nos ha enriquecido, ciertamente, con nuestra inteligencia y voluntad para que podamos planificar mejor nuestra vida, para que hagamos programas de vida asequibles, reales, en los cuales las metas dirijan los esfuerzos que realizamos para alcanzarlos. Son los ideales que nos trazamos para dar sentido a nuestra vida. No quiere Dios que tengamos penurias de ningún tipo, tampoco materiales. No está mal querer forjarse una vida en la que se tenga lo esencial para que sea de buena calidad. Más aún, en sus acciones el mismo Cristo llegó a realizar milagros para poder dar a los hombres el mínimo sustento necesario. Y fustigó fuertemente a los que impiden a los demás poder llevar una vida digna. Jesús no bendice, de ninguna manera, la miseria, la indigencia. Ellas son profundamente injustas y antievangélicas. Y por eso nos compromete a todos a poner nuestro mejor esfuerzo para luchar contra ellas y para facilitar la vida de los hermanos. Jesús, sí, bendice a los pobres, y los coloca como aquellos a los que debemos siempre servir, llegando al extremo de decirnos a todos que todo lo que hagamos con uno de ellos, a su favor, a Él mismo se lo estamos haciendo. Por el contrario, cuando no lo hacemos, a Él dejamos de hacérselo.¡Él está en los pobres, en los necesitados, en los desposeídos injustamente, en los humillados, en los desheredados de siempre, en los oprimidos! Ciertamente todo lo que hagamos en su favor no es, jamás lo será en cristiano, un simple trabajo sociológico, aun cuando no por eso se le resta méritos a quien lo haga. Para el cristiano, este trabajo en favor de los hombres tiene una implicación inmensamente espiritual. Quien lo realiza con la mentalidad del amor a Jesús y al prójimo, le está dando el sentido que el mismo Cristo ha querido darle...
Por ello, cuando nos centramos sólo en la acumulación de riquezas, de honores, de "cosas", que al final, son relativas, no nos diferenciamos en nada de aquel que agrandó sus graneros para acumular, pero que al final murió sin haber atesorado nada para esa vida futura... Es conveniente siempre preguntarse, ¿qué tesoro estoy acumulando? ¡Cuidado con caer en la tentación de decir que la ayuda a los pobres es simplemente política, marxismo, ideología! Para muchos ha sido excesivamente conveniente la "lucha" contra la Teología de la Liberación, ciertamente en algunas tendencias, politizada e ideologizada, con el peligro incluso de vaciar totalmente de contenido espiritual el trabajo en favor de los pobres. Muchos cayeron en la tentación que casi los llevó incluso al ateísmo práctico... Ese peligro siempre hay que evitarlo. Pero, también lamentablemente, muchos se fueron al extremo opuesto... Escudándose en esa "lucha" del Magisterio de la Iglesia, tildaron a todo el que se pone a favor de los pobres, del trabajo en contra de la miseria y la indigencia, de "extremistas"... Y escudándose en eso, se lavaron las manos, considerando que eso no era prioritario como trabajo de la Iglesia... Los Obispos en Puebla nos echan en cara la realidad absoluta de la misióin universal de la Iglesia. Entre las opciones preferenciales, colocaron la de los pobres. Parafraseando al Beato Juan Pablo II, que afirmó que "El hombre es el camino de la Iglesia", podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos que "El pobre es el camino de la Iglesia". Si la Iglesia no se ocupa de ellos, no está haciendo lo que debe hacer...
Revisemos siempre qué estamos haciendo... No sea que creyendo que estamos haciendo de nuestra vida una maravilla, lo que estemos haciendo sea colocarle lastres que nos impidan alzar el vuelo a la eternidad. Sería realmente triste. Usemos nuestra inteligencia y nuestra voluntad, sí, para programar nuestra vida y hacerla lo mejor posible. Pero no nos paremos allí. Que sembremos lo que es el verdadero tesoro: El de la siembra de eternidad, del amor por los demás, del auxilio necesario al Cristo que está en el hermano, particularmente en el más necesitado... Que nuestra piedrita de colores sea lo que más nos aligera el vuelo a la presencia eterna feliz junto al Padre: La de la solidaridad, la del servicio, la de la fraternidad, la del amor a los más pobres y sencillos del mundo...
domingo, 20 de octubre de 2013
Ser algo... O ser nada
"La Iglesia existe para evangelizar", es la expresión contundente del Papa Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, sobre la misión de la Iglesia. La Evangelización es el principal fin que Cristo quiso imprimirle a esa Iglesia que construyó sobre la roca de los Apóstoles y a la cual envió al mundo entero para anunciar la Buena Nueva de la Salvación. En efecto, una Iglesia que no evangelizara, no tiene una razón de existencia... Decir, por lo tanto, que la Iglesia existe para evangelizar es recordar a esa misma Iglesia lo que es, su esencia, y para qué ha sido fundada...
El DOMUND, Domingo Mundial de la Misiones, nos invita, en primer lugar, a meditar sobre este misterio esencial y profundo de la Iglesia. Igualmente, se nos invita a orar por cada uno de los hombres y mujeres de Iglesia que han decidido entregar su vida para hacer que el mensaje de amor y de salvación de Jesús llegue a todos los hombres, principalmente a aquellos que jamás lo han oído. Ellos han considerado más importante que la propia vida, el hacer que Cristo sea conocido y amado, aceptado como Salvador, y por eso lo han dejado todo para entregarse a esta misión de la Iglesia... No han decidido qué hacer, sino que se han puesto a la disposición de la misma Iglesia, y en última instancia, del mismísimo Dios, para que sea Él quien decida lo que será de su vida. Se han poseído tan sólidamente que han sido capaces de llegar al extremo de decirle al Señor: "Esta vida mía, que poseo totalmente, la pongo en tus manos, para que hagas con ella lo que tú consideres mejor. Envíame donde quieras"... Nuestra oración es el apoyo de quienes valoran esta labor de ellos, y se sienten así, de alguna manera, también misioneros con ellos. Es lo que vivió tan intensamente Santa Teresita del Niño Jesús, que sin salir del convento nunca, es la Patrona de las Misiones. Teresita era misionera con cada uno de los que estaban en los rincones más recónditos del mundo porque los acompañaba con la máxima intensidad de su espíritu en la oración... De igual manera, la Iglesia quiere proveer el apoyo material que necesitan las misiones, a veces tan carente de casi todo. Los misioneros van en nombre de la Iglesia, es decir, en nuestro nombre, sobreponiéndose, a veces muy difícilmente, a las penurias y carencias que significan la falta de comida, de agua, de ropa... La colecta en favor de las Misiones que se hace en este Domingo es nuestra afirmación de sentirnos corresponsables de ellos, pues con ellos somos misioneros... Confiamos en que nuestra voz también sale por sus gargantas, que el amor que vivimos también los distribuyen ellos desde sus propios corazones, que la mano con la que acarician y que tienden cariñosamente a los que anuncian la solidaridad del amor cristiano es también nuestra propia mano...
Por encima de todo, el DOMUND busca que nos hagamos plenamente conscientes de nuestra condición de misioneros como la Iglesia lo es. Cada bautizado es miembro de la Iglesia y, donde está, está también la Iglesia. Por eso, en cierto modo, al haber sido enviados por Jesús a anunciar al mundo el Evangelio de Salvación, esa Buena Nueva que surge del Corazón y los labios de Jesús, como de una fuente inagotable, seremos nosotros los que harán que la Iglesia cumpla aquello para lo cual fundada. Se trata de hacer que la Iglesia sea o no sea, que realmente sea aquello para lo cual fue fundada o que simplemente se quede como una entelequia que surgió de la mente de Jesús, pero que queda totalmente infructuosa pues no hacemos lo que debemos hacer.
El hecho de que la Iglesia sea para la misión significa que los bautizados son para la misión, pues son la Iglesia de Cristo, la conforman y la hacen ser lo que debe ser. En primer lugar, hemos sido salvados por Jesús y eso apunta a nuestro ser. Esencialmente, cada cristiano es el preferido del Señor, pues su obra de redención, condensada en su Pascua, es decir, en su Pasión, Muerte y Resurrección, la ha realizado para cada hombre en particular, para ti y para mí. La debemos ver personalizada, hecha concreta en mí y en cada uno... Lo vio san Pablo claramente cuando dijo: "Me amó a mí, y se entregó a la muerte a sí mismo por mí". Si esto lo vivimos así, lo valoraremos en toda su inmensa significación. Y lo apreciaremos como la renovación absoluta de nuestro ser, pues la redención nos hace unos hombres distintos, refrescados en el amor, esencialmente nuevos, re-creados... Así, nos llenaremos de la alegría indescriptible de haber sido amados al extremo, de saber que por amarnos de tal modo, el Padre nos regaló a su Hijo y se desprendió de Él para ponerlo en nuestras manos para que nos rescatara de la situación de ignominia en la que nos encontrábamos. Y que el mismo Hijo, al aceptar la misión de salvación y de rescate que le encomendaba el Padre, me miró con amor, vio mi tragedia en mi corazón y en mi vida oscurecidos por el pecado, y quiso convertirse, por su muerte y resurrección, en la Luz que iluminaba y despejaba todas las sombras que en mí habían...
Y como paso posterior, el haber sido rescatado, me hace responsable de los hermanos. Mi alegría debe ser tal que no quepa en mí. Vivirla con la mayor profundidad debe hacerme querer compartirla. Cuando uno ha vivido una experiencia hermosa, indescriptiblemente feliz, no espera el momento de estar con los suyos para compartirla, y hacerlos participar de la misma alegría procurando que ellos también la sientan. En la Iglesia, "los nuestros" son todos los que pone Jesús en nuestras manos: "Vayan por todo el mundo y prediquen la Buena Nueva a toda la creación"... Cada hombre y mujer del mundo, con los cuales nos encontremos en cada circunstancia y ocasión, son "los nuestros". Y es a ellos a los que debemos hacer partícipes de nuestra alegría. Cristo nos ha considerado tan altamente dignos, que nos ha encomendado la labor que Él mismo realizó, la de la redención del hombre. Ha puesto en nuestras manos su obra más delicada, la de traerles a todos el amor del Padre, la de la misericordia y el perdón, la de la iluminación y la vida que Él quiere regalar a todos, la de la elevación infinita de quienes estaban totalmente postrados por el pecado.¡Es la obra que Él hizo, y la pone en nuestras manos para llevarla a los demás! ¡No podemos haber sido más elevados! ¡Lo mismo que hizo Jesús, debemos hacerlo nosotros! Cada hombre y mujer a nuestro cargo, conocerá la obra de Jesús por lo que nosotros le digamos, por lo que nosotros le hagamos vivir. Y si no lo hacemos, probablemente más nadie lo hará y se quedarán, trágicamente, sin conocerla. Su salvación estará en riesgo, al no asumir nosotros nuestra responsabilidad...
Un alegría compartida es más alegría. Un amor compartido es más amor. Una salvación compartida es más salvación. Así debemos comprender nuestro ser Iglesia: Seremos más felices haciendo felices a los demás, viviremos más el amor compartiendo el amor que recibimos y vivimos, nos salvaremos más concretamente cuando ayudamos a la salvación de los demás... El "Vayan por todo el mundo predicando el Evangelio", en cierto modo es: "Sean más felices, haciendo felices a los demás. Vivan más el amor, llevando el amor a los demás. Vivan más la salvación, ayudando a la salvación de los demás"...
Que meditar sobre la Misión de la Iglesia nos haga decidirnos a ser más felices, a vivir más el amor y a llevar la salvación a nuestros hermanos. Es nuestra tarea. Es nuestra misión. Para eso existimos como Iglesia. O somos algo, es decir, eso para lo que Cristo nos hizo Iglesia, o somos nada, condenándonos a la inutilidad absurda y vacía...
El DOMUND, Domingo Mundial de la Misiones, nos invita, en primer lugar, a meditar sobre este misterio esencial y profundo de la Iglesia. Igualmente, se nos invita a orar por cada uno de los hombres y mujeres de Iglesia que han decidido entregar su vida para hacer que el mensaje de amor y de salvación de Jesús llegue a todos los hombres, principalmente a aquellos que jamás lo han oído. Ellos han considerado más importante que la propia vida, el hacer que Cristo sea conocido y amado, aceptado como Salvador, y por eso lo han dejado todo para entregarse a esta misión de la Iglesia... No han decidido qué hacer, sino que se han puesto a la disposición de la misma Iglesia, y en última instancia, del mismísimo Dios, para que sea Él quien decida lo que será de su vida. Se han poseído tan sólidamente que han sido capaces de llegar al extremo de decirle al Señor: "Esta vida mía, que poseo totalmente, la pongo en tus manos, para que hagas con ella lo que tú consideres mejor. Envíame donde quieras"... Nuestra oración es el apoyo de quienes valoran esta labor de ellos, y se sienten así, de alguna manera, también misioneros con ellos. Es lo que vivió tan intensamente Santa Teresita del Niño Jesús, que sin salir del convento nunca, es la Patrona de las Misiones. Teresita era misionera con cada uno de los que estaban en los rincones más recónditos del mundo porque los acompañaba con la máxima intensidad de su espíritu en la oración... De igual manera, la Iglesia quiere proveer el apoyo material que necesitan las misiones, a veces tan carente de casi todo. Los misioneros van en nombre de la Iglesia, es decir, en nuestro nombre, sobreponiéndose, a veces muy difícilmente, a las penurias y carencias que significan la falta de comida, de agua, de ropa... La colecta en favor de las Misiones que se hace en este Domingo es nuestra afirmación de sentirnos corresponsables de ellos, pues con ellos somos misioneros... Confiamos en que nuestra voz también sale por sus gargantas, que el amor que vivimos también los distribuyen ellos desde sus propios corazones, que la mano con la que acarician y que tienden cariñosamente a los que anuncian la solidaridad del amor cristiano es también nuestra propia mano...
Por encima de todo, el DOMUND busca que nos hagamos plenamente conscientes de nuestra condición de misioneros como la Iglesia lo es. Cada bautizado es miembro de la Iglesia y, donde está, está también la Iglesia. Por eso, en cierto modo, al haber sido enviados por Jesús a anunciar al mundo el Evangelio de Salvación, esa Buena Nueva que surge del Corazón y los labios de Jesús, como de una fuente inagotable, seremos nosotros los que harán que la Iglesia cumpla aquello para lo cual fundada. Se trata de hacer que la Iglesia sea o no sea, que realmente sea aquello para lo cual fue fundada o que simplemente se quede como una entelequia que surgió de la mente de Jesús, pero que queda totalmente infructuosa pues no hacemos lo que debemos hacer.
El hecho de que la Iglesia sea para la misión significa que los bautizados son para la misión, pues son la Iglesia de Cristo, la conforman y la hacen ser lo que debe ser. En primer lugar, hemos sido salvados por Jesús y eso apunta a nuestro ser. Esencialmente, cada cristiano es el preferido del Señor, pues su obra de redención, condensada en su Pascua, es decir, en su Pasión, Muerte y Resurrección, la ha realizado para cada hombre en particular, para ti y para mí. La debemos ver personalizada, hecha concreta en mí y en cada uno... Lo vio san Pablo claramente cuando dijo: "Me amó a mí, y se entregó a la muerte a sí mismo por mí". Si esto lo vivimos así, lo valoraremos en toda su inmensa significación. Y lo apreciaremos como la renovación absoluta de nuestro ser, pues la redención nos hace unos hombres distintos, refrescados en el amor, esencialmente nuevos, re-creados... Así, nos llenaremos de la alegría indescriptible de haber sido amados al extremo, de saber que por amarnos de tal modo, el Padre nos regaló a su Hijo y se desprendió de Él para ponerlo en nuestras manos para que nos rescatara de la situación de ignominia en la que nos encontrábamos. Y que el mismo Hijo, al aceptar la misión de salvación y de rescate que le encomendaba el Padre, me miró con amor, vio mi tragedia en mi corazón y en mi vida oscurecidos por el pecado, y quiso convertirse, por su muerte y resurrección, en la Luz que iluminaba y despejaba todas las sombras que en mí habían...
Y como paso posterior, el haber sido rescatado, me hace responsable de los hermanos. Mi alegría debe ser tal que no quepa en mí. Vivirla con la mayor profundidad debe hacerme querer compartirla. Cuando uno ha vivido una experiencia hermosa, indescriptiblemente feliz, no espera el momento de estar con los suyos para compartirla, y hacerlos participar de la misma alegría procurando que ellos también la sientan. En la Iglesia, "los nuestros" son todos los que pone Jesús en nuestras manos: "Vayan por todo el mundo y prediquen la Buena Nueva a toda la creación"... Cada hombre y mujer del mundo, con los cuales nos encontremos en cada circunstancia y ocasión, son "los nuestros". Y es a ellos a los que debemos hacer partícipes de nuestra alegría. Cristo nos ha considerado tan altamente dignos, que nos ha encomendado la labor que Él mismo realizó, la de la redención del hombre. Ha puesto en nuestras manos su obra más delicada, la de traerles a todos el amor del Padre, la de la misericordia y el perdón, la de la iluminación y la vida que Él quiere regalar a todos, la de la elevación infinita de quienes estaban totalmente postrados por el pecado.¡Es la obra que Él hizo, y la pone en nuestras manos para llevarla a los demás! ¡No podemos haber sido más elevados! ¡Lo mismo que hizo Jesús, debemos hacerlo nosotros! Cada hombre y mujer a nuestro cargo, conocerá la obra de Jesús por lo que nosotros le digamos, por lo que nosotros le hagamos vivir. Y si no lo hacemos, probablemente más nadie lo hará y se quedarán, trágicamente, sin conocerla. Su salvación estará en riesgo, al no asumir nosotros nuestra responsabilidad...
Un alegría compartida es más alegría. Un amor compartido es más amor. Una salvación compartida es más salvación. Así debemos comprender nuestro ser Iglesia: Seremos más felices haciendo felices a los demás, viviremos más el amor compartiendo el amor que recibimos y vivimos, nos salvaremos más concretamente cuando ayudamos a la salvación de los demás... El "Vayan por todo el mundo predicando el Evangelio", en cierto modo es: "Sean más felices, haciendo felices a los demás. Vivan más el amor, llevando el amor a los demás. Vivan más la salvación, ayudando a la salvación de los demás"...
Que meditar sobre la Misión de la Iglesia nos haga decidirnos a ser más felices, a vivir más el amor y a llevar la salvación a nuestros hermanos. Es nuestra tarea. Es nuestra misión. Para eso existimos como Iglesia. O somos algo, es decir, eso para lo que Cristo nos hizo Iglesia, o somos nada, condenándonos a la inutilidad absurda y vacía...
sábado, 19 de octubre de 2013
¿Cómo hiciste, Abraham?
En la Biblia nos encontramos con personajes sorprendentes.Se nos presentan en la historia de la salvación y nos hablan de modelaje, de escucha, de seguimiento, de fidelidad, de esperanza, de amor... Son como el grito que quiere lanzarnos Dios, en sus voces humanas, para que despabilemos, para que veamos que sí es posible creer, que si consideramos que es una locura la fe, ya hay quienes se ha adelantado a dejarse invadir por esa locura. Que si nos atrevemos a dar el paso diciendo que sí creemos, ya ha habido en esa historia personajes que han dado uno, y dos, y tres, y muchísimos más pasos que nosotros, y que ya nos aventajan con mucho en esa aventura. Porque la fe es una aventura. Una aventura que finalmente tiene sentido porque ilusiona, porque llena de expectativas la vida, porque le da un sentido trascendente, porque hace que tengamos que pisar muy firme en nuestra realidad cotidiana porque la misma fe lo exige, porque no nos hace vivir en utopías irrealizables sino ya verificadas en la historia, porque hace que se ame lo que se hace porque no se queda en una simple realización social o ideológica sino que apunta a una realidad mucho más elevada que tiene que ver con el amor y con la esperanza de saber que es una siembra que tendrá cosecha buena segura...
Pero entre esos personajes hay uno que descuella sobre todos por varias razones. Su figura no es la de un simple seguidor de Yahvé, sino la de un tremendo seguidor de lo desconocido... Con absoluta confianza, atendió "la voz" que le hablaba, como si la hubiera oído muchísimas veces antes. Pero no. Era la primera vez... Por eso, con toda propiedad y justicia, tanto los judíos como los musulmanes y los cristianos, lo llamamos "nuestro padre en la fe".
Hay que ubicarse bien en el personaje para poder comprender exactamente lo inmenso de su testimonio. Abraham no se puede llamar, aún, judío. El judaísmo aún no existía en su época. Muy probablemente tenía la religiosidad "natural" propia de los hombres del entorno, politeísta, idolátrica, típicamente pagana. No tenía porqué ser distinto a los demás. Era trashumante, es decir, muy probablemente no tenía tierra fija, aunque sí posesiones, pero que no se referían a propiedades que conocemos hoy como "inmuebles". Sus riquezas se referían más bien a personas a su cargo, a rebaños de ganado y de ovejas, a metales preciosos, a joyas...Adoraba a los ídolos y a ellos ofrecía sacrificios de entre las cosas de su propiedad...
A ese personaje, que jamás había tenido un contacto "personal" con ninguna divinidad, un buen día se le presenta en forma de una voz, Yahvé. Cierto que ese Dios ya había tenido un atisbo de contacto con algunos personajes como Noé y aquellos atrevidos de Babel. Pero difícilmente se puede pensar que Abraham tuviera conocimiento de esto al detalle. Seguramente a "ese" lo consideraba uno más de entre la inmensa cantidad de divinidades a las que había que mantener "contentas"... Esa voz le ordena salir de sus tierras, de su familia, e irse a una tierra que ella le indicará. ¡Sin ninguna prueba, más que la de la voz que escucha! Y más sorprendente aún que escuchar esa voz es la respuesta de Abraham. Por la promesa de ser padre de multitudes, y de alcanzar para todas las naciones por su persona la bendición de Dios, decide decir sí a esa invitación que no tiene ningún sentido. No existe absolutamente ninguna seguridad en lo que se ofrece, sino sólo la de la confianza en que se cumplirá aquello... Es un abandono inusitado, inaudito, que habla más de locura que de cordura...
Abraham no ha tenido la experiencia de Yahvé de las maneras que las tuvo Israel al ser el pueblo elegido en el desierto, al ser liberado de la terrible esclavitud en el Egipto faraónico, al constatar su compañía durante toda la travesía por el desierto pues hace las maravillas del maná, de las golondrinas y de la fuente de agua interminable. No tuvo la experiencia de la entrada triunfal de Israel en la Tierra Prometida, la solemnidad del Templo de Jerusalén, el dolor de la deportación, el favor inmenso de los reyes persas y babilónicos, que permiten la reconstrucción del Templo y de la Ciudad Santa de Jerusalén... Mucho menos ha tenido la experiencia del Hijo de Dios presente en la historia de los hombres, haciéndose uno más para alcanzar la Redención de todos, dándole a los hombres su mensaje de amor y de salvación, enseñando la llegada del Reino de Dios, sustentando su mensaje con los milagros que realiza, sufriendo terriblemente la pasión por amor a la humanidad, muriendo en la Cruz y venciendo en ella, y finalmente resucitando gloriosamente... Ninguna de esas experiencias las tuvo Abraham. Y, sin embargo, creyó... Lo suyo, verdaderamente, puede considerarse una locura. Creer antes de todas esas maravillas realizadas por Yahvé podríamos considerarlo imposible. Creer después de ellas es tener al menos un sustento que da lógica al abandono en los brazos de quien ha realizado esas maravillas...
Nosotros estamos llamados a creer después de saber que Dios ha hecho todas esas cosas. Podríamos decirnos privilegiados, pues conocemos perfectamente las maravillas que Dios ha realizado en favor de nosotros. ¿Pero qué sustento tiene Abraham? ¡Ninguno! ¡Sólo una voz que lo invita a un abandono basado en una supuesta promesa de la cual no se tiene ninguna certeza de que se cumplirá!
¿Cómo hiciste, Abraham? ¿Cómo te atreviste a hacerlo? ¿Y por qué yo, que conozco la historia de amor de Dios por Israel en todo el Antiguo Testamento, que sé de los milagros que Dios hizo en su favor, que sé que envió a su Hijo al mundo para darnos la luz que habíamos perdido y la vida a la que habíamos renunciado, soy tan poco creyente? ¿Cómo no soy capaz como tú de abandonar mis "seguridades" para lanzarme a las "inseguridades" que me ofrece Dios, pero que dejan de serlo, pues están sustentadas en la más absoluta certeza que puedo tener de su amor por mí?
¡Cuán lejos estoy de ti, Abraham! ¡Quisiera vivir en la infancia espiritual en la que tú viviste! ¡Quisiera abandonar toda mis seguridades, las que me hacen soberbio, en las que exijo pruebas fehacientes para todo, en las que sustento mi vida porque me dan comodidad! ¡Quisiera poder experimentar como tú la confianza en Dios, ese "esperar contra toda esperanza", sólo en la certeza de que ese Dios es bueno, que me ama, y que jamás querrá lo malo para mí!
Un mundo lleno de "Abrahames" sería un mundo ideal. Un mundo en el que habría hombres que no se jactaran jamás de sí mismos, sino del Dios que los convoca, que los llama a abandonarse en Él y en su amor, un mundo en el que la única seguridad absoluta sea la del amor de Dios por ellos... ¿Es posible? ¡Claro que sí! Tu vida nos lo grita a cada instante. Tu vida nos lo echa en cara. Es posible, porque tú lo lograste. Y si tú lo lograste, nosotros también podemos lograrlo. Adelántate y enséñanos cómo hacerlo...
Pero entre esos personajes hay uno que descuella sobre todos por varias razones. Su figura no es la de un simple seguidor de Yahvé, sino la de un tremendo seguidor de lo desconocido... Con absoluta confianza, atendió "la voz" que le hablaba, como si la hubiera oído muchísimas veces antes. Pero no. Era la primera vez... Por eso, con toda propiedad y justicia, tanto los judíos como los musulmanes y los cristianos, lo llamamos "nuestro padre en la fe".
Hay que ubicarse bien en el personaje para poder comprender exactamente lo inmenso de su testimonio. Abraham no se puede llamar, aún, judío. El judaísmo aún no existía en su época. Muy probablemente tenía la religiosidad "natural" propia de los hombres del entorno, politeísta, idolátrica, típicamente pagana. No tenía porqué ser distinto a los demás. Era trashumante, es decir, muy probablemente no tenía tierra fija, aunque sí posesiones, pero que no se referían a propiedades que conocemos hoy como "inmuebles". Sus riquezas se referían más bien a personas a su cargo, a rebaños de ganado y de ovejas, a metales preciosos, a joyas...Adoraba a los ídolos y a ellos ofrecía sacrificios de entre las cosas de su propiedad...
A ese personaje, que jamás había tenido un contacto "personal" con ninguna divinidad, un buen día se le presenta en forma de una voz, Yahvé. Cierto que ese Dios ya había tenido un atisbo de contacto con algunos personajes como Noé y aquellos atrevidos de Babel. Pero difícilmente se puede pensar que Abraham tuviera conocimiento de esto al detalle. Seguramente a "ese" lo consideraba uno más de entre la inmensa cantidad de divinidades a las que había que mantener "contentas"... Esa voz le ordena salir de sus tierras, de su familia, e irse a una tierra que ella le indicará. ¡Sin ninguna prueba, más que la de la voz que escucha! Y más sorprendente aún que escuchar esa voz es la respuesta de Abraham. Por la promesa de ser padre de multitudes, y de alcanzar para todas las naciones por su persona la bendición de Dios, decide decir sí a esa invitación que no tiene ningún sentido. No existe absolutamente ninguna seguridad en lo que se ofrece, sino sólo la de la confianza en que se cumplirá aquello... Es un abandono inusitado, inaudito, que habla más de locura que de cordura...
Abraham no ha tenido la experiencia de Yahvé de las maneras que las tuvo Israel al ser el pueblo elegido en el desierto, al ser liberado de la terrible esclavitud en el Egipto faraónico, al constatar su compañía durante toda la travesía por el desierto pues hace las maravillas del maná, de las golondrinas y de la fuente de agua interminable. No tuvo la experiencia de la entrada triunfal de Israel en la Tierra Prometida, la solemnidad del Templo de Jerusalén, el dolor de la deportación, el favor inmenso de los reyes persas y babilónicos, que permiten la reconstrucción del Templo y de la Ciudad Santa de Jerusalén... Mucho menos ha tenido la experiencia del Hijo de Dios presente en la historia de los hombres, haciéndose uno más para alcanzar la Redención de todos, dándole a los hombres su mensaje de amor y de salvación, enseñando la llegada del Reino de Dios, sustentando su mensaje con los milagros que realiza, sufriendo terriblemente la pasión por amor a la humanidad, muriendo en la Cruz y venciendo en ella, y finalmente resucitando gloriosamente... Ninguna de esas experiencias las tuvo Abraham. Y, sin embargo, creyó... Lo suyo, verdaderamente, puede considerarse una locura. Creer antes de todas esas maravillas realizadas por Yahvé podríamos considerarlo imposible. Creer después de ellas es tener al menos un sustento que da lógica al abandono en los brazos de quien ha realizado esas maravillas...
Nosotros estamos llamados a creer después de saber que Dios ha hecho todas esas cosas. Podríamos decirnos privilegiados, pues conocemos perfectamente las maravillas que Dios ha realizado en favor de nosotros. ¿Pero qué sustento tiene Abraham? ¡Ninguno! ¡Sólo una voz que lo invita a un abandono basado en una supuesta promesa de la cual no se tiene ninguna certeza de que se cumplirá!
¿Cómo hiciste, Abraham? ¿Cómo te atreviste a hacerlo? ¿Y por qué yo, que conozco la historia de amor de Dios por Israel en todo el Antiguo Testamento, que sé de los milagros que Dios hizo en su favor, que sé que envió a su Hijo al mundo para darnos la luz que habíamos perdido y la vida a la que habíamos renunciado, soy tan poco creyente? ¿Cómo no soy capaz como tú de abandonar mis "seguridades" para lanzarme a las "inseguridades" que me ofrece Dios, pero que dejan de serlo, pues están sustentadas en la más absoluta certeza que puedo tener de su amor por mí?
¡Cuán lejos estoy de ti, Abraham! ¡Quisiera vivir en la infancia espiritual en la que tú viviste! ¡Quisiera abandonar toda mis seguridades, las que me hacen soberbio, en las que exijo pruebas fehacientes para todo, en las que sustento mi vida porque me dan comodidad! ¡Quisiera poder experimentar como tú la confianza en Dios, ese "esperar contra toda esperanza", sólo en la certeza de que ese Dios es bueno, que me ama, y que jamás querrá lo malo para mí!
Un mundo lleno de "Abrahames" sería un mundo ideal. Un mundo en el que habría hombres que no se jactaran jamás de sí mismos, sino del Dios que los convoca, que los llama a abandonarse en Él y en su amor, un mundo en el que la única seguridad absoluta sea la del amor de Dios por ellos... ¿Es posible? ¡Claro que sí! Tu vida nos lo grita a cada instante. Tu vida nos lo echa en cara. Es posible, porque tú lo lograste. Y si tú lo lograste, nosotros también podemos lograrlo. Adelántate y enséñanos cómo hacerlo...
viernes, 18 de octubre de 2013
El Jesús de San Lucas
El Evangelio de San Lucas tiene sus bellas particularidades. Cada uno de los evangelistas es un verdadero teólogo, pues busca resaltar, basado en los datos históricos que haya recabado sobre Jesús, su Persona, su Mensaje y sus Obras, lo que considera más importante para el público al que dirige el anuncio de la Buena Nueva de Cristo. Lucas, el autor del tercer Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles, es, así uno de los teólogos evangelistas... Su persona es ya, en sí misma, atractiva. En primer lugar, es el único de los evangelistas que no es hebreo. Probablemente nació en Antioquía de Siria, lugar al que acompañó a Pablo en sus correrías apostólicas, y en el cual, según apunta en los Hechos de los Apóstoles, por primera vez se les dio a los seguidores de Jesús el nombre de cristianos. Hay quienes afirman que era uno de los setenta y dos discípulos de ese grupo amplio que seguían a Jesús y que fueron enviados por Él de dos en dos a anunciar la llegada del Reino de Dios, pero de esto no hay absoluta certeza. Lucas fue discípulo de San Pablo, lo cual queda firmemente evidenciado en la redacción de los Hechos de los Apóstoles, que se inician narrados en tercera persona, cuando se refiere al ciclo de Pedro, y súbitamente, al aparecer Pablo en su ciclo, la narración cambia a primera persona, incluyéndose el mismo Lucas entre los protagonistas...
Su mentalidad es estrictamente investigativa, consecuencia de tener formación científica, pues era médico de profesión. Así lo identifica San Pablo, llamándolo "Mi médico amado". Por ello, al inicio de su Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles, hace una introducción explicando el "método científico" que ha usado para la recopilación de los datos que le han servido para conformar los escritos. En ambas introducciones se dirige a un tal "Querido Teófilo", que, en realidad, es un personaje genérico. "Teófilo" significa "El que ama a Dios", lo cual significa que Lucas dirige su Evangelio y los Hechos a cualquier hombre o mujer que ame a Dios y que quiera conocer de Jesús para seguirlo con fidelidad...
Quizás el detalle de composición más llamativo del Evangelio de San Lucas es el de ser el único que narra con matices precisos la infancia de Jesús. Muchos han dicho que esto se debe a que Lucas hizo una especie de "entrevista" a la Virgen María, a la cual, por supuesto, tuvo que haber conocido y con la cual habría tenido frecuentes contactos, queriendo como "beber" de la fuente que le podía proveer de conocimientos de la infancia de Jesús para ahondar en su "biografía", y así, como buen científico, presentarlo a las gentes. En las especulaciones más piadosas sobre la figura de Lucas, hay quienes afirman que realizó una pintura de la Virgen María, que por supuesto, sería la primera realizada en la historia. Hay versiones de esa pintura que dicen que hizo Lucas, pero que son de data muy posterior, por lo cual, probablemente este dato no sea cierto históricamente. De todas maneras, a Lucas tradicionalmente se le ha llamado también "El Pintor de la Virgen".
En todo caso, lo más interesante de Lucas es el mensaje que quiere hacerle llegar a sus lectores. Su público es el de los cristianos provenientes del paganismo, ávidos de conocimientos de Jesús y dichosos por el mensaje que se transmite referente a la salvación universal. Lucas quiere dejar claro, como buen discípulo de Pablo, que no serán sólo los judíos los beneficiarios de la Redención de Jesús, sino todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y de todas las geografías... Jesús ha sido enviado a rescatar a los hombres, y el amor con el que el Padre encomienda esta misión a Cristo no puede quedar reducido sólo a un pueblo mínimo como el hebreo, totalmente insignificante y casi desconocido, aunque fuera el pueblo elegido por Dios. El amor de Dios da para mucho más y abarca a todo el universo...
Podríamos acentuar tres aspectos fundamentales del Evangelio de Lucas, en los cuales él quiere hacer especial incidencia y que transmite con claridad... El primero de ellos es la preferencia de Dios por los pobres. Es insistente la presencia de ellos, de los necesitados, de los humildes, de los desposeídos y humillados en el mensaje y en la obra de Jesús. Son los pobres los que motivan a Dios, y la búsqueda de la justicia hacia ellos los que lo hacen enfrentarse decididamente a los ricos y poderosos. La obra de Jesús está siempre dirigida a hacer justicia a los oprimidos del mundo, a invitar a los ricos a desprenderse de sus riquezas y ponerlas al servicio de los más necesitados, a evitar siempre hacer del dinero un ídolo que desvíe del servicio debido exclusivamente a Dios... No es un mensaje de odio a los ricos, como pretenden algunos que buscan ideologizar el mensaje de amor de Cristo, sino de invitación a ellos a ser solidarios, a vivir la pobreza de espíritu, la humildad, la sencillez, la verdadera fraternidad que se basa en la solidaridad amorosa...
El segundo aspecto es el de la presentación del Dios misericordioso. Lucas es el único que refiere la parábola del Hijo Pródigo, que más propiamente se debería llamar la Parábola del Padre Misericordioso, pues es la figura que realmente quiere resaltar el relato. Allí nos dice que el Padre, en primer lugar, respeta absolutamente la libertad de sus hijos, que se duele de que se alejen y destruyan esa misma libertad que él les ha regalado, esclavizándose tontamente y llegando a ser prácticamente una piltrafa humana, una caricatura de lo que era originalmente cuando estaba en casa. Pero que es un Padre que no pierde nunca la esperanza de recuperar a su hijo, y por eso sale todos los días a la vera del camino a otear el horizonte con la ilusión de ver a su hijo regresar a casa. No deja de hacerlo un solo día. Es un Padre que ama y espera. Y que apenas descubre a lo lejos la figura de su hijo que retorna derrotada, hecho nada, no espera que llegue a los predios de la casa, sino que sale emocionado en carrera a encontrarlo en el camino. Allí lo abrazo, lo colma de besos y le hace recuperar su plena dignidad de hijo suyo. Y es tan denso el clima de ternura, de perdón, de alegría del padre, que el plan que había diseñado el hijo para regresar, diciéndole al padre: "He pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus obreros...", queda totalmente desecho... El padre le devuelve toda su dignidad, lo viste, lo calza, le da su anillo y manda a preparar una fiesta, "porque este hijo mío estaba muerto y ha resucitado; lo habíamos perdido y lo hemos encontrado..." El clima de perdón, de reconciliación, de acogida, de misericordia, de alegría por el regreso, se dio gracias al arrepentimiento del hijo, pero es un paso que, siendo necesario, queda atrás. Lo que permanece es el abrazo, el beso, la alegría, la misericordia, el perdón, la recuperación de la dignidad... Para Lucas es muy importante que esto quede claro. Dios es un Dios de misericordia y de perdón. Es un Padre que no está acusando, sino que tiene como objetivo final que su hijo entre de nuevo a la casa, con todas las prerrogativas que siempre tuvo, y que perdió por el mal uso de su libertad... El Padre es un Padre misericordioso...
Y el tercer aspecto es el de la alegría. Los cristianos deben ser hombres y mujeres que vivan la felicidad a plenitud. No tiene sentido un cristiano triste, porque Dios es el Dios de la Alegría. Hay una invitación constante en el Evangelio de Lucas a buscar siempre razones por las cuales estar felices. El fin de la Parábola del Padre Misericordioso es una fiesta. Y el Padre quiere que estén presentes todos, incluso el "hijo fiel", que en principio se negaba a entrar en el banquete. Las parábolas de la oveja descarriada y de la moneda perdida son un ejemplo claro del clima de fiesta que deben vivir los cristianos. Cuando se encuentra la oveja perdida, el pastor llama a sus amigos a celebrar porque la ha encontrado.La señora que halla la moneda que se le había perdido, invita a sus amigas a celebrarlo... ¡Quizá hasta gastó más en la fiesta que hace para celebrarlo que lo que valía la moneda! Pero no importaba... Había que celebrar. Lo importante era el espíritu de alegría que había que vivir... Y esto es lo que quiere Dios para todos los cristianos. Es lo que vino a pedirnos Jesús. Él quiere que todos los hombres y mujeres vivamos en la alegría de sabernos amados infinitamente, de sabernos redimidos... De tener a un Dios que es todo amor y misericordia, que es un Dios que no nos acusa, sino que quiere nuestro bien para siempre...
Lucas nos trae a un Jesús cercano, amigo de los pobres, misericordioso y alegre... No nos alejemos jamás de ese Dios que nos ha traído Jesús...
Su mentalidad es estrictamente investigativa, consecuencia de tener formación científica, pues era médico de profesión. Así lo identifica San Pablo, llamándolo "Mi médico amado". Por ello, al inicio de su Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles, hace una introducción explicando el "método científico" que ha usado para la recopilación de los datos que le han servido para conformar los escritos. En ambas introducciones se dirige a un tal "Querido Teófilo", que, en realidad, es un personaje genérico. "Teófilo" significa "El que ama a Dios", lo cual significa que Lucas dirige su Evangelio y los Hechos a cualquier hombre o mujer que ame a Dios y que quiera conocer de Jesús para seguirlo con fidelidad...
Quizás el detalle de composición más llamativo del Evangelio de San Lucas es el de ser el único que narra con matices precisos la infancia de Jesús. Muchos han dicho que esto se debe a que Lucas hizo una especie de "entrevista" a la Virgen María, a la cual, por supuesto, tuvo que haber conocido y con la cual habría tenido frecuentes contactos, queriendo como "beber" de la fuente que le podía proveer de conocimientos de la infancia de Jesús para ahondar en su "biografía", y así, como buen científico, presentarlo a las gentes. En las especulaciones más piadosas sobre la figura de Lucas, hay quienes afirman que realizó una pintura de la Virgen María, que por supuesto, sería la primera realizada en la historia. Hay versiones de esa pintura que dicen que hizo Lucas, pero que son de data muy posterior, por lo cual, probablemente este dato no sea cierto históricamente. De todas maneras, a Lucas tradicionalmente se le ha llamado también "El Pintor de la Virgen".
En todo caso, lo más interesante de Lucas es el mensaje que quiere hacerle llegar a sus lectores. Su público es el de los cristianos provenientes del paganismo, ávidos de conocimientos de Jesús y dichosos por el mensaje que se transmite referente a la salvación universal. Lucas quiere dejar claro, como buen discípulo de Pablo, que no serán sólo los judíos los beneficiarios de la Redención de Jesús, sino todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y de todas las geografías... Jesús ha sido enviado a rescatar a los hombres, y el amor con el que el Padre encomienda esta misión a Cristo no puede quedar reducido sólo a un pueblo mínimo como el hebreo, totalmente insignificante y casi desconocido, aunque fuera el pueblo elegido por Dios. El amor de Dios da para mucho más y abarca a todo el universo...
Podríamos acentuar tres aspectos fundamentales del Evangelio de Lucas, en los cuales él quiere hacer especial incidencia y que transmite con claridad... El primero de ellos es la preferencia de Dios por los pobres. Es insistente la presencia de ellos, de los necesitados, de los humildes, de los desposeídos y humillados en el mensaje y en la obra de Jesús. Son los pobres los que motivan a Dios, y la búsqueda de la justicia hacia ellos los que lo hacen enfrentarse decididamente a los ricos y poderosos. La obra de Jesús está siempre dirigida a hacer justicia a los oprimidos del mundo, a invitar a los ricos a desprenderse de sus riquezas y ponerlas al servicio de los más necesitados, a evitar siempre hacer del dinero un ídolo que desvíe del servicio debido exclusivamente a Dios... No es un mensaje de odio a los ricos, como pretenden algunos que buscan ideologizar el mensaje de amor de Cristo, sino de invitación a ellos a ser solidarios, a vivir la pobreza de espíritu, la humildad, la sencillez, la verdadera fraternidad que se basa en la solidaridad amorosa...
El segundo aspecto es el de la presentación del Dios misericordioso. Lucas es el único que refiere la parábola del Hijo Pródigo, que más propiamente se debería llamar la Parábola del Padre Misericordioso, pues es la figura que realmente quiere resaltar el relato. Allí nos dice que el Padre, en primer lugar, respeta absolutamente la libertad de sus hijos, que se duele de que se alejen y destruyan esa misma libertad que él les ha regalado, esclavizándose tontamente y llegando a ser prácticamente una piltrafa humana, una caricatura de lo que era originalmente cuando estaba en casa. Pero que es un Padre que no pierde nunca la esperanza de recuperar a su hijo, y por eso sale todos los días a la vera del camino a otear el horizonte con la ilusión de ver a su hijo regresar a casa. No deja de hacerlo un solo día. Es un Padre que ama y espera. Y que apenas descubre a lo lejos la figura de su hijo que retorna derrotada, hecho nada, no espera que llegue a los predios de la casa, sino que sale emocionado en carrera a encontrarlo en el camino. Allí lo abrazo, lo colma de besos y le hace recuperar su plena dignidad de hijo suyo. Y es tan denso el clima de ternura, de perdón, de alegría del padre, que el plan que había diseñado el hijo para regresar, diciéndole al padre: "He pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus obreros...", queda totalmente desecho... El padre le devuelve toda su dignidad, lo viste, lo calza, le da su anillo y manda a preparar una fiesta, "porque este hijo mío estaba muerto y ha resucitado; lo habíamos perdido y lo hemos encontrado..." El clima de perdón, de reconciliación, de acogida, de misericordia, de alegría por el regreso, se dio gracias al arrepentimiento del hijo, pero es un paso que, siendo necesario, queda atrás. Lo que permanece es el abrazo, el beso, la alegría, la misericordia, el perdón, la recuperación de la dignidad... Para Lucas es muy importante que esto quede claro. Dios es un Dios de misericordia y de perdón. Es un Padre que no está acusando, sino que tiene como objetivo final que su hijo entre de nuevo a la casa, con todas las prerrogativas que siempre tuvo, y que perdió por el mal uso de su libertad... El Padre es un Padre misericordioso...
Y el tercer aspecto es el de la alegría. Los cristianos deben ser hombres y mujeres que vivan la felicidad a plenitud. No tiene sentido un cristiano triste, porque Dios es el Dios de la Alegría. Hay una invitación constante en el Evangelio de Lucas a buscar siempre razones por las cuales estar felices. El fin de la Parábola del Padre Misericordioso es una fiesta. Y el Padre quiere que estén presentes todos, incluso el "hijo fiel", que en principio se negaba a entrar en el banquete. Las parábolas de la oveja descarriada y de la moneda perdida son un ejemplo claro del clima de fiesta que deben vivir los cristianos. Cuando se encuentra la oveja perdida, el pastor llama a sus amigos a celebrar porque la ha encontrado.La señora que halla la moneda que se le había perdido, invita a sus amigas a celebrarlo... ¡Quizá hasta gastó más en la fiesta que hace para celebrarlo que lo que valía la moneda! Pero no importaba... Había que celebrar. Lo importante era el espíritu de alegría que había que vivir... Y esto es lo que quiere Dios para todos los cristianos. Es lo que vino a pedirnos Jesús. Él quiere que todos los hombres y mujeres vivamos en la alegría de sabernos amados infinitamente, de sabernos redimidos... De tener a un Dios que es todo amor y misericordia, que es un Dios que no nos acusa, sino que quiere nuestro bien para siempre...
Lucas nos trae a un Jesús cercano, amigo de los pobres, misericordioso y alegre... No nos alejemos jamás de ese Dios que nos ha traído Jesús...
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