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jueves, 24 de junio de 2021

Juan Bautista, bisagra entre lo antiguo y lo nuevo

 día 24: Nacimiento de Juan Bautista | Familia Franciscana

Juan Bautista es uno de los personajes bisagra de la nueva historia de la salvación escrita amorosamente por Dios con la Sangre de su Cordero, entregado en sacrificio consolador por la humanidad. De él hace Jesús el mayor reconocimiento que se puede hacer a un ser humano alguno: "No ha nacido nadie mayor de mujer". No se trata de una afirmación de simple entusiasmo, sino de una constatación objetiva, sobre todo por la tarea que le corresponde realizar en el presente y en ese futuro inmediato de su misión. Son varios los personajes que destacan durante la historia turbulenta y gloriosa de Israel, el pueblo elegido por el Señor para ser suyo. Y en algunos, particularmente, la revelación que se va abriendo camino, se acentúan sobre todo las manifestaciones extraordinarias de sus orígenes. No se pueden ocultar los de la descendencia de Abraham, los hijos de Jacob, Sansón, Isaac, y otros más. Sobre todos ellos destaca la figura de Juan Bautista, a quien el favor de Dios hace que centremos el foco en lo extraordinario de lo que está rodeado. Juan Bautista es el último de los Profetas y de los Patriarcas del Antiguo Testamento, y es el primero de los Apóstoles. Él abre el camino a la entrada de Jesús al mundo, es el Precursor que finalmente presentará al "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Su voz es "la voz que clama en el desierto", invitando a los hombres a abrir el corazón a la obra final de salvación de Dios en favor del hombre. No existe sobre la tierra tarea más importante y determinante. Por ello, no es solo bisagra, sino referencia obligatoria para todos los salvados de Jesús: "El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: 'Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré' ... 'Mi Dios era mi fuerza: 'Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra'". Su figura como adalid de Jesús, el Salvador, tiene una importancia innegable, que no puede ser nunca dejada a un lado.

La instrumentalidad del Bautista es evidente. Y él mismo la asumió con la seriedad del caso. Jamás rehuyó a ella y muy al contrario, en respeto de aquello para lo cual el Señor lo había elegido, con la mayor humildad lo asumió. Nunca se atribuyó a sí mismo ningún mérito, sino que se hizo cada vez más consciente de lo que a él le correspondía. De una personalidad recia, valiente, podríamos decir que hasta hosca, se convirtió en una personalidad suave, humilde, consciente de lo que era. Habiéndose podido aprovechar del éxito personal que estaba obteniendo entre sus seguidores a los cuales se sumaba cada vez más gente, nunca se atribuyó nada a sí mismo. Muy al contrario, buscó siempre que esos seguidores fijaran su mirada en el verdadero foco, el importante, Aquel al cual él servía con plena conciencia: "En aquellos días, dijo Pablo: 'Dios suscitó como rey a David, en favor del cual dio testimonio, diciendo: 'Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos'. Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes de que llegara Jesús; y, cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida decía: 'Yo no soy quien ustedes piensan, pero, miren, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias de los pies'. Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos ustedes los que temen a Dios: a ustedes se les ha enviado esta palabra de salvación'". Es Juan el primero de los instrumentos que abren el nuevo camino de la nueva ley. Él es el primero de los beneficiados, fuera de la fulgurante figura de nuestra Madre María, elegida desde antiguo para ser la Madre del Redentor. Junto a Ella, esta historia gloriosa se escribe con las letras de la figura de Juan Bautista, "el mayor de los nacidos de mujer".

Rodeado del halo del misterio de Dios, y pleno de demostración de amor por el hombre, su nacimiento no puede ser sino maravilloso. Los ancianos Zacarías e Isabel, primos de la Virgen María, Madre del Redentor, habiendo recibido la mayor de las bendiciones, pues el Señor los bendice en su ancianidad, seca y estéril, con un fruto de sus propias entrañas. Y en el reconocimiento de haber recibido un inmenso favor, como don de amor y de fidelidad, se ponen ante el Señor del amor con la plena disposición de respuesta. Aún en el reconocimiento de una maravilla que se estaba sucediendo a su vista, sus familiares y amigos se empeñan en querer mantener una cierta "normalidad" que no cabía. Lo que estaba sucediendo era totalmente fuera de lo natural y, a pesar de sus empeños, los esposos ancianos pugnan por reconocer el inmenso misterio de lo que estaba a la vista de todos. La fuerza de su convicción vence y se impone lo razonable: hay que reconocer el misterio, aun con lo incomprensible que puede resultar. El nuevo orden del amor así lo exige. Y a eso hay que responder: "A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: '¡ No! Se va a llamar Juan'. Y le dijeron: 'Ninguno de tus parientes se llama así'. Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: 'Juan es su nombre'. Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: 'Pues ¿qué será este niño?' Porque la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel". Es Juan Bautista, el Precursor, el primero de la Apóstoles, el último de los Profetas y de los Patriarcas, el que inaugura el nuevo camino de la novedad absoluta de la salvación que trae Jesús. Instrumento privilegiado del Señor para abrir los caminos hacia los corazones de los hombres de ese Cordero de Dios que viene a quitar los pecados del mundo, los nuestros, para dejar despejada la ruta para la llegada de Jesús a nuestros corazones. De nuevo, un gesto del amor infinito y eterno por nosotros, sus criaturas.

viernes, 21 de mayo de 2021

La lógica del amor está por encima de la lógica natural

 Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? - Templo de San Francisco -  Celaya, Gto.

El amor está por encima de todo. Fue lo que motivó al Padre a salir de sí mismo, donde tenía una plenitud que no necesitaba de más y que era totalmente satisfactoria para sí, y emprender la obra creadora que hizo que existiera todo lo que no es Él, en cuya existencia se explica la aparición de su criatura predilecta, el hombre, al que destina desde el primer momento a vivir en la plenitud de su amor eternamente. Todo, en ese gesto creador, se explica desde el amor, pues no tiene sentido la existencia de lo que Dios no necesitaba, sino solo desde lo que lo hizo capaz de salir de sí mismo para derramarse en lo que había surgido de sus manos poderosas. Solo el amor explica el empeño firme de recuperar a quien voluntariamente había decidido alejarse de Él, cuando el camino más fácil y sencillo era simplemente dejarlo a su arbitrio o hacerlo desaparecer de la misma manera que lo había creado. Solo el amor hace comprender la epopeya que asume llevar adelante el Hijo, atendiendo a la voluntad del Padre, llegando incluso a colocarse en medio del camino para recibir los embates de la muerte y del pecado, poniéndose en medio para que el hombre quedara incólume y no sufriera lo que le correspondía sufrir, en vez del enviado de Dios. Solo el amor explica el que, habiendo cumplido la tarea encomendada perfectamente, dejara en las manos de aquellos culpables la misión de llevar adelante su salvación, mediante su testimonio por palabras y obras, a fin de que le llegara su efecto a todos los hombres, considerando de esa manera, dignos de la misma tarea que Él había cumplido a quienes habían sido la razón última de su sacrificio cruento. Los culpables pasaban a ser ahora sus aliados en la salvación del mundo. Humanamente es el absurdo mayor. Pero en la lógica del amor, no existía otro camino, pues el amor sobrepasa la consideración de lo pasado, y mira hacia adelante, fundando la esperanza en la ilusión que se adquiere con la conversión. Es la oportunidad que nos da a todos el Señor. Arrepentidos de nuestro pecado, el que llevó a Jesús a la muerte, sobreponernos y retomar el camino perdido desde el inicio, para ganar a todos para la conversión y para la salvación, fundados en el amor eterno e infinito de Dios por nosotros.

Esta experiencia de renovación total la vivió San Pedro cuando, después de la resurrección de Jesús tuvo la experiencia de amor que necesitaba para reponerse del sentido de culpabilidad que lo atormentaba tras la traición en la que había caído durante la pasión del Señor. La cobardía le había hecho una mala jugada y le había hecho caer en la peor traición que él mismo había rechazado cuando Jesús se lo había vaticinado. Pudo más el temor a sufrir, el deseo de evitar todo dolor, que el amor por Jesús. Era muestra de que, aún habiendo convivido con el Señor los tres años anteriores, su fe y su confianza en Él eran todavía muy inmaduras. En todo caso, Jesús en su amor no se consideraba destinado a la censura de aquellos a los que había venido a rescatar. Incluso en el momento de la traición, según el relato del evangelista, Jesús le lanzó su mirada de suave reproche, desnudando también su comprensión y su amor. Y llegó a más, pues habiéndolo elegido como la piedra sobre la cual edificaría su Iglesia -"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia"-, no podía dejarlo en la postración de la culpa: "Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer, le dice a Simón Pedro: 'Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?' Él le contestó: 'Sí, Señor, tú sabes que te quiero'. Jesús le dice: 'Apacienta mis corderos'. Por segunda vez le pregunta: 'Simón, hijo de Juan, ¿me amas?' Él le contesta: 'Sí, Señor, tú sabes que te quiero'. Él le dice: 'Pastorea mis ovejas'. Por tercera vez le pregunta: 'Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?' Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: '¿Me quieres?' y le contestó: 'Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero'. Jesús le dice: 'Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras'. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: 'Sígueme'". La delicadeza de Jesús con Pedro lo lleva a intentar borrar con esta triple afirmación de su amor por Él, aquella terrible triple negación de la pasión. El auténtico Pedro no es el que lo niega, sino el que afirma su amor por Jesús. Y de este modo asume su tarea, llevándola al extremo, cumpliendo su misión y muriendo por el amor a Cristo. El "Sígueme" de Jesús es atendido por Pedro hasta las últimas consecuencias.

La misión de Pedro era de una importancia de primer orden. Era el primer responsable, colocado por el mismo Señor en la posición de prevalencia sobre todos los demás discípulos, y encargado por Él de ser lazo de unión de todos los cristianos, que iban conformando esa comunidad naciente que se reunía alrededor de la vivencia del amor. Y cada discípulo asumía la experiencia del amor como experiencia fundante y como tarea principal ante el mundo que lo reclamaba. San Pablo, elegido por Jesús después de su ascensión a los cielos para ser el apóstol de las gentiles, vive también su experiencia de amor y se entrega radicalmente a su causa de salvación. Esto le acarrea los mayores dolores y sufrimientos, siendo burlado, perseguido, golpeado, apedreado. Pero nada de eso está por encima del amor del que es adelantado y anunciador privilegiado. En las postrimerías de su vida apostólica es hecho preso para ser juzgado, por su petición, por el mismísimo César: "El rey Agripa y Berenice llegaron a Cesarea para cumplimentar a Festo. Como se quedaron allí bastantes días, Festo expuso al rey el caso de Pablo, diciéndole: 'Tengo aquí un hombre a quien Félix ha dejado preso y contra el cual, cuando fui a Jerusalén, presentaron acusación los sumos sacerdotes y los ancianos judíos, pidiendo su condena. Les respondí que no es costumbre romana entregar a un hombre arbitrariamente; primero, el acusado tiene que carearse con sus acusadores, para que tenga ocasión de defenderse de la acusación. Vinieron conmigo, y yo, sin dar largas al asunto, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a este hombre. Pero, cuando los acusadores comparecieron, no presentaron ninguna acusación de las maldades que yo suponía; se trataba solo de ciertas discusiones acerca de su propia religión y de un tal Jesús, ya muerto, que Pablo sostiene que está vivo. Yo, perdido en semejante discusión, le pregunté si quería ir a Jerusalén a que lo juzgase allí de esto. Pero, como Pablo ha apelado, pidiendo que lo deje en la cárcel para que decida el Augusto, he dado orden de que se le custodie hasta que pueda remitirlo al César". Si Pedro rindió con su vida el homenaje final a Jesús y a su amor, también lo hizo Pablo. Será decapitado por el amor que sintió por Jesús y que se hizo su razón de vida. Su ganancia fue la muerte. También a esto solo le da sentido el amor. El mismo amor que movió a Dios a hacer lo necesario por rescatar de la muerte a los hombres culpables.

sábado, 15 de mayo de 2021

Dios sigue contando con nosotros para salvar al mundo

 Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre

En el libro del Profeta Isaías nos encontramos con una frase pronunciada por Dios, que describe perfectamente el itinerario que sigue su Palabra, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Jesús de Nazaret, Dios que se encarna para rescatar a la humanidad perdida: "Así como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será próspera en aquello para lo que la envié". Es el periplo exacto que sigue Jesús. Él es la Palabra de amor pronunciada por el Padre sobre el mundo, con lo que cumple su promesa hecha desde el principio, con la cual se compromete a llevar adelante la gesta de recuperación del hombre que se había perdido por el pecado. Es la promesa que sustenta la esperanza que motiva al pueblo elegido a querer seguir siendo suyo, a pesar de la cantidad de incongruencias vitales que una y otra vez demuestran, con lo que se confirma la obcecación que produce el pecado cometido. Durante toda la historia de salvación narrada por los autores divinos, nos encontramos con todos los esfuerzos realizados por Dios para mantener a ese pueblo cercano a sí. No es otra cosa que la certificación de que ese Dios no ha dejado al hombre a su propio arbitrio, el que ha demostrado que sin la conducción del mismo Dios será como dar coces contra el aguijón, como el camino del ciego que no sabe hacia dónde avanzar, por lo cual es absolutamente necesaria la pronunciación de su Palabra de amor sobre la humanidad añorante del cumplimiento de la promesa. Pues bien, esa Palabra es Jesús, Dios que se hace hombre, que asume sobre sus espaldas la responsabilidad de fertilizar la tierra que es el hombre, para que reciba la salvación y la plenitud que Dios quiere para él.

Jesús asume que ha sido enviado a cumplir una misión. Es la misión del amor misericordioso del Padre que procura el rescate de la humanidad. Al Padre lo mueve el amor que tiene a sus criaturas. No las ha creado para que lleguen a una condenación absurda, sino para que, avanzando junto a Él, lleguen a la plenitud de su amor y de su alegría. Y el Hijo se sabe pieza esencial en este itinerario de salvación de la humanidad, por lo que acepta con agrado la encomienda. No es un simple instrumento para la salvación de los hombres, sino que asume activamente la parte que le corresponde. Sencillamente porque también Él ama con intensidad al hombre, sujeto y último beneficiario de su entrega. Por eso llega a acometer el absurdo de una entrega que no le beneficiaba en nada, sino que, al contrario, lo hace víctima de algo en lo que no tiene ninguna culpa: "En verdad, en verdad les digo: si piden algo al Padre en mi nombre, se lo dará. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre; pidan, y recibirán, para que la alegría de ustedes sea completa. Les he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que les hablaré del Padre claramente. Aquel día pedirán en mi nombre, y no les digo que yo rogaré al Padre por ustedes, pues el Padre mismo los quiere, porque ustedes me quieren y creen que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre". La tarea de Jesús, siendo principalmente la del rescate de los hombres de su situación de postración, es finalmente la de revelar a todos el amor original del Padre, que no quiere que se pierda uno solo de sus hijos, y que, al contrario, está dispuesto a hacer todo en favor de su rescate y de su salvación. Por ello, el Padre será siempre fuente de beneficios para los hombres y jamás dejará de serlo. Lo ha demostrado fehacientemente en la entrega de su propio Hijo al mundo. Por ello, teniendo al Padre de nuestra parte, nunca dejará de responder a nuestras peticiones en nombre de Cristo, cuando nuestras peticiones sirvan para mantenernos cercanos a Él.

Luego de la partida de Jesús, este favorecimiento total de Dios hacia aquellos que se decidían a ser sus discípulos, dejándose conquistar por el amor y haciéndose anunciadores de ese amor, se hizo cada vez más evidente. El Espíritu Santo, también enviado por el Padre y el Hijo como alma de la Iglesia naciente, y razón de vida de todos los anunciadores, llevaba a plenitud la obra de Cristo, suscitando cada vez más seguidores, conquistados por la noticia feliz del rescate de la humanidad en cumplimiento de las promesas hechas por Dios desde aquel principio de la historia de salvación. Tanto en Jerusalén como en todas las ciudades por las que pasaban y en las que anunciaban el amor de Dios a todos, cada vez más hombres y mujeres se iban agregando a ese nuevo pueblo de salvados, y asumían también su tarea de multiplicadores de la alegría por todos lados. Se preocupaban porque la noticia estuviera sólidamente fundada en la verdad del mensaje de amor. Y así, conquistaban y formaban a aquellos que se disponían a ser instrumentos eficientes en la obra de salvación de Dios: "Pasado algún tiempo en Antioquía, Pablo marchó y recorrió sucesivamente Galacia y Frigia, animando a los discípulos. Llegó a Éfeso un judío llamado Apolo, natural de Alejandría, hombre elocuente y muy versado en las Escrituras. Lo habían instruido en el camino del Señor y exponía con entusiasmo y exactitud lo referente a Jesús, aunque no conocía más que el bautismo de Juan. Apolo, pues, se puso a hablar públicamente en la sinagoga. Cuando lo oyeron Priscila y Áquila, lo tomaron por su cuenta y le explicaron con más detalle el camino de Dios. Decidió pasar a Acaya, y los hermanos lo animaron y escribieron a los discípulos de allí que lo recibieran bien. Una vez llegado, con la ayuda de la gracia, contribuyó mucho al provecho de los creyentes, pues rebatía vigorosamente en público a los judíos, demostrando con la Escritura que Jesús es el Mesías". La fuerza del Espíritu era incontenible. Y las conversiones se multiplicaban por donde era anunciada la verdad de Jesús y de la salvación por amor. Por ello, para demostrar todos nuestra sumisión a quien nos ha elegido, debemos dejar que el Espíritu siga actuando, siendo nosotros instrumentos en sus manos para seguir anunciando el amor y la salvación de Cristo, que tanto necesita nuestro mundo hoy.

jueves, 13 de mayo de 2021

El apóstol es feliz haciendo lo que Dios espera de él

 Oración del jueves: “Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se  convertirá en alegría” - MVC

Luego de su conversión, San Pablo se convierte en apóstol incansable de Jesús en tierras de paganos. Si echamos la mirada a la obra que este realiza a partir de su envío por el Señor a dar a conocer su nombre y su amor a todos los hombres, impresiona ver la cantidad de kilómetros que recorre y el número de conversiones que, siendo instrumento del Espíritu Santo que lo ha poseído totalmente, logra con su testimonio de palabra y de obra. San Pablo vive para Jesús, y el Señor se convierte en su razón de vida. Ya no tiene otro interés sino solo el de dar a conocer la obra de rescate que emprendió el Padre por mediación de su Hijo, enviado para lograr una victoria contundente sobre la esclavitud que azotaba al hombre creado para ser libre. "Para mí la vida es Cristo" ... "Vivo yo, pero ya no soy yo. Es Cristo quien vive en mí". Pablo había puesto su vida entera en manos del Señor, y había entendido así, que solo podía vivir para Él, y que lejos de Él tendría solo oscuridad y tristeza. Era una convicción vital. Cuando se asume la vida de la fe con tal radicalidad, no existen otras opciones. Ser fieles al Señor y a los hermanos, asumiendo la vida del amor que enriquece más que cualquiera de los más grandes tesoros humanos, y que lanza por ese amor al rescate de la humanidad por la que se entregó el Señor, se convierte en razón de vida. Solo entendiendo el abandono en las manos de Dios que radicalmente asume San Pablo, se puede comprender cómo pudo llegar a tales empresas. Tenía la fuerza de su propia convicción de fe, pero por encima de ello, tenía también la certeza de ser de Dios y de contar con su fuerza que lo acompañaba, lo iluminaba, lo fortalecía y lo llenaba de la ilusión de llegar a cada vez más hermanos para procurar su salvación. Por eso su propia vida pasaba a un segundo plano, pues en el primero estaba Jesús y su amor, y la búsqueda de la salvación de los hermanos.

El Espíritu, en efecto, era el que marcaba las pautas de su vida. Arrancado de su vida cotidiana, fue siendo conducido por su fuerza a los parajes menos pensados, corriendo toda clase de suertes. No era él el que decidía. Decidía el Señor. Y él, en uso de su libertad absoluta, dejó su voluntad en las manos de quien lo había elegido, sintiéndose con ello aún más libre, pues alcanzaba la altura más grande, ya que era libre en el Señor. Y por eso, conducido por las inspiraciones del Espíritu de Dios, encontraba la mejor manera de vivir y de ser apóstol. Nos falta a nosotros esa disponibilidad, y comprender que la verdadera libertad no está en solo tomar decisiones que nos favorezcan exteriormente, sin influencias, sino el poner nuestra vida en las manos de Dios para que nos conduzca por los caminos que verdaderamente nos dan la plenitud y la auténtica felicidad: "Pablo dejó Atenas y se fue a Corinto. Allí encontró a un tal Áquila, judío natural del Ponto, y a su mujer, Priscila; habían llegado hacía poco de Italia, porque Claudio había decretado que todos los judíos abandonasen Roma. Se juntó con ellos y, como ejercía el mismo oficio, se quedó a vivir y trabajar en su casa; eran tejedores de lona para tiendas de campaña. Todos los sábados discutía en la sinagoga, esforzándose por convencer a judíos y griegos. Cuando Silas y Timoteo bajaron de Macedonia, Pablo se dedicó enteramente a predicar, dando testimonio ante los judíos de que Jesús es el Mesías. Como ellos se oponían y respondían con blasfemias, Pablo sacudió sus vestidos y les dijo: 'La sangre de ustedes recaiga sobre su cabeza. Yo soy inocente y desde ahora me voy con los gentiles'. Se marchó de allí y se fue a casa de un cierto Ticio Justo, que adoraba a Dios y cuya casa estaba al lado de la sinagoga. Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su familia; también otros muchos corintios, al escuchar a Pablo, creían y se bautizaban". El Espíritu iba conduciendo a Pablo para que cumpliera con su tarea, para la cual había sido elegido, que era la de llevar la salvación a los hombres que no pertenecían al pueblo hebreo.

Se cumplía así su añoranza más profunda: "Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios quien me amó y se entregó a sí mismo por mí". San Pablo tenía plena conciencia de pertenecer a Jesús, y por eso no duda un segundo en entregar su vida para que sea totalmente suya. Así entendía que estaba siempre en Él, y vivía la alegría de esa presencia continua del Señor, que ya no se ocultaba a su vista: "Dijo Jesús a sus discípulos: 'Dentro de poco ya no me verán, pero dentro de otro poco me volverán a ver'. Comentaron entonces algunos discípulos: '¿Qué significa eso de “dentro de poco ya no me verán, pero dentro de otro poco me volverán a ver”, y eso de “me voy al Padre”?' Y se preguntaban: '¿Qué significa ese “poco”? No entendemos lo que dice'. Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: '¿Están discutiendo de eso que les he dicho: “Dentro de poco ya no me verán, y dentro de otro poco me volverán a ver”? En verdad, en verdad les digo: ustedes llorarán y se lamentarán, mientras el mundo estará alegre; ustedes estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría". En sentido estricto, el "dentro de un poco no me verán", se refiere a su muerte y al ocultamiento en el sepulcro, y el "dentro de otro poco me volverán a ver" se refiere a la resurrección gloriosa. Pero en sentido amplio, se refiere a la alegría que produce esa presencia asegurada por el mismo Jesús en esa comunidad que estaba naciendo con el envío a la misión y con la presencia del Espíritu Santo en ella: "Yo estaré con ustedes hasta el fin del tiempo". Es la alegría de saber que la misión que se ha emprendido no es una iniciativa personal, sino que se ha asumido como lo que es: encomienda directa del Dios del amor que quiere salvar a todos los hombres y que para ello cuenta con los enviados. Y es eso lo que puede producir la mayor alegría del apóstol: Saber que Jesús cuenta con él y que él se pone con la mayor disponibilidad en sus manos.

miércoles, 12 de mayo de 2021

El Espíritu Santo completa la obra de Jesús en el corazón de los hombres

 Archidiócesis de Granada :: - “Cuando venga el Espíritu de la verdad os  guiará hasta la verdad plena”

Jesús cumple perfectamente la tarea que le ha encomendado el Padre Dios. Ha revelado con hechos y con palabras quién es Dios, su esencia de amor, su deseo de tener consigo a todas sus criaturas, por lo cual lo envía a Él para servir de rescate para toda la humanidad que estaba perdida por el pecado y por la oscuridad de la muerte eterna. Su ciclo llega a su final, cuando recupera la gloria que había dejado entre paréntesis en su periplo terreno, al resucitar y ascender a los cielos, la morada que naturalmente le corresponde y que seguía reservada para Él. Pero esta vez, al culminar su obra, esa morada ya no será solo suya, sino que lleva consigo a todos los rescatados, dándole a cada uno la posibilidad de entrar también en esa gloria que solo a Él le corresponde, pero que convierte en don de plenitud para todos. Su "regreso" al cielo, donde recupera toda la gloria dejada a un lado en su periodo terrenal, no es abandono de aquellos a los que ha rescatado. Él mismo promete su presencia para siempre: "Yo estaré con ustedes hasta el final de los tiempos". Y la potencia con el envío de su Espíritu, que completará su obra en la humanidad, llevando a cada hombre a la plenitud de la vivencia del amor, de la justicia y de la verdad. De ese modo se da la implantación del Reino de Dios en el mundo que Dios añora para todos. Dios nunca ha dejado solo al hombre, pues su deseo más vivo es que el hombre sea suyo, que sea reflejo de su gloria, que viva verdaderamente el ser imagen y semejanza suya en el amor fraterno, cuyo modelo es el amor que se vive naturalmente en la vida íntima de la Santísima Trinidad. La meta es que los hombres lleguen a ser copia fiel y exacta del Dios trinitario. Es lo que Dios quiere procurar en el hombre, pero es lo que los hombres deben también añorar para vivir la plenitud de su felicidad. Cada hombre debe descubrir lo que más le conviene para avanzar en la ruta de la felicidad. Dios hará su mejor parte para intentar convencer a todos. Por ello, el don del Espíritu es un nuevo esfuerzo de Dios para lograrlo, pues Él es el don que animará, que buscará disponer los corazones de los hombres para que acepten, reciban y vivan en el amor, que iluminará las mentes y llenará los corazones del fuego divino que atraerá con el imán del amor a los hombres que lo reciban. 

Ya casi al final de su estancia física entre los hombres, Jesús les anuncia a todos la intención de enviar su Espíritu para que los hombres no queden solos. Ha dejado su propio ser como alimento que fortalece y da la vida en la Eucaristía, ha dejado el sacerdocio ministerial como ejercicio del pastoreo amoroso que Él ha realizado con la humanidad como el Buen Pastor y que sus elegidos y enviados deben realizar con la mayor fidelidad, ha regalado a cada hombre a su Madre amorosa como madre propia para que sientan la ternura del corazón de la mujer que sirvió de puerta de entrada del Salvador a la tierra. Pero, por si esto fuera poco, y en atención a la continuidad de la obra divina, ya lograda completamente por su entrega, dona su Espíritu para que esa obra se complete, no porque le falte algo, sino porque requiere la aceptación plena de parte de la humanidad. Es el "Ya pero todavía no" de San Pablo. Ya hemos sido salvados, pero todavía no, hasta que rindamos nuestro corazón plenamente delante de Dios y de su amor. Es la obra del Espíritu: "Muchas cosas me quedan por decirles, pero no pueden cargar con ellas por ahora; cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y les comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que recibirá y tomará de lo mío y se lo anunciará". La obra del Espíritu no sustituye la eficacia de la obra de Jesús. Esta ha sido llevada a cabo exitosamente por el rescatador de la humanidad, Jesús de Nazaret. La encomienda de Jesús fue cumplida perfectamente. Los hombres hemos sido rescatados y salvados por el sacrificio redentor de Cristo y por su resurrección gloriosa. Al Espíritu se le encomienda ahora la nueva tarea de consolidación en el corazón y en la vida de los hombres de aquella redención lograda por Jesús.

En efecto, el Espíritu, tal como lo hizo el mismo Jesús, asume su responsabilidad con toda seriedad y se hace el compañero de camino de los enviados al mundo a anunciar el Evangelio del amor. Ilumina las mentes de los discípulos, pone las palabras necesarias en sus labios, los llena de ilusión en el cumplimento de su misión, les da la fortaleza que necesitan para enfrentar el mal que les viene en contra, va disponiendo las mentes y los corazones de los oyentes para que empiecen a inclinarse a aceptar esa verdad del amor divino. Es impresionante la altura de las consideraciones teológicas a la que llegan aquellos hombres enviados, para los cuales eran, también para ellos, verdades nuevas. El Espíritu no solo inspira la verdad que hay que anunciar, sino que propone nuevas maneras de hacerlo, aprovechando giros, usos y tradiciones doctrinales locales que apoyan lo que anuncian. Es lo que hoy llamaríamos "Inculturación del Evangelio", de lo cual hace uso magistral San Pablo en su visita al areópago ateniense: "Atenienses, veo que ustedes son en todo extremadamente religiosos. Porque, paseando y contemplando sus monumentos sagrados, encontré incluso un altar con esta inscripción: “Al Dios desconocido”. Pues eso que ustedes veneran sin conocerlo se lo anuncio yo. “El Dios que hizo el mundo y todo lo que contiene”, siendo como es Señor de cielo y tierra, no habita en templos construidos por manos humanas, ni lo sirven manos humanas, como si necesitara de alguien, Él que a todos da la vida y el aliento, y todo. De uno solo creó el género humano para que habitara la tierra entera, determinando fijamente los tiempos y las fronteras de los lugares que habían de habitar, con el fin de que lo buscasen a Él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos; así lo han dicho incluso algunos de los poetas de ustedes: “Somos estirpe suya”. Por tanto, si somos estirpe de Dios, no debemos pensar que la divinidad se parezca a imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de un hombre. Así pues, pasando por alto aquellos tiempos de ignorancia, Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia, por medio del hombre a quien Él ha designado; y ha dado a todos la garantía de esto, resucitándolo de entre los muertos". El Espíritu hace su parte, facilitando la llegada de una verdad comprensible en términos humanos a los oyentes. Impera, por supuesto, la libertad humana en la aceptación de esa verdad. Será tarea de los enviados seguir dejándose inspirar por el Espíritu. Y será tarea del Espíritu seguir inspirando a los anunciadores, y disponiendo las mentes y los corazones de los oyentes para aceptar la verdad y el amor, y así, alcancen la salvación.

lunes, 10 de mayo de 2021

El gozo del anuncio se basa en la profundidad del amor de Dios

 Cuando venga el Paráclito dará testimonio de mí

No hay duda de que la vida de la Iglesia naciente, en la que eran tan activos los apóstoles y los primeros discípulos de Jesús, estaba toda ella surcada por la presencia del Espíritu del Señor, que Él había prometido para que fuera su alma y su razón de vida. Sin ese Espíritu, que es donación amorosa de Dios a esos primeros hombres y mujeres que creyeron y que fueron enviados al mundo para anunciar la Buena Nueva de la Redención, el cuerpo de la Iglesia habría sido un cuerpo inerte, sin vida, pasajero, intrascendente. Porque el Espíritu era su vida y porque iluminaba e inspiraba todas las ideas, las acciones, las rutas que debía seguir, se puede afirmar que era un ente con vida y con influencia en los hombres que recibían el anuncio que les llevaban los enviados. Él no solo inspiraba lo que debía ser anunciado sino que disponía el corazón de los oyentes para que, abriéndolos, aceptaran ese amor derramado sobre ellos y vivieran luego de acuerdo a él. Los apóstoles y discípulos que tenían la tarea del anuncio de la noticia más maravillosa que se podía escuchar, aun cuando lo hacían con el concurso de su voluntad y de su propio discernimiento, por lo cual eran hombres y mujeres convencidos de lo que estaban viviendo, se sabían principalmente instrumentos en las manos del Espíritu, que era finalmente el verdadero protagonista de aquella primera evangelización. Por ello, con la máxima docilidad, se dejaban llevar, iluminar y conducir por Aquel que daba la fuerza y que le daba todo el sentido a la tarea que ellos llevaban adelante. Sin esta doble realidad, por un lado la propia experiencia de salvación que vivían los mensajeros, y por la otra, la presencia del Espíritu que daba la vida, hubiera sido imposible aquella ingente tarea que llevó adelante la Iglesia en aquellos primeros días de su existencia y de su misión.

Atendiendo precisamente a esa inspiración del Espíritu, Pablo y sus compañeros se lanzan a la aventura apostólica de conquista de otras tierras para Jesús. El Espíritu los conduce a esas tierras prácticamente desconocidas, tierras de paganos, de hombres y mujeres que podían ser judíos, pero que vivían entre paganos, y en muchas ocasiones habían abandonado la ley de Moisés. Por un lado, este abandono de los antiguos judíos y la ausencia absoluta de conocimiento del judaísmo de parte de los paganos, hacía que la empresa fuera muy cuesta arriba. Ciertamente había un resto de fieles al judaísmo, más bien prosélitos, es decir, cercanos a Yhavé, que mantenía viva su experiencia de fe, y eran el mejor caldo de cultivo para el anuncio de la nueva ley: "El sábado salimos de la ciudad y fuimos a un sitio junto al río, donde pensábamos que había un lugar de oración; nos sentamos y trabamos conversación con las mujeres que habían acudido. Una de ellas, que se llamaba Lidia, natural de Tiatira, vendedora de púrpura, que adoraba al verdadero Dios, estaba escuchando; y el Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo. Se bautizó con toda su familia y nos invitó: 'Si están convencidos de que creo en el Señor, vengan a hospedarse en mi casa'. Y nos obligó a aceptar". Son las primeras conversiones fuera de las tierras israelitas, que acogen entusiasmados aquellos que se dejaron arrebatar por el amor de Cristo, y se sintieron ilusionados con su seguimiento. El Espíritu, fortaleza y vida de la Iglesia, hacía su parte inspirando e iluminando a los enviados, y moviendo el corazón y el espíritu de los oyentes. Aquellas fueron las primeras conversiones en el continente europeo. La primera cristiana de Europa fue una mujer, Lidia de Tiatira, precursora de los conversos y cristianos europeos.

Esta expansión de la nueva ley del amor, que era el fundamento de aquella nueva religión que se extendía por el mundo entero, en la que Dios mismo tomaba papel protagónico vivificando a sus elegidos y siendo el alma de esa nueva comunidad de salvados y de salvadores, había sido anunciada en las palabras de despedida de Jesús. En sus discursos finales, en los que pone la verdad diáfana a la vista de los apóstoles, anuncia el envío del Espíritu, que será al fin la causa de vida para todos como Iglesia que iba naciendo y se consolidaba en el mundo: "Cuando venga el Paráclito, que les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí; y también ustedes darán testimonio, porque desde el principio están conmigo. Les he hablado de esto, para que no se escandalicen. Los excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que les dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Les he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, se acuerden de que yo se lo había dicho". Jesús es brutalmente claro en el anuncio del futuro que les espera a los enviados. No pone paños tibios para que crean algo distinto. La realidad será de dolor y de persecución, incluso de muerte. Pero tendrán la fuerza del Espíritu para ser guiados y consolidados en su tarea. El sufrimiento es parte del anuncio. Quien asume esta responsabilidad debe asumir también sus consecuencias. El dolor no deslegitima la misión. Al contrario, confirma que se está en el camino correcto hacia la plenitud. Un  tiempo de dolor preludia la llegada a la meta de la felicidad plena y a la experiencia ya inmutable del amor en la eternidad. La compensación no es la ausencia de purificación en el dolor, sino la confirmación de la experiencia del amor de Dios sobre los enviados y sobre aquellos que recibirán el anuncio, y la llegada a la meta final del gozo eterno, en el que solo habrá experiencia de amor y de felicidad.

sábado, 8 de mayo de 2021

Sin el Espíritu Santo, alma de la Iglesia, somos un cuerpo muerto

 El Periódico de México | Noticias de México | Columnas-VoxDei | "Si el mundo  os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros"

San Lucas, en los relatos de los primeros pasos de la Iglesia que se iba expandiendo por todo el mundo conocido, va dando parte de la acción de cada uno de los apóstoles, centrando su mirada, primero, en Pedro, el primer Papa, y luego en Pablo, el elegido por Jesús para ser su anunciador en tierras de gentiles. Es muy llamativo que hasta este relato de los pasos que van dando, en los que van estableciendo comunidades, iglesias cristianas, con la alegría de los conversos, todo es narrado en tercera persona, como de alguien que ha recibido noticias que simplemente está transmitiendo, por supuesto, con la alegría de servir como multiplicador para el conocimiento de las maravillas que iba haciendo Dios por medio de los enviados, tal como el mismo Lucas lo anuncia en la introducción de su libro. Y lo llamativo es que desde la llegada a Tróade y la visión sobre el macedonio que pide que sus tierras sean visitadas, el relato pasa a ser hecho en primera persona, lo cual indica que desde esos momentos el relator no es un simple narrador de acontecimientos de los cuales va teniendo conocimiento, sino que va narrando ahora lo que él mismo va constatando en su experiencia personal junto a Pablo. La experiencia personal de Lucas va en aumento, pues de ser un narrador de sucesos, pasa a ser actor directo e incluso protagonista. Lo que narrará de ahora en adelante será lo que vivirá personalmente, y lo que experimentará en carne propia. Es un itinerario muy significativo y clarificador, por cuanto nos da a todos una indicación de cómo debemos también nosotros avanzar en nuestra experiencia personal de renovación en el amor, hasta llegar a vernos involucrados esencialmente en ella, en primera persona, para ser verdaderos y legítimos instrumentos en el anuncio de la mejor noticia que puede recibir la humanidad.

La primera y más importante constatación que hacen los enviados es la de la presencia del Espíritu como alma, inspirador y guía de los pasos de esa comunidad de salvación que es la Iglesia. Sin la presencia del Espíritu como vitalizador de esa comunidad, todo quedará simplemente en una experiencia entusiasmante para los anunciadores y en palabras muy hermosas para los que las oigan. Pero sin trascendencia. Si la obra de aquellos primeros anunciadores tuvo alguna trascendencia y logró el cambio en tantas personas que los oían, no era solo por la contundencia de sus palabras, sino por la obra del Espíritu que los impulsaba, los sostenía, los inspiraba, y hacía que el corazón de los oyentes se moviera a aceptarlo. El Espíritu es el alma de la evangelización e indicará qué es lo que hay que decir y dónde y cuándo debe ser dicho. Por eso vemos cómo llega incluso a impedir la entrada en algunas poblaciones y encaminarlos hacia otras. Él tiene muy claro lo más conveniente y los tiempos ideales para realizarlo: "Las iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día. Atravesaron Frigia y la región de Galacia, al haberles impedido el Espíritu Santo anunciar la palabra en Asia. Al llegar cerca de Misia, intentaron entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo consintió. Entonces dejaron Misia a un lado y bajaron a Tróade. Aquella noche Pablo tuvo una visión: se le apareció un macedonio, de pie, que le rogaba: 'Pasa a Macedonia y ayúdanos'. Apenas tuvo la visión, inmediatamente tratamos de salir para Macedonia, seguros de que Dios nos llamaba a predicarles el Evangelio". Esa presencia del Espíritu, que inspira la acción de la Iglesia, sigue siendo activa hoy, cuando vemos que va inspirando carismas nuevos que hacen falta en un mundo necesitado, y va lanzando hombres y mujeres como misioneros que se ponen dócilmente a su disposición para lograr llegar a cada vez más hermanos en el mundo.

Nuestro mundo necesita cada vez más de la presencia del amor, de la verdad, de la paz y de la justicia. Debemos cuidarnos mucho de no absolutizarlo, tal como nos pone sobre aviso el mismo Jesús, sin confundir ni concluir en un error al demonizar al mundo, como algo esencialmente malo. Si así fuera no querría Jesús que fuera conquistado para el amor: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación". Lo que quiere Jesús es que el mundo sea el coto para el Reino de Dios que Él ha venido a establecer. Y cada cristiano es un enviado para lograrlo, en medio de todas las posibles contradicciones que se puedan encontrar en la misión: "Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya, pero como no son del mundo, sino que yo los he escogido sacándolos del mundo, por eso el mundo los odia. Recuerden lo que les dije: 'No es el siervo más que su amo'. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la de ustedes. Y todo eso lo harán con ustedes a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió". Es el Espíritu la fuerza de esa comunidad de salvación. El mundo no es malo esencialmente, pues su origen es el amor de Dios por el hombre, al que se lo ha entregado para que sea su casa. Ese mundo, con todo lo natural que el mismo Dios creador ha puesto en él, con todas sus criaturas y todos los seres inanimados, con todo lo que lo conforma, ha sido puesto en las manos del hombre para que se sirva de él y avanzar en su camino hacia la plenitud. Es un mundo que ha avanzado tecnológicamente y en la conformación de instituciones que facilitan la vida social. En ese mundo, la Iglesia tiene que dar su aporte para sembrar en él las semillas de la verdad, del amor y de la justicia. Y lo logrará si cada uno de nosotros, discípulos del Señor, nos dejamos inspirar e impulsar por el Espíritu de Dios, que es quien nos mantiene vivos y nos llena de fuerzas e ilusión para cumplir nuestra tarea.