En los primeros años de la Iglesia, cuando ella se expandía sorprendentemente en medio de las crueles persecuciones a las que eran sometidos los cristianos -o gracias a ellas-, fueron muchos los convertidos por el testimonio valiente que aquellos daban de su fe. Un escritor latino de aquellos primeros años -supongo que después de una meditación profunda sobre la razón por la cual se lograban tantas conversiones, a pesar de la aparente debilidad de aquellos hombres y mujeres que morían a cientos, torturados, masacrados, comidos por bestias, crucificados, decapitados, desollados, quemados... bajo la burla infame de sus asesinos-, el gran Tertuliano, definió al cristiano de una manera magistral: "El cristiano es otro Cristo". ¡Es tremendo esto que dice Tertuliano! Pero, en realidad, no es más que la continuidad de lo mismo que le dice Jesús a los discípulos: "Quien a ustedes los escucha, a mí me escucha; quien a ustedes los rechaza, a mí me rechaza"... Jesús, con sus mismos labios y con su misma voz, le da a sus discípulos, y en ellos a todos nosotros, la tarea más sublime que jamás puede ser pensada para criatura alguna... ¡La de ser Él mismo en el mundo!
Nuestra fe se mueve en la realidad "sacramental". Por ser hombres materiales, por estar basada nuestra existencia en la corporeidad, necesitamos de la expresión material de todo lo que existe para poder "agarrar", comprender y "abarcarlo" todo. Más aún, si esa realidad es la espiritual, que es parte esencial de nuestra existencia como cristianos, de nuestra fe. Nuestra limitación en este campo espiritual es extrema. Somos en esto realmente indigentes. Pero Dios, sabedor perfecto de nuestra condición -¡hemos salido de sus propias manos!-, y amoroso infinitamente en todo lo que respecta al hombre, ha "condescendido" con nosotros, y en su designio amoroso ha establecido que esa realidad espiritual, absolutamente real aunque invisible, se hiciera "evidente" para los hombres que percibimos todo a través de nuestros sentidos, mediante la posibilidad de "hacerla sensible" mediante signos específicos que nos remiten a esa misma realidad espiritual y que la contienen y nos la hacen presente... Esto es lo que llamamos "Sacramento". Nuestra fe se mueve, por lo tanto, en niveles de "sacramentalidad". Nuestra fe es una realidad sacramental.
En ese sentido, Jesús es el primero de todos los sacramentos, pues es quien nos hace evidente y presente a Dios Padre, como Él mismo lo dice: "Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre"... Jesús es "Sacramento del Padre". Es lo que los teólogos llaman "Sacramento original originante", pues es el primero de todos y el que da origen a toda la realidad sacramental que disfrutamos los hombres de la Nueva Alianza... Igualmente, la Iglesia es "Sacramento de Cristo", pues Jesús estableció a su Iglesia para que llevara adelante su obra de salvación a todos los hombres, mediante la presentación que ella hiciera de su Fundador. Tan cierto es esto que Jesús a Pablo, perseguidor implacable de los primeros cristianos, le reprochó: "Pablo, ¿por qué me persigues?" Está claro que cuando Pablo perseguía a la Iglesia, estaba realmente persiguiendo a Cristo. La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo también en este sentido... Ella, conformada por los bautizados, contiene como su tesoro más preciado y hace presente en el mundo en todo lugar en el que ella se encuentre, al mismísimo Jesús...
Y, como aterrizaje de esta "sacramentalidad" de nuestra vivencia de fe, está la afirmación de Tertuliano: "El cristiano es otro Cristo"... No porque el mismo cristiano se arrogue tal dignidad, sino porque el mismo Jesús lo afirma: "Quien a ustedes los escuche, a mí me escucha..." El cristiano es sacramento de Cristo. Los cristianos somos presencia de Jesús en el mundo. Jesús se hace presente ante los hombres del mundo en la infinita diversidad de los bautizados. Jesús es europeo, americano, asiático, africano, oceánico. Jesús tiene rasgos dulces o fuertes, ojos negros, marrones o azules, se hace presente en el hombre o la mujer, en la piel blanca, amarilla u oscura... Jesús está en cada uno, y cada uno lo lleva al mundo, a su mundo...
Pero más importante que los diversos rasgos físicos a través de los cuales Jesús se hace presente, están los rasgos espirituales que dejamos que descubran al Jesús que todos llevamos. Poco importa que Jesús tenga los rasgos que tenga... Importa mucho que Jesús se presente a través de las mejores condiciones espirituales al mundo. Nuestra dignidad es infinita, pues Jesús en nosotros, quiere llevar adelante exactamente la misma obra que Él realizó. Desde nosotros Jesús quiere seguir redimiendo a cada hombre y a cada mujer de la historia. Desde nosotros Jesús quiere seguir entregándose como lo hizo en la Cruz, hasta el extremo, para que todos entiendan su amor infinito, sin límites. Desde nosotros Jesús quiere seguir hablando a los hombres del Reino de los Cielos, de la justicia que en el mundo debe vivirse, de la paz que Él quiere infundir en todos los corazones, de la solidaridad que es signo del amor más profundo al prójimo, del perdón que Él ha venido a traer a los hombres y que quiere que se siga dando en los corazones de los que lo acepten... Los cristianos debemos hacer exactamente lo mismo que hizo Jesús. Sólo así seremos creíbles, y más importante aún, sólo así haremos realmente que otros vean a Jesús...
Es de tal trascendencia esta misión de los cristianos en el mundo que, gracias a ella, se cumple aquella palabra de Jesús: "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo". Gracias a ella, los hombres que no conocen a Jesús y que, por descuido, por indiferencia o incluso por oposición, ni siquiera ofrecen asomo de querer hacerlo, sólo podrán tener acceso a Él por lo que nosotros les presentemos. Los cristianos para muchos -¡quizás mejor hacerse consciente de que para todos!- seremos el Evangelio no escrito. En nuestras vidas es donde "leerán", "escucharán", "se enterarán" de quién era Jesús. De lo que nosotros vivamos deberán entender que Jesús los ama inmensamente, que se entregó en la Cruz para poder alcanzar el perdón de todos los delitos que han cometido, que nos llama a todos a vivir como hermanos y a amarnos y perdonarnos sin más, que Jesús los invita a cada uno a ser solidario con los hermanos, particularmente con los que más necesitan, los más sencillos y los más humildes... Los cristianos somos "Evangelio viviente y andante"... A través de nuestra vida, los hermanos escucharán el Sermón de la Montaña, las Bienaventuranzas, la invitación al amor de todos... Somos el Evangelio, la Buena Nueva de Jesús para el mundo.
Es triste que no lo hayamos entendido así aún... Es triste que desechemos esta dignidad infinita con la que nos ha revestido el mismo Jesús a nosotros, ¡la más grande, pues se refiere a la obra por la cual Él dejó su gloria entre paréntesis para alcanzar la salvación a cada hombre y a cada mujer con los que nos cruzamos en el camino!
Si nos decidimos y asumimos con responsabilidad nuestra altísima dignidad, Cristo estará recorriendo nuevamente todos los caminos, como recorrió las estrechas calles de Jerusalén, como se llenó del polvo de camino en los desiertos que recorrió, como bogó el mar en las barcas de los apóstoles... Caminará por las calles hacia tu trabajo, se subirá en el ascensor en el que vas al piso en el que vives o trabajas, se bajará en el automercado en el que entrarás a comprar, irá a visitar a tu amigo enfermo o preso, irá al consultorio a que lo vea tu médico, entrará en el estadio a ver el juego de tu equipo, se bañará en la piscina o la playa a las que vayas, irá a la peluquería donde te arreglan el cabello... Porque "el cristiano es otro Cristo". Porque tú lo haces presente en todo lo tuyo. Porque Él quiere seguir amando y salvando al mundo, a cada hombre y a cada mujer desde ti...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario