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jueves, 6 de mayo de 2021

Solo seremos auténticos hombres siendo hombres libres

 Parroquia Inmaculada a Twitter: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus  discípulos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi  amor." #EvangelioDelDia… https://t.co/S8Wkeo1VXP"

La libertad que produce Jesús en la persona humana es uno de los tesoros más valiosos entre los que nos ha legado el Señor. La marca del pecado es la esclavitud, pues arrebata al hombre la capacidad de acercarse a Dios con confianza desde el amor y lo encadena a sí mismo o a los ídolos que se haya construido, buscando una satisfacción que jamás encontrará allí, pues el mismo Dios creador ha puesto en el hombre la semilla de la añoranza de trascendencia que solo puede ser satisfecha con aquello que nunca pasará, que es Él mismo, y nunca lo será con las cosas pasajeras y temporales, ni siquiera sirviéndose a sí mismo. La esclavitud incapacita para tomar decisiones en favor del bien, oscurece el panorama de la eternidad pues impide elevar la mirada a lo trascendente. Quien se empeña en atarse a lo inmanente frustra en sí mismo la búsqueda de aquello único que lo hace elevarse, despegándose de su limitada realidad, que es en definitiva el objetivo que persigue Dios para el hombre, al ofrecerle la plenitud. Ella será lograda solo siguiendo la ruta propuesta por el Dios del amor. Se trata de que el hombre sea capaz de romper las cadenas que lo esclavizan, se haga dueño de sí mismo, y de que, siendo poseedor absoluto de su propio ser, decida ponerlo en las manos del amor, donde alcanzará su mayor elevación y donde se hará absolutamente libre, pues ha llegado al lugar de la felicidad y de la paz duraderas. Los hombres hemos sido creados para la libertad, y la obra de rescate que Jesús ha llevado a cabo apunta a la rotura total de nuestras cadenas. Si el pecado se empeña en mantenernos atados, la obra de la Gracia divina es deshacer esas cadenas y elevarnos, alcanzando de nuevo la libertad originaria. Por ello, la vida de todo cristiano debe ser un reflejo de esa libertad, don que nos eleva a la condición del mismo Dios, el verdaderamente libre. Es libertad para el bien, como es la libertad de Dios. Él, siendo el ser más libre que existe, nunca usa la libertad para el mal o para imponer sus criterios, sino que usa su libertad buscando siempre el bien y respetando la libertad de todos. No hay formulismos, normas, imposiciones, obligaciones, que estén por encima de la libertad que da el amor.

Por ello, al comprender lo que es ser libre en el Señor, los primeros discípulos, al encontrarse con un conflicto interno en la comprensión de la ley y de las tradiciones hebreas, apelaron a la correcta comprensión de la libertad. Por un lado, acertaron al reconocer que Dios es absolutamente libre. El Espíritu Santo sopla donde quiere, pues no está conminado a nada. Y esa misma libertad la transmitía a quienes se pusieran a su disposición como alma de la Iglesia. No tenía límites esa libertad del amor y por ello se manifestaba como el viento, llegando hasta donde la libertad los lanzaba. Él era el que dirigía los pasos de aquella Iglesia que nacía, y hacía que las obras que realizaban todos fueran las obras del amor y produjeran la sensación de libertad que llenaba a todos de alegría. Era el don de Dios que disfrutaban al máximo: "Después de una fuerte discusión, se levantó Pedro y dijo a los apóstoles y a los presbíteros: 'Hermanos, ustedes saben que, desde los primeros días, Dios me escogió entre ustedes para que los gentiles oyeran de mi boca la palabra del Evangelio, y creyeran. Y Dios, que penetra los corazones, ha dado testimonio a favor de ellos dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros. No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe. ¿Por qué, pues ahora intentan tentar a Dios, queriendo poner sobre el cuello de esos discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar? No; creemos que lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús". Basta dejarse bañar por la gracia de Cristo para ser salvados y vivir según lo que esa gracia exige. No hay más. Basta cumplir con requerimientos mínimos para vivir en la libertad de los hijos de Dios: "Santiago tomó la palabra y dijo: ... A mi parecer, no hay que molestar a los gentiles que se convierten a Dios; basta escribirles que se abstengan de la contaminación de los ídolos, de las uniones ilegítimas, de animales estrangulados y de la sangre. Porque desde tiempos antiguos Moisés tiene en cada ciudad quienes lo predican, ya que es leído cada sábado en las sinagogas". Imperó el respeto a la libertad del Espíritu Santo en su acción y la que quería el Espíritu que viviera cada uno de los convertidos a Jesús.

Esa libertad, siendo don valioso de Dios a los hombres, es el fruto de la liberación de la esclavitud del pecado que logra Jesús con su obra redentora. No quiere decir que a partir de ese momento el hombre puede hacer lo que le venga en gana. No es esa la verdadera libertad, sino aquella que surge del corazón liberado del pecado que busca siempre el bien. No se es libre para hacer lo que nos viene en gana, sino para hacer el bien, porque nos viene en gana. Nada nos impele al mal, solo una voluntad desencaminada víctima del imperio del mal, de la oscuridad y de la muerte. Solo el hombre libre puede vivir realmente en el amor. "Para vivir en libertad nos liberó Cristo", nos enseña San Pablo. Es tarea del hombre libre defender su libertad. Y para ello, tiene el mejor aliado, que es el mismo Jesús liberador, que enriquece con el tesoro del amor, que es el que nos hace totalmente libres: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Como el Padre me ha amado, así les he amado yo; permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he hablado de esto para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría llegue a plenitud". Esta libertad está en el culmen de los tesoros que Dios nos dona a los hombres, pues es el signo evidente de la experiencia personal del amor. Solo el amor nos hace libres. Cualquier otro sentimiento opuesto, nos esclaviza. Debe ser, de esa manera, un tesoro que nos enriquece personalmente, pero que es a la vez patrimonio de todos, pues la verdadera libertad y el verdadero amor serán auténticos y plenos solo en la ocasión de que sean compartidos con los demás. No vivimos ni la libertad ni el amor para nosotros solos, sino para convivirlos con nuestros hermanos.

domingo, 25 de abril de 2021

Jesús es el modelo de pastor para todos los pastores de su pueblo

 El Periódico de México | Noticias de México | Columnas-VoxDei | «Yo soy el buen  pastor; y conozco mis ovejas»

El anuncio de la Buena Nueva de la salvación que ha traído Jesús para la humanidad, de la re-creación de todas las cosas, de la novedad absoluta que posee la realidad desde su entrega a la muerte y su resurrección gloriosa, no puede ser jamás desvinculada del infinito y eterno amor de Dios por el hombre y por la creación entera. De ninguna manera se podría comprender una gesta tan epopéyica de parte de Dios, si se considerara solo desde un punto de vista instrumental, de conveniencia personal, de beneficios de vuelta. Nada compensa a Dios en este gesto que realiza, en el que muestra todo su poder, por encima del mal que ha recibido por la traición infame del hombre, que solo recibía de su parte beneficios a su favor. La constancia de Dios en su empeño continuo de rescatar al hombre para tenerlo junto a Sí, nos describe perfectamente la constancia del amor, que perdona y es misericordioso, por encima de cualquier mal. El amor es así, se entrega sin miramientos y sin búsqueda de recompensa. Dios no espera nada del hombre, pues su objetivo simplemente es que viva en su amor. Su meta es que todo hombre viva en Él. La vivencia del amor que se entrega es, en sí misma, la compensación que tiene el mismo amor. Es por ello que desde el corazón del hombre que llega a comprender la profundidad de este amor, no puede surgir otro sentimiento que el del agradecimiento, recibiendo así esa carga de amor total y pleno que derrama el Señor sobre él: "Queridos hermanos: Miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a Él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es". Ese amor llegará al extremo, ya no solo de entregarse sin dejar nada para sí, sino de hacernos semejantes a Él, pues al conocerlo tal como es, lo poseeremos en plenitud y seremos como Él.

Esta Buena Nueva que ha transformado totalmente la realidad, provocando la nueva creación que era necesaria para la reconquista de todo lo creado, debe ser conocida por todos. Y los apóstoles, enviados al mundo mediante el mandato misionero, son los principales encargados de llevar a la humanidad este mensaje de amor y salvación. Y así lo cumplen rigurosamente. En su anuncio no ahorran la denuncia contra quienes se oponen a que la Verdad sea conocida, y valientemente atribuyen la responsabilidad a quienes eran los primeros convocados, los que ejercían la labor de pastores del pueblo elegido, que querían incluso prohibir hablar en nombre de Aquel que había logrado el rescate de la humanidad de las garras de la muerte, y lo demostraba con hechos fehacientes e irrefutables a través de la obra de sus enviados. La palabra de Pedro es diáfana: "En aquellos días, lleno de Espíritu Santo, Pedro dijo: 'Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogan ustedes hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos ustedes y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante ustedes. Él es la “piedra que desecharon ustedes, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en ningún otro; pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos". Los antiguos y malos pastores del pueblo no habían cumplido honestamente con su labor, y lo único que buscaron con la muerte de Jesús, y ahora con la persecución a los que hablaban en su nombre, era mantener su privilegio de dominio espiritual sobre un pueblo que clamaba libertad y justicia, y que las había encontrado en Jesús de Nazaret.

Por eso Jesús, ante la falta absoluta de los antiguos pastores del pueblo elegido, propone la figura del verdadero pastor. Él será el cumplimiento radical de la figura del pastor que ofrece el Salmo 23: "El Señor es mi pastor, nada me falta". Con Dios como pastor, al hombre no le falta nada: "En verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas..." Esa imagen idílica del Dios pastor de su pueblo se cumple perfectamente en Jesús: "En aquel tiempo, dijo Jesús: 'Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre'". En Jesús, por tanto, tenemos al sustento más sólido para avanzar con certeza y firmeza hacia el camino de la plenitud. En Él tenemos la experiencia más profunda del amor, pues nos percatamos de hasta dónde es capaz de llegar Dios por favorecer nuestro rescate. Nos hacemos conscientes de que es el verdadero y único pastor al cual debemos atender, pues ningún otro pastor estará dispuesto a colocarse en el camino de la muerte para que ésta no nos alcance a nosotros, ofreciéndose como víctima, aun siendo inocente de toda culpa. Ese es nuestro Dios de amor y jamás nadie más mostrará tanto amor por nosotros. Y es la figura del Buen Pastor que debe servir de modelo a todo el que quiera ser pastor de su pueblo, sin traicionar jamás la misión que le ha sido encomendada.

lunes, 29 de marzo de 2021

El mejor amigo, Jesús, nos quiere hacer amigos de Dios

 María Magdalena unge los pies de Jesús con perfume de nardos. | Mary of  bethany, Lds art, Jesus pictures

En Jesús el sentido de la amistad estaba muy arraigado. Él ha entendido su misión como la acción a favor de restablecer la amistad del hombre con Dios. Una amistad que tiene su origen en la filiación del hombre que ha sido creado por Dios y ha sido colocado en el centro como criatura principal para que dominara todo lo creado. En este sentido, podemos entender la amistad como ese compartir bienes desde el amor, en cuyo caso se convierte, vista la relación de Dios con el hombre, en compartir sus bienes mayores, como lo son su capacidad de amar, su libertad, su inteligencia, su voluntad. Dios, de esta manera, sería ya no solo el Creador y Sustentador, sino que se convertiría en el mejor amigo del hombre dado que le ha proporcionado todos los beneficios posibles. Y más allá, la amistad para ser tal requiere de reciprocidad. La otra parte debe estar también siempre dispuesta a compensar con su esfuerzo todos los beneficios que recibe. Por ello, Dios pide al hombre que responda con su entrega, con su humildad, con el acatamiento de su voluntad de bien, con su fidelidad. No cumplir su parte sería una deslealtad y una traición a la amistad. Y eso fue el pecado de la humanidad: no haber acatado las reglas de la vivencia de la amistad e incumplir la parte que le correspondía. Quedaban entonces dos opciones: o ser subyugado por el que tiene el poder, o ponerse de tal manera en contra de esa amistad ofrecida y llegar a hacerse enemigo declarado. Lamentablemente, el hombre, en su historia personal, decidió mayormente el camino de la enemistad, viendo a Dios casi como un adversario en vez de verlo como su mejor compañero de camino. Con la pretensión de una autodeterminación en la que quedaba con las manos vacías pues buscaba darse a sí mismo los bienes que recibía de Dios, que era su único origen, solo logró, y aún sucede así, tener un futuro de desolación y de frustración, pues jamás logrará tener la compensación añorada. La amistad rota es la debacle para el hombre. Aún así, a pesar de tener a la vista la traición a la amistad del hombre, Dios está siempre dispuesto a tender la mano para seguir ofreciendo la dulzura de ser amigo suyo.

La obra de Jesús es la del enviado para recuperar y restaurar la amistad que ha sido rota por el pecado. Cada una de las palabras y las obras de Jesús van en la línea de convencer al hombre de que la mayor ganancia para él es el restablecimiento de la amistad con Dios. Por eso, después de un cierto tiempo con los apóstoles, en el que fue dándose a conocer como el Mesías Redentor, el enviado del Padre para lograr el rescate del hombre perdido por el pecado, es capaz de decirles su nueva condición: "Ahora ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; ahora los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre". Ese es el legado de la amistad que ofrece Jesús a los suyos: conocer todo lo que el Padre le ha enviado a decir y a transmitir, con el añadido de que lo hará en la mayor demostración de amistad que se puede hacer, que es la entrega incluso de la propia vida en favor de aquellos que son considerados sus amigos. Esta es la razón última de la amistad espiritual de Jesús con el hombre, que busca la restauración de la amistad con el Padre Dios. Y que tiene su concreción en aquellos hombres y mujeres con los que se encontró y con los que vivió relaciones intensas, de mayor intimidad que la que vivía con otras personas con las cuales los encuentros eran menos intensos. Es el caso de los hermanos de Betania, Lázaro, Marta y María, con los cuales Jesús vivía una verdadera y sólida amistad. Era tan sólida que en los días previos a su pasión decide visitarlos, viajando desde Jerusalén hasta Betania. Así Jesús honraba esa amistad de años: "Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa". Este encuentro de los amigos se nos ocurre fresco, distendido, informal. Era el encuentro de los amigos que se aman. Pero crea resquemores entre algunos. Judas se queja del perfume que es derramado por María sobre los pies de Jesús y los enemigos de Jesús se molestan porque Lázaro, resucitado por Jesús es un imán para creer en el Salvador, y por eso deciden asesinarlo también a él, además de a Jesús. La amistad tendrá siempre también sus opositores.

Pero Jesús tiene muy clara su misión. Él ha sido enviado a sanar la herida del hombre por el pecado. Sabe muy bien que su labor va en función de recuperar al hombre para Dios, de ponerse del lado de los oprimidos, como ya estaba incluso profetizado por Isaías y es retomado por Jesús en su primera intervención en la sinagoga: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos". Jesús ofrece restañar la amistad con todos los hombres, pues no excluye a nadie, pero lo hará principalmente con aquellos que han sufrido más, pues han sido perjudicados por las autoridades religiosas, por los poderosos, los enemigos de Dios. Para ellos el concepto de amistad con Dios no existe. Su dios son ellos mismos y los ídolos del poder, del placer y del tener ante los cuales se han rendido. Su amistad la han pactado con lo que ellos consideran son sus mayores beneficios. La verdad es que se convierten así en los más desdichados por cuanto el servicio a esos dioses que desaparecen termina siempre en la oscuridad y en la tragedia de una vida personal para toda la eternidad. La amistad de Jesús con los hermanos de Betania es el ideal de lo que Dios quiere que vivamos con Él. Una cercanía fresca, ágil, natural, con nuestro Padre Dios. Asumiendo su superioridad sobre cada uno de nosotros, poner todo nuestro ser en sus manos, como lo ha hecho Él, para compensar la riqueza de ser sus amigos: "Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas. Esto dice el Señor, Dios, que crea y despliega los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, da el respiro al pueblo que la habita y el aliento a quienes caminan por ella: 'Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la  cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas'". Esa es la obra de Jesús: lograr que cada hombre de la historia viva esa amistad absolutamente compensadora con Dios, viviendo en su amor y en su esperanza.

sábado, 27 de marzo de 2021

Toda nuestra realidad será transformada en el amor

 Archidiócesis de Granada :: - “Conviene que uno muera por el pueblo y no  perezca la nación entera”

Las autoridades religiosas de Israel deciden la muerte de Jesús. La palabra profética de Caifás es determinante para comprender el por qué de la muerte de Jesús: "Ustedes no entienden ni palabra; no comprenden que les conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera". El mismo evangelista San Juan afirma el sentido de esta frase: "Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos". La muerte de Jesús no se podía ver entonces solo como un acto de ruindad de las autoridades, aunque efectivamente lo era, pues veían en peligro su predominio espiritual sobre el pueblo, sino que había que verlo desde la óptica de la fe y de la historia de salvación. Desde el mismo principio estaba establecido por Dios que la satisfacción por el pecado y la traición del hombre se daría a través de la entrega voluntaria de aquel descendiente de la mujer que pisaría la cabeza de la serpiente, es decir, del demonio, pero que a su vez Él sería herido en su talón. Esa herida del talón es el dolor, el sufrimiento y la muerte que sufriría el Hijo de Dios que acepta el encargo del Padre. Podríamos afirmar que en cierto modo el Verbo eterno conocía perfectamente cuál sería su itinerario y que el fin de su ser encarnado era el de la muerte. No era extraño para la divinidad ese final. Aún así, demostrando su pertenencia total a la raza humana, siente que aquello que le tocará vivir será muy cruel y doloroso. Por ello, pide al Padre, en la previsión de ese dolor que le tocará vivir, ser liberado de esa hora y que el cáliz que le tocará beber pase de Él. Aún así, aun cuando su naturaleza humana se rebela, asume totalmente la tarea y se encamina valientemente a la meta final de su obra de rescate. Ese paso decisivo de Jesús es el que logra la salvación de la humanidad. Contemplar este gesto es ya suficiente para sentir el gozo de saber que Dios mismo ha hecho la obra que nadie más podría hacer para la liberación del hombre. Si nos hubiera tocado a los hombres hacerlo, jamás hubiéramos podido lograrlo. Solo el Hijo de Dios encarnado podía lograrlo y por ello lo asume como su tarea. Es el gozo de la libertad recuperada gracias al sacrificio voluntario del Hijo hecho carne.

Son muchas las ocasiones en las que Dios promete esta obra de rescate. Y también son múltiples las demostraciones de infidelidad y de falta de amor del pueblo hacia Dios. Una y otra vez el Señor da una nueva oportunidad a Israel de volver a Él, de vivir bajo su mando, de cumplir su voluntad, de profundizar en su experiencia de fraternidad. La historia de Israel es un claroscuro evidente. Tan pronto se compromete con Dios y asume con supuesta responsabilidad el compromiso, como posteriormente abandona su palabra empeñada y le da de nuevo la espalda a Dios, obnubilado por las ofertas del mundo, con la consecuente frustración del pacto de fidelidad con Dios. Pero es extraordinaria la paciencia de Dios que una y otra vez quiere levantar de nuevo al pueblo para que no caiga en el abismo que significa alejarse de Él y de su amor. En cada ocasión de traición del pueblo, vuelve a tender la mano para ofrecer el camino de la auténtica felicidad: "Recogeré a los hijos de Israel de entre las naciones adonde han ido, los reuniré de todas partes para llevarlos a su tierra. Los haré una sola nación en mi tierra, en los montes de Israel. Un solo rey reinará sobre todos ellos. Ya no serán dos naciones ni volverán a dividirse en dos reinos. No volverán a contaminarse con sus ídolos, sus acciones detestables y todas sus transgresiones. Los liberaré de los lugares donde habitan y en los cuales pecaron. Los purificaré; ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. Mi siervo David será su rey, el único pastor de todos ellos. Caminarán según mis preceptos, cumplirán mis prescripciones y las pondrán en práctica. Habitarán en la tierra que yo di a mi siervo Jacob, en la que habitaron sus padres: allí habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre, y mi siervo David será su príncipe para siempre. Haré con ellos una alianza de paz, una alianza eterna. Los estableceré, los multiplicaré y pondré entre ellos mi santuario para siempre; tendré mi morada junto a ellos, yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y reconocerán las naciones que yo soy el Señor que consagra Israel, cuando esté mi santuario en medio de ellos para siempre". La paciencia del Señor es extrema, porque ama infinitamente, y ofrece siempre al pueblo el mejor futuro posible, a pesar de su infidelidad.

Y con Jesús, todas las promesas de bienestar, aquellas que darán como consecuencia disfrutar de todas las bondades que el Señor derramará por su misión cumplida, llegarán a su cumplimiento perfecto. "Aquí estoy, Señor, para hacer su voluntad", ha dicho el Hijo encarnado. Llegó el momento del establecimiento del Reino, con todas sus bondades. Ese Reino es la nueva creación de todas las cosas, la que supera infinitamente aquella primera, con todo lo portentosa que resultó. Es dar a todo el nuevo cariz del amor y del rescate, lo que logra que la realidad que ha sido tan brutalmente dañada por el pecado del hombre, adquiera de nuevo su belleza y su fragancia, y aún mayor que la anterior realidad de lo creado, pues es revestida de la gloria que adquiere gracias al sacrificio redentor y a la resurrección que viste de gloria toda la creación. Es el momento de gloria de la humanidad. Ciertamente de parte de la humanidad solo ha sido puesto el Verbo encarnado y su entrega. A lo que se puede añadir la identificación con Él de quienes creyeron que era el enviado del Padre y pusieron en Él la esperanza de que todo lo prometido por el Padre en la antigüedad se cumpliría con su obra. Por eso, la humanidad entera vive un momento de oro. Es el momento celestial de la reincorporación a la vida divina, mediante la gracia que Dios derrama en la muerte y resurrección del Hijo. De esta manera, se entiende que vivir con intensidad esta realidad no puede ser hecho de otra manera que en el gozo y la plenitud de la alegría que da el saber que nuevamente la promesa del Señor se ha cumplido. Y ésta, la más importante de todas, pues es la que abre el camino de la vida a la plenitud definitiva de la felicidad y del amor en Dios, ya que será para toda la eternidad. Por ello, no tiene sentido quedarse solo en la contemplación de la realidad actual, aunque es importante pues es lo que vivimos. Existe una vida que es la que vivimos cotidianamente que sigue teniendo su carga de dolor, de dificultad, incluso de sufrimiento, que hay que tener en cuenta. No es para nada despreciable esta realidad. Pero junto a ella debemos tener también siempre la convicción de que todo eso cambiará, que el dolor finalizará y que será la alegría de vivir en el amor y en la plenitud de Dios lo que imperará eternamente.

miércoles, 24 de marzo de 2021

Solo la Verdad de Jesús nos da la libertad. La mentira y el mal nos hacen esclavos

 La verdad os hará libres» – Reporte Católico Laico

Libertad y Verdad se implican mutuamente. No pueden nunca ir separadas. Quien es libre asume la Verdad como forma de vida. Y quien acepta la Verdad en su vida es un hombre auténticamente libre. La libertad no consiste, nunca ha sido así, en hacer lo que nos viene en gana, sino en la conjugación del discernimiento justo de lo que se tiene al frente, y en la decisión de optar por lo mejor. Es libre quien no se deje influenciar por solo lo del mundo, sino quien busque adaptar su vida a la Verdad que conozca, que lo conduce al bien y al amor, al acercamiento a Dios, al cumplimiento de su voluntad y al acercamiento amoroso en la solidaridad para vivir una fraternidad correctamente entendida. No se es libre para hacer el mal. Quien lo entiende así está viviendo en el umbral de la esclavitud, y lo más probable en que termine con las cadenas ahogando en su vida. El mal mayor es el del pecado, que nos conduce a la muerte eterna. El bien mayor es huir del mal, para recibir el premio de la felicidad eterna, y el de la libertad en todo lo cotidiano. Cuando nos dejamos atrapar por el mal y por el pecado, perdemos ese regalo amoroso que nos ha donado nuestro Padre al crearnos, cuando nos hizo a su imagen y semejanza, haciéndonos así similares a Él. La libertad, por lo tanto, nos diviniza, mientras que la esclavitud nos demoniza. El artífice de todos los males nos gana para sí cuando servimos al mal y nos entregamos a la mentira. Nuestro mundo paulatinamente se ha hecho cada vez más servidor de la mentira y del pecado. Por lo tanto se ha hecho cada vez más hogar de los esclavos. Lo malo del mundo se ha ido enseñoreando y ganando terreno, haciendo de los hombres un enjambre de esclavos, aun cuando también hay muchos que no se han dejado ganar del mal y luchan denodadamente por mantener su libertad a tope. Ciertamente la lucha es cruenta, y jamás llegaremos a vivir la plenitud de la libertad en esta vida, pero nos corresponde, a quienes queremos ser sujetos de libertad, dar la batalla, asentándonos cada vez más en la Verdad y en el bien.

Ser fieles a la Verdad y al bien es exigente. Marca una pauta que requiere el esfuerzo y el compromiso real de quien quiere avanzar por esa ruta. No se trata de buscar contemporizar con el mal y llegar a ciertos convenios o arreglos que faciliten el camine y suavicen la exigencia. No es posible hace esto en el camino de la fidelidad. Quien asume el deseo de ser fiel a la Verdad y al bien, debe entender que no sirven las medias tintas para poder estar satisfechos. Desde el inicio de nuestra historia humana las posiciones del bien y del mal son totalmente contrarias e incompatibles. No se puede buscar estar bien con Dios y con el diablo. O se está con Dios o se está contra Él. Quien quiera estar con Dios no puede pretender estar a la vez con el demonio. Mal y bien, mentira y Verdad, son incompatibles. Lo entendieron muy bien los tres jóvenes condenados a la muerte por Nabucodonosor por su decisión irrevocable de ser fieles a Dios: "El rey Nabucodonosor dijo: '¿Es cierto, Sidrac, Misac y Abdénago, que ustedes no temen a mis dioses ni adoran la estatua de oro que he erigido? Miren: si al oír tocar la trompa, la flauta, la cítara, el laúd, el arpa, la vihuela y todos los demás instrumentos, están dispuestos a postrarse adorando la estatua que he hecho, háganlo; pero, si no la adoran, serán arrojados inmediatamente al horno encendido, y ¿qué dios los librará de mis manos?' Sidrac, Misac y Abdénago contestaron al rey Nabucodonosor: 'A eso no tenemos por qué responderte. Si nuestro Dios a quien veneramos puede librarnos del horno encendido, nos librará, oh rey, de tus manos. Y aunque no lo hiciera, que te conste, majestad, que no veneramos a tus dioses ni adoramos la estatua de oro que has erigido'". La verdad, la fidelidad, el seguir al bien, era su motivación. Y ni siquiera la amenaza de muerte fue suficiente para hacerlos debilitarse en su fidelidad a Dios, a su Verdad y al bien. Tremendo ejemplo para nosotros, hombres de hoy, que preferimos contemporizar con los males del mundo y nos hacemos así sus cómplices.

También Jesús fue un hombre absolutamente libre que quiso servir a la Verdad y asumió todas las consecuencias de su decisión. Destruir el mal implica dejarse tocar por él para enfrentarlo y vencerlo. La mentira se combate con la Verdad y el mal se combate con el bien. Y es eso, una batalla, en la que habrá embates duros, crueles y dolorosos. A la Virgen María se le pronosticó en su batalla que "una espada atravesará tu corazón". Lo mismo sucederá con todos nosotros, los que queramos ser fieles a la Verdad y al bien y mantener nuestra libertad incólume. Se nos querrá hacer esclavos de la mentira y servidores del mal. Y tendremos que asumir nuestra batalla, para ser verdaderamente libres en la Verdad. Así lo dijo Jesús a los judíos conversos: "Si ustedes permanecen en mi palabra, serán de verdad discípulos míos; conocerán la Verdad, y la Verdad los hará libres". Solo vivir en la Verdad y en la búsqueda del bien, asegura una libertad que no la da ninguna de las realidades puramente humanas y horizontales. Solo la Verdad que es Jesús nos dará la libertad: "En verdad, en verdad les digo: todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo los hace libres, serán realmente libres. Ya sé que son linaje de Abrahán; sin embargo, tratan de matarme, porque mi palabra no cala en ustedes. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero ustedes hacen lo que le han oído a su padre". Jesús, hombre plenamente libre, quiere donarnos el rescate de nuestra libertad. Y lo hace poniéndonos a la vista la Verdad de su amor, de su entrega, de su salvación. Somos invitados a abandonar la mentira, el mal, el pecado. Aceptar esta invitación implica asumir que habrá una lucha de la esclavitud y del mal contra nosotros. Pero implica también avanzar por el camino correcto, que es de la libertad en la Verdad, que desemboca en la plenitud del gozo de sabernos verdaderos hijos de Dios, rescatados por su amor y conducidos a la meta de la plenitud en la libertad y la Verdad que se dará en la eternidad feliz junto al Padre.

domingo, 14 de marzo de 2021

Solo por amor Dios nos entrega a su Hijo para salvarnos

 PASTORAL ABISAL: TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO...

En opinión muy personal, la frase que resume perfectamente la obra de Dios, su actitud ante el pecado del hombre, su misericordia infinita por encima del escarmiento debido por la traición al amor en la que había incurrido el hombre, es aquella con la que resume idealmente el mismo Jesús lo que Dios se ha atrevido a hacer en favor del hombre pecador: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna". La historia del pueblo Israel en referencia a su relación con Dios es un compendio de desaciertos. Desde el pecado de Adán y Eva el camino se hizo tortuoso y pesado, pues era el camino sin Dios, en la vanidad y en el egoísmo extremo, en la búsqueda de regalos para exacerbar su individualismo, pretendiendo vivir sin referencias externas que los llamaran a algo distinto, algo que los elevara en vivencia personal, que los hiciera más y mejores hombres, que profundizara su experiencia comunitaria para vivir como verdaderos hermanos. El egoísmo radical los alejó de tal modo de Dios y de los hermanos que el panorama se oscureció totalmente y ante ellos se presentó solo un abismo de destrucción total. Ante esta elección de los hombres, a Dios no le quedó más remedio que, aceptando ese mal uso de la libertad que Él les había otorgado, asistir a la debacle que empezó a vivir como pueblo, siendo expulsados de la tierra bendecida, obligados a adorar ídolos extranjeros, prácticamente esclavizados de nuevo, viviendo una experiencia similar a la que habían vivido en Egipto. Los imperios poderosos de los alrededores se cebaron con Israel y lo subyugaron totalmente. El exilio babilónico, primero, y el persa, después, rememoraron la experiencia de esclavitud anterior de la cual Dios se había encargado de liberarlos. Y es un extranjero, Ciro, Rey de Persia, quien movido por Dios, se conduele de la experiencia espiritual de Israel, y les permite volver a la ciudad santa, e incluso reconstruir el templo como centro de la fe judía y restaurar así el contacto con Dios. Yahvé, habiendo sido testigo de la debacle que el mismo Israel se procuraba por su desprecio a Él, es quien hace posible que se rescate la experiencia de pueblo y la expresión religiosa en la relación con Él.

El amor de Dios por su pueblo elegido no le permitía quedarse de brazos cruzados, y siendo el Dios todopoderoso y lleno de amor por Israel, logra que las aguas vayan volviendo paulatinamente a su cauce. La culminación de esta accidentada historia que se desarrolla con el pueblo elegido llega con el envío de su Hijo al mundo. El rescate debe ser total, y solo Dios mismo es capaz de llevarlo adelante. La traición del hombre y del pueblo es tan brutal y de tal magnitud, que solo el ofendido, en este caso Dios mismo, es quien puede lograr la satisfacción por su obra de tan grande afrenta. El mal que se ha procurado el hombre, ofendiendo a Dios, traicionando su amor y enemistándose con su familia humana, solo podía ser restañado por una obra del mismo Dios ofendido. El envío del Hijo no es otra cosa que el reflejo claro de lo que es Dios en sí mismo: amor y misericordia. Siendo incapaz el hombre de restaurar lo dañado, el amor de Dios hace su parte, enviando al Hijo para que haga la labor que correspondería al hombre. El Hijo de Dios se encarna, se hace hombre, para, como hombre, realizar la tarea que corresponde a la humanidad para ser rescatada: "Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo –por pura gracia están ustedes salvados–, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con Él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque ustedes están salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a ustedes, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que Él nos asignó para que las practicásemos". Nuestra compensación por haber sido perdonados y salvados será dedicarnos a las buenas obras con el corazón. Será responder al amor de Dios con todo nuestro ser y vivir la fraternidad con sentido amoroso y solidario.

El periplo a seguir es muy claro. Se trata de aceptar y de vivir ese rescate que Dios ha realizado a través de su Hijo enviado por amor, de modo que entendamos la altura en la que nos coloca. Dios no hace su parte por otra motivación distinta que la del amor. Ninguno de nosotros es necesario para Él. No le agregamos ni gloria, ni poder, ni tamaño, ni sabiduría. Existimos solo por un decreto totalmente gratuito de su amor. Pero eso no implica que no esté comprometido con nosotros. El amor con el que nos ha creado ya lo compromete en sí mismo y Él nunca dejará de honrar su compromiso. El amor nunca desaparece, así como nunca desaparecerá Dios. Por eso, nuestra certeza absoluta es que siempre estará a nuestro lado favoreciéndonos y haciendo siempre lo necesario para tenernos con Él. El auténtico amor nunca abandona y siempre está sustentando al amado. Así hace Dios con nosotros: "Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios". De esta manera, estamos llamados a dar respuesta a ese amor infinito. No podemos vivir impunemente ese amor que sabemos que Dios nos tiene y que nos lo ha hecho patente en el Hijo que muere y resucita por nosotros. Nuestra respuesta debe ser similar. Debe ser de amor a Dios y a los hermanos, de entrega, de buenas obras, de vida en fraternidad y solidaridad. Es la vida de los rescatados y salvados. Debemos vivir como salvados, conscientes del gran amor que Dios nos tiene.