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miércoles, 9 de junio de 2021

Estamos en el punto más alto de los signos del amor de Dios

 No he venido a abolir, sino a dar plenitud - ReL

La revelación de Dios, desde el inicio, como concesión amorosa que hace a sus criaturas, ha sido siempre progresiva. Podemos intuirlo incluso en el método de creación que ha elegido, que consistió en ir dando pasos adelante, en los días en que se realizó, con los cuales todo lo que iba existiendo iba alcanzando un grado de mejoramiento mayor que sugería que llegaría a un punto culminante que era al que quería llegar para no dejar las cosas a medias. Es la demostración clara de su amor hacia el que era la razón última de su gesto creador, el hombre, al que crearía en el último día, como dando a entender que todo lo que existía de ahora en adelante llegaba a su culmen y era puesto en sus manos, para que lo disfrutara y fuera su mejor apoyo para avanzar en ese camino hacia su amor definitivo, pues el hombre era la causa última por la cual Dios emprendió la hermosa aventura de la creación. Dios mismo se encarga de hacer al hombre de ese conocimiento, de manera que no ignorara cuál era la finalidad de su existencia. El hombre surgía de sus manos, era receptor de todos los beneficios, recibía de Él providentemente todo para que no le faltara nada, y en su respuesta de confianza y agradecimiento por amor, estaba su completa felicidad. Dios, en toda la historia de la salvación, va queriendo dejar claro al hombre su amor y su incondicionalidad. Esta progresividad la consideró Dios necesaria, para que el proceso humano fuera también progresivo, asentándose más sólida y sosegadamente en la convicción y en la vivencia del amor divino a su favor. Ciertamente Dios hubiera podido haber usado otro método, quizás más radical y contundente, que diera las bases del conocimiento de todo lo que hacía, pero probablemente el hombre, limitado por su condición de criatura, no hubiera podido asumir sólidamente su experiencia personal. Dios buscaba que quedara muy clara su intención de amor, y consideró que la mejor manera fue dando visos de ese amor en cada paso de su revelación. Hubiera podido destruir al demonio y al pecado, en definitiva, al mal, con un gesto poderoso, apenas el hombre pecó, pero eso probablemente no hubiera convencido al hombre del amor infinito de Dios, sino que simplemente hubiera sido una demostración de poder, sin mayores implicaciones afectivas. Era necesario que en cada paso la criatura fuera teniendo signos indelebles del amor de Dios, que lo quería siempre junto a Él. Por eso debemos entender esa revelación de Dios como paulatina, enriqueciendo al hombre en su conocimiento y en su experiencia divina cada vez más, y por ello, abriendo su corazón y su vida con mayor seguridad a las obras del amor.

Y en esa progresividad de la revelación divina de su amor, llega ese momento culminante en el que queda ya evidenciada totalmente la intencionalidad divina. Ya no hay más que el hacer presente en el mundo la concreción más clara del amor. Y el encargado de hacerlo es el mismísimo Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, el añorado de todos los tiempos. "Cuando llegó el momento culminante, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a todos los que estaban bajo la ley". La mujer elegida por el Señor para ser la Madre del Redentor, es una demostración majestuosa más de esa progresión de la revelación. El Hijo de Dios es el mismo Dios que se acerca a salvarnos, y lo hace a través del instrumento más sublime, que es la Mujer que se ha escogido como Madre para entrar triunfante en la tierra a fin de realizar su obra de rescate. De Ella toma la carne que salvará al mundo. No habrá jamás una demostración más clara de amor, pues en esa carne tomada de María morirá para servir de sacrificio restaurador de todos sus hermanos vencidos por la muerte y el pecado. El único inocente se convierte en culpable por amor a todos. La progresividad de esta revelación de amor ya llega a su altura insuperable. No invalida nada de lo anterior, pues todo ha sido revelación de amor. Ninguno de los gestos anteriores deja de tener vigencia. Lo único que destruye Jesús es el poder del demonio, para instaurar su reino de amor y de gracia, pero no destruye ni invalida todo lo que había ido poniendo Dios en las manos del hombre, pues fue siempre signo de su amor preferencial por ellos. Incluso la ley de Moisés, de la que algunos se ufanaban de haber sido ya superada y cancelada, queda legitimada. No es cancelada, sino superada por el amor, aun cuando también tenía ese contenido, dado que eran las dos exigencias principales en ella. Solo que debía ser asumida con una mejor conciencia y un mayor contenido experiencial, de modo que no se sintieran como imposiciones que violaran la propia autonomía, sino como exigencias naturales de aceptar vivir en el amor. Era el compromiso, ciertamente el menor, que se podía asumir: responder al amor recibido: "Hermanos: Esta confianza la tenemos ante Dios por Cristo; no es que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos nada como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una alianza nueva: no de la letra sino de Espíritu; pues la letra mata, mientras que el Espíritu da vida. Pues si el ministerio de la muerte, grabado en letras sobre piedra, se realizó con tanta gloria que los hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, por el resplandor de su cara, pese a ser un resplandor pasajero, ¡cuánto más glorioso será el ministerio del Espíritu! Pues si el ministerio de la condena era glorioso ya no lo es comparado con esta gloria sobreeminente. Y si lo que era pasajero tuvo su gloria, ¡cuánto más glorioso no será lo que permanece!" Es la novedad radical que se nos regala. Elevar nuestra vida sobre lo simplemente pasajero, a lo que permanecerá eternamente.

La validez de todo lo hecho anteriormente lo confirma Jesús, con contundencia, y podríamos decir que hasta con satisfacción, por la obra que ha ido realizando el Padre en medio de la humanidad durante toda la historia. Nada de lo que hizo ha dejado de tener sentido, pues forma parte de esa progresividad de la revelación, que iba descubriendo el amor infinito y eterno, en el cual se ha comprometido, y que por ser fiel e inmutable, nunca dejará de tener vigencia. La ley nunca deja, ni dejará, de tener validez. Todos los gestos con que favoreció Dios a los hombres siguen siendo demostraciones aún hoy, de su elección y de su amor. Contemplar a Abraham convocado por Dios y obedeciendo a ese llamado, sin tener ninguna seguridad acerca de lo que se le proponía, es un gesto de amor. Presenciar el misterio de Noé construyendo la barca para salvar el resto de la humanidad y de la naturaleza fiel a Dios, es un gesto de amor. Acompañar a Moisés en la gesta libertadora y maravillosa del pueblo de Israel de la liberación de la esclavitud en Egipto, es un gesto de amor. Entrar con Josué en la tierra prometida que manaba leche y miel, es un gesto de amor. Convivir con Israel en las ocasiones de fidelidad y de traición, siendo testigos de sus deportaciones y luego de su retorno, es un gesto de amor. Todo eso es historia del pueblo, y no puede nunca desaparecer. Por ello, el régimen de la ley, ciertamente aún a esas alturas imperfecto, debe ser asumido como lo que es: algo que nunca desaparecerá, pues ha sido considerado por Dios necesario en la progresividad de su revelación de amor: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'No crean que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad les digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos". El amor de Dios no envejece. Prevalece y siempre estará en nuestra vida. El amor es siempre joven. Y por eso, podemos sentirnos los hombres más felices de la tierra, pues en medio de todos los acontecimientos que podemos atravesar, sabemos que el amor de Dios está ahí para nosotros, que siempre nos lo ha demostrado y que no ha habido un segundo de nuestra existencia en que no se haya hecho presente, y que ha llegado a su culminación en la entrega del Hijo, que ha hecho que esa revelación progresiva llegara a su punto extremo, y que no habrá una demostración mayor de ese amor, pues nadie puede llegar más alto del punto al que ha llegado Jesús y al que nos ha hecho llegar a todos.

viernes, 19 de marzo de 2021

José, silencioso y disponible, sigue protegiendo a la Iglesia

 8 datos que tal vez no sabías sobre San José

El rasgo más característico de San José, esposo de María y padre de Jesús, es el silencio. Su paso por los evangelios es callado, sin mayores aspavientos, humilde, sencillo. Al estar desposado con María, la elección que Dios ha hecho sobre Ella para ser la Madre del Redentor, jurídicamente recae también sobre él. José es el elegido de Dios para ser el padre humano de su Hijo que se encarna en el seno de su esposa. Ni una sola palabra directa sabemos que haya pronunciado en ninguna de sus apariciones como personaje de la entrada del Mesías al mundo. Suponemos que sí haya hablado. Y en abundancia, pues era el jefe de la casa, el esposo de María, sobre quien reposaba la autoridad de la familia. Tuvo que haber dado indicaciones, tuvo que haber ordenado la disciplina del hogar. En sus varios encuentros con los ángeles enviados de Dios tuvo que haber habido algún intercambio. En todo caso, lo que destaca en José no es lo que haya podido decir. Lo que quieren destacar los evangelistas es su humildad, su obediencia, su disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios. En ningún momento muestra alguna desaprobación con lo que Dios le propone y hasta con lo que le ordena. Por esos gestos se colige que era un hombre de profunda fe para quien la voluntad de Dios era irrefutable. La única decisión que toma en un sentido negativo, devastado por la situación de embarazo inesperado de su prometida, en la que demuestra tener una personalidad y un amor propio naturales, por lo cual decide repudiarla en secreto, la transforma radicalmente cuando recibe en sueños la visita del ángel que le explica lo extraordinario de lo que está sucediendo con su esposa. Incluso su bondad y su lealtad quedan evidenciadas al no usar del derecho de todo varón israelita de denunciar públicamente la supuesta infidelidad, para que la mujer recibiera el castigo correspondiente a las adúlteras, que era la muerte por lapidación. El amor de José hacia María era tan grande, que seguramente le impidió hacer la denuncia que correspondía.

El segundo rasgo que destaca en la figura de José es el de la obediencia y disponibilidad delante de Dios. El mismo hecho de haber sido elegido por Dios como padre del Mesías, originalmente quizá sin su pleno conocimiento, y el haber aceptado que algo tan maravilloso pudiera darse con su concurso, nos habla de una disposición absoluta a la voluntad divina. Podríamos decir que al Fiat ("Hágase") de María ante la propuesta del ángel, se equipara el que José haya decidido no repudiarla a instancias de su encuentro con el ángel que le explicaba lo que estaba sucediendo con su esposa. En cierto modo, el mismo Hágase de María es el Hágase de José: "Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: 'José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados'. Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor". Es un Hágase sin palabras, pero sí con acción. Y es el mismo Hágase que le tocó decir cuando tuvo que huir con su familia a Egipto, el mism o Hágase que pronunció cuando volvió después de que hubo pasado el peligro sobre la vida del niño, el mismo Hágase que dijo cuando el Hijo le puso a la vista la condición de filiación divina que poseía cuando se perdió en el templo. Su humildad lo llevó a cumplir la tarea que Dios le encomendó con el mayor amor y la mejor disposición, sin dejar nunca de cumplir la obligación que le correspondía como jefe de familia, esposo de María y padre de Jesús.

Aquella promesa de Yahvé hecha a Abraham, y luego confirmada a cada uno de los jefes y reyes de Israel como pueblo elegido, podríamos entenderla como hecha también a José: "No por la ley sino por la justicia de la fe recibieron Abrahán y su descendencia la promesa de que iba a ser heredero el mundo. Por eso depende de la fe, para que sea según gracia; de este modo, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la que procede de la ley, sino también para la que procede de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Según está escrito: 'Te he constituido padre de muchos pueblos'; la promesa está asegurada ante aquel en quien creyó, el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe. Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, de acuerdo con lo que se le había dicho: 'Así será tu descendencia'. Por lo cual le fue contado como justificación". José recibe el cumplimento de la promesa hecha a Abraham. Y de él incluso se puede afirmar sin duda, con mayor razón, pues es el último eslabón en la larga lista de predecesores del Salvador. Por ello, se convierte para todos nosotros también en nuestro Padre en la fe, quien nos muestra cuál es el camino para seguir auténticamente a Dios, que nos invita a guardar el silencio necesario ante lo que Dios nos dice. No un silencio pasivo o paralizante, sino un silencio activo, que nos impulsa a cumplir su voluntad y a ser fieles a lo que Dios quiere de nosotros. Y finalmente, así como José se convirtió en el protector y el custodio de Jesús y María, hoy sigue ejerciendo su tarea de patrocinio y cuidado de la Iglesia, el cuerpo místico de Cristo, su hijo putativo, al cual sigue sirviendo y servirá eternamente, hasta el final de los tiempos, en los que la Iglesia podrá seguir contando con él y con su protección.

martes, 22 de diciembre de 2020

En Belén está la demostración del amor tierno y salvífico de Jesús

 Triduo de Adviento: ¿Que buscamos en Jesús? - Jesuitas

En las acciones que Dios ha emprendido durante toda la historia de la salvación, desde el origen de todo, el punto más alto alcanzado es cuando se hace presente Jesús en cumplimiento del designio salvador amoroso del Padre. Jesús es el punto más alto de toda esa historia. Y en medio de la actividad salvadora que Él realiza, dos son los acontecimientos centrales: Su nacimiento, como la irrupción del Dios eterno en la historia humana, lo cual hará que esa historia pases a ser algo totalmente nuevo, y su Pasión, Muerte y Resurrección, que trae la más grande novedad, pues representa aquella Nueva Creación que restaura toda la realidad existente y la coloca de nuevo en el lugar que Dios había establecido desde el mismo principio. Con ello, el mundo y los hombres están de nuevo en el sitio que Dios quería desde el principio. Sin duda, no hay parangón entre este momento de Jesús y ninguno que el hombre haya vivido anteriormente. Nacimiento y Pascua de Jesús son novedades absolutas. Cada una tiene su entidad y tiene su importancia. Para lo que significa para cada hombre y para el mundo, la Pascua de Jesús es con mucho el esencial. Jesús se hace hombre para la Pascua. La Pascua es la que explica la razón por la cual Jesús ha venido al mundo. Pero por la significación entrañable de la ternura de la contemplación del Dios que se hace hombre por amor, en esas condiciones tan negativas y tan dolorosas, habiendo sido rechazado incluso por los suyos por ser pobre, con sus padres preocupados porque no tenían dónde recibir a ese personaje esencial, teniendo ellos unan noción mínima de lo extraordinario que era por la cantidad de signos que se hacían presente uno tras otros: La estrella de Belén, los pastorcitos elegidos como anunciadores, los Reyes Magos que lo visitan, los animales que lo acogen dándoles su calor corporal... Todo llama a la contemplación dulce de ese momento tan especial en la historia.

Es el Dios que se hace hombre en medio de la mayor humildad. Sin aspavientos, como dando a entender que para Dios amar es lo más sencillo, pues es su esencia. A Dios no le cuesta nada amar. Simplemente debe dejar actuar a su propio ser. Dios es amor y el amor surge espontáneo. Por ello, en esa línea de acción del amor, lo anunciado desde antiguo se cumple perfectamente. Llegó el momento de que ese amor se haga entrañable, y no simplemente un anuncio futuro: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián. Porque la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada de sangre serán combustible, pasto del fuego. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: 'Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre de eternidad, Príncipe de la paz'. Para dilatar el principado, con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino. Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre. El celo del Señor del universo lo realizará". Llegó ese momento. Es la acción del amor activo en el Dios que se hace hombre.

Y el punto culminante se alcanza entonces en esa noche sagrada, dulce, esencial. Nace Jesús trayéndonos toda esa carga de amor que ya jamás será superada. No hay momento más entrañable que este en toda nuestra historia. Jesús nos dice que es verdad todo lo que ha sido anunciado. No hay nunca engaño en los labios del Dios de amor: "Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a Ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: 'No teman, les anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tienen la señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre'. De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: 'Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad'". Ya era llegada la hora de gloria total. Dios está humanamente entre nosotros regalándonos personalmente su amor. Podemos decir que nuestra felicidad es plena pues tenemos a nuestro Redentor entren nosotros en la figura de ese Niño recién nacido, imagen de ternura y de amor infinitos...

martes, 6 de octubre de 2020

Por encima de todo, Jesús y su amor

 Religión en mi Colegio: Encuentro de Marta y María

¿Qué es lo más importante que podemos hacer los hombres que queremos vivir la fidelidad a Dios? ¿Hacia dónde debemos encaminar nuestras preferencias y nuestras acciones para confirmar en nuestro corazón y en todo nuestro ser que queremos ser de Jesús y servir solo a Él? El itinerario de la fe lo conocemos en lo básico: reconocer a Jesús como nuestro Señor y nuestro Dios, como lo hizo Santo Tomás cuando se le presentó Jesús después de la resurrección: "¡Señor mío y Dios mío!"; mantener una unión espiritual con el Dios que es causa de la vida y fuente del amor, de manera que se haga efectivo el recibir la vida solo de Él y la conciencia clara de que fuera de Él es imposible recibir cualquier beneficio, ni siquiera la misma vida que se sostiene en su presencia y en su unión: "Yo soy la vid, ustedes son los sarmientos" ... "Cuando oren digan: 'Padre nuestro que estás en el cielo...'"; colocar como la meta primera de la experiencia personal de vida la vivencia del amor como lo que debe estar por encima de todo y sin lo cual no tiene sentido ni siquiera llamarse cristiano: "El primer mandamiento es éste: Amar a Dios sobre todas las cosas ... El segundo es similar a este: Amar al prójimo como a sí mismo"; escuchar, aceptar y asimilar el mensaje de la verdad y de la vida que nos ha transmitido, en el que nos invita a amar por encima de todo a nuestros hermanos al punto de dejar a un lado y abandonar las pretensiones de venganza y de revancha ante quienes actúan mal y a concederles un perdón total en el que no se enquiste ni el odio ni el rencor: "Perdona hasta setenta veces siete";  llegar al extremo de poner los intereses de los demás por encima de los propios: "A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva"; celebrar la fe como el regalo extraordinario que se puede renovar cotidianamente en el que Jesús mismo es la donación central, la causa de la alegría y el alimento primordial por el que se mantiene la vida: "Tomen y coman... Esta es mi carne ... Tomen y beban... Este es el cáliz de mi sangre ... Hagan esto en conmemoración mía"; convertirse en anunciador entusiasmado de su palabra de salvación y de amor para todos los hermanos, haciendo que se acerquen también a Él y puedan sentir el gozo de saberse amados por ese Dios que ha entregado su vida por amor a todos: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará". Estas cosas son las que conforman las exigencias esenciales de la fe, en la cual los cristianos debemos desarrollar toda nuestra vida. Fuera de ellas, las demás cosas que podemos vivir y hacer serán siempre añadidos.

Pero aún así, los cristianos también echamos en falta lo que nos indique lo que está por encima de todo. ¿Qué sería aquello que tiene que estar siempre por encima y en la base, lo que jamás debe faltar, lo que indica que somos verdaderamente cristianos y que nos da la carta de identidad ideal a nuestro ser? Además de todo lo que se ha enumerado arriba, debe existir algo más que nos hace ser verdaderamente cristianos, auténticos hombres de fe, que tiene más que ver con lo que somos que con lo que hacemos. El riesgo que corre el que se preocupa solo por hacer lo que hace un cristiano es el de quedarse únicamente en lo formal, en lo exterior, lo cual no lo haría muy distinto a lo que hacían los fariseos a los que tanto criticó Jesús, que se quedaban solo en un cumplimiento formal pero muy alejados realmente de lo que era un ser conquistado por Dios. Los movía la apariencia y la búsqueda de reconocimiento, al extremo de que casi pretendían ser felicitados por el mismo Dios, si se lo hubieran permitido. Jesús nos da la clave en el encuentro con las hermanas Marta y María: "Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: 'Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano'. Respondiendo, le dijo el Señor: 'Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada'". Jesús afirma que la única cosa necesaria es estar con Él. Todo lo demás es accesorio. Más aún, todo lo demás será solo consecuencia de ese permanecer en su presencia. Para el cristiano la primera preocupación que debe existir es el discernimiento del lugar que ocupa Jesús en su corazón, por encima incluso de la cantidad de "tareas" de la fe que correspondería hacer. A Jesús le importa muy poco que Marta esté afanada. Incluso, podríamos decir que poco le importa que María esté echada a sus pies y más le importa lo que la motiva a hacerlo. Si María lo hubiera hecho simplemente para huir de los afanes que ocupaban a su hermana Marta, de ninguna manera Jesús le hubiera hecho un reconocimiento. Jesús va más allá del simple hecho externo de la acción, y barrunta lo que hay dentro. Alaba a María porque en su corazón descubría lo que en esa intimidad era su más profunda motivación, que no era otra que un amor entrañable, dulce y total a Jesús. Si Marta hubiera demostrado ese mismo amor, aun ocupándose de las cosas de la casa, hubiera sido también reconocida por Jesús. Lamentablemente, en Marta las cosas de la casa habían desplazado la primacía del amor a Cristo.

El cristiano es, entonces, quien vive para Jesús, quien se sostiene en su amor, quien lo ha colocado en el primer lugar por encima de todo, quien añora estar con Él en todo momento de su vida, quien ha llenado su corazón de su amor y no concibe ya otro estilo de vida diverso al que le da esa experiencia de amor que lo llena todo, quien ha escogido esa "mejor parte" y luchará por que nadie nunca se la quite para jamás perderla de modo que en todo lo que viva y en todo lo que haga solo Jesús será su forma de vida. Es quien, como San Pablo, llega a afirmar rotundamente: "Para mí la vida es Cristo", y ya nada fuera de Él lo conquistará. El mismo Pablo vivió la experiencia de esa conquista total del amor de Jesús, incluso dramáticamente, cuando por ese amor transformó totalmente su vida y comenzó a vivir para Jesús: "Ustedes han oído hablar de mi pasada conducta en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y aventajaba en el judaísmo a muchos de mi edad y de mi raza como defensor muy celoso de las tradiciones de mis antepasados". La conquista del amor fue total. Habiendo sido radicalmente fiel al judaísmo, entendió que la fidelidad debida no era a la ley mosaica, sino al Dios que había sido enviado para la conquista del hombre que estaba perdido, entre los cuales estaba él mismo. Fue el amor demostrado por Dios en Jesús el que hizo que su corazón entendiera cuál era la única verdad posible, y que esa verdad le exigía una respuesta acorde, que no era otra que la de dejarse conquistar por ese amor y comenzar a vivir solo para él. Nada tenía más sentido que eso. El amor que Jesús había venido a derramar en el corazón de todos los hombres es lo que le daba sentido a todo: "Me amó a mí y se entregó a la muerte a sí mismo por mí". Es por ese Dios por el que vale la pena vivir. Es por ese amor que vale la pena todo lo demás, sea lo que sea. La vivencia del amor llena todo lo demás de sentido. Sea en los afanes del mundo o en la reunión con Jesús en la intimidad del corazón, todo cobra sentido por tenerlo a Él en el primer lugar. Es esta la primera ocupación que deben tener los cristianos. Ser de Jesús. Vivir para Él. Amar con su mismo corazón. En todo, tenerlo a Él en ese primer lugar que le corresponde y que no debe ser desplazado por nada más. Pablo, por su abandono al amor de Jesús, también "escogió la mejor parte": "Yo era un desconocido para las iglesias de Cristo que hay en Judea; solo habían oído decir que el que antes los perseguía anuncia ahora la fe que antes intentaba destruir; y glorificaban a Dios por causa mía". Esa debe ser la vida de todos los cristianos: una vida llena de Jesús, en la cual Él sea el primero, encaminada a sostenerlo para llenar todo de sentido, y que no persiga en nada de lo que hace otro fin sino ser solo de Jesús y vivir en su amor.

martes, 21 de abril de 2020

Solo necesito vivir tu amor para hacerme uno contigo y con mis hermanos

Nicodemo y Jesus - Consejos Cristianos

El encuentro de Jesús con Nicodemo es toda una catequesis. Jesús accede a hablar con uno de sus supuestos adversarios, que era jefe de fariseos, dirigente de aquel grupo con el cual Jesús tuvo tantos enfrentamientos, y que luego por sus artimañas logrará que el Mesías sea condenado a muerte, pero en el cual Jesús intuye un resquicio de bondad, del cual se aprovecha enormemente. Es una manera didáctica con la cual nos dice a todos que no debemos dar a nadie ni a nada por perdido. De todo podemos sacar provecho y a todos podemos conquistarlos para Él. Nicodemo, lo sabemos, pasará luego a ser discípulo secreto de Jesús, al igual que José de Arimatea. Suponemos que su vida posterior fue de entrega a la causa de Cristo y que habrá dado testimonio de ese amor y de esa salvación que Él trajo. En esa catequesis que Jesús hace con Nicodemo destaca el misterio que representa la realidad espiritual. Jesús afirma claramente que estas realidades de fe no son comprensibles aplicando solo criterios humanos, por lo cual es necesaria una rendición del intelecto ante lo invisible. No será posible la comprobación científica de lo que está sobre el tapete, sino que hay que hacer asentir al corazón ante las verdades de la realidad espiritual no comprobables positivamente. Hay que dar paso a la fe, que se fundamenta en las certezas del amor, de lo afectivo, de la confianza en que no puede engañar quien solo quiere el bien del amado. Es necesario deponer prejuicios, actitudes negativas o revanchistas, para echar la vista a toda la obra que ha sido realizada por Aquel que nos ama más de lo que nosotros mismos nos amamos. Para Jesús no hay ganancia personal ninguna en todo lo que ha hecho. Su beneficio es el que logra para sus amados. Su entrega no es desprecio de su propia vida para obtener una ganancia personal. Todo lo que gana es para sus amados. Ciertamente Él recobra su gloria al finalizar su obra y regresar al seno del Padre. Estrictamente hablando no es ganancia sino retomar lo que ya tenía. Despreció por un tiempo esa gloria de eternidad que era natural en Él, para hacerse uno más de nosotros y desde nuestra realidad tomarnos a todos para elevarnos al Padre. "Y así, actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte en la cruz". El repaso de este proceso que ha llevado a Jesús es lo que convence, lo que conquista. Solo el amor pudo haber sido la motivación de semejante grandeza. Comprender esto es permitir que la verdad rotunda del amor de Dios por mí me conquiste.

Jesús quiere convencer así a Nicodemo. Y es así como lo quiere conquistar: "¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes? En verdad, en verdad te digo: hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no reciben nuestro testimonio. Si les hablo de las cosas terrenas y no me creen, ¿cómo creerán si les hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna". El lenguaje de Jesús es arcano, misterioso. Ni siquiera un maestro de la ley como Nicodemo es capaz de comprenderlo. Tendrá que rendirse a la evidencia del amor que se entrega. Por eso hace referencia a la cruz, altar en el cual se ofrecerá, cuando habla de la elevación de la serpiente. Él mismo será elevado en la cruz. Y esa elevación será el grito de amor eterno de Jesús por los suyos. Esa será la prueba más contundente. Contemplar en su momento a Jesús elevado en la cruz, como Moisés elevó a la serpiente para ser la salud del pueblo, será la demostración contundente del amor donado, lo cual fundamentará en la certeza de la fe en Jesús, que ha venido a salvar. No habrá más pruebas, pues todos los demás acontecimientos se irán desprendiendo de este que es determinante: Jesús muere en la cruz por amor a ti y a mí. No se necesita de más razonamientos, pues con ellos corremos el peligro de afear el acontecimiento más hermoso y más maravilloso de toda la historia de la humanidad. La pretensión humana de querer racionalizarlo todo ha logrado que se afee toda una realidad de fe que en sí misma es la más bella que podemos percibir y la más rica que podremos vivir jamás. Es necesario un corazón que se rinda ante una evidencia no tangible como es la del amor, que solo se experimenta dejándose amar sin mayores racionalizaciones. Cerrar los ojos y percibir cómo el corazón se va hinchando en la experiencia de amor que compensa absolutamente toda necesidad humana y que llena de la seguridad de que todo lo humano será elevado al máximo, que se recibirán todos los consuelos necesarios, que se tendrá toda la fortaleza y el alivio en cualquier experiencia que podamos tener, que se vivirá la mayor alegría que jamás podremos obtener con ningún logro humano. Eso es lo que Jesús quiere que le quede claro a Nicodemo. Y que nos quede claro a todos nosotros.

Vivir esa experiencia es sentir la absoluta novedad de lo que logra Jesús para cada uno. Y percibir que en cada uno de los que tienen la misma experiencia se logra una novedad radical similar. Es prácticamente experimentar que esa nueva vida nos hace uno, pues es la misma vida para todos. Jesús pasa a reinar en el corazón de cada hombre. Ha logrado con su obra arrancar de cuajo aquel corazón de piedra que cada uno había ido endureciendo a fuerza de alejarse de la vivencia del amor divino y encerrándose en sí mismo, buscando y dándose las respuestas racionalistas alejadas totalmente de la realidad afectiva y espiritual, y ha colocado en cada uno un corazón de carne que es capaz de sentir, de amar, de confiar, de abandonarse en las manos de Aquel que ha demostrado más amor que cualquiera. Es el mismo corazón para todos, pues es su mismo corazón, el corazón de Jesús que ama radicalmente, que se entrega por amor y que eleva a cada uno de los beneficiarios con su donación total. A todos los hace iguales y uno. Por eso, aquellas primeras comunidades de cristianos, que habían entendido esa entrega por amor, lograron vivir la experiencia cristiana en la unidad radical de intereses y de metas. Todos vivían lo mismo y estaban felices de que así fuera: "El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado. Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba". Lo material ya no era la riqueza por la que había que desvivirse, sino que era una cuestión complementaria, de la cual ciertamente había que servirse, pero que no pasó jamás a ser una razón de dominio o de superioridad de unos sobre otros. Lo importante era el espíritu de unidad. Jesús les había puesto el mismo corazón a todos, el suyo. Y lo verdaderamente esencial era conservar esa unidad, que se basaba en el corazón nuevo, henchido de amor por el Padre y por los hermanos. No hacerlo era correr el riesgo de hacerse nuevamente islas que competían unos contra otros. Aceptar a Jesús como el Salvador es ofrecer el pecho para dejarse arrancar el corazón viejo y dejarse colocar un corazón nuevo, lleno del amor de Cristo por el Padre y por los hombres. Y vivir la plenitud de la vida de gracia ya, aquí y ahora, anticipándose a la gloria eterna inmutable del futuro.

lunes, 20 de abril de 2020

Convierte, Señor, mi noche en día, y hazme luz para mis hermanos

Jesús y Nicodemo – Bendiciones Cristianas

El Evangelio de San Juan está plagado de simbolismos. En él, todo lo que escribe tiene un fundamento histórico sólido, pero algunas cosas las quiere narrar haciendo recurso de la simbología, de modo de hacer una construcción teológica y narrativa atractiva y concluyente entre su auditorio. Recursos como el del agua, las parábolas, los sentimientos, las realidades circundantes utilizadas por Jesús para hacer llegar sus mensajes, tienen en San Juan un uso casi litúrgico. Así, nos encontramos con este encuentro de Jesús con Nicodemo, quien se acerca de noche a hablar con Jesús. "Había un hombre del grupo de los fariseos llamado Nicodemo, jefe judío. Este fue a ver a Jesús de noche". Evidentemente, al pertenecer al grupo de los fariseos, acérrimos adversarios de Jesús y foco de sus ataques más frontales por su hipocresía y aprovechamiento de las cosas sagradas en contra del pueblo sencillo, además de que entraba en la categoría de "jefe", lo hacía recurrir a Jesús amparado por las sombras de la noche. Seguramente se sentía muy atraído por todo lo de Jesús. Sus palabras y sus obras probablemente lo habían hecho cuestionarse profundamente, y por eso sentía la necesidad urgente de acercarse a Jesús para plantearle sus inquietudes. Pero no podía hacerlo abiertamente, pues su categoría como fariseo y jefe lo colocaban en la acera opuesta a Jesús. Debía hacerlo a escondidas. Por eso escoge la noche como aliada para acercarse a Cristo. Este encuentro es emblemático de lo que vive quien se acerca a Jesús, haciéndolo con espíritu acucioso, sin prejuicios, limpio de toda pretensión de convencer de sus propias ideas, sino abierto a dejarse convencer y arrebatar. Nicodemo se acerca de noche a Jesús. Esta noche no solo se refiere a la realidad meteorológica, aunque ciertamente el encuentro se da en horas nocturnas. La noche, para el San Juan simbólico, está también reinando en el alma de Nicodemo. Él se encuentra en la oscuridad por percatarse de la equivocación de la conducta que ha vivido hasta ahora. Las palabras de Jesús han hecho mella en él, lo han hecho cuestionarse. Está inquieto. Es una noche que no es perjudicial, sino que preludia y anuncia un amanecer. Veremos como ese encuentro termina siendo ya de día. Después de pasar toda la noche hablando ambos, se hizo de día. Ciertamente en la realidad exterior los dos personajes estuvieron hablando toda la noche. Podemos imaginarnos a Jesús y Nicodemo intercambiando criterios. Nicodemo preguntando y Jesús respondiendo. Ambos eran conocedores de la Escritura, por lo cual podemos suponer el ir y venir de argumentaciones. Al final, Nicodemo se deja conquistar. Vemos como en el Evangelio luego aparece junto a José de Arimatea como discípulo secreto de Jesús. Para Nicodemo se había hecho también el día en su alma. La luz de Jesucristo lo había iluminado. Él vino con la noche en su alma, se acercó a la Luz que es Jesús y se alejó de Él lleno de esa iluminación divina.

La claridad que Nicodemo obtiene de la Luz que es Jesús no se da sin dificultades. El argumento de Jesús en un primer momento le parece fatuo, imposible. Empieza reconociendo en Jesús una condición extraordinaria: "Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él". Sabiamente, quizá lo hace para suavizar de entrada a Jesús, alabándolo. Lo reconoce como maestro y como enviado de Dios. Pero Jesús, prácticamente sordo a estas adulaciones, va en barrena: "En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios". Le plantea ya la necesidad de dejarse hacer hombre nuevo para realmente aceptarlo. No hay otro camino. Es necesario dejar todo lo anterior y llenarse de todo lo nuevo. Algo que es incomprensible para Nicodemo. "¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?" Esta realidad propuesta por Jesús es algo radicalmente nuevo, y por eso no lo comprende. La radicalidad de la nueva vida ofrecida por Jesús es total. No hay términos medios. Es necesario hacerse de una vida nueva. Jesús, al resucitar hará esto posible, por cuanto esa novedad de vida la obtiene Él en primer lugar y la hace luego derramarse sobre todos. La resurrección de Cristo es la posibilidad del nuevo nacimiento para toda la humanidad. Ese nuevo nacimiento que ofrece Jesús es un renacimiento espiritual. Es el hombre en su interior el que debe ser transformado en el amor. Este amor vivido en la radicalidad como lo vivió el mismo Jesús en su entrega es el que dará un tinte nuevo a todo. La novedad no es en los años de vida, sino en la calidad de vida del espíritu. Dejándose llenar de ese Espíritu de Dios se obtendrá un nuevo ser en la experiencia vital delante de Dios y de los hermanos. Será una transformación que tendrá repercusión no solo en quien nace de nuevo, sino en todos los que sean testigos de esa novedad que vive el renacido. "En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu". No debe ser solo la carne, en adelante, la que dictará las pautas de la vida, sino que será también el Espíritu. Viviendo en la misma vida cotidiana que se poseía, al renacer, esa vida nueva en el Espíritu obtendrá tintes luminosos que harán que el nuevo ser sea como una antorcha que va llenando de luz toda su realidad circundante. Habiéndose hecho de día en el alma oscura del renacido, la claridad de ese día nuevo la llevará a toda su vida.

Ese Espíritu que plenifica al nuevo hombre, que lo llena de Luz y lo hace día para todos a su alrededor hace su obra no sólo de renovación, sino también de acompañamiento al renacido. El nuevo día que se hace realidad en el ser del que ha nacido de nuevo es de tal magnitud, que marca toda su existencia. No se trata solo de alegrarse por sentir que esa nueva vida llena de fe y de esperanza en un futuro de eternidad seguro para quien lo recibe y lo aprecia, sino para todo el que fijándose en esa novedad que vive el renacido abre también su corazón para dejarse hacer de día en su alma. Es la alegría del que se hace instrumento de la luz y sabe que la riqueza del mundo trasciende con mucho a la simple realidad material y se refiere desde su experiencia personal a todo, incluyendo como parte primordial a la realidad espiritual, invisible, a la que prácticamente se había dejado a un lado, haciendo sentir un vacío existencial que solo se llena con esa presencia del Espíritu en el alma del renovado. El cambio radical de vida se refiere a la conversión, a ese proceso que se inicia cuando hay noche en el alma y se produce el acercamiento a la Luz que es Jesús, y se siente como poco a poco su palabra y su acción van venciendo a las sombras espirituales y van iluminando todos los rincones del propio ser. Así, lo que adquiere sentido es la vida en el Espíritu de Dios. Todo se llena de su color y de su presencia. La vida pasa a girar en torno a esa realidad que prevalecerá en la eternidad, por la cual vale la pena esforzarse por defenderla en sí mismo y por hacerla patrimonio de todos, pasando por encima de cualquier obstáculo o estorbo. Por eso, los apóstoles asumieron su parte en esa tarea titánica. Lo hicieron con alegría e ilusión, haciendo acopio total de sus fuerzas y de su energía, y dejándose llenar de la valentía necesaria para no desfallecer ante las adversidades y persecuciones: "'Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos predicar tu palabra con toda valentía; extiende tu mano para que realicen curaciones, signos y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús'. Al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la palabra de Dios". La novedad que traía Jesús los llenaba del deseo de ser servidores de ella. No podía el mundo seguir siendo antiguo, cuando Jesús, el Renovador resucitado, había entregado su vida para que esa novedad llegara a todos y a todo. Por eso valía la pena asumir cualquier riesgo, con tal de hacer que todo fuera hecho de nuevo. Esa es la tarea de todo cristiano, que debe ser asumida con alegría e ilusión, y siendo valientes ante cualquier adversidad. Hacer que el mundo salga de la oscuridad de la noche en la que se encuentra y pase a vivir el día, lleno de la Luz que es Cristo.