El caso de Jonás es un caso curiosísimo... Muchos entendidos afirman que es un personaje que nunca existió, ficticio, una creación de la imaginaria hebrea, como una gran parábola, diseñada para convencer a los hebreos sobre la inmensa misericordia de Dios, inexplicable para buena parte de la mentalidad hebrea, pues la aplica a pueblos impíos e infieles al único Dios. Jonás es considerado un profeta, pues es convocado por Dios para anunciar a Nínive su inminente destrucción. La infidelidad de Nínive ya es inaguantable para Dios, por lo que ha decidido simplemente destruirla...
En un primer momento Jonás huye de Dios. Se niega a ser su palabra ante Nínive. Ya esto es muy llamativo, pues a pesar de saberse convocado por Dios a cumplir una misión específica, su actitud es de absoluto rechazo. Jonás prefiriese ser voz de destrucción, mas no de invitación a la conversión... Dios le encarga dirigirse a Nínive con la amenaza terrible de su desaparición si persisten en su infidelidad. Pero para Jonás no está bien que Dios ofrezca una salida. Para él estaría muy bien que Dios, simplemente, la destruyera sin dar más opciones. Esa es la razón de su molestia y de su huida... Jonás pretende "esconderse" de Dios huyendo lejos en un barco. Pero Dios persiste en su convocatoria, y hace aparecer una gran borrasca en el mar, que hace que el barco casi naufrague. Los otros que van en el barco descubren que esta desgracia les sobreviene porque Jonás está huyendo de su Dios. Él mismo lo reconoce y les sugiere que lo lancen al mar, como "sacrificio", para calmar su furia... Y lo hacen. Dios, misericordioso incluso con quien pretende huir de Él, lo salva, haciéndolo tragar por una gran ballena que luego de tres días lo vomita y lo lanza a la orilla del mar.
Luego de esta odisea, Jonás es de nuevo invitado por Dios a ser su voz. Ya en esta segunda oportunidad, y luego de haber vivido tan portentosos momentos, a Jonás no le queda más remedio que ponerse en acción, según le ha sugerido Dios. Va a Nínive y proclama la destrucción de la gran ciudad y de todos sus habitantes y ganados, si no se convierten a Dios. El rey y todos los habitantes proclaman un gran ayuno, ofreciendo sacrificios a Yahvé, implorando su perdón y prometiéndole fidelidad. Se había cumplido el objetivo que perseguía Dios al enviar a Jonás... Por eso, tal como lo dice el relato, "al ver Dios lo que hacían y cómo se habían convertido, se arrepintió y no llevó a cabo el castigo con que los había amenazado"...
Pero esto, lejos de complacer a Jonás, lo enfurece aún más contra Dios, llegando incluso a reclamarle su bondad: "Señor, ¿no es esto lo que me temía yo en mi tierra? Por eso me adelanté a huir a Tarsis, porque sé que eres compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, que te arrepientes de las amenazas. Ahora, Señor, quítame la vida; más vale morir que vivir"... ¡Jonás se molesta con Dios porque es infinitamente compasivo y misericordioso! ¡Para él, ante la infidelidad sólo vale la destrucción producto de la ira de Dios! ¡Y como esto no se da, prefiere morir! ¡El colmo!
En este relato destacan varias cosas. La primera de todas, la insistencia de Dios en convocar a Jonás, a pesar de su negativa y de su huida. Dios es persistente en la llamada a ser instrumentos suyos. No se cansa jamas de llamar y llamar. Recuerdo la frase sobre la llamada de Jesús: "Mira que estoy a la puerta llamando... Si alguno me abre, entraré y cenaremos juntos... Yo con él y él conmigo". Dios siempre estará insistentemente convocando, llamando, queriendo unir a su obra. No dejará de insistir ante las negativas. Es infinito también en la espera. Basta que se le abra para entrar y quedarse junto a uno. Lo definió muy bien Lope de Vega en su extraordinario soneto: "¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? / ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, / que a mi puerta, cubierto de rocío, / pasas las noches del invierno oscuras..." La elección de Dios no es capricho... Es amor. Y como no deja nunca de amar, nunca dejará de convocar...
Destaca también, por supuesto, la infinita misericordia de Dios. La infidelidad de Nínive era grande. Tanto, que para Jonás no merecía otra cosa que la destrucción. ¡Y punto...! Pero los gestos de arrepentimiento y de conversión que realizaron el rey y sus habitantes, "robaron" el corazón de Dios... El Dios que se llama "inmutable", ha cambiado. Se podría llegar afirmar que el arrepentimiento del hombre es más poderoso que la decisión de Dios, pues le hace cambiarla. Los gestos de humillación de los ninivitas y su promesa de conversión, logran que Dios cambie de parecer... La humildad y el arrepentimiento de los hombres, tienen el inmenso poder de hacer que Dios desista de sus amenazas y dé su perdón.¡Son infinitamente poderosos, tanto, que Dios llega incluso a cambiar! ¡El inmutable, por la humildad, muta su ira en compasión!
Y finalmente, destaca Jonás, por su obcecación delante de la misericordia de Dios. Su molestia es extrema. Dios, según él, no actúa con la firmeza que debe actuar. Dios sería "demasiado flojo", y poco exigente. Pero eso ya lo sabía Jonás. Por eso, en la primera llamada decidió huir... Al conseguir la conversión de Nínive y el arrepentimiento de Dios de sus amenazas, prefiere incluso morir... No quiere ser "cómplice" del Dios de misericordia y de perdón... El detalle del ricino que le da sombra y luego es comido por el gusano y quemado por el calor, es hermosísimo. Jonás se molesta porque pierde el ricino que le daba algo de sombra. Dios se aprovecha para enseñarle que así como él se molesta por la desaparición del ricino, en cuya aparición no había tenido ningún concurso, Él se entristecería por la desaparición de Nínive que le había costado tanto a su mano creadora y amorosa...
¡Cuántos Jonás podríamos contar hoy! Si en algo somos ricos los hombres de hoy, es en envidia... A muchos nos molesta que a otros les vaya bien. Peor aún, si, en nuestro criterio, es gente que no se lo merece, o que son "malos". Nos molesta y preguntamos: "¿Por qué a los buenos les va mal y a los malos les va bien?" "¿Por qué Dios es tan injusto?" Es la mismísima actitud de Jonás. Y si se tratara de acoger a alguien arrepentido, no dejamos de guardar una suspicacia "natural" ante ellos. No nos terminamos de creer que en realidad hayan cambiado, y mantenemos siempre cierta distancia... Somos ágiles para condenar, pero extraordinariamente lentos para absolver. Si Dios siguiera nuestros mismos criterios, podríamos pensar que serían muy pocos los que sean perdonados y salvados, ¡empezando por nosotros mismos!. Como Jonás, condenaríamos a la inmensa mayoría. Quizá se salvarían "los nuestros", los de "mi grupito", nuestros familiares y algunos amigos (¡no todos!)... Debemos agradecer que el criterio de Dios es prácticamente opuesto al nuestro... Así como Dios quiso, y lo hizo, salvar a Nínive, quiso acercar a Jonás también, igual que quiso acercar al hijo mayor de la parábola del hijo pródigo. Ambos son muy parecidos... Son "los fieles", "los puros", "los incorruptibles"... Son figura muy cercana a los fariseos, a los que tanto criticó Jesús...
En fin... Debemos sentirnos convocados por Jesús a anunciar la conversión y la salvación, a anunciar su amor infinito y misericordioso. Aunque nos neguemos, Él insistirá. Por eso, es absurdo negarse, pues al final, Él siempre ganará "la batalla"... Seamos voz de Dios que invita a los demás a acercarse confiados al Dios que es todo compasión y perdón. Y jamás nos molestemos porque Dios perdone. Lo hará siempre, pues el amor es así: misericordioso, compasivo, lento a la cólera y rico en piedad. Lo será con nosotros. Lo mejor es desearlo para todos. Molestarse es pedir a Dios que no sea lo que es... Y eso sí es realmente imposible...
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