"La Iglesia existe para evangelizar", es la expresión contundente del Papa Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, sobre la misión de la Iglesia. La Evangelización es el principal fin que Cristo quiso imprimirle a esa Iglesia que construyó sobre la roca de los Apóstoles y a la cual envió al mundo entero para anunciar la Buena Nueva de la Salvación. En efecto, una Iglesia que no evangelizara, no tiene una razón de existencia... Decir, por lo tanto, que la Iglesia existe para evangelizar es recordar a esa misma Iglesia lo que es, su esencia, y para qué ha sido fundada...
El DOMUND, Domingo Mundial de la Misiones, nos invita, en primer lugar, a meditar sobre este misterio esencial y profundo de la Iglesia. Igualmente, se nos invita a orar por cada uno de los hombres y mujeres de Iglesia que han decidido entregar su vida para hacer que el mensaje de amor y de salvación de Jesús llegue a todos los hombres, principalmente a aquellos que jamás lo han oído. Ellos han considerado más importante que la propia vida, el hacer que Cristo sea conocido y amado, aceptado como Salvador, y por eso lo han dejado todo para entregarse a esta misión de la Iglesia... No han decidido qué hacer, sino que se han puesto a la disposición de la misma Iglesia, y en última instancia, del mismísimo Dios, para que sea Él quien decida lo que será de su vida. Se han poseído tan sólidamente que han sido capaces de llegar al extremo de decirle al Señor: "Esta vida mía, que poseo totalmente, la pongo en tus manos, para que hagas con ella lo que tú consideres mejor. Envíame donde quieras"... Nuestra oración es el apoyo de quienes valoran esta labor de ellos, y se sienten así, de alguna manera, también misioneros con ellos. Es lo que vivió tan intensamente Santa Teresita del Niño Jesús, que sin salir del convento nunca, es la Patrona de las Misiones. Teresita era misionera con cada uno de los que estaban en los rincones más recónditos del mundo porque los acompañaba con la máxima intensidad de su espíritu en la oración... De igual manera, la Iglesia quiere proveer el apoyo material que necesitan las misiones, a veces tan carente de casi todo. Los misioneros van en nombre de la Iglesia, es decir, en nuestro nombre, sobreponiéndose, a veces muy difícilmente, a las penurias y carencias que significan la falta de comida, de agua, de ropa... La colecta en favor de las Misiones que se hace en este Domingo es nuestra afirmación de sentirnos corresponsables de ellos, pues con ellos somos misioneros... Confiamos en que nuestra voz también sale por sus gargantas, que el amor que vivimos también los distribuyen ellos desde sus propios corazones, que la mano con la que acarician y que tienden cariñosamente a los que anuncian la solidaridad del amor cristiano es también nuestra propia mano...
Por encima de todo, el DOMUND busca que nos hagamos plenamente conscientes de nuestra condición de misioneros como la Iglesia lo es. Cada bautizado es miembro de la Iglesia y, donde está, está también la Iglesia. Por eso, en cierto modo, al haber sido enviados por Jesús a anunciar al mundo el Evangelio de Salvación, esa Buena Nueva que surge del Corazón y los labios de Jesús, como de una fuente inagotable, seremos nosotros los que harán que la Iglesia cumpla aquello para lo cual fundada. Se trata de hacer que la Iglesia sea o no sea, que realmente sea aquello para lo cual fue fundada o que simplemente se quede como una entelequia que surgió de la mente de Jesús, pero que queda totalmente infructuosa pues no hacemos lo que debemos hacer.
El hecho de que la Iglesia sea para la misión significa que los bautizados son para la misión, pues son la Iglesia de Cristo, la conforman y la hacen ser lo que debe ser. En primer lugar, hemos sido salvados por Jesús y eso apunta a nuestro ser. Esencialmente, cada cristiano es el preferido del Señor, pues su obra de redención, condensada en su Pascua, es decir, en su Pasión, Muerte y Resurrección, la ha realizado para cada hombre en particular, para ti y para mí. La debemos ver personalizada, hecha concreta en mí y en cada uno... Lo vio san Pablo claramente cuando dijo: "Me amó a mí, y se entregó a la muerte a sí mismo por mí". Si esto lo vivimos así, lo valoraremos en toda su inmensa significación. Y lo apreciaremos como la renovación absoluta de nuestro ser, pues la redención nos hace unos hombres distintos, refrescados en el amor, esencialmente nuevos, re-creados... Así, nos llenaremos de la alegría indescriptible de haber sido amados al extremo, de saber que por amarnos de tal modo, el Padre nos regaló a su Hijo y se desprendió de Él para ponerlo en nuestras manos para que nos rescatara de la situación de ignominia en la que nos encontrábamos. Y que el mismo Hijo, al aceptar la misión de salvación y de rescate que le encomendaba el Padre, me miró con amor, vio mi tragedia en mi corazón y en mi vida oscurecidos por el pecado, y quiso convertirse, por su muerte y resurrección, en la Luz que iluminaba y despejaba todas las sombras que en mí habían...
Y como paso posterior, el haber sido rescatado, me hace responsable de los hermanos. Mi alegría debe ser tal que no quepa en mí. Vivirla con la mayor profundidad debe hacerme querer compartirla. Cuando uno ha vivido una experiencia hermosa, indescriptiblemente feliz, no espera el momento de estar con los suyos para compartirla, y hacerlos participar de la misma alegría procurando que ellos también la sientan. En la Iglesia, "los nuestros" son todos los que pone Jesús en nuestras manos: "Vayan por todo el mundo y prediquen la Buena Nueva a toda la creación"... Cada hombre y mujer del mundo, con los cuales nos encontremos en cada circunstancia y ocasión, son "los nuestros". Y es a ellos a los que debemos hacer partícipes de nuestra alegría. Cristo nos ha considerado tan altamente dignos, que nos ha encomendado la labor que Él mismo realizó, la de la redención del hombre. Ha puesto en nuestras manos su obra más delicada, la de traerles a todos el amor del Padre, la de la misericordia y el perdón, la de la iluminación y la vida que Él quiere regalar a todos, la de la elevación infinita de quienes estaban totalmente postrados por el pecado.¡Es la obra que Él hizo, y la pone en nuestras manos para llevarla a los demás! ¡No podemos haber sido más elevados! ¡Lo mismo que hizo Jesús, debemos hacerlo nosotros! Cada hombre y mujer a nuestro cargo, conocerá la obra de Jesús por lo que nosotros le digamos, por lo que nosotros le hagamos vivir. Y si no lo hacemos, probablemente más nadie lo hará y se quedarán, trágicamente, sin conocerla. Su salvación estará en riesgo, al no asumir nosotros nuestra responsabilidad...
Un alegría compartida es más alegría. Un amor compartido es más amor. Una salvación compartida es más salvación. Así debemos comprender nuestro ser Iglesia: Seremos más felices haciendo felices a los demás, viviremos más el amor compartiendo el amor que recibimos y vivimos, nos salvaremos más concretamente cuando ayudamos a la salvación de los demás... El "Vayan por todo el mundo predicando el Evangelio", en cierto modo es: "Sean más felices, haciendo felices a los demás. Vivan más el amor, llevando el amor a los demás. Vivan más la salvación, ayudando a la salvación de los demás"...
Que meditar sobre la Misión de la Iglesia nos haga decidirnos a ser más felices, a vivir más el amor y a llevar la salvación a nuestros hermanos. Es nuestra tarea. Es nuestra misión. Para eso existimos como Iglesia. O somos algo, es decir, eso para lo que Cristo nos hizo Iglesia, o somos nada, condenándonos a la inutilidad absurda y vacía...
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