El momento más glorioso del sembrador no es el de la siembra, sino el de la cosecha. La satisfacción de recoger los frutos no tiene parangón. Más aún cuando ese fruto recogido es el que se espera o mejor que el que se espera. Evidentemente, ese momento será trágico si el fruto recogido es de mala calidad por razones extrañas al esfuerzo que se ha hecho para la siembra: clima, plagas, lluvias copiosas, granizadas... Pero será igualmente trágico si en la siembra se ha sido irresponsable, si no se ha preparado bien el terreno, si no se escogió bien la semilla, si no se hizo en el tiempo oportuno... O si en el tiempo de consolidación de lo sembrado no se fue cuidadoso, no se limpió la hierba indeseada, no se regó bien, no se defendió de agentes destructores...
Sembrar es exigente. Pero no es el fin. La siembra tiene una meta concreta: la cosecha. En sí misma, la siembra compromete, pues el resultado final es a largo plazo, no es inmediato. Pero tiene una motivación importante que consiste en la esperanza de que el resultado sea bueno. Y en eso se va la vida del sembrador. El esfuerzo que se hace durante la siembra y su cuidado tiene sentido únicamente por la esperanza que se tiene en los frutos futuros... Si se quedara solo en el trabajo pesado de la siembra, sería una verdadera desgracia, pues la compensación es muy baja. Quedaría solo en haber hecho un trabajo completo, quizá bueno, pero del cual no se verán nunca los resultados...
Además, la siembra tiene una lógica propia. Se siembra lo que se quiere recoger. Es absurdo pensar en querer recoger manzanas si se ha sembrado semillas de naranjas... El que quiere recoger buenas manzanas, tiene que escoger bien la semilla, buscar el terreno propicio para una cosecha de manzanas, sembrar en el momento más oportuno para ellas, dar el tiempo que se necesita para consolidar el fruto, utilizar en la recogida los instrumentos a propósito para recoger manzanas... La siembra es lógica, y hay que respetar su lógica si se quieren tener buenos resultados...
Así es la vida de los hombres. Desde que tenemos conciencia de nosotros mismos, nuestra labor es sembrar para apuntar a frutos buenos. Y aquello que sembremos y cuidemos es lo mismo que cosecharemos. Es proverbial el dicho: "Quien siembra vientos, cosecha tempestades"... Eso quiere decir que no se puede esperar un fruto distinto de lo que se ha sembrado, o que, si se ha sembrado lo malo, jamás se puede pretender recoger una cosecha de bien... Pero, igualmente, en el sentido positivo de esta misma lógica, imposible obtener frutos malos si se ha sembrado el bien, si se ha cuidado, si se ha hecho un buen esfuerzo para sostenerlo, si se mira con esperanza ese futuro bueno de recogida de los frutos de bien que dé la semilla que se sembró...
Es necesario pensar mucho en esto. Lamentablemente, no asumimos con seriedad esto a lo que nos llama nuestra responsabilidad de siembra de nuestra vida. En lo humano, nadie puede pretender obtener cercanía, dulzura, solidaridad, si no es lo que se ha sembrado... Ayer mismo yo hablaba con una señora encargada de un grupo de atención de personas de la tercera edad, y me comentaba sobre una señora de unos 80 años que insistía en su deseo de morir porque estaba muy sola. Su esposo había muerto hace algunos años, y sus hijos y nietos ni siquiera la visitaban. Nos lamentábamos de esa sensación de soledad que debía estar viviendo. Y nos confirmábamos en la intención de ofrecerle todo el apoyo que necesitara, Pero también comentábamos que probablemente esa actitud de los suyos no era gratuita. Me comentó que esa señora nunca fue cercana, que siempre fue muy dura con los suyos, que aún ahora, estando en la situación en que se encuentra, lo único que destila es amargura... El signo de su actitud actual es evidente: se encontraba sola en la mesa de juegos mientras los otros ancianos estaban reunidos en una mesa jugando todos juntos... Ellos le huían... No justifico la actitud de sus hijos y sus nietos, pero sí la comprendo. Normalmente una abuela es para querer, para dejarse alcahuetear por ella, para malcriar... Algo raro había sucedido con ella, que no producía ese efecto en sus nietos... No había sembrado buena semilla...
Cuando se siembra el bien, la solidaridad, el amor, la simpatía, la cercanía, el fruto es seguro. Los demás van a reaccionar de la misma manera. Cuando no sucede esto, sin duda es efecto de una desadaptación de los otros. Y al menos queda la satisfacción de haber sembrado una semilla que de ninguna manera va a producir amargura en sí mismo... Pero si, por el contrario, sembramos semillas de discordia, de suspicacias, de rencores, de egoísmo, de falta de solidaridad, no esperemos de los demás una respuesta distinta. Recogeremos aquello que hemos sembrado. Y seremos unos desgraciados, pues seremos aislados totalmente. A nadie le agrada tener a su lado a una persona que es toda amargura...
Elevemos esta consideración a lo trascendente. Apuntemos al futuro de eternidad al que estamos llamados. Además de construir y sembrar para nuestro mundo, debemos hacerlo para el mundo futuro. Y esa siembra, aunque sea apuntando a la eternidad, se hace en el tiempo, en esta vida, en nuestro aquí y ahora... Debemos asumir con responsabilidad esta tarea. No es poco lo que nos jugamos. Hay que pensar más en esto. Lamentablemente, pensamos que nuestros actos no tienen consecuencias de eternidad. Y resulta que es en esa eternidad donde los actos que realicemos, es decir, las semillas, que sembremos hoy, tendrán su fruto... Un siembra de solidaridad con los necesitados, producirá para nosotros la solidaridad de nuestro Dios. Una siembra de amor con el hermano que tenemos al lado, producirá el fruto del amor eterno de nuestro Dios. Una siembra de simpatía al sonreír, saludar cariñosamente, apoyar a quien la está pasando mal, producirá frutos de simpatía eterna de Dios hacia nosotros... Es una siembra exigente, porque no es fácil tener una buena disposición continua. Son muchos los factores que querrán desestabilizarnos y desencajarnos. Pero, así como el sembrador se sobrepone a cualquier mala condición, pensando en los frutos futuros, alimentando la esperanza hermosa de que sean los mejores, así mismo debemos nosotros no quedarnos en la contemplación de los desaguisados actuales, sino fijar nuestra mirada en la esperanza de tener el mejor fruto posible: El de la vida en Dios por toda la eternidad, en la cual estaremos gozando del abrazo de amor interminable y dándonos el gustazo de disfrutar del mejor fruto posible, que es el de vivir en Dios para siempre...
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