sábado, 12 de octubre de 2013

Oímos... pero no ponemos en práctica

He colocado "oímos", en vez de "escuchamos", a propósito... Escuchar refiere a poner cuidado a lo que se está diciendo, a dejarse involucrar en ello, a discernir, a analizar, a profundizar... Oír es simplemente "sentir" que se está diciendo algo, que hay algún ruido... Es quedarse en contemplar lo superficial, en si es bonito o feo, si es agradable o desagradable... Pero no va a más... ¡Cuántos nos quedamos simplemente en oír la Palabra de Dios, sin realmente escucharla! ¡Cuántos nos quedamos en admirar la belleza de una frase bíblica, del Antiguo o del Nuevo Testamento, incluso dicha por el mismo Jesús, pero nos quedamos superficialmente en la sensiblería del efecto emotivo que produce, pero no vamos a más! Decimos: "¡Qué bello lo que dice Jesús!", pero nos quedamos en la periferia de lo que eso signifique, y nos contentamos con el momento emotivo, quizás derramando incluso hasta una lagrimita, hasta que otra cosa nos llame más la atención... Sí... Decimos que la frase es bella, pero que no está hecha para nosotros. Es, para muchísimos, simple idealismo estéril, imposible de llevar a la práctica o, en el mejor de los casos, la dejamos a un lado, para echar otra lagrimita en otro momento más adelante, cuando necesitemos desahogarnos...

Jesús responde a quien quiere piropear a María, la que lo llevó en su vientre y la de los pechos que lo amamantaron. Es bello imaginarse a nuestra Madre, siendo Madre de Jesús en lo cotidiano, desde que ese recién nacido lloraba en su cuna reclamando la leche materna que le calmara el hambre que podía sentir. Y es tremendo pensar que ese Niñito que lloraba es el mismísimo Dios que había decidido hacerse hombre, tan solidario con cada hombre y cada mujer de la historia, que no dejó a un lado ninguna de las experiencias originales de la humanidad. Sólo el pecado quedó fuera, pues, estrictamente hablando, no era de esa naturaleza original, creada por el Padre, libre, pura, inmaculada. El pecado lo había añadido el mismo hombre a instancias del demonio... Pues bien, si María, la Madre dulce y entrañable de Jesús, no tomaba al Niño recién nacido y lo pegaba a su pecho para que comiera, ese Niñito ¡se moría de hambre!... Hasta ese extremo había llegado el amor del Verbo encarnado por nosotros...

Pero, ¿cómo había llegado a ese extremo de preferencia la Virgen Madre? ¿Por qué Dios puso su mirada en Ella, eligiéndola desde la eternidad para que fuera la Madre del Verbo que venía a rescatar a la humanidad de su más cruda tragedia, del pecado? San Agustín nos da la clave para entender esta "preferencia" de Dios: "Antes de concebirlo en su seno, María lo había concebido en su corazón". Más aún, si no hubiera sido así, hubiera sido imposible concebirlo físicamente en su vientre. María fue capaz de hacerlo porque había sido hija fiel, porque había elegido libremente servir sólo a Dios y no dejarse arrebatar de ninguna manera del lado de Dios. ¡Si alguien escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica, la primera de todas fue María! Por eso, para cada uno de nosotros, María es el mejor modelo. Y la expresión de Jesús, lejos de despreciar a su Madre, denota que es por Ella por la que siente la mayor admiración, al ser la primera en lograrlo...

Este debe ser nuestro itinerario. Escuchar la Palabra de Dios, de modo que nos sintamos interpelados por ella, que sepamos que va dirigida a cada uno, personalmente. Que se te dirige a ti, Carlos, Manuel, Luisa, Pedro, Isabel, Raquel, José, Helena... Que ninguno está fuera de ella, pues Jesús se da a todos y quiere ser recibido por todos. Que su obra vino a realizarla por ti, y que quedará eternamente infructuosa en ti, si tú no lo escuchas y pones en práctica lo que te dice...

La Palabra de Dios, aunque tiene mucho de emotividad y de afectivo, no debe quedarse jamás sólo en eso. Sería lamentablemente un efecto superficial, que no profundiza, que no llega a los tuétanos de nuestra espiritualidad. Esa Palabra debe "informar", es decir, dar forma a nuestra vida. Debe marcar nuestro estilo, y no convertirse simplemente en una "banderita" que echamos al aire cuando decimos que somos cristianos. Es muy bello saber que Jesús nos llama a amar a los enemigos; a perdonar a quien nos hace daño hasta setenta veces siete; a dar incluso la camisa a quien nos pide la chaqueta; a aceptar a todos como hermanos y amarlos "como yo los he amado", es decir, hasta la entrega final; a sentirnos dichosos -bienaventurados- cuando tengamos hambre o sed, o cuando seamos perseguidos por la justicia, o cuando demos incluso nuestra vida en favor de los demás, poniéndonos a sus pies para limpiarlos con amor... Son frases que no pueden quedar como hermosas declaraciones de intención, sino que deben dar forma a nuestra vida. Es así como Cristo quiere que vivamos. Es esto lo que quiere que pongamos en práctica...

Nos hemos acostumbrado a pensar que esas palabras no están dirigidas a nosotros. Más aún, en el criterio del mundo, ponerlas en práctica significaría debilidad, "ser medio tontos" o "tontos enteros"... O peor aún, las ponemos en nuestros labios para exigirles a los demás lo que deben hacer, sin tener la más mínima intención de cumplirlas nosotros... ¡Cuántos políticos no se llenan las palabras hablando del ejercicio del poder como servicio, pensando sólo en que se les sirva a ellos o en servirse ellos de los demás! ¡Cuántos no hablan de la pulcritud y de la honestidad, siendo ellos los primeros corruptos! ¡Cuántos no hablan de entrega a los demás sin distinción reservándose ellos mismos sólo para su grupito particular o para sus propios y exclusivos -¡excluyentes!- intereses! Así como se hace referencia a los políticos, podemos hacerlo en todos los órdenes de la vida cotidiana, hasta hogareña...

No es tonto quien decide escuchar de verdad la Palabra de Dios, y ponerla en práctica. Para María significó asumir su propia Pasión... "Una espada atravesará tu corazón..." Quien lo hace, es un verdadero héroe. Se aleja millones de millas de ser tonto. Ya quisiéramos nosotros tener la valentía de asumir con todas las consecuencias nuestro ser cristiano, ese "escuchar al Palabra de Dios y ponerla en práctica". No hacerlo significará para siempre en nosotros la máxima frustración. Significará saber que hemos sido llamados a ser héroes, pero que no hemos respondido por cobardes, y nos hemos quedado sólo con ser "buenos", o "mediocres". Y quedaremos siempre frustrados de no haber hecho lo que nos llenaría de la máxima dignidad, lo que nos elevaría por encima de todos, hasta llegar al umbral de Dios, en el cual se vivirá la máxima de las compensaciones...

Con mucho, tiene mayor satisfacción escuchar y poner en práctica, que sólo oír y quedarse en simple admiración. Y lo tiene, porque es a lo que hemos sido llamados. Nuestra meta es la plenitud, no la infantil sorpresa ante lo bello que se dice. La madurez cristiana nos exige la asunción de los compromisos con seriedad. De lo contrario, siempre estaremos en el infantilismo de quien simplemente se sorprende, admira, y no llega a más...

2 comentarios:

  1. Pues no me queda otra que mirar y examinarme, para ver si solo me he quedado en esas lagrimitas. En realidad trato de que lo sensible no sea lo que me lleve a actuar sino una convicción completa y verdadera de que lo que hago es por la invitación de Cristo y mi aceptación a ser transformada en ÉL.

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    1. Perfecto Ma. Auxiliadora... Y no se trata de que nuestra fe no tenga un componente sentimental importante. Por supuesto que lo tiene... Pero no hay que quedarse en eso solamente, pues se corre el riesgo de confundirla con pura sensiblería, con "sentir", y cuando no sentimos, entonces, "perdemos la fe"... Las lágrimas purifican y ayudan a limpiar la mirada. Yo mismo las he derramado muchas veces al sentir el amor infinito de Dios... Pero hay que ir a lo profundo, a las convicciones sólidas y a las experiencias enriquecedoras... Saludos a los tuyos. Dios te bendiga

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