jueves, 24 de octubre de 2013

Quiero guerra...

Existen evangelios "incómodos"... Son sorprendentes, pues uno esperaría algo distinto, sobre todo cuando uno se ha hecho a la idea de un mensaje que al parecer tendría una sola vía de comprensión, en el que no debe haber matices, en el que o se es blanco o se es negro... Cuando Jesús habla de guerra, de división, lo ha hecho, hasta ahora en el sentido de evitarlas al máximo... Cuando se anuncia la venida del Redentor, la de ese personaje celestial y divino que viene a rescatar a la humanidad de su pecado, se anuncia la venida del "Príncipe de la Paz". Cuando ya el Niño-Dios ha nacido, Zacarías en su canto de alegría, dice textualmente: "Nos visitará el sol que nace de lo alto... para dirigir nuestros pasos por el camino de la Paz". Todo, alrededor de este personaje que es anunciado y que llega, gira en torno a una sensación de armonía, de concordia, de paz... Más aún, al final de los días terrenos de Jesús, su saludo proverbial es "La Paz sea con ustedes", con lo cual se debe entender que la Paz es el legado más importante que deja el Resucitado a los hombres. Una paz que abarca todos los momentos de la vida, que abarca lo interior y lo exterior... Pero,  en el Evangelio también nos sorprende Jesús cuando nos dice todo lo contrario: "¿Piensan que he venido a traer al mundo paz? No, sino división". ¿Con qué debernos quedarnos, entonces? ¿Qué quiere Jesús para nosotros? ¿La paz o la guerra?

Ante esta dualidad, es necesario tratar de comprender entonces lo que está en la mente y en el corazón de Jesús. No puede, es imposible que así sea, que Jesús quiere que vivamos en la confusión. ¿Es posible que Jesús quiera paz y guerra a la vez? ¿Es posible que quiera solo guerra, que es una de las experiencias más terribles que cualquiera pueda vivir? La guerra, sin duda, es la peor experiencia que ha vivido la humanidad en toda su historia. Es terrible pensar en la tragedia que han vivido pueblos y naciones enteras, al entrar en guerra contra fuerzas contrarias. Las consecuencias son nefastas, no sólo físicamente, sino también por la marca profunda y dolorosa que dejan en el espíritu humano...

Veamos... Jesús dice que viene a traer al mundo la división. Eso significa rotura, enfrentamiento, exclusión. En cierto modo, estas actitudes son frutos del haber dado la espalda a Dios en el origen. Adán y Eva tuvieron una triple rotura al querer hacerse como Dios, al dar rienda suelta a la soberbia... Rompieron con Dios, al esconderse de Él en el Edén. Rompieron consigo mismos al sentir vergüenza de estar desnudos. Y rompieron entre ellos, es decir, con el otro que está al lado, cuando empezaron a echarse las culpas mutuamente de la desobediencia cometida. Antes del pecado, para Adán, Eva era "carne de mi carne, hueso de mis huesos". Después del pecado, pasó a ser "esa que me diste por compañera". Luego, Caín llegó al extremo de alzar su mano contra Abel, su propio hermano, asesinándolo y desentendiéndose totalmente de él: "¿Qué tengo yo que ver con mi hermano?" Esta no era la voluntad de Dios. Dios creó al hombre para que viviera más bien un una triple armonía, con Él, consigo mismo y con los demás... No en la triple rotura que había producido el pecado. Con ello, se inició "la guerra" de los hombres. Jesús ha venido a restablecer esa armonía que se había roto... Tenemos que pensar que en Jesús hay una motivación diversa a la del pecado, pues no es Él jamás presa de sus consecuencias...

"El mundo" en lenguaje bíblico, típicamente pesimista en lo que se refiere a lo material, significa, y hay que entenderlo siempre así, "lo malo que hay en el mundo". Esta es la correcta comprensión de la expresión "mundo" en la Biblia. Cuando Jesús habla de "traer la división al mundo", es más bien una invitación a vivir enfrentados a las fuerzas de ese mal que hay en el mundo... Y en ese sentido, es la invitación a vivir interiormente la solidez de su acción salvadora, pacificadora, armonizadora, en medio de la tragedia que ha logrado el pecado del hombre... Para llevar esa "guerra" contra lo malo del mundo, es absolutamente imprescindible hacerlo desde una actitud de paz interior sólida, estable, firme... Quien quiera hacer la guerra a lo malo, debe vivir el bien en manera heroica, al extremo de que si en esa "guerra" los "enemigos" llegaran a ser incluso hasta los familiares más cercanos, a ellos habría que enfrentarlos también con la mayor decisión...

Podríamos pensar, entonces, que hay como dos niveles de comprensión en esta idea... La primera, la de la necesidad de vivir interiormente la paz que da Jesús, la que da la obra de Redención que Él ha realizado en favor de los hombres. No existe, mayor paz, sin duda, que la que vive quien tiene la convicción profunda de ser amado por Dios, de haber sido salvados por ese amor, de tener ya franco el camino para llegar a la eternidad feliz junto a ese Dios que ama infinitamente... Y esa paz, por ser fundada en la base más sólida que existe, que es el amor, no será jamás puesta en entredicho. Nada la puede hacer tambalear. Podríamos fijarnos, en este sentido, en el testimonio de las primeras comunidades cristianas, que vivían en esta convicción sólida y la mantenían firmemente, en medio de persecuciones, de sufrimientos y de muerte... Nada pudo llegar a destruirla... Por eso leemos en los Hechos de los Apóstoles sobre la paz y la armonía en la que vivían aquellos primeros cristianos, a la vez que nos relatan las persecuciones a las que eran sometidos...

Y el segundo nivel de comprensión es el que se debe vivir hacia fuera... La paz interior que se vive exige tener la disposición de enfrentar a ese "mundo" que con su maldad pretenderá destruirla. Y esa es la guerra que proclama Jesús, no para destruir esa paz interior, sino para defenderla, para darle el lugar que le corresponde, para querer hacer a todos partícipes de ella... Es una guerra que tiene como objeto la instauración de la paz espiritual que da la Redención, en la que todos reciban ese legado que deja Jesús al resucitar: "La Paz sea con ustedes"...

No existe, entonces, confusión en lo que nos dice Jesús. No hay contradicción alguna, pues se trata de una única paz que quiere ser establecida en el mundo mediante una "guerra", para la cual se deberá estar bien dispuesto, viviendo cada vez más sólidamente en el interior la paz de Cristo, para buscar con el mejor esfuerzo que todos la vivan... Es "la guerra de la Paz de Cristo", en la que no se usará la violencia jamás, sino que se buscará con las armas de la Paz el establecimiento de ese Reino de Dios en medio del mundo...

La pregunta que se nos pone a todos es: ¿Vivimos esa Paz de Cristo? ¿Estamos sólidamente fundados en la armonía que quiere Jesús para nosotros? ¿O por el contrario, estamos en guerra con nosotros mismos, aun añorando algo que ya Cristo logró para todos? De lo que se trata es de, en primer lugar, adquirir esa solidez interior mediante la convicción de la vivencia que nos da el amor. Y, en segundo lugar, hacerse cada vez más sólidos en ella al darla a los demás. Se vive más paz, cuando se da paz a los otros... Y esa es la "guerra" de Jesús... Ojalá seamos buenos soldados en ella...

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