Hay un signo que marca el seguimiento de Jesús: la radicalidad. Es algo que Él pide para el que quiera ser su verdadero discípulo. Más aún, quien no asuma la radicalidad como su estilo de vida en el seguimiento de Cristo, es considerado por Él como indigno se seguirle. Así mismo lo dice: "Quien no lo deja todo para seguirme, no es digno de mí". Si hay algo que a Jesús le molesta es la actitud de los "medias tintas", aquellos que se guardan siempre algo, que dejan en su ser algún espacio para "sus cosas", que no terminan de rendirse a Él y dejan siempre algún criterio o alguna conducta propios allí latentes, porque piensan que no se puede ser tan exigente...
Comprendamos esto bien. No se trata de que para poder ser discípulo real de Cristo haya que renunciar al propio ser. Todo lo contrario. Hay que reafirmarse cada vez más en sí mismo, poseerse cada vez con mayor conciencia, hacerse más dueño uno de sí mismo... Es la única manera de donarse con plena conciencia a algo que es superior. Donarse a lo que es más que uno, engrandece. Y en nuestro caso, Jesús es infinitamente más que yo. Por el contrario, donarse a algo que es más pequeño que uno, empequeñece. Es, realmente, esclavizarse. Ponerse en las manos de lo que es inferior es reducirse uno mismo en dignidad y en personalidad, en criterios y en conductas... Los hombres hemos sido creados para Dios, y el colocarnos en las manos de algo distinto a Él, por lo tanto, de una criatura suya -todo ha surgido de su mano creadora y todopoderosa-, es hacerse uno mismo el flaco favor de disminuirse... El camino para la dignificación personal es el de la plena posesión de sí mismo para donarse libremente al Dios Creador y Padre, que es quien da la plenitud... En ese donarse entra principalmente la actitud espiritual con la cual se asume la vida. Ella es para vivirla con la conciencia que es el momento de la siembra que se cosechará posteriormente en la vida futura. Que es una etapa en la que hacemos lo que debemos hacer para lograr la meta de la perfección, que se alcanzará en la etapa final de la vida. Y en esta vida, que es, en cierto modo, una primera etapa pasajera de la vida entera, plena e infinita, Dios coloca en nuestras manos los instrumentos que necesitamos para avanzar cada vez más sólidamente. Son eso, instrumentos, herramientas, medios, para avanzar en la perfección... No son fines ni objetivos últimos...
Cuando no comprendemos esto, caemos en la falta de la radicalidad que nos pide Jesús para seguirle. Hacemos de las herramientas que el mismo Dios pone en nuestras manos para seguir adelante en la perfección, como objetivos últimos, como metas, como logros finales. Hay quien cree que la vida se va en alcanzar y poseer bienes, en lograr prestigios, en acumular poder, en darse satisfacciones hedonísticas... Son las metas que se han propuesto. Lamentablemente, se han entregado a lo que es inferior, a la criatura, que incluso es menos que ellos, con lo cual sus vidas simplemente pierden el norte de la plenitud, contentándose -o frustrándose- no sólo en esta vida, sino en toda la vida que culmina en la eternidad...
Cuando Jesús pide radicalidad no está pidiendo que no hagamos uso racional y lógico de lo creado, que es riqueza que Dios mismo ha colocado en nuestras manos. Simplemente nos pide que vivamos la relatividad de esas realidades. Ayudan a nuestro caminar sólidamente hacia Él, pero ni son el camino, ni son la meta. No debemos confundirnos y quedarnos en el nivel de la criatura. Debemos elevar nuestra mirada hacia la meta real, la propuesta por Dios, que es Él mismo...
Por eso Jesús dice a quien le sigue: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza... Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos". El corazón del discípulo de Jesús se debe sentir arrebatado por Él, por su amor, por su voluntad, por sus criterios. Poner los bienes materiales, e incluso las relaciones personales y familiares, aun siendo lícitos y bellos, por encima de Él, nos hace indignos de seguirlo. No nos pide Jesús que los dejemos a un lado, sino que los pongamos en su lugar. Que no les sirvamos como si fueran nuestra meta final o nuestro objetivo último, sino que los vivamos en la relatividad que les corresponde...
Jesús no nos pide que dejemos de ser humanos. Los hombres necesitamos de las cosas que Dios mismo ha puesto en nuestras manos para nuestro progreso, para nuestro sustento. Necesitamos de las relaciones personales para recibir de ellos afectos e ideas enriquecedoras. Pero todo ello es instrumento, es apoyo, es herramienta, para poder ir cada vez más adelante en el camino de la perfección y para llegar a la meta de la plenitud...
Ramón Viloria. Operario Diocesano. Ocupado en el anuncio del Amor de Dios y en la Promoción de la Verdad y la Justicia
lunes, 30 de junio de 2014
domingo, 29 de junio de 2014
Pedro y Pablo, libres para ser sólo de Jesús
Pedro y Pablo son las columnas de la Iglesia primitiva. A Pedro Jesús le dijo directamente: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". Es la piedra sólida que deja Jesús para el edificio de la Iglesia, de modo que Ella tenga el fundamento más firme posible. Quien ha recibido del Padre la inspiración para definir exactamente la esencia más profunda del Redentor, no puede fallar... "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo..." Y Pablo, el perseguidor de las primeros discípulos, fariseo y orgulloso de serlo, con una formación exquisita en la Ley de Dios, después de ser tumbado por el mismo Cristo en el camino de Damasco, es reservado por Éste para anunciar la Buena Nueva a los gentiles... La elección de ambos, con ser motivada en el detalle de sus inspiraciones, no se basa en sus grandes conocimientos o en su grandes dotes de dominio de masas o en su valentía extrema... Ya han demostrado, claramente, que ninguna de esas cosas les bastó para entender en un primer momento el mensaje y la obra de salvación que Jesús había venido a traer... Pedro negó a Jesús tres veces, tal como Él se lo había vaticinado. El miedo pudo más que él, y se comportó exactamente al contrario de lo que se esperaba en aquel momento determinante... Y a Pablo no le bastó el ser profundo conocedor de las Escrituras para descubrir en Jesús al Mesías prometido, al que esperaba Israel para ser el gran Liberador del Pueblo... Consideró a los cristianos subversores del orden religioso y por eso los perseguía y los entregaba con saña para quitarlos de en medio... A ambos Jesús los enfrenta. Pero es un enfrentamiento de amor, en el cual Jesús reconoce, antes que todo, que no tenían malas intenciones en su conducta. En uno, dominó el miedo y la cobardía. En el otro, el exceso de celo por la causa de Yahvé...
Pedro recibe el detalle más hermoso de parte del mismo Jesús, en Cafarnaúm, cuando por tres veces le pregunta si lo ama... Jesús no se deja ganar en amor, y con ello hace que la deuda de las tres negaciones de Pedro quede totalmente cancelada con las tres afirmaciones de amor. A Pablo, después de tumbarlo, le hace caer una ceguera que sólo será curada con el cuidado y el adoctrinamiento de Zacarías, quien lo toma como su discípulo ocasional y lo prepara para ser el Apóstol de los Gentiles, como lo había establecido el mismo Jesús... La elección de ambos no es una cuestión de formación o de valentía. Es una cuestión de amor. Clarísimo e inmenso amor. No los elige Dios porque estuvieran ya preparados . Los elige porque los ama y los prepara para que den testimonio de Él y de su amor delante de todos... Es la experiencia que tienen ellos al entregarse con ilusión a la labor misionera de aquella primera Iglesia que daba a conocer a Jesús y su obra redentora...
La experiencia que tienen ambos es la de la compañía, la defensa, la inspiración de Jesús en el camino de su apostolado... Por un lado, Pedro dice: "Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos". Por el otro, Pablo afirma: "Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo". Ambos hablan de liberación, de protección, de defensa de todo mal... Han vivido en carne propia la presencia de Jesús en el camino de su ministerio. Jesús, ciertamente, los libra, los acompaña, los ilumina, los defiende... Pero, si es una absoluta seguridad la que tienen ellos de esta presencia liberadora de los peligros que reciben de Jesús, ¿cómo es que luego mueren mártires? ¿No era una absoluta certeza el que Jesús los libraría de todo mal? ¿Por qué no los libró de morir bajo el yugo de los verdugos?
Tenemos que colocarnos en una perspectiva diversa... La liberación no es de la mano que los asesinaría, sino de los temores, de las soberbias, de las seguridades, que estorbaran al ejercicio de su apostolado.Pedro y Pablo ya nunca más tuvieron la tentación de negar o de perseguir a Jesús. Eran de Él, definitivamente, totalmente. Y esa fue la gran liberación. Sí los liberó físicamente en los momentos en que fue necesario. Pero cuando ya habían cumplido su parte, cuando la tarea estaba cumplida, simplemente la muerte fue la verdadera liberación, para que gozaran del tesoro que les estaba reservado. Jesús los liberó de temores, de soberbias, de respetos humanos, de cálculos interesados, de pretensiones personales, de búsquedas de prebendas... Esa fue la gran liberación, la que los hizo las columnas de la Iglesia naciente...
Pedro y Pablo son el modelo de los que han sido liberados para anunciar a Jesús, su amor y su obra salvadora, a los hombres. Han sido liberados por Jesús incluso de sí mismos. Todo cristiano que quiera convertirse en anunciador de Jesús debe vivir esa misma liberación. Todos debemos sentir que somos liberados de las fauces del león que nos llena de temores, de soberbia, de búsqueda de metas interesadas... Todos debemos sólo pensar en que lo importante es Jesús. Que lo importante es vivir con el corazón arrebatado por su amor y por su redención. Que nada hay que pueda estar por encima de eso.. Ser apóstol como Pedro y Pablo es ser liberado de todo lo que nos impida ser anunciadores entusiasmados y enamorados de Jesús, para que su amor llegue a los corazones y a las vidas de todos los hermanos...
Pedro recibe el detalle más hermoso de parte del mismo Jesús, en Cafarnaúm, cuando por tres veces le pregunta si lo ama... Jesús no se deja ganar en amor, y con ello hace que la deuda de las tres negaciones de Pedro quede totalmente cancelada con las tres afirmaciones de amor. A Pablo, después de tumbarlo, le hace caer una ceguera que sólo será curada con el cuidado y el adoctrinamiento de Zacarías, quien lo toma como su discípulo ocasional y lo prepara para ser el Apóstol de los Gentiles, como lo había establecido el mismo Jesús... La elección de ambos no es una cuestión de formación o de valentía. Es una cuestión de amor. Clarísimo e inmenso amor. No los elige Dios porque estuvieran ya preparados . Los elige porque los ama y los prepara para que den testimonio de Él y de su amor delante de todos... Es la experiencia que tienen ellos al entregarse con ilusión a la labor misionera de aquella primera Iglesia que daba a conocer a Jesús y su obra redentora...
La experiencia que tienen ambos es la de la compañía, la defensa, la inspiración de Jesús en el camino de su apostolado... Por un lado, Pedro dice: "Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos". Por el otro, Pablo afirma: "Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo". Ambos hablan de liberación, de protección, de defensa de todo mal... Han vivido en carne propia la presencia de Jesús en el camino de su ministerio. Jesús, ciertamente, los libra, los acompaña, los ilumina, los defiende... Pero, si es una absoluta seguridad la que tienen ellos de esta presencia liberadora de los peligros que reciben de Jesús, ¿cómo es que luego mueren mártires? ¿No era una absoluta certeza el que Jesús los libraría de todo mal? ¿Por qué no los libró de morir bajo el yugo de los verdugos?
Tenemos que colocarnos en una perspectiva diversa... La liberación no es de la mano que los asesinaría, sino de los temores, de las soberbias, de las seguridades, que estorbaran al ejercicio de su apostolado.Pedro y Pablo ya nunca más tuvieron la tentación de negar o de perseguir a Jesús. Eran de Él, definitivamente, totalmente. Y esa fue la gran liberación. Sí los liberó físicamente en los momentos en que fue necesario. Pero cuando ya habían cumplido su parte, cuando la tarea estaba cumplida, simplemente la muerte fue la verdadera liberación, para que gozaran del tesoro que les estaba reservado. Jesús los liberó de temores, de soberbias, de respetos humanos, de cálculos interesados, de pretensiones personales, de búsquedas de prebendas... Esa fue la gran liberación, la que los hizo las columnas de la Iglesia naciente...
Pedro y Pablo son el modelo de los que han sido liberados para anunciar a Jesús, su amor y su obra salvadora, a los hombres. Han sido liberados por Jesús incluso de sí mismos. Todo cristiano que quiera convertirse en anunciador de Jesús debe vivir esa misma liberación. Todos debemos sentir que somos liberados de las fauces del león que nos llena de temores, de soberbia, de búsqueda de metas interesadas... Todos debemos sólo pensar en que lo importante es Jesús. Que lo importante es vivir con el corazón arrebatado por su amor y por su redención. Que nada hay que pueda estar por encima de eso.. Ser apóstol como Pedro y Pablo es ser liberado de todo lo que nos impida ser anunciadores entusiasmados y enamorados de Jesús, para que su amor llegue a los corazones y a las vidas de todos los hermanos...
sábado, 28 de junio de 2014
El Corazón de María late en el pecho de Jesús
Hace unos años, cuando yo era Asesor del equipo de los Cursillos de Cristiandad de Terrazas del Ávila, en Caracas, cuando visité la Capilla de la Urbanización, regida por los Padres Eudistas, me percaté del nombre de la Capilla: "Amantísimo Corazón de Jesús y María". Me quedé en silencio, pues la cosa no me cuadraba bien. Se escuchaba extraño, pues no había concordancia en el número... Pensaba que en vez de "Amantísimo Corazón de Jesús y María", lo correcto debía ser "Amantísimos Corazones de Jesús y María"... Lo comenté en voz alta, como queriendo dejar bien claro que había una equivocación en la formulación del título de la Capilla. Y dije que me parecía que había que corregirlo, para que la cosa no dejara en evidencia, por lo mínimo, una falta de atención... (evidentemente, yo creía que se debía a un desconocimiento total de las reglas de la más elemental gramática)... La respuesta me dio duro en mi soberbia, pues dejaba clara mi poca altura espiritual en la consideración de esta devoción cristiana... "El Corazón de Jesús es el mismo que el de María. San Juan Eudes lo consideraba así, pues estuvo seguro que el Corazón de Jesús era como era, porque era el mismo Corazón de María..."
Jamás lo había pensado así. Lo veneraba, ciertamente, pues tengo a María siempre como mi Madre, el don hermoso, póstumo y entrañable, que nos dejó Jesús desde la Cruz, con lo cual nos regaló lo más hermoso que había tenido. En la Cruz, no hay duda, Jesús nos dejó el tesoro de su amor, pues la imagen del Dios hecho hombre que moría por nosotros, en vez de nosotros, nos descubre al Cristo que se atraviesa en medio para que nosotros quedemos indemnes y asumir Él todo el dolor y el sufrimiento que nos correspondía a los culpables...Es la perfecta Redención, por cuanto hasta llegar a la muerte, esa suerte nos correspondía a los hombres, que fuimos los que pecamos. Él no tenía ninguna culpa. La asumió para ofrecerse como satisfacción al Padre. "Por sus llagas hemos sido curados. Asumió sobre sus hombros la culpa de todos..." Pero Jesús nos amó tanto que se desprendió no sólo de su vida, sino que llegó al extremo de desprenderse también de lo que había hecho su vida la más feliz, la más entrañable, la más tierna... Se desprende de su Madre, de María, y la pone como Madre nuestra, como nuestra protectora, como nuestra intercesora, como nuestra guía y modelo... María es el regalo más tierno que nos da Jesús. Nos devolvió la Gracia con el perdón de los pecados, la posibilidad de entrar en el cielo para vivir felices en la eternidad junto al Padre. Pero hizo esa vida nuestra más bonita, con una realidad de ternura siempre presente, cuando nos regala a su propia Madre, nuestra Madre, María, la mujer hermosa y fiel, la Madre del Amor Hermoso...
Al dejarnos a María como Madre, nos asegura que su amor seguirá presente en Ella. Un genetista dirá que todos los genes de Jesús son genes de María, pues al ser engendrado no hubo concurso de varón. Todo lo que biológicamente, corporalmente, materialmente, hay en Jesús, viene de María. Alguien diría que Jesús es un "clon" de María. En esa misma argumentación, se dirá que el Corazón de Jesús es el mismo Corazón de María. Realmente, no me importa que materialmente sea o no así... Pienso que eso es lo menos importante en el ser de Jesús. Evidentemente, en los rasgos físicos, como en los de cualquier hijo de su madre, Jesús tenía que parecerse mucho a María. Y probablemente Jesús no sólo se parecía físicamente a Ella, sino que era idéntico... Pero lo que realmente importa es la impronta espiritual que deja María en el hombre que es Dios, en Jesús... En lo humano, Jesús fue la esponja de María y de José. El infinito amor a Dios que se vivía en esa casa era el que Jesús aprendía. El amor a los demás, a los más necesitados y humildes, que se vivía en la casa de Nazaret, lo aprendió en lo humano Jesús. "Jesús crecía en estatura y en gracia", a la sombra de lo que le enseñaban sus padres en la tierra...
Lo que me dijeron en Terrazas del Ávila era absolutamente real. No pueden ser dos corazones distintos el de Jesús y el de María. El Sagrado Corazón de Jesús es el mismo Inmaculado Corazón de María. Los dos laten con la misma fuerza por el amor de Dios. Los dos van al unísono en el amor y en el servicio a los hermanos. Los dos dejan correr la sangre para seguir amando hasta el infinito. Los dos derraman su sangre por amor a los hombres... Jesús la derrama en su Pasión, al ser traspasado por la lanza del soldado. María la derrama cuando la espada de dolor atraviesa su alma... El Corazón de María es inmaculado, como lo es toda Ella, pues ha sido preservada de cualquier mancha para ser la digna morada del Dios que viene a visitarnos. Es su Hijo. La Madre no sólo da su vientre para que sea la morada del que viene a redimir, sino que da todo su ser. "Aquí está la esclava del Señor. Que se haga en mí según tu palabra". Es decir: "Toda yo soy de Dios. Que disponga de mí como mejor le parezca. Para eso vivo y para eso siempre viviré: para ser de Dios"... Y Dios le tomó la palabra. No sólo tomó su vientre, sino que la tomó toda. Hasta tomó su corazón para colocarlo en el pecho de su Hijo...
Aprendí así, a pensar en Jesús y en María como un todo único. Cada uno reservado en su intimidad personal, pero siendo los dos una cosa en sentimientos, en entrega, en servicio, en amor... Teniendo los dos un mismo Corazón, pues entre ellos se aman infinitamente, y todo corazón que ama a otro se hace uno con él. Son los dos, un solo Corazón amantísimo... Bajé mi cabeza humildemente y me postré en adoración al Corazón de Jesús, implorando que se derrame sobre mí siempre, que me dé siempre su amor, que me haga amar como Él, que me haga seguir con fidelidad sus pasos, hasta la entrega final, si fuera necesario... Tal como lo hizo su mismo Corazón latiendo en el pecho de María...
Jamás lo había pensado así. Lo veneraba, ciertamente, pues tengo a María siempre como mi Madre, el don hermoso, póstumo y entrañable, que nos dejó Jesús desde la Cruz, con lo cual nos regaló lo más hermoso que había tenido. En la Cruz, no hay duda, Jesús nos dejó el tesoro de su amor, pues la imagen del Dios hecho hombre que moría por nosotros, en vez de nosotros, nos descubre al Cristo que se atraviesa en medio para que nosotros quedemos indemnes y asumir Él todo el dolor y el sufrimiento que nos correspondía a los culpables...Es la perfecta Redención, por cuanto hasta llegar a la muerte, esa suerte nos correspondía a los hombres, que fuimos los que pecamos. Él no tenía ninguna culpa. La asumió para ofrecerse como satisfacción al Padre. "Por sus llagas hemos sido curados. Asumió sobre sus hombros la culpa de todos..." Pero Jesús nos amó tanto que se desprendió no sólo de su vida, sino que llegó al extremo de desprenderse también de lo que había hecho su vida la más feliz, la más entrañable, la más tierna... Se desprende de su Madre, de María, y la pone como Madre nuestra, como nuestra protectora, como nuestra intercesora, como nuestra guía y modelo... María es el regalo más tierno que nos da Jesús. Nos devolvió la Gracia con el perdón de los pecados, la posibilidad de entrar en el cielo para vivir felices en la eternidad junto al Padre. Pero hizo esa vida nuestra más bonita, con una realidad de ternura siempre presente, cuando nos regala a su propia Madre, nuestra Madre, María, la mujer hermosa y fiel, la Madre del Amor Hermoso...
Al dejarnos a María como Madre, nos asegura que su amor seguirá presente en Ella. Un genetista dirá que todos los genes de Jesús son genes de María, pues al ser engendrado no hubo concurso de varón. Todo lo que biológicamente, corporalmente, materialmente, hay en Jesús, viene de María. Alguien diría que Jesús es un "clon" de María. En esa misma argumentación, se dirá que el Corazón de Jesús es el mismo Corazón de María. Realmente, no me importa que materialmente sea o no así... Pienso que eso es lo menos importante en el ser de Jesús. Evidentemente, en los rasgos físicos, como en los de cualquier hijo de su madre, Jesús tenía que parecerse mucho a María. Y probablemente Jesús no sólo se parecía físicamente a Ella, sino que era idéntico... Pero lo que realmente importa es la impronta espiritual que deja María en el hombre que es Dios, en Jesús... En lo humano, Jesús fue la esponja de María y de José. El infinito amor a Dios que se vivía en esa casa era el que Jesús aprendía. El amor a los demás, a los más necesitados y humildes, que se vivía en la casa de Nazaret, lo aprendió en lo humano Jesús. "Jesús crecía en estatura y en gracia", a la sombra de lo que le enseñaban sus padres en la tierra...
Lo que me dijeron en Terrazas del Ávila era absolutamente real. No pueden ser dos corazones distintos el de Jesús y el de María. El Sagrado Corazón de Jesús es el mismo Inmaculado Corazón de María. Los dos laten con la misma fuerza por el amor de Dios. Los dos van al unísono en el amor y en el servicio a los hermanos. Los dos dejan correr la sangre para seguir amando hasta el infinito. Los dos derraman su sangre por amor a los hombres... Jesús la derrama en su Pasión, al ser traspasado por la lanza del soldado. María la derrama cuando la espada de dolor atraviesa su alma... El Corazón de María es inmaculado, como lo es toda Ella, pues ha sido preservada de cualquier mancha para ser la digna morada del Dios que viene a visitarnos. Es su Hijo. La Madre no sólo da su vientre para que sea la morada del que viene a redimir, sino que da todo su ser. "Aquí está la esclava del Señor. Que se haga en mí según tu palabra". Es decir: "Toda yo soy de Dios. Que disponga de mí como mejor le parezca. Para eso vivo y para eso siempre viviré: para ser de Dios"... Y Dios le tomó la palabra. No sólo tomó su vientre, sino que la tomó toda. Hasta tomó su corazón para colocarlo en el pecho de su Hijo...
Aprendí así, a pensar en Jesús y en María como un todo único. Cada uno reservado en su intimidad personal, pero siendo los dos una cosa en sentimientos, en entrega, en servicio, en amor... Teniendo los dos un mismo Corazón, pues entre ellos se aman infinitamente, y todo corazón que ama a otro se hace uno con él. Son los dos, un solo Corazón amantísimo... Bajé mi cabeza humildemente y me postré en adoración al Corazón de Jesús, implorando que se derrame sobre mí siempre, que me dé siempre su amor, que me haga amar como Él, que me haga seguir con fidelidad sus pasos, hasta la entrega final, si fuera necesario... Tal como lo hizo su mismo Corazón latiendo en el pecho de María...
viernes, 27 de junio de 2014
Un Corazón que muere y vive de amor
La esencia de Dios es el amor. Es lo que define más propiamente, pues fuera del amor Dios no sería nada. Así como su propia existencia se explica única y exclusivamente por el amor, así se explica todo lo que existe, pues ha surgido de su mano... Si su esencia es el amor, todos sus criterios y todas sus acciones surgen de lo esencial de su amor. Nada, por lo tanto, de lo que existe, se explicaría si no se busca su base en el amor de Dios... Antes de la existencia de todas las cosas creadas, ese amor era suficiente en sí mismo para Él. Dios se amaba a sí mismo infinitamente. Y en ese amor fue eternamente feliz. Y lo sigue siendo... Al ser el amor una afecto relacional, sabemos que Dios se satisfacía a sí mismo en las Tres Divinas Personas. El Padre ama eternamente al Hijo y al Espíritu Santo. El Hijo ama eternamente al Padre y al Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo ama eternamente al Padre y al Hijo. Y es un amor tan concreto que en la Tercera Persona de la Trinidad, ese amor se hace Persona concreta. El Espíritu Santo es la Persona del amor de Dios... No pensemos que este amor de Dios en su intimidad más profunda sea una amor enfermizo, narcisista. No lo es... Es un amor que los hace relacionarse perfectamemte, pues son tres Personas distintas, cada una con su autonomía, aunque estén eternamente de acuerdo y nunca se opongan entre ellas... El amor lo asegura. Se aman tan infinitamente que jamás entre Ellas se daría un desencuentro. El amor lo hace posible...
Ese amor de Dios que siempre fue infinito y eterno en su intimidad divina, tuvo su explosión en la creación. Es como si Dios no lo hubiera podido contener, y explotó en la existencia de todo lo creado. Dios amó a todos los seres que surgieron de sus manos. Al ser criaturas suyas no podía tener otra relación con ellas sino la del amor... Dios ama al sol, a la luna, a las estrellas, a los mares, a las montañas, a los árboles, a los animales. Son igualmente sus criaturas. El sólo hecho de que sigan existiendo nos habla de su providencia infinita que establece que así sea... Pero surge también de sus manos quien es la criatura que está por encima de todo, al que muestra su predilección, al que ama preferencialmente. Es el hombre. La creación del hombre representa para ese Dios que es amor, la apoteosis del amor. Habiéndose esmerado en todo lo existente, su esmero alcanzó su punto culminante en la creación del hombre. Es el creado "a su imagen y semejanza", es decir, con una realidad espiritual semejante a la suya, con una inteligencia y una voluntad que lo hacían tener la posibilidad de pensar y comportarse como lo hace Él, con la consecuencia del uso de esa inteligencia y esa voluntad que era la libertad con la cual podía hacer opciones y elegir soberanamente como Él lo hace... Y con la capacidad que está por encima de todas, pues lo hace, llegando al exabrupto que representa esta afirmación, idéntico a Él... "Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él", dice San Juan, en la compresión profunda de la esencia de Dios y de la imagen y semejanza de Dios en el hombre... El amor que hay en el hombre lo hace entrar en perfecta relación con Dios. Dios no se puede relacionar personalmente con nada de lo otro que existe, pues nada de eso tiene la capacidad del amor, que es exclusiva del hombre. Pero con el hombre sí puede, pues Él mismo se aseguró de que existiera esa posibilidad...
Por eso, el hombre tendrá siempre la marca del amor en su vida. No amar es ir contra su naturaleza, es asesinarla, es atentar contra ella. Si Dios es amor, y el hombre ha sido creado siendo su imagen y semejanza, el hombre es amor. Es una regla de tres. No amar es desaparecer, es trágico, es mortal... Y Jesús llega al extremo de esa demostración del amor en su entrega definitiva en todos los órdenes. La Segunda Persona de la Santísima Trinidad nos hace tan claro el amor, que los hombres ya no podemos jamás ponerlo en duda... Ha dejado en suspenso su eterna gloria y su poder infinito, escondiéndose en un hombre que empezó siendo un embrión en el vientre de una virgen, vivió con nosotros en todos los órdenes de la vida, se hizo amigo del hombre. vivió la camaradería, se hizo solidario con el dolor, las alegrías y el sufrimiento de los hombres, realizó obras maravillosas para auxiliar a los necesitados... Y en el colmo ya de esa entrega, asumió lo que no era suyo, ni podía serlo jamás, que es el pecado de la humanidad y cargó con él para repararlo en vez de quienes debían hacerlo. Murió, matando así con Él el poder del demonio, del pecado, del mal, de la muerte. Dios se movió como es, con amor. "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo..." "Me amó a mí y se entregó a la muerte a sí mismo por mí..." "Como el Padre me amó, yo los he amado a ustedes...." No hay duda de ese amor de oblación...
Por eso hablamos del Sagrado Corazón de Jesús como la sede de los afectos y sentimientos suyos por nosotros. No hay lugar más entrañable del cuerpo humano que el corazón. Desde el corazón decimos que amamos, que sentimos, que estamos cercanos a los hermanos... Es el corazón el que define simbólicamente lo que sentimos. "Te amo con todo el corazón", decimos. Es lo que nos dice Jesús. Ese amor de entrega, que se hace patente en el corazón traspasado por la lanza del soldado y que extrae de él hasta la última gota de sangre, nos representa hasta dónde es capaz de llegar Jesús por nosotros. No guarda nada para sí. Hasta el corazón, lo más íntimo suyo, lo hace reventarse de amor... No hay ninguna duda. Dios nos ama. Y lo ha manifestado claramente en el corazón de Jesús que late por nosotros, que sangra por nosotros, que limpia nuestro pecado con el líquido bendito de su sangre derramada por amor...
Ese amor de Dios que siempre fue infinito y eterno en su intimidad divina, tuvo su explosión en la creación. Es como si Dios no lo hubiera podido contener, y explotó en la existencia de todo lo creado. Dios amó a todos los seres que surgieron de sus manos. Al ser criaturas suyas no podía tener otra relación con ellas sino la del amor... Dios ama al sol, a la luna, a las estrellas, a los mares, a las montañas, a los árboles, a los animales. Son igualmente sus criaturas. El sólo hecho de que sigan existiendo nos habla de su providencia infinita que establece que así sea... Pero surge también de sus manos quien es la criatura que está por encima de todo, al que muestra su predilección, al que ama preferencialmente. Es el hombre. La creación del hombre representa para ese Dios que es amor, la apoteosis del amor. Habiéndose esmerado en todo lo existente, su esmero alcanzó su punto culminante en la creación del hombre. Es el creado "a su imagen y semejanza", es decir, con una realidad espiritual semejante a la suya, con una inteligencia y una voluntad que lo hacían tener la posibilidad de pensar y comportarse como lo hace Él, con la consecuencia del uso de esa inteligencia y esa voluntad que era la libertad con la cual podía hacer opciones y elegir soberanamente como Él lo hace... Y con la capacidad que está por encima de todas, pues lo hace, llegando al exabrupto que representa esta afirmación, idéntico a Él... "Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él", dice San Juan, en la compresión profunda de la esencia de Dios y de la imagen y semejanza de Dios en el hombre... El amor que hay en el hombre lo hace entrar en perfecta relación con Dios. Dios no se puede relacionar personalmente con nada de lo otro que existe, pues nada de eso tiene la capacidad del amor, que es exclusiva del hombre. Pero con el hombre sí puede, pues Él mismo se aseguró de que existiera esa posibilidad...
Por eso, el hombre tendrá siempre la marca del amor en su vida. No amar es ir contra su naturaleza, es asesinarla, es atentar contra ella. Si Dios es amor, y el hombre ha sido creado siendo su imagen y semejanza, el hombre es amor. Es una regla de tres. No amar es desaparecer, es trágico, es mortal... Y Jesús llega al extremo de esa demostración del amor en su entrega definitiva en todos los órdenes. La Segunda Persona de la Santísima Trinidad nos hace tan claro el amor, que los hombres ya no podemos jamás ponerlo en duda... Ha dejado en suspenso su eterna gloria y su poder infinito, escondiéndose en un hombre que empezó siendo un embrión en el vientre de una virgen, vivió con nosotros en todos los órdenes de la vida, se hizo amigo del hombre. vivió la camaradería, se hizo solidario con el dolor, las alegrías y el sufrimiento de los hombres, realizó obras maravillosas para auxiliar a los necesitados... Y en el colmo ya de esa entrega, asumió lo que no era suyo, ni podía serlo jamás, que es el pecado de la humanidad y cargó con él para repararlo en vez de quienes debían hacerlo. Murió, matando así con Él el poder del demonio, del pecado, del mal, de la muerte. Dios se movió como es, con amor. "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo..." "Me amó a mí y se entregó a la muerte a sí mismo por mí..." "Como el Padre me amó, yo los he amado a ustedes...." No hay duda de ese amor de oblación...
Por eso hablamos del Sagrado Corazón de Jesús como la sede de los afectos y sentimientos suyos por nosotros. No hay lugar más entrañable del cuerpo humano que el corazón. Desde el corazón decimos que amamos, que sentimos, que estamos cercanos a los hermanos... Es el corazón el que define simbólicamente lo que sentimos. "Te amo con todo el corazón", decimos. Es lo que nos dice Jesús. Ese amor de entrega, que se hace patente en el corazón traspasado por la lanza del soldado y que extrae de él hasta la última gota de sangre, nos representa hasta dónde es capaz de llegar Jesús por nosotros. No guarda nada para sí. Hasta el corazón, lo más íntimo suyo, lo hace reventarse de amor... No hay ninguna duda. Dios nos ama. Y lo ha manifestado claramente en el corazón de Jesús que late por nosotros, que sangra por nosotros, que limpia nuestro pecado con el líquido bendito de su sangre derramada por amor...
jueves, 26 de junio de 2014
Ser fiel te hace vivir en la Esperanza
La deportación de Israel es, después de la esclavitud en Egipto, la tragedia más grande que vivió el pueblo elegido de Yahvé. Hay que ubicarse bien en el acontecimiento para poder apreciar en toda su magnitud lo que significó para el pueblo de Israel. En Egipto, cuando el pueblo fue liberado por la mano poderosa de Yahvé, tuvieron las demostraciones más claras del favor de Dios. Las plagas no fueron otra cosa que la confirmación de que Dios protege, defiende y se pone a favor de los suyos, y es terrible con los que los atacan. El paso del ángel que exterminaba a los primogénitos de Egipto y a todos los primogénitos que no estuvieran escudados en la sangre del cordero pascual, es la expresión clara de ese colocarse Dios a favor de Israel. Y finalmente, haber atravesado a pie el Mar Rojo con las aguas abiertas como camino a los lados para luego caer sobre los ejércitos egipcios, es la apoteosis del Dios que defiende a su pueblo... Sin duda, luego en el desierto Israel vivió días de penuria y de escasez, de hambre y de sed, que llegaron incluso a reclamar a Dios, el cual no respondió con ira, sino con misericordia y concedió los milagros fabulosos del maná, de las aves del cielo y del agua de la roca... Israel vivió en la liberación de Egipto la protección fehaciente de Dios. Y a pesar de las penurias por las que tuvo que pasar, estaba al final la esperanza de llegar a la tierra que mana leche y miel, que era la promesa de Yahvé desde el inicio...
La deportación de Israel tiene un signo contrario. Ya Israel ha probado los sabores dulces de la tierra prometida, ha establecido su morada en la tierra sagrada que Dios mismo les había puesto en sus manos, ha construido el gran Templo en el cual habita Dios para siempre en medio de ellos, tienen la estabilidad de la institución del reinado, a pesar de haber sido un signo difuminado de rebeldía ante el reinado único y soberano de Dios, sus ejércitos han vencido humillantemente a los de los reyes y pueblos vecinos... Todo lo que ha vivido Israel hasta este momento es el cumplimiento de las promesas hechas por Yahvé, con lo cual quedaba plenamente demostrado su amor, su preferencia, su elección... Y de un momento a otro, todo esto se pierde. El rey de los babilonios, Nabucodonosor, invade Jerusalén, la ciudad santa, y deporta a los principales de la ciudad y del pueblo, dejando sólo a los más pobres, a ese resto de humildes, al cuidado de la ciudad... Después de haber saboreado las mieles del cumplimiento de la palabra de Yahvé, toca ahora perderlo todo. Al salir de Egipto Israel tenía al menos la esperanza de llegar a la tierra prometida. Pero ahora, al salir de la tierra prometida, ¿qué esperanza podía motivar a Israel? La deportación, sin duda, fue más humillante, por cuanto dejaba a Israel sin esperanzas, destruida, abatida, sin nada en las manos. En Egipto no tenían nada, pero tenían la promesa que motivaba sostenerlos en la esperanza. Ahora, en Babilonia, el futuro era oscuro. No había nada más...
Era el castigo que se había ganado Israel por su infidelidad. Dios había cumplido perfectamente su parte, pero Israel no. Fuera de algunos personajes que fueron fieles a Dios, en general, el comportamiento del pueblo elegido fue muy contrario a lo que Dios esperaba. Se llenaron de pecado, adoraron a otros dioses, siguieron la voluntad de los ídolos, se olvidaron de la palabra y de la ley de Dios...La deportación no fue sino la consecuencia física de lo que ya vivían espiritualmente. Se creyeron ya absolutamente seguros y empezaron a creerse imbatibles, considerando que ni el mismo Dios podía llegar a humillarlos. Dios pasó a ser para ellos casi como un muñeco de fácil manipulación... Pero ya sabemos las consecuencias...
Jesús mismo pone la evidencia de quien se cree seguro de poder manipular incluso al mismísimo Dios... "No todo el que me dice: 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo". Está en la misma línea de lo que vivió Israel en la deportación. Los israelitas creyeron que con pronunciar el nombre de Yahvé ya todo estaba ganado, aun cuando su corazón estaba muy lejos de Él... Son terribles las palabras con las que responde el Señor a esta pretensión: "Aquel día muchos dirán: 'Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?' Yo entonces les declararé: 'Nunca los he conocido. Aléjense de mí, malvados'". Dios desconoce a quien lo desconoce a Él. A pesar de prometer una fidelidad inquebrantable, en el momento final pesará principalmente la fidelidad a Él con la que cual se vivió...
No hay otro camino para los cristianos que la fidelidad a la palabra de Dios para ganarse el premio de la eternidad feliz junto al Padre, para vivir la felicidad plena ya desde ahora, en el corazón y en el espíritu. No se puede pretender la hipocresía delante de Dios. Él conoce mejor que nadie nuestro interior y sabe cuáles son las intenciones más profundas que nos motivan. Nos invita a construir sobre roca, no sobre arena. Nos invita a ser sólidos, a no vivir en la cuerda floja, a no permitir devaneos espirituales. Nos invita a la solidez del cumplimiento de su voluntad por amor, sin hacerlo sólo por apariencia... Construir sobre roca es construir sobre el amor, sobre la convicción firme que da el saberse amados y el saber que debemos amar por encima de todo otro movimiento... Es el amor el motor principal de todo. Sin ese amor no hay solidez, no hay vida, no hay nada...
La deportación de Israel tiene un signo contrario. Ya Israel ha probado los sabores dulces de la tierra prometida, ha establecido su morada en la tierra sagrada que Dios mismo les había puesto en sus manos, ha construido el gran Templo en el cual habita Dios para siempre en medio de ellos, tienen la estabilidad de la institución del reinado, a pesar de haber sido un signo difuminado de rebeldía ante el reinado único y soberano de Dios, sus ejércitos han vencido humillantemente a los de los reyes y pueblos vecinos... Todo lo que ha vivido Israel hasta este momento es el cumplimiento de las promesas hechas por Yahvé, con lo cual quedaba plenamente demostrado su amor, su preferencia, su elección... Y de un momento a otro, todo esto se pierde. El rey de los babilonios, Nabucodonosor, invade Jerusalén, la ciudad santa, y deporta a los principales de la ciudad y del pueblo, dejando sólo a los más pobres, a ese resto de humildes, al cuidado de la ciudad... Después de haber saboreado las mieles del cumplimiento de la palabra de Yahvé, toca ahora perderlo todo. Al salir de Egipto Israel tenía al menos la esperanza de llegar a la tierra prometida. Pero ahora, al salir de la tierra prometida, ¿qué esperanza podía motivar a Israel? La deportación, sin duda, fue más humillante, por cuanto dejaba a Israel sin esperanzas, destruida, abatida, sin nada en las manos. En Egipto no tenían nada, pero tenían la promesa que motivaba sostenerlos en la esperanza. Ahora, en Babilonia, el futuro era oscuro. No había nada más...
Era el castigo que se había ganado Israel por su infidelidad. Dios había cumplido perfectamente su parte, pero Israel no. Fuera de algunos personajes que fueron fieles a Dios, en general, el comportamiento del pueblo elegido fue muy contrario a lo que Dios esperaba. Se llenaron de pecado, adoraron a otros dioses, siguieron la voluntad de los ídolos, se olvidaron de la palabra y de la ley de Dios...La deportación no fue sino la consecuencia física de lo que ya vivían espiritualmente. Se creyeron ya absolutamente seguros y empezaron a creerse imbatibles, considerando que ni el mismo Dios podía llegar a humillarlos. Dios pasó a ser para ellos casi como un muñeco de fácil manipulación... Pero ya sabemos las consecuencias...
Jesús mismo pone la evidencia de quien se cree seguro de poder manipular incluso al mismísimo Dios... "No todo el que me dice: 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo". Está en la misma línea de lo que vivió Israel en la deportación. Los israelitas creyeron que con pronunciar el nombre de Yahvé ya todo estaba ganado, aun cuando su corazón estaba muy lejos de Él... Son terribles las palabras con las que responde el Señor a esta pretensión: "Aquel día muchos dirán: 'Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?' Yo entonces les declararé: 'Nunca los he conocido. Aléjense de mí, malvados'". Dios desconoce a quien lo desconoce a Él. A pesar de prometer una fidelidad inquebrantable, en el momento final pesará principalmente la fidelidad a Él con la que cual se vivió...
No hay otro camino para los cristianos que la fidelidad a la palabra de Dios para ganarse el premio de la eternidad feliz junto al Padre, para vivir la felicidad plena ya desde ahora, en el corazón y en el espíritu. No se puede pretender la hipocresía delante de Dios. Él conoce mejor que nadie nuestro interior y sabe cuáles son las intenciones más profundas que nos motivan. Nos invita a construir sobre roca, no sobre arena. Nos invita a ser sólidos, a no vivir en la cuerda floja, a no permitir devaneos espirituales. Nos invita a la solidez del cumplimiento de su voluntad por amor, sin hacerlo sólo por apariencia... Construir sobre roca es construir sobre el amor, sobre la convicción firme que da el saberse amados y el saber que debemos amar por encima de todo otro movimiento... Es el amor el motor principal de todo. Sin ese amor no hay solidez, no hay vida, no hay nada...
miércoles, 25 de junio de 2014
Eres bueno y Dios te hace santo
En el Derecho universal existe una máxima: "El desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento". Evidentemente esto se refiere a las leyes justas que, inculpablemente, son desconocidas por alguien. Tiene sentido cuando la ley está sustentada en el derecho natural, que siempre apunta a la búsqueda del bien, por las vías de la naturaleza humana. La ley será siempre cumplida, aun cuando no se conozca, porque sería lo que exige la naturaleza que es buena en el hombre. Otra cosa es declararse en rebeldía ante una ley injusta. En ese caso, los hombres tenemos siempre el derecho inalienable a desacatarla, por cuanto iría precisamente en contra de la ley natural, de la bondad natural de los actos humanos... Por ejemplo, a un médico jamás se le podrá obligar a ir en contra de su conciencia, obligándolo a practicar un aborto, cuando está plenamente convencido de que es un asesinato vil, "un crimen abominable", como lo llamó el Vaticano II. Pero, en lo que se refiere a las cosas que rigen la vida comunitaria, al cumplimiento de los deberes, al respeto a los derechos de los demás, no se puede alegar jamás el desconocimiento de lo que lo regula, es decir, de la ley civil... Quien va en contra de esto, está yendo en contra de la ley, aunque no la conozca. Y amerita un castigo ejemplar...
No es éste el caso de la ley de la Iglesia. En el Derecho Canónico jamás aparece esta máxima. La Iglesia es, ante todo, Madre. Y como Madre no podría imputar un delito cuando se desconoce la ley que lo prescribe. Sin embargo, se tiene que aplicar el mismo razonamiento anterior. La ley natural, que es la ley divina escrita en el corazón de los hombres, dicta la bondad o la maldad naturales de los actos humanos, y particularmente de aquellos que se refieren a la relación con Dios y con los demás, en los planos de la filiación y de la fraternidad. En todo caso, el detalle de la ley sería necesario tenerlo a la mano para saber a qué se obliga, bajo qué condiciones se está sometido, qué castigo amerita un delito o pecado... Por ejemplo, el pecado de aborto será excomunión sólo para quien sabe que éste es el castigo merecido. Quien no lo sabe está sometido a la pena que corresponde al pecado de asesinato, que sigue siendo pecado mortal, pero no con la pena mayor de la excomunión... En este caso, el desconocimiento es de la pena por el delito, no del delito en sí mismo. Y también de ella se está eximido. Pero, ¿se puede decir la máxima contraria, es decir, se podría afirmar que en la Iglesia, "el desconocimiento de la ley sí exime de su cumplimiento"? De ninguna manera. Ya hemos dicho que la ley natural, ley divina que yace en el corazón y en la conciencia de los hombres, dicta perfectamente la bondad o la maldad de los actos... El Papa Francisco ha afirmado que aun el ateo, cuando vaya en contra de su conciencia, pecaría... Esto significa que aun cuando la máxima de la ley civil no se aplica del todo, tampoco se puede afirmar que desaparece totalmente... El hombre está siempre sometido a su conciencia, que es templo íntimo e inviolable desde donde se rigen su pensamiento y su conducta moral...
En Israel hubo un tiempo en el que se desconoció la Alianza con Yahvé. Algunos reyes "la archivaron" y en generaciones posteriores fue totalmente desconocida. En un momento de su historia, fueron descubiertos y leídos los libros de la ley, e Israel entendió que por mucho tiempo habían sido infieles a lo que anteriormente vivían naturalmente. Por eso, se decidieron a retomar el conocimiento de la ley y suscribieron un nuevo pacto con Dios... "El rey les leyó el libro de la alianza encontrado en el templo. Después, en pie sobre el estrado, selló ante el Señor la alianza, comprometiéndose a seguirle y cumplir sus preceptos, normas y mandatos, con todo el corazón y con toda el alma, cumpliendo las cláusulas de la alianza escritas en aquel libro. El pueblo entero suscribió la alianza". Los reyes anteriores habían sido objeto de la ira de Dios, pues se habían comportado contrario a lo que les pedía la Alianza con Yahvé, pero este nuevo rey no era culpable, por cuanto desconocía lo que en ella se contenía. Remedió el entuerto dando a conocer a todos la ley y haciendo que todos se comprometieran a cumplir con la ley de Yahvé... Fue una conducta loable, por cuanto retoma el camino de la fidelidad a lo que Dios pedía. Quiere decir que lo movía la buena voluntad, la buena intención, la buena conciencia, aun cuando no conociera la ley de Dios y su Alianza...
Es la bondad natural de los hombres, que está siempre subyacente en su ser. Nadie puede alegar ser totalmente malo. Como tampoco nadie puede aducir que es totalmente bueno. Todos tenemos en el corazón la línea que divide el bien del mal, como dijo Pablo VI. San Agustín hablaba de "las semillas del Verbo" que hay en todo hombre, que son esas realidades esenciales y fundamentales, básicas, de la fe, que se viven naturalmente, y que hacen al hombre tener siempre la posibilidad de tender hacia el bien...Al ser naturales, aseguran la bondad natural. Si se llegan a cultivar, conducen a la santidad, pues se estaría siempre en el camino de dar buenos frutos, que son los que surgen espontáneamente de la bondad natural y se acrecientan con la bondad adquirida al conocer la ley y ser fieles a la alianza con Dios... Jesús nos enseña que "los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos..." Si los hombres somos naturalmente árboles buenos, podremos dar siempre buenos frutos. Y si aumentamos nuestra bondad siendo fieles a Dios, nuestros frutos serán mucho mejores... Procuremos siempre dar frutos buenos, de acuerdo a nuestra naturaleza, elevados por la gracia con la que Dios nos enriquece...
No es éste el caso de la ley de la Iglesia. En el Derecho Canónico jamás aparece esta máxima. La Iglesia es, ante todo, Madre. Y como Madre no podría imputar un delito cuando se desconoce la ley que lo prescribe. Sin embargo, se tiene que aplicar el mismo razonamiento anterior. La ley natural, que es la ley divina escrita en el corazón de los hombres, dicta la bondad o la maldad naturales de los actos humanos, y particularmente de aquellos que se refieren a la relación con Dios y con los demás, en los planos de la filiación y de la fraternidad. En todo caso, el detalle de la ley sería necesario tenerlo a la mano para saber a qué se obliga, bajo qué condiciones se está sometido, qué castigo amerita un delito o pecado... Por ejemplo, el pecado de aborto será excomunión sólo para quien sabe que éste es el castigo merecido. Quien no lo sabe está sometido a la pena que corresponde al pecado de asesinato, que sigue siendo pecado mortal, pero no con la pena mayor de la excomunión... En este caso, el desconocimiento es de la pena por el delito, no del delito en sí mismo. Y también de ella se está eximido. Pero, ¿se puede decir la máxima contraria, es decir, se podría afirmar que en la Iglesia, "el desconocimiento de la ley sí exime de su cumplimiento"? De ninguna manera. Ya hemos dicho que la ley natural, ley divina que yace en el corazón y en la conciencia de los hombres, dicta perfectamente la bondad o la maldad de los actos... El Papa Francisco ha afirmado que aun el ateo, cuando vaya en contra de su conciencia, pecaría... Esto significa que aun cuando la máxima de la ley civil no se aplica del todo, tampoco se puede afirmar que desaparece totalmente... El hombre está siempre sometido a su conciencia, que es templo íntimo e inviolable desde donde se rigen su pensamiento y su conducta moral...
En Israel hubo un tiempo en el que se desconoció la Alianza con Yahvé. Algunos reyes "la archivaron" y en generaciones posteriores fue totalmente desconocida. En un momento de su historia, fueron descubiertos y leídos los libros de la ley, e Israel entendió que por mucho tiempo habían sido infieles a lo que anteriormente vivían naturalmente. Por eso, se decidieron a retomar el conocimiento de la ley y suscribieron un nuevo pacto con Dios... "El rey les leyó el libro de la alianza encontrado en el templo. Después, en pie sobre el estrado, selló ante el Señor la alianza, comprometiéndose a seguirle y cumplir sus preceptos, normas y mandatos, con todo el corazón y con toda el alma, cumpliendo las cláusulas de la alianza escritas en aquel libro. El pueblo entero suscribió la alianza". Los reyes anteriores habían sido objeto de la ira de Dios, pues se habían comportado contrario a lo que les pedía la Alianza con Yahvé, pero este nuevo rey no era culpable, por cuanto desconocía lo que en ella se contenía. Remedió el entuerto dando a conocer a todos la ley y haciendo que todos se comprometieran a cumplir con la ley de Yahvé... Fue una conducta loable, por cuanto retoma el camino de la fidelidad a lo que Dios pedía. Quiere decir que lo movía la buena voluntad, la buena intención, la buena conciencia, aun cuando no conociera la ley de Dios y su Alianza...
Es la bondad natural de los hombres, que está siempre subyacente en su ser. Nadie puede alegar ser totalmente malo. Como tampoco nadie puede aducir que es totalmente bueno. Todos tenemos en el corazón la línea que divide el bien del mal, como dijo Pablo VI. San Agustín hablaba de "las semillas del Verbo" que hay en todo hombre, que son esas realidades esenciales y fundamentales, básicas, de la fe, que se viven naturalmente, y que hacen al hombre tener siempre la posibilidad de tender hacia el bien...Al ser naturales, aseguran la bondad natural. Si se llegan a cultivar, conducen a la santidad, pues se estaría siempre en el camino de dar buenos frutos, que son los que surgen espontáneamente de la bondad natural y se acrecientan con la bondad adquirida al conocer la ley y ser fieles a la alianza con Dios... Jesús nos enseña que "los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos..." Si los hombres somos naturalmente árboles buenos, podremos dar siempre buenos frutos. Y si aumentamos nuestra bondad siendo fieles a Dios, nuestros frutos serán mucho mejores... Procuremos siempre dar frutos buenos, de acuerdo a nuestra naturaleza, elevados por la gracia con la que Dios nos enriquece...
martes, 24 de junio de 2014
Juan nace... Empieza la obra de la Salvación
San Juan Bautista, "el mayor de entre los nacidos de mujer", en palabras del mismo Jesús, es un personaje fundamental para la comprensión de la figura del Mesías. Él es quien va preparando los corazones de los hombres para la conversión y la apertura de corazón para poder recibir con buena disposición al que viene a salvar a la humanidad. Es "la Voz que clama: en el desierto, preparen el camino al Señor". Es aquel mensajero que va trayendo la Buena Noticia de la llegada de la salvación: "¡Qué hermosos son los pies del mensajero que trae la Buena Nueva!" Así como fue profetizada la existencia del futuro Redentor, del Esperado de todas las naciones, también la presencia del Bautista es anunciada por los profetas. Se trataba del personaje que venía a hacer de quicio entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, del que lanzaba el puente entre ambas Alianzas, por las que sería restaurado todo lo creado... Es un personaje impresionante, por su concepción, por su nacimiento, por su vida de fidelidad, por su firmeza de carácter, por su servicio a la verdad y a la justicia, por su final martirial con el cual dio el mejor testimonio de Jesús, de su amor y de su redención... Y por lo simbólico de su presencia entre los hombres...
El mismo Juan es signo de que para Dios no hay nada imposible. Tan impresionante es su vida, que sirve al Arcángel Gabriel para ofrecer a la Virgen María en la Anunciación, el testimonio de que lo que le está diciendo no es mentira, que está basado todo en el mismo Dios que ha logrado que su prima Isabel, en su ancianidad, estuviera gestando en su vientre al Precursor... Juan es la prueba fehaciente para María de que lo que el Arcángel dice es verdad. "Ya está de seis meses la que llamaban estéril. Porque para Dios nada hay imposible". Es la prueba que sirve para dar a María el sustento más sólido del Sí que le da a Dios para ser la Madre de su Hijo. "He aquí la esclava del Señor, que se cumpla en mí según tu palabra". Para María no era necesaria la prueba, pues Ella estaba a la plena disposición de Dios. La gestación de Juan Bautista, por Zacarías e Isabel, no hizo más que confirmarla en lo que Ella ya vivía como certeza sólida e irrefutable: El Dios de la historia venía a realizar su salvación "en la plenitud de los tiempos". Y a Ella le estaba tocando ser personaje esencial de esa historia, junto a su prima Isabel y a su hijo Juan...
Juan es el eslabón entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, es el último de los Patriarcas y el primero de los Apóstoles, es el que hace el puente entre la Antigua Alianza y la Nueva en Jesús, es esa Voz que anuncia la llegada del Mesías, es el Mensajero que trae la Buena Nueva... La figura de Juan Bautista es elevadísima. Es quien hace entrar en la vida pública a Jesús, cuando éste viene hasta el Jordán para ser bautizado. No sabemos si Juan y Jesús tuvieron encuentros previos. Probablemente sí. Eran primos, miembros del mismo clan familiar, por lo cual no hubiera sido nada extraño. Pero nada lo confirma. Tampoco hubiera sido extraño que no se hubieran visto previamente, pues cada uno estaba en lugares muy distantes uno del otro. Lo cierto es que al llegar Jesús al Jordán para ser bautizado, Juan lo reconoce inmediatamente y no duda un instante en hacer su presentación: "Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". No sólo fue Precursor, quien iba abriendo camino a la Palabra de Dios, al Verbo Eterno, en los corazones de los hombres, sino que apenas aparece ante su vista, lo descubre para que todos lo vayan aceptando... Jamás tuvo la tentación de brillar. Todo lo contrario, tenía muy clara su misión: "Detrás de mí viene uno al que yo no soy digno ni siquiera de desatarle las sandalias... Es necesario que Él destaque y que yo disminuya..." Cuando ya está avanzado el ministerio público de Jesús, Juan le envía una embajada de sus discípulos a preguntar a Jesús: "¿Eres tú el que debía venir, o tenemos que seguir esperando a otro?" No dudaba Juan de quién era Jesús. Ya había dado suficientes muestras de que sabía bien quién era. Envía a sus discípulos para que ellos se convenzan, por la misma palabra de Jesús, de su figura de Mesías Redentor, y se vayan con Él... No era su empeño el tener seguidores, sino el de lograrlos para que se fueran con Jesús, quien era el personaje central de toda esta historia...
En todo el santoral de la Iglesia Juan es uno de los únicamente tres personajes a los que se les recuerda en el día de su nacimiento. Los otros dos son Jesús y María. Ya esto nos da una señal de la importancia de su nacimiento. Es "el más grande de entre los nacidos de mujer", por lo cual tiene mucho sentido celebrar su nacimiento. Es quien ofrece a María la prueba irrefutable de que para Dios nada hay imposible. Su nacimiento y los momentos previos de éste, su concepción y su desarrollo, están cubiertos del halo de lo portentoso. Dios actúa así sólo cuando quiere destacar la importancia del momento. El nacimiento del Bautista es el principio de esta historia hermosa de salvación, que es historia de amor entre Dios y los hombres. Juan Bautista es una voz que lanza Dios al mundo, anunciándole que ya está empezando el rescate, que ya esa historia de entrega y de salvación, de tender la mano para sacar del abismo, se ha iniciado. Ya no hay vuelta atrás. Al nacer Juan Bautista, Dios ha iniciado la cuenta atrás de su obra magnifica en favor de los hombres. Que nadie lo dude. Juan Bautista, desde su nacimiento, anuncia la llegada de la salvación de los hombres, de la era de alegría y de recuperación total de la dignidad...
El mismo Juan es signo de que para Dios no hay nada imposible. Tan impresionante es su vida, que sirve al Arcángel Gabriel para ofrecer a la Virgen María en la Anunciación, el testimonio de que lo que le está diciendo no es mentira, que está basado todo en el mismo Dios que ha logrado que su prima Isabel, en su ancianidad, estuviera gestando en su vientre al Precursor... Juan es la prueba fehaciente para María de que lo que el Arcángel dice es verdad. "Ya está de seis meses la que llamaban estéril. Porque para Dios nada hay imposible". Es la prueba que sirve para dar a María el sustento más sólido del Sí que le da a Dios para ser la Madre de su Hijo. "He aquí la esclava del Señor, que se cumpla en mí según tu palabra". Para María no era necesaria la prueba, pues Ella estaba a la plena disposición de Dios. La gestación de Juan Bautista, por Zacarías e Isabel, no hizo más que confirmarla en lo que Ella ya vivía como certeza sólida e irrefutable: El Dios de la historia venía a realizar su salvación "en la plenitud de los tiempos". Y a Ella le estaba tocando ser personaje esencial de esa historia, junto a su prima Isabel y a su hijo Juan...
Juan es el eslabón entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, es el último de los Patriarcas y el primero de los Apóstoles, es el que hace el puente entre la Antigua Alianza y la Nueva en Jesús, es esa Voz que anuncia la llegada del Mesías, es el Mensajero que trae la Buena Nueva... La figura de Juan Bautista es elevadísima. Es quien hace entrar en la vida pública a Jesús, cuando éste viene hasta el Jordán para ser bautizado. No sabemos si Juan y Jesús tuvieron encuentros previos. Probablemente sí. Eran primos, miembros del mismo clan familiar, por lo cual no hubiera sido nada extraño. Pero nada lo confirma. Tampoco hubiera sido extraño que no se hubieran visto previamente, pues cada uno estaba en lugares muy distantes uno del otro. Lo cierto es que al llegar Jesús al Jordán para ser bautizado, Juan lo reconoce inmediatamente y no duda un instante en hacer su presentación: "Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". No sólo fue Precursor, quien iba abriendo camino a la Palabra de Dios, al Verbo Eterno, en los corazones de los hombres, sino que apenas aparece ante su vista, lo descubre para que todos lo vayan aceptando... Jamás tuvo la tentación de brillar. Todo lo contrario, tenía muy clara su misión: "Detrás de mí viene uno al que yo no soy digno ni siquiera de desatarle las sandalias... Es necesario que Él destaque y que yo disminuya..." Cuando ya está avanzado el ministerio público de Jesús, Juan le envía una embajada de sus discípulos a preguntar a Jesús: "¿Eres tú el que debía venir, o tenemos que seguir esperando a otro?" No dudaba Juan de quién era Jesús. Ya había dado suficientes muestras de que sabía bien quién era. Envía a sus discípulos para que ellos se convenzan, por la misma palabra de Jesús, de su figura de Mesías Redentor, y se vayan con Él... No era su empeño el tener seguidores, sino el de lograrlos para que se fueran con Jesús, quien era el personaje central de toda esta historia...
En todo el santoral de la Iglesia Juan es uno de los únicamente tres personajes a los que se les recuerda en el día de su nacimiento. Los otros dos son Jesús y María. Ya esto nos da una señal de la importancia de su nacimiento. Es "el más grande de entre los nacidos de mujer", por lo cual tiene mucho sentido celebrar su nacimiento. Es quien ofrece a María la prueba irrefutable de que para Dios nada hay imposible. Su nacimiento y los momentos previos de éste, su concepción y su desarrollo, están cubiertos del halo de lo portentoso. Dios actúa así sólo cuando quiere destacar la importancia del momento. El nacimiento del Bautista es el principio de esta historia hermosa de salvación, que es historia de amor entre Dios y los hombres. Juan Bautista es una voz que lanza Dios al mundo, anunciándole que ya está empezando el rescate, que ya esa historia de entrega y de salvación, de tender la mano para sacar del abismo, se ha iniciado. Ya no hay vuelta atrás. Al nacer Juan Bautista, Dios ha iniciado la cuenta atrás de su obra magnifica en favor de los hombres. Que nadie lo dude. Juan Bautista, desde su nacimiento, anuncia la llegada de la salvación de los hombres, de la era de alegría y de recuperación total de la dignidad...
lunes, 23 de junio de 2014
No es malo tener un Superior: ¡Es Dios!
La clave de la felicidad es el reconocimiento de Dios como Creador, como Redentor y como Santificador del hombre. En la medida en que el hombre reconozca a Dios como su superior, por encima del cual no hay nada más, ni siquiera él mismo, en esa misma medida vivirá en armonía. Es la armonía deseada para sentir la paz espiritual que es la base de la felicidad. Fuera de esto, es imposible lograrlo. El empeño del demonio es convencer al hombre de que puede ser feliz sin Dios, haciéndose un dios para sí y para los demás, queriendo "enmendar la plana a Dios", o construyéndose dioses a la medida propia, de modo de tener la aprobación a todas sus barbaridades y desafueros... O, muy frecuente también, asumiendo dioses de otros que se presentan como atractivos, pues son permisivos, adaptables y se hacen la vista gorda ante situaciones conflictivas moralmente... Nuestra sociedad sufre mucho por esto. Cree que en la promulgación absoluta de la libertad para elegir el propio dios está una de las claves de su autonomía y que la satisfacción plena irá por allí...
Los hombres han logrado, de esa manera, excluir a Dios de sus vidas. En un grito aparentemente reivindicador de los derechos y de las libertades, han acallado la voz del verdadero Dios, lo han excluido de sus vidas, lo han confinado al rincón oscuro del encuentro privado, pues nadie tendría absolutamente ningún derecho a querer "imponer" a Dios a ninguna de las personas, pues éstas son libres y ellas deciden por sí mismas... En la base de la argumentación podría concederse una razón objetiva y válida. Los hombres somos libres y debemos tener la capacidad de la elección. Es un derecho que nos ha otorgado el mismo Dios al crearnos con inteligencia y voluntad, es decir, con capacidad de elección. Pero, en este revestimiento de cordero se esconde un lobo que destruye al hombre, pues le quita, en esa misma reivindicación, la posibilidad de conocer al Dios por el cual se puede decidir... No hablar de Dios, eliminar todo signo de su presencia en la vida, esconderlo y confinarlo a lo oscuro del cuarto de los trastes, es, en definitiva, decirle a la gente que no existe, que es absurdo elegir una entelequia. Se elimina a Dios, pero se abarrota a la gente de otros dioses, de los ídolos, de soberbia haciéndole considerarse ídolo a sí mismo, pero se le impide conocer al Amor, al Creador, al Redentor, al Santificador...
Es muy cómodo no tener a un superior. Es muy cómodo hacerse unas normas a la medida de las propias conveniencias. Para el asesino es muy cómodo hacerse una ley en la que el asesinato esté permitido. Para el violador es muy cómodo hacerse una ley en la que se permita alcanzar el placer a cualquier costo, incluso con la violencia y el sometimiento de otros. Para el drogadicto es muy cómodo tener una ley que despenalice las drogas, y que por lo tanto deje de ser delito su distribución y su consumo... Para el abortista es muy cómodo hacerse una ley en la que no se reconozca la entidad humana del óvulo fecundado o del feto avanzado en gestación, por lo cual prescindir de él es absolutamente inocuo... No tener un superior que haga que la bondad o la maldad de los actos sea, no una opción de conveniencia, sino una determinación totalmente objetiva, es realmente el paraíso del libertinaje, de la idolatría, del caprichismo. De esa manera la bondad no es algo inamovible e inmutable, sino algo que depende del aire que pegue en el momento...
Israel vivió esta tensión. Se balanceó entre la fidelidad extrema a Dios o entregarse a los ídolos de los pueblos vecinos e invasores... "Sirviendo a otros dioses, los israelitas habían pecado contra el Señor, su Dios, que los había sacado de Egipto, del poder del Faraón, rey de Egipto; procedieron según las costumbres de las naciones que el Señor había expulsado ante ellos y que introdujeron los reyes nombrados por ellos mismos". Mientras Israel fue fiel a Dios obtuvo de Él todas las bendiciones y fue objeto de su fidelidad, de su defensa, de su fortaleza... Cuando decidió ponerse de espaldas a Él y servir a otros dioses, Dios retiró su favor y vinieron al pueblo todas las calamidades... "Rechazaron sus mandatos y el pacto que había hecho el Señor con sus padres, y las advertencias que les hizo. El Señor se irritó tanto contra Israel que los arrojó de su presencia. Sólo quedó la tribu de Judá". Dios, siendo amor y fidelidad extrema, no es tonto. Cuando no lo quieren ni lo aceptan, Él respeta la libertad de la elección, pero deja que corran las consecuencias de la opción que se toma. Retira su favor y se pierden así todas las ventajas de ser de Él. Se queda al arbitrio y bajo el dominio del mal, de las desgracias, de las tragedias que significan estar lejos de Dios... Es lo que vive nuestro mundo hoy. Nunca antes se había vivido una esclavitud mayor, nunca se había vivido un egoísmo superior, nunca hubo tanto daño a la humanidad en aras de una libertad mal entendida, nunca se aprovechó el hombre de su hermano como ahora, nunca la carrera armamentista fue tan agresiva, nunca hubo tanta hambre en el mundo, nunca se sufrió tanta sed, nunca hubo una persecución religiosa tan marcada, nunca hubo tantos asesinatos, abortos, ancianos abandonados...
Pero en medio de todo esto, surge siempre la esperanza. Hay que ver la viga en el ojo propio para poder percibir la curación del que tiene una paja en el suyo... Es la consideración del otro como hermano... Curiosamente Jesús, cuando invita a ver la viga en el ojo propio, lo hace considerando al otro como hermano... "Sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano". La clave es considerar a Dios como Padre y en consecuencia, al otro como hermano. No somos islas. Somos hermanos, miembros todos de una misma familia que avanza al encuentro de Dios. Así es como debemos avanzar. Y es así como lograremos que el mundo cambie. En el logro de la fraternidad está la clave. No dejemos que el egoísmo nos consuma. Si seguimos ese camino, nuestro fin será nuestra destrucción...
Los hombres han logrado, de esa manera, excluir a Dios de sus vidas. En un grito aparentemente reivindicador de los derechos y de las libertades, han acallado la voz del verdadero Dios, lo han excluido de sus vidas, lo han confinado al rincón oscuro del encuentro privado, pues nadie tendría absolutamente ningún derecho a querer "imponer" a Dios a ninguna de las personas, pues éstas son libres y ellas deciden por sí mismas... En la base de la argumentación podría concederse una razón objetiva y válida. Los hombres somos libres y debemos tener la capacidad de la elección. Es un derecho que nos ha otorgado el mismo Dios al crearnos con inteligencia y voluntad, es decir, con capacidad de elección. Pero, en este revestimiento de cordero se esconde un lobo que destruye al hombre, pues le quita, en esa misma reivindicación, la posibilidad de conocer al Dios por el cual se puede decidir... No hablar de Dios, eliminar todo signo de su presencia en la vida, esconderlo y confinarlo a lo oscuro del cuarto de los trastes, es, en definitiva, decirle a la gente que no existe, que es absurdo elegir una entelequia. Se elimina a Dios, pero se abarrota a la gente de otros dioses, de los ídolos, de soberbia haciéndole considerarse ídolo a sí mismo, pero se le impide conocer al Amor, al Creador, al Redentor, al Santificador...
Es muy cómodo no tener a un superior. Es muy cómodo hacerse unas normas a la medida de las propias conveniencias. Para el asesino es muy cómodo hacerse una ley en la que el asesinato esté permitido. Para el violador es muy cómodo hacerse una ley en la que se permita alcanzar el placer a cualquier costo, incluso con la violencia y el sometimiento de otros. Para el drogadicto es muy cómodo tener una ley que despenalice las drogas, y que por lo tanto deje de ser delito su distribución y su consumo... Para el abortista es muy cómodo hacerse una ley en la que no se reconozca la entidad humana del óvulo fecundado o del feto avanzado en gestación, por lo cual prescindir de él es absolutamente inocuo... No tener un superior que haga que la bondad o la maldad de los actos sea, no una opción de conveniencia, sino una determinación totalmente objetiva, es realmente el paraíso del libertinaje, de la idolatría, del caprichismo. De esa manera la bondad no es algo inamovible e inmutable, sino algo que depende del aire que pegue en el momento...
Israel vivió esta tensión. Se balanceó entre la fidelidad extrema a Dios o entregarse a los ídolos de los pueblos vecinos e invasores... "Sirviendo a otros dioses, los israelitas habían pecado contra el Señor, su Dios, que los había sacado de Egipto, del poder del Faraón, rey de Egipto; procedieron según las costumbres de las naciones que el Señor había expulsado ante ellos y que introdujeron los reyes nombrados por ellos mismos". Mientras Israel fue fiel a Dios obtuvo de Él todas las bendiciones y fue objeto de su fidelidad, de su defensa, de su fortaleza... Cuando decidió ponerse de espaldas a Él y servir a otros dioses, Dios retiró su favor y vinieron al pueblo todas las calamidades... "Rechazaron sus mandatos y el pacto que había hecho el Señor con sus padres, y las advertencias que les hizo. El Señor se irritó tanto contra Israel que los arrojó de su presencia. Sólo quedó la tribu de Judá". Dios, siendo amor y fidelidad extrema, no es tonto. Cuando no lo quieren ni lo aceptan, Él respeta la libertad de la elección, pero deja que corran las consecuencias de la opción que se toma. Retira su favor y se pierden así todas las ventajas de ser de Él. Se queda al arbitrio y bajo el dominio del mal, de las desgracias, de las tragedias que significan estar lejos de Dios... Es lo que vive nuestro mundo hoy. Nunca antes se había vivido una esclavitud mayor, nunca se había vivido un egoísmo superior, nunca hubo tanto daño a la humanidad en aras de una libertad mal entendida, nunca se aprovechó el hombre de su hermano como ahora, nunca la carrera armamentista fue tan agresiva, nunca hubo tanta hambre en el mundo, nunca se sufrió tanta sed, nunca hubo una persecución religiosa tan marcada, nunca hubo tantos asesinatos, abortos, ancianos abandonados...
Pero en medio de todo esto, surge siempre la esperanza. Hay que ver la viga en el ojo propio para poder percibir la curación del que tiene una paja en el suyo... Es la consideración del otro como hermano... Curiosamente Jesús, cuando invita a ver la viga en el ojo propio, lo hace considerando al otro como hermano... "Sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano". La clave es considerar a Dios como Padre y en consecuencia, al otro como hermano. No somos islas. Somos hermanos, miembros todos de una misma familia que avanza al encuentro de Dios. Así es como debemos avanzar. Y es así como lograremos que el mundo cambie. En el logro de la fraternidad está la clave. No dejemos que el egoísmo nos consuma. Si seguimos ese camino, nuestro fin será nuestra destrucción...
domingo, 22 de junio de 2014
Comerlo para vivir eternamente felices
El Cuerpo y la Sangre de Cristo son el legado de amor de Cristo a los hombres. Era su deseo. A Cristo le gustó estar entre los hombres y no quería irse. Pero tenía que irse. Quedarse escondido en el pan y en el vino de una comida ritual de los judíos fue la manera mejor que encontró para lograrlo. Irse quedándose. Quedarse yéndose... Al tomar el pan y el vino pronunció las palabras que lograban la transformación total de aquello que en apariencia seguía siendo lo mismo. Aparecía el pan, pero ya no era pan, Aparecía el vino, pero ya no era vino. La sustancia se había trastocado en algo distinto: la Carne y la Sangre de Cristo. "Tomen y coman. Esto es mi Cuerpo... Tomen y beban este este es el cáliz de mi Sangre". Es el alimento que dejó a los hombres para toda la vida sobre la tierra. Que nunca fallará, mientras haya Sacerdotes sobre la tierra que con esas mismas palabras hagan de nuevo, una y otra vez, el milagro de la Transubstanciación....
La Eucaristía es el memorial perfecto de la obra redentora de Jesús. El Cuerpo ha sido entregado hasta la muerte. La Sangre ha sido derramada totalmente. La Cruz fue el altar en el que Jesús realizó su obra maestra para lograr el rescate de la humanidad de las garras de la muerte, del pecado, de la oscuridad, para colocarlo donde era la voluntad divina: en la Vida, en la Luz, en las alturas celestiales. Y desde ese altar se transmite para todos los hombres. Somos todos beneficiados con ese regalo de amor inmenso, insuperable, de Jesús por los suyos. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Eso lo hizo Jesús. La Eucaristía nos recuerda día tras días, celebración tras celebración, que tenemos a un Dios que se hizo hombre, para tener un Cuerpo que donar, para tener una Sangre que derramar, diciéndonos a todos que nos ama infinitamente, más de lo que nos imaginamos, más de lo que nosotros mismos nos amamos...
Cada vez que celebramos la Eucaristía no estamos sino haciendo de nuevo presente el recuerdo de la entrega póstuma de Jesús. Su Muerte y su Resurrección. Su Sacrificio y su Triunfo. No se repite, pues se ha celebrado una vez y para siempre. No hacen falta ya más sacrificios. Pero sí se renueva su recuerdo. Revivimos y hacemos presente el amor. Y se actualizan los efectos de la salvación. Cada vez que celebramos la Eucaristía, nos salvamos de nuevo, se renueva el amor de Jesús. Y podemos responder también con mayor ilusión y con mayor alegría con nuestro amor a ese amor del Dios hecho hombre. Hacemos que surja de nosotros, como fuente que Dios mismo logra, un amor de respuesta que nos compromete más, que nos llama más, que nos lanza más a nuestro mundo. Para que podamos gritar con mayores fuerzas, ese amor que vivimos y que queremos que vivan todos...
La Eucaristía nos recuerda como lo escuchó Moisés, que "no sólo de pan vive el hombre". Que nuestra realidad trasciende lo material y apunta a lo superior, a lo celestial. Desde el principio de nuestra historia como pueblo elegido por Dios, Él mismo se ha encargado de hacérnoslo entender. El maná del cielo en el desierto nos habla de providencia divina. Pero también nos dice que debemos elevar la mirada, que no debemos quedarnos en lo horizontal de las preocupaciones cotidianas, con ser muy importantes. Que sepamos que nuestra vida tiene una componente espiritual que debe ser cuidada con cariño, con amor, pues se refiere a lo que le da pleno sentido a nuestra vida... En la Eucaristía somos llamados a dejar a un lado lo individual. Todos formamos una familia unida que se sienta en la mesa del amor de Dios para alimentarse. Comer todos del mismo pan y beber del mismo cáliz, nos dice que no somos islas, sino un unidad misteriosa en la que todos nos alimentamos de la misma fuente. "El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan". La misteriosa unidad que produce el Pan Eucarístico debe ser una realidad siempre y en todo lugar. No es posible, entonces, que nos veamos como extraños. Es el mayor contrasentido que los que son alimentados con el mismo Pan del cielo, se vean luego como extraños, como enemigos, como lejanos. La Eucaristía debe producir la unidad de todos, en la que nos sintamos verdaderamente hermanos, unidos más profundamente incluso que los hermanos de sangre, hijos del mismo padre y de la misma madre. La Eucaristía nos hace hijos del mismo Dios y hermanos del mismo Cristo...
Apuntamos a la Vida eterna, y por eso comemos a Jesús. "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre". Es el Pan del cielo, el que nos lleva ya desde ahora hasta el cielo, y el que nos asegura que el final de nuestro caminar aquí y ahora es la meta de la eteernidad feliz junto al Padre. No hay mayor seguridad que esa, pues es la Palabra empeñada de Jesús. Nunca debemos desconfiar de lo que Él mismo nos dice: "Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el de los padres de ustedes, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre". Comer a Jesús, masticar su Cuerpo y beber su Sangre, es la prenda de la eternidad. Debemos acercarnos a Él, a su mesa, para alimentarnos de Él, y estar así seguros de que nuestra meta de felicidad eterna será cumplida. No sólo para nosotros, sino para todos, unidos esencialmente al comer todos del mismo Pan celestial de Jesús...
La Eucaristía es el memorial perfecto de la obra redentora de Jesús. El Cuerpo ha sido entregado hasta la muerte. La Sangre ha sido derramada totalmente. La Cruz fue el altar en el que Jesús realizó su obra maestra para lograr el rescate de la humanidad de las garras de la muerte, del pecado, de la oscuridad, para colocarlo donde era la voluntad divina: en la Vida, en la Luz, en las alturas celestiales. Y desde ese altar se transmite para todos los hombres. Somos todos beneficiados con ese regalo de amor inmenso, insuperable, de Jesús por los suyos. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Eso lo hizo Jesús. La Eucaristía nos recuerda día tras días, celebración tras celebración, que tenemos a un Dios que se hizo hombre, para tener un Cuerpo que donar, para tener una Sangre que derramar, diciéndonos a todos que nos ama infinitamente, más de lo que nos imaginamos, más de lo que nosotros mismos nos amamos...
Cada vez que celebramos la Eucaristía no estamos sino haciendo de nuevo presente el recuerdo de la entrega póstuma de Jesús. Su Muerte y su Resurrección. Su Sacrificio y su Triunfo. No se repite, pues se ha celebrado una vez y para siempre. No hacen falta ya más sacrificios. Pero sí se renueva su recuerdo. Revivimos y hacemos presente el amor. Y se actualizan los efectos de la salvación. Cada vez que celebramos la Eucaristía, nos salvamos de nuevo, se renueva el amor de Jesús. Y podemos responder también con mayor ilusión y con mayor alegría con nuestro amor a ese amor del Dios hecho hombre. Hacemos que surja de nosotros, como fuente que Dios mismo logra, un amor de respuesta que nos compromete más, que nos llama más, que nos lanza más a nuestro mundo. Para que podamos gritar con mayores fuerzas, ese amor que vivimos y que queremos que vivan todos...
La Eucaristía nos recuerda como lo escuchó Moisés, que "no sólo de pan vive el hombre". Que nuestra realidad trasciende lo material y apunta a lo superior, a lo celestial. Desde el principio de nuestra historia como pueblo elegido por Dios, Él mismo se ha encargado de hacérnoslo entender. El maná del cielo en el desierto nos habla de providencia divina. Pero también nos dice que debemos elevar la mirada, que no debemos quedarnos en lo horizontal de las preocupaciones cotidianas, con ser muy importantes. Que sepamos que nuestra vida tiene una componente espiritual que debe ser cuidada con cariño, con amor, pues se refiere a lo que le da pleno sentido a nuestra vida... En la Eucaristía somos llamados a dejar a un lado lo individual. Todos formamos una familia unida que se sienta en la mesa del amor de Dios para alimentarse. Comer todos del mismo pan y beber del mismo cáliz, nos dice que no somos islas, sino un unidad misteriosa en la que todos nos alimentamos de la misma fuente. "El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan". La misteriosa unidad que produce el Pan Eucarístico debe ser una realidad siempre y en todo lugar. No es posible, entonces, que nos veamos como extraños. Es el mayor contrasentido que los que son alimentados con el mismo Pan del cielo, se vean luego como extraños, como enemigos, como lejanos. La Eucaristía debe producir la unidad de todos, en la que nos sintamos verdaderamente hermanos, unidos más profundamente incluso que los hermanos de sangre, hijos del mismo padre y de la misma madre. La Eucaristía nos hace hijos del mismo Dios y hermanos del mismo Cristo...
Apuntamos a la Vida eterna, y por eso comemos a Jesús. "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre". Es el Pan del cielo, el que nos lleva ya desde ahora hasta el cielo, y el que nos asegura que el final de nuestro caminar aquí y ahora es la meta de la eteernidad feliz junto al Padre. No hay mayor seguridad que esa, pues es la Palabra empeñada de Jesús. Nunca debemos desconfiar de lo que Él mismo nos dice: "Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el de los padres de ustedes, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre". Comer a Jesús, masticar su Cuerpo y beber su Sangre, es la prenda de la eternidad. Debemos acercarnos a Él, a su mesa, para alimentarnos de Él, y estar así seguros de que nuestra meta de felicidad eterna será cumplida. No sólo para nosotros, sino para todos, unidos esencialmente al comer todos del mismo Pan celestial de Jesús...
sábado, 21 de junio de 2014
¡Es preferible servir a Dios!
Para Dios no valen las medias tintas. Él sabe muy bien, porque así lo ha establecido, que la plenitud del hombre está sólo en Él y en servirle con fidelidad. No hacerlo le acarreará al hombre no solamente un castigo, sino una consecuencia natural, que no se basa sólo en la ira de Dios, sino en su ausencia total con la consecuente pérdida de la plenitud en la que podría vivir de estar con Él... Dios nos ha creado para Él y por lo tanto la única plenitud posible está en vivir en Él, por Él y para Él. "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti", dijo San Agustín. Es la realidad tremenda del hombre, que puede ser alcanzada hasta llegar a esa plenitud sólo bastando que el hombre se disponga a vivirla con ilusión. Depende sólo de él el que se dé, pues la parte de Dios está perfectamente cumplida. En su eterno designio de amor en favor del hombre, tiene su mano siempre tendida hacia él para que con un simple gesto de aceptación esta plenitud sea real...
Lamentablemente, la historia de la humanidad es la historia de los gestos contrarios del hombre hacia este designio divino. En su empeño por autodeterminarse absolutamente, el hombre ha hecho siempre lo que hicieron Adán y Eva desde el principio: Se ha dejado llevar por el espejismo de la plenitud sin Dios, queriendo erigirse a sí mismo en dios y pretendiendo ser completamente autosuficiente, atendiendo a la insinuación demoníaca: "Ustedes serán como dioses"... En la historia de Israel tenemos suficientes indicios para poder concluir que la historia de un hombre que quiera dejar a Dios a un lado es historia de oscuridad y de miseria, de esclavitud y de destrucción, de penumbras y tristezas... Los reyes que fueron fieles a Dios y que le sirvieron preservando siempre en el primer lugar al origen de toda realeza, obtuvieron el favor de Dios, lograron de Yahvé el amor y el apoyo en las grandes gestas que tuvieron que emprender, vencieron portentosamente a los pueblos y ejércitos rivales, aunque fueran muy poderosos... No hubo rivales suficientemente fuertes, aunque fueran más numerosos y mejor dotados... Por el contrario, al decidirse a servir a otros dioses, al esclavizarse a ídolos absurdos, al ponerse en las manos de criaturas como si fueran dioses, sufrieron las consecuencias más terribles de ese abandono. No sólo porque Dios los castigara, sino porque abandonaban al que era el mejor apoyo y perdían así toda la fortaleza que hubieran podido haber tenido. No sólo los castigaba Dios, sino que se castigaban ellos mismos, apoyándose en los absurdos que ellos mismos se construían... Es el absurdo ingenuo, como el de Israel en el desierto que, construyéndose un ídolo, el becerro de oro, proclamaban a los cuatro vientos: "Este es el dios que te liberó de Egipto", sabiendo muy bien que ese ídolo había surgido de sus propias manos y lo habían construido ellos mismos con las joyas que llevaban entre sus tesoros...
No servir a Dios y decidirse a servir a dioses, a ídolos construidos por ellos mismos, a criaturas que son para el servicio del hombre y no para su esclavitud, es el contrasentido mayor de la vida de los hombres. Y sorprendentemente es el absurdo más repetido en la historia de la humanidad. Nos empeñamos en seguir metiendo la pata, en seguir avanzando por ese camino que nos lleva a la destrucción, en tocar absurdamente a las puertas de una supuesta felicidad que no se encuentra allí, sino que es donación amorosa de Dios a todo el que llegue al umbral de su presencia para bañarse de su amor... Una y otra vez cometemos el mismo error de Adán y Eva, de los reyes de Israel, de los fariseos, de Judas Iscariote, de los romanos perseguidores, de los esclavistas modernos, de los abortistas, de los corruptos, de los drogadictos, de los alcohólicos, de los hedonistas... Sólo cambia el nombre del ídolo, pero en esencia es la misma infidelidad, que busca obtener una plenitud absurda negando al Dios verdadero. Unas veces lo llamamos dinero, otras veces comodidad, otras veces placer, otras veces poder y dominio... Pero es, en esencia, el dios que hemos decidido que sustituya al único que da la plenitud... Es un absurdo en el que vale la pena preguntarse: si somos capaces de hacernos esclavos de esos ídolos, ¿por qué no ponernos en las manos del único que nos dará la verdadera plenitud, del Dios que nos promete de verdad ser grandes con Él, y no dejarnos engañar por estos que sabemos bien que no darán jamás esa felicidad que buscamos, pues ya está suficientemente comprobado? Paradójicamente, en la búsqueda de una autoafirmación en donde Dios no esté presente, nos dejamos hacer nada, humillar, aniquilar, por ídolos que no dan la talla ante un Dios que es infinitamente superior...
Jesús nos pone sobreaviso ante la historia humana: "Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso al segundo. No pueden ustedes servir a Dios y al dinero". Él sabe muy bien que el hombre tradicionalmente se ha equivocado, y quiere que no lo vuelva a hacer, ofreciendo su mano redentora y liberadora. Él ha establecido, como Dios, que será el único que dé la plenitud. Pero sabe que el hombre toma su propia decisión. Y por eso quiere convencerlo de hacer la elección justa y correcta. No es un Dios que deja solo al hombre en su decisión. Aunque será libre en ella, ofrece el camino correcto, el de la elección justa, el de la única plenitud posible, que es la que se encuentra en Él y en su amor. Fuera de ese camino sólo habrá frustración, y no es lo que Él quiere para los hombres, a los que ha creado y sostenido en su amor...
Lamentablemente, la historia de la humanidad es la historia de los gestos contrarios del hombre hacia este designio divino. En su empeño por autodeterminarse absolutamente, el hombre ha hecho siempre lo que hicieron Adán y Eva desde el principio: Se ha dejado llevar por el espejismo de la plenitud sin Dios, queriendo erigirse a sí mismo en dios y pretendiendo ser completamente autosuficiente, atendiendo a la insinuación demoníaca: "Ustedes serán como dioses"... En la historia de Israel tenemos suficientes indicios para poder concluir que la historia de un hombre que quiera dejar a Dios a un lado es historia de oscuridad y de miseria, de esclavitud y de destrucción, de penumbras y tristezas... Los reyes que fueron fieles a Dios y que le sirvieron preservando siempre en el primer lugar al origen de toda realeza, obtuvieron el favor de Dios, lograron de Yahvé el amor y el apoyo en las grandes gestas que tuvieron que emprender, vencieron portentosamente a los pueblos y ejércitos rivales, aunque fueran muy poderosos... No hubo rivales suficientemente fuertes, aunque fueran más numerosos y mejor dotados... Por el contrario, al decidirse a servir a otros dioses, al esclavizarse a ídolos absurdos, al ponerse en las manos de criaturas como si fueran dioses, sufrieron las consecuencias más terribles de ese abandono. No sólo porque Dios los castigara, sino porque abandonaban al que era el mejor apoyo y perdían así toda la fortaleza que hubieran podido haber tenido. No sólo los castigaba Dios, sino que se castigaban ellos mismos, apoyándose en los absurdos que ellos mismos se construían... Es el absurdo ingenuo, como el de Israel en el desierto que, construyéndose un ídolo, el becerro de oro, proclamaban a los cuatro vientos: "Este es el dios que te liberó de Egipto", sabiendo muy bien que ese ídolo había surgido de sus propias manos y lo habían construido ellos mismos con las joyas que llevaban entre sus tesoros...
No servir a Dios y decidirse a servir a dioses, a ídolos construidos por ellos mismos, a criaturas que son para el servicio del hombre y no para su esclavitud, es el contrasentido mayor de la vida de los hombres. Y sorprendentemente es el absurdo más repetido en la historia de la humanidad. Nos empeñamos en seguir metiendo la pata, en seguir avanzando por ese camino que nos lleva a la destrucción, en tocar absurdamente a las puertas de una supuesta felicidad que no se encuentra allí, sino que es donación amorosa de Dios a todo el que llegue al umbral de su presencia para bañarse de su amor... Una y otra vez cometemos el mismo error de Adán y Eva, de los reyes de Israel, de los fariseos, de Judas Iscariote, de los romanos perseguidores, de los esclavistas modernos, de los abortistas, de los corruptos, de los drogadictos, de los alcohólicos, de los hedonistas... Sólo cambia el nombre del ídolo, pero en esencia es la misma infidelidad, que busca obtener una plenitud absurda negando al Dios verdadero. Unas veces lo llamamos dinero, otras veces comodidad, otras veces placer, otras veces poder y dominio... Pero es, en esencia, el dios que hemos decidido que sustituya al único que da la plenitud... Es un absurdo en el que vale la pena preguntarse: si somos capaces de hacernos esclavos de esos ídolos, ¿por qué no ponernos en las manos del único que nos dará la verdadera plenitud, del Dios que nos promete de verdad ser grandes con Él, y no dejarnos engañar por estos que sabemos bien que no darán jamás esa felicidad que buscamos, pues ya está suficientemente comprobado? Paradójicamente, en la búsqueda de una autoafirmación en donde Dios no esté presente, nos dejamos hacer nada, humillar, aniquilar, por ídolos que no dan la talla ante un Dios que es infinitamente superior...
Jesús nos pone sobreaviso ante la historia humana: "Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso al segundo. No pueden ustedes servir a Dios y al dinero". Él sabe muy bien que el hombre tradicionalmente se ha equivocado, y quiere que no lo vuelva a hacer, ofreciendo su mano redentora y liberadora. Él ha establecido, como Dios, que será el único que dé la plenitud. Pero sabe que el hombre toma su propia decisión. Y por eso quiere convencerlo de hacer la elección justa y correcta. No es un Dios que deja solo al hombre en su decisión. Aunque será libre en ella, ofrece el camino correcto, el de la elección justa, el de la única plenitud posible, que es la que se encuentra en Él y en su amor. Fuera de ese camino sólo habrá frustración, y no es lo que Él quiere para los hombres, a los que ha creado y sostenido en su amor...
viernes, 20 de junio de 2014
No hay tesoro mayor que el amor
Los hombres nos empeñamos en no ser felices. Es triste, pero es así. Hemos sido creados en el amor, por el amor, para el amor, y preferimos ir contra nuestra propia naturaleza. Sustituimos al amor por sucedáneos menores, que no llenan, que frustran, que siempre dejan un sinsabor, una "resaca" espiritual. Pareciera que vamos en búsqueda del bien mayor, pero nos contentamos con los bienes menores, o con los males, que nos ofrecen con bombos y platillos... Y el mundo, en general, es bueno. Dios nos ha puesto en él para que en él desarrollemos nuestra vida y de él extraigamos todo lo que nos sirva de provecho para avanzar hacia Él. Si no fuera así, no nos hubiera colocado y mantenido en él... Pero no todo en el mundo es bueno. Ya Jesús mismo, cuando oraba al Padre, lo advertía: "No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal". En el mundo hay mal. No hay duda. Y muchas veces, ese mal aparentemente tiene mucha fuerza y vence... Por eso, continuamente la enseñanza de Jesús y de los apóstoles nos anima a luchar contra esas fuerzas del mal en el mundo y a mantenernos fieles en el amor...
Existe, por lo tanto, una lucha continua en el interior del hombre. ¿Qué debo hacer en mi vida para lograr la felicidad mayor? ¿Cuál es el camino para alcanzar la plenitud? ¿Cuáles son los bienes que puedo aprovechar del mundo y cuáles los males de los cuales me debo defender? Las respuestas busca darlas hasta el mismo mal del mundo para lograr adeptos. "Tienes que destacar sobre todos y lograr dominarlos para ser el más privilegiado". "Tienes que luchar por obtener muchas riquezas, pues quien mucho tiene es más respetado y admirado". "Tienes que darte todos los gustos posibles, pues esta vida es una sola y hay que disfrutarla, sin perder un segundo". "Si para descollar sobre los demás necesitas dividir y sembrar intrigas, odios y rencores, hazlo.Lo importante es que tú estés de primero". "Todo lo que te fastidie elimínalo de tu vida. Si un niño por venir será un fastidio, no permitas que nazca. Si un anciano es una carga, elimínalo. Si alguien se opone a tus pretensiones, anúlalo". "Si para obtener las riquezas que necesitas debes dejar de ser honesto, deja de serlo. Es más importante lo que logras que lo que abandonas". "Odia, divide, véndete, pisotea al otro, excluye..., no importa nada más, sino sólo lo que buscas. Tienes que tenerlo por todos los medios"... "Eso sí, tienes que dar la apariencia de bueno, para que no te rechacen. La clave está en eso: en ser admirado, aunque seas una piltrafa humana... Ya sabrás cómo hacerlo"... Y en ese camino vamos muchos... Y por ser un camino que es realmente de frustraciones, lo andamos cada vez con más determinación... "No he encontrado la felicidad que busco por aquí, pero este debe ser el camino... Seguiré con más empeño..." Y nos hundimos más y más. Se necesita que venga alguien a iluminarnos el camino, a decirnos que estamos errados, que andamos una vía que no conduce a la verdadera felicidad...
Se necesita que alguien como Josebá que escondió a Joás, hijo del rey Ocozías, para evitar que Atalía, quien se autoproclamó reina, lo asesinara, nos presente al verdadero rey... Atalía no contaba con eso. El pueblo aceptó a Joás, pues era el verdadero heredero del trono y asesinó a Atalía. E Israel vio restituida la monarquía verdadera... El mundo nos presentará siempre a muchas Atalías, y sin duda, logrará algunas alegrías para nosotros. Mientras Atalía fue reina, aun cuando el pueblo era humillado, también obtuvo algunas cosas buenas. Pero no tenía el bien mayor. Eso mismo logra el mal del mundo. Como sentimos algunas satisfacciones, como sentimos placeres, como nos damos algunos gustos con las riquezas, creemos que estamos bien. Pero al final del día, cuando hacemos el balance, nos percatamos de que sigue existiendo una frustración inexplicable que subyace... Algo falla. Algo no va bien. Algo hace falta... Tiene que venir Josebá, que sabe quién es el verdadero rey, a darnos la solución. Josebá es cualquiera que nos llame al botón y nos diga que el camino es otro, que es el amor el que nos da la plenitud, que es el perdón de Dios el que nos da la felicidad, que es el cielo que se nos promete el que nos dará el verdadero sentido en el camino que avanzamos, que es la fraternidad la que llenará nuestros vacíos más profundos... Que debemos vivir en la fe y en la confianza del Dios que nos ama más que lo que nos amamos nosotros mismos. Basta que sepamos que en las manos de Josebá está el verdadero rey y que ella generosamente nos lo está regalando...
Es necesario que no discernamos siempre como bueno lo que nos da alguna satisfacción. "No todo lo que brilla es oro", dice el adagio popular. No todo lo que se nos presenta se debe convertir en tesoro. Hay tesoros que dañan, que empobrecen, que sólo crean frustración y dejan tal insatisfacción que se busca más y más, dejando una mayor insatisfacción... Por eso Jesús nos dice: "No atesoren tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesoren tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman, ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón". Nuestro tesoro es el amor. Ese amor en el que hemos sido creados y para el que hemos sido creados. Fuera de él no hay otra realidad que nos dé la mayor felicidad y nos llene más. Amor a Dios y a los hermanos... He ahí lo que nos dará la plenitud. Nuestra plenitud está en nuestro origen y en nuestra meta. Es el amor. No permitamos que el mundo nos engañe de nuevo, y pongamos el corazón en lo que de verdad vale la pena...
Existe, por lo tanto, una lucha continua en el interior del hombre. ¿Qué debo hacer en mi vida para lograr la felicidad mayor? ¿Cuál es el camino para alcanzar la plenitud? ¿Cuáles son los bienes que puedo aprovechar del mundo y cuáles los males de los cuales me debo defender? Las respuestas busca darlas hasta el mismo mal del mundo para lograr adeptos. "Tienes que destacar sobre todos y lograr dominarlos para ser el más privilegiado". "Tienes que luchar por obtener muchas riquezas, pues quien mucho tiene es más respetado y admirado". "Tienes que darte todos los gustos posibles, pues esta vida es una sola y hay que disfrutarla, sin perder un segundo". "Si para descollar sobre los demás necesitas dividir y sembrar intrigas, odios y rencores, hazlo.Lo importante es que tú estés de primero". "Todo lo que te fastidie elimínalo de tu vida. Si un niño por venir será un fastidio, no permitas que nazca. Si un anciano es una carga, elimínalo. Si alguien se opone a tus pretensiones, anúlalo". "Si para obtener las riquezas que necesitas debes dejar de ser honesto, deja de serlo. Es más importante lo que logras que lo que abandonas". "Odia, divide, véndete, pisotea al otro, excluye..., no importa nada más, sino sólo lo que buscas. Tienes que tenerlo por todos los medios"... "Eso sí, tienes que dar la apariencia de bueno, para que no te rechacen. La clave está en eso: en ser admirado, aunque seas una piltrafa humana... Ya sabrás cómo hacerlo"... Y en ese camino vamos muchos... Y por ser un camino que es realmente de frustraciones, lo andamos cada vez con más determinación... "No he encontrado la felicidad que busco por aquí, pero este debe ser el camino... Seguiré con más empeño..." Y nos hundimos más y más. Se necesita que venga alguien a iluminarnos el camino, a decirnos que estamos errados, que andamos una vía que no conduce a la verdadera felicidad...
Se necesita que alguien como Josebá que escondió a Joás, hijo del rey Ocozías, para evitar que Atalía, quien se autoproclamó reina, lo asesinara, nos presente al verdadero rey... Atalía no contaba con eso. El pueblo aceptó a Joás, pues era el verdadero heredero del trono y asesinó a Atalía. E Israel vio restituida la monarquía verdadera... El mundo nos presentará siempre a muchas Atalías, y sin duda, logrará algunas alegrías para nosotros. Mientras Atalía fue reina, aun cuando el pueblo era humillado, también obtuvo algunas cosas buenas. Pero no tenía el bien mayor. Eso mismo logra el mal del mundo. Como sentimos algunas satisfacciones, como sentimos placeres, como nos damos algunos gustos con las riquezas, creemos que estamos bien. Pero al final del día, cuando hacemos el balance, nos percatamos de que sigue existiendo una frustración inexplicable que subyace... Algo falla. Algo no va bien. Algo hace falta... Tiene que venir Josebá, que sabe quién es el verdadero rey, a darnos la solución. Josebá es cualquiera que nos llame al botón y nos diga que el camino es otro, que es el amor el que nos da la plenitud, que es el perdón de Dios el que nos da la felicidad, que es el cielo que se nos promete el que nos dará el verdadero sentido en el camino que avanzamos, que es la fraternidad la que llenará nuestros vacíos más profundos... Que debemos vivir en la fe y en la confianza del Dios que nos ama más que lo que nos amamos nosotros mismos. Basta que sepamos que en las manos de Josebá está el verdadero rey y que ella generosamente nos lo está regalando...
Es necesario que no discernamos siempre como bueno lo que nos da alguna satisfacción. "No todo lo que brilla es oro", dice el adagio popular. No todo lo que se nos presenta se debe convertir en tesoro. Hay tesoros que dañan, que empobrecen, que sólo crean frustración y dejan tal insatisfacción que se busca más y más, dejando una mayor insatisfacción... Por eso Jesús nos dice: "No atesoren tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesoren tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman, ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón". Nuestro tesoro es el amor. Ese amor en el que hemos sido creados y para el que hemos sido creados. Fuera de él no hay otra realidad que nos dé la mayor felicidad y nos llene más. Amor a Dios y a los hermanos... He ahí lo que nos dará la plenitud. Nuestra plenitud está en nuestro origen y en nuestra meta. Es el amor. No permitamos que el mundo nos engañe de nuevo, y pongamos el corazón en lo que de verdad vale la pena...
jueves, 19 de junio de 2014
¡Qué bello es tener un Padre!
Jesús nos revela lo más entrañable de Dios. Nos lo describe como lo que es en su papel más determinante. Dios es Padre (y Madre) y Dios es Amor. No hay figura más entrañable para el hombre que la de aquellos que le han dado el ser, los que lo han criado y cuidado, los que lo protegen y procuran para él todos los bienes posibles, los mejores y en la mayor cantidad posible... Para el hombre, sobre todo en sus primeros años de vida, la vida es la de los padres. Sin ellos sería imposible la subsistencia. Y, alcanzada una edad superior, sin haber contado con aquellas manos protectoras providentes de los inicios, sería imposible haber llegado. Se sostienen también en el afecto, en la cercanía, en la escucha de su palabra, de sus consejos, de su sabiduría... Cuando Jesús nos invita a llamar a Dios Padre, no está simplemente poniéndole un nombre a Dios, sino que nos está descubriendo su lado más cercano y esencial para la humanidad...
En este sentido, el Padre se convierte para los hombres en la referencia más importante. Aun en la inconsciencia de vivir lejos de Él, no deja de realizar las obras paternas que cumple a la perfección. Dios sigue amando como Padre, sigue proveyendo como Padre, sigue protegiendo como Padre, sigue aconsejando como Padre, sigue inspirando como Padre, sigue animando como Padre, sigue dando como Padre la fortaleza que se necesita para avanzar... Quien lo hace consciente lo vive con la mayor intensidad. Y quien no, de todas maneras lo tiene asegurado, porque el Padre ama a todos por igual y a ninguno deja de dar sus riquezas...
La cuestión está, entonces, en vivir este tesoro que tenemos con la máxima intensidad posible, para estar en la plenitud, en la felicidad mayor, en la respuesta de amor que nos llena en primer lugar a nosotros mismos, más que al mismo Dios. Nuestra plenitud está en responder a Dios positivamente. No se le aumenta nada a Dios con eso. Somos nosotros los enriquecidos, pues ya Él es infinito en todo. Vivirlo en plenitud nos favorece a nosotros, pues es el regalo de amor que siempre ofrece Dios y que está siempre a nuestra disposición, pues está siempre amándonos...
Por eso, nos conviene a nosotros amar a Dios como Padre. Se trata de reconocer, en primer lugar, que ese amor es absolutamente gratuito. Que existimos por un designio puro de amor, en el que no hay de ninguna manera una razón de necesidad. No es necesario que el hombre exista. Dios no necesita de nosotros. Sólo existimos por un decreto de amor puro y sin lógica. La existencia del hombre y de todo lo creado, siendo una prueba del poder infinito que Dios posee naturalmente, no es en absoluto necesaria, pues Dios no tiene que probar su poder delante de nadie, pues Él es el superior por antonomasia. Lo que debemos hacer es reconocerlo. Y con ello, no le damos nada de lo que Él ya posee... Por ello, la única explicación posible a nuestra existencia es la del amor. Dios nos ama y por ello nos crea... Y ese amor lo hace anidar en nuestros corazones. Dejarse llevar por esa convicción produce en el hombre la respuesta lógica del amor. Si no existes sino por un designio de amor, en el cual no hay ninguna necesidad, debes responder con amor agradecido a quien te ha dado la existencia... Llamar a Dios Padre (y Madre) es reconocer su amor y responder con amor con todo lo que esa palabra -Padre y Madre- implica para cada hombre...
Además, nos conviene escuchar al Padre. Él es la sabiduría infinita. Más aún, es la fuente de cualquier otra sabiduría. Sin Dios no existe ni inteligencia ni voluntad. Lo que poseemos en este orden es también gratuidad de su amor de donación. Sólo en la escucha atenta a sus inspiraciones, tendremos la posibilidad de estar en lo correcto. Jamás nosotros sabremos más de lo que sabe Dios. Y aunque nos parezca absurdo e infantil escuchar siempre su Palabra y atenderla para hacerla nuestra, es allí donde está la seguridad de nuestro camino sólido y firme... Sin la Palabra de Dios no tenemos las indicaciones necesarias para avanzar firmes...
Nos conviene obedecer al Padre. Aun cuando en ocasiones no entendamos lo que nos pide e incluso nos parezca absurdo o imposible, su sabiduría eterna y su "experiencia" de existencia eterna nos aseguran que jamás lo que pida será absurdo o malo para nosotros. No hay como una buena voz de la experiencia para estar seguros de que lo que dicen es lo mejor y de que lo que piden es el camino correcto... Además el amor suficientemente demostrado nos asegura de que lo que Dios nos pide nunca podrá ser contraproducente para el hombre. Quien nos ama infinitamente no podrá jamás lanzarnos al precipicio. Al contrario, sus indicaciones son la manera más segura de alejarnos de él, aunque a veces nos parezca lo contrario. La lógica de Dios es superior a la nuestra. Y eso debemos aceptarlo dócilmente...
A Dios se le añora como a los padres. Quienes tenemos ya a nuestros padres en el cielo, añoramos siempre tener aunque sea un segundo nuevo a su lado, para dejarnos amar con las caricias, los besos y los abrazos que nos daban en vida. ¡Cuántas añoranzas de sus afectos tenemos los que ya no los tenemos a nuestro lado! Nos queda vivir la alegría del recuerdo del beso sonoro, del abrazo apretado, de la palabra sabia, del regaño merecido, de la mano tendida con amor... Es la añoranza que queremos ver repetida y cumplida de nuevo en la eternidad feliz del cielo... Lo mismo debe suceder con nuestro Dios de amor... Añorar a ese Dios que es puro amor, en el que obtendremos la mayor de la compensaciones que jamás podremos recibir...
Dios Padre es la suma de las riquezas de los hombres. Sin Él no tendremos jamas la plenitud. Con Él estaremos en la situación más sólida y firme que podemos. No debemos nunca despreciar el llamarlo Padre (y Madre), pues en ese nombre está la suma de los tesoros que podemos recibir los hombres. Nada hay más grande que esto y nada habrá mayor como regalo amoroso de Dios para nosotros...
En este sentido, el Padre se convierte para los hombres en la referencia más importante. Aun en la inconsciencia de vivir lejos de Él, no deja de realizar las obras paternas que cumple a la perfección. Dios sigue amando como Padre, sigue proveyendo como Padre, sigue protegiendo como Padre, sigue aconsejando como Padre, sigue inspirando como Padre, sigue animando como Padre, sigue dando como Padre la fortaleza que se necesita para avanzar... Quien lo hace consciente lo vive con la mayor intensidad. Y quien no, de todas maneras lo tiene asegurado, porque el Padre ama a todos por igual y a ninguno deja de dar sus riquezas...
La cuestión está, entonces, en vivir este tesoro que tenemos con la máxima intensidad posible, para estar en la plenitud, en la felicidad mayor, en la respuesta de amor que nos llena en primer lugar a nosotros mismos, más que al mismo Dios. Nuestra plenitud está en responder a Dios positivamente. No se le aumenta nada a Dios con eso. Somos nosotros los enriquecidos, pues ya Él es infinito en todo. Vivirlo en plenitud nos favorece a nosotros, pues es el regalo de amor que siempre ofrece Dios y que está siempre a nuestra disposición, pues está siempre amándonos...
Por eso, nos conviene a nosotros amar a Dios como Padre. Se trata de reconocer, en primer lugar, que ese amor es absolutamente gratuito. Que existimos por un designio puro de amor, en el que no hay de ninguna manera una razón de necesidad. No es necesario que el hombre exista. Dios no necesita de nosotros. Sólo existimos por un decreto de amor puro y sin lógica. La existencia del hombre y de todo lo creado, siendo una prueba del poder infinito que Dios posee naturalmente, no es en absoluto necesaria, pues Dios no tiene que probar su poder delante de nadie, pues Él es el superior por antonomasia. Lo que debemos hacer es reconocerlo. Y con ello, no le damos nada de lo que Él ya posee... Por ello, la única explicación posible a nuestra existencia es la del amor. Dios nos ama y por ello nos crea... Y ese amor lo hace anidar en nuestros corazones. Dejarse llevar por esa convicción produce en el hombre la respuesta lógica del amor. Si no existes sino por un designio de amor, en el cual no hay ninguna necesidad, debes responder con amor agradecido a quien te ha dado la existencia... Llamar a Dios Padre (y Madre) es reconocer su amor y responder con amor con todo lo que esa palabra -Padre y Madre- implica para cada hombre...
Además, nos conviene escuchar al Padre. Él es la sabiduría infinita. Más aún, es la fuente de cualquier otra sabiduría. Sin Dios no existe ni inteligencia ni voluntad. Lo que poseemos en este orden es también gratuidad de su amor de donación. Sólo en la escucha atenta a sus inspiraciones, tendremos la posibilidad de estar en lo correcto. Jamás nosotros sabremos más de lo que sabe Dios. Y aunque nos parezca absurdo e infantil escuchar siempre su Palabra y atenderla para hacerla nuestra, es allí donde está la seguridad de nuestro camino sólido y firme... Sin la Palabra de Dios no tenemos las indicaciones necesarias para avanzar firmes...
Nos conviene obedecer al Padre. Aun cuando en ocasiones no entendamos lo que nos pide e incluso nos parezca absurdo o imposible, su sabiduría eterna y su "experiencia" de existencia eterna nos aseguran que jamás lo que pida será absurdo o malo para nosotros. No hay como una buena voz de la experiencia para estar seguros de que lo que dicen es lo mejor y de que lo que piden es el camino correcto... Además el amor suficientemente demostrado nos asegura de que lo que Dios nos pide nunca podrá ser contraproducente para el hombre. Quien nos ama infinitamente no podrá jamás lanzarnos al precipicio. Al contrario, sus indicaciones son la manera más segura de alejarnos de él, aunque a veces nos parezca lo contrario. La lógica de Dios es superior a la nuestra. Y eso debemos aceptarlo dócilmente...
A Dios se le añora como a los padres. Quienes tenemos ya a nuestros padres en el cielo, añoramos siempre tener aunque sea un segundo nuevo a su lado, para dejarnos amar con las caricias, los besos y los abrazos que nos daban en vida. ¡Cuántas añoranzas de sus afectos tenemos los que ya no los tenemos a nuestro lado! Nos queda vivir la alegría del recuerdo del beso sonoro, del abrazo apretado, de la palabra sabia, del regaño merecido, de la mano tendida con amor... Es la añoranza que queremos ver repetida y cumplida de nuevo en la eternidad feliz del cielo... Lo mismo debe suceder con nuestro Dios de amor... Añorar a ese Dios que es puro amor, en el que obtendremos la mayor de la compensaciones que jamás podremos recibir...
Dios Padre es la suma de las riquezas de los hombres. Sin Él no tendremos jamas la plenitud. Con Él estaremos en la situación más sólida y firme que podemos. No debemos nunca despreciar el llamarlo Padre (y Madre), pues en ese nombre está la suma de los tesoros que podemos recibir los hombres. Nada hay más grande que esto y nada habrá mayor como regalo amoroso de Dios para nosotros...
miércoles, 18 de junio de 2014
Te darás sólo si antes te posees
La historia de Elías y Eliseo es la historia del maestro y su discípulo. Elías, el estandarte del profetismo israelí, se convierte en referencia para todo el que pertenezca a esta institución. Ningún profeta se le equipara en docilidad, en disponibilidad, en instrumentalidad. Por eso Eliseo le pide nada más y nada menos que los dos tercios de su espíritu como herencia. Y lo obtiene, pues cumple la condición que le había impuesto Elías: "Si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás; si no me ves, no lo tendrás". Para Eliseo eran suficientes los dos tercios, pues el espíritu completo de Elías era inalcanzable y prácticamente imposible, pues era demasiado espíritu para otro profeta... La prueba de que había logrado lo que le pedía es que con el manto de Elías, arrebatado portentosamente a los cielos, golpea el río y éste se abre de par en par, como había sucedido con Elías... Eliseo había logrado lo que deseaba...
Elías pudo dar dos tercios de su espíritu a Eliseo porque lo tenía. Parece una perogrullada, pero no lo es. Elías dejó huella en Eliseo porque antes de imprimirla, la tenía en sí mismo. Dejar marca requiere antes tener esa marca en sí. De lo contrario, es imposible hacerlo. Cuando Elías parte a los cielos arrebatado, deja como herencia lo que tenía. No puede ser donado lo que no se posee. Para donarse, antes hay que poseerse. Es el mismo dinamismo de la vocación. Sólo puede darse a Dios, que llama, quien antes se ha poseído plenamente. Si no, no se tiene nada que dar. La respuesta de donación es antes un realidad de pertenencia. Porque uno se pertenece plenamente es capaz de donarse. Si no fuera así, no hay nada que dar... Elías fue capaz de imprimir su huella en Eliseo, fue capaz de donarle dos tercios de su espíritu, porque su espíritu era plenamente suyo, porque era absolutamente libre, porque no estaba esclavizado a nada que lo atara y le impidiera hacerlo. La herencia que deja Elías a Eliseo es totalmente suya, sin ocultamientos ni rebuscamientos, sin disfraces o esquinas ampulosas. Su transparencia era total, su coherencia era plena, su consistencia era completamente sólida...
Esto es lo que nos pide Jesús cuando exige que nuestros actos de donación, de entrega, de oración, surjan de un corazón transparente, limpio, sin complejidades ni complicaciones. "Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha... Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido... Cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido..." De nada valen sacrificios, limosnas, oraciones, si no son hechas en la presencia de Dios principalmente. Se podrá hacer mucho bien a los demás, pero si ese bien no surge de un corazón convencido, no se está dando uno mismo, que es, en definitiva, lo que se requiere. En la limosna, en el ayuno, en la oración, debe estar nuestro espíritu. Debe ser el mismo movimiento de Elías con Eliseo. Si Elías no hubiera tenido su espíritu no lo hubiera podido dar a Eliseo.
Se trata de una riqueza personal que se da. La donación personal no puede reducirse a un teatro, a una pantomima que quedará seguramente muy hermosa, pero que no implica lo más profundo del hombre. Si su espíritu no está involucrado en la donación, no se está dando nada, aunque se esté dando mucho dinero, se lo esté pasando muy mal por el ayuno, se estén diciendo muchas palabras bonitas en la oración. Dios conoce perfectamente nuestra intimidad, mejor que nosotros mismos. San Agustín lo decía perfectamente: "Dios es más íntimo a mí que yo mismo". En lo más profundo de nuestro ser está Dios. Y sabe muy bien cuáles son nuestras motivaciones más profundas, nuestras alegrías y satisfacciones, nuestras tristezas y dolores. Sabe bien cuáles son las cosas que realmente nos mueven y nos animan a darnos. Más aún, sabe mejor que nadie si nos estamos dando de verdad o si estamos ocultando nuestro ser en acciones buenas, como disfraces...
Si queremos hacer donación de nosotros mismos, poséamonos antes totalmente. No podremos jamás dar lo que no tenemos. Y si no nos poseemos no podremos dar nada, aunque lo demos todo. Es lo que nos pide Jesús. Que en cada una de nuestras acciones esté implicado nuestro ser, que estemos dando nuestro espíritu como lo hizo Elías con Eliseo, que se poseyó totalmente y por eso pudo darse completamente...
Elías pudo dar dos tercios de su espíritu a Eliseo porque lo tenía. Parece una perogrullada, pero no lo es. Elías dejó huella en Eliseo porque antes de imprimirla, la tenía en sí mismo. Dejar marca requiere antes tener esa marca en sí. De lo contrario, es imposible hacerlo. Cuando Elías parte a los cielos arrebatado, deja como herencia lo que tenía. No puede ser donado lo que no se posee. Para donarse, antes hay que poseerse. Es el mismo dinamismo de la vocación. Sólo puede darse a Dios, que llama, quien antes se ha poseído plenamente. Si no, no se tiene nada que dar. La respuesta de donación es antes un realidad de pertenencia. Porque uno se pertenece plenamente es capaz de donarse. Si no fuera así, no hay nada que dar... Elías fue capaz de imprimir su huella en Eliseo, fue capaz de donarle dos tercios de su espíritu, porque su espíritu era plenamente suyo, porque era absolutamente libre, porque no estaba esclavizado a nada que lo atara y le impidiera hacerlo. La herencia que deja Elías a Eliseo es totalmente suya, sin ocultamientos ni rebuscamientos, sin disfraces o esquinas ampulosas. Su transparencia era total, su coherencia era plena, su consistencia era completamente sólida...
Esto es lo que nos pide Jesús cuando exige que nuestros actos de donación, de entrega, de oración, surjan de un corazón transparente, limpio, sin complejidades ni complicaciones. "Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha... Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido... Cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido..." De nada valen sacrificios, limosnas, oraciones, si no son hechas en la presencia de Dios principalmente. Se podrá hacer mucho bien a los demás, pero si ese bien no surge de un corazón convencido, no se está dando uno mismo, que es, en definitiva, lo que se requiere. En la limosna, en el ayuno, en la oración, debe estar nuestro espíritu. Debe ser el mismo movimiento de Elías con Eliseo. Si Elías no hubiera tenido su espíritu no lo hubiera podido dar a Eliseo.
Se trata de una riqueza personal que se da. La donación personal no puede reducirse a un teatro, a una pantomima que quedará seguramente muy hermosa, pero que no implica lo más profundo del hombre. Si su espíritu no está involucrado en la donación, no se está dando nada, aunque se esté dando mucho dinero, se lo esté pasando muy mal por el ayuno, se estén diciendo muchas palabras bonitas en la oración. Dios conoce perfectamente nuestra intimidad, mejor que nosotros mismos. San Agustín lo decía perfectamente: "Dios es más íntimo a mí que yo mismo". En lo más profundo de nuestro ser está Dios. Y sabe muy bien cuáles son nuestras motivaciones más profundas, nuestras alegrías y satisfacciones, nuestras tristezas y dolores. Sabe bien cuáles son las cosas que realmente nos mueven y nos animan a darnos. Más aún, sabe mejor que nadie si nos estamos dando de verdad o si estamos ocultando nuestro ser en acciones buenas, como disfraces...
Si queremos hacer donación de nosotros mismos, poséamonos antes totalmente. No podremos jamás dar lo que no tenemos. Y si no nos poseemos no podremos dar nada, aunque lo demos todo. Es lo que nos pide Jesús. Que en cada una de nuestras acciones esté implicado nuestro ser, que estemos dando nuestro espíritu como lo hizo Elías con Eliseo, que se poseyó totalmente y por eso pudo darse completamente...
martes, 17 de junio de 2014
Si pides perdón, ¿por qué no lo quieres dar?
Sin duda, muchas de las conductas de Dios y de las que nos exige a los hombres son humanamente incomprensibles... La lógica divina es en ocasiones muy distinta a la nuestra. Para nosotros sería mucho más sencillo que Dios pensara y se comportara como un hombre más y que, haciéndolo, no nos pida cosas que consideramos van en contra de nuestra propia naturaleza... Esa lógica de Dios sobrepasa lo que nosotros podemos llegar a comprender e incluso a aceptar... Para hacerlo, tendríamos que deshacernos de nuestras estructuras mentales y afectivas normales, y asumir las de Dios, lo cual nos exigiría dejar de ser nosotros mismos y ser otro distinto... Pues bien, precisamente de eso es de lo que se trata. Que seamos cada vez más parecidos a Dios, que avancemos más en la identificación con Él, pues en esa tendencia es que se encuentra nuestra perfección y nuestra plenitud... Llegar a ese punto es la meta de todos los cristianos. Ya lo dijo San Pablo: "Vivo yo, mas ya no soy yo. Es Cristo quien vive en mí". Llegó a asimilarse de tal modo al estilo de Jesús, a su manera de pensar y de actuar, que se atrevió a decir: "Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo". Él se erige en modelo ejemplar, en el prototipo al que hay que tender. Y se propone, sin atisbo alguno de soberbia o de engreimiento, sino con la máxima humildad, como el ejemplo a seguir...
En esas exigencias divinas, las que nos propone nuestra fe, nos encontramos con llamadas a la perfección que se nos antojan inalcanzables: "Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen y recen por los que los persiguen y calumnian". El movimiento natural que tenemos es a buscar venganza si alguien ha venido a hacernos mal. De ninguna manera es a acogerlos, a orar por ellos, a hacerles el bien. Nadie tiene derecho a hacernos el mal. Y si lo llegara a hacer, pues se ganará nuestra repulsa, nuestra reacción, nuestra venganza. Ese es el movimiento natural humano. Nadie puede venir a pedirnos una manera diversa de actuar y de reaccionar. Pero ese camino no es el perfecto... En primer lugar, porque si fuéramos nosotros mismos los que hacemos el mal, quisiéramos que se fuera comprensivo con nosotros. Quien hace el mal jamás se cree merecedor de los castigos que justamente le corresponderían. Aun cuando pueda aceptar parte de la culpa, pide indulgencia. ¡Qué tranquilidad de espíritu cuando, habiendo hecho algún mal, sabemos que somos perdonados, sabemos que se usa la indulgencia con nosotros, sabemos que el castigo merecido es trasmutado por el amor...! Pues bien, si eso sentimos y vivimos, ¿por qué no desear la misma sensación para los demás que han fallado también? Nadie es perfecto. Ni nosotros ni ellos. Nadie ha nacido con una estrella particular de recepción de buenos tratos. Pero sí queremos que exista esa estrella para nosotros, aunque sepamos que hemos fallado... Entonces, ¿qué hay de malo en que se nos exija a nosotros lo que quisiéramos que se nos aplicara a nosotros mismos? Pensar en esto, hacerlo consciente, discernirlo en profundidad, debe hacernos caer en la cuenta de que no es una exigencia extraterrestre, pues la deseamos nosotros mismos...
Pero, además, es un pensamiento y una conducta que ha asumido el mismo Jesús en su vida. Si alguien hubiera tenido derecho a pedir escarmiento grave para sus ofensores fue Él. El único inocente de toda la historia humana fue al peor que hemos tratado. Quien nunca falló fue el que recibió de los hombres los peores males. Sin haber pecado ni fallado jamás, cargó sobre sí la culpa de todos y asumió el castigo reparador que Dios debía aplicar a los pecadores... Lo que Jesús nos pide no es extraño a Él. A los ofensores, que llegaron incluso a asesinarlo, les devolvió bien por mal, oró por ellos, los amó hasta el extremo. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Fue lo que hizo Jesús. Nos consideró amigos, aun cuando fuimos los que lo llevamos a la Cruz. Y desde el altar del sufrimiento y de la muerte, nos encomendó al Padre: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Si alguien está pidiendo algo que ha cumplido en sí mismo, si alguien está hablando de algo que sí sabe, es este Jesús, entregado hasta el fin por las culpas de quienes han hecho los mayores males. No nos pide nada extraño a lo que ha hecho Él, sino que nos pide lo que Él, Dios y hombre verdadero, ha cumplido en sí mismo...
Por ello, porque nosotros lo desearíamos para nosotros mismos, y porque lo cumplió perfectamente el mismo que nos lo está pidiendo, no podemos hacernos los oídos sordos a esta petición de Jesús. Ese es el camino de la verdadera felicidad. No el de alimentar las ansias de venganza o de retaliación, sino el de poner todo en las manos de Dios. Que sea Él el que juzgue, el que salga en nuestra defensa. Nosotros hagamos lo que nos pide la perfección, que es dejarlo en las manos de Dios, orando por el bien de ellos, por su conversión. En todo caso, Él es el justo por excelencia. Él sabrá a quiénes corresponderá castigo, a quiénes perdón, a quiénes conversión... Como el rey Ajab que arrepentido, habiendo hecho el mal mayor a alguien, como es matarlo, se abandonó a la misericordia de Dios, quien consideró sincera su conversión, y lo perdonó... "¿Has visto cómo se ha humillado Ajab ante mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva; castigaré a su familia en tiempo de su hijo". La justicia de Dios es extraña. Pero es la justicia de Dios. Ya llegará a explicarnos en algún momento ese castigo a su hijo por la culpa de su padre convertido... En todo caso, nos habla de un corazón que está dispuesto a perdonar porque nos ama. Lo mismo que debemos hacer nosotros con nuestros hermanos, todos los hombres...
En esas exigencias divinas, las que nos propone nuestra fe, nos encontramos con llamadas a la perfección que se nos antojan inalcanzables: "Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen y recen por los que los persiguen y calumnian". El movimiento natural que tenemos es a buscar venganza si alguien ha venido a hacernos mal. De ninguna manera es a acogerlos, a orar por ellos, a hacerles el bien. Nadie tiene derecho a hacernos el mal. Y si lo llegara a hacer, pues se ganará nuestra repulsa, nuestra reacción, nuestra venganza. Ese es el movimiento natural humano. Nadie puede venir a pedirnos una manera diversa de actuar y de reaccionar. Pero ese camino no es el perfecto... En primer lugar, porque si fuéramos nosotros mismos los que hacemos el mal, quisiéramos que se fuera comprensivo con nosotros. Quien hace el mal jamás se cree merecedor de los castigos que justamente le corresponderían. Aun cuando pueda aceptar parte de la culpa, pide indulgencia. ¡Qué tranquilidad de espíritu cuando, habiendo hecho algún mal, sabemos que somos perdonados, sabemos que se usa la indulgencia con nosotros, sabemos que el castigo merecido es trasmutado por el amor...! Pues bien, si eso sentimos y vivimos, ¿por qué no desear la misma sensación para los demás que han fallado también? Nadie es perfecto. Ni nosotros ni ellos. Nadie ha nacido con una estrella particular de recepción de buenos tratos. Pero sí queremos que exista esa estrella para nosotros, aunque sepamos que hemos fallado... Entonces, ¿qué hay de malo en que se nos exija a nosotros lo que quisiéramos que se nos aplicara a nosotros mismos? Pensar en esto, hacerlo consciente, discernirlo en profundidad, debe hacernos caer en la cuenta de que no es una exigencia extraterrestre, pues la deseamos nosotros mismos...
Pero, además, es un pensamiento y una conducta que ha asumido el mismo Jesús en su vida. Si alguien hubiera tenido derecho a pedir escarmiento grave para sus ofensores fue Él. El único inocente de toda la historia humana fue al peor que hemos tratado. Quien nunca falló fue el que recibió de los hombres los peores males. Sin haber pecado ni fallado jamás, cargó sobre sí la culpa de todos y asumió el castigo reparador que Dios debía aplicar a los pecadores... Lo que Jesús nos pide no es extraño a Él. A los ofensores, que llegaron incluso a asesinarlo, les devolvió bien por mal, oró por ellos, los amó hasta el extremo. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Fue lo que hizo Jesús. Nos consideró amigos, aun cuando fuimos los que lo llevamos a la Cruz. Y desde el altar del sufrimiento y de la muerte, nos encomendó al Padre: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Si alguien está pidiendo algo que ha cumplido en sí mismo, si alguien está hablando de algo que sí sabe, es este Jesús, entregado hasta el fin por las culpas de quienes han hecho los mayores males. No nos pide nada extraño a lo que ha hecho Él, sino que nos pide lo que Él, Dios y hombre verdadero, ha cumplido en sí mismo...
Por ello, porque nosotros lo desearíamos para nosotros mismos, y porque lo cumplió perfectamente el mismo que nos lo está pidiendo, no podemos hacernos los oídos sordos a esta petición de Jesús. Ese es el camino de la verdadera felicidad. No el de alimentar las ansias de venganza o de retaliación, sino el de poner todo en las manos de Dios. Que sea Él el que juzgue, el que salga en nuestra defensa. Nosotros hagamos lo que nos pide la perfección, que es dejarlo en las manos de Dios, orando por el bien de ellos, por su conversión. En todo caso, Él es el justo por excelencia. Él sabrá a quiénes corresponderá castigo, a quiénes perdón, a quiénes conversión... Como el rey Ajab que arrepentido, habiendo hecho el mal mayor a alguien, como es matarlo, se abandonó a la misericordia de Dios, quien consideró sincera su conversión, y lo perdonó... "¿Has visto cómo se ha humillado Ajab ante mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva; castigaré a su familia en tiempo de su hijo". La justicia de Dios es extraña. Pero es la justicia de Dios. Ya llegará a explicarnos en algún momento ese castigo a su hijo por la culpa de su padre convertido... En todo caso, nos habla de un corazón que está dispuesto a perdonar porque nos ama. Lo mismo que debemos hacer nosotros con nuestros hermanos, todos los hombres...
lunes, 16 de junio de 2014
Difamar es matar
El quinto mandamiento es "No matarás". Su referencia directa es a procurar arrebatar a otro la vida, a asesinar a alguien. Si los mandamientos en general se resumen, como lo hizo Cristo, en el mandamiento del amor -"Amarás a Dios con todas tus fuerzas, con toda tu mente y con todo tu ser, y al prójimo como a ti mismo"-, el mandamiento de No matarás es implicación directa al respeto por la vida porque se ama a Dios y al prójimo. Sólo el amor bastaría para cumplir todos lo mandamientos. Los que se refieren directamente a Dios y los que se refieren directamente al prójimo. No se necesitaría más. Pero, lamentablemente, los hombres necesitamos de "ayas" para poder avanzar en esta comprensión. El amor, muchas veces y tristemente, no es el fuerte de muchos. Por eso son necesarios los mandamientos, en el sentido de propuestas que hacen tener claridad en el aprecio que debemos tener por Dios y por los demás, en todos los sentidos. A fuerza de cumplirlos debemos caer en la cuenta de lo importante que son y de su fundamento principal que es el amor...
Para Jesús el centro de todo es el hombre. Él mismo nos lo ha dicho: "No es el hombre para el sábado, sino que es el sábado para el hombre". Incluso desde el mismo gesto creador del Padre en el Antiguo Testamento, podemos concluir que el hombre es el centro. Allí fue colocado por el mismo Yahvé en el sexto día de la creación, después de haberlo creado todo. Todas las cosas creadas fueron puestas en sus manos, para que él las administrara e hiciera uso de ellas para su propio progreso. Debía echar adelante el mundo, todo lo creado, estando él mismo en el centro. Sin embargo, el hombre, al parecer ha entendido mal el mensaje de Dios. Al haber sido colocado en el medio de todo como centro de gravitación, se consideró a sí mismo como insuperable. Se llenó de soberbia y, colocándose él mismo en ese centro, todo lo puso simplemente bajo su dominio, incluso a los otros hombres... Cuando Dios coloca al hombre en el centro no lo hace para que se crea superior, sino para que se crea servidor de todos. "Yo estoy entre ustedes como el que sirve", ha dicho Jesús, quizás el que más tenía derecho a "sentirse superior". "No he venido a ser servido sino a servir"... "Lo que he hecho lo he hecho para que ustedes hagan lo mismo entre ustedes", dijo después de haber limpiado los pies a los apóstoles. Estar a los pies de los hermanos... A eso se refiere Dios cuando nos dice que estamos en el centro. No a colocarnos allí de modo que vengan a servirnos, pisoteando a los demás, creyéndonos superiores a nadie...
Al comprender bien esto, entendemos entonces que el "No matarás" no se refiere sólo al respeto por la vida física, sino por la vida en general. Todo lo que haga el hombre en función de la búsqueda del bien de los hermanos, en cierto modo va directamente en favor del mandamiento. Y todo lo que haga que dañe a los demás, va contra el mandamiento. Se incumple el No matarás cuando, evidentemente, asesinamos a mansalva. Pero también cuando difamamos, cuando mentimos sobre otra persona, cuando le impedimos por nuestras acciones el acceso a una mejor calidad de vida, cuando promovemos acciones que favorecen a unos sobre otros o contra otros, cuando nuestros intereses personales están por encima e incluso en contra de los intereses generales o de alguien en particular.
El ejemplo de Jezabel en el Antiguo Testamento es clarísimo al respecto. Propone a su esposo, el rey Ajab, escribir un decreto contra Nabot para hacerse de su viña, a lo que se había negado Nabot por ser la herencia de sus padres. El mandato decía así: "Proclamen un ayuno y sienten a Nabot en primera fila. Sienten en frente a dos canallas que declaren contra él: 'Has maldecido a Dios y al rey'. Lo sacan afuera y lo apedrean hasta que muera". Es el colmo de la difamación y de la mentira. El colmo de la búsqueda de privilegios y de satisfacciones personales. El colmo del odio y del ensañamiento contra quien se cruza en el camino de los propios objetivos... Al final, Nabot es asesinado y Ajab queda satisfecho por haber logrado lo que quería. No importaba cómo. Importaba simplemente el qué...
Aun siendo un ejemplo terrible, somos muchos los que seguimos el mismo procedimiento. Nuestras ansias de poder, de riquezas, de privilegios, nos llevan a seguir este mismo itinerario. Nuestro mundo está lleno de muchos Ajabs y de muchas Jezabeles. Pero, dolorosamente, para que hayan muchos Ajabs y muchas Jezabeles, deben también haber muchos Nabots. ¡Cuántos hermanos nuestros han sido pisoteados, hasta procurarles muertes físicas, psicológicas y morales, con tal de obtener los privilegios que se persiguen! Quien así actúa está atentando directamente contra el "No matarás". No se mata sólo asesinando físicamente. Se mata hablando mal del prójimo, mintiendo, difamando, pisoteando famas y nombres de muchos... Quien así actúa, no sólo está asesinando, sino que se está suicidando, pues Dios saldrá en defensa de quien ha sufrido el agravio. Es directamente Él quien defiende al desvalido, al humillado, al perjudicado. El asesino no queda impune, gozando de su victoria mal habida, sino que será escarmentado terriblemente por la ira del Dios que ama a los humildes...
Para Jesús el centro de todo es el hombre. Él mismo nos lo ha dicho: "No es el hombre para el sábado, sino que es el sábado para el hombre". Incluso desde el mismo gesto creador del Padre en el Antiguo Testamento, podemos concluir que el hombre es el centro. Allí fue colocado por el mismo Yahvé en el sexto día de la creación, después de haberlo creado todo. Todas las cosas creadas fueron puestas en sus manos, para que él las administrara e hiciera uso de ellas para su propio progreso. Debía echar adelante el mundo, todo lo creado, estando él mismo en el centro. Sin embargo, el hombre, al parecer ha entendido mal el mensaje de Dios. Al haber sido colocado en el medio de todo como centro de gravitación, se consideró a sí mismo como insuperable. Se llenó de soberbia y, colocándose él mismo en ese centro, todo lo puso simplemente bajo su dominio, incluso a los otros hombres... Cuando Dios coloca al hombre en el centro no lo hace para que se crea superior, sino para que se crea servidor de todos. "Yo estoy entre ustedes como el que sirve", ha dicho Jesús, quizás el que más tenía derecho a "sentirse superior". "No he venido a ser servido sino a servir"... "Lo que he hecho lo he hecho para que ustedes hagan lo mismo entre ustedes", dijo después de haber limpiado los pies a los apóstoles. Estar a los pies de los hermanos... A eso se refiere Dios cuando nos dice que estamos en el centro. No a colocarnos allí de modo que vengan a servirnos, pisoteando a los demás, creyéndonos superiores a nadie...
Al comprender bien esto, entendemos entonces que el "No matarás" no se refiere sólo al respeto por la vida física, sino por la vida en general. Todo lo que haga el hombre en función de la búsqueda del bien de los hermanos, en cierto modo va directamente en favor del mandamiento. Y todo lo que haga que dañe a los demás, va contra el mandamiento. Se incumple el No matarás cuando, evidentemente, asesinamos a mansalva. Pero también cuando difamamos, cuando mentimos sobre otra persona, cuando le impedimos por nuestras acciones el acceso a una mejor calidad de vida, cuando promovemos acciones que favorecen a unos sobre otros o contra otros, cuando nuestros intereses personales están por encima e incluso en contra de los intereses generales o de alguien en particular.
El ejemplo de Jezabel en el Antiguo Testamento es clarísimo al respecto. Propone a su esposo, el rey Ajab, escribir un decreto contra Nabot para hacerse de su viña, a lo que se había negado Nabot por ser la herencia de sus padres. El mandato decía así: "Proclamen un ayuno y sienten a Nabot en primera fila. Sienten en frente a dos canallas que declaren contra él: 'Has maldecido a Dios y al rey'. Lo sacan afuera y lo apedrean hasta que muera". Es el colmo de la difamación y de la mentira. El colmo de la búsqueda de privilegios y de satisfacciones personales. El colmo del odio y del ensañamiento contra quien se cruza en el camino de los propios objetivos... Al final, Nabot es asesinado y Ajab queda satisfecho por haber logrado lo que quería. No importaba cómo. Importaba simplemente el qué...
Aun siendo un ejemplo terrible, somos muchos los que seguimos el mismo procedimiento. Nuestras ansias de poder, de riquezas, de privilegios, nos llevan a seguir este mismo itinerario. Nuestro mundo está lleno de muchos Ajabs y de muchas Jezabeles. Pero, dolorosamente, para que hayan muchos Ajabs y muchas Jezabeles, deben también haber muchos Nabots. ¡Cuántos hermanos nuestros han sido pisoteados, hasta procurarles muertes físicas, psicológicas y morales, con tal de obtener los privilegios que se persiguen! Quien así actúa está atentando directamente contra el "No matarás". No se mata sólo asesinando físicamente. Se mata hablando mal del prójimo, mintiendo, difamando, pisoteando famas y nombres de muchos... Quien así actúa, no sólo está asesinando, sino que se está suicidando, pues Dios saldrá en defensa de quien ha sufrido el agravio. Es directamente Él quien defiende al desvalido, al humillado, al perjudicado. El asesino no queda impune, gozando de su victoria mal habida, sino que será escarmentado terriblemente por la ira del Dios que ama a los humildes...
domingo, 15 de junio de 2014
Dios se presenta como es: Padre, Hijo y Espíritu Santo
Jesús nos revela la intimidad más profunda de lo que es Dios. Nos da su cédula de identidad al enviarnos a "anunciar el Evangelio a toda la creación, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". En su tiempo terreno, Jesús siempre nos habló misteriosamente de esta realidad trinitaria de Dios. Hace diferenciaciones claras sobre la Persona del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo, colocándolas a cada una en un ámbito propio y específico. El Padre es quien lo ha enviado, el Hijo es quien ha aceptado la misión encomendada y el Espíritu es el enviado por ambos para sostener a la Iglesia y a cada uno de los discípulos en la Verdad y en el ánimo de dar testimonio de la salvación. Más aún, al menos en dos ocasiones el Evangelio nos describe a este Dios Trinitario que se hace presente y se deja percibir como tal. En el Bautismo de Jesús en el Jordán, se escucha la voz del Padre y se ve al Espíritu Santo en forma de paloma descender sobre Cristo. Y en la Transfiguración del Señor aparece prácticamente la misma imagen...No es extraña, por lo tanto, esta revelación en la obra de Cristo. Pero sí es extraordinaria, por lo absolutamente nueva. Si alguna revelación nueva nos trajo Jesús, fue la de la intimidad de Dios. Ciertamente, hay atisbos de ella en el Antiguo Testamento, pero no hay claridad, pues se presta a percibirlo todo como una sola realidad. El Espíritu de Dios revoloteaba sobre todo lo creado. La voz de Dios es potente, tanto, como para hacer que cada Palabra pronunciada por Dios sea capaz de hacer existir lo que no existe... En la revelación que hace Dios desde el principio de sí mismo, ya hay esbozada un cierta teología trinitaria.
Evidentemente, esta revelación aún estaba tan en ciernes que era imposible llegar a una conclusión clara sobre esa intimidad más profunda de Dios. Los judíos creían en un Dios único, absolutamente único, sin más complicaciones. Su monoteísmo era radical, sin rebuscamientos ni esquinas ni sombras. Creían, y siguen creyendo, en un único Dios, y no hay espacio para otras ideas distintas. Hablarles, por lo tanto, de "Personas" en Dios, no tiene sentido. Si es un Dios, es uno solo y punto. Eso de Personas distintas en un único Dios no tiene cabida... Y sin embargo, por no aceptar esta realidad, no avanzaron en la comprensión y en la asunción de la Nueva Alianza que vino a establecer la Segunda Persona de la Santísima Trinidad... Llegar a esta conclusión no es fácil, por lo incomprensible. No se llega a ella por razonamientos esquemáticos, sistemáticos o lógicos. No se puede llegar a ella sin fe, sin la vivencia del amor de Dios y sin la confianza que se tiene en quien nos ama y se revela como es y como quiere que lo asumamos. Los santos padres de la Iglesia, teólogos lejanos a la sospecha, al positivismo, al agnosticismo y al racionalismo, simplemente concluyeron lo más sencillo, lo más pertinente: "Dios se revela como es"... Si Dios se revela como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo, es porque es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo. Sin más...
Ante esto, los creyentes tenemos dos vías: asumir o no asumir. Con el derecho absoluto que nos ha dado Dios a comprenderlo, pues nos ha enriquecido con la inteligencia y con la voluntad, con lo cual San Pablo ha concluido: "Desde la creación del mundo, todo lo escondido de Dios, su infinito poder y su divinidad, ha quedado revelado por medio de las cosas creadas", podemos profundizar cada vez más en su conocimiento. Pero ademas de este derecho, tenemos el deber de reconocer que ese conocimiento que podemos tener de Dios es necesariamente limitado, pues Dios sigue siendo una realidad infinita a la que estaríamos intentando meter en una contenedor que no lo es... Avanzando en el conocimiento y la comprensión de Dios, debemos avanzar también en la fe en Él y aceptar, aun cuando no lo podamos comprender o explicar totalmente, lo que hay de misterioso y escondido en su ser más íntimo. La comprensión total se dará sólo cuando ya estemos frente a frente con Él, sin mediaciones que nos pueden entorpecer. Seremos infinitos como Él y podremos estar a su altura para poder asumirlo total y racionalmente...
Podemos negarnos a aceptarlo. Si llegáramos a razonar como los positivistas, tendremos que concluir que no existe, pues no se puede comprobar científicamente su existencia. Si lo hacemos como los agnósticos, nos quedaremos perplejos ante su existencia, pues no se puede creer en algo que no se puede demostrar ni en su existencia ni en su no existencia... Y nos perderemos la vivencia más hermosa que podemos tener los hombres, que es el abandono en el amor, la compensación más radical que podemos tener cualquier criatura humana, que es dejarse amar y cobijar en la fe, aun cuando no se perciba totalmente lo razonable de aquello de lo que se cree... Es la vivencia plena de lo que nos dice el mismo Jesús sobre la motivación última del Padre: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna". Es el amor la clave para la comprensión plena de Dios y de su intimidad. No se trata de que lo comprendamos completamente, aun cuando tengamos derecho a intentarlo. Se trata de que la revelación de Dios más importante es la de su amor por nosotros. El hijo no se siente feliz porque conoce la cédula de identidad de su padre, de su madre, de sus hermanos. Se siente feliz porque sabe que su padre, su madre y sus hermanos, lo aman profundamente y darían su vida por él. Sabe de su existencia no porque nadie se lo haya explicado o porque sepa perfectamente cómo ha sido el funcionamiento de la existencia de ellos, sino porque en esa existencia, de la cual está seguro, ha sentido que lo aman y que viven para él... Así debe ser la vida del creyente y la vivencia de sus convicciones. Sabemos que Dios existe como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo, porque nos ama como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo. Y esto no necesita explicación. Requiere sólo de la convicción que da la vivencia de ese amor. Sé que el Padre existe porque me ha amado como Padre. Sé que el Hijo existe porque me ha amado como hermano. Sé que el Espíritu Santo existe porque me ama como Espíritu Santo y me ha inundado de su amor para que lo pueda vivir a diario en cada momento de mi existencia. Y para que, viviéndolo, pueda yo ser instrumento de ese amor en el mundo para todos mis hermanos....
Evidentemente, esta revelación aún estaba tan en ciernes que era imposible llegar a una conclusión clara sobre esa intimidad más profunda de Dios. Los judíos creían en un Dios único, absolutamente único, sin más complicaciones. Su monoteísmo era radical, sin rebuscamientos ni esquinas ni sombras. Creían, y siguen creyendo, en un único Dios, y no hay espacio para otras ideas distintas. Hablarles, por lo tanto, de "Personas" en Dios, no tiene sentido. Si es un Dios, es uno solo y punto. Eso de Personas distintas en un único Dios no tiene cabida... Y sin embargo, por no aceptar esta realidad, no avanzaron en la comprensión y en la asunción de la Nueva Alianza que vino a establecer la Segunda Persona de la Santísima Trinidad... Llegar a esta conclusión no es fácil, por lo incomprensible. No se llega a ella por razonamientos esquemáticos, sistemáticos o lógicos. No se puede llegar a ella sin fe, sin la vivencia del amor de Dios y sin la confianza que se tiene en quien nos ama y se revela como es y como quiere que lo asumamos. Los santos padres de la Iglesia, teólogos lejanos a la sospecha, al positivismo, al agnosticismo y al racionalismo, simplemente concluyeron lo más sencillo, lo más pertinente: "Dios se revela como es"... Si Dios se revela como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo, es porque es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo. Sin más...
Ante esto, los creyentes tenemos dos vías: asumir o no asumir. Con el derecho absoluto que nos ha dado Dios a comprenderlo, pues nos ha enriquecido con la inteligencia y con la voluntad, con lo cual San Pablo ha concluido: "Desde la creación del mundo, todo lo escondido de Dios, su infinito poder y su divinidad, ha quedado revelado por medio de las cosas creadas", podemos profundizar cada vez más en su conocimiento. Pero ademas de este derecho, tenemos el deber de reconocer que ese conocimiento que podemos tener de Dios es necesariamente limitado, pues Dios sigue siendo una realidad infinita a la que estaríamos intentando meter en una contenedor que no lo es... Avanzando en el conocimiento y la comprensión de Dios, debemos avanzar también en la fe en Él y aceptar, aun cuando no lo podamos comprender o explicar totalmente, lo que hay de misterioso y escondido en su ser más íntimo. La comprensión total se dará sólo cuando ya estemos frente a frente con Él, sin mediaciones que nos pueden entorpecer. Seremos infinitos como Él y podremos estar a su altura para poder asumirlo total y racionalmente...
Podemos negarnos a aceptarlo. Si llegáramos a razonar como los positivistas, tendremos que concluir que no existe, pues no se puede comprobar científicamente su existencia. Si lo hacemos como los agnósticos, nos quedaremos perplejos ante su existencia, pues no se puede creer en algo que no se puede demostrar ni en su existencia ni en su no existencia... Y nos perderemos la vivencia más hermosa que podemos tener los hombres, que es el abandono en el amor, la compensación más radical que podemos tener cualquier criatura humana, que es dejarse amar y cobijar en la fe, aun cuando no se perciba totalmente lo razonable de aquello de lo que se cree... Es la vivencia plena de lo que nos dice el mismo Jesús sobre la motivación última del Padre: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna". Es el amor la clave para la comprensión plena de Dios y de su intimidad. No se trata de que lo comprendamos completamente, aun cuando tengamos derecho a intentarlo. Se trata de que la revelación de Dios más importante es la de su amor por nosotros. El hijo no se siente feliz porque conoce la cédula de identidad de su padre, de su madre, de sus hermanos. Se siente feliz porque sabe que su padre, su madre y sus hermanos, lo aman profundamente y darían su vida por él. Sabe de su existencia no porque nadie se lo haya explicado o porque sepa perfectamente cómo ha sido el funcionamiento de la existencia de ellos, sino porque en esa existencia, de la cual está seguro, ha sentido que lo aman y que viven para él... Así debe ser la vida del creyente y la vivencia de sus convicciones. Sabemos que Dios existe como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo, porque nos ama como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo. Y esto no necesita explicación. Requiere sólo de la convicción que da la vivencia de ese amor. Sé que el Padre existe porque me ha amado como Padre. Sé que el Hijo existe porque me ha amado como hermano. Sé que el Espíritu Santo existe porque me ama como Espíritu Santo y me ha inundado de su amor para que lo pueda vivir a diario en cada momento de mi existencia. Y para que, viviéndolo, pueda yo ser instrumento de ese amor en el mundo para todos mis hermanos....
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