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sábado, 29 de mayo de 2021

La Sabiduría de Dios es Jesús y nos ha sido donada para la felicidad eterna

 EVANGELIO DEL DÍA: Mc 11, 27-33: ¿Con qué autoridad haces esto? | Cursillos  de Cristiandad - Diócesis de Cartagena - Murcia

Una de las categorías que definen a Dios en el Antiguo Testamento es la de la Sabiduría, al punto que es casi una manera de identificarlo. En efecto, la Sabiduría es casi como Dios mismo. Poseer Sabiduría es como poseer a Dios, pues Él es ella misma. Quien se deja llenar de la Sabiduría de Dios está lleno de Dios. No se trata de la definición occidental que damos los que tendemos al racionalismo y llevamos esta realidad solo al plano intelectual. Sin dejar a un lado este aspecto, la Sabiduría teológica se yergue sobre esa consideración y pasa sobre ella, elevándola a una consideración más vital, que abarca toda la vida humana, la del intelecto y la de la experiencia en todos los aspectos de la vida. Ser sabio según Dios es conocerlo lo más posible, saber que es el origen de todo lo que existe, que es el autor de nuestras vidas, que es el proveedor de todos los beneficios que poseemos, que manifiesta su voluntad sobre nosotros, que establece que en el cumplimiento de esa voluntad está la plena felicidad de su criatura, que quiere que haya claridad en que su motivación única en referencia a la actuación en favor del hombre es la de su amor, pues nada lo enriquece más de lo que es ya rico, pues no necesita de nada en sí mismo al ser autosuficiente, que quiere que ese amor sea también la esencia de la vida humana y por ello lo pone como norma de vida fraterna para todos. Conocer a Dios y llenarse de su Sabiduría es asegurar que el camino de la vida propia se dirige al logro de la felicidad plena, que es para lo que hemos sido creados. Dios no ha tenido otra intención al crearnos. Dejándonos a todos en el uso de nuestra libertad, don de su amor, quiere que nos encaminemos hacia la felicidad, asumiéndola naturalmente después de conocer quién es y qué quiere de nosotros desde su amor. La felicidad no puede ser impuesta. Y Dios nunca la impondrá. Debe ser una opción propia, a pesar de que en ocasiones nos pueda parecer que se está lejos de ella. Los avatares de la vida nunca podrán ser suficientes para hacernos descartar el camino que estamos seguros nos llevará a la plenitud. Al contrario, nos pueden servir para asentarnos más firmemente en él con esperanza.

Los teólogos, posteriormente, han identificado a la Sabiduría con la figura de Jesús en el Nuevo Testamento. Si ella ha aparecido desde la revelación de Dios en el Antiguo Testamento, tiene su culminación en el Verbo encarnado. Él será la Sabiduría hecha hombre. Aceptar a Jesús, vivir lo que nos invita a vivir, dejarse arrebatar por su amor, ser conquistados por su obra de rescate, dejarse tomar de su mano para que nos conduzca a la libertad y a la verdad, es, todo ello, vivir arrebatados en la Sabiduría. Si ella es Dios, ella es Jesús. Unido a esto, un cristiano es un hombre sabio. Conocer a Jesús es dejarse llenar de su Sabiduría que, como experiencia vital, nos abre a la búsqueda de la plenitud a la que estamos llamados. Dios no nos ha dejado a nuestro arbitrio en este caminar. Si nos quiere felices, pondrá a nuestro alcance todo lo que sea necesario para que avancemos en ese camino. Y llega al extremo de enviar a su Hijo, que es la Sabiduría encarnada, para que lo conozcamos mejor, nos llenemos de Él y lleguemos a la meta. Los desencuentros de Jesús se dieron sobre todo con los que no podían aceptar que esta Sabiduría divina tuviera una concreción tan clara en el enviado de Dios: "En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron: '¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?' Jesús les respondió: 'Les voy a hacer una pregunta y, si me contestan, les diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contéstenme'. Se pusieron a deliberar: 'Si decimos que es de Dios, dirá: "¿Y por qué no le han creído?" Pero como digamos que es de los hombres...' (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta). Y respondieron a Jesús: 'No sabemos'. Jesús les replicó: 'Pues tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto'". Su autoridad era la de Dios, la de la Sabiduría. Y esto, después de las manifestaciones claras que Jesús había dado ya suficientemente, debía ser descubierto por ellos mismos. Su soberbia y su empeño de desestimar la obra de Jesús les cerraba el entendimiento y la capacidad de experimentar la obra del amor.

En el caminar de la fe, esta debe ser la ruta que debemos seguir los que ansiamos la felicidad y la salvación. Avanzar en el camino de la Sabiduría se debe convertir en una añoranza de tal magnitud que motive todas las fuerzas de nuestro ser. En todo lo que hagamos debe estar presente esta búsqueda sin treguas. En lo cotidiano de nuestras vidas, sin dejar a un lado todo lo que vivimos y hacemos, en nuestra vida diaria, en nuestras relaciones interpersonales, en el cumplimiento de nuestras obligaciones con los nuestros y con el mundo en general, debemos estar siempre disponibles para dejarnos llenar por la Sabiduría con la que Dios quiere enriquecernos. Es el mismo Jesús el que quiere ser nuestra motivación de vida. La Sabiduría dará forma a todo lo que hagamos, procurando que esta sea nuestra impronta. Quien así lo entiende, y está disponible para que la Sabiduría abarque toda su vida, será un hombre plenamente feliz, pues Dios ha donado esa condición para que tengamos esa felicidad y la facilita con el envío de su Hijo, que es la Sabiduría eterna: "Doy gracias y alabo y bendigo el nombre del Señor, Siendo aún joven, antes de torcerme, deseé la sabiduría con toda el alma, la busqué desde mi juventud y hasta la muerte la perseguiré; crecía como racimo que madura, y mi corazón gozaba con ella, mis pasos caminaban fielmente siguiendo sus huellas desde joven, presté oído un poco para recibirla, y alcancé doctrina copiosa; su yugo me resultó glorioso, daré gracias al que me enseñó; decidí seguirla fielmente, cuando la alcance no me avergonzaré; mi alma se apegó a ella, y no apartaré de ella el rostro; mi alma saboreó sus frutos, y jamás me apartaré de ella; mi mano abrió sus puertas, la mimaré y la contemplaré; mi alma la siguió desde el principio y la poseyó con pureza". No existe otro camino para vivir ya ahora esa felicidad plena. Más aún está facilitado por la presencia de Jesús en nuestras vidas. Con Él lo tenemos asegurado. Basta con que nos dejemos conquistar por Él para que tengamos la Sabiduría en plenitud. Esa es la meta de nuestra vida. Es lo que Dios quiere que vivamos todos en nuestra vida cotidiana, en todo lo que hacemos aquí y ahora, y para siempre en la eternidad. Dios nos ama infinitamente y lo facilitará siempre.

domingo, 3 de enero de 2021

La Sabiduría divina nos lleva a conocer el amor salvador de Jesús

 EL “PRIMOGÉNITO” Y EL “UNIGÉNITO” —¿QUÉ SIGNIFICAN EN EL CASO DE  JESUCRISTO? - detrinitatiserroribus.over-blog.es

De entre los grandes misterios por los cuales continuamente nos preguntamos los cristianos, está el de nuestra elección. ¿Por qué nos ha elegido Dios? ¿Cuál es la razón última por la que quiere que seamos suyos? ¿Qué lo ha movido a hacernos existir para que estemos en el mundo y vivamos en él siendo suyos? ¿Por qué no nos ha elegido individualmente, sino que ha hecho de todos nosotros una comunidad fraterna que tiene sentido solo en la vida de solidaridad, abandonando la posibilidad de ser islas que viven juntas pero no unidas? ¿Por qué ha querido dejar en nuestras manos un mundo que es suyo, pero que en su designio amoroso, habiéndolo creado todo bueno, como lo relata el Génesis, nos lo ha dejado como compromiso para que lo hagamos mejor para nosotros mismos, para los hermanos y para el futuro eterno que nos espera? Son preguntas que surgen naturalmente cuando contemplamos nuestra existencia como su fuéramos simples espectadores de ella. Y la primera respuesta que surge espontáneamente desde nuestro corazón convencido del amor de Dios es precisamente esa: Nos ha elegido porque nos ama infinitamente. Solo un amor eterno explica el que Aquel que era autosuficiente en sí mismo desde toda la eternidad, hubiera llegado a tener la "necesidad" de algo externo a Él para manifestar su amor. Hablar de necesidad en Dios es impropio, pues Él no necesita de nada ni de nadie para existir ni para estar satisfecho. Pero lo que sí es cierto es que Él mismo decidió "necesitar" al hombre y al mundo. Aun a sabiendas que ese mismo hombre que surgía de sus manos amorosas y todopoderosas podía ponerse de espaldas a Él por su orgullo, pues era una prerrogativa con la que lo había enriquecido al darle el libre albedrío, la inteligencia y la voluntad, consideró que el regalo que le daba estaba muy por encima del posible error en el camino que tomaría la humanidad. Su amor, en este sentido, era mayor que el riesgo.

Entendemos así el empeño de aquellos grandes predicadores de la primera Iglesia, como San Pablo, insistiendo en la necesidad de un enriquecimiento personal viviendo la Sabiduría divina. Ésta es distinta de la humana, en cuanto la sabiduría intelectual o filosófica apunta a la recopilación de conocimientos de ideas sobre el hombre y sobre el mundo en general que incluso quizás puede que nada tengan que ver con las realidades espirituales. En cuanto se refiere al intelecto humano, éste no tiene por qué tener límites. Pero la Sabiduría divina, la que debe perseguir quien quiere ser buen discípulo de Jesús, es una sabiduría superior, que no se detiene en la realidad tangible, sino que apunta a dejarse iluminar el espíritu para conocer mejor a Dios, a sí mismo y al mundo: "Bendito sea el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos. Él nos eligió en Cristo, antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado. Por eso, habiendo oído hablar de la fe de ustedes en Cristo y de su amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por ustedes, recordándolos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de su corazón para que comprendan cuál es la esperanza a la que los llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos". Es esa Sabiduría la que interesa a los hombres de Dios. La otra sirve para hacer un mundo mejor, que es también objetivo de la estancia del hombre en el mundo, pero que apunta solo a la inmanencia y no a la realidad eterna de plenitud a la que todos estamos llamados.

Esa Sabiduría se identifica con Jesús. Él existe desde siempre y ha estado presente en los grandes acontecimientos de la historia humana y la anterior. Nada se hizo sin su concurso y es la Palabra Creadora y la fuerza del Padre que ha actuado siempre. Por Él fueron creadas todas las cosas. Desde el mismo principio del pensamiento cristiano esta idea está muy clara: "La sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloría en medio de su pueblo. En la asamblea del Altísimo abre su boca y se gloría ante el Poderoso. 'El Creador del universo me dio una orden, el que me había creado estableció mi morada y me dijo: 'Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel'. Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca más dejaré de existir. Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él, y así me establecí en Sión. En la ciudad amada encontré descanso, y en Jerusalén reside mi poder. Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad". Hoy ese pueblo es la Iglesia de Cristo, en la que está asentada su gloria y su salvación, de las cuales gozamos cada uno de los discípulos de Jesús. Y de allí surge nuestra más profunda convicción de fe, que es la de que estamos en las manos más seguras que existen, que son las del Cristo que se entregó por nosotros, para nuestra salvación, por lo cual, aun cuando podamos vivir en medio de dolores y vicisitudes, sabemos que nuestro fin es glorioso: "A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de Él y grita diciendo: 'Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo'. Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer". Ese es Jesús. El que nos ha enseñado la mejor de todas las sabidurías posibles, que es la de sí mismo, la del Padre, la del Espíritu Santo, la Santísima Trinidad que nos acompaña cada segundo, la del mismo hombre como criatura amada, y la del mundo, lugar en el que se llevan a cabo todas las maravillas que ha realizado y seguirá realizando en favor de cada uno de nosotros. Él, de esa manera, nos sigue diciendo que nos ama, que nos ha creado por amor y que nos sostiene en la vida para que nos mantengamos siempre unidos a Él en ese mismo amor.

domingo, 8 de noviembre de 2020

La sabiduría nos llena de la belleza de hoy y nos hace añorar la belleza de la eternidad

 Las vírgenes necias y las prudentes.

Para los estructuralistas, los intelectualistas puros o los positivistas, la sabiduría se reduce simplemente a la adquisición de conocimientos, a lo que vaya añadiéndose al acerbo de cultura, con los más altos conocimientos, las más sólidas ideas, las más firmes argumentaciones. Para ellos, basta que una idea sea razonable, atraiga a la mente, posea excelentes solidez de argumentos, para que ya pase a formar parte del entramado cultural mental de los hombres y sea propuesta como verdad absoluta para todos. En cierto modo, esto es coherente con el origen que hay en la cantidad de dones con los que Dios ha favorecido amorosamente a los hombres. Los conocimientos que puede tener e ir adquiriendo el hombre en el ejercicio de esas cualidades que Dios le ha regalado y que no son de ninguna manera desechables, por cuanto están considerados en el el desarrollo posible de su vida, forman parte del deseo de Dios y de lo que quiere Dios que el hombre tenga para avanzar. Desde que Dios le dio la orden inicial: "Dominen la tierra y sométanla", tenía plena claridad en lo que estaba haciendo y de la riqueza que estaba poniendo en las manos de todos los hombres. Todos están llamados a vivir, a ser los primeros de toda la creación, a desarrollar su vida en la unión con los otros seres que eran como él, a procurar los propios bienes con los que haría su vida mucho mejor, a unir en esa procura de los bienes a los hermanos, de modo que ellos no solo fueran beneficiarios de todo, sino también artífices de los bienes que debían disfrutar todos, con la finalidad altísima y feliz de hacer del mundo un lugar mucho mejor para todos, de modo que la vida fuera más hermosa,  más atractiva, más a propósito para avanzar a una realidad futura que estuviera marcada por la bendición de Dios que en todo caso lo que busca es que todos estén llenos y sean receptores de la mayor bendición que podría recibirse jamás, que es la vida eterna en la que vivirá la humanidad entera y que será definitivamente el regalo final de la vida humana que haya avanzado con fidelidad e ilusión hacia lo mejor que Dios haya querido para todos. El enriquecimiento de los conocimientos que ha hecho posible Dios, de ninguna manera desprecia o desdeña la posibilidad que Él mismo ha regalado. De manera clara más bien ha hecho posible el avance del hombre cuando logra amar más al mismo Creador, lo une más a sus hermanos y lo hace responsabilizarse con más seriedad en la procura de un mundo mejor para sí mismo y para todos.

Por ello hay una insistencia básica en la Escritura que anima a los hombres a entender en el sentido correcto lo que es la sabiduría. No se queda en una comprensión reductiva de los conocimientos intelectuales, que son también válidos pero que se arriesgan a ser parciales. En Dios la Sabiduría no se reduce simplemente a las ideas intelectuales, sino que va a lo vital. La sabiduría llena de ideas, sin duda, pero se enriquece con la vida. Se conoce y se vive. No se conoce solo para aumentar el acerbo cultural, sino que aquello avanza a lo que debe ser vivido. Se conoce para vivir. Si el conocimiento se queda solo en lo intelectual es incompleto. La inteligencia debe manifestarse en la vida. El hombre puede conocer mucho y mejor, pero puede también no vivir nada de lo que ha adquirido en su mente. Incluso puede llegar a darse una injusticia aún más destructiva que es la del uso del conocimiento y de la sabiduría que incumple el bien para el que ha sido donado, y busca solo un aprovechamiento egoísta, incluso en daño de quienes deberían ser los primeros beneficiarios por voluntad divina. Una cosa es quedarse vacío en el solo conocimiento sin vida, pero otra peor y absolutamente dañina es no rendirse ante el bien que desde la sabiduría debe surgir para todos. Estas dos monedas del mal pueden hacer, y en efecto lo han hecho, mucho mal al mundo que Dios quiere que sea mejor para todos. El libro de la Sabiduría nos pone en la comprensión correcta de lo que debe ser esa sabiduría que enriquece al hombre y da de su riqueza a todos: "Radiante e inmarcesible es la sabiduría, la ven con facilidad los que la aman y quienes la buscan la encuentran. Se adelanta en manifestarse a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa, pues la encuentra sentada a su puerta. Meditar sobre ella es prudencia consumada. La sabiduría, evidentemente, no es solo entendimiento formal o intelectual de quien sabe mucho, sino que apunta a algo superior, que lo enriquece a sí mismo, pero que sale de sí hacia el otro y hacia el mundo, que serán definitivamente beneficiados de todo. La sabiduría no se queda solo en la actual, en la realidad de vida cotidiana, sino que nos hace elevarnos a lo eterno y nos ubica correctamente en la experiencia de eternidad a la que está llamado el hombre y el mundo. Así lo enseña San Pablo: "No queremos que ignoren, hermanos, la suerte de los difuntos para que no se aflijan como los que no tienen esperanza. Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual modo Dios llevará con Él, por medio de Jesús, a los que han muerto".

Jesús nos llama a esta vivencia de la sabiduría de la manera que debe servirnos para la comprensión de nuestra realidad cotidiana, en la que cada hecho de nuestra vida en el mundo debe apuntar a la obtención de una riqueza no material exclusivamente, sino vital, que nos haga mejores personas que nos lleven a disfrutar más bellamente de la propia vida en el disfrute de todos los regalos que el Señor ha puesto en nuestras manos, sino en la procura de que todos los beneficios que adquiramos se conviertan en riqueza para todos los nuestros, y haciendo que el mundo sea un lugar más hermoso, feliz y atractivo para todos. llenándonos de las riquezas que ha colocado Dios para nosotros. Se trata de no vivir con la inconsciencia de quien solo vive el día a día, sino asumiendo cada uno la responsabilidad que ha sido puesta en nuestras manos por el Dios del amor, no solo para nosotros, sino para cada uno, en lo cual todos tenemos la misión de multiplicar y de hacer llegar a todos. Es vivir en la alegría del hoy tan hermoso que Dios nos regala día a día, pero con la idea segura de que viene algo superior, que será infinitamente más rico y más hermoso y a lo que también estamos llamados como la culminación de todo lo bello y lleno de esperanza que nos espera en esa eternidad infinitamente hermosa que está preparada para todos. Así nos lo explica Jesús: "Se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: '¡Qué llega el esposo, salid a su encuentro!' Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: 'Dennos de su aceite, que se nos apagan las lámparas'. Pero las prudentes contestaron: 'Por si acaso no hay bastante para ustedes y nosotras, mejor es que vayan a la tienda y se lo compren'. Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: 'Señor, señor, ábrenos'. Pero él respondió: 'En verdad les digo que no las conozco. Por tanto, velen, porque no saben el día ni la hora". La sabiduría es la belleza que podemos vivir aquí y ahora, y la que nos abre las puertas para la experiencia sublime de la belleza eterna. No caigamos en su desprecio y hagamos de ella nuestra mejor aliada hoy y para la eternidad.

martes, 22 de septiembre de 2020

Apuntemos a ser sabios como lo fue María

 Mi madre y mis hermanos

Entre los libros que componen las Sagradas Escrituras nos encontramos con un cuerpo que apunta al conocimiento y a la vivencia de las verdades trascendentes, aquellas que se refieren al saber y a las conductas humanas, más concretamente a las que se conectan directamente con las verdades sobre Dios y a la influencia de éstas en la vida del hombre. Nos referimos al cuerpo llamado "Literatura Sapiencial", o más simplemente "Libros Sapienciales". Puede invitar a la confusión el nombre que se les ha dado, por cuanto en las consideraciones más superficiales del término "Sabiduría" se le da a éste una connotación preferente y casi exclusiva al componente intelectual del hombre, refiriéndolo casi de manera única al enriquecimiento del acerbo mental o al bagaje del pensamiento, cuando la verdad es que el abanico que abarca el mismo, particularmente en lo que refiere a la Palabra revelada, es amplísimo pues tiene que ver no solo con lo intelectual o con el mundo de las ideas, sino que aplica para la totalidad de la vida humana, en cuanto ésta trasciende lo simplemente cerebral y se introduce en todo lo que tiene que ver con el conocimiento a la vez que con la puesta en práctica de las verdades en la vida ordinaria. Para la mentalidad escriturística la sabiduría engloba a todo el hombre, sin parcelarlo, y lo hace comprender como un todo irreductible. En nuestra mentalidad occidental se hace muy sencillo poder hacer dicotomía entre el hombre intelectual y el hombre de la acción. En la mentalidad oriental, aquella en la que fue construido todo el conjunto de la literatura bíblica, es imposible hacer una diferenciación entre el pensamiento y la acción, entre la idea y la conducta, entre la sabiduría y la aplicación. El hombre que conoce es el mismo hombre que actúa, por lo que toda idea con la cual se enriquece tiene inmediata aplicación a la vida. El hombre oriental conoce para vivir, obtiene sabiduría para enriquecer toda su vida, por lo que jamás podrá pretender dejar el conocimiento solo en el plano intelectual sin que ello tenga una inmediata repercusión en su conducta. Para nosotros los occidentales esto es más sencillo. Podemos conocer y no aplicar, aun cuando lleguemos a la conclusión de que aquello conocido sea una verdad fundamental. Fácilmente podemos hacer que el mundo de las ideas se quede en el ámbito de lo solo cerebral sin que pase a formar parte de las conductas. Y, por supuesto, podemos llegar a ser traidores de nuestros propios pensamientos, actuando en contra de lo que sabemos es la verdad. Y se llega incluso a cumplir la máxima que proclama prácticamente el obituario de la riqueza del pensamiento verdadero: "Quien no vive como piensa, terminará pensando como vive".

Así, el aprendizaje para la vida del sabio es obtenido no solo de lo que le venga de su fuente original, que puede ser el mismo Dios, sino de todo lo que tiene a su alrededor, comprendiendo de esta manera que la experiencia de los otros puede ser un instrumento adicional que esa misma fuente divina pone a su disposición: "Los planes del diligente traen ganancia, los del atolondrado, indigencia. Tesoros ganados con boca embustera, humo que se disipa y trampa mortal. El malvado se afana en el mal, nunca se apiada del prójimo. Castigas al cínico y aprende el inexperto, pero el sabio aprende oyendo la lección. El honrado observa la casa del malvado y ve cómo se hunde en la desgracia". De este modo, se entiende que el sabio no será solo el que conoce la verdad, sino el que la pone en práctica, constatando incluso el efecto que tiene esa puesta en práctica en la vida de los que están a su alrededor. La verdad, de este modo, no tiene que ver solo con su fuente, sino con su efecto. Será más sabio quien no solo conoce la verdad, sino el que constata su experiencia en los demás y de ello aprende y se enriquece. La sabiduría, en efecto, va más allá de lo intelectual y se erige reinando en la vida entera. Quien se empeña en encerrase en sí mismo, dándole los propios contenidos a su verdad sin atender a la enseñanza que puede obtener de la conducta de los demás, se arriesga a vivir las desgracias que le pueden procurar su falta de atención, y a repetirlas trágicamente. La sabiduría tiene que ver incluso con la inteligencia práctica. Es más inteligente quien enriquece su sabiduría de la experiencia de los demás y no solo de lo que él mismo se procure, aunque sean verdades fundamentales. También lo que viene de la vida de los otros se convierte en fuente de la propia experiencia de sabiduría y de vida. Está claro que cada hombre tiene como tarea la construcción de su propio sistema de pensamiento, y en ese proceso, la obtención de verdades fundamentales que le den forma original, principalmente atendiendo a la fuente primaria que es el mismo Dios, pero es también consecuente con ello lo que Dios coloca en su camino, como lo es la experiencia de los demás, que puede servir para enriquecer la forma que se le vaya dando a ese sistema propio, a riesgo de que, si no lo acepta, pueda estar equivocando el camino y al final sea juzgado como inepto: "El corazón del rey es una acequia que el Señor canaliza adonde quiere. El hombre juzga recto su camino, pero el Señor pesa los corazones. Practicar el derecho y la justicia el Señor lo prefiere a los sacrificios. Ojos altivos, corazón ambicioso; faro de los malvados es el pecado". La soberbia puede ser lo que haga que en el pesaje que haga el Señor el resultado sea la falta de consistencia.

En nuestra experiencia cristiana la riqueza que nos procura la sabiduría que viene de Dios se ha hecho aún más compensadora. No se queda solo en los conocimientos intelectuales que debemos aplicar para demostrar nuestra sapiencia real, tal como lo vivieron los hombres del Antiguo Testamento que, podríamos decir, se quedaban solo en la repercusión de esa vivencia en la vida del día a día de cada uno, y en su idoneidad delante del Dios que era la fuente de toda verdad, sino que apunta a algo más trascendente que va más allá de lo cotidiano, pues se refiere a lo que marca el futuro que no acaba, a la riqueza de la sabiduría vivida como carga que marca la pauta para la eternidad y para la felicidad que en ella se vivirá. No se trata solo de atender a lo que Dios quiere que se viva en la relación con Él y con los hermanos, sino a la repercusión que tendrá para nuestra vida eterna la manera como lo hagamos. De esa manera, ser sabio y vivir la sabiduría se eleva muchísimo más de una simple exigencia para ser justos a un requisito indispensable para obtener la salvación eterna. Por ello, tener contacto con Jesús es más que un simple hacerse cercano a Él. Es ser sabio con Él y por Él y vivir para Él, como lo entendió su Madre María, que se acercaba a Jesús con todo el derecho por ser su Madre, pero más aún, superando lo doméstico, por ser su discípula: "Vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces lo avisaron: 'Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte'". María, evidentemente, se acerca a Jesús como Madre, y sus "hermanos", miembros del mismo clan familiar, se acercaban aludiendo al mismo derecho de familia. Pero Ella se acerca también como la que ha aplicado de la mejor manera el criterio de sabiduría vital y transformadora al que hace alusión Jesús en su respuesta: "'Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen'". Si alguien atendió a la Palabra de Dios, si alguien se dejó abarcar por la sabiduría divina y no la dejó solo como una simple riqueza personal e intelectual, al extremo de que esa sabiduría la transformó radical y esencialmente hasta hacerla la Madre de Dios, fue Ella. Tanto se dejó transformar por esa sabiduría divina, que en su vientre "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros", transformando no solo su vida, sino la vida de todos los hombres. María escuchó de manera tan diáfana esa Palabra de Dios y la cumplió tan radicalmente, que la encarnó en su vientre y la dio al mundo. Ella es la verdadera sabia, la que nos enseña la manera de serlo también nosotros, y de cómo hacer vida esa sabiduría. Esa es la verdadera sabiduría: La de María, que la escuchó y la hizo suya hasta vivir solo para ella, y que nos la trajo a cada uno con su Sí de amor.

viernes, 28 de agosto de 2020

Esperamos en Dios porque sabemos que nos ama con amor eterno e infinito

 Las vírgenes necias y las prudentes.

La esperanza que viven los cristianos tiene una característica esencial. Ella es activa, mantiene en alerta, no es narcotizante ni paralizante. Tampoco se alimenta de criterios puramente horizontales que pudieran ser una motivación para experimentar la fe mediante portentos o grandes conocimientos, con los cuales el mérito lo tendría quien se esfuerza más por presenciar milagros o quien adquiere más criterios que sustenten lo que cree. Por un lado, el error estaría en colocar la confianza para la confesión de la fe solo en las grandes maravillas que Dios realice y que, si no se hacen presentes, no sería posible sustentar la fe. Y por otro lado, se erraría al colocar la confianza solo en la adquisición de criterios que hagan comprensible la fe, por lo que ella existiría únicamente cuando todo tiene explicación racional y alimente su componente intelectual. Ambas posturas dejan a un lado completamente la acción de Dios por amor en el corazón del hombre. Una sería puro fideísmo sin criterio, y la otra pura intelectualidad vacía de amor. El fideísmo es dañino porque hace ausente al Dios de la vida, al que actúa en lo cotidiano, al que es cercano en cualquier circunstancia vital, al que por estar siempre presente compromete a cada uno a acercarse a Él y a su amor, a no tenerlo lejano contemplándolo solo en lo maravilloso, por lo cual poco influiría en el día a día y no se sentiría la responsabilidad que ha hecho reposar sobre los hombros del creyente de lograr un mundo mejor en el cual viviendo esa cercanía a Él se pueda vivir mejor el bien, el amor, la justicia, la paz, el progreso, por el esfuerzo de cada cristiano. El racionalismo hace daño pues precipita hacia el vacío de la ausencia de amor, hacia la frialdad de lo calculador, con lo cual prácticamente se pretende dominar a Dios al avanzar en su conocimiento, con el consecuente riesgo de la soberbia espiritual que llena de orgullo y vanidad, despreciando a los demás, engreídos por estar llenos de ideas, pero estando vacíos totalmente de la humildad necesaria delante del Dios del amor todopoderoso y de la fraternidad a la que lanza ese mismo amor, por lo que el creyente estaría consciente de que el mundo está en manos de todos y de que el bienestar es un logro que se alcanzará solo con el concurso humilde y desinteresado, movido por el amor, de cada cristiano. Así lo entendió San Agustín, el gran santo y sabio: "El mucho saber hincha. Y lo que estás hinchado no está sano". Si el conocimiento de Dios no va acompañado por el amor y la humildad, se convierte en una arma destructiva de sí mismo y de los hermanos.

San Pablo le salió al frente a estas dos posturas, caracterizadas por las actitudes asumidas, por un lado, por los judíos y por el otro, por los griegos. Los judíos asumieron la del fideísmo y los griegos la del racionalismo: "Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos—, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios". En ambos grupos están presentes los dos extremos. Y la solución del conflicto entre ambas posturas acerca de la comprensión de la fe la ofrece San Pablo en la presentación del escándalo y la necedad de la Cruz, resumen perfecto del amor de Dios por los hombres. No se dará la convicción más pura de la fe ni se llegará a su confesión más sólida si no está presente en ella la realidad más clara del amor de Dios por los hombres, como es la que se percibe en la entrega final del Hijo con el derramamiento de su sangre y con su muerte como ofrenda personal de sí mismo en el altar de la Cruz para rescatar a los hombres de la oscuridad y de la muerte. La única explicación razonable, la única causa de todo, es ese amor que no puede estar ausente jamás. La respuesta de fe debida estará basada, entonces, en la propuesta de amor que hace Dios a los hombres mediante la entrega de su Hijo, la cual es una confesión de amor eterno e inmutable por cada uno de los hombres. El Dios enamorado no quiere producir una respuesta en la que esté ausente el amor, que esté basada solo en lo portentoso o en lo que llena de criterios muy sabios, pero que lo deja a Él fuera de toda consideración de cercanía. Quiere que se le acepte con un corazón humilde y una mente dócil, que sea una aceptación en la que el amor sea componente principal y esencial, sin el cual se vaciaría totalmente de sentido trascendente toda posible respuesta. Así lo expresa claramente San Pablo: "No me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo. Pues el mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden; pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios. Pues está escrito: 'Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces'. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el docto? ¿Dónde está el sofista de este tiempo? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo? Y puesto que, en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación para salvar a los que creen". Por ello, en el mensaje de la salvación, jamás puede estar ausente el anuncio del amor hecho patente en la muerte de Cristo en la cruz.

De allí que Cristo insista en la necesidad de disponer el corazón para la aceptación de esta propuesta de amor eterno de parte de Dios a los hombres. En eso consiste la necesidad de estar siempre vigilantes, como las vírgenes prudentes de la parábola, que con un corazón bien preparado esperaban la llegada del novio. Lo que las mueve es la convicción de que no están esperando ya más nada, sino solo la manifestación final de Aquel que con su entrega en la cruz confesó el amor de Dios que llega hasta la demostración más fehaciente posible. "Nadie tiene amor más grande que aquel que entrega la vida por sus amigos". Es lo que hizo Jesús y lo que nos reveló ya definitivamente el inmenso amor que Dios nos tiene. Ya no hay necesidad de otras demostraciones. Ya no hay que esperar más portentos ni más argumentos convincentes. Nuestro corazón tiene la demostración más clara, la que lo convence definitivamente de ese amor inmutable. Pretender esperar otra cosa sería comportarse como las vírgenes necias que no fueron capaces de mantener sus lámparas encendidas: "Llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: Señor, señor, ábrenos. Pero él respondió: 'En verdad les digo que no las conozco'". Aquella esperanza que no paraliza, sino que lanza a la acción, motivó a las vírgenes prudentes a esperar activamente la llegada del esposo. Ese esposo es Jesús que ya ha demostrado su deseo de esposar a cada cristiano, haciéndolos entrar al banquete celestial con tal de que tengan las lámparas encendidas. Esas son las lámparas que han sido encendidas en la convicción firme de la presencia de Dios en cada segundo de la vida, no simplemente como una entelequia o una idea racional, o como una fábrica de portentos, sino como Aquel que se hizo presente desde lo más sencillo de la vida de cualquier hombre, demostrando su divinidad no en la manifestación maravillosa de poder o en la fuerza de los argumentos racionales irrefutables, sino en lo más sorprendente y absurdo, que fue su fuerza totalmente vencida en la cruz y en la imagen del hombre que pende inerte muerto por la fuerza asesina de sus enemigos, pero que en realidad, paradójicamente, fue la manifestación más gloriosa de su poder por cuanto descubría el amor infinito y eterno que confesó con esa muerte por cada hombre de la historia, a los que venía a rescatar y a los que arrebató de las manos ensangrentadas del demonio, de la muerte y del mal. Nuestra lámpara encendida es nuestro corazón convencido del amor de Dios que responde con ese mismo amor a Él y a los hermanos, a la espera de esa venida gloriosa, después de la cual nos dejará entrar a todos a gozar del banquete de bodas final y del amor y la felicidad que nunca se acaban.