La historia de Elías y Eliseo es la historia del maestro y su discípulo. Elías, el estandarte del profetismo israelí, se convierte en referencia para todo el que pertenezca a esta institución. Ningún profeta se le equipara en docilidad, en disponibilidad, en instrumentalidad. Por eso Eliseo le pide nada más y nada menos que los dos tercios de su espíritu como herencia. Y lo obtiene, pues cumple la condición que le había impuesto Elías: "Si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás; si no me ves, no lo tendrás". Para Eliseo eran suficientes los dos tercios, pues el espíritu completo de Elías era inalcanzable y prácticamente imposible, pues era demasiado espíritu para otro profeta... La prueba de que había logrado lo que le pedía es que con el manto de Elías, arrebatado portentosamente a los cielos, golpea el río y éste se abre de par en par, como había sucedido con Elías... Eliseo había logrado lo que deseaba...
Elías pudo dar dos tercios de su espíritu a Eliseo porque lo tenía. Parece una perogrullada, pero no lo es. Elías dejó huella en Eliseo porque antes de imprimirla, la tenía en sí mismo. Dejar marca requiere antes tener esa marca en sí. De lo contrario, es imposible hacerlo. Cuando Elías parte a los cielos arrebatado, deja como herencia lo que tenía. No puede ser donado lo que no se posee. Para donarse, antes hay que poseerse. Es el mismo dinamismo de la vocación. Sólo puede darse a Dios, que llama, quien antes se ha poseído plenamente. Si no, no se tiene nada que dar. La respuesta de donación es antes un realidad de pertenencia. Porque uno se pertenece plenamente es capaz de donarse. Si no fuera así, no hay nada que dar... Elías fue capaz de imprimir su huella en Eliseo, fue capaz de donarle dos tercios de su espíritu, porque su espíritu era plenamente suyo, porque era absolutamente libre, porque no estaba esclavizado a nada que lo atara y le impidiera hacerlo. La herencia que deja Elías a Eliseo es totalmente suya, sin ocultamientos ni rebuscamientos, sin disfraces o esquinas ampulosas. Su transparencia era total, su coherencia era plena, su consistencia era completamente sólida...
Esto es lo que nos pide Jesús cuando exige que nuestros actos de donación, de entrega, de oración, surjan de un corazón transparente, limpio, sin complejidades ni complicaciones. "Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha... Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido... Cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido..." De nada valen sacrificios, limosnas, oraciones, si no son hechas en la presencia de Dios principalmente. Se podrá hacer mucho bien a los demás, pero si ese bien no surge de un corazón convencido, no se está dando uno mismo, que es, en definitiva, lo que se requiere. En la limosna, en el ayuno, en la oración, debe estar nuestro espíritu. Debe ser el mismo movimiento de Elías con Eliseo. Si Elías no hubiera tenido su espíritu no lo hubiera podido dar a Eliseo.
Se trata de una riqueza personal que se da. La donación personal no puede reducirse a un teatro, a una pantomima que quedará seguramente muy hermosa, pero que no implica lo más profundo del hombre. Si su espíritu no está involucrado en la donación, no se está dando nada, aunque se esté dando mucho dinero, se lo esté pasando muy mal por el ayuno, se estén diciendo muchas palabras bonitas en la oración. Dios conoce perfectamente nuestra intimidad, mejor que nosotros mismos. San Agustín lo decía perfectamente: "Dios es más íntimo a mí que yo mismo". En lo más profundo de nuestro ser está Dios. Y sabe muy bien cuáles son nuestras motivaciones más profundas, nuestras alegrías y satisfacciones, nuestras tristezas y dolores. Sabe bien cuáles son las cosas que realmente nos mueven y nos animan a darnos. Más aún, sabe mejor que nadie si nos estamos dando de verdad o si estamos ocultando nuestro ser en acciones buenas, como disfraces...
Si queremos hacer donación de nosotros mismos, poséamonos antes totalmente. No podremos jamás dar lo que no tenemos. Y si no nos poseemos no podremos dar nada, aunque lo demos todo. Es lo que nos pide Jesús. Que en cada una de nuestras acciones esté implicado nuestro ser, que estemos dando nuestro espíritu como lo hizo Elías con Eliseo, que se poseyó totalmente y por eso pudo darse completamente...
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