La deportación de Israel es, después de la esclavitud en Egipto, la tragedia más grande que vivió el pueblo elegido de Yahvé. Hay que ubicarse bien en el acontecimiento para poder apreciar en toda su magnitud lo que significó para el pueblo de Israel. En Egipto, cuando el pueblo fue liberado por la mano poderosa de Yahvé, tuvieron las demostraciones más claras del favor de Dios. Las plagas no fueron otra cosa que la confirmación de que Dios protege, defiende y se pone a favor de los suyos, y es terrible con los que los atacan. El paso del ángel que exterminaba a los primogénitos de Egipto y a todos los primogénitos que no estuvieran escudados en la sangre del cordero pascual, es la expresión clara de ese colocarse Dios a favor de Israel. Y finalmente, haber atravesado a pie el Mar Rojo con las aguas abiertas como camino a los lados para luego caer sobre los ejércitos egipcios, es la apoteosis del Dios que defiende a su pueblo... Sin duda, luego en el desierto Israel vivió días de penuria y de escasez, de hambre y de sed, que llegaron incluso a reclamar a Dios, el cual no respondió con ira, sino con misericordia y concedió los milagros fabulosos del maná, de las aves del cielo y del agua de la roca... Israel vivió en la liberación de Egipto la protección fehaciente de Dios. Y a pesar de las penurias por las que tuvo que pasar, estaba al final la esperanza de llegar a la tierra que mana leche y miel, que era la promesa de Yahvé desde el inicio...
La deportación de Israel tiene un signo contrario. Ya Israel ha probado los sabores dulces de la tierra prometida, ha establecido su morada en la tierra sagrada que Dios mismo les había puesto en sus manos, ha construido el gran Templo en el cual habita Dios para siempre en medio de ellos, tienen la estabilidad de la institución del reinado, a pesar de haber sido un signo difuminado de rebeldía ante el reinado único y soberano de Dios, sus ejércitos han vencido humillantemente a los de los reyes y pueblos vecinos... Todo lo que ha vivido Israel hasta este momento es el cumplimiento de las promesas hechas por Yahvé, con lo cual quedaba plenamente demostrado su amor, su preferencia, su elección... Y de un momento a otro, todo esto se pierde. El rey de los babilonios, Nabucodonosor, invade Jerusalén, la ciudad santa, y deporta a los principales de la ciudad y del pueblo, dejando sólo a los más pobres, a ese resto de humildes, al cuidado de la ciudad... Después de haber saboreado las mieles del cumplimiento de la palabra de Yahvé, toca ahora perderlo todo. Al salir de Egipto Israel tenía al menos la esperanza de llegar a la tierra prometida. Pero ahora, al salir de la tierra prometida, ¿qué esperanza podía motivar a Israel? La deportación, sin duda, fue más humillante, por cuanto dejaba a Israel sin esperanzas, destruida, abatida, sin nada en las manos. En Egipto no tenían nada, pero tenían la promesa que motivaba sostenerlos en la esperanza. Ahora, en Babilonia, el futuro era oscuro. No había nada más...
Era el castigo que se había ganado Israel por su infidelidad. Dios había cumplido perfectamente su parte, pero Israel no. Fuera de algunos personajes que fueron fieles a Dios, en general, el comportamiento del pueblo elegido fue muy contrario a lo que Dios esperaba. Se llenaron de pecado, adoraron a otros dioses, siguieron la voluntad de los ídolos, se olvidaron de la palabra y de la ley de Dios...La deportación no fue sino la consecuencia física de lo que ya vivían espiritualmente. Se creyeron ya absolutamente seguros y empezaron a creerse imbatibles, considerando que ni el mismo Dios podía llegar a humillarlos. Dios pasó a ser para ellos casi como un muñeco de fácil manipulación... Pero ya sabemos las consecuencias...
Jesús mismo pone la evidencia de quien se cree seguro de poder manipular incluso al mismísimo Dios... "No todo el que me dice: 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo". Está en la misma línea de lo que vivió Israel en la deportación. Los israelitas creyeron que con pronunciar el nombre de Yahvé ya todo estaba ganado, aun cuando su corazón estaba muy lejos de Él... Son terribles las palabras con las que responde el Señor a esta pretensión: "Aquel día muchos dirán: 'Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?' Yo entonces les declararé: 'Nunca los he conocido. Aléjense de mí, malvados'". Dios desconoce a quien lo desconoce a Él. A pesar de prometer una fidelidad inquebrantable, en el momento final pesará principalmente la fidelidad a Él con la que cual se vivió...
No hay otro camino para los cristianos que la fidelidad a la palabra de Dios para ganarse el premio de la eternidad feliz junto al Padre, para vivir la felicidad plena ya desde ahora, en el corazón y en el espíritu. No se puede pretender la hipocresía delante de Dios. Él conoce mejor que nadie nuestro interior y sabe cuáles son las intenciones más profundas que nos motivan. Nos invita a construir sobre roca, no sobre arena. Nos invita a ser sólidos, a no vivir en la cuerda floja, a no permitir devaneos espirituales. Nos invita a la solidez del cumplimiento de su voluntad por amor, sin hacerlo sólo por apariencia... Construir sobre roca es construir sobre el amor, sobre la convicción firme que da el saberse amados y el saber que debemos amar por encima de todo otro movimiento... Es el amor el motor principal de todo. Sin ese amor no hay solidez, no hay vida, no hay nada...
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