domingo, 21 de marzo de 2021

Quien no está dispuesto a sufrir, no está maduro en el amor

 5º domingo de Cuaresma B – Misioneros de África (Padres Blancos)

Amor y muerte en Jesús son inseparables. El Hijo de Dios que se ha encarnado para la salvación de la humanidad, lo hace por un designio de amor infinito del Padre Creador y Sustentador de todo. Ese amor que hizo que diera el paso de crearlo todo y de poner en el centro al hombre, y que prometió un rescate a pesar de que que aquel al que había creado por amor lo traicionó y le dio la espalda con soberbia, queriendo deshacerse de Aquel que está por encima de todo, de cuyas manos había brotado su propia vida. Para Dios no representa ninguna dificultad amar, pues esa es su esencia y su identidad más profunda. Por ello no tiene ningún problema en hacerse la vista gorda ante el pecado del hombre y presentar la opción del perdón, que es el movimiento mas propio del amor. El hecho de que el hombre se haya alejado de Él no es suficiente para hacerlo desistir de su deseo de tener al hombre a su lado, ahora y eternamente. Si el pecado es la muerte del hombre, Dios está dispuesto a destruirlo para transformarlo en vida. Por eso, el amor lo lanza a un paso más comprometido y exigente. La transformación de la muerte en vida es asumir la muerte para destruirla. Y es lo que hará en Jesús: "Esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días —oráculo del Señor—: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: 'Conozcan al Señor', pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor —oráculo del Señor—, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados". Este es el paso que está dispuesto a dar Dios. Una nueva alianza en la que prevalezca la vida y el conocimiento de Dios y de su amor. De eso se encargará Jesús, el Verbo de Dios que se hará carne.

El paso de Jesús es el paso que cumple la determinación de Dios. Ante la necesidad del rescate de la humanidad, desde el amor del Padre Creador, Jesús asume la tarea dolorosa de hacer esa transformación necesaria de la muerte en vida, del pecado en gracia, de la traición en fidelidad. La consecuencia del amor del Padre por el hombre creado por Él, es la muerte del Hijo eterno que se encarna para poder morir. La encarnación del Hijo de Dios viene con toda la carga de consecuencias que implica. Será una vida humana ordinaria, como la de cualquier hombre, naciendo de una familia, creciendo en medio de ella y viviendo el amor humano familiar a tope, educado y cuidado por sus padres, con amistades como cualquiera. Al iniciar su misión, inicia así el trámite del rescate, lo cual le acarrea ya la incomprensión, la persecución, la burla, el rechazo, el aislamiento. Son consecuencias de la fidelidad a la tarea que viene a cumplir, ante un mundo que se ha alejado de Dios, que ha rechazado al amor, y que se ha entregado al mal. La lucha contra el mal no será de ninguna manera suave. Será una batalla cruenta en la que está incluida la muerte del bien, del enviado para el rescate: "Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna". El autor de la Carta a los Hebreos presenta con toda crudeza el periplo que tocará recorrer para lograr la transformación de la realidad. Así es como el hombre pasará de la muerte a la vida. La entrega a la muerte del Verbo encarnado, será la vida del hombre. El hombre ganará la vida por la muerte del Hijo de Dios encarnado.

Al final del trayecto, Jesús, quien ha asumido la misión que le ha encomendado el Padre y todas sus consecuencias, asume que la suerte está echada, que ya no hay vuelta atrás. La realidad le pone a la vista su crudeza: Amor y muerte son inseparables. El amor es seguridad para el dolor. Quien ama tiene que estar dispuesto a asumir el dolor que implica. Y Jesús nos enseña que ese es el camino de la plenitud. No se puede amar realmente si no se está dispuesto a sufrir por ese amor. No es que el amor se convierta por ello en algo que no atraiga o que haya que rechazar pues causará dolor. El camino es a la inversa. El amor le da sentido al dolor. En la vida humana el dolor es una realidad absolutamente segura. Si se quedara solo en dolor, lo más deseable sería desaparecer. El amor, en cambio, en medio del dolor, inyecta ganas de vida, no porque se favorece o se compensa a sí mismo, sino porque el mismo amor busca favorecer al amado, aunque implique sufrimiento. Fue lo que asumió Jesús para cumplir su misión. Él nos dice que sí es posible: "'Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad les digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará (...) Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí'. Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir". En definitiva, el intercambio de la muerte por vida se da, gracias al amor del Padre que envía a su Hijo y al amor del Hijo que asume la misión. Y la muerte del Hijo será, para siempre, la vida del hombre. Así como Él recuperó su vida y su gloria, y está triunfante junto al Padre, así mismo nos toma a todos, muertos por el pecado y resucitados por el amor.

3 comentarios:

  1. Señor Jesús, permítenos ser un consuelo para tu corazón y no nos dejes solos nunca. En cada muerte hay vida este es el mensaje de la cuaresma😌

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  2. En ésta reflexión se refiere Jesús a la cruz y a la muerte que culmina en la resurrección como el grano de trigo que muere para dar fruto.

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  3. En ésta reflexión se refiere Jesús a la cruz y a la muerte que culmina en la resurrección como el grano de trigo que muere para dar fruto.

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