miércoles, 31 de marzo de 2021

Con la entrega de Jesús se cumple la promesa de rescate del Padre

 El Periódico de México | Noticias de México | Columnas-VoxDei | «Os aseguro  que uno de vosotros me va a entregar»

La presencia de Jesús en nuestra historia de salvación es determinante. En innumerables ocasiones, en el Antiguo Testamento, se hace referencia a Aquel que vendrá como enviado del Padre para cumplir la promesa hecha desde el inicio. Jesús es el descendiente de la mujer que va a pisar la cabeza de la serpiente, Aquel que el mismo Dios Creador había anunciado que vendría, para restañar la herida que había provocado el demonio haciendo caer al hombre en el pecado. No podía quedarse indiferente Dios ante el derrumbamiento de la obra que Él mismo había llevado a cabo y en la que había puesto toda su alegría, al realizarla con el mayor amor que surgía de su ser esencial. Para Dios fue un cambio de planes total, por cuanto su designio original era el de una vida de cercanía absoluta con su criatura predilecta, una amistad sin escombros ni obstáculos, una experiencia de encuentro continuo con él para intercambiar sus gestos de amor, una esperanza en una respuesta positiva a sus propuestas de amor, una fraternidad sin fisuras vivida entre todos aquellos que habían surgido de sus manos como hijos suyos y hermanos entre ellos. El plan de Dios tuvo que ser rediseñado inmediatamente, pues ante la debacle de la humanidad por el pecado, tuvo que establecer un nuevo itinerario en el que se incluía como elemento esencial el rescate que debía realizar de ese que se había alejado de su amor a instancias del engaño demoníaco. Pero a Dios no le costó nada reemprender una ruta diversa, pues su motivación principal es la del amor. Y el amor de Dios es todopoderoso, tierno, cercano y está siempre disponible para el hombre. Si se trata de la reestructuración de un plan que contemplaba una amistad profunda del hombre con Dios, no existe ninguna traba en el amor de Dios para llevarlo adelante.

Los anuncios de aquel momento culminante de la historia humana en el que se hará presente el que va a ser quien rescate al hombre de su tragedia, se repiten una y otra vez. La esperanza del pueblo fiel de Yahvé es sólida, pues tienen la experiencia de que ese Dios ni los ha abandonado, ni los abandona, ni los abandonará nunca. Además, de que el Dios de Israel cumple sus promesas con total fidelidad. Ese personaje que se va perfilando en la historia de la salvación, será ese enviado de Dios con poder para restablecer la amistad y la cercanía del hombre con Dios. Los patriarcas se saben prefiguración del gran Patriarca que vendrá. Los profetas, invariablemente, mantienen el gozo en el pueblo con los anuncios de liberación por la llegada del gran Liberador de Israel. El pueblo, en lo más íntimo de su corazón y de su espíritu, escucha los anuncios con esperanza y gozo, pues sabe que con ello, su situación de postración será transformada totalmente: "El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará? Que se acerque. Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará?" La presencia del Salvador es la presencia de Dios que lo envía a salvar a la humanidad. No vendrá a hacer algo por iniciativa propia. Sus palabras y sus acciones serán las que le encomienda el Padre. Hará solo lo que el Padre ordene. Hará lo que visto hacer al Padre y dirá las palabras que le ha escuchado decir al Padre. El plan de salvación del Padre es el que viene a realizar fielmente. Por eso, es un plan de amor por el hombre que implicará la entrega de su amado por excelencia que es su propio Hijo: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo".

El plan de rescate, está dicho, es un plan que contempla el derramamiento de sangre del Redentor. Dios hubiera podido haber decidido otra manera de llevarlo a cabo. Pero escogió esta porque es la que deja más claro para el hombre el amor que Dios le tiene y hasta dónde es capaz de llegar para demostrar ese amor. Quien no comprenda la fuerza de ese amor, no ha entendido nada. La perspectiva para el Hijo de Dios encarnado no es nada auspiciable. Pero es también asumida con amor. Si el amor del Padre por el hombre se demuestra en el envío de su propio Hijo para entregarlo a la muerte -lo cual fue prefigurado en el gesto de Abraham que por amor a Dios estuvo dispuesto hasta a sacrificar a su propio hijo Isaac-, el amor del Hijo es también evidente cuando asume con garbo la tarea que le es encomendada, sabiendo cuál será el final de todo. La compensación definitiva será la de la resurrección como refrendamiento de la victoria sobre la muerte y sobre el mal, y la recuperación de su lugar a la derecha del Padre en la gloria absoluta de la naturaleza humana que está esencialmente unida a Él. Por ello era necesario que se cumplieran todos los pasos necesarios para su muerte: "Mientras comían dijo: 'En verdad les digo que uno de ustedes me va a entregar'. Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro: '¿Soy yo acaso, Señor?' Él respondió: 'El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de Él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!' Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: '¿Soy yo acaso, Maestro?' Él respondió: 'Tú lo has dicho'". La suerte estaba echada. El itinerario está claro. Jesús será entregado a la muerte por uno de los suyos para rescatar a la humanidad entera.

martes, 30 de marzo de 2021

Nosotros decidimos ser Pedro o ser Judas

 Uno de ustedes me traicionará (Juan 13:21-30) - Mundo Bíblico: El Estudio  de su Palabra

Pedro y Judas son personajes centrales en los hechos de la Pasión de Jesús. Existe un cierto paralelismo en las figuras de ambos, por cuanto ambos podríamos decir que son los primeros del grupo de doce apóstoles que el Señor había elegido para ser sus compañeros de camino en el cumplimiento de la tarea encomendada a Él por el Padre Dios. Al primero lo coloca como jefe del grupo y le augura ser el primero de la Iglesia que está fundando Jesús: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia", "Confirma a tus hermanos en la fe", "Te doy las llaves del cielo. Lo que ates en la tierra quedará atado en cielo; lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo". Son múltiples las referencias a esa primacía de Pedro sobre los demás. A él también le vaticina que en el momento álgido del prendimiento, su cobardía lo llevará a traicionarlo, negando conocerlo por tres veces: "Antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces". Al segundo, a Judas, lo nombra el ecónomo del grupo y por ello estaba encargado de llevar el dinero que necesitaban para subsistir. Y en un grupo humano aquel que está encargado de la administración es uno de los más importantes. Ambos, Pedro y Judas, ocupan de esta manera, los dos primeros lugares entre los apóstoles. También a Judas Jesús le advierte sobre su traición "Uno de ustedes me va a traicionar... ¿Quién Señor? Aquel que moja el pan en mi mismo plato". Judas ya había sido invadido por el mal y había acordado con las autoridades religiosas la entrega de Jesús, vendiéndolo como un esclavo. Debió haber sido terrible la experiencia vivida por Jesús, cuando se percata de que los dos primeros entre sus discípulos, son los primeros que claudicarán cuando se presenta el mal con sus fauces mortales.

Pero el fin de ambos es muy distinto. Judas es el traidor en su expresión más clara, pues aún percatándose del error inmenso que había cometido, arrepintiéndose de lo que había hecho, nunca dio por buenas las palabras de perdón y de misericordia que Jesús tantas veces había pronunciado, sino que desconfiando del amor de Dios y no permitiendo que su pecado, aun siendo tan grave, fuera puesto en las manos del Dios de misericordia y restañado en raíz en su espíritu atormentado por la culpa. Terminó su vida suicidándose, colgándose de un madero. A su traición añade un mal mayor, que es el de la desconfianza en Dios. No fue tan grave para él la venta de Jesús como esclavo, como el alejamiento de la misericordia de Dios. Aquello, en la dinámica del amor, hubiera podido ser perdonado. Jesús mismo en su Cruz pidió el perdón para quienes lo estaban asesinando: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Su suicidio es aún más grave, pues es echar un muro infranqueable entre la culpa horrorosa que lo oprimía y la mano amorosa y misericordiosa de Dios que estaba tendida para él. El fin de Pedro toma una ruta muy diversa, pues es la ruta de la confianza en el perdón y la misericordia divinos. Después de haber negado a Jesús, habiéndole asegurado previamente una fidelidad sólida -"Simón Pedro le dijo: 'Señor, ¿adónde vas?' Jesús le respondió: 'Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde'. Pedro replicó: 'Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti'"-, la mirada de Jesús, ya condenado, y la mirada de Pedro se encuentran, y no son necesarias las palabras para que Pedro pudiera entender que Jesús aceptaba su arrepentimiento y lo perdonaba de haberlo negado: "Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro... Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente". El pecado de Pedro siendo casi tan grave como el de Judas, pues era igualmente una traición, al ser reconocido por él, no obtuvo de Jesús ni siquiera una reprimenda, sino solo un derramamiento de amor en el perdón.

Las rutas de ambos tomaron burladeros totalmente contrarios. Judas, seguramente, no podemos afirmarlo con rotundidad pues nadie conoce la suerte de los que han muerto, fue condenado por su traición y por su falta de confianza en Dios y en su misericordia. No pudo ser perdonado porque no se acercó a pedir el perdón. Pedro fue rescatado de su culpa, gracias a su arrepentimiento, a su humildad, a su confianza en el mensaje de amor y de misericordia que tanto había repetido Jesús y en el que insistía continuamente. Incluso en un gesto inusitado de delicadeza de parte de Cristo, después de resucitado, le pregunta por tres veces si lo ama, a lo que responde Pedro sin dudarlo que sí. Las tres afirmaciones de su amor por Jesús cancelan por completo las tres negaciones de la pasión. En la mente de quienes meditarán en este misterio debe quedar la afirmación de Pedro, más que su negación. Nosotros hoy podemos decidirnos por ser Judas o por ser Pedro. Nuestra vida de pecado es prácticamente nuestra vida de normalidad. Aun cuando luchamos por nuestra fidelidad a Dios, nuestra debilidad nos hará trastabillar una y otra vez. No se trata de ser pesimistas ante nuestra vida de fidelidad a Dios, sino de ser realistas y de asumir nuestra condición de debilidad. Ante esto, podremos bajar la guardia en la batalla contra el mal y entregarnos a él, siendo vencidos incluso antes de luchar, y desconfiando de la gracia divina que nos acompaña para poder vencer en el enfrentamiento contra el pecado, y ser unos Judas más traicionando a Jesús, a su amor y a su misericordia, cometiendo un suicidio espiritual. O podemos ser como Pedro, asumiendo nuestro pecado, arrepintiéndonos de él y dejándonos abandonados en el corazón amoroso de Jesús que pugna por recibir a quien se humilla ante Él y por perdonar su culpa, por muy grande que sea.

lunes, 29 de marzo de 2021

El mejor amigo, Jesús, nos quiere hacer amigos de Dios

 María Magdalena unge los pies de Jesús con perfume de nardos. | Mary of  bethany, Lds art, Jesus pictures

En Jesús el sentido de la amistad estaba muy arraigado. Él ha entendido su misión como la acción a favor de restablecer la amistad del hombre con Dios. Una amistad que tiene su origen en la filiación del hombre que ha sido creado por Dios y ha sido colocado en el centro como criatura principal para que dominara todo lo creado. En este sentido, podemos entender la amistad como ese compartir bienes desde el amor, en cuyo caso se convierte, vista la relación de Dios con el hombre, en compartir sus bienes mayores, como lo son su capacidad de amar, su libertad, su inteligencia, su voluntad. Dios, de esta manera, sería ya no solo el Creador y Sustentador, sino que se convertiría en el mejor amigo del hombre dado que le ha proporcionado todos los beneficios posibles. Y más allá, la amistad para ser tal requiere de reciprocidad. La otra parte debe estar también siempre dispuesta a compensar con su esfuerzo todos los beneficios que recibe. Por ello, Dios pide al hombre que responda con su entrega, con su humildad, con el acatamiento de su voluntad de bien, con su fidelidad. No cumplir su parte sería una deslealtad y una traición a la amistad. Y eso fue el pecado de la humanidad: no haber acatado las reglas de la vivencia de la amistad e incumplir la parte que le correspondía. Quedaban entonces dos opciones: o ser subyugado por el que tiene el poder, o ponerse de tal manera en contra de esa amistad ofrecida y llegar a hacerse enemigo declarado. Lamentablemente, el hombre, en su historia personal, decidió mayormente el camino de la enemistad, viendo a Dios casi como un adversario en vez de verlo como su mejor compañero de camino. Con la pretensión de una autodeterminación en la que quedaba con las manos vacías pues buscaba darse a sí mismo los bienes que recibía de Dios, que era su único origen, solo logró, y aún sucede así, tener un futuro de desolación y de frustración, pues jamás logrará tener la compensación añorada. La amistad rota es la debacle para el hombre. Aún así, a pesar de tener a la vista la traición a la amistad del hombre, Dios está siempre dispuesto a tender la mano para seguir ofreciendo la dulzura de ser amigo suyo.

La obra de Jesús es la del enviado para recuperar y restaurar la amistad que ha sido rota por el pecado. Cada una de las palabras y las obras de Jesús van en la línea de convencer al hombre de que la mayor ganancia para él es el restablecimiento de la amistad con Dios. Por eso, después de un cierto tiempo con los apóstoles, en el que fue dándose a conocer como el Mesías Redentor, el enviado del Padre para lograr el rescate del hombre perdido por el pecado, es capaz de decirles su nueva condición: "Ahora ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; ahora los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre". Ese es el legado de la amistad que ofrece Jesús a los suyos: conocer todo lo que el Padre le ha enviado a decir y a transmitir, con el añadido de que lo hará en la mayor demostración de amistad que se puede hacer, que es la entrega incluso de la propia vida en favor de aquellos que son considerados sus amigos. Esta es la razón última de la amistad espiritual de Jesús con el hombre, que busca la restauración de la amistad con el Padre Dios. Y que tiene su concreción en aquellos hombres y mujeres con los que se encontró y con los que vivió relaciones intensas, de mayor intimidad que la que vivía con otras personas con las cuales los encuentros eran menos intensos. Es el caso de los hermanos de Betania, Lázaro, Marta y María, con los cuales Jesús vivía una verdadera y sólida amistad. Era tan sólida que en los días previos a su pasión decide visitarlos, viajando desde Jerusalén hasta Betania. Así Jesús honraba esa amistad de años: "Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa". Este encuentro de los amigos se nos ocurre fresco, distendido, informal. Era el encuentro de los amigos que se aman. Pero crea resquemores entre algunos. Judas se queja del perfume que es derramado por María sobre los pies de Jesús y los enemigos de Jesús se molestan porque Lázaro, resucitado por Jesús es un imán para creer en el Salvador, y por eso deciden asesinarlo también a él, además de a Jesús. La amistad tendrá siempre también sus opositores.

Pero Jesús tiene muy clara su misión. Él ha sido enviado a sanar la herida del hombre por el pecado. Sabe muy bien que su labor va en función de recuperar al hombre para Dios, de ponerse del lado de los oprimidos, como ya estaba incluso profetizado por Isaías y es retomado por Jesús en su primera intervención en la sinagoga: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos". Jesús ofrece restañar la amistad con todos los hombres, pues no excluye a nadie, pero lo hará principalmente con aquellos que han sufrido más, pues han sido perjudicados por las autoridades religiosas, por los poderosos, los enemigos de Dios. Para ellos el concepto de amistad con Dios no existe. Su dios son ellos mismos y los ídolos del poder, del placer y del tener ante los cuales se han rendido. Su amistad la han pactado con lo que ellos consideran son sus mayores beneficios. La verdad es que se convierten así en los más desdichados por cuanto el servicio a esos dioses que desaparecen termina siempre en la oscuridad y en la tragedia de una vida personal para toda la eternidad. La amistad de Jesús con los hermanos de Betania es el ideal de lo que Dios quiere que vivamos con Él. Una cercanía fresca, ágil, natural, con nuestro Padre Dios. Asumiendo su superioridad sobre cada uno de nosotros, poner todo nuestro ser en sus manos, como lo ha hecho Él, para compensar la riqueza de ser sus amigos: "Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas. Esto dice el Señor, Dios, que crea y despliega los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, da el respiro al pueblo que la habita y el aliento a quienes caminan por ella: 'Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la  cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas'". Esa es la obra de Jesús: lograr que cada hombre de la historia viva esa amistad absolutamente compensadora con Dios, viviendo en su amor y en su esperanza.

domingo, 28 de marzo de 2021

Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Salvador, nuestra liberación

 Semana Santa: 9 datos que debes saber sobre el Domingo de Ramos

Se acerca ya el momento de la culminación de la tarea que vino a realizar Jesús, enviado por el Padre para el rescate de la humanidad. El encuentro de la multitud que está en Jerusalén por las fiestas de Pascua judías con el Jesús que entra triunfante montado sobre un pollino, como cuando se trata de un Rey, es un encuentro gozoso de ese pueblo humilde que ha cifrado sus esperanzas en Aquel que ha venido para lograr su liberación y el restablecimiento de la paz. Él es el Rey humilde que viene sobre un asno joven, símbolo también de la sencillez con la que Él se presenta, de la pureza pues es un pollino imberbe, y de la paz que trae a los hombres. Ese pueblo sencillo añora la liberación del yugo que los oprime. Es cierto que algunos confunden esa liberación como enfrentamiento con el poder establecido del imperio dominante. Pero muchos saben, porque Jesús lo ha dejado claro ya anticipadamente, que su obra no es contra una autoridad humana específica, sino contra el mal en general que se ha adueñado del mundo. La liberación que trae Jesús es una liberación espiritual. Es arrancar al hombre de las garras del pecado, del alejamiento de Dios, del enfrentamiento entre hermanos, que sin duda tendrá repercusión en la manera de ejercer el poder y el gobierno de la autoridad ante el pueblo. La gente ve en Jesús una luz de esperanza que los motiva y les da unas ganas nuevas de vivir, principalmente, ganas de ser de nuevo de Dios, el pueblo elegido y favorecido en todo por el Dios que los ha convocado como pueblo. Por eso gritan exaltados ante el paso de Jesús: "Hosanna al Hijo de David. Hosanna al que viene en el nombre del Señor".

Este entusiasmo del pueblo al ver la presencia de Jesús entre ellos, y que entra triunfante en la ciudad, se verá trastocado súbitamente. Ese pueblo entusiasmado será de nuevo manipulado por las autoridades religiosas y civiles y en el juicio contra Jesús se oirán más bien las voces que pedirán su crucifixión. Anteriormente se oían los gritos entusiasmado exaltando a Jesús. Luego, solo se oirán las voces que piden su condena y su muerte. Es un retrato de la humanidad que se deja manipular por el mal, y se coloca contra el Dios que busca solo su bien. No hay manera de conjugar el entusiasmo inicial con el ensañamiento posterior, si no es desde la óptica del mal. Los hombres que miran hacia el mal como si fuera su beneficio, son los que fácilmente se colocan contra Dios y su obra de amor y de liberación. Para ellos no valen de nada todos los acontecimientos previos en los que Jesús ha dejado su mensaje de amor y de paz, en los que sus obras hablan de un poder divino que ha actuado para establecer el Reino de Dios en el mundo con las maravillas y los portentos que realiza. Todo eso pierde su valor ante el ansia de sangre que les es inoculado por esas autoridades manipuladoras que quieren eliminar a Jesús para no perder todos sus privilegios. Así, después del momento de gloria que vive en su entrada triunfal, Jesús asume ya la carga de dolor que vivirá con su pasión y su muerte: "Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo  ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre". La suerte está echada. El rescate se saldará con sangre. Y será la sangre del Hijo de Dios hecho hombre por amor a nosotros, que asume su misión con gallardía: "Que no se haga mi voluntad sino la tuya", le dice al Padre.

La Pasión de Jesús es el trance que da un triunfo pasajero al demonio. Significa la asunción sobre sus espaldas de todos los pecados de la humanidad de todos los tiempos. El peso espiritual de ellos es más terrible que el peso físico de la Cruz. Si la Cruz le hizo caer tres veces, los pecados lo mantienen pegado al suelo por el que camina hacia el Gólgota. Fue un momento de dolor extremo, por cuanto no solo era castigado físicamente, sino que recibía el castigo de la traición de los suyos, la traición de Judas, las negaciones de Pedro, la huida de todos sus seguidores, el abandono radical de quienes lo seguían entusiasmados. Veían al Maestro vencido y así veían también frustradas todas sus esperanzas. No terminaron de comprender ni de aceptar nunca que la redención pasaba por la entrega, por el dolor, por el derramamiento de sangre y que terminaba en la muerte. Jesús lo había anunciado así, pero ellos no terminaron de asimilarlo. Por ello, Jesús llega al extremo de clamar al Padre su presencia: "Padre, ¿por qué me has abandonado?" Su sufrimiento era tan cruel que se vio absolutamente solo, incluso abandonado por Dios. Pero este grito aparentemente desesperanzado de Jesús al Padre, lejos de ser demostración de frustración total, es una manifestación clara de confianza y de esperanza. Jesús sabe que el Padre no lo puede abandonar en este momento. Si el amor de Padre fue el que le encomendó esa misión, no iba a dejarlo solo en el momento más álgido del cumplimiento de la tarea. Él mismo sabía todo lo que tendría que vivir en su obra de redención, y confirmaba el triunfo final de la vida: "El Hijo del hombre será entregado a los ancianos y a los sumos sacerdotes ... pero al tercer día resucitará". Es la obra del Padre que Jesús sabe muy bien que será cumplida. El grito de auxilio de Jesús es la confirmación de su confianza en que el Padre también hará su parte en toda esta obra. Es el mismo grito que debemos dar todos los hombres que estamos sumidos en el dolor y en el sufrimiento. Pedirle al Señor que no nos abandone, que haga su parte y salga en nuestro auxilio. Y así como cumplió con Jesús, cumplirá también con cada uno de sus hijos que claman ante Él y ante su amor. Mientras tanto, viviremos la calamidad del dolor que corresponde a nuestras culpas, pero con la esperanza de ese triunfo final del amor que no debemos dudar jamás de que vendrá: "Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: 'Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios'". El Hijo de Dios cumplirá su tarea. Será acompañado y liberado por el Padre. Y todos nosotros recibiremos el beneficio de nuestra liberación.

sábado, 27 de marzo de 2021

Toda nuestra realidad será transformada en el amor

 Archidiócesis de Granada :: - “Conviene que uno muera por el pueblo y no  perezca la nación entera”

Las autoridades religiosas de Israel deciden la muerte de Jesús. La palabra profética de Caifás es determinante para comprender el por qué de la muerte de Jesús: "Ustedes no entienden ni palabra; no comprenden que les conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera". El mismo evangelista San Juan afirma el sentido de esta frase: "Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos". La muerte de Jesús no se podía ver entonces solo como un acto de ruindad de las autoridades, aunque efectivamente lo era, pues veían en peligro su predominio espiritual sobre el pueblo, sino que había que verlo desde la óptica de la fe y de la historia de salvación. Desde el mismo principio estaba establecido por Dios que la satisfacción por el pecado y la traición del hombre se daría a través de la entrega voluntaria de aquel descendiente de la mujer que pisaría la cabeza de la serpiente, es decir, del demonio, pero que a su vez Él sería herido en su talón. Esa herida del talón es el dolor, el sufrimiento y la muerte que sufriría el Hijo de Dios que acepta el encargo del Padre. Podríamos afirmar que en cierto modo el Verbo eterno conocía perfectamente cuál sería su itinerario y que el fin de su ser encarnado era el de la muerte. No era extraño para la divinidad ese final. Aún así, demostrando su pertenencia total a la raza humana, siente que aquello que le tocará vivir será muy cruel y doloroso. Por ello, pide al Padre, en la previsión de ese dolor que le tocará vivir, ser liberado de esa hora y que el cáliz que le tocará beber pase de Él. Aún así, aun cuando su naturaleza humana se rebela, asume totalmente la tarea y se encamina valientemente a la meta final de su obra de rescate. Ese paso decisivo de Jesús es el que logra la salvación de la humanidad. Contemplar este gesto es ya suficiente para sentir el gozo de saber que Dios mismo ha hecho la obra que nadie más podría hacer para la liberación del hombre. Si nos hubiera tocado a los hombres hacerlo, jamás hubiéramos podido lograrlo. Solo el Hijo de Dios encarnado podía lograrlo y por ello lo asume como su tarea. Es el gozo de la libertad recuperada gracias al sacrificio voluntario del Hijo hecho carne.

Son muchas las ocasiones en las que Dios promete esta obra de rescate. Y también son múltiples las demostraciones de infidelidad y de falta de amor del pueblo hacia Dios. Una y otra vez el Señor da una nueva oportunidad a Israel de volver a Él, de vivir bajo su mando, de cumplir su voluntad, de profundizar en su experiencia de fraternidad. La historia de Israel es un claroscuro evidente. Tan pronto se compromete con Dios y asume con supuesta responsabilidad el compromiso, como posteriormente abandona su palabra empeñada y le da de nuevo la espalda a Dios, obnubilado por las ofertas del mundo, con la consecuente frustración del pacto de fidelidad con Dios. Pero es extraordinaria la paciencia de Dios que una y otra vez quiere levantar de nuevo al pueblo para que no caiga en el abismo que significa alejarse de Él y de su amor. En cada ocasión de traición del pueblo, vuelve a tender la mano para ofrecer el camino de la auténtica felicidad: "Recogeré a los hijos de Israel de entre las naciones adonde han ido, los reuniré de todas partes para llevarlos a su tierra. Los haré una sola nación en mi tierra, en los montes de Israel. Un solo rey reinará sobre todos ellos. Ya no serán dos naciones ni volverán a dividirse en dos reinos. No volverán a contaminarse con sus ídolos, sus acciones detestables y todas sus transgresiones. Los liberaré de los lugares donde habitan y en los cuales pecaron. Los purificaré; ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. Mi siervo David será su rey, el único pastor de todos ellos. Caminarán según mis preceptos, cumplirán mis prescripciones y las pondrán en práctica. Habitarán en la tierra que yo di a mi siervo Jacob, en la que habitaron sus padres: allí habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre, y mi siervo David será su príncipe para siempre. Haré con ellos una alianza de paz, una alianza eterna. Los estableceré, los multiplicaré y pondré entre ellos mi santuario para siempre; tendré mi morada junto a ellos, yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y reconocerán las naciones que yo soy el Señor que consagra Israel, cuando esté mi santuario en medio de ellos para siempre". La paciencia del Señor es extrema, porque ama infinitamente, y ofrece siempre al pueblo el mejor futuro posible, a pesar de su infidelidad.

Y con Jesús, todas las promesas de bienestar, aquellas que darán como consecuencia disfrutar de todas las bondades que el Señor derramará por su misión cumplida, llegarán a su cumplimiento perfecto. "Aquí estoy, Señor, para hacer su voluntad", ha dicho el Hijo encarnado. Llegó el momento del establecimiento del Reino, con todas sus bondades. Ese Reino es la nueva creación de todas las cosas, la que supera infinitamente aquella primera, con todo lo portentosa que resultó. Es dar a todo el nuevo cariz del amor y del rescate, lo que logra que la realidad que ha sido tan brutalmente dañada por el pecado del hombre, adquiera de nuevo su belleza y su fragancia, y aún mayor que la anterior realidad de lo creado, pues es revestida de la gloria que adquiere gracias al sacrificio redentor y a la resurrección que viste de gloria toda la creación. Es el momento de gloria de la humanidad. Ciertamente de parte de la humanidad solo ha sido puesto el Verbo encarnado y su entrega. A lo que se puede añadir la identificación con Él de quienes creyeron que era el enviado del Padre y pusieron en Él la esperanza de que todo lo prometido por el Padre en la antigüedad se cumpliría con su obra. Por eso, la humanidad entera vive un momento de oro. Es el momento celestial de la reincorporación a la vida divina, mediante la gracia que Dios derrama en la muerte y resurrección del Hijo. De esta manera, se entiende que vivir con intensidad esta realidad no puede ser hecho de otra manera que en el gozo y la plenitud de la alegría que da el saber que nuevamente la promesa del Señor se ha cumplido. Y ésta, la más importante de todas, pues es la que abre el camino de la vida a la plenitud definitiva de la felicidad y del amor en Dios, ya que será para toda la eternidad. Por ello, no tiene sentido quedarse solo en la contemplación de la realidad actual, aunque es importante pues es lo que vivimos. Existe una vida que es la que vivimos cotidianamente que sigue teniendo su carga de dolor, de dificultad, incluso de sufrimiento, que hay que tener en cuenta. No es para nada despreciable esta realidad. Pero junto a ella debemos tener también siempre la convicción de que todo eso cambiará, que el dolor finalizará y que será la alegría de vivir en el amor y en la plenitud de Dios lo que imperará eternamente.