viernes, 30 de abril de 2021

Con Dios, lo tenemos todo. Sin Él, no tenemos nada y somos nada

 Oración del viernes: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre  sino por mí» - MVC

"Quien a Dios tiene, nada le falta", dijo Santa Teresa de Jesús en una de sus bellísimas poesías. Poseer a Dios es poseerlo todo, no tener falta de nada, pues en Él está todo lo que necesita el hombre. Desde que nos creó dejó en nosotros el ansia de eternidad, pues nos hizo seres no solo materiales, sino que puso la componente espiritual que nos hace elevar la mirada por encima de la realidad que nos circunda. Nos hizo indigentes, en el sentido de necesitados. Necesitados de Él, de su amor, de su providencia, de su misericordia, de su perdón, de su salvación. Sin Él, nada de eso lo podríamos obtener. Y lo tenemos gracias a su amor por nosotros, que nos procura todos los beneficios necesarios, espirituales y materiales. Y nos hizo seres necesitados no solo de Él, sino de los demás. Nos hizo seres comunitarios, cumpliendo con la sentencia del origen: "No es bueno que el hombre este solo". Por ello, no solo se ofrece Él a sí mismo como apoyo para nuestra vida, sino que pone en nuestra existencia a todos los demás seres de la creación, en particular a los demás hombres, para que sean ayuda, auxilio y apoyo para una mejor vida. Y los pone también para que nosotros hagamos gala del ser comunitario que es nuestra marca, en el ejercicio de la fraternidad más pura y más solidaria que podremos mostrar. Son todas dádivas graciosas del Dios del amor, por lo cual nos hace sentir privilegiados, al ser Él quien nos llena de la sensación de no necesitar de nada más para vivir. Él es la fuente de todo beneficio. Eso tendría que ser suficiente para una existencia en la libertad y en la confianza de que tenemos todo lo que necesitamos. Lamentablemente, nuestra soberbia, nuestro orgullo y nuestra vanidad están pugnando continuamente por convencernos de lo contrario. Y por eso, el que se deja arrastrar por esos bajos instintos, se aparta de la fuente y empieza a vivir en la oscuridad. Y así vivirá hasta que se convenza de lo imposible de la satisfacción lejos de Dios.

Esta plenitud de la vida en Dios queda resumida en la obra que realiza Jesús en favor de la humanidad. Es imposible una satisfacción por la traición del hombre al pecar, de parte del mismo hombre. Siendo Él el traicionado, se echa sobre sus espaldas la tarea de rescate. A todas luces es un hecho absolutamente absurdo. El ofendido se ofrece como víctima para resarcir la ofensa a la que ha sido sometido. Si Dios es capaz de dar ese paso, debemos concluir que, en efecto, estará dispuesto a cualquier cosa para favorecer al hombre y tenerlo cerca de sí. Por ello podemos estar seguros de que junto a Él no nos faltará nada. Jesús hace el resumen perfecto de lo que representa su presencia en nuestras vidas: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'No se turbe su corazón, crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, se lo habría dicho, porque me voy a prepararles un lugar. Cuando vaya y les prepare un lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo estén también ustedes. Y adonde yo voy, ya saben el camino'. Tomás le dice: 'Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?' Jesús le responde: 'Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí'". En Jesús tenemos la certeza de que todo lo que vivimos y de que todo lo que pone en nuestras manos servirá para avanzar en el camino que nos conduce hacia la plenitud, ahora en nuestros días y para la eternidad. Él es el Camino, es decir la ruta que debemos seguir para pisar firme en el camino de la perfección que nos hará sólidos en la verdadera libertad, nos hará vivir en el ámbito del amor hacia Él y hacia los hermanos, y que desembocará finalmente en la vida eterna junto al Padre y todos los hermanos salvados. Él es la Verdad que nos hará tener solidez en nuestras convicciones, que nos dará la serenidad del conocimiento del contenido de lo que sí vale la pena conocer y vivir. La Verdad de Jesús no es simplemente un contenido doctrinal, sino que merece hacerlo vida para obtener la verdadera felicidad en esta vida y para la otra. Él es la Vida, pues de Él ha surgido todo. Haciéndose el encontradizo, hace encontradiza su Vida. En Él tenemos la recuperación de la verdadera Vida, la que habíamos perdido al pecar. Por su Vida, nos hace resucitar a todos de la muerte y de la oscuridad. Entregando su Vida y recuperándola en su sacrificio supremo, la ha depositado en nuestros corazones, dándonos nueva Vida y haciéndonos hombres nuevos para siempre.

Por supuesto, el que es el Camino, la Verdad y la Vida, lo es para nosotros. Dios mismo no necesita avanzar por un camino diverso, conocer una verdad distinta o vivir una vida diferente. Por ello, somos nosotros los que debemos beneficiarnos de ese camino nuevo, de esa verdad auténtica y de esa vida superior. Debemos aprovecharlo al máximo, por cuanto existe para nosotros. Jesús se ha hecho todo eso para nuestro beneficio. No tiene otra finalidad. Y viviéndolo en nosotros mismos, teniendo conciencia de nuestra riqueza, en la vivencia del amor a Dios y del amor fraterno, considerar necesario que este anuncio llegue a todos los demás, para que vivan la misma felicidad, como lo entendieron los apóstoles de aquella Iglesia que nacía: "Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos ustedes los que temen a Dios: a nosotros se nos ha enviado esta palabra de salvación. En efecto, los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las palabras de los profetas que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Y, aunque no encontraron nada que mereciera la muerte, le pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar. Y, cuando cumplieron todo lo que estaba escrito de Él, lo bajaron del madero y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Durante muchos días, se apareció a los que habían subido con Él de Galilea a Jerusalén, y ellos son ahora sus testigos ante el pueblo. También nosotros les anunciamos la Buena Noticia de que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús. Así está escrito en el salmo segundo: 'Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy'". Somos auténticos beneficiarios de los más grandes dones. Por ello, estando con Dios y teniéndolo siempre con nosotros, no nos faltará nada. Al contrario, alejándonos de Él, siguiendo los impulsos de un egoísmo suicida, no tendremos nada entre manos que nos ayude a seguir viviendo. Sin Dios, somos nada; con Él, lo tenemos todo y somos todo.

jueves, 29 de abril de 2021

Dios es siempre para nosotros luz, misericordia y compasión

 LECTURAS DEL SÁBADO XXVI DEL T. ORDINARIO 3 DE OCTUBRE (VERDE O BLANCO) |  MISAL DIARIO

El amor infinito de Dios por su creación, en particular por su criatura predilecta, el hombre, se manifiesta de múltiples maneras. Para constatarlo solo debemos lanzar una ojeada a las Sagradas Escrituras, en las que nos encontraremos con la ingente cantidad de acciones de Dios en favor del hombre, en las que destaca la puesta en marcha de ese amor para colmarlo de sus beneficios, a pesar de que el hombre se hiciera cada vez menos digno de ellos por su pecado y por la continua traición a su voluntad divina. De ninguna manera podemos ser indiferentes a esta constatación, pues ella será la base para nuestra conversión y para el acercamiento que tengamos a fin de disfrutar plenamente de ese amor infinito por nosotros. El amor no será, de esa manera, solo una realidad constatada, sino que tocará la fibra más profunda de nuestro ser, pues logrará desmontar cualquier barrera de desconfianza o de desarraigo. Solo quien ama tanto podrá ser la razón del abandono de una vida de desencuentro o de alejamiento del hombre. El amor es el imán más poderoso que hará que el hombre sucumba dócilmente ante el Dios Creador que solo quiere su bien, pues lo ama infinitamente. Y ese amor, lo decíamos, se reviste de diversas facetas que tocan todo el entramado de la vida del hombre, desde ser la causa última y primera de su existencia, hasta la de su plenitud y su salvación en la eternidad. Todo el abanico de la vida del hombre está sumido en la experiencia del amor de Dios. Tan pronto es amor de creación, como amor de perdón y de misericordia. Tan pronto es amor de defensa, como amor de rescate. Tan pronto es amor de providencia, como amor de iluminación. Tan pronto es amor de compasión, como amor de solidaridad. No hay realidad de la vida humana que no esté subsumida en el amor eterno e infinito que Dios le tiene.

En efecto, no puede ser de otra manera, pues Dios en su esencia es amor. "Dios es amor" nos ha dicho magistralmente San Juan. Es decir, la identidad más profunda de Dios es el amor, y por ello todo lo que hace va bañado en lo que es su propio ser. "La persona se conoce en la acción", dijo el filósofo Karol Wojtyla, luego el Papa San Juan Pablo II. Pues bien, conocemos a Dios por el amor con el que actúa y el que derrama continuamente sobre el hombre y sobre el mundo. En primer lugar, siendo luz que ilumina nuestro caminar: "Este es el mensaje que hemos oído de Jesucristo y que les anunciamos: Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con Él y vivimos en las tinieblas, mentimos y no obramos la Verdad. Pero, si caminamos en la luz, lo mismo que Él está en la luz, entonces estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado". Dios echa luces para que conozcamos la Verdad y vivamos de acuerdo con ella. No quiere de ninguna manera que seamos ignorantes de lo que es Él ni lo de que quiere para nosotros para beneficiarnos al máximo. Quiere que sepamos de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos, a lo que estamos llamados. No nos quiere caminando en las tinieblas y por ello nos llena de su luz. Y da un paso más adelante, pues no nos ofrece solo un amor de iluminación, sino que pone en nuestras manos el amor de misericordia, con el cual se ofrece no solo para darnos su luz, sino para reparar nuestra traición por el pecado: "Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y la Verdad no está en nosotros. Pero, si confesamos nuestros pecados, Él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros. Hijos míos, les escribo esto para que no pequen. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero". Es impresionante la medida de este amor, pues no se queda mirando nuestra falta por nuestra debilidad, sino que mira antes a su corazón, donde descubre constantemente el inmenso amor que nos tiene, y por ello nos perdona en el colmo de la misericordia.

Este amor, y las acciones que lo revelan, alcanzan su zenit en Jesús. La concreción más clara está, evidentemente, en el colmo de su entrega al sacrificio por amor. La muerte y resurrección de Cristo es la muestra más clara de un amor que está y estará siempre de parte del hombre. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos", con el añadido de asumir esta entrega siendo totalmente inocente, en favor de los que sí son culpables. Por ello, el amor se convierte fácilmente en compasión por aquellos que son humildes y sencillos, de aquellos que sufren y son desplazados, de aquellos que solo tienen un objeto de confianza que es Dios, pues es el único que se pone a su favor: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". En esta conversación emocionada de Jesús con el Padre, desvela su ternura por aquellos que necesitan más muestras de amor, pues son los olvidados, los desechados del mundo. Solo Dios sale como su valedor. El amor se convierte en compasión y es derramado en sus corazones. Por ello, en el colmo de esa compasión, sabedor de que probablemente sea el único consuelo que recibirán, Él mismo se ofrece como apoyo y sustento de vida: "Vengan a mí todos los que de ustedes están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Es la culminación del amor. Es la manifestación más clara de su esencia de amor. En medio de los tormentos de la vida está siempre presente Jesús siendo apoyo y consuelo. Es un Dios que no se ha desentendido de la humanidad, sino todo lo contrario, pues habiéndola rescatado de la muerte, del mal y del pecado, sigue comprometido con ella para servirle de iluminación, de misericordia y de compasión, pues su esencia es la del amor y Él no podrá nunca dejar de actuar según lo que le sugiere siempre el amor.

miércoles, 28 de abril de 2021

Solo siendo obedientes a Dios y a su Espíritu podremos salvar al mundo

 Hijos de la luz

Para el cumplimiento del objetivo final de salvación de los hombres que ha establecido Dios, el Señor pone en manos de ellos todos los elementos que se necesitan. Desde el mismo principio de la historia de la salvación, cuando el arrebato grandioso del amor lo llevó a crear todo lo que existe fuera de Él, puso en manos de aquel que había colocado en el zenit y en el centro de lo creado, todo lo que necesitaba para llevar una vida centrada solo en la experiencia del amor divino. Ese primer paso ya denotaba lo que estaba dispuesto a hacer en favor de sus criaturas. No les iba a negar nada que los favoreciera y, al contrario, en su providencia amorosa, estaba bien dispuesto a hacer lo que fuera necesario para tenerlas junto a Él. Incluso, cuando empieza la historia del pecado, Dios mismo se compromete a resarcir el daño que el hombre se había procurado. No condena, aun cuando da el escarmiento necesario, pues el amor lo único que exige es una respuesta adecuada de cercanía. El amor nunca condena. Si alguien alcanza esa condenación es porque por su propia voluntad se acercó a ella, rechazando al amor. En el ámbito del amor en el que actúa Dios, es absurdo pensar que ha creado al hombre para condenarlo. Al contrario, desde el mismo principio hizo vivir al hombre como salvado, disfrutando de la plenitud de su presencia y de su amor. Fue el hombre el que se puso de espaldas a la intención divina, rechazando la mejor oferta que podía recibir, en la pretensión absurda de creer que lo que él mismo se procuraba era mejor que lo que Dios ponía en sus manos. En esa avalancha de favores que caían sobre los hombres está, por un lado la entrega del Hijo al sacrificio satisfactorio para lograr el rescate del hombre perdido. Pero se encuentra también, luego de cumplido el acto redentor, un paso fundamental para la estabilidad de esa salvación alcanzada, que es la compañía ofrecida hasta el fin de los tiempos del mismo Hijo que no deja solos a sus discípulos, y la presencia, como alma de la Iglesia naciente, de su propio Espíritu, que será el compañero de camino y el amigo que guiará los caminos que seguirá cada discípulo y que dará las luces, las fuerzas y la valentía necesarias para el anuncio de la Verdad y de la salvación.

Esa presencia del Espíritu la veían los discípulos con toda naturalidad. El Espíritu Santo actuaba con toda libertad, y guiaba a la Iglesia, tal como lo había prometido Jesús. De nuevo, tenían frente a sí la demostración de que Dios es un Dios fiel que cumple con sus promesas: "En aquellos días, la palabra de Dios iba creciendo y se multiplicaba. Cuando cumplieron su servicio, Bernabé y Saulo se volvieron de Jerusalén, llevándose con ellos a Juan, por sobrenombre Marcos. En la Iglesia que estaba en Antioquía había profetas y maestros: Bernabé, Simeón, llamado Níger; Lucio, el de Cirene; Manahén, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo. Un día que estaban celebrando el culto al Señor y ayunaban, dijo el Espíritu Santo: 'Apártenme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado'. Entonces, después de ayunar y orar, les impusieron las manos y los enviaron. Con esta misión del Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre. Llegados a Salamina, anunciaron la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos". Es impresionante constatar cómo los discípulos del Señor, enviados a anunciar la Buena Nueva a todos los hombres, no oponen absolutamente ninguna resistencia, sino que al contrario, toman como natural y aceptan con toda normalidad las indicaciones del Espíritu que les indicaba lo que tenían que ir haciendo. Es un ejercicio de docilidad a las inspiraciones de Dios y de obediencia y humildad a Él, con la conciencia clara de que la obra de evangelización tenía como único protagonista al Espíritu y de que ellos eran instrumentos dóciles a esas indicaciones que sin duda eran las correctas, pues provenían del mismo Dios que los enviaba. Es una buena ocasión para respondernos a nosotros mismos el por qué la obra de la Iglesia hoy no tiene esos visos extraordinarios que tuvo en aquellos inicios. Sin duda nos falta la conciencia de ser elegidos y enviados, y la docilidad y obediencia de aquellos que lograron que ese mundo fuera conociendo la Verdad y fuera aceptando el amor del Redentor que se había entregado por todos los hombres.

En este sentido, quien da el primer testimonio a rajatabla de docilidad y obediencia y de disponibilidad a las indicaciones del Padre, es Jesús. Nunca se atribuyó a sí mismo los honores de la obra que realizaba, sino que en todo momento dejó claro que Él era un enviado que cumplía radicalmente la orden que había recibido. Y si tuvo éxito en su misión no fue por su esfuerzo personal, aun cuando lo puso, y en extremo, sino al fin que se perseguía con ella, al que apuntaba el Padre al enviarlo. La salvación es obra de Dios y el Hijo es un enviado que ha servido como mediador dócil en las manos del Todopoderoso: "En aquel tiempo, Jesús gritó diciendo: 'El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas. Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre". Esta conciencia de instrumentalidad es clave para lograr la salvación. En el misterio profundo de lo que es la Verdad absoluta, puede ser incomprensible que el Hijo, siendo Dios Él también, no haga esto por propia iniciativa o por su propia virtud, sino que necesite de la palabra del Padre para lograrlo. Ciertamente en Dios hay unanimidad de criterios, pues Él no puede negarse a sí mismo ni entrar en contradicción consigo mismo. Y más aún, necesita de esa unanimidad para acordar la salvación de la humanidad mediante la entrega de una de las Personas de la Trinidad, el Hijo. Guiado por su amor y apoyado en la obediencia del Hijo, se lleva a cabo esa obra dramática de rescate. Tenemos que aprender mucho del Hijo y de aquellos primeros discípulos de Cristo. Por la manera de actuar de ellos el mundo ha conocido a Jesús. Por su convicción de fe, por la certeza con la que vivieron, por su obediencia a las indicaciones de Dios, por su docilidad a las inspiraciones del Espíritu, este mundo nuestro conoce a Jesús. También nosotros debemos asumir nuestra tarea con las mismas características con las que ellos, incluyendo a Jesús, la asumieron. Es la única manera de cumplir con la misión que Dios pone en nuestras manos.

martes, 27 de abril de 2021

La Santísima Trinidad realiza la obra de rescate de los que estábamos perdidos

 Oración del martes: “Yo y el Padre somos uno” - MVC

La revelación más sublime que hace Jesús a la humanidad durante su periplo terrenal fue la de la existencia de la Santísima Trinidad. Su progresiva identificación con el Padre y las acotaciones sobre la persona del Espíritu Santo, eran escuchadas por un auditorio que estaba cada vez más sorprendido y que quedaba en la perplejidad ante la revelación de verdades tan misteriosas. No era fácil para ellos asumir pasivamente esta Verdad, por cuanto habían vivido una revelación previa con visos diversos, en la que se presentaba un único Dios, sustentado, por lo tanto, en un monoteísmo radical en el cual, humanamente, no había cabida para otras interpretaciones. Las palabras que pronunciaba Jesús identificándose con el Padre, por lo tanto, revelándose como Dios, eran palabras que llamaban al escándalo y que parecían despreciables en un seguidor del Yahvé del Antiguo Testamento. Era necesario, sin duda, acercarse a este personaje, conocerlo bien, dejarse arrebatar el corazón por su persona, asistir como testigos a los discursos enjundiosos que pronunciaba y a las obras maravillosas que realizaba, para dar el paso adelante de la fe, de la confianza en Él y en lo que decía, para entrar de lleno en la aceptación de una verdad que sobrepasaba lo racional y lo tradicional. No era un paso sencillo de dar. Pero bastaba llenarse de fe y confianza para ser capaces de dar ese "salto en el vacío". Fue lo que hizo San Pedro, al finalizar Jesús el discurso del Pan de Vida: "Señor, ¿a quién vamos a ir, si solo tú tienes palabras de vida eterna?" No es la confirmación de haber comprendido, sino de tener plena confianza en quien decía esas verdades. 

En efecto, las palabras que pronuncia Jesús están plagadas del misterio íntimo de Dios. Él quiere dejar claro que Dios no es soledad, sino que es Trinidad. Que Él, así como el Padre, es también Dios, y que, por tanto, es creador, todopoderoso, sabio, eterno. Pero sobre todo que es el Amor de Dios encarnado, que se ha hecho hombre, pues en su entrega como parte de la humanidad estará la única opción para el rescate de los pecadores. La compensación para la ofensa infinita contra Dios por el pecado de la humanidad solo podía ser satisfecha por la entrega en el sacrificio de valor infinito, y que únicamente podía ser realizada por el Dios que asumía la humanidad para ofrecer esa satisfacción necesaria y suficiente. Esto tenía que quedar claro en aquellos que serían los beneficiarios de la gesta de rescate que emprende la segunda Persona de la Santísima Trinidad: "Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: '¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si Tú eres el Mesías, dínoslo francamente'. Jesús les respondió: 'Se lo he dicho, y no creen; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno'". La misión de Jesús es su entrega para la vida del mundo. Y la ha asumido con toda radicalidad. Quiere que en todos exista la convicción de que el Padre ha tendido la mano a la humanidad, enviando a su Hijo para rescatarlos. No busca otro reconocimiento.

Cuando en los discípulos de Cristo se da la plena convicción de su divinidad, de su poder, de su amor, de su entrega para el rescate de la humanidad, se da la transformación radical. La Verdad es superior a la posibilidad de comprensión, pero está basada en convicciones superiores que las simplemente intelectuales, por cuanto tiene que ver con lo que viene de arriba, con lo que está sustentado en el amor de Dios que quiere solo el bien del hombre. Aun cuando se mantenga en la profundidad del misterio, existe la certeza de que es la Verdad más sólida que existe. Quizás no sea del todo racionalizable, pero si es razonable, pues viene del que es la fuente de la Verdad, del que es eternamente fiel y nunca engañará, pues nos ama más de lo que nosotros mismos nos amamos. Por eso tiene mucho sentido la entrega ilusionada de aquellos primeros apóstoles: "En aquellos días, los que se habían dispersado en la persecución provocada por lo de Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin predicar la palabra más que a los judíos. Pero algunos, naturales de Chipre y de Cirene, al llegar a Antioquía, se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles la Buena Nueva del Señor Jesús. Como la mano del Señor estaba con ellos, gran número creyó y se convirtió al Señor. Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía; al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró y exhortaba a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño, porque era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe. Y una multitud considerable se adhirió al Señor. Bernabé salió para Tarso en busca de Saulo; cuando lo encontró, se lo llevó a Antioquía. Durante todo un año estuvieron juntos en aquella Iglesia e instruyeron a muchos. Fue en Antioquía donde por primera vez los discípulos fueron llamados cristianos". Ahí adquirimos nuestra identidad. El nombre de cristianos nos define íntimamente en lo que somos: creyentes en Cristo, en su humanidad y en su divinidad, en su Padre y en su Espíritu, en la obra de rescate que realizó con su entrega a la muerte y con su resurrección, y disponibles para anunciar a todos la obra del amor en nuestro favor, para que ellos puedan ser llamados también cristianos.

lunes, 26 de abril de 2021

Ser sal de la tierra y luz del mundo, con la Verdad de Jesús, es nuestra misión

 EVANGELIO DEL DÍA: Mt 5,13-16: Vosotros sois la luz del mundo. | Cursillos  de Cristiandad - Diócesis de Cartagena - Murcia

Jesús es un Maestro excepcional. Siendo Dios y, por lo tanto, teniendo la Sabiduría infinita consistente con su divinidad y que le hace tener siempre presente y con la máxima claridad todos los misterios que se pueden conocer y en los cuales se puede profundizar, lo cual estaría vedado para cualquier mente humana que podría en algún caso barruntar nadando en la oscuridad del misterio, pero quedándose siempre en la frontera de la nube oscura a la que le es permitido llegar por su limitación delante de Dios, Él conoce perfectamente la Verdad, pues, como lo ha afirmado Él mismo, Él es la Verdad. Se conoce perfectamente, pues el misterio de ninguna manera está vedado para Él, pues es el autor de todo y el conocedor absoluto de todo, y porque, además, Él es la Verdad en su esencia. Toda otra verdad surge de Sí mismo, origen y causa final de un todo que ha puesto en las manos del hombre. Y conociendo la limitación del hombre que ha surgido de sus manos todopoderosas, habiéndole permitido adentrarse en algo del misterio profundo de su Verdad, pues le dio la capacidad de pensar y de discernir al haberlo creado "a su imagen y semejanza", no ha dejado que sea solo el esfuerzo humano el que aparezca para entrar en la profundidad de ella, sino que ha querido acercar al hombre la luz para que pudiera bucear más profundamente en el misterio. Ya no será solo el esfuerzo humano el que se aplique para lograr conocer y comprender a la divinidad, tal como se dio claramente en la labor de los grandes filósofos griegos que llegaron a la conclusión de la necesidad de la existencia de un Ser superior, sino que es el mismo Dios el que se hace el encontradizo, se revela desde su amor a los hombres y les permite con su revelación que se adentren en su misterio, por supuesto, conservando aún para sí lo más profundo, que conoceremos solo en la eternidad, cuando lo veremos "tal cual es". Pero esta Verdad de Dios, revelada por Jesús, debía ser hecha a la altura de la comprensión del hombre. Por eso el Maestro Jesús, pedagogo excepcional, la acerca a los hombres de la manera más sencilla posible, haciéndolo con imágenes de lo cotidiano, pero desvelando con ellas las profundas verdades de la fe.

La sal que da sabor a la comida y la luz que dan las velas en la casa, son realidades en las que se mueven los hombres cotidianamente. El Maestro Jesús se aprovecha de ellas para dejar su enseñanza. No es desconocido este modo de actuar, que hemos visto ya cuando echa mano a las figuras del sembrador en el campo, de la viña y de la vid, del pastor de las ovejas, de los árboles que dan fruto, de la vid y los sarmientos, de los niños que tocan música en la plaza... Son incontables las ocasiones en las que Jesús echa mano de las figuras de la cotidianidad para dejar su enseñanza de la Verdad. Y estas imágenes de la sal y de la luz son usadas en una de esas ocasiones, para dejar clara la responsabilidad que tienen sus discípulos, aquellos que se han dejado conquistar por su amor y se han puesto de su lado, con el mundo en el que viven. La sal y la luz tienen una utilidad específica y el sentido de su existencia es que hagan aquello para lo que existen. Si no es así, deben ser desechadas. El discípulo de Jesús, además de disfrutar del inmenso don del amor y de la salvación, tiene como esencia el ser propagador de esta novedad de vida. No puede quedarse solo en el disfrute de la donación, sino que debe convertirse en multiplicador del don para los demás. Si no, su ser discípulo no tiene ningún sentido y deberá ser desechado como discípulo del amor: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en el cielo". La sal y la luz existen para algo concreto, y deben cumplir con eso, a riesgo de que sean desechadas. Así mismo los discípulos del amor.

Y esto deben hacerlo con la conciencia clara de su obligación, pero también con la de ser transmisores de una Verdad que no les pertenece, sobre la cual no tienen dominio, pues la han recibido de la fuente que los ha elegido y los ha enviado. Es la conciencia de instrumentalidad que debe tener todo el que es enviado a anunciar la Verdad de Dios, tal como la tuvo meridianamente clara San Pablo: "Yo mismo, hermanos, cuando vine a ustedes a anunciarles el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre ustedes me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. También yo me presenté a ustedes débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que la fe  de ustedes no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Sabiduría, sí, hablamos entre los perfectos; pero una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, condenados a perecer, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria". San Pablo tenía clara noción de su misión y dejaba establecida su instrumentalidad. De no ser por la condescendencia divina y del inmenso amor del Señor por la humanidad, de ninguna manera tendría la posibilidad de acercarse a la Verdad, ni de ser instrumento de ella para la salvación de los hombres. Es por el amor de Dios por cada hombre y por cada elegido, que se da la ocasión de salvación del que escuche el anuncio de la Verdad y del amor. Y desde esa manera de actuar de cada discípulo del amor es que se dará la oportunidad de hacerse sal y luz de la tierra, y de servir para que el sabor de Dios y su iluminación le llegue a cada hombre del mundo, recibiendo así el amor y la salvación. El Maestro Jesús nos lo deja muy claro con las imágenes de la sal y de la luz.

domingo, 25 de abril de 2021

Jesús es el modelo de pastor para todos los pastores de su pueblo

 El Periódico de México | Noticias de México | Columnas-VoxDei | «Yo soy el buen  pastor; y conozco mis ovejas»

El anuncio de la Buena Nueva de la salvación que ha traído Jesús para la humanidad, de la re-creación de todas las cosas, de la novedad absoluta que posee la realidad desde su entrega a la muerte y su resurrección gloriosa, no puede ser jamás desvinculada del infinito y eterno amor de Dios por el hombre y por la creación entera. De ninguna manera se podría comprender una gesta tan epopéyica de parte de Dios, si se considerara solo desde un punto de vista instrumental, de conveniencia personal, de beneficios de vuelta. Nada compensa a Dios en este gesto que realiza, en el que muestra todo su poder, por encima del mal que ha recibido por la traición infame del hombre, que solo recibía de su parte beneficios a su favor. La constancia de Dios en su empeño continuo de rescatar al hombre para tenerlo junto a Sí, nos describe perfectamente la constancia del amor, que perdona y es misericordioso, por encima de cualquier mal. El amor es así, se entrega sin miramientos y sin búsqueda de recompensa. Dios no espera nada del hombre, pues su objetivo simplemente es que viva en su amor. Su meta es que todo hombre viva en Él. La vivencia del amor que se entrega es, en sí misma, la compensación que tiene el mismo amor. Es por ello que desde el corazón del hombre que llega a comprender la profundidad de este amor, no puede surgir otro sentimiento que el del agradecimiento, recibiendo así esa carga de amor total y pleno que derrama el Señor sobre él: "Queridos hermanos: Miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a Él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es". Ese amor llegará al extremo, ya no solo de entregarse sin dejar nada para sí, sino de hacernos semejantes a Él, pues al conocerlo tal como es, lo poseeremos en plenitud y seremos como Él.

Esta Buena Nueva que ha transformado totalmente la realidad, provocando la nueva creación que era necesaria para la reconquista de todo lo creado, debe ser conocida por todos. Y los apóstoles, enviados al mundo mediante el mandato misionero, son los principales encargados de llevar a la humanidad este mensaje de amor y salvación. Y así lo cumplen rigurosamente. En su anuncio no ahorran la denuncia contra quienes se oponen a que la Verdad sea conocida, y valientemente atribuyen la responsabilidad a quienes eran los primeros convocados, los que ejercían la labor de pastores del pueblo elegido, que querían incluso prohibir hablar en nombre de Aquel que había logrado el rescate de la humanidad de las garras de la muerte, y lo demostraba con hechos fehacientes e irrefutables a través de la obra de sus enviados. La palabra de Pedro es diáfana: "En aquellos días, lleno de Espíritu Santo, Pedro dijo: 'Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogan ustedes hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos ustedes y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante ustedes. Él es la “piedra que desecharon ustedes, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en ningún otro; pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos". Los antiguos y malos pastores del pueblo no habían cumplido honestamente con su labor, y lo único que buscaron con la muerte de Jesús, y ahora con la persecución a los que hablaban en su nombre, era mantener su privilegio de dominio espiritual sobre un pueblo que clamaba libertad y justicia, y que las había encontrado en Jesús de Nazaret.

Por eso Jesús, ante la falta absoluta de los antiguos pastores del pueblo elegido, propone la figura del verdadero pastor. Él será el cumplimiento radical de la figura del pastor que ofrece el Salmo 23: "El Señor es mi pastor, nada me falta". Con Dios como pastor, al hombre no le falta nada: "En verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas..." Esa imagen idílica del Dios pastor de su pueblo se cumple perfectamente en Jesús: "En aquel tiempo, dijo Jesús: 'Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre'". En Jesús, por tanto, tenemos al sustento más sólido para avanzar con certeza y firmeza hacia el camino de la plenitud. En Él tenemos la experiencia más profunda del amor, pues nos percatamos de hasta dónde es capaz de llegar Dios por favorecer nuestro rescate. Nos hacemos conscientes de que es el verdadero y único pastor al cual debemos atender, pues ningún otro pastor estará dispuesto a colocarse en el camino de la muerte para que ésta no nos alcance a nosotros, ofreciéndose como víctima, aun siendo inocente de toda culpa. Ese es nuestro Dios de amor y jamás nadie más mostrará tanto amor por nosotros. Y es la figura del Buen Pastor que debe servir de modelo a todo el que quiera ser pastor de su pueblo, sin traicionar jamás la misión que le ha sido encomendada.