lunes, 5 de julio de 2021

La carne del hermano es la carne de Cristo

 Trae tu mano y métela en mi costado (Jn 20,19-31)

Las experiencias que viven los apóstoles en la presencia del Salvador, en sus encuentros con Él, que les van dando la idea auténtica sobre quién es Él, sobre la tarea que viene a cumplir asumiendo la misión que le ha encomendado el Padre, que es nada más y nada menos que la restitución del mundo al orden original que existía, abriendo de nuevo la perspectiva de la filiación divina establecida y perdida por el pecado del hombre, pero que ha asumido con el mayor agrado, pues es el fin al que se dirige la humanidad entera por designio divino, ya que es la meta final a la que debe dirigirse. Esta experiencia, siendo paulatina en los años en los que cada uno de los apóstoles fue elegido para formar parte de ese grupo de privilegiados, necesariamente tuvo que ser así, pues era urgente que esas experiencias quedaran bien asentadas en el alma y en el corazón de cada uno de ellos. Así podían tomar en toda su profundidad esa condición de esencialidad. Por ello, Jesús toma con delicadez esta tarea, de modo que sus apóstoles fueran adquiriendo con cada vez mayor solidez también su propia elección. Con ellos había una intencionalidad muy concreta. No eran simplemente unos elegidos fortuitos, sino que sobre ellos descansaría la principal responsabilidad: la de la salvación del hombre y del mundo. No era despreciable, por tanto, todo esfuerzo que se pudiera hacer en función de esa ansiada solidez. El empeño de Jesús es totalmente razonable, pues buscaba que ellos fueran roca firme sobre la cual se asentaba el futuro de la humanidad, y concretamente, el de la Iglesia, el instrumento de salvación que fundaría para su obra salvífica del hombre y del mundo.

Esta toma de conciencia de los apóstoles, siendo paulatina y progresivamente más sólida, se da, principalmente en la convicción de la asunción, por parte del Hijo de Dios, de una carne que lo hace uno más de entre los hombres. Es Dios, y es eternamente Dios. Nunca dejará de serlo pues es su primera naturaleza, pero añade a esa condición la de hombre, lo cual es una ganancia de la experiencia de ese Hijo amado del Padre. Más que un lastre al que decide atarse, es el modo de estar tan cercano al hombre, que pasa a formar parte de él. Ya nunca más podrá separarse de eso. De ahí que en esa condición, desde esa carne humana, invita a toda la humanidad a percatarse de que esa carne sagrada asumida por el Hijo de Dios, es carne también divina que debe ser asumida como esencial en el proceso de salvación. Ese encuentro de Jesús con el apóstol Santo Tomás no es simplemente el encuentro de dos amigos, sino que es el anuncio nuevo de que toda carne, como la del Verbo encarnado, es sagrada. Por ello Jesús se acerca para dejarse tocar, como lo había exigido Tomás. Se trata de tener tanta delicadeza de espíritu que se llega a ser capaz de no quedarse solo en la evidencia de lo que está a la vista, sino en ampliar la mira para descubrir que en esa carne que se toca está cada hombre y cada mujer de la historia. La carne del hermano es la carne de Jesús que se entrega por ellos. Por ello es terreno que debe ser pisado con toda reverencia: "Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: 'Hemos visto al Señor'. Pero él les contestó: 'Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo'. A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: 'Paz a ustedes'. Luego dijo a Tomás: 'Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: '¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: '¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto'". La comprensión de esta verdad fundamental de nuestra fe, produce inmediatamente la paz en el corazón de los apóstoles, tal como el regalo de amor que da Jesús a sus creyentes. "Paz a ustedes", es la añoranza de todos los discípulos de Cristo. Es a cada uno a quien nos invita Jesús a rescatar esa paz que nos llena de amor y de serenidad.

Hacia esa meta de paz y de sosiego en Dios, debemos dirigirnos sin dudarlo un instante. Fue esta la clave de lo que vivieron los apóstoles y que supieron transmitir a todos los que se decidían a ser discípulos de Señor. Vivir en la paz y en el sosiego que se da cuando se sabe que se está en la presencia del dador de todos los bienes, el que nos promete el alivio y el consuelo en cada una de nuestras circunstancias vitales, por lo cual no debemos preocuparnos en exceso por el qué se vivirá cada día, pues "a cada día le basta su agobio", aunque sí tengamos el deber de hacer nuestra parte, pues no estamos llamados a la pasividad ni al inmovilismo, debe ser vivida en plenitud. Apuntar a mayores y no quedarnos en lo mínimo. La cantidad de beneficios con los que somos enriquecidos nos deben hacer caer en la cuenta de que nuestro destino es superior a lo que ya estamos viviendo, con toda la carga de alegría y de satisfacción que ya tiene. El crecimiento exponencial de lo bueno, es superior a lo que en ningún momento nos podemos imaginar. Dios no se deja ganar jamás en generosidad. Y nosotros ni siquiera deberíamos intentar encontrar algo mejor, pues nunca lo encontraremos, y del esfuerzo nos quedará solo el cansancio: "Hermanos: Ustedes ya no son extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios. Ustedes están edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por Él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por Él también ustedes entran con ellos en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu". Es una edificación que tiene las bases más firmes y sólidas que pueden existir. Son los elegidos del Señor, sobre los cuales Él ha hecho descansar el futuro de la humanidad hasta el fin de los tiempos. Ellos son las piedras sobre la que se funda la Iglesia.Y nos indican el camino que debemos seguir todos. Él los ha puesto como nuestro referencial, para que sepamos cuál es el camino que también a nosotros nos toca transitar. Ellos son las piedras sólidas. Nosotros somos sus seguidores, siendo seguidores de Jesús nuestro Maestro y nuestro Salvador. Unidos a ellos, estamos seguros de que estamos unidos a Jesús. Y solo allí tendremos nuestra solidez y nuestro sosiego.

sábado, 3 de julio de 2021

Jesús nos libera del mal porque es poderoso y porque nos ama

 Catholic.net -

De entre las escenas más dramáticas que nos encontramos en los evangelios de Jesús, están las de sus choques con el demonio. La generalidad de los encuentros de Cristo con los diversos personajes que se cruzan en su camino, extraen de Él su amor, su ternura, su deseo de bienestar para ellos. Por ello cura, perdona, sana enfermedades, limpia lepras, se empeña por dar a entender que ha venido a hacer el bien y a procurar el mayor bienestar entre todos. Pero surgen también los desencuentros con el mal y con el poder del demonio, el maestro y poseedor del mal y de la mentira, que pretende arrebatar de las manos de la bondad suprema al hombre, creado naturalmente bueno, para arrastrarlo consigo. Habiendo obtenido un gran triunfo al haber conquistado a Adán y a Eva de las manos del amor, logrando en ellos unirlos a Dios, quería seguir obteniendo triunfos, a expensas del engaño sobre el hombre, prometiéndole un "paraíso" engañoso, en el que supuestamente llegaría a la altura del mismísimo Dios, haciéndose a sí mismo dios -"Ustedes será como dioses"-, con lo cual el hombre, incapaz de resistirse a esa argucias, pues nunca estará a la altura de la insidias de satanás, sucumbe inocentemente. El engaño del demonio nunca dejará de ser tal. Y por ello, los grandes santos de la historia nos alertan continuamente que nos alejemos de ello, manteniéndonos lo más lejos posible de esa treta siempre engañosa. Lo más lejos posible. "Mejor lejos que mal acompañado", sabiamente sentencia el decir popular.

En medio de todas las incertidumbres que se pueden presentar en nuestra vida, la seguridad de asentarnos en Dios es con mucho lo mejor. Nuestra seguridad no está en nosotros mismos, pues nuestra marca es la debilidad. Somos criaturas y jamás estaremos a la altura del poder omnímodo del demonio. Ese solo lo posee Dios. Él nos hace partícipes de su amor y de su poder. Pero, aún así, siendo dádiva de su amor y por ello lo poseemos, jamás podremos atribuirnos esa capacidad absoluta. Lo nuestro es la participación por concesión de amor suya. Y es allí donde está la clave de nuestra seguridad. La mayor es que no dependerá de lo que hagamos, pues siempre será muy poco, aunque estemos siempre obligados a realizar el esfuerzo que nos corresponda. Nuestra seguridad es dejarlo en las manos de Dios, que nunca permitirá que haya una fuerza mayor que la suya, la del Todopoderoso, que toma el mando, pues nosotros solo aportaremos debilidad. La experiencia de Agar, concubina esclava de Abraham es una muestra de que la debilidad del hombre se resuelve en la fuerza de Dios. Ismael es hijo también de la promesa de bendición sobre Abraham, por lo cual Dios no se desentiende de él. Asume su responsabilidad sobre quien es también su elegido y quien será igualmente padre de naciones: "Abrahán madrugó, tomó pan y un odre de agua, lo cargó a hombros de Agar y la despidió con el muchacho. Ella marchó y fue vagando por el desierto de Berseba. Cuando se le acabó el agua del odre, colocó al niño debajo de unas matas; se apartó y se sentó a solas, a la distancia de un tiro de arco, diciendo: 'No puedo ver morir a mi hijo'. Se sentó aparte y, alzando la voz, rompió a llorar. Dios oyó la voz del niño, y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo, le dijo: '¿Qué te pasa, Agar? No temas, que Dios ha oído la voz del chico, allí donde está. Levántate, toma al niño y agárrale fuerte de la mano, porque haré que sea un pueblo grande'. Dios le abrió los ojos, y vio un pozo de agua; ella fue, llenó el odre de agua y dio de beber al muchacho. Dios estaba con el muchacho, que creció, habitó en el desierto y se hizo un experto arquero". Dios no deja jamás solos a sus hijos, y tendrá siempre su mano tendida para salvarlos.

Y ante la lucha contra el mal, contra el poder del demonio, ya no deja que brille solo su poder misericordioso y de restablecedor del orden justo de las cosas, sino que lo enfrenta poderosamente, demostrando claramente quién es el verdaderamente poderoso. Su actitud es de gravedad hostil, pues tiene bien identificado cuál es el adversario, y sabe bien que de él no puede venir sino solo el mal y la muerte del hombre, lo cual es lo que ha venido a combatir con su entrega y su sacrificio de entrega a la muerte por amor del hombre. Nada lo va a distraer de ese fin, pues para eso se ha encarnado como Hijo de Dios Redentor. Aún así, sorprende una actitud casi misericordiosa con el mismo demonio, que al fin y al cabo es también criatura suya, pues ha surgido de sus mismas manos de amor creador. Accede a su petición de invadir la piara de cerdos para sobrevivir. Un gesto extraordinario, por encima de la retaliación extrema que podía haber invocado. Los paisanos del agraviado se cerraron en sí mismos y reaccionaron de la manera más natural, pensando solo en su conveniencia. No tuvieron en cuenta el beneficio obtenido por los endemoniados, sino que vieron la herida a sus intereses crematísticos. Por ello, ruegan al Señor que se marchara de allí. Todo un relato con las aristas más sorprendentes, pero que describen perfectamente la psicología humana más pura, cuando se deja llevar solo por el egoísmo y la búsqueda del propio bienestar, sin importar el bienestar de los hermanos: "En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos. Desde el sepulcro dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: '¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?' A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron: 'Si nos echas, mándanos a la piara'. Jesús les dijo: 'Vayan'. Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y se murieron en las aguas. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país". El Señor da la señal clara de su poder. Nada está por encima de él. Él es quien tiene el poder, el dominio. Ningún otro poder está sobre el que Él tiene. Y no dudará jamás en usarlo en favor de su criatura amada. Lo hará además con decisión y seriedad. Nada lo distraerá de ello. Porque ha venido para salvarnos y entregará su vida en función de eso. Somos todos beneficiarios de ello, convencidos de que esa finalidad será cumplida eternamente.

domingo, 27 de junio de 2021

La necesidad del hermano es la necesidad de todos y somos sus intercesores

 30 | septiembre | 2014 | MISAL DIARIO

La nueva conciencia del cristiano, marcado por la novedad de vida que introduce Jesús con su entrega por amor a los hombres, en la muerte en cruz y en su resurrección, y que establece ese nuevo orden de vida y que pone el acento en el amor a Dios y los hermanos, introduce a la vez una conciencia más delicada en el establecimiento de las relaciones humanas. Pasa a ser el centro ya no una vida simplemente buena, a la que se tiene pleno derecho, pues Dios siempre quiere el bien del hombre, sino que hace que sea la caridad con el hermano, en una realidad de descentralización de sí mismos, para poner en el centro al otro. Es una caridad que apunta a tener al hermano en el primer lugar, llegando al extremo de reparar en sus necesidades, de modo que no se le tenga como una simple necesidad del otro, sino como una necesidad propia. Los avatares por los que pueda pasar un hermano, no son extrañas al seguidor de Cristo, sino que se convierten de esta manera en necesidad propia. No existe entonces su necesidad, sino que existe nuestra necesidad. Es un asumir desde la caridad, desde la solidaridad, que los problemas de los demás jamás deben ser extraños a los nuestros. Tan alta llega esta nueva realidad, que se traduce no solo en la asunción de la necesidad del otro, sino en considerar que es a nosotros a los que nos corresponde la acción para lograr su solución y que se traduce en algo que es muy delicado espiritualmente, como lo es la intercesión. Nos hacemos capaces de asumir nuestro papel de intercesor, asumiendo realmente, delante del Dios de la misericordia y del perdón, el Providente y el Sustentador, un papel que nos enaltece en el ejercicio de la caridad en favor del hermano.

Lo comprendió perfectamente Abraham cuando escuchó de las amenazas de Dios contra los pueblos pecadores de Sodoma y Gomorra, caídos en las mayores ignominias morales contra Dios y contra la pureza de corazón, desenfrenándose en el hedonismo y el regalo a los sentidos. Llama mucho la atención la intensidad con la que ejerce su papel de intercesor, para salir en defensa de los poquísimos inocentes que había en ese pueblo. Pareciera incluso un juego que se plantea. Abraham, insistente, no quiere que su pierda un solo justo. Y esa insistencia tiene su recompensa. Fueron poquísimos los que se salvaron, pero se salvaron porque él entendió que ese era su papel. Él era el padre de todas las naciones y tenía en sus manos, y lo había asumido así, tomar su papel de intercesor ante el Dios de amor, infinitamente misericordioso. Fue un empeño del amor: "Los hombres se volvieron de allí y se dirigieron a Sodoma, mientras Abrahán seguía en pie ante el Señor. Abrahán se acercó y le dijo: '¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás el lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?' El Señor contestó: 'Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos'". Y así siguió pidiendo al Señor misericordia y perdón, en el perfecto ejercicio de su papel de intercesor ante Dios de un pueblo fiel.

Esta condición de intercesor no es gratuita. Es fruto de asumir la responsabilidad ante Dios de la caridad fraterna. Esa caridad se fundamenta en la confianza absoluta en ese Dios de amor, que no quiere que se pierda uno solo de sus hijos. Es la comprensión de que cuando se pide a Dios, la respuesta de amor y de misericordia nunca faltará, pues Dios nunca dejará de escuchar los ruegos de quien se acerca a Él confiado, sabiendo que su poder de amor siempre estará atento a las necesidades de felicidad de los hombres. Quien es justo nunca dejará de ser escuchado, máxime si pugna por mantener su fidelidad en un mundo que busca que todos nos alejemos cada vez más de Dios. Dios sale en nuestra ayuda y siempre procurará el mejor camino para llegar a la plenitud que desea que vivamos: "En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de cruzar a la otra orilla. Se le acercó un escriba y le dijo: 'Maestro, te seguiré adonde vayas'. Jesús le respondió: 'Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza'. Otro, que era de los discípulo, le dijo: 'Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre'. Jesús le replicó: 'Tú, sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos'". Es la radicalidad del amor y de la delicadeza que se nos exige. Debemos sentirnos realmente responsables de los hermanos en la caridad. Lo hemos dicho, esa caridad no es simplemente el estar atentos a las necesidades de los hermanos, sino en considerar que esa necesidades no son las de ellos, sino que se convierten en las nuestras, pues misteriosamente nuestra vida de unidad nos las pone enfrente. Nadie es extraño a ellas, pues conformamos todos un solo Cuerpo en Jesús. Todo lo que afecta al otro, nos afecta a todos, pues al fin y al cabo somos todos una sola cosa en ese Cuerpo místico de Cristo, que es la razón última de la unidad, y que forma parte de nuestra esencia cristiana.

sábado, 26 de junio de 2021

Llamados a una eternidad final de felicidad y plenitud

 Talitha kum"

"Talita Kumi", "Niña, a ti te lo digo, levántate y anda". Es la invitación acuciante de Jesús a la niña muerta. Y es la misma invitación que nos hace a todos. Ninguno de nosotros deja de escucharla, pues los seguidores de Cristo estamos llamados a la verticalidad, no a la postración destructiva de nuestro ser. La verdad más relevante que surge luminosa en esta liturgia es la de una situación final a la que todos estamos llamados: No somos seres para la muerte, sino que hemos sido creados para la vida eterna. Nuestro final no es de postración sino de elevación. No puede ser de otra manera, pues de las manos de Dios nunca podrá surgir la frustración de la vida de sus hijos, en la desaparición oscura, sino que de ellas brota solo vida en abundancia, llena de amor y de eternidad. El fin de los hombres es el fin de la gloria. Es el mismo recorrido que ha realizado Jesús. Y ese mismo recorrido es el que está marcado para cada uno de nosotros. En nada seguiremos un itinerario distinto. Él nos abre el camino, y es el mismo que, paso a paso, seguiremos cada uno. La claridad con la que lo expresa el autor del libro de la Sabiduría es meridiana. Somos los seres de la luz y de la vida. La convicción es tal, que pugna por hacerlo entender a todos. No hay verdad más iluminadora que esta. Porque Dios nos ha creado para sí, nuestra solidez se basa en que nunca desapareceremos, pues estamos llenos de la genética espiritual de eternidad. Somos les seres de la resurrección, y eso jamás podrá cambiar, pues el signo será siempre el de la trascendencia. Solo quien se sustraiga a sí mismo de una luminosidad tan clara, despreciando la llamada a ese levantamiento del espíritu, y se quede en el absurdo de la horizontalidad mortal, sirviéndose a sí mismo, quedándose tontamente en el servicio egoísta y narcisista, verá frustrada la invitación hecha por el Señor, y caminará directamente a su destrucción, prefiriendo la total inmanencia y despreciando la llamada a ser más, a llegar a la plenitud: "Dios no hizo la muerte ni se complace destruyendo a los vivos. Él todo lo creó para que subsistiera y las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo reina en la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo a imagen de su propio ser; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los de su bando". El camino es claro y luminoso. No puede haber extravíos. No hay posibilidades para ello.

En este sentido, la marca es la de la caridad mutua. La Iglesia, instrumento de salvación, insiste una y otra vez en que nuestra vida de fe nada tiene que ver con la individualidad. Más aún, si existen dificultades entre los hermanos más necesitados, a lo cual podemos percibir que muchos insisten en hacerse la vista gorda, sin duda influidos por un mundo que mira con muchísima más atención los intereses mal sanos a los que lo lanza a un entendimiento incorrecto del progreso humano, que pone el acento en un autoservicio quizá individualmente satisfactorio, pero que no tiene en cuenta el amor y la solidaridad, pues se basa en un egoísmo exacerbado, que es lo más destructivo contra la misma humanidad. Esos mismos terminarán siendo víctimas de su propio desatino. No hemos sido creados para el individualismo y todo lo que lo favorezca será siempre destructivo. Más aún, autodestructivo: "Hermanos: Lo mismo que sobresalen en todo - en fe, en la palabra, en conocimiento, en empeño y en el amor que les hemos comunicado -, sobresalgan también en esta obra de caridad. Pues conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por ustedes para enriquecerlos con su pobreza. Pues no se trata de aliviar a otros, pasando ustedes estrecheces; se trata de igualar. En este momento, su abundancia remedia su carencia, para que la abundancia de ellos remedie la carencia de ustedes; así habrá igualdad. Como está escrito: 'Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba'". Es la solidaridad en la que todos somos iguales, y en la que todos los hermanos ponen el hombro, de modo que podamos vivir en un mundo más justo y más humano. ¡Cuántas injusticias, cuánta miseria, cuántas soluciones a los problemas del mundo, desaparecerían si nos esforzáramos por entender y por vivir esta realidad tan sencilla!

Son los gestos que nos pide Jesús que demos ante un mundo que está perdiendo el valor de la solidaridad y del amor. Es en la confianza serena y segura donde está nuestra solidez. No somos débiles al abandonarnos en ese amor y en esa confianza. Al contrario, nos transformamos en los hombres más poderosos, pues se coloca a nuestro lado todo el poder del amor de Jesús por los hombres, lo cual ha sido ya demostrado en toda su magnificencia, con su muerte aparentemente débil en la cruz, pero convertida en la fuerza más poderosa, pues en ese gesto de entrega y de muerte traía consigo la muerte de la misma muerte, lo cual refrendó gloriosamente con su resurrección. Ese poder, Jesús está dispuesto a demostrarlo cada vez que sea necesario: "En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: 'Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva'. Se fue con Él y lo seguía mucha gente. Llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: 'Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?' Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: 'No temas; basta que tengas fe'. No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo: '¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida'. Se reían de Él. Pero Él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: 'Talitha qumi' (que significa: 'Contigo hablo, niña, levántate'). La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña'". Delicadeza extrema del amor de Jesús. Los detalles nos hablan de que no quiere ser un simple mago que cura, sino alguien que toma a la persona para sí y se ocupa de todos los detalles. Hasta del gesto de pedir que le dieran de comer para que tuviera las fuerzas necesarias. Es un Dios detallista que nos ama al extremo, y que cada detalle de nuestra vida lo tiene presente. Por eso, tiene sentido que nos invite a lo trascendente. Que nos elevemos. Que miremos hacia arriba siempre, sin quedarnos solo en lo horizontal. Nuestra vida está llamada a la trascendencia y no podemos estorbar ese camino. Nuestra existencia debe vivir, sí, pisando firmemente en la realidad que nos circunda, pero siempre suspirando por esa eternidad a la que somos todos convocados.

La fuente de la vida y del amor manará siempre para nosotros

 Catholic.net - Señor, no soy digno de que entres en mi casa

De entre las cosas que desea Dios, nuestro Padre, si es que adoleciera de algo, es una inmensa añoranza porque sus criaturas tengamos una confianza inconmovible en Él y en su amor. Es una añoranza de ninguna manera enfermiza, por cuanto se inscribe en el ámbito del amor que lo ha movido hacia fuera de sí y que tiene como único objetivo procurar la mayor felicidad del hombre surgido de sus manos amorosas y poderosas. En esta línea de acción divina solo busca una respuesta también de amor de quien experimenta continuamente ese amor benévolo. Es natural que se dé este movimiento, pues, aunque para Dios no existe ninguna necesidad, ya que en sí mismo es autosuficiente, la aventura de la creación en la que se inscribió, busca esa respuesta no para sentirse satisfecho, sino para que el hombre entienda que ese es el camino de su plena felicidad. Por eso, quienes han entendido esta manera de obrar y han sido dóciles a estas inspiraciones amorosas del Creador, el responder afirmativamente a estas insinuaciones del Dios de amor se transforma en fuente de serenidad incesante, y en prontitud en el descubrimiento de estos tesoros que sin duda llegan a ser la mayor de las riquezas que pueden obtener. La lluvia de bendiciones se transforma en una fuente incesante de vida y de gozo. Incluso en medio de las mayores dificultades y problemas, entienden que tener el corazón pronto para asumir con docilidad las experiencias del Espíritu, es con mucho, la mejor ruta. Es esto lo que Dios quiere que viva cada hombre elegido y salvado por su amor. La elevación de la mirada para poder percibir, en medio del tráfago del mundo, lo que verdaderamente tiene valor. Es por ello que la relación con Dios para estos hombres se convierte en fuente segura de confianza, de seguridad, incluso de satisfacción confiada en Él. Es hermoso tener confianza con Dios y manifestar esa confianza sin restricción. De esa manera, la relación con Dios se transforma en algo completamente satisfactorio, sin quiebres y llena de compensaciones sin par.

Fue esta la experiencia de vida que tuvo Abraham en las manos de Dios. Su experiencia de fe, abandonado totalmente en la voluntad divina, sin dejar de tener desencuentros y frustraciones, muestra que su seguridad la había puesto totalmente en las manos de Dios. No era él que decidía su suerte. Al máximo se colocaba en el camino del amor para seguir recibiendo la cascada de bendiciones por ser el elegido para ser el padre de una humanidad nueva que nacería al final de los tiempos y del cual él se había convertido en personaje central y primario. Es llamativa esta excelente disposición, por cuanto lo único que tenía en sus manos era una promesa de grandes maravillas. Y nada más. Establece así una relación de tal intimidad con el Señor que en el único sitio en el que encontraba seguridad y confianza era a la vera de su Elector. Al punto que de esa relación fluida y fresca, su misma esposa Sara toma también esa frescura de Dios, aún estando más ocupada en otras cosas más banales. La promesa de descendencia que reciben es tomada con agrado, pero con cierta incredulidad por Sara, en el atrevimiento mayor de desconfiar de ella. Dentro de lo maravilloso de las actuaciones divinas, Sara reacciona como reaccionaría cualquiera. Una pareja de ancianos, secos y estériles, reciben la mayor bendición que pueden recibir. Su hijo Isaac será quien concrete la alianza nueva que transformará la historia del mundo. Una tarea impresionante para quien vive solo de la humildad. Es la humildad necesaria delante de Dios para ser receptor de grandes bendiciones: "'Cuando yo vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo. Sara estaba escuchando detrás de la entrada de la tienda. Abrahán y Sara eran ancianos, de edad muy avanzada, y Sara ya no tenía sus periodos. Sara se rió para sus adentros pensando: 'Cuando ya estoy agotada, ¿voy a tener placer, con un marido tan viejo?' Pero el Señor dijo a Abrahán: -'¿Por qué se ha reído Sara, diciendo: 'De verdad que voy a tener un hijo, yo tan vieja?' ¿Hay algo demasiado difícil para el Señor? Cuando vuelva a visitarte por esta época, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo'. Pero Sara, lo negó: 'No me he reído', dijo, pues estaba asustada. Él replicó: 'No lo niegues, te has reído'". Es muy simpática la reacción de Sara, pero absolutamente natural. 

Esta confianza radical en Dios nos mueve a todos a presentarnos delante de Dios con esa humildad necesaria, pues solo así, reconociendo su amor y su poder que siempre estará a nuestro favor en medio de todas nuestra tribulaciones. El ejemplo lo tenemos en aquel centurión, seguramente hombre recio, de disciplina militar, muy consciente del orden jurídico, seguramente conocedor de Jesús por referencias de otros que, reconociendo que en ese personaje no está simplemente un profeta taumaturgo, que realizaba maravillas en medio del pueblo, sino un hombre que buscaba siempre hacer el bien, se le acerca sin ninguna duda para solicitar un  favor extraordinario, con la certeza de que no será desatendido. No pide algo para sí, sino para un criado. Incluso llega al extremo de confesar su fe de manera extraordinaria, cuando reconoce que Jesús puede hacer el milagro a la distancia. Apela a su propio ejemplo como personaje de autoridad para fundamentar que en Jesús hay una fuerza superior, pues es una confesión tácita de que para Dios no existe nada imposible: "'Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho'. Le contestó: 'Voy yo a curarlo'. Pero el Centurión le replicó: 'Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: 'Ve' y va; al otro: 'Ven', y viene; a mi criado: 'Haz esto', y lo hace'. Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: 'En verdad les digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac, y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los hijos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes'. Y dijo al centurión: -'Vete; que te suceda según has creído'. Y en aquel momento se puso bueno el criado". Esa confianza radical tuvo la compensación mayor. Es la compensación que da la fe por encima de todo. Dios es la fuente de todas las bondades. Y esa fuente está abierta siempre. No se cierra jamás. Nosotros solo debemos ascender en el espíritu para que nuestra mano esté siempre tendida hacia esa fuente de amor, que será causa de nuestro gozo, ya que manará siempre a nuestro favor. Y así, nunca fallará, como nunca ha fallado.

jueves, 24 de junio de 2021

Confianza y humildad, para recibir toda la ternura de Jesús

 La petición de un leproso a Jesús: "Si quieres, puedes limpiarme" -  Evangelio - COPE

Nuestras relaciones con Dios deberían tender siempre a ser lo más fluidas posibles. No está reñido el que sean relaciones serias, maduras, sopesadas, conscientes, con el que tratemos de que sean sencillas, cercanas, tiernas, amorosas, joviales. Tendemos a colocar el listón tal alto, que nuestra relación, siendo seria y profunda, la llevamos muchas veces al extremo de hacerla excesivamente formal, incluso llegando al acartonamiento, logrando con ello un cierto alejamiento de la figura cercana, fresca, amorosa, de un Dios que es Padre amoroso, comprensivo y que busca y lo hace todo para que nos sintamos en absoluta confianza ante Él, pues lo que desea es que estemos siempre a su lado, mientras Él derrama todos sus beneficios sobre nosotros. La clave de la confianza en Dios no está nunca, ni nunca lo estará, en mantenerlo lejos de lo afectivo, tan esencial para la vida de la los hombres. Por ello debemos siempre luchar por ni siquiera dar la impresión de tener a un Dios lejano, que no tiene ternura hacia nosotros, o que es también lejano, como si procurara mantener una distancia que no tiene sentido. El buen estado de ánimo, en este sentido, juega un papel muy importante. Quienes se sienten cercanos a Dios, están siempre bañados por el bienestar. Y ese bienestar Dios lo convierte en alegría, en buen carácter, en jovialidad. Sobretodo en lo que refiere en la relación personal con Él, pero que también tendrá repercusiones en la relaciones con los demás, produciendo en todos una sensación de paz y de serenidad tan necesarias en esas relaciones. El seguidor de Dios se convierte así en factor de armonía que, indudablemente, deja su semilla en otros. Y no es que vaya a vivir en un mundo de fantasía, como queriendo dar a entender que no asume su realidad con la seriedad de cada caso. La asume, y quizás con mayor solidez que cualquiera. Solo que ha añadido el sabroso ingrediente de la confianza en Dios, pues sabe que ante cualquier circunstancia vital, Él está presente con su amor, con su poder, y con la inyección de la esperanza.

Cuando se da esa combinación fabulosa de la confianza extrema en Dios y de la alegría, la ternura, el afecto de saberlo siempre allí y que nunca faltará, se dan los casos de mayores beneficios que compensan infinitamente a quien vive esa fidelidad radical. De nuevo nos sale al encuentro la figura gigante de Abraham, nuestro padre en la fe, que ha llegado a un punto extremo de esto que llevamos diciendo. Es tremenda la cascada de bendiciones que Dios está dispuesto a derramar sobre su elegido. Sorprende la cantidad de detalles que Dios tiene con él. Pero es razonable que así sea, pues es el elegido para la obra augusta de la creación de ese nuevo pueblo que será la puerta de entrada para la bendición de la humanidad entera. No puede Dios actuar de otra manera, sino siempre a favor de ese que será personaje fundamental en esa larga y gloriosa historia de salvación que el Señor va escribiendo. En esta ocasión asistimos a la promesa maravillosa de bendecir a Abraham con descendencia. En su ancianidad, ya había permitido que tuviera un descendiente en Ismael. Condescendiendo por la esterilidad de su mujer, le permite unirse a la esclava y de ella tiene a su primer hijo. Pero Dios adelanta su don y hace que Sara, su mujer, pueda tener un hijo, carne de la pareja, con lo cual quedan bendecidos por partida doble. Un regalo de amor que será quien producirá la existencia de esa pléyade de humanidad que invadirá el mundo con la alegría de la Redención futura. La alianza de esa situación de felicidad plena que hará Dios con Abraham tiene su prenda en Isaac. Es tanta la confianza que tiene el patriarca con Dios que se atreve incluso a sonreír en su presencia, en un gesto de incredulidad por la magnitud de la promesa y de la alianza que Dios está dispuesto a hacer por su elegido: "Cuando Abrán tenía noventa y nueve años, se le apareció el Señor y le dijo: 'Yo soy el Dios todopoderoso, camina en mi presencia y sé perfecto'. El Señor añadió a Abrahán: 'Por tu parte, guarda mi alianza, tú y tus descendientes en sucesivas generaciones. Esta es la alianza que habrán de guardar, una alianza entre yo y ustedes y tus descendientes: sea circuncidado todo varón entre ustedes'. El Señor dijo a Abrahán: 'Saray, tu mujer, ya no se llamará Saray, sino Sara. La bendeciré, y te dará un hijo, a quien también bendeciré. De ella nacerán pueblos y reyes de naciones'. Abrahán cayó rostro en tierra y se dijo sonriendo, pensando en su interior: '¿Un centenario va a tener un hijo y Sara va a dar a luz a los noventa?' Y Abrahán dijo a Dios: 'Ojalá pueda vivir Ismael en tu presencia'. Dios replicó: 'No, es Sara quien te va a dar un hijo, lo llamarás Isaac; con él estableceré mi alianza y con sus descendientes, una alianza perpetua. En cuanto a Ismael, escucho tu petición: lo bendeciré, lo haré fecundo, lo haré crecer sobremanera, engendrará doce príncipes y lo convertiré en una gran nación. Pero mi alianza la concertaré con Isaac, el hijo que te dará Sara, el año que viene por estas fechas'. Cuando el Señor terminó de hablar con Abrahán, se retiró". Las bendiciones sobre Abraham nunca cesaron. Y hoy somos todos beneficiarios de ellas.

Por esa confianza madura y tierna, serena y feliz, de estos personajes que entendieron que el Señor nunca pone barreras para que nos sintamos a gusto junto a Él, se obtienen los mayores favores de su mano amorosa y poderosa. Tener a Dios en el corazón, en la actitud más cercana que podamos alcanzar, como respuesta a su amor, confiando radicalmente que esa alegría que produce estar seguros de que con Él nunca será traicionada, produce las alegrías mayores. Y nos lanza a manifestar nuestra confianza de que jamás seremos rechazados. Dios nunca rechazará a quien se acerca a Él manifestando la mayor de las confianzas. El amor no actúa así jamás. Más bien atrae y confirma en el amor. Por eso, en esa comprensión clara de quién es Dios, aquel leproso se lanzó en los brazos del amor. Conocedor de su situación legal, que lo lanzaba a la mayor execración legal y social, asumía su condición dolorosa con resignación. Expulsado socialmente, se atrevió a sobrepasar las restricciones que se le imponían, y con la confianza de saber que estaba delante de quien todo lo podía, se le acerca con humildad y confianza a solicitar el mayor  favor que podía recibir: "Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: 'Señor, si quieres, puedes limpiarme'. Extendió la mano y lo tocó, diciendo: 'Quiero, queda limpio'. Y en seguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: 'No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio'". En ese extremo de humildad y confianza, no exige. La decisión final es la de Jesús. Él es el Dios poderoso que tiene el amor suficiente para concederle el don. Y en sus manos lo deja. "Si quieres..." Y por supuesto, Jesús siempre quiere. "Quiero, queda limpio". Jesús ha venido para hacer el bien. Y todo el que se acerca a Él para recibir el beneficio, lo recibirá. A ninguno de nosotros nos dejará a un lado, sin manifestarnos su amor y su ternura. Todos somos beneficiarios de ese amor y de ese poder. Solo que ante Él debemos ser nosotros también tiernos en esa relación, manifestando nuestra madurez en nuestra experiencia, y abriendo nuestro corazón, dispuestos a recibir ese amor profundo, y a responder profundizando cada vez en la confianza y la humildad delante de quien es el más tierno de todos, nuestro Dios de amor.

Juan Bautista, bisagra entre lo antiguo y lo nuevo

 día 24: Nacimiento de Juan Bautista | Familia Franciscana

Juan Bautista es uno de los personajes bisagra de la nueva historia de la salvación escrita amorosamente por Dios con la Sangre de su Cordero, entregado en sacrificio consolador por la humanidad. De él hace Jesús el mayor reconocimiento que se puede hacer a un ser humano alguno: "No ha nacido nadie mayor de mujer". No se trata de una afirmación de simple entusiasmo, sino de una constatación objetiva, sobre todo por la tarea que le corresponde realizar en el presente y en ese futuro inmediato de su misión. Son varios los personajes que destacan durante la historia turbulenta y gloriosa de Israel, el pueblo elegido por el Señor para ser suyo. Y en algunos, particularmente, la revelación que se va abriendo camino, se acentúan sobre todo las manifestaciones extraordinarias de sus orígenes. No se pueden ocultar los de la descendencia de Abraham, los hijos de Jacob, Sansón, Isaac, y otros más. Sobre todos ellos destaca la figura de Juan Bautista, a quien el favor de Dios hace que centremos el foco en lo extraordinario de lo que está rodeado. Juan Bautista es el último de los Profetas y de los Patriarcas del Antiguo Testamento, y es el primero de los Apóstoles. Él abre el camino a la entrada de Jesús al mundo, es el Precursor que finalmente presentará al "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Su voz es "la voz que clama en el desierto", invitando a los hombres a abrir el corazón a la obra final de salvación de Dios en favor del hombre. No existe sobre la tierra tarea más importante y determinante. Por ello, no es solo bisagra, sino referencia obligatoria para todos los salvados de Jesús: "El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: 'Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré' ... 'Mi Dios era mi fuerza: 'Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra'". Su figura como adalid de Jesús, el Salvador, tiene una importancia innegable, que no puede ser nunca dejada a un lado.

La instrumentalidad del Bautista es evidente. Y él mismo la asumió con la seriedad del caso. Jamás rehuyó a ella y muy al contrario, en respeto de aquello para lo cual el Señor lo había elegido, con la mayor humildad lo asumió. Nunca se atribuyó a sí mismo ningún mérito, sino que se hizo cada vez más consciente de lo que a él le correspondía. De una personalidad recia, valiente, podríamos decir que hasta hosca, se convirtió en una personalidad suave, humilde, consciente de lo que era. Habiéndose podido aprovechar del éxito personal que estaba obteniendo entre sus seguidores a los cuales se sumaba cada vez más gente, nunca se atribuyó nada a sí mismo. Muy al contrario, buscó siempre que esos seguidores fijaran su mirada en el verdadero foco, el importante, Aquel al cual él servía con plena conciencia: "En aquellos días, dijo Pablo: 'Dios suscitó como rey a David, en favor del cual dio testimonio, diciendo: 'Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos'. Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes de que llegara Jesús; y, cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida decía: 'Yo no soy quien ustedes piensan, pero, miren, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias de los pies'. Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos ustedes los que temen a Dios: a ustedes se les ha enviado esta palabra de salvación'". Es Juan el primero de los instrumentos que abren el nuevo camino de la nueva ley. Él es el primero de los beneficiados, fuera de la fulgurante figura de nuestra Madre María, elegida desde antiguo para ser la Madre del Redentor. Junto a Ella, esta historia gloriosa se escribe con las letras de la figura de Juan Bautista, "el mayor de los nacidos de mujer".

Rodeado del halo del misterio de Dios, y pleno de demostración de amor por el hombre, su nacimiento no puede ser sino maravilloso. Los ancianos Zacarías e Isabel, primos de la Virgen María, Madre del Redentor, habiendo recibido la mayor de las bendiciones, pues el Señor los bendice en su ancianidad, seca y estéril, con un fruto de sus propias entrañas. Y en el reconocimiento de haber recibido un inmenso favor, como don de amor y de fidelidad, se ponen ante el Señor del amor con la plena disposición de respuesta. Aún en el reconocimiento de una maravilla que se estaba sucediendo a su vista, sus familiares y amigos se empeñan en querer mantener una cierta "normalidad" que no cabía. Lo que estaba sucediendo era totalmente fuera de lo natural y, a pesar de sus empeños, los esposos ancianos pugnan por reconocer el inmenso misterio de lo que estaba a la vista de todos. La fuerza de su convicción vence y se impone lo razonable: hay que reconocer el misterio, aun con lo incomprensible que puede resultar. El nuevo orden del amor así lo exige. Y a eso hay que responder: "A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: '¡ No! Se va a llamar Juan'. Y le dijeron: 'Ninguno de tus parientes se llama así'. Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: 'Juan es su nombre'. Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: 'Pues ¿qué será este niño?' Porque la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel". Es Juan Bautista, el Precursor, el primero de la Apóstoles, el último de los Profetas y de los Patriarcas, el que inaugura el nuevo camino de la novedad absoluta de la salvación que trae Jesús. Instrumento privilegiado del Señor para abrir los caminos hacia los corazones de los hombres de ese Cordero de Dios que viene a quitar los pecados del mundo, los nuestros, para dejar despejada la ruta para la llegada de Jesús a nuestros corazones. De nuevo, un gesto del amor infinito y eterno por nosotros, sus criaturas.