domingo, 28 de marzo de 2021

Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Salvador, nuestra liberación

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Se acerca ya el momento de la culminación de la tarea que vino a realizar Jesús, enviado por el Padre para el rescate de la humanidad. El encuentro de la multitud que está en Jerusalén por las fiestas de Pascua judías con el Jesús que entra triunfante montado sobre un pollino, como cuando se trata de un Rey, es un encuentro gozoso de ese pueblo humilde que ha cifrado sus esperanzas en Aquel que ha venido para lograr su liberación y el restablecimiento de la paz. Él es el Rey humilde que viene sobre un asno joven, símbolo también de la sencillez con la que Él se presenta, de la pureza pues es un pollino imberbe, y de la paz que trae a los hombres. Ese pueblo sencillo añora la liberación del yugo que los oprime. Es cierto que algunos confunden esa liberación como enfrentamiento con el poder establecido del imperio dominante. Pero muchos saben, porque Jesús lo ha dejado claro ya anticipadamente, que su obra no es contra una autoridad humana específica, sino contra el mal en general que se ha adueñado del mundo. La liberación que trae Jesús es una liberación espiritual. Es arrancar al hombre de las garras del pecado, del alejamiento de Dios, del enfrentamiento entre hermanos, que sin duda tendrá repercusión en la manera de ejercer el poder y el gobierno de la autoridad ante el pueblo. La gente ve en Jesús una luz de esperanza que los motiva y les da unas ganas nuevas de vivir, principalmente, ganas de ser de nuevo de Dios, el pueblo elegido y favorecido en todo por el Dios que los ha convocado como pueblo. Por eso gritan exaltados ante el paso de Jesús: "Hosanna al Hijo de David. Hosanna al que viene en el nombre del Señor".

Este entusiasmo del pueblo al ver la presencia de Jesús entre ellos, y que entra triunfante en la ciudad, se verá trastocado súbitamente. Ese pueblo entusiasmado será de nuevo manipulado por las autoridades religiosas y civiles y en el juicio contra Jesús se oirán más bien las voces que pedirán su crucifixión. Anteriormente se oían los gritos entusiasmado exaltando a Jesús. Luego, solo se oirán las voces que piden su condena y su muerte. Es un retrato de la humanidad que se deja manipular por el mal, y se coloca contra el Dios que busca solo su bien. No hay manera de conjugar el entusiasmo inicial con el ensañamiento posterior, si no es desde la óptica del mal. Los hombres que miran hacia el mal como si fuera su beneficio, son los que fácilmente se colocan contra Dios y su obra de amor y de liberación. Para ellos no valen de nada todos los acontecimientos previos en los que Jesús ha dejado su mensaje de amor y de paz, en los que sus obras hablan de un poder divino que ha actuado para establecer el Reino de Dios en el mundo con las maravillas y los portentos que realiza. Todo eso pierde su valor ante el ansia de sangre que les es inoculado por esas autoridades manipuladoras que quieren eliminar a Jesús para no perder todos sus privilegios. Así, después del momento de gloria que vive en su entrada triunfal, Jesús asume ya la carga de dolor que vivirá con su pasión y su muerte: "Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo  ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre". La suerte está echada. El rescate se saldará con sangre. Y será la sangre del Hijo de Dios hecho hombre por amor a nosotros, que asume su misión con gallardía: "Que no se haga mi voluntad sino la tuya", le dice al Padre.

La Pasión de Jesús es el trance que da un triunfo pasajero al demonio. Significa la asunción sobre sus espaldas de todos los pecados de la humanidad de todos los tiempos. El peso espiritual de ellos es más terrible que el peso físico de la Cruz. Si la Cruz le hizo caer tres veces, los pecados lo mantienen pegado al suelo por el que camina hacia el Gólgota. Fue un momento de dolor extremo, por cuanto no solo era castigado físicamente, sino que recibía el castigo de la traición de los suyos, la traición de Judas, las negaciones de Pedro, la huida de todos sus seguidores, el abandono radical de quienes lo seguían entusiasmados. Veían al Maestro vencido y así veían también frustradas todas sus esperanzas. No terminaron de comprender ni de aceptar nunca que la redención pasaba por la entrega, por el dolor, por el derramamiento de sangre y que terminaba en la muerte. Jesús lo había anunciado así, pero ellos no terminaron de asimilarlo. Por ello, Jesús llega al extremo de clamar al Padre su presencia: "Padre, ¿por qué me has abandonado?" Su sufrimiento era tan cruel que se vio absolutamente solo, incluso abandonado por Dios. Pero este grito aparentemente desesperanzado de Jesús al Padre, lejos de ser demostración de frustración total, es una manifestación clara de confianza y de esperanza. Jesús sabe que el Padre no lo puede abandonar en este momento. Si el amor de Padre fue el que le encomendó esa misión, no iba a dejarlo solo en el momento más álgido del cumplimiento de la tarea. Él mismo sabía todo lo que tendría que vivir en su obra de redención, y confirmaba el triunfo final de la vida: "El Hijo del hombre será entregado a los ancianos y a los sumos sacerdotes ... pero al tercer día resucitará". Es la obra del Padre que Jesús sabe muy bien que será cumplida. El grito de auxilio de Jesús es la confirmación de su confianza en que el Padre también hará su parte en toda esta obra. Es el mismo grito que debemos dar todos los hombres que estamos sumidos en el dolor y en el sufrimiento. Pedirle al Señor que no nos abandone, que haga su parte y salga en nuestro auxilio. Y así como cumplió con Jesús, cumplirá también con cada uno de sus hijos que claman ante Él y ante su amor. Mientras tanto, viviremos la calamidad del dolor que corresponde a nuestras culpas, pero con la esperanza de ese triunfo final del amor que no debemos dudar jamás de que vendrá: "Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: 'Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios'". El Hijo de Dios cumplirá su tarea. Será acompañado y liberado por el Padre. Y todos nosotros recibiremos el beneficio de nuestra liberación.

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