martes, 31 de diciembre de 2013

Como a ti mismo y como Cristo nos ha amado

Al final de año siempre conviene hacer un balance de nuestra historia durante él. Se trata de descubrir delante de Dios lo que ha sido nuestra vida, lo bueno, lo malo y lo regular que hemos hecho, a la luz de su voluntad y de su deseo de perfección en nosotros. Es una manera de ver cómo hemos ido respondiendo a la invitación de Jesús: "Sean perfectos, como el Padre celestial es perfecto". No se trata de que seamos perfectos como Dios, sino de que seamos perfectos como Dios quiere que seamos en lo humano. Nuestra perfección jamás será igual a la de Dios, pues la de Él es una perfección divina. La nuestra debe ser una perfección humana... Así como Dios es perfecto en su divinidad, debemos serlo nosotros en nuestra humanidad...

La venida del Verbo eterno de Dios, de la Palabra, su encarnación, y su presencia en medio de todos nosotros, en Jesús de Nazaret, nos ha abierto la perspectiva del camino que Dios quiere que nosotros andemos con alegría e ilusión. El mismo Jesús nos ha puesto el itinerario, basándolo en la vivencia más importante que debemos perseguir todos, que es la del amor... Nos ha colocado dos niveles de exigencia, ambos altísimos: "Ama a tu prójimo como a ti mismo" y "Ámense los unos a los otros como Yo los he amado"... Es en el amor donde debemos basar nuestra revisión, pues el examen final de nuestras vidas, después del cual o entraremos a "gozar de la dicha del Señor" o seremos "echados fuera, donde será el llanto y el rechinar de dientes", se basará precisamente en este aspecto medular de nuestra vida...

¿Cuánto hemos amado en 2013? ¿Habrá sido suficiente como para sentirnos orgullosos de nosotros mismos? ¿Podremos levantar la mirada delante de Dios y decirle con toda objetividad "Siervo inútil he sido, no he hecho más que lo que tenía que hacer"? ¿Podemos mirar con alegría hacia atrás, hacia estos días del año que termina, y sentirnos satisfechos con lo que hemos vivido? ¿O, por el contrario, reconocemos con vergüenza que muchas cosas referidas a la vivencia del amor han quedado en el tintero, y por odio, por respeto humano, por repulsión, por indiferencia, hemos dejado de hacerlas? La doble rasante que coloca Jesús en la vivencia del amor es muy exigente, lo sé. Pero en el cumplimiento exacto de esos dos mandamientos está nuestra verdadera felicidad y plenitud. Es impresionante el bienestar interior que se siente al saber que se ha amado, no como una simple tarea que se ha llevado a cabo para cumplir, o como una carga que debo llevar obligatoriamente, sino como un estilo de vida que se ha impreso a la propia vida y le ha dado pleno sentido...

Amar al prójimo como a uno mismo exige querer el bien que yo mismo vivo para ellos. Se trata de evitar toda acción que surja de nosotros hacia los otros y que los pueda hacer sentir mal, ofender, humillar... Que no los haga sentirse queridos. De ninguna manera hacer que nadie tenga una mala experiencia, pues es lo que nosotros evitaríamos para nosotros mismos... Es la formulación cristiana de la famosa "Regla de Oro": "No hagas a nadie lo que no te gustaría que te hicieran a ti". Pero es una formulación que debe tener también su planteamiento positivo: "Haz a todos lo que a ti te gustaría que te hicieran". Se trata, de esta manera, de procurar el mayor bien posible para los otros, como lo quiero para mí. Es buscar aliviar sus sufrimientos, es darles el cariño que añoran, es procurarles los bienes materiales que les hacen falta si está en mis manos poder hacerlo, es llevarles una palabra de consuelo y de alivio, es acariciarlos cuando les hace falta, es aconsejarlos cuando veo que les hace falta una palabra orientadora...

Amarnos los unos a los otros como Jesús mismo nos ha amado, nos pone la medida más alta. Ya no se trata de procurar el bien para los otros y evitar a toda costa su mal, sino de cargar sobre nuestros hombros los males que los aquejan y todas sus experiencias. Es evitarles el sufrimiento, ofreciéndome yo para sufrir con ellos y por ellos. Es hacerme uno con ellos de tal manera que entro en una "simpatía" total, disfrutando de sus mismas alegrías y compartiendo y cargando sobre mis espaldas las cargas que a ellos correspondería llevar. Es permitir que mis llagas sean sanadoras para ellos, como lo hizo Jesús: "Por sus llagas hemos sido curados". Es ofrecerse como propiciación por los sufrimientos y dolores que ellos vivan. Así como Jesús puso toda su vida a la disposición de sus amados, así mismo quiere que sus amados lo hagan por todos. Es lo que nos quiso enseñar en la Última Cena, cuando se puso a lavarles los pies a los apóstoles: "Esto lo he hecho para que sepan lo que tienen que hacer entre ustedes"... Jesús nos indica el camino del servicio, de la entrega, del ponerse a los pies de los demás. Y nos conmina a todos a hacer lo mismo. "Ámense los unos a los otros como yo los he amado", es una invitación comprometedora. Más que una invitación es un mandato. Pero un mandato que se convierte en carga suave y llevadera, pues llena de sentido la vida en plenitud.

A la luz de estos dos mandatos de amor debemos hacer nuestra revisión. Y hacerlo, principalmente, en lo que respecta a los más cercanos, a nuestras familias, amigos, vecinos, compañeros de trabajos y de diversiones. No se trata de pensar que debemos vivir como en un convento, sino de hacer de nuestra vida una presencia cotidiana de Dios, de su amor, de su paz y de su justicia, en la normalidad de su desarrollo.

Si nos damos cuenta de que estamos muy lejos, no hay que tener pesimismos de ningún tipo. Siempre hay oportunidad de enderezar entuertos. El amor jamás llega tarde. Si lo hemos hecho a medias, debemos procurar promover una vivencia más intensa del amor en nosotros. Y si constatamos que hemos recorrido esta senda, debemos agradecer a Dios que nos ha llenado de su Gracia para que lo logremos, sin envanecernos, sino dándole a Él la gloria que le corresponde: "No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre da la gloria..."

"La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros... A cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre". Esa Palabra es renovadora. Es nuestra fortaleza. Con Ella, con Jesús, nunca podremos ser pesimistas en las metas que nos propone Dios. Por Ella y con Ella podemos lograrlo. "Todo lo puedo en Aquel que me conforta". No puede engañarnos quien nos ama más de lo que nos amamos nosotros mismos...

lunes, 30 de diciembre de 2013

Pronuncio la Palabra y así soy plenamente feliz

La llegada del Niño Dios es la esperanza cumplida... Eran muchos los personajes del pueblo de Israel que tenían confianza absoluta y firme en que la Palabra de Dios se cumpliría. Más aún, que esa Palabra se haría presente ya no solamente como una audición, sino como una presencia cercana y activa. La Palabra de Dios tenía que venir, tal como lo había prometido el Padre desde el principio... Esa Palabra no era sólo una realidad inmaterial, pues había sido realmente protagonista desde el inicio de la existencia de todas las cosas. Era la Palabra de Dios la que causaba el "nacimiento" de todo a la realidad. Incluso del mismo hombre. "Y dijo Dios...", es la expresión que lo confirma todo. La Palabra de Dios llamó del no ser al ser todas las cosas...

"La Palabra existía desde el principio. Por ella fueron creadas todas las cosas, y sin ella nada existiría", dice San Juan en el prólogo de su Evangelio. Esa altura de la consideración teológica se alcanzaba al percatarse que la Palabra de Dios era la causa de todo lo creado... Pues bien, esa Palabra no quedó fuera de la historia humana... Fue tan eficaz en su protagonismo, que se hizo presente en esa misma historia: "Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros". El Verbo eterno, la Palabra de Dios mejor pronunciada, tan bien vociferada, es la misma presencia de Dios entre los hombres... Y desde ese inicio de la historia humana de Dios, se cumplió perfectamente la promesa divina... Esa presencia es rescate, es luz, es salvación, es victoria de la Vida... "Un descendiente de la mujer te pisará la cabeza", le dijo Dios a la serpiente. La mujer, María, fue la Puerta del Cielo, fue la entrada del Verbo, de la Palabra, a la historia de la humanidad para hacer de esa historia el lugar de la más maravillosa gesta de Dios en favor de los hombres. María, al igual que Dios, también pronuncia su palabra, que es igualmente eficaz al unirse en esa historia de la salvación de los hombres: "Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra". El Sí de María es la palabra que pronuncia la humanidad para abrir espacio a la Palabra de Dios y permitir que venga a realizar su obra redentora... El Verbo, la Palabra de Dios, empieza su "diálogo de salvación" con los hombres desde el seno de la Virgen Madre. El desarrollo de ese embrión humano-divino es un diálogo que, apenas audible, apenas balbuciente, es grito divino que logra iniciar la historia del rescate de los perdidos...

Por supuesto, la Palabra se convierte así en historia esencial. Los hombres necesitamos siempre de la palabra para escuchar, para conocer, para comprender, para discernir, para masticar, para anunciar, para dar a conocer. Sin la palabra audible, que afecte a nuestros sentidos, ninguna cosa puede ser conocida ni entendida. Y por lo tanto, al no ser conocida, no puede ser amada ni deseada. Sólo lo que conocemos y comprendemos puede ser amado. "No se ama lo que no se conoce". Y cuando se ama aquello que nos es presentado, comprendemos que la plenitud se alcanzará sólo cuando lo compartimos. Compartir un bien es siempre hacerlo mayor. Nunca se "disminuye" el bien compartido. Al contrario, crece y compensa más...

Por eso, tiene muchísimo sentido lo que sucede en la historia de la salvación, particularmente y con más fuerza, después de la venida de la Palabra que "se hizo carne y habitó entre nosotros"... Cuando San Juan en su Primera Carta insiste: "Les escribo a ustedes, padres... Les escribo a ustedes, jóvenes... Les escribo a ustedes, hijos...", está dando demostración de la importancia que tiene el uso de la palabra para comunicar la Verdad fundamental... Es necesario hacerla saber, pues es un bien para todos. Es necesario que por la palabra hecha sensible de cualquier modo, el anuncio de la presencia de la Palabra de Dios en la historia de la humanidad sea hecho, para que ese bien se haga presente en todos los hombres, en la mayor cantidad de ellos. Para eso "ha puesto su morada entre nosotros". La Palabra debe ser escuchada, aceptada, asimilada, y debe producir en los hombres una adhesión de corazón, para que no quede infructuoso su gesto salvador... Cuando esto se comprende, la alegría de quien anuncia es colmada, pues llega a su plenitud. "Se lo damos a conocer para que nuestra alegría sea completa", dice Juan... No será completa en quien la posee si se la guarda para sí mismo. Y resguardada en la intimidad egoísta del corazón y de la mente, sólo producirá frustración y a la postre desaparecerá...

La Palabra de Dios, pronunciada desde la eternidad en el amor íntimo de Dios, pronunciada para la salvación de los hombres en Jesús, y pronunciada por todos los discípulos al mundo entero para que esa salvación llegue a todos, logra su cometido en esa misma pronunciación... Hace felices a quienes la poseen y a quienes la escuchan. Conquista y subyuga a quien la escucha por primera vez y descubre la bella noticia del amor de Dios que se ha entregado por completo con tal de tenernos a su lado... Es una Palabra que corteja, que acaricia, que besa y abraza, para hacer sentir una ternura infinita que haga que no se desee más nunca ninguna otra realidad que pretenda robar el corazón de los hombres... Es de tal manera la plenitud que propicia en el corazón de los amados, que cualquier otra "palabra" que se pronuncie, jamas tendrá la musicalidad que robe la atención, a menos que sea para unirse a la sinfonía inefable del amor que Dios ofrece y que da toda compensación...

La profetisa Ana esperó escuchar esa música que le robó el corazón durante toda su vida... Años y años en el templo esperando escuchar esa hermosa sinfonía de la Palabra de Dios, hasta que Dios le cumplió su esperanza... Ana es prototipo de la humanidad que añora esa llegada de la Palabra, de ese música hermosa, que arrebataba los sonidos estridentes que habían producido el pecado y la muerte durante tantos años... La música celestial borraba por completo las estridencias y lo colocaba todo en los acordes más hermosos que se han escuchado en toda la historia: los de la música producida por la Palabra hecha carne, la música del amor, la música de la salvación, la música que servía como billete de entrada a la eternidad feliz junto al Padre...

Nuestra alegría será completa sólo si comprendemos, como lo comprendió Ana y como lo comprendió Juan, que en el anuncio de la llegada de esa Palabra de salvación está la plenitud. Quien se convierte en anunciador, se anuncia a sí mismo también esa misma salvación y por eso alcanza la altura más grande de la alegría. Da la alegría y la asegura para sí. Vive la plenitud y la hace llegar a los hermanos. Se convierte en palabra que anuncia a la Palabra y por eso se salva y es feliz en plenitud...

domingo, 29 de diciembre de 2013

¿Familias desechables?

En la decisión eterna que tomó Dios para redimir el hombre, asumiendo en todo la condición humana, estaba, evidentemente, entrar a la vida terrena a través de una familia. Cuando el Verbo se hizo carne lo hizo en el vientre de una Madre, y en sumisión total a la forma en que se desarrolla la vida de cualquier niño, con una Madre y un Padre. El Niño Dios. tierno y frágil, tenía que contar en sus primeros años de la protección, el cuidado y las atenciones de sus padres. Es realmente sobrecogedor pensar en que la decisión del Dios Todopoderoso, el Creador y Sustentador de todo lo que existe, haya decidido colocar su existencia terrena en las manos de dos personas que están en el mundo por su amor, su decisión y su providencia... Pero en el "se hizo carne y habitó entre nosotros" está incluida esta "locura" de amor divino...

La familia es, para todos los seres que existen, una realidad primordial. También en el "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" está incluida esta realidad divina. Dios es Familia, la primera de todas. Dios es Padre, Hijo y Amor. En Dios existe lo que existe en toda familia: paternidad, filiación y el lazo indisoluble del amor. Como familia, los hombres somos también "imagen y semejanza" del Dios Familia. Es natural, en efecto, que el Verbo, al dejar "abandonada" su gloria eterna, hubiera querido entonces entrar en la nada humana a través de esta institución esencial de la naturaleza...

Los hombres tenemos, de este modo, modelos perfectísimos donde vernos reflejados para desarrollar nuestra esencia familiar. La Familia que es Dios y la Sagrada Familia en la que fue acogido el Niño Dios. Ambas, podemos afirmarlo sin dudas, son la suma de las perfecciones hacia la cual debe tender la familia humana... No existen modelos superiores por los cuales podríamos guiarnos y, aunque nos parezcan inalcanzables por la altura en la que se encuentran, no debemos arredrarnos en el intento por avanzar cada vez más hacia ellas. El hecho de ser llamados a la perfección no hay que verlo como algo imposible o inalcanzable, sino como reto al que hay que tratar de responder siempre con audacia...

Lamentablemente, nuestra realidad actual es muy distinta. Los hombres, imbuidos en una mentalidad de la provisionalidad y de lo desechable, hemos echado en el mismo saco a la familia. No se valora a la familia como la institución por la cual vale la pena luchar, por la cual vale la pena asumir compromisos estables, por la cual vale la pena sacrificar incluso intereses o prebendas personales. Sólo es el "bienestar" el que es valorado y se ha colocado por encima de cualquier otro valor. Si me siento bien, si me gusta, si me causa placer, vale la pena. Si no, se deja a un lado. Lo tengo hasta que produzca ese "bienestar". Cuando ya deje de producirlo, lo echo a un lado, y me voy por otro camino a buscar de nuevo otra cosa que me lo produzca... San Pablo da con la clave de lo que debe estar en la base de todo: "Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada"...

Es el amor el que le da sustento y el que da la meta, el que está en la base y por encima de todo. Un concepto de amor que debe ser asumido como en lo que es en realidad, y no en lo que lo que lo hemos querido convertir los hombres. Tenemos un concepto de amor demasiado iluso, idealista, color de rosa. Cuando hablamos del amor, hablamos frecuentemente de las nubes del cielo o de los angelitos volando a nuestro alrededor... Esto no es amor, sino sensiblería bobalicona... El amor es comprometerse profundamente en la búsqueda del bien del otro, pasando por encima de las dificultades y barreras que puedan presentarse... Pensemos en el amor que podemos descubrir en el mismo Dios. El Amor en Dios es una Persona, la Tercera, el Espíritu Santo. No es un simple sentimiento, sino que es el vínculo íntimo entre todos... Y ese Espíritu Santo está siempre procurando que todos vivan el bien supremo, como no puede ser de otra manera en la intimidad divina... Pensemos también en el amor vivido en la Sagrada Familia, colocado, por supuesto, por encima de cualquier interés personal y buscando siempre el bien para todos, y colocándolo como meta particular de cada miembro...

Por amor, la Virgen María aceptó la misión que le anunció el Ángel Gabriel. Si hubiera pensado en las consecuencias que eso le traería en lo humano -pensemos en el rechazo de José, en la espada que atravesaría su alma, en el qué dirán de los de alrededor...-, para ella habría sido mucho mejor decir que no... Por amor, San José fue valiente al aceptar la encomienda que se le hizo de aceptar a María en su casa y de convertirse en el Custodio de quien venía a realizar la obra de la Redención de todos los hombres, pasando con la máxima humildad y silencio por la historia y convirtiéndose en el sustento material de esa Familia Sagrada... Por amor, el Niño Dios aceptó someterse a la autoridad de sus padres terrenos, viviendo cada una de las etapas de la vida de cualquier hombre, venerando a su Madre María y a su Padre José... En la Sagrada Familia sólo se puede entender que la vida se desarrollaba dentro de la normalidad del amor mutuo... Podemos imaginarnos la vida cotidiana de cualquier familia hebrea del tiempo, y tendremos la vida de Jesús, María y José. Alegrías, bromas, tristezas, problemas, conflictos ocasionales... vividos todos en medio del clima natural del amor mutuo...

Nuestra mentalidad de provisionalidad, de desechabilidad, de bienestar y comodidad, no cuadra con la intencionalidad firme de la vida familiar. Cada miembro de la familia debe poner su granito de arena, amando y procurando siempre el bien para los otros, renunciando a la sola búsqueda del bienestar material, a la idea del amor bobalicón que pretende ser sólo bueno cuando las cosas están bien y que huye cuando se presentan problemas... El amor en la familia compromete a hacer lo mejor y a poner lo mejor de sí para construirla. A pensar que es una realidad que necesita ser sólida, para que la sociedad y el mundo entero estén sólidos. No podemos hacer desequilibrarse al mundo y a la sociedad a fuerza de seguir persiguiendo sólo el bien egoístamente. Cuando todos nos decidamos a hacerlo así, estaremos asistiendo a la desaparición del hombre... Por el contrario, cuando pongamos el bien del otro, del amado, por encima del nuestro, precisamente porque lo amamos, principalmente en la familia, estaremos en un mundo ideal, en el que todos pugnarán por hacer feliz al otro, porque se le ama intensamente, y porque por amarlo, se quiere lo mejor para él o para ella... Esa es la verdadera familia...

sábado, 28 de diciembre de 2013

Necesitamos inocencia

La matanza de los Santos Inocentes es un demostración terrible de hasta dónde puede llegar la crueldad humana, al verse amenazada en su poder, en su dominio, en su hegemonía... Herodes es el prototipo del hombre cruel y sanguinario que no se parará en formas para lograr cometidos malignos. Es impresionante que sólo por haber escuchado de los Reyes Magos que había nacido el que iba a ser el Rey de Israel, y por no ver en peligro su propio reinado, sea capaz de, primero, pretender perseguir al Niño recién nacido, y segundo, al no lograr dar con Él, mandar a asesinar a todos los niños menores de dos años... Se necesita tener un corazón maligno para hacer eso...

Y lo más lamentable de todo esto es que ese Herodes parece haber dejado su impronta en muchos otros hombres y mujeres de la historia, quienes tristemente siguen su ejemplo. ¡Cuántos Herodes no vemos en nuestros días, cuando hay quienes mandan a bombardear poblaciones en las que se encuentran niños y personas totalmente inocentes y ajenas al conflicto en el que están envueltos los que ejercen el poder! ¡Cuántos, en esas guerras fratricidas, no usan a la población civil como "escudos humanos", sin importar que en ella haya mayoritariamente población infantil totalmente inocente, para esconderse cobardemente detrás de ellos y salir incólumes! ¡Cuántos no justifican la muerte de inocentes, miles de niños entre ellos, como "daños colaterales" de un conflicto en el que esos niños no tiene ni arte ni parte! Estoy seguro de que Dios no dejará eso sin escarmiento. Ese terrible pecado de la humanidad, de los más grandes que se puede cometer, encontrará en Dios a un Justo Juez, terrible y poderoso...

La sangre de los niños de Belén -es un hecho que constatamos con inmenso dolor-, no es la única sangre que se sigue derramando por el absurdo del hombre, que es capaz de llegar a lo más sanguinario. Hoy asistimos a una matanza peor que aquella, con el "crimen abominable" del aborto... Son millones de niños asesinados en el templo de la vida que es el vientre de sus madres. Miles diariamente. Si es sanguinario el asesinato de los niños inocentes, más aún lo es el de aquellos que aún están en ese sitio sagrado. Se espera que sean sus propias madres las que los defiendan, pero, en el colmo de la maldad humana, son las propias madres las que facilitan que se alce la mano contra sus vidas. Y en ese crimen inmenso están también las manos de quienes deberían ser los primeros protectores de la vida, sus padres, los médicos, los enfermeros... Es terrible que quienes lo hayan concebido, por una parte, y quienes hayan hecho el juramento hipocrático, comprometiéndose a defender y cuidar la vida, por la otra, sean los que en primer lugar salgan a hacerla desaparecer...

En el colmo del absurdo, se habla del aborto como de un "derecho" que tiene la mujer a decidir sobre su cuerpo, y se le considera dentro de las acciones para mantener una buena "salud reproductiva", como si el niño concebido en su seno fuera un tumor o una espinilla o un uñero... ¡Es una vida totalmente distinta a la de la madre, sobre la que ella ya no tiene dominio, sino sólo el deber de procurarle el mejor ámbito para su desarrollo! No podemos reclamar para nosotros el título de "progresistas", cuando estamos retrocediendo a la barbarie, poniéndonos al nivel de los animales que matan a las crías para mantener una supremacía instintiva...

La sangre inocente, sin duda, se sigue derramando en esos niños aborrecidos por sus propios padres y asesinados vilmente, sin ninguna posibilidad de defensa... Dejo al margen las razones que puedan hacer comprender -nunca justificar- una acción de tamaña crueldad. Considero que hay que tender la mano a quien la ha levantado contra su propio hijo, pues sólo es explicable una decisión de este tipo, conscientemente, desde una real desesperación. La decisión de convertirse en asesinos de sus propios hijos no es fácil. El Dios misericordioso, con misericordia infinita, también guarda su perdón para quienes se arrepienten de este pecado. Su misericordia pasa por encima de su justicia. Pero otra cosa tiene guardada Dios para quienes lo hacen conscientes totalmente del daño que hacen, para quienes se quitan al hijo de encima como si fuera un estorbo, y para quienes pretenden enriquecerse a costa de la sangre de estos inocentes que hacen llorar incluso a Dios... Siguen siendo esos inocentes que mueren en las manos de quienes ya las tienen ensangrentadas vilmente, buscando sólo prebendas personales, sin importarles a quiénes se llevan por delante...

Es necesaria una cruzada para retomar la conciencia de la sacralidad de la vida. Particularmente de la vida de los más inocentes, de los niños en gestación y los ya nacidos que nada tienen que ver con la maldad del mundo, y no tienen por qué pagar con sus vidas los pecados que cometemos los mayores... Ojalá que sepamos ponernos los ojos de su propia inocencia en nuestras caras, y podamos ver lo bello de la vida de cada uno de ellos, con la cual Dios nos sigue diciendo que confía en el hombre, pues sigue haciendo llegar nuevas vidas a nuestro mundo. En el corazoncito de cada uno de ellos el amor de Dios sigue latiendo fuertemente para cada uno de nosotros, y en ellos Dios nos sigue diciendo que nos sigue amando y por eso se hace presente en cada niño y en cada inocente que está en nuestro mundo... Hagamos del mundo un sitio digno de la inocencia. Cortemos de cuajo todo lo que pretenda ponerla a un lado. Aprendamos -mejor, reaprendamos-, la manera de hacernos inocentes todos, para poder vibrar en la misma onda de ellos, que son nuestros maestros... Sólo en un mundo de inocentes, en el cual la inocencia no sea una "cosa rara", se hace presente plenamente Dios, que puja por entrar en nosotros. Que la sangre de los inocentes derramada desde Herodes hasta nuestros días, en un mundo que ha perdido la capacidad de sorprenderse por lo bella que es la vida, sea la que, junto a la sangre derramada por el primer inocente de la historia, Jesús de Nazaret, sirva para limpiar de toda escoria nuestros corazones, y los deje límpidos, transparentes, listos para vivir la inocencia extrema que lo haga a Él siempre presente y llene al mundo de la paz, de la armonía, del respeto y la protección a la vida en todos sus estados...

viernes, 27 de diciembre de 2013

Gritarlo, para ser plenamente feliz

En el mismo ámbito de la alegría vivida por la llegada del Niño Dios, en la cual se inscribe también la fiesta de la Vida plena alcanzada por San Esteban, cuya muerte no fue sino la confirmación de su llegada a la felicidad absoluta junto al Padre, por haber sido fiel y haber reproducido en su vida la misma vida de Cristo, tanto, que su muerte tiene un paralelismo impresionante con la muerte de Jesús, recordamos la vida de San Juan, Apóstol y Evangelista, "el Discípulo al que Jesús amaba", como se autodenomina en su Evangelio.

Las dos introducciones de sus principales escritos, el Evangelio y la Primera Carta, son realmente impresionantes por la altura que alcanzan en sus consideraciones teológicas. Por eso a su Evangelio se le identifica con el signo del águila. Según los entendidos, su intención fue hacer frente a las pretensiones gnósticas de reducirlo todo al conocimiento. Y por ello busca demostrar, prácticamente con el mismo vocabulario de los gnósticos, sus errores y el camino correcto para comprender la centralidad del misterio del Dios que se hace hombre, que trae su amor, que habita entre los hombres y que se entrega para que tengamos la Vida eterna... Y, por supuesto, lo hace con la autoridad de quien no sólo ha tenido noticias de ese acontecimiento central, sino de quien lo ha vivido con la mayor intimidad y siendo incluso protagonista de toda la gesta... "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, les damos testimonio y les anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó", son las palabras con las que afirma que no ha sido un conocimiento de segunda, sino de primerísima mano, pues ha estado presente en esa manifestación de la Vida... Juan no habla de memoria, sino desde su experiencia...

Pensemos que, según los escrituristas, Juan Evangelista escribe su Evangelio y sus Cartas hacia el año 100. Era un joven cuando formó parte del grupo de los apóstoles. Se calcula que rondaba los 16-18 años. Podemos estimar que escribió sus obras alrededor de sus 80 años. Es de imaginar que luego de su experiencia con Jesús, después de una larga vida de testimonio, en la que incluso llegó a sufrir el martirio, aunque no murió en él -fue el único de los apóstoles que no murió mártir, pues la tradición afirma que, habiendo sido lanzado en una olla gigante con aceite hirviendo, Dios lo preservó de la muerte e incluso de las heridas-, tuvo tiempo más que suficiente para recordar, revivir en su espíritu, meditar con la máxima profundidad, todo el misterio de amor que había experimentado y ponerlo por escrito para compartirlo con los amados... Es un testigo ocular de todo lo acontecido con Jesús, del amor con el que pasó haciendo el bien en su transcurso terrenal, de su entrega final por el amor que rezumaba por los hombres... Hasta del acontecimiento fundamental de la fe de los cristianos, la Resurrección de Cristo... Luego de escuchar la noticia del sepulcro vacío que había traído María Magdalena, él y Pedro corren al lugar para verificar la información, y al hacerlo, él, en su mismo Evangelio -escrito en tercera persona, como es su estilo-, afirma que él, el discípulo amado, "vio y creyó"... Para él, constatar que el sepulcro estaba vacío, casi en perfecto orden, fue la prueba fehaciente de que Jesús ya no estaba oculto ni en la muerte ni en la oscuridad del sepulcro, sino que había vencido a ambas y había resurgido triunfante, refrendando con ello su obra redentora... Era la noticia más feliz que podía vivirse y que podía transmitirse: Jesús, que había yacido muerto en la Cruz y que había sido recostado inerme en el sepulcro, no estaba ya en las garras del demonio, sino que su poder, su amor y su redención habían sido más fuertes que él y le habían infligido la derrota más contundente...

Juan entendió que esta noticia no podía quedar sin ser gritada a los cuatro vientos. Entendió que su ser apóstol le obligaba, no jurídicamente, sino efectiva y afectivamente, a ser proclamador del acontecimiento más grandioso que vivía la humanidad. Dios había vencido en Jesús de Nazaret a la muerte y, en ella, al pecado y con ello había roto las ataduras que encadenaban al hombre a un futuro de muerte eterna. Ahora para el hombre estaban abiertas las puertas del cielo, por el amor infinito, misericordioso y omnipotente del Dios que había vencido para regalarle su victoria... No puede haber mayor alegría que ésta. No puede haber vínculo que uniera más firmemente a todos que éste... Por eso, Juan afirma: "Eso que hemos visto y oído se lo anunciamos, para que estén unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo"...

La noticia de la salvación de Jesús para todos los hombres, así lo entendió Juan, es el vínculo de unión más fuerte. La redención que alcanza Cristo nos une íntimamente a Él y nos ata a los demás. El redimido ya no es una isla, sino que pasa a conformar el cuerpo íntegro del Jesús místico, el de la Iglesia, y se une a los hermanos en un vínculo indisoluble, en el cual el eslabón más fuerte es el del mismo Padre y el de su Hijo Jesucristo... Cuando se tiene conciencia de ser redimidos es imposible sentirse un individuo aislado. Esa misma conciencia abate las barreras del egoísmo, de la vanidad, de la soberbia, del individualismo, y coloca al individuo en medio de su realidad de comunidad, de familia, de grupo compacto, en el cual la cabeza y la voz cantante las tiene Dios mismo...

Y hacer partícipes de esa misma noticia a los hermanos es alcanzar la plenitud de la felicidad. Si ya se es feliz por haber sido salvados y por haber sido integrados a la familia de los redimidos con Dios a la cabeza, esa felicidad se alcanzará plenamente sólo en la medida que hagamos partícipes de esa misma felicidad a los que tenemos a nuestro alrededor... Anunciar la salvación a los demás e integrarlos a nuestra misma familia de redimidos, nos dará mayor felicidad...Por eso San Juan dice: "Les escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa..." No existe felicidad mayor que la de comunicar la propia alegría. En la medida en que le digamos a los demás la felicidad que vivimos, en esa misma medida aumentará la nuestra, pues estaremos haciendo que más y más se quieran integrar a los salvados que quieren vivir esa misma felicidad...

San Juan Evangelista sintió, en su ancianidad, que todo lo que había vivido le había dado sentido a su existencia. Y que lo había hecho inmensamente feliz. Ser discípulo de Jesús, "el más amado", y haber vivido y comprobado la experiencia de su resurrección, lo hizo ascender a las máximas alturas del gozo espiritual. Y lo quiso compartir con todos en su apostolado y en sus escritos, con lo cual vivió más intensamente su felicidad...

jueves, 26 de diciembre de 2013

En la fiesta de la Vida, ¿celebrar la muerte?

La Navidad es la Fiesta de la Vida por excelencia. El que es la Vida irrumpe en la historia de la humanidad para dejarse "derramar" sobre ella. Su presencia entre nosotros es la seguridad total de que Dios no quiere para el hombre la muerte, sino la vida, y ésta, en plenitud. No se trata de una vida biológica, con todo lo que puede desear que ésta sea también plena y buena para todos, pues Dios no quiere de ninguna manera una "mala calidad de vida" para nadie. Por eso fue capaz también de demostrar que es Dios de la Vida al procurar los alimentos que necesitaba Israel en su camino por el desierto, por eso Jesús multiplicó los panes para sus seguidores, por eso curó a los enfermos aquejados de diversos males, por eso volvió a la vida a varios. Dios no se ocupa sólo de la vida espiritual, sino que apunta a una buena calidad de vida material para todos. Y sigue empeñado en eso...

Es, en efecto, un Dios que apunta a la plenitud, a la integralidad. Y esa plenitud e integrallidad no se daría si se ocupara sólo de una única dimensión vital del hombre. El hombre es cuerpo y es espíritu. Es espíritu encarnado. Es cuerpo espiritual. De modo que si se quiere tener en cuenta su integralidad, hay que asumirlo en todas sus dimensiones... Con todo, en ese caminar en plenitud que Dios quiere para el hombre, apunta a la plenitud absoluta, a la que se dará en la eternidad junto a Él, que será consecuencia de lo que se siembre en esta vida, tal como la conocemos. Será una realidad totalmente nueva, pues ninguno de nosotros la ha vivido. Sólo sabemos las noticias de la felicidad plena que se vivirá en ella, pero los detalles los iremos descubriendo a medida que los vayamos viviendo... Teniendo la experiencia de la felicidad podemos hacernos una idea de lo que será, pero sólo atisbando aquella realidad avasallante por las gotas que hemos saboreado en nuestros días... Se trata, entonces,m de abandonarse en la confianza en la Palabra de Aquél que nos ama más que nosotros mismos, de confiar plenamente que lo que nos dice hoy se cumplirá totalmente en el futuro, y que será nuestra experiencia más gratificante...

Por eso nuestra vida se basa en la confianza, que da un excelente sustento a la esperanza cristiana en la vida plena que viviremos en el futuro que Dios nos promete.. La muerte, de este modo, jamás será una experiencia lúgubre, sino que se convertirá en la más luminosa de todas, pues será la apertura de las puertas a esa realidad maravillosa que nos promete el Dios de Amor... Cuando morimos no estamos sino cumpliendo un requisito para entrar en la Luz absoluta, la más brillante y refulgente, la que no permitirá ya, y para toda la eternidad, la existencia de ninguna sombra. No es posible imaginar experiencia más hermosa... Quien ha vivido en esta añoranza, será el momento de llegar a la meta ansiada, habiendo sembrado lo necesario para que la cosecha sea buena... Una siembra de amor que se debe haber manifestado en todos los `rodenes de la vida. Un amor a Dios que lo haya hecho sentir amigo verdadero, cercano, misericordioso... Que haya hecho que se desee nunca estar lejos de Él, y por lo tanto, evitar todo lo que hubiera tenido sabor de no ser fiel. Una experiencia de vida que haya sido un continuo colocarse en el corazón amoroso de Dios para estar siempre resguardado de todo lo que hubiera pretendido dejarlo a un lado... Y una experiencia de amor a los demás, en los que se considerara a todos verdaderos hermanos, sin derecho a no amarlos como los ama Dios, queriendo y procurando con las propias acciones el bien para ellos, pues es lo que Dios quiere que disfruten. Acercándose sobre todo a los más necesitados y procurando que ellos puedan acceder a los bienes que Dios les depara, luchando contra las injusticias que se los niegan, llevándoles a los que menos posibilidades tienen los regalos del amor de Dios...

De esa manera, la muerte no será realidad oscura, sino luminosa. La fidelidad asegura que sea así... Por eso Esteban fue capaz de decir: "Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios". Las puertas del cielo para quien moría por fidelidad a Dios y a su amor, habiendo cumplido perfectamente con lo que Dios quería, no podían estar sino abiertas... Esteban moría, pero entraba en la Vida. Más aún, aseguraba con su muerte de esa manera, la Vida en plenitud, la que nadie nunca le podría arrebatar. Ya no habrían más dolores, más sombras, más persecuciones, más sufrimientos... Sólo habrán, desd ese momento y para toda la eternbiad, sólo compensaciones...

¿Cómo no afirmar que no está viviendo la vida quien es capaz de decirle a Dios en el momento de su muerte: "Señor Jesús, recibe mi espíritu"? ¿Es que acaso alguien puede afirmar que quien le entrega su vida, en su último suspiro, al Dios del Amor, está muerto? No existiría mayor contradicción. La vida en las manos de Dios es Vida plena... Y no habrá mayor vida que esa, la que Dios procura cuando la ponemos en sus manos plenamente, confiando absolutamente que la multiplicará, la bendecirá, y la hará llegar a puerto seguro...

¿Cómo no afirmar que tiene la Vida plena quien es capaz de interceder por sus asesinos, cuando en el momento de morir le ora al Padre: "Señor, no les tengas en cuenta este pecado"? Sólo quien vive la plenitud del amor, incluso por sus enemigos y asesinos, quien no guarda en su corazón odios y rencores, quien pide a Dios por ellos, como lo hizo el mismísimo Jesús en la Cruz, puede decir que está verdaderamente vivo. Lo contrario al amor sólo trae muerte. Y Esteban demuestra que está muy lejos de morir realmente. Sólo está poniendo su vida en las manos de Dios para que la haga más grande, eterna, plenamente feliz...

En el clima de Vida feliz que vivimos al nacer el Niño Dios, celebramos la Vida plena de Esteban. No es celebración de la muerte, sino de la llegada a la plenitud de la Vida. Es fiesta de alegría. Es fiesta que nos llama a todos a asumir las mismas actitudes para vivir la misma ple
nitud...

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Un Dios que me ama con corazón de carne

La imagen del Niño recién nacido es la más entrañable que podemos tener los hombres de nuestro Dios de amor y misericordia... "Hoy en la ciudad de Belén les ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor... Esta será la señal por la que lo reconocerán: Verán a un niño cubierto en pañales y recostado en un pesebre..." Es, sin duda, la imagen del anonadamiento extremo, del rebajamiento máximo que quiso realizar Dios para decirnos a los hombres que nos ama infinitamente y que por ese amor es capaz de hacer lo que sea. Contemplar a ese recién nacido, incapaz de valerse por sí mismo, totalmente indefenso y dependiente absolutamente de sus padres humanos, no puede sino hacernos exclamar: "¡A qué extremo nos ha llegado a amar nuestro Dios!"

La Navidad es la fiesta de la ternura. Me imagino a ese Niñito recién nacido, haciendo los gestos que hace cualquier niño en esas condiciones. Bostezando, llorando de hambre, riéndose al ver la cara de su madre, con esos movimientos compulsivos que algunos hacen... Y en ese Niño está el mismísimo Dios, que lo ha asumido voluntariamente, para iniciar la gesta más maravillosa que haya emprendido cualquiera en favor de los hombres... Cada tres horas, más o menos, ese Niño tiene hambre y llora para que le den su comida. La Virgen María, Madre amorosa, se apresura a tomarlo y ponerlo en su pecho para que sacie su hambre. Si Ella no hace eso, ese Niño, que es Dios, ¡se muere de hambre! ¡Hasta ese extremo llegó Dios para decirnos que nos ama...! No quiso dejar fuera de sí ninguna de las experiencias humanas. Sólo dejó a un lado la del pecado, pues es aborrecible para Dios y es precisamente la que viene a remediar. Habiéndolo dejado a un lado, llegará el momento en que deberá asumirlo, no como experiencia propia, sino como experiencia de sus amados. Los cargará sobre sus hombros y será "vencido" por esas culpas ignominiosas. La carga del pecado, que jamás fue suya, la va a asumir sobre sí para ofrecerse al Padre como propiciación inmensa y más que suficiente, para que el Padre perdone y olvide, y para que abra de nuevo las puertas del cielo, haciendo al hombre recuperar su condición de hijo de Dios...

Es un itinerario marcado por la solidaridad divina, que es siempre infinita. No puede Dios dejar las cosas a medias, pues Él es la perfección absoluta. Y hace su obra de manera que se comprenda y se asuma plenamente que lo hace por amor. Esa Redención la pudo haber hecho de cualquier otra manera, menos humillante, menos dañosa para su gloria, menos hiriente... Más digna... Él es Dios, y cualquier camino que hubiera elegido hubiera sido perfecto: Un grito lanzado desde el cielo en el que se proclamara a los cuatro vientos el perdón de los pecados, un decreto publicado en todos los diarios del mundo, una noticia que corriera de voz en voz... Cualquiera de los medios hubiera sido bueno. Y hubieran quedado perdonados, de hecho, todos los pecados, si Dios así lo hubiese dispuesto... Pero Él quiso trazar un itinerario que dejara más que claro el amor que siente por los hombres, sus hijos predilectos. Y el más claro es, sin duda, el que contemplamos... ¿Cómo no sentirse amados cuando vemos a un Dios hecho ternura infinita en el Niño que llora en su pesebre? ¿Cómo no sentirse amados cuando contemplamos embelesados la sonrisa arrebatadoramente hermosa del recién nacido envuelto en pañales y recostado en el pesebre? ¿Cómo no sentirse amados cuando sabemos que ese rebajamiento lo hizo únicamente para estar cerca de nosotros, que lo hizo por mí, y por todos los hombres? ¿Cómo no sentirse amados cuando sabemos que fue nuestro pecado, el mío, el tuyo, el de todos, los que hicieron que ese Dios decidiera dejar entre paréntesis toda su gloria infinita y la hubiera escondido en las carnes de una cosa tan pequeña como un cuerpito que se está estrenando? Imposible no sentirse arrobados y privilegiados por lo que ha hecho Dios por nosotros...

En el culmen de su amor por nosotros, ese Dios al cual los hombres no podemos enseñarle nada y del cual lo aprendemos todo, quiso tener una experiencia que nunca antes había tenido... Nos había amado infinitamente como Dios, casi cubriendo toda la gama del amor. No debería haber habido en Dios ninguna falta de amor... Pero, me atrevo a afirmar, y casi estoy seguro de no equivocarme, que Dios, habiendo amado infinitamente siempre, echó en falta algo que teníamos los hombres y que no tenía Él, y por eso quiso tenerlo: Un corazón de hombre para poder amar como lo hacemos los hombres. Nada le podemos enseñar a Dios. pero Él quiso aprender de nosotros cómo es eso de amar con corazón humano, con corazón de carne...

Y en Jesús, Dios se hizo un corazón humano, de carne, para amarnos ya no sólo como lo hace Dios, infinitamente, sino para amarnos también desde un corazón de carne humana, que latiera sólo por el amor que le tiene a cada hombre y a cada mujer de la historia. En el Niño Jesús ese corazón estará latiendo apresuradamente, como el de todo niño. En el joven Jesús ese corazón amará con la frescura juvenil y la fuerza que se cree invencible como lo vive cada joven. En el hombre Jesús ese corazón amará con el sosiego y la madurez que lo hace un adulto, y que se conduele de la desgracia de sus amados, del dolor de la viuda que pierde a su hijo, del miedo que vive la acusada de adulterio, del hambre que sienten sus seguidores, del dolor que sienten las hermanas de Lázaro fallecido... Y en la Cruz ese corazón amará tan intensamente, tan profundamente, que explotará literalmente de amor, pues era tan pequeño el lugar en que se escondía, y tan incapaz de contenerlo en su totalidad, que el soldado tuvo que traspasarlo para dejarlo libre y que corriera hacia todos los rincones del universo para gritarle a todos los hombres cuánto los ama, a extremo de entregar su vida para que lo entendieran...

En el Niño Jesús, Dios tomó corazón humano para amarnos también como hombre, con corazón de carne humana. Y para amarnos como sólo Él sabe hacerlo, infinitamente... Ese corazón sigue latiendo por nosotros. Y cada latido es redentor. La sangre que sigue corriendo hoy en el Corazón de Jesús es la savia de la vida, el amor que corre hacia nosotros, el perdón que se hace siempre más fuerte y misericordioso... Y esa historia empezó con el Niño Dios, que está envuelto en pañales y recostado en un pesebre... Con la máxima humildad, pero con la mayor demostración de amor divino y humano...

martes, 24 de diciembre de 2013

Nos visitará el Sol que nace de lo alto

Entre las expresiones que más me gustan para definir la venida del Redentor está esta: "Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz". El Niño Dios que nace en medio de la más grande sencillez, de la más inmensa pobreza, sin ni siquiera tener dónde hacerlo cómodamente, que está envuelto en pañales y recostado en un pesebre, es el Sol que nace de lo alto... Entre los paganos existía una fiesta que se llamaba "El Nacimiento del Sol Invicto", que hacía referencia al solsticio de invierno, coincidente plenamente con esta fecha del 25 de diciembre... Hay quienes afirman que la fecha de la Navidad se estableció originalmente en este día para "bautizar" esta fiesta pagana... Sea como sea, la venida del Salvador del mundo es el "encendido" de esta luz esplendorosa que viene a acabar con las tinieblas del mundo y a colocar al hombre en la más alta luminosidad, arrancándolo de las cerradas tinieblas, las que él mismo se había procurado con su pecado...

Así lo dice también el profeta Isaías: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, una luz resplandeció sobre ellos"... Es la expresión de la transformación radical de la que gozará el mundo y la humanidad entera por la llegada del Redentor... En esa transformación es necesario que los hombres pongamos nuestro granito de arena, pues la Luz de Jesús será eficaz sólo en la medida en que permitamos que brille también para nosotros...

Vivimos en un mundo que está oscurecido por muchas circunstancias diversas. El Dios que debía ser la luz del mundo, ha sido echado a un lado... Los hombres hemos preferido, dolorosamente y en un gesto inaudito de autoperjuicio, mantener una situación en la que carecemos de la luz necesaria para andar libremente... La oscuridad nos ha impedido saber los caminos que nos conducen a la felicidad, y en un empeño por buscarla de cualquier manera, sin recurrir a quien la da plenamente, nos hemos empeñado en recorrer un camino que nos lleva a metas desagradables, a lugares que nos dan sólo frustración. Algunas veces sentimos como si la felicidad pasajera y frágil que alcanzamos ocasionalmente ha sido fruto de haber recorrido el camino correcto, pero la realidad se nos revierte y en muchísimas ocasiones lo que nos deja es un sabor amargo de resaca impresionante...

El más grave problema de los hombres no es ya ni siquiera el pecado que hemos cometido, sino el empeñarnos en mantener a Dios fuera de nuestras vidas. Sin Él, ella se llena de frustración, no tiene ninguna dulzura, es sólo oscuridad y penumbra... La ausencia del Sol que nace de lo alto es el mejor camino para la destrucción del hombre. Donde no está Dios no hay fraternidad, no hay solidaridad, no hay ilusión, no hay ideales elevados... Donde no está Dios sólo hay frustración, desasosiego, inmediatismo, materialismo, odios, rencores, venganzas... Donde no está Dios falta todo y no hay nada... Por el contrario, donde está Dios hay todo: hay esperanza, hay amor, hay caridad con el más necesitado, hay justicia, hay verdad, hay paz... La luz que derrama ese Sol que nace de lo alto le da una coloración diversa, hermosa, atrayente, a todo lo que es vida... La vida se hace atractiva y no es un simple sucederse de minutos y de horas, sino que es una continua sorpresa deparada por la experiencia del amor...

Esa "gran Luz" que ve el pueblo que camina en tinieblas transforma toda la realidad. Para eso ha venido ese Sol que nace de lo alto. Es necesario que el hombre se deje llenar de su luz. Que deje de esconderse de ella, que ponga todas sus oscuridades bajo ella. El signo más llamativo de Dios es la luz que ilumina y destruye toda tiniebla. Cuando el hombre no está bajo esa luz, su vida está conformada sólo por matices y no por colores vivos y vivificantes. Sólo un hombre que se deja iluminar es capaz de ser también luz para los demás. Sólo quien se deja construir se convertirá en constructor. Sólo quien se deja refrescar, será frescura para su mundo...

La visita del "Sol que nace de lo alto" quiere ser una visita estable. No viene para estar sólo un tiempo, sino que quiere quedarse para siempre entre nosotros. "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros"... Basta con recibirlo llenos de la máxima ilusión para ser transformados radicalmente: "A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios"... Jesús, el Niño Dios que contemplamos con ternura en el pesebre, el Dios que se hace hombre por el amor infinito que nos tiene, posee la capacidad de transformarnos totalmente. De simples criaturas, aunque las más predilectas, por Él y por su amor, somos transformados en hijos de Dios, somos elevados a la máxima categoría, somos llamados a participar de la naturaleza divina, como Él quiso participar plenamente de la humana... En esa visita que hace Dios a los hombres, somos ganadores absolutos. Nada hay de pérdida para nosotros en el gesto amoroso de Jesús y del Padre. No dejarse iluminar sería la más rotunda derrota autoinfligida que podemos vivir. Por el contrario, colocarse bajo esa luz, dejarse iluminar en todas las tinieblas que poseemos, es la más dulce de las ganancias...

Hagamos de nuestro mundo una digna morada para el Sol Invicto, para Jesús. Abramos todas las ventanas, todas las puertas, quitemos todos los techos, para que los rayos de su luz nos envuelvan plenamente y eliminen cualquier sombra de muerte que exista entre nosotros. Para eso ha venido, porque nos ama. Dejémonos amar con toda la intensidad posible y seremos los hombres más felices sobre la tierra... Y el Sol que nace de lo alto habrá cumplido plenamente su misión...

lunes, 23 de diciembre de 2013

Minipoesías de Navidad


Con mucho cariño, comparto estas "minipoesías" (cada una es individual).

Nos pueden ayudar a ambientarnos espiritual y afectivamente a la celebración de la Navidad

Dichoso intercambio
sucede en la historia:
Dios toma mi nada,
me deja su Gloria.

Seno de María,
Belén más que santo,
lar que Dios ansía
para el hombre tanto.

Ángeles del cielo,
Pastores y Reyes,
Y yo unido a ellos
te dejo mis mieles.

El Niño nacido,
la Madre al cuidado,
inicia el camino
de hacer bueno al malo.

Traer paz al mundo,
hacernos hermanos,
trabajo fecundo,
del Dios humanado.

El llanto del Niño
divino nacido
redime la suerte
de los oprimidos.

San José y María,
más que embelesados,
contemplan felices,
al Niño adorado.
Y allí yo con ellos,
de amor traspasado,
con todo silencio,
estoy a su lado.

Dulce Dios infante,
que vienes radiante,
quiero mi amor darte.
¡Ven pronto, no tardes!

Un rayo divino
es el Dios nacido.
¡Da tu luz, te pido
a este oscuro nido!

La tristeza en gozo
Tú truecas triunfante,
y al hombre oprobioso
da el bien su rescate.

¡Qué débil el mal
que por Dios nacido,
Niño y en pañal,
es tan bien vencido!

¡Qué dulce la historia
del Dios humanado:
en el mundo, Gloria,
y el mal derrotado!

Serpiente vencida,
la Virgen triunfante,
pues su descendiente
para el triunfo nace.

¿Cómo no sentirme
infinito amado,
si te veo, Niño,
de amor encarnado?

¿Cómo verte, Niño,
sin querer amarte
si eres, Dios glorioso,
la ternura en carne?

Del cielo la puerta,
la Virgen María.
La maldad ya muerta,
y al mundo la Vida.

El hombre desnudo
muestra su deshonra.
El Dios Niño oculto
con amor lo adorna.

 Dios humillado,
Niño en pesebre,
Dios encarnado,
amor por siempre.

Sabor de cielo,
Dios de dulzura,
Niño se ha hecho,
mundo de cuna.

Niño querido,
Dios humanado,
por ti suspiro,
mi bien amado.

Cuánto es de alta
nuestra bajeza:
¡la Gloria santa
se hace vileza!

El Dios eterno
atado al tiempo:
de un Niño tierno
tomó su cuerpo.

Jesús, que yo aprenda,
que siga tu senda:
con el hombre, hombre,
con el pobre, pobre.

Del cielo a la tierra,
zénit del abismo,
la Gloria se queda,
obra del Dios mismo.

Señor bendito,
Dios encarnado,
nos amas, Niño,
de amor humano.

Hoy nuestra carne
se alza elevada:
Dios la hace grande,
la más amada.

Niño divino,
tierna criatura;
hazme tu amigo
con alma pura.

Gran intercambio
ha sucedido:
Dios da lo alto
yo lo caído.

Esperando tu venida,
dulcísimo Dios humanado,
mi corazón y mi vida
todo lo oscuro ha arrancado

¡Qué dulce la espera
del Dios hecho Niño!
Se alegra la tierra
haciéndose nido

Dulce y tierno Niño
de Dios su presencia;
del cielo camino
de amor y clemencia

¡Qué grande la tierra
que acoge al Dios Niño!
En carne pequeña
del cielo venido

¡Qué tierna la imagen
del Dios en pesebre!
Brazos de su Madre
que cuidan y quiere

Divino Niño Jesús
tomaste carne en María,
y dejaste en pulcritud
a toda esta carne mía

¡Cuánto es bella
nuestra historia!
¡Dios en ella
la hace gloria!

Tierno Niño,
Dios y hombre,
con cariño
te haces pobre

Niño lindo, tierno y frágil,
de Ti pido lo más fácil:
que en lo oscuro de la tierra
brilles puro cual estrella

Ven, mi tierno Dios Salvador,
elimina toda sombra.
Y que con tu luz de Sol
la Aurora añorada rompa

Toma mis tristezas,
Divino nacido,
te dejo mis penas,
por amor venido.
Cambia mi añoranza,
por tu carne amada,
toda en esperanza.

Dulce Jesús Niño,
sencillo y humilde,
Tú vienes al frío
y al dolor terrible.
Tu amor no lo impide
y el hombre lo exige.
         Y tu amor no mide...

¿Qué va a ser este niño?

Es la pregunta que se hacían todos los que estaban alrededor del nacimiento de Juan Bautista... Era natural que hubiera tal curiosidad, pues todo lo que se estaba tejiendo alrededor de él tenía sabor a misterio, a portento... Voy a intentar dar respuesta a la pregunta, pues por las noticias que ha de Juan Bautista en el Evangelio, podemos entresacarla y tener más o menos claro qué es de este niño que ha nacido...

Este niño es el que fue concebido de manera milagrosa. Sus padres, Zacarías e Isabel, ésta última pariente de la Virgen María, ya se habían resignado a no tener descendencia. Eran ancianos y la época de fertilidad, si la hubieron tenido, ya había pasado... Sólo les quedaba la ilusión de seguir sirviendo a Dios, pues Zacarías era sacerdote del templo, del turno de Abías. Fue mientras estaba en su servicio que se le apareció el Ángel para anunciarle que concebirá con su mujer un hijo... En ese diálogo con el Ángel se ve que tardó mucho, pues los que estaban a la espera de que saliera se extrañaban de que estuviera tanto tiempo dentro. El Ángel de Dios no era sólo el anunciador de la buena noticia, sino también el vengador de la incredulidad de Zacarías. Éste puso en duda lo que le era anunciado, y por eso fue castigado con mudez hasta que el niño naciera... Al salir, sin poder hablar, la gente pudo comprobar que Zacarías había tenido un encuentro misterioso en el lugar santo...

Este niño es el que sirve de prueba a la Virgen María de que para Dios no hay nada imposible. Cuando María pregunta a Gabriel cómo es posible que Ella vaya a concebir en su seno pues no conocía varón, éste le explica cuáles serán los caminos que Dios ha elegido para lograrlo. Y dice: "Ahí tienes a Isabel, tu pariente. Ya está de seis meses la que llamaban estéril. Porque para Dios nada hay imposible"... Isabel embarazada es para María el signo de que Dios lo puede todo, incluso aquello que el Ángel le ha anunciado a Ella: ser la Madre del Redentor, el que viene a salvar al mundo del pecado. Dios lo puede todo, pues la estéril Isabel ha concebido en su seno portentosamente, porque Dios lo ha querido así...

Este niño es el que, habiendo sido concebido en la ancianidad de sus padres, motiva a la Virgen a emprender un camino escabroso, estando ella también embarazada, para atender a su pariente Isabel. María hace gala de su solidaridad extrema, pues sin poner su propio embarazo como excusa, sale al encuentro de su prima Isabel para ayudarla en su embarazo, sobre todo en los últimos meses que le quedan por delante para el parto...

Este niño es el que reconoce en primer lugar quién es Jesús, ese ser maravilloso, Dios que se ha encarnado, que está en desarrollo en el vientre de María. Salta de gozo en el seno de Isabel, cuando se da el encuentro entre ambas mujeres... Y surgen las palabras de Isabel que son la primera confesión de fe del Evangelio sobre la figura de Jesús: "¿Cómo es posible que venga a visitarme la Madre de mi Señor? Apenas sonó tu saludo en mis oídos, la criatura saltó de gozo en mi vientre"... Juan reconoció a Jesús, su primo, y ese salto fue, en cierto modo, su peculiar manera de confesar él también su fe en Jesús, que es el Dios viene a salvar a los hombres...

Este niño es quien ya en su adultez comienza a cumplir su tarea, la que estaba anunciada desde antiguo: Él es la "Voz que clama: En el desierto, preparen camino al Señor; enderecen calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece y lo áspero se allane". Juan inició su camino como heraldo de Jesús, como el que anticipaba su camino, como el que preparaba los corazones de los hombres para recibirlo, llamando a la conversión, a la penitencia. Y en esa tarea, a cada uno en particular que se lo pedía, le indicaba cuál era la ruta que debía emprender para tener bien dispuesto el corazón y el espíritu para recibir al Mesías...

Este niño es el que en el Jordán reconoce a Jesús cuando aparece en medio de todos los que eran sus seguidores: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo..." No se arrogó Juan ninguna tarea mesiánica, sino sólo la de "Voz que clama". Ese niño es el mismo que había dicho: "Detrás de mí viene uno que es más grande que yo, al que no soy digno ni siquiera de desatarle las sandalias". "Es necesario que él crezca y que yo disminuya..." Tenía perfectamente clara su misión: Ser quien indica quién es la Luz, hacia dónde hay que guiar los pasos...

Este niño es el que envía a sus discípulos al Maestro, para que los convenza de que es a Él al que estaban esperando y no a otro. No lo hace porque él tuviera alguna duda. Él sabía muy bien quién era el Mesías. Lo había percibido desde el seno de su madre, y lo había reconocido en el Jordán. Su interés es que sus propios discípulos no se empeñaran en seguirlo, sino que se fueran con el Mesías al que estaban esperando...

Y finalmente, este niño es el que por su fidelidad a la verdad y a la justicia, a la tarea de convertir los corazones a Jesús, entrega su vida heroicamente, pues denunciaba a Herodes el adulterio que cometía con la mujer de su hermano. Su misión no fue sólo de palabra, sino de acción culminante. Su última gesta fue la de la entrega de su vida por la fidelidad a Dios. No se casó jamás con la mentira o con la conveniencia, sino que fue firme. No era " una caña resquebrajada por el viento o un pábilo vacilante". Era la solidez, la firmeza, las que había ganado en todo el ministerio que había ejercido y que se habían curtido en la vida del desierto... Gritó no sólo con su voz, sino con su cuerpo entregado a la muerte por ser fiel. Su decapitación por fidelidad a la Verdad fue el grito más poderoso que lanzó...

Eso fue de este niño... A los que preguntan sobre Juan Bautista, hay que responderle como respondió Jesús: "Es el mayor entre los nacidos de mujer". Fue la Voz que gritó a todos la necesidad de abrir el corazón al Mesías Redentor, que venía a rescatar al hombre de las garras del pecado y de la muerte. Es el que presentó a Jesús al mundo en su primera aparición pública. Y el que selló su tarea con el broche de oro de la muerte por ser fiel... Juan Bautista es el Precursor, el que abrió el camino a Jesús, el que disminuyó para que Él creciera, el que muriendo por fidelidad a la Verdad y a la Justicia, cumplió perfectamente la tarea que Dios le había encomendado...

domingo, 22 de diciembre de 2013

"Dios-con-nosotros" para hacernos "Nosotros-con-Dios"

Los hombres nos cansamos con nuestras cosas a nosotros mismos... Es terrible percatarse de cuántas cosas hacemos que denotan nuestro interés de cansar, de hacer daño, de pasar por encima de los otros. Es una historia que se repite una y otra vez... Guerras, divisiones, esclavitud, ofensas, exclusiones, pretensiones de superioridad, hostigamientos, heridas, muertes... Aquellos que debían ser hermanos y apoyo mutuo, pues fuimos creados los unos para los otros, como "ayuda adecuada" para el hermano, hemos devenido, como lo han afirmado acertadamente algunos, en "lobos del hombre"...

Pero esta historia no tiene sólo un lado oscuro. Existe en ella también un lado luminoso que es verdaderamente esplendoroso. En lo que se refiere a los mismos hombres, encontramos gestos de heroísmo, de verdadera fraternidad, de buenas intenciones y logros en favor de los más necesitados. Podemos verlos en la inmensa cantidad de organizaciones altruistas que, sin hacer aún referencia a lo religioso, hacen de su ayuda a los demás su tarea más relevante... Organizaciones como la Cruz Roja, como Médicos Sin Fronteras, como Human Rights Watch, como los que existen para la ayuda de niños víctimas de diversos agravios..., nos descubren una parte compasiva que está siempre ahí en el hombre. Y si vamos más a organizaciones religiosas, dependientes de la Iglesia, ya el altruismo se colorea con las tonalidades del amor, de la caridad, que lo hacen elevarse infinitamente, pues colocan la ayuda que se preste a los niveles de ayuda al prójimo en los que los quiere el mismo Jesús, cuando dice: "Cada vez que lo hicieron con uno de estos pequeños míos, a mí me lo hicieron"... Es la visión divina que tienen organizaciones como Caritas, Adveniat, Ayuda a la Iglesia Necesitada, y miles más..., que hacen cantar a los corazones el amor que se le tiene a los más humildes y sencillos, a los más desposeídos, a los más oprimidos...

Pero en este lado luminoso encontramos también una Luz que es la más maravillosa de todas, la del mismísimo Dios. Es el Dios que dice a Acaz: "El Señor, por su cuenta, les dará una señal: Miren: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros". Aunque los hombres pretendan cansar a sus hermanos, y hasta al mismísimo Dios, Él mantiene su intencionalidad de amor con los hombres... Dios no puede jamás cambiar, y por eso, aunque el hombre pretenda cansarlo con su infidelidad continua y con su cansancio a los hermanos, Él no se cansará nunca de seguirle favoreciendo, pues el amor, sencillamente, no cambia jamás... Lo único que puede hacer el amor es seguir amanado. Y no porque Dios no pueda hacer otra cosa, pues Él es el infinitamente libre, sino porque desde el amor la decisión que se toma es la de seguir amando. Y punto. El amor busca los caminos necesarios, y en esa creatividad, lo único que lo motiva es procurar el bien a toda costa, a pesar de una tozudez en el mal de parte del amado...

El paso que da Dios es paso de fidelidad. Si el del hombre es el de infidelidad con los hermanos y con Dios, el de Dios no será distinto al de su movimiento natural. San Pablo dice: "Si somos infieles, Dios se mantendrá siempre fiel, pues no puede Él negarse a sí mismo". La "infidelidad" de Dios significaría para nosotros nuestra desaparición total. Si Dios aplicara la justicia que corresponde, lo único que habría en nuestro futuro sería la nada absoluta y absurda... Y eso no es lo que Dios quiere para el hombre. Ese no tiene nada que ver con el bien que quiere procurarle... Si Dios dejara de pensar amorosamente en el hombre un solo segundo, todo lo que conocemos desaparecería, y nosotros mismos también desapareceríamos, pues su amor es providente y es el que nos da todo lo que necesitamos para vivir...

Y el amor de Dios, infinito por definición, procura para los hombres el mayor bien que pueden imaginarse. Y ese es Dios mismo... No se le ocurrió a Dios otro camino mejor para lograr el reencuentro con el hombre, que colocarse Él mismo de Camino. "Yo soy el Camino", dice Jesús. El Verbo hecho carne se hace el puente perfecto entre los hombres y Dios, y abre la ruta más expedita para ese reencuentro... El Ángel le dice a José, en su diálogo para convencerlo de no rechazar a María: "No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados". La criatura en el vientre de María es Jesús, "el Dios que salva", el que cumple la profecía de Isaías a Acaz, pues ese "Dios-que-salva" es el "Dios-con-nosotros"... Es el gesto de la más infinita fidelidad de Dios con los hombres... Por encima de la infidelidad del hombre está el amor misericordioso de Dios que se acerca para demostrar fehacientemente su amor, llegando a extremos inimaginables. La encarnación, haciéndose nada en un rebajamiento extremo, y su entrega al sufrimiento y a la muerte en cruz, demuestran que efectivamente para Dios somos valiosos, y que no cejará en su empeño ni dejará nada por hacer, con tal de rescatarnos para Él mismo...

Pues bien, ese "Dios-con-nosotros" se ha hecho Camino para que nosotros nos convirtamos en "Nosotros-con-Dios". El Camino que es Jesús está ahí para ser recorrido, no para ser simplemente contemplado. Si es el Dios con nosotros, es porque quiere que seamos Nosotros con Dios, es decir, que tomemos esa ruta que Él abre para llegar a ese encuentro con el amor y la misericordia de ese Dios fiel... Sería inacabado el empeño de Dios si se quedara sólo en el esfuerzo infinito que Él hace, con todo y lo infinito que es. Es necesario que ese ciclo "se cierre", con el hombre tomando esa ruta de encuentro. El "Dios-con-nosotros" habrá logrado perfectamente su tarea sólo cuando seamos "Nosotros-con-Dios", y disfrutemos de los inmensos beneficios que nos quiere dar su amor. Se trata de ponerse a tiro de ese amor, de deslastrarnos de todo lo que lo impide en nosotros y nos dejemos abrumar por la luz brillante que Él quiere derramar en nosotros. Que hagamos esa parte de la historia luminosa que nos corresponde...

Y para hacer la cosa plena, que nos hagamos conscientes de que Dios nos quiere también instrumentos eficaces en la labor de iluminación del mundo.. Así lo comprendió San Pablo: "Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre", es decir, que entendamos que nuestra tarea, luego de haber sido iluminados, es hacernos luces de Dios para llegar a todos los que no le conocen... Que hagamos que, por el "Dios-con-nosotros", cada uno se decida a formar parte de los "Nosotros-con-Dios"... Será el culmen de la obra que Dios realiza en favor de todos, y que Jesús lleva a la plenitud en el mundo con su encarnación...

sábado, 21 de diciembre de 2013

Como el amor juvenil

El amor ilusiona. Y más aún cuando es un amor nuevo, fresco, juvenil. Ninguno de nosotros olvida jamás al "primer amor", por lo que significa de novedad, de aventura primera en los terrenos de la ilusión y de los afectos... Sin duda, cuando amamos por primera vez nos sentimos gozosos, poderosos, creemos que nada nos podrá vencer. Ese amor se hace más fuerte cuando es totalmente correspondido y se está seguro de la respuesta afirmativa a nuestra propuesta... Cuando dos jóvenes sienten que se aman, se sienten también los más importantes sobre el mundo... Es cierto que en este amor pesa muchísimo la ilusión, es decir, puede tener bases endebles, pues se necesita de su maduración para que sea firme y sólido. Pero la experiencia en sí misma, por lo que significa de apertura a vivencias nuevas y por descubrir es, en sí misma, valiosísima. Nos abre al mundo del sentimiento hacia alguien diverso a los nuestros. Ya no es el amor al padre o a la madre o a los hermanos o a ningún familiar... Es alguien "extraño" que irrumpe en nuestra intimidad y comienza a "robarnos" nuestros pensamientos y nuestros suspiros...

Este proceso de cortejo es el que Dios quiere que vivamos todos en Él. Dios es "el Amado" que es como "un gamo.., un cervatillo", que llega "saltando sobre los montes, brincando por los collados". Sus movimientos de acercamiento son gráciles y audaces, y atraen toda la atención. No hay en Él nada de improvisación, pues sabe muy bien que lo que hará será siempre atractivo. Para el que está sediento de amor, el acercamiento afectuoso del Dios del amor será siempre muy atrayente y lo llenará de ilusión. Es el alma del hombvre que está en búsqueda de lo que lo colme plenamente. Aun sin saberlo, sin que sea consciente en el hombre esta necesidad, Dios sabe muy bien que Él es lo único que le dará plenitud, y por eso se ofrece maravillosamente. Es lo que comprendió perfectamente San Agustín, al decir: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti"... Sólo en Dios "descansa el alma", sólo Dios da la serenidad al hombre que está siempre en búsqueda de ese "algo" que lo llenará de armonía interior. No vivir en ese amor será siempre desconcertante, frustrante, inquietante... La oscuridad sombría será la única característica que definirá el estilo de vida de quien no vive en el amor de Dios...

Lo mejor de este amor refrescante, juvenil, que llena de ilusión y de fuerzas, es que siempre será así. La madurez, en este caso, sólo logrará que ese amor se solidifique. La madurez en el amor de Dios hace que la ilusión sea mayor, que llene más de alegría, que dé más plenitud...Es "el amor primero" que sólo puede ser el de Dios, pues Él es la fuente del amor. Todo amor primero viene de Dios, pues es el que surge de quien es la fuente, y por ello, siempre será fresco y joven. La alegría del que vive en el amor de Dios es que siempre estará viviendo en la primera ilusión. Cuando el amor "envejece" no es por causa de quien es la fuente, sino de quien lo recibe. Ha dejado que se vaya perdiendo la ilusión, no lo ha "cuidado", no ha "regado el jardín" donde crecen las flores más lindas del amor. Ha permitido que haya otras realidades inferiores que ocupen la ilusión, con la consecuente pérdida de la intensidad, pues nunca nada llenará de mayor ilusión que el mismo amor de Dios...

Dios nos dice continuamante como dice el amado a la amada: "¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Porque ha pasado el invierno, las lluvias han cesado y se han ido, brotan flores en la vega, llega el tiempo de la poda, el arrullo de la tórtola se deja oír en los campos; apuntan los frutos en la higuera, la viña en flor difunde perfume". Y esa llamada se hace concreta en Jesús, que viene a cortejarnos. Es la voz de Jesús que nos dice a cada uno: "Ya ha pasado el invierno, ya estoy yo aquí para darte de nuevo la ilusión. Déjate amar por mí, y siente  de nuevo la frescura de ese amor primero que has descuidado y que has dejado a un lado. Ya no tengo más nada contra ti, pues yo mismo me entrego para que tu deuda quede saldada. Yo soy tu amor primero y quiero siempre serlo. Te renuevo y te lleno de ilusión..."

Es la experiencia más gratificante que podemos vivir los hombres... Cuando recibimos ese amor y dejamos que nos invada plenamente y nos llene de toda la ilusión que puede darnos, somos como Juan Bautista que saltó de gozo en el vientre de su madre: "En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre"... Incluso hasta los seres en gestación, como Juan, son capaces de descubrir la ilusión fresca y joven que Dios puede darles... Con mayor razón lo pdemos hacxer los que ya estamos avanzando por la vida...

Tenemos que hacernos como Juan Bautista, reconociendo en Jesús al que nos hace saltar de alegría. Al que viene a conquistarnos como ese gamo o ese cervatillo que viene saltando por los montes, haciendo piruetas para atraer nuestra atención. Que el saber que nuestro Dios, en Jesús, se hace el encontradizo con su amor, para darnos ese amor que es el único que nos dará la ilusión continua, y que por lo tanto será siempre joven y fresco, y que nos renovará continuamente. En el amor de Dios derramado sobre nosotros en Jesús, nunca envejeceremos. Siempre seremos jóvenes y viviremos la ilusión de los jóvenes que se enamoran y suspiran siempre viendo un panorama de ensueño...

viernes, 20 de diciembre de 2013

Un amor que hace lo que sea necesario

Dios no dejará nunca de sorprender a los hombres, por una razón muy sencilla: Nos ama infinitamente... El amor es creativo y siempre buscará rutas nuevas para expresarse y para hacer entender al amado que se le ama... Esa es la historia de la salvación. En ella descubrimos las diversas y variadas rutas por las cuales Dios ha querido siempre demostrar a los hombres su inmenso amor. En primer lugar nos creó, nos trajo a la existencia, sin que hubiera ninguna necesidad de que existiéramos. No hubiera cambiado nada en Dios si el hombre no existiera. Dios sería exactamente el mismo, pues los hombres no aumentamos en nada su infinito tamaño, su poder absoluto, su sabiduría eterna, su omnipresencia. Dios será siempre exactamente el mismo, existamos o no... Una cosa es que lo glorifiquemos, en el sentido de que le rindamos la gloria que a Él le corresponde por ser Dios, y otra es que nuestra glorificación aumente su gloria. Glorificarlo nos engrandece a nosotros, no a Él. Su gloria nunca será mayor porque lo glorifiquemos. Nos hacemos mayores nosotros, al reconocer su infinitud, pues nos coloca en el lugar que nos corresponde y así nos hacemos dignos de su amor y de su misericordia...

Luego, cuando hemos pecado, la creatividad del amor divino diseñó el plan de restauración que necesitaba el hombre... Ese plan incluía a un personaje futuro que vendría a restablecer las relaciones que habían sido rotas por parte del hombre. No era un cambio en el amor de Dios, pues Él no puede cambiar, sino que había sucedido un cambio en el amor nuestro hacia Él. Los hombres decidimos ponernos de espaldas a Dios, despreciar su amor, amarnos más a nosotros mismos y a las criaturas que a Él... Habíamos distorsionado gravemente el orden que estaba establecido para que todo fuera "normal"... Hicimos "anormal" un orden que el mismo Dios había establecido y que, por haber surgido de Él, era perfecto... Desnaturalizamos el orden natural de las prioridades del amor y colocamos uno en el que los que salimos perdiendo fuimos nosotros mismos, pues no existe amor mayor y más enriquecedor para nosotros que el de quien es la fuente de todo amor... Ese personaje futuro hará la gesta heroica de restablecer un orden que nosotros habíamos dañado, infligiéndonos el mayor perjuicio y el más trágico que nos podemos imaginar... El amor de Dios hacia el hombre, sin embargo, no sufrió absolutamente ninguna transformación. Al contrario, Dios dejó que hubiera más amor, pues el pecado necesitaba ser curado. Y una herida se cura sólo con mayor atención, con mayor cuidado, con las medicinas necesarias. El pecado sólo puede ser curado, sólo puede ser borrado, con un amor mayor. La medicina para el pecado es el amor. Un amor que se transforma y se enriquece en piedad y misericordia, en clemencia y compasión... Y Dios no iba a pararse, pues si es necesario el amor infinito, el único que lo puede dar es Él... Por eso la salvación y el rescate necesario tenía que surgir también de quien es el amor mayor y de quien era el ofendido...

Y a lo largo de momentos puntuales de aquella historia de creatividad del amor de Dios por nosotros, encontramos un Dios que diseña planes sobre planes. La libertad del hombre, que lo hace equivocarse continuamente cuando la usa equivocadamente, requería del que es la Libertad absoluta y el Amor infinito, la creación continua de nuevos planes. Sin duda, el mal es creativo, pues es inimaginable la cantidad de cosas de las cuales es capaz de "inventar" el demonio y la cantidad de propuestas que en aquella creatividad maligna el hombre es capaz de aceptar... Pero la creatividad del amor es mayor, por lo cual el mal nunca podrá igualar su estrategia. Ese amor viene del que es la sabiduría infinita, por lo que a nuevos planes malignos, el amor responde con nuevas rutas para vencerlos... Así sucedió con Noé, con Abraham, con Lot, con Jacob, con Moisés, con Job... El poder del mal, habiendo obtenido algunas victorias, nunca pudo obtener el triunfo final. Sólo el amor creativo de Dios venció portentosamente en todas esas gestas. Dios no puede ser jamás vencido...

Y en la plenitud de los tiempos, "envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley"... Fue el culmen de la creatividad divina... Ya no eran personajes "enviados" por Dios para hacerse presente a través de ellos en la historia del pueblo, sino que Él mismo decide establecer "su morada entre nosotros". "El Verbo se hizo carne"... ¿Qué mayor creatividad puede existir en el hecho de que el que es el origen de toda idea, de todo plan, se haga presente en la historia pos sí mismo, ya sin intermediarios? Ya los hombres habían recibido algún atisbo de lo que sería ese futuro: "Miren: La virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa 'Dios-con-nosotros'". Pero esta profecía, casi con seguridad, no había sido tomada en su dimensión real. "Dios con nosotros", es decir, Dios que está entre nosotros, Dios que es uno más de nosotros, Dios que es como nosotros... "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros..." La profecía fue plenamente asumida sólo cuando sucedió de verdad. La creatividad de Dios es tan extrema que sólo puede ser asumida cuando el plan ya se cumple... Es tan sorprendente Dios en su creatividad amorosa por los hombres, que llega hasta lo inimaginable sólo porque ama. El amor es capaz de todo, y Dios lo demuestra. El que es absolutamente trascendente y glorioso, omnisciente y todopoderoso, se rebaja tanto, que deja entre paréntesis todas sus prerrogativas divinas, simplemente porque nos ama...

Y esa creatividad alcanza su culmen, su cumplimiento, en la Anunciación del Ángel: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin"... El "Emmanuel, Dios-con-nosotros" que ha sido anunciado en el pasado, es el "Jesús, Dios-que-salva", que se encarna en el seno de María, la Virgen. El Dios anunciado es el Dios cumplido en el vientre de la Virgen Santísima... La historia nos prueba que Dios en su creatividad llegará a los extremos, y que no se guardará nada, con tal de cumplir su intención de salvación. No dejará de hacer absolutamente nada de lo que sea necesario para salvar al hombre, a su amado, al que ama infinitamente. Aunque el hombre no fue necesario en el principio para aumentar en nada sus cualidades propias, se convirtió en el más amado y en el que sería el objeto de las demostraciones más impresionantes de creatividad del amor. Ninguna cosa detendrá esa creatividad. Y estará siempre actuando en favor de cada uno de nosotros, pues Dios nos ama infinitamente y hará lo que sea necesario para tenernos a su lado...