domingo, 31 de enero de 2021

Jesús es el gran Profeta que implanta el Reino de Dios en el mundo

 EVANGELIO DEL DÍA: Mc 1,21-28: Enseñaba con autoridad | Cursillos de  Cristiandad - Diócesis de Cartagena - Murcia

La aparición en el futuro de un gran Profeta de Dios que superará incluso a Moisés, es una de las promesas que Israel guardaba como uno de sus grandes tesoros. Con todo lo que representaba el gran Moisés y todos los grandes personajes que se fueron sucediendo en la historia de Israel, liberado portentosamente del yugo egipcio, llevado con mano suave y poderosa por el desierto, haciéndolo vencer a todos los pueblos que se le enfrentaban, y finalmente introduciéndolo triunfante en esa tierra prometida que "manaba leche y miel", ese personaje anunciado por el mismo Moisés será el que lleve a su culminación la obra grandiosa de Dios en favor del hombre que había creado y del pueblo que se había elegido para sí. No será, por supuesto, una obra que favorecerá solo a ese pueblo elegido. Israel es la representación de la humanidad completa que recibirá absolutamente todos los beneficios que Dios quiere derramar, pues la humanidad y el mundo entero surgieron de sus manos para recibir toda ella y todo él el beneficio para el cual el Señor lo creó. Ningún hombre, sea del origen que sea, sea de las fronteras que sean, deja de haber surgido de las manos amorosas del Padre y por ello todos están destinados a disfrutar eternamente de todos los beneficios divinos. Israel se convierte así en el emblema de lo que vivirá toda la humanidad en ese mundo nuevo que es el Reino de Dios que ha venido a implantar Jesús. Él es es gran Profeta anunciado que viene a establecer ese tiempo nuevo, que es el tiempo del amor eterno que se vivirá en el Reino que será implantado estable y eternamente por Jesús: "Moisés habló al pueblo diciendo: 'El Señor, tu Dios, te suscitará de entre los tuyos, de entre tus hermanos, un profeta como yo. A él lo escucharán. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb el día de la asamblea: 'No quiero volver a escuchar la voz del Señor mi Dios, ni quiero ver más ese gran fuego, para no morir'. El Señor me respondió: 'Está bien lo que han dicho. Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá todo lo que yo le mande. Yo mismo pediré cuentas a quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá'". Jesús es ese Profeta que asegura la presencia eterna del Padre, sus beneficios, su salvación y su amor eterno.

La preocupación de aquellos primeros discípulos era cómo hacer que la presencia de ese gran Profeta, Jesús, fuera de tal manera influyente que de verdad transformara una realidad en la que los hombres quedaban desplazados por la carga legalista de la fe que propugnaban las autoridades religiosas. Ellos, quizás por defender su primacía, quizás por no perder todas las prebendas de las que gozaban, quizás por sostener su bota sobre el cuello de ese pueblo que quería ser fiel a Dios, se empeñaban en sostener sobre todo a los más débiles, a los más sencillos, a los más humildes y a los desposeídos sometidos a sus dictámenes. Los apóstoles encaminaron a ese pueblo a la correcta comprensión de lo que Dios quería de ellos. No era tanto seguimiento de doctrinas o prescripciones sino la experiencia de una vida que asumiera que debían hacer presente a Dios y los valores del Reino en todo lo que vivían. Lo importante es el es amor, es la vida de fe, es la vida comunitaria en la que todos demuestren lo que conocen. Conocer sin vivir no tiene sentido. El conocimiento solo tendrá sentido si se lleva a la práctica en la vida de lo cotidiano: "Hermanos: Quiero que se ahorren preocupaciones: el no casado se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido. También la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, de ser santa en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido. Les digo todo esto para su bien; no para ponerles una trampa, sino para inducirlos a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones". Lo que importa es ser del Señor y que, en el estado en que sea, se viva siempre en la presencia de Dios y en el amor a los hermanos.

Por eso Jesús, en su primera aparición pública, además de enseñar con autoridad, mejor que los escribas, sustenta su enseñanza con las maravillas que hace. El Reino de Dios ya está entre nosotros. El Evangelista Marcos, más que preocuparse de lo que enseñaba Jesús, está interesado en demostrar cómo se debe vivir lo que enseña Jesús. Él ha llegado para liberar al hombre, para sanarlo. Él ha venido a establecer el Reino y sus valores de amor, de poder divino, de justicia, de fraternidad. Los gestos de sanaciones y liberaciones no son otra cosa sino la afirmación de que hay un nuevo tiempo. De que los deseos de dominio de unos sobre otros, sobre todo de los poderosos sobre los débiles, son ya tiempo pasado, pues en el Reino que se está estableciendo, eso ya no tiene cabida. Es el tiempo de Dios, que ya nunca se acabará. Y quien quiera disfrutar eternamente de todos sus beneficios, tendrá que abrir su corazón a ese Dios que está en Jesús y quiere inaugurar el tiempo nuevo del amor, que es para todos: "En la ciudad de Cafarnaún, el sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: '¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios'. Jesús lo increpó: '¡Cállate y sal de él!' El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos: '¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen'. Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea". Será la obra de Jesús iniciada con su presencia en medio de nosotros y que llevará adelante durante toda la historia futura, pues es el futuro que nos espera a todos.

sábado, 30 de enero de 2021

La fe sustenta nuestra esperanza y nos hace esperar siempre lo mejor

 Parroquia de la Asunción de Ntra. Sra. Albaida - UNA FE EN PAÑALES Escrito  en 28 Enero 2017. Evangelio según san Marcos (4,35-41) Aquel día, al  atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «

El autor de la Carta a los Hebreos da una definición clara de lo que es la fe: "La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve". Tiene que ver con las cosas intangibles, de las cuales no se puede esperar comprobación científica, de laboratorio. Quien quiere sustentar una realidad de fe en realidades tangibles está equivocando el camino y solo recibirá frustraciones. Los hombres de todos los tiempos están acostumbrados a recibir pruebas tangibles de lo que les circunda, llegando a confundir la verdad de la fe con la verdad de la ciencia. Los positivistas, que son aquellos que fundan sus certezas solo en lo que pueden comprobar científicamente, terminan indefectiblemente en un ateísmo teórico pues no hay realidades materiales que puedan confirmar y ni siquiera refutar lo que desean. La mente científica es una mente que se mueve en las seguridades. La mente espiritual se mueve más bien en el campo de las certezas. La prueba científica da la solidez de la seguridad. La prueba de fe da la solidez de la certeza. Se basa sobre todo en la humildad de reconocer que la mente humana no tiene la capacidad de entrar en las verdades intangibles, que sí existen, como lo haría un científico en su tabla de trabajo o de experimentación. La seguridad científica da la solidez de lo tangible. La certeza de fe da la solidez de aquello que escapa a lo tangible, pero que tiene como aval a Aquel en quien se confía radicalmente y que ha dado muestras suficientes de que toda la realidad está en sus manos, incluso aquella en la que no se tiene ninguna seguridad, sino solo la certeza del amor. El hombre que se queda solo en lo tangible perderá su sustento cuando se percate de que todo aquello que existe y que conoce perfectamente será un hoyo sin fondo que dejará de existir totalmente cuando quede solo el Reino implantado por el amor del Redentor, que será la única realidad existente en el futuro de plenitud.

Todos los personajes que vivieron de la fe en el Dios del amor que los convocaba y los elegía para que fueran suyos, instrumentos del amor para hacerlo llegar a su pueblo, demostrando siempre su preferencia por ese pueblo elegido, haciéndoles disfrutar siempre de sus favores, aun en medio de las posibles dudas, pues los pueblos de alrededor eran mucho más numerosos y poderosos, dando inicio a su epopeya de la forma más débil e insignificante, eligiendo apenas a un personaje que lo tenía todo para ser derrotado totalmente; de esa manera, en medio de la más clara debilidad, el Dios del amor hizo callar a todos esos pueblos, que tuvieron que hacer el reconocimiento de ese Dios poderoso que favorecía al pueblo más insignificante: "Hermanos: La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve. Por ella son recordados los antiguos. Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo 'vigor para concebir' cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía. Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas. Con fe murieron todos estos, sin haber recibido las promesas, sino viéndolas y saludándolas de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra. Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver. Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad. Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: 'Isaac continuará tu descendencia'. Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac". La fe de Abraham, y en general, la de los primeros padres, fue el motor principal que los sostuvo en el camino que ofrecía Aquel que los había elegido y que no les podía fallar en su amor.

Aquello que vivieron los padres en esas épocas tempranas fue asumido por Jesús para que también sus seguidores lo asumieran como una realidad definitiva, que sería la normal en la experiencia del Reino definitivo que venía a implantar Jesús. La obra de Jesús será completada solo cuando ya toda la realidad esté en la línea de la presencia del Dios que ama y que salva. El mundo y el hombre serán mejores, llegarán a lo que deberán llegar y para lo que han sido creados, cuando se termine el periplo por el que deben pasar luego de recibir el perdón de sus culpas y acepten que la única verdad imperecedera es la del amor y la del abandono en las manos amorosas del Señor. Esa será la realidad final, la de la felicidad plena, para la cual hemos sido creados: "Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: 'Vamos a la otra orilla'. Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: 'Maestro, ¿no te importa que perezcamos?' Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: '¡Silencio, enmudece! El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: '¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?' Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: '¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!'" Es el Dios que se hizo hombre para nuestro rescate, el que ha venido para hacer realidad ese Reino de amor y paz que será nuestra realidad definitiva en la que viviremos eternamente.

viernes, 29 de enero de 2021

El amor nuevo de Jesús nos hace a todos nuevos en el Reino de Dios

 La semilla germina y va creciendo, sin que sembrador sepa cómo” - Podcast

Las realidades de la vida de la fe es necesario iluminarlas con una luz diversa de la cotidiana. Para los hombres que se guían solo por la realidad tangible y pasajera, lo único válido es lo que pueden percibir por los sentidos. Las satisfacciones serán solo aquellas que físicamente produzcan placer o llenen de sosiego y tranquilidad en sus experiencias humanas. Cualquier cosa que atraiga algo contrario al disfrute debe ser inmediatamente rechazada, por cuanto en su mentalidad la vida ha sido recibida solo para el disfrute. El hedonismo, los placeres, el disfrute total, serán lo único a lo que se tiene derecho, por lo cual cualquier cosa que no vaya en esa línea no entra entre las cosas que forman parte de la vida cotidiana. Todo lo que venga a perturbar la paz, la armonía, el disfrute egoísta de todos los bienes, es una especie de invasión de lo que debe ser la vida. La vida del hombre se convierte así en una especie de "irresponsabilidad" cotidiana, en la que todo lo que llame a asumir una tarea de mejora personal o del entorno ya no corresponde a las tareas propias del hombre que vive. Todo debe ser "hecho" y "dado" a la medida. Sin embargo, cuando a la vida se le da una óptica superior, en la que se asume que después de la vida material deberá existir algo más, que le dé un sentido pleno a todo lo que se vive, que la vida no puede gastarse solo en un transcurrir del tiempo que finalmente acabará en la nada oscura y sin sentido, el hombre asume que debe tomar una actitud diversa que lo hará asumir con seriedad y responsabilidad ese futuro que vendrá inexorablemente.

Con una actitud así, dos deben ser las grandes ventajas que se deben asumir: en primer lugar la humildad, contemplando que nada de lo que se tiene entre manos es propio, sino que es todo simplemente dádiva del amor, puesta en las manos del hombre como dones para que desarrolle una vida en la línea del progreso y la mejora que el mismo Dios quiere para el hombre y para el mundo, y en segundo lugar, el desprendimiento total de las cosas materiales, ante las cuales solo resta tener la buena disposición de seguir recibiendo esos dones de amor, pues se asumen que son las cosas que Dios mismo quiere que tengamos para avanzar de su mano, confiando sencillamente en ese amor que es la fuente de todo bien y de todo bienestar. Al fin y al cabo, eso que recibimos como valores del Reino aquí y ahora, será lo que viviremos en la eternidad prometida: "Hermanos: Recuerden aquellos días primeros, en los que, recién iluminados, soportaron múltiples combates y sufrimientos: unos, expuestos públicamente a oprobios y malos tratos; otros, solidarios de los que eran tratados así. Compartieron el sufrimiento de los encarcelados, aceptaron con alegría que les confiscaran los bienes, sabiendo que tenían bienes mejores y permanentes. No renuncien, pues, a su valentía, que tendrá una gran recompensa. Les hace falta paciencia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa. 'Un poquito de tiempo todavía y el que viene llegará sin retraso; mi justo vivirá por la fe, pero si se arredra le retiraré mi favor'. Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma". Se trata de poner el valor donde verdaderamente está, y no en lo que pasa y desaparece.

Al fin y al cabo, el Señor seguirá haciendo su obra, por encima de todo. Su obra total, habiendo pasado por el horror del dolor, del sufrimiento y de la muerte en vez de nosotros, se completa únicamente con el establecimiento del Reino en el mundo, en el cual cada hombre y cada mujer serán los beneficiarios totales, pues serán los que disfrutarán de ese amor y de esa misericordia alcanzadas por el sacrificio de Jesús, con la idea de que ella será la experiencia vital inmutable que vivirá toda la humanidad. Es la meta que Dios quiere para todos, sin que quede nadie por fuera. Quedarán por fuera solo aquellos que se empeñen en vivir en la inmediatez que se acaba y que desaparece, haciendo caer su vida en la insensatez de la desaparición total, alcanzando un vacío sin sentido que no es el que quiere Dios para su Creación: "En aquel tiempo, Jesús decía al gentío: 'El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega'. Dijo también: '¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra'. Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado". Jesús quiere dejar a todos claro que no basta el perdón de los pecados, sino que es necesario el deseo de vivir en esa nueva realidad del Reino de Dios, que estará toda ella marcada por ese amor nuevo que Él quiere derramar sobre toda la creación.

jueves, 28 de enero de 2021

Hagamos que brille la Luz de Cristo en nosotros para todos

 Dios también habla hoy: Jueves de la 3 a. Semana – Ciclo C | Mensaje a los  Amigos

Después del Sacerdocio asumido por el Hijo de Dios hecho hombre, todo ejercicio del sacerdocio pasa necesariamente por el único válido, que es el de Jesús, que ha completado totalmente su obra mediante la implantación de los valores del Reino, que serán los imperecederos, los que nunca pasarán, pues serán los que ha establecido Dios que prevalezcan luego de la obra de rescate por la entrega del hombre Jesús, su Hijo hecho hombre, con lo cual ha ofrecido el sacrificio definitivo y totalmente satisfactorio. Ya no hay necesidad de ofrecer más sacrificios, como tenía que hacer el sacerdote antiguo cada vez que entraba en el santuario. La entrada de Jesús es definitiva y totalmente satisfactoria, por cuanto ningún sacrificio de animal contiene lo que representa. La única entrega definitiva, que hace ya absurda cualquier otra entrega, es la del Dios que se ha hecho hombre, sacrificado una vez y para siempre, y que hace ya innecesaria otras entregas que serían solo simbólicas, pero que no contendrían ya de ninguna manera posible lo que sí contiene el sacrificio del Redentor. Jesús rescata a la humanidad, la trae a la presencia del Padre y la coloca a sus pies, con tal de que ella misma acepte que ese sacrificio logra la meta final del establecimiento definitivo del Reino entre los hombres. A menos que el mismo hombre se niegue a recibir todo el tesoro que ello representa, la realidad de la novedad absoluta del hombre y del mundo es ya un logro alcanzado para el hombre y para el mundo. Solo el que se empeñe en mantener por soberbia, pretendiendo con ello hacerse más que el mismo Dios, esa autonomía radical, una emancipación que no tiene otra meta superior sino solo la de autoafirmarse en sí mismo, oscureciendo con ello su propio futuro que quedará en la nada pues no tendrá visos de eternidad, frustrará en sí ese futuro de plenitud hacia el cual él está encaminado.

Ese perjuicio lamentablemente dañará no solo su propia vida, sino que pretenderá, con la fuerza del mal, atraer a otros hermanos a esa perdición, cuando el engaño de una supuesta superioridad delante de Dios los conquistará absurdamente. La fuerza del mal hará que sus aliados en el daño a otros sean cada vez más, tiñendo de oscuridad un futuro que puede ser realmente luminoso, cuando se colocan bajo la iluminación de un bien que será inobjetable, por cuanto será la realidad que al final imperará eternamente. No será de ninguna manera una nueva situación que apunte al individualismo, pues el discipulado de Jesús y el servicio a su sacerdocio se aleja diametralmente del egoísmo o de la vanidad personal, y más bien apunta a una experiencia de fraternidad que hace de la humanidad una experiencia de solidaridad en la que se debe procurar que todos avancen por las mismas rutas de la experiencia de los valores del Reino: el amor, la solidaridad, la justicia, la fraternidad, la paz. Nadie en esa nueva realidad del Reino establecido por el sacrificio de Jesús será ya un ser aislado, sino que formará parte de ese gran pueblo nuevo, hecho nuevo en el amor de entrega y en el sacrificio de instauración de la nueva realidad en el mundo: "Hermanos, teniendo entrada libre al santuario, en virtud de la sangre de Jesús, contando con el camino nuevo y vivo que Él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea, de su carne, y teniendo un gran sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado de mala conciencia y con el cuerpo lavado en agua pura. Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa; fijémonos los unos en los otros, para estimularnos a la caridad y a las buenas obras. No deserten de las asambleas, como algunos tienen por costumbre, sino anímense tanto más cuanto más cercano ven el Día". La meta es la vida de comunidad, como un solo hombre, bajo un mismo Dios, guiados bajo la batuta del único Dios que se hizo hombre.

Es por ello que esa luz que recibimos de la obra de entrega de Jesús, su muerte que no solo perdona nuestros pecados, sino que nos hace a todos una misma cosa, como es su deseo final, busca que nuestro camino siempre esté iluminado con la luz de los valores del Reino que imperarán. Toda oscuridad que pretenda imponerse en esta novedad del Reino encontrará en la luz del Resucitado su más firme fuerza opuesta, por cuanto es la luz que resplandecerá eternamente. Ese es el objetivo que Dios ha establecido para el hombre y para el mundo. La oscuridad de ninguna manera tendrá cabida, y quien pretenda ponerse al servicio de la penumbra, se encontrará con la luz resplandeciente que lanzará Jesús, que será la luz de la vida y del alcance de todo lo que de bien existirá eternamente cuando se establezca definitivamente el Reino eterno del Padre: "En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: -'¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga'. Les dijo también: -'Atención a lo que están oyendo: la medida que usen la usarán con ustedes, y con creces. Porque al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. Lo nuestro es el Reino. Hacia allá estamos llamados todos. Y esa realidad, a menos que nosotros mismos nos pongamos en la línea de equivocación, nadie podrá quitárnosla.

miércoles, 27 de enero de 2021

Hagámonos terreno fértil donde fructifique el amor del Reino de Dios

 Archidiócesis de Granada :: - “La semilla cayó en tierra buena, creció y dio  grano”

Jesús es el Maestro perfecto. No enseña rebuscando conceptos enrevesados, sino que busca la manera en la que la idea que quiere transmitir llegue de la manera más diáfana. Por eso su enseñanza la basa en cuestiones sencillas, cotidianas. Su estilo magisterial no es el del que quiere transmitir verdades trascendentes con ideas oscuras, sino que esas mismas verdades, sin duda trascendentes y esenciales para la vida de cualquier discípulo, las quiere hacer llegar de la manera más sencilla, de modo que una verdad profunda y esencial, quede lo más clara posible sin mayores rebuscamientos u ocultamientos. Por ello, entre otras cosas, su modo de enseñar era tan atractivo, pues las verdades quedaban meridianamente claras, a través de la sencillez de su palabra y de las enseñanzas que transmitía con ella. La implantación de la nueva realidad que venía a presentar la hacía con la sencillez de quien sabía que su auditorio no buscaba verdades contundentes, argumentadas sabiamente, en la búsqueda de un convencimiento que no conquistaba los corazones, aunque las verdades que se presentaban fueran irrefutables. Jesús buscaba sembrar vida, no ideas. Su tarea, la que le había encomendado el Padre, era la de hacer entender que se estaba viviendo un tiempo nuevo, basado, sí, en verdades importantes, pero que se sustentaban más en un amor de convicción que en verdades teológicas o filosóficas que, siendo importantes, no sustentaban sólidamente en el corazón de los oyentes la convicción del amor de Dios que apuntaba al logro de la plenitud final de la historia humana. Su Sacerdocio era un sacerdocio totalmente nuevo, distinto al que se había ejercido hasta ese momento en Israel. Aquel sacerdocio era el de una mediación que aseguraba la presencia de Dios en medio del pueblo, pero que era necesario asegurar con la repetición constante de sacrificios que representaban la intención del pueblo de hacer que Dios estuviera ahí para la escucha y el auxilio de ese mismo pueblo que se colocaba humildemente ante Él.

El Sacerdocio de Jesús es el sacerdocio nuevo. Es el del Dios que se ha hecho hombre, bajo las órdenes del Padre Creador, que exigió no solo un sacrificio cotidiano de animales, sino el del mismo enviado, su propio Hijo, para que fuera totalmente satisfactorio. Ese sacrificio del mismo Hijo de Dios hacía ya innecesaria la repetición de aquellos sacrificios antiguos. El de Jesús es un sacrificio suficiente, ahora y para siempre, por cuanto, sin ser culpable, asume los pecados de todos y hace ya presente en la Iglesia el nuevo tiempo del Reino de Dios en el mundo. La entrega de Jesús es única. Ya no será necesario hacerlo más, por cuanto es un sacrificio que vale para siempre. La entrega de Jesús es única, y lo único que tenemos que hacer todos es recibirlo como el don mayor que hemos recibido de parte del amor eterno e infinito de Dios: "Hermanos: Cualquier otro sacerdote ejerce su ministerio, diariamente, ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados. Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados. Esto nos lo atestigua también el Espíritu Santo. En efecto, después de decir: Así será la alianza que haré con ellos después de aquellos días dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente; añade: Y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus crímenes. Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados". El único sacrificio de Cristo es válido ya para toda la historia.

Queda la parte del otro actor de toda la acción de rescate. El sacrificio de Jesús es definitivo y suficiente en sí mismo. Pero la humanidad mantiene su libertad para aprovechar o no esa entrega. Cada persona tiene su propia libertad para aceptar o rechazar. Más aún, tiene libertad incluso en el estilo de la aceptación. Algunos lo rechazarán de plano, considerando que no necesitarán para nada de ese auxilio espiritual que se les ofrece gratuitamente, en la torpeza de pensar que ese futuro de eternidad feliz no depende de lo que haga Dios por ellos. Lo despreciarán y caerán en la mayor ignominia que es la pérdida total del sentido de la vida, pues al terminar, finalizarán en la nada y el vacío total. Y luego tendrán todo un abanico de posibilidades, cada una con mayor sentido, en la que tendrán que decidir el camino de mayor solidez para alcanzar esa plenitud a la que Dios quiere hacer llegar todo lo creado: "El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la semilla como terreno pedregoso; son los que al escuchar la palabra enseguida la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre abrojos; estos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la semilla en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno". Jesús no impone un camino. Si somos el terreno en el que cae la semilla, nosotros tenemos la potestad de decidir qué terreno hacernos. Ese Reino sembrado es nuestro. Ese terreno es nuestro. Esa semilla, desde que la lanza Jesús, es nuestra. Somos libres de decidir qué terreno queremos ser. Si queremos vivir en la plenitud definitiva y final tenemos que hacer fértil nuestro terreno. Así el Reino será nuestro para toda la eternidad y ya nadie nos lo podrá arrebatar.

martes, 26 de enero de 2021

Reavivemos siempre el don del amor de Jesús en nosotros

 Oración del martes: “El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi  hermana y mi madre” - MVC

La experiencia de la fe cristiana abarca toda la vida de los discípulos. Quien se decide a ser seguidor de Jesús se ha decidido a abandonar toda su vida, con lo que ella implica, en las manos de Aquel en quien pone toda su confianza, sabiendo que la promesa futura de bienestar total, pasando por una vida que contiene en sí misma todas les experiencias que puede tener cualquier vida humana, finalizará en aquella situación de idilio total con Dios y con los hermanos, pues es ese el final prometido para la creación. Todo lo existente, surgido del amor todopoderoso del Creador, tendrá un final de plenitud. Ciertamente la vida depara siempre entre sus posibilidades el paso por situaciones sorprendentes, felices, satisfactorias, pero también dolorosas y sufrientes en muchas ocasiones, pero que en definitiva servirán, en primer lugar, para demostrar el respeto del mismo Dios a su propia criatura, a la cual ha enriquecido y quiere seguir enriqueciendo con todos los beneficios, en especial el de su propia libertad, de la cual puede hacer uso, pues es una concesión amorosa al querer hacerlo existir "a su imagen  y semejanza", y en segundo lugar, para que el mismo hombre, en la cantidad de experiencias que va decidiendo tener, sobre todo si las persigue en el empeño de hacerse absolutamente autónomo en la búsqueda de una superación que jamás podrá alcanzar y de lo cual tendrá que convencerse por sí mismo, llegue por su propia experiencia a asumir que la vida lejos de Dios no lo llevará sino al vacío total.

San Pablo, después de su conversión, se decidió a hacer de su vida una entrega radical a Jesús, a su amor, a darlo a conocer a los demás. Ya no hubo para él otra razón de vida: "Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir". Fue su motivo de vida y para ello siguió adelante con Jesús. Su experiencia de fe fue marcada por Jesús, al punto de que ya no valían para nada sus propios intereses, sino solo los del Redentor. Si la fe en general se compone de conocimientos y de experiencias, de doctrina y de emociones, para Pablo lo emotivo, lo afectivo, fue su motor principal. Sin duda, el contenido de la fe para Pablo era importante. Era eso lo que enseñaba y de lo que no se cansaba de hablar. Pero ese contenido doctrinal sin el componente afectivo, el que le aseguraba el amor incondicional de Jesús por Él, quedaba todo en la sequedad del desierto que sabes que está ahí, pero que no aporta nada para una vida de plenitud y de felicidad total: "Me amó a mí y entregó su vida a la muerte por mí". Esa fue su mayor motivación. Fue el amor de Jesús el que lo ató a su entrega. Fue esa convicción del amor el que lo movió más a seguir sirviendo y a seguir entregándose por cada uno de los suyos y por cada hombre y mujer con los que se encontraba: "Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, para anunciar la promesa de vida que hay en Cristo Jesús, a Timoteo, hijo querido: gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro. Doy gracias a Dios, a quien sirvo como mis antepasados, con conciencia limpia, porque te tengo siempre presente en mis oraciones noche y día. Al acordarme de tus lágrimas, ansío verte, para llenarme de alegría. Evoco el recuerdo de tu fe sincera, la que arraigó primero en tu abuela Loide y tu madre Eunice, y estoy seguro que también en ti. Por esta razón te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por imposición de mis manos porque, pues Dios no nos ha dado un espíritu cobardía, sino de fortaleza, amor y de templanza. Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios". Lo importante no era la vida que podía perder en su entrega, sino la que con su muerte podía dejar de legado para todos, pues era reflejo del mismo amor que había derramado Jesús sobre la humanidad.

Por eso, el mismo Jesús enseña a sus seguidores qué es lo que verdaderamente importa. El acento no está en hacer las cosas "correctamente", según el criterio de los que lo rodeaban, fueran incluso miembros de su misma familia. No importaba quedar bien con el criterio de egoísmo, o vanidad, o soberbia, que quería implantar el mundo. Lo importante era hacer llegar el amor incondicional de Dios en Jesús, que venía a implantar los criterios del Reino, que al fin y al cabo son los que van a imperar en el futuro de eternidad en plenitud que venía a sembrar Dios por Jesús, y que echaba luces en lo que sería ese futuro de eternidad al que todos estamos llamados: "En aquel tiempo, llegaron la madre de Jesús y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice: 'Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan'. Él les pregunta: '¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?' Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: 'Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre'". Son esos lo que formarán parte de esa familia privilegiada de Jesús: los que han entendido que por muchas prebendas que ofrezca el mundo, buscando engañar con su maldad al hombre para que siga un camino de alejamiento de Dios, han entendido que nada de lo que ofrezca ese mundo será nunca mejor de lo que se vivirá en una eternidad que es segura, pues el amor de Dios sigue siendo lo más seguro que tenemos los hombres en nuestro futuro.