jueves, 31 de diciembre de 2020

Conocer mejor a Dios es avanzar con fuerza hacia la salvación

 PASTORAL ABISAL: Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos  contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia  y de verdad.

La Teología es la ciencia que busca ahondar en el conocimiento sobre Dios. No es una disciplina solo cristiana, sino que es muy anterior. Todo pensador que busca conocer a Dios puede ser considerado teólogo. De ese modo, podemos encontrarnos en la historia del desarrollo teológico personajes que por antigüedad podrían ser llamados precursores. Arriesgarse a entrar en las profundidades de lo que es Dios, a sabiendas de que se está buceando en aguas oscuras y muy inestables, puede tener una altísima compensación, pero a su vez puede producir grandes decepciones, por cuanto pretender entrar en la intimidad divina es querer invadir un terreno que para la mente humana no presenta ninguna solidez. En esa misma historia, desde antes de los grandes filósofos griegos, descubrimos los caminos que se ha pretendido caminar. Algunos han echado muchas luces sobre lo que podría ser Dios, mas sin embargo, otros han errado de plano y han arrastrado a muchos en su error. Para nosotros, hombres de la Iglesia de Jesús, un teólogo no puede ser un simple pensador. El teólogo debe ser ante todo un hombre de fe. No basta con manifestar el empeño de entrar en el misterio divino. Es necesario que quien quiera ser verdaderamente teólogo sea un hombre o una mujer bien dispuestos a la conversión, abiertos a la sorpresa de sus descubrimientos, con la aceptación de dejarse invadir por el amor y la salvación que Jesús ha traído. No es, por lo tanto, simplemente un ejercicio intelectual, sino un verdadero ejercicio espiritual. El teólogo pisa el terreno teológico con reverencia, pues está consciente de que está entrando en el terreno más misterioso que existe, como es el del entorno íntimo y eterno del Dios de Amor, Creador y Todopoderoso.

Está claro que en ese entorno en que se quiere hacer la teología, habrá quienes se entregarán acuciosamente y con la mayor ilusión a la búsqueda de la Verdad sobre Dios. Y con toda seguridad llegarán a puntos muy altos en esa tarea. Lograrán echar muchas luces a todos para la comprensión sobre quién es Dios. Comprenderán también con toda seguridad que llegarán a una frontera infranqueable en la que se da el límite de la posibilidad de la comprensión de un Dios que es inabarcable. Pero su satisfacción será haber llegado a ese punto y haber dado su aporte para el conocimiento sobre Dios. Igualmente, dentro de aquellos que actúen con la mejor buena fe, se alinearán también quienes no actúen de buena fe. Entre los que son supuestamente fieles, se inscribirán también aquellos que siguiendo sus propios impulsos y persiguiendo sus propios intereses, de manera egoísta y vanidosa, busquen confundir y colocarse ellos mismos en el lugar que corresponde al Dios de Jesús: "Hijos míos, es la última hora. Ustedes han oído que iba a venir un anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es la última hora. Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros. En cuanto a ustedes, están ungidos por el Santo, y todos ustedes lo conocen. Les he escrito, no porque desconozcan la verdad, sino porque la conocen, y porque ninguna mentira viene de la verdad". Esa teología cristiana, nacida con la venida de Jesús, ha tenido siempre sus detractores, y sus promotores lucharán siempre por imponerla.

Contra ella han reaccionado siempre los grandes teólogos cristianos, principalmente aquellos primeros escritores que fueron los autores de todo el Nuevo Testamento. Es sorprendente cómo aquellos hombres con las herramientas mentales más rudimentarias, han relatado los acontecimientos que rodeaban el gran fenómeno de Jesús. No eran simples relatores de acontecimientos, sino que se convertían en verdaderos teólogos, pues buscaban acentuar algún aspecto que les interesaba destacar en función de la necesidad que tenía la comunidad a la que se dirigían. Siendo en general el mismo esquema, apuntaban a un objetivo concreto.  Por ejemplo, la altura que alcanzaron las disquisiciones teológicas del Apóstol Juan es impresionante. Ciertamente tuvo mucho tiempo en la Isla de Patmos para profundizar y ordenar sus ideas. Y ante el peligro que se corría de no entender bien la figura de Jesús, decidió poner sus ideas en orden y presentarlas a la comunidad para corregir los entuertos que se estaban dando: "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de Él se hizo todo, y sin Él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de Él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: 'Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo'. Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer". Hoy podemos agradecer al amor de Dios el que haya suscitado a estos grandes personajes que han echado luces sobre lo que Él es. Y que sigue haciendo surgir a grandes pensadores que nos hablan de Él y nos aclaran cada vez más su misterio. Así, al conocerlo cada día más y mejor, tenemos la oportunidad de amarlo con mayor fuerza y convicción. Conocerlo mejor es nuestra salvación, pues llegar a la plenitud de su conocimiento es la meta de nuestra vida. Esa será nuestra llegada al Reino, donde conoceremos tal como somos conocidos en el amor.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Con la alegría de la Profetisa Ana anunciemos la llegada de la salvación de Dios en Jesús

 Ana: Una Mujer con Propósito – Morning Light Ministries International

La "presentación en sociedad" de Jesús, Dios hecho Niño, pasaba por el apego total a las normas sociales que regían la vida comunitaria de los israelitas. Una de ellas imponía a toda familia hebrea la presentación del hijo primogénito en el templo para solicitar de Dios su "rescate" mediante la entrega de dones específicos y muy bien regulados, según fuera el estatus social de cada familia. José y María, los padres de aquel Niño alrededor del cual se iban ya tejiendo una cantidad de maravillas, fieles y obedientes a Dios, se acercan al templo como cualquier matrimonio hebreo para cumplir con el ritual del rescate de Jesús. Y mientras lo hacen, vuelven a tener esa experiencia divina, quedan de nuevo envueltos en el misterio total, que no es oscuro, sino que por el contrario echa más luz sobre el portento que está sucediendo a su vista. Ese Niño pequeño y tierno es el Emmanuel, el Dios con nosotros. A pesar de que sus padres han vivido todo el desarrollo humano del recién nacido hasta ese momento, siguen maravillándose de todo lo que van viviendo y que han vivido desde el anuncio de su venida, hasta todo lo que han experimentado desde el nacimiento en la sencillez y la humildad de quien viene a dar un vuelco total a la historia de la humanidad. Son ya demasiados portentos los que han sucedido a sus ojos. Y así seguirá siendo pues, aun cuando es el Dios que se ha humanado en el Niño Jesús, no deja de ser Dios y su naturaleza divina, lejos de ser negada, pugna por no expresarse naturalmente como debería. En el estilo pedagógico de Jesús, esa presentación divina del Redentor debe ir dándose paso a paso, por lo que sus padres aceptan no sin sorpresa las maravillas que siguen siendo tejidas a su alrededor...

De entre esas maravillas que nos encontramos en la vida naciente del Redentor, nos topamos con esta de la presentación en el templo y la presencia de los dos ancianos a los cuales se les había anunciado que no morirían sin ver al Salvador del mundo. La alegría de ambos es suprema, por cuanto comprueban que Dios, como siempre, cumple su Palabra. Y que siempre la cumplirá. Con ellos y con todos. Dios cumple su promesa y nunca deja de honrar sus compromisos. Simeón y Ana han recibido de Dios el regalo prometido y saben muy bien que es un regalo que además de ser para el disfrute de ellos, es para toda la humanidad. El beneficio que reciben ellos lo recibe cada uno de los hombres. Y Ana, anciana que había dedicado su vida de viudez a la alabanza continua del Señor en el Templo, recibe también ella su merecida recompensa: "En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con Él." Ana no solo esperaba poder ser agraciada con la visión del Redentor del mundo que ya se hacía presente, sino que buscaba, al igual que Juan Bautista, que todos prepararan su corazón para recibir al Dios que venía a traer la plenitud...

Está claro que esta alegría que invade a todos los que están alrededor de todos estos acontecimientos es la alegría natural que siente quien está convencido de que el Dios del amor es leal en su promesa de salvación. Es el Dios que cumple su Palabra en Jesús. Y el objetivo de esos que se alegran es vivir el gozo personal, por supuesto, pero conscientes de que la plenitud nunca será tal si no lo asume en comunión con todos. La alegría de la fe no es una alegría egoísta, que se agota en una experiencia de encuentro intimista con Jesús. Esa alegría tendrá sentido total solo en la medida en que es compartida. La alegría cristiana es difusiva por sí misma. Es imposible detener su efusividad delante de los demás. Quien está feliz por su salvación jamás podrá callarlo y, por el contrario, buscará siempre que otros vivan la misma emoción acercándose a esa misma salvación que es para todos. Para las primeras comunidades de fe de aquella Iglesia naciente, las expresiones solidarias en la vivencia de la fe debían salir naturalmente. Ellos eran los salvados y tenían el compromiso de ser signos de salvación para los demás: "Les escribo, hijos míos, porque se les han perdonado sus pecados por su nombre. Les escribo, padres, porque conocen al que es desde el principio. Les escribo, jóvenes, porque han vencido al Maligno. Les he escrito, hijos, porque conocen al Padre. Les he escrito, padres, porque ya conocen al que existía desde el principio. Les he escrito, jóvenes, porque son fuertes y que la palabra de Dios permanece en ustedes, y han vencido al Maligno. No amen al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo —la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la arrogancia del dinero—, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y su concupiscencia. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre." Son los signos que muestran los que viven el gozo de la salvación y están conscientes de que la oferta que viene con la salvación es mucho mejor que lo que ofrece el mundo. Nada se puede equiparar a lo que ofrece Dios en Jesús, cuando eso es surgido de su amor infinito y de su deseo de que la salvación sea nuestra realidad final y eterna.

martes, 29 de diciembre de 2020

Como a Simeón, nunca nos debe faltar la esperanza para llegar a la salvación eterna

 Archidiócesis de Granada :: - "Mis ojos han visto a tu Salvador"

Todos los acontecimientos que rodean el dulce momento del nacimiento del Redentor del mundo, en los cuales está por supuesto envuelto cada uno de los integrantes de esa Sagrada Familia que hemos venerado con ternura, Jesús, María y José, están revestidos de lo extraordinario y de lo sublime. Es la llegada del Salvador, Aquel que ha esperado ya por tan largo tiempo ese pueblo que añoraba el cumplimiento de las promesas hechas por Yhavé, en las cuales Él mismo había quedado tan comprometido. No podía Dios fallar a la cita con el cumplimiento de su Palabra que había quedado empeñada desde su amor. Las cosas que estaban sucediendo eran realmente maravillosas. El mismo nacimiento del Señor que se hacía hombre en el vientre de María era el acontecimiento más grandioso de toda la historia de la humanidad. Y junto a ello, podemos descubrir en los Evangelios el clima de portento que va rodeando cada acontecimiento. Jesús viene a cumplir la promesa del Padre, y en obediencia de amor a Dios y a los hombres, lo hace de la manera más perfecta. Todo lo que hace Jesús es perfecto, máxime cuando se trata de hacer buena la Palabra empeñada por el Dios de Amor y de Vida. Es en este sentido en que nos encontramos con un Jesús que es fiel y obediente, y que emprende en cada paso que da, responsablemente, la tarea que ha venido a cumplir. Evidentemente todos somos beneficiarios de ese amor incondicional, por encima de cualquier merecimiento que podamos reclamar, pues el amor divino en Jesús lo hace desde el uso pleno de su libertad divina que no encuentra jamás ningún obstáculo. La libertad de Jesús se pondrá siempre a favor y del lado de los hombres.

Esto no obstante no puede quedar solo como obra del amor de Dios en Jesús, sino que apunta a una riqueza que debe adquirir con la integración del hombre al plan diseñado por Dios para la salvación. El hombre no es, de esta manera, solo receptor de bondades. Todos los beneficios que recibe cada uno es un tesoro para sí, pero es también un tesoro para todos. Dios no es selectivo en la distribución de bienes. Sabe muy bien que los beneficios que distribuye desde su amor infinito son para todos, malos y buenos. Habrá quien los aceptará gozoso pues al fin y al cabo será los beneficios que Dios guarda en su corazón de amor para cada uno, y que no pueden ser parcelados. El amor jamás actúa por parcelas. Siempre actuará de manera global, pues tiene que ver con la libertad de Dios que es total. Habrá también quien los rechazará torpemente, pues preferirán quedarse con lo mínimo, que es lo suyo. Se entiende así la insistencia de San Juan a esas primeras comunidades de cristianos que debían asumir como generales las enseñanzas para vivir una correcta vida de fraternidad en la que aceptar que los bienes donados por Dios son para todos, y que por ello, también cada uno debe ponerse al servicio en la procura de que esos bienes lleguen a estar en las manos de todos: "Queridos hermanos: En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: 'Yo le conozco', y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él debe caminar como él caminó. Queridos míos, no les escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tienen desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que han escuchado. Y, sin embargo, les escribo un mandamiento nuevo —y esto es verdadero en Él y en ustedes—, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos". La obra de salvación tendrá sentido pleno solo si apunta a la salvación de todos. La entrega de Jesús es una entrega total, por todos, sin exclusión de nadie.

En ese ámbito de maravilla del que está rodeado ese acontecimiento central de la fe cristiana, la Palabra de Dios nos conduce hasta el Templo, cuando el Niño Dios es presentado a Dios, pagando lo debido para su rescate, como se hacía con todo primogénito varón en Israel. Sus padres, María y José, pobres, humildes y obedientes, fieles cumplidores de la ley, se acercan para cumplir este precepto de la ley mosaica. Y se llevan la sorpresa de que, siendo un acto totalmente ordinario que cumplía toda familia hebrea, sucede lo extraordinario del gozo del anciano Simeón, quien esperaba la manifestación definitiva de la llegada de Aquel que venía a liberar definitivamente al pueblo de las garras del pecado y del mal, y que ya estaba presente en la pequeñez de ese cuerpo mínimo del Niño Jesús. El gozo de Simeón es indescriptible, al igual que la sorpresa de los padres del Niño. Simeón prorrumpe en el canto de acción de gracias más hermoso que se puede esperar: "Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el Niño Jesús sus padres para cumplir con Él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: 'Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos 'han visto a tu Salvador', a  quien has presentado ante todos los pueblos: 'luz para alumbrar a las naciones' y gloria de tu pueblo Israel'. Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del Niño. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: 'Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones'". A la Madre se le anuncia su sufrimiento. El Niño será piedra de choque para muchos pues querrá implantar el bien y la justicia en el mundo. Al final vencerá, pues el poder del amor es el poder más grande que existe sobre la tierra. Y la Madre será hecha la socia más importante pues habiendo recibido el encargo de ser la Madre de Dios y habiéndolo recibido con el gozo y la humildad propios de Ella, se coloca como lo hizo siempre, en las manos de la voluntad del Padre, que es hacerla pieza fundamental en esta historia de amor y salvación que Dios ha inaugurado con la humanidad entera.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Todo el mal del mundo jamás podrá destruir nuestra esperanza

 Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (2, 13-15.19-23) - El Diario

La secuencia que se nos presenta en los Evangelios de la infancia de Jesús es realmente interesante. Habiendo asistido a la explosión de la Vida, a la entrada del amor concreto del Dios hecho hombre en el Niño Jesús, nos encontramos, por un lado, con el Martirio de San Esteban, el Protomártir, el primero de los seguidores de Jesús que da testimonio de su fe con la entrega de su vida por amor a Él y por la fidelidad con la que quería ser su seguidor, por lo cual fue uno de aquellos siete diáconos de origen griego, elegidos para la atención de los más necesitados, las viudas y los huérfanos, prácticamente los últimos del escalafón social. Y por el otro, nos encontramos con el personaje funesto de Herodes, enfermo de vanidad y egoísmo, quien al enterarse del nacimiento de aquel supuesto Rey de los judíos, prometido desde antiguo, seguramente una promesa que él mismo habrá escuchado alguna vez. Viendo que ese Niño recién nacido ponía en riesgo su reinado y su poder, no decidió otra cosa más horrorosa que asesinar a todos los niños de dos años para abajo, regando con esa sangre inocente todo el entorno. El espíritu de los malos no tiene miramientos cuando está decidido a defender su legado de maldad. El mal, cuando se quiere imponer, no conoce límites. Lo hemos experimentado también en nuestro mundo cuando el hombre se ha convertido en el lobo de sus hermanos. Las cosas del poder, del dinero, de la política, se usan como armas arrojadizas contra el hombre inocente que resulta la víctima fatal de quienes le procuran los peores males. Ha sido la forma de actuación tradicional del mal en el mundo.

Pareciera así que la fiesta de la Navidad, siendo como es la fiesta de la Vida, de la salvación, del rescate de la humanidad, y siendo además el momento mas alto de la historia, pasa a ser el momento en el que la humanidad comienza a sufrir más crudamente el dolor que produce el mal cuando quiere deshacerse de lo que lo pone en riesgo de desaparecer. La llegada del Redentor, lejos de acallar el ruido que puede hacer el mal, hace que sus gritos estentóreos que anuncian su derrota, se oigan con mayor desgarramiento: "Queridos hermanos: Este es el mensaje que hemos oído de Jesucristo y que os anunciamos: Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con Él y vivimos en las tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero, si caminamos en la luz, lo mismo que Él está en la luz, entonces estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Pero, si confesamos nuestros pecados, Él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros. Hijos míos, les escribo esto para que no pequen. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero". Aunque el mal se revuelva en sí mismo, y lance sus golpes contra el hombre, la venida del Redentor, siendo ya como lo es, una realidad irrefutable e inmutable, ha quedado ya para siempre vencido.

De esta manera, todo lo anunciado por el amor del Padre en el Antiguo Testamento, comienza a cumplirse inexorablemente y comienza a vivirse esa sensación gustosa de triunfo logrado, no por fuerza ni mérito alguno de parte de los hombres, sino por ese amor que había anunciado la salvación y la plenitud de la felicidad. La victoria de Jesús en la Pascua es la prenda más segura con la que podemos contar de que esa Palabra de salvación se ha cumplido. Ya no existe en el hombre ansiedad ni angustia, pues la salvación es un hecho ya alcanzado. La promesa de Dios está ya en las manos de los hombres. A pesar del dolor que sufre Raquel por la muerte de sus hijos, por encima está el premio que recibe cada uno de sus hijos. Y por encima de esa vanidad y egoísmo de Herodes está el cumplimiento de la promesa, que no hace que cambie la suerte de aquellos hijos inocentes, pues el mal jamás dejará de actuar produciendo siempre el mayor daño posible: "Cuando se retiraron los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: 'Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo'. José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: 'De Egipto llamé a mi hijo'. Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: 'Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven'". La venida del Dios del amor en el Niño Jesús, sin duda, llena de gozo al mundo. No hay momento más importante. Pero a la par, el mal seguirá urdiendo sus planes criminales, por cuanto esa es su esencia. El mal busca y hace el mal. Aún así, quienes queremos ser seguidores fieles de Jesús, ahora y siempre, no podemos permitir que nuestra esperanza de salvación caiga en el vacío. Debemos disponer nuestro ser para recibir toda esa carga de amor que ya es nuestra, y que siempre lo ha sido, para poder mirar siempre hacia el horizonte con esperanza, pues así como hemos sido mirados con amor desde el primer momento de nuestra existencia por ese Dios que solo quiere nuestro bien, sabemos que seremos mirados eternamente.

domingo, 27 de diciembre de 2020

Jesús, María y José, la Sagrada Familia humilde y sencilla, instrumento de salvación

 Mis ojos han visto a tu Salvador! – Grita al mundo

La Creación surgida de las manos amorosas y poderosas de Dios posee una cantidad de cualidades inusitadas que habla de lo extraordinario que es su autor. De esas manos ha surgido limpia, incontaminada, pura, sin mancha. En ella ha colocado todo lo que será necesario para la subsistencia feliz y sólida de la criatura a la que será ubicada en el centro, el hombre, en cuyo amor encontramos la razón última de la existencia de todo. Toda esa bondad de lo creado tiene un solo objeto: agradar al hombre, pues es por él que adquiere sentido el que Dios haya decidido salir de sí mismo y derramar su amor y su poder fuera de sí. Todo lo pone Dios en las manos del hombre. Su objetivo no es simplemente el que el hombre "viva bien", sino que apunta a que, siendo el receptor de todos los beneficios, reconozca a Dios como su hacedor, su sustentador, la única fuente de todos los bienes de los cuales disfruta desde su primer respiro. Este itinerario de enseñanza que emprende Dios para instruir a su criatura tiene un añadido que no puede ser dejado a un lado. Habiendo sido creado a "imagen y semejanza de Dios", tiene, además de todas las cualidades divinas que quiso Dios donarle, algo que en la intimidad divina es parte integral de su propio ser. Es la condición de ser comunitario. Dios no es un solitario. Es profundamente comunitario. Esa condición de ser comunitario es esencial. Dios en sí mismo es familia y ese sello lo ha dejado como impronta imborrable en el hombre. Si Dios quiere que el hombre se le parezca, lo marca con el sello de lo esencial de la vida comunitaria. Y si el hombre hace su esfuerzo por parecerse a Dios, igualmente debe asumir su condición de ser comunitario. El mismo Padre en el momento creador sentenció: "No es bueno que el hombre esté solo". Y en la plenitud del gozo humano, al haber sido creada la mujer, Adán exclama con alegría: "¡Ahora sí, esta es carne de mi carne y huesos de mis huesos!" El hombre estaba así completo. Comprendía que su plenitud estaba en la experiencia vital junto a otros, y no en una vida encerrada en sí misma, en el egoísmo y el rechazo a los demás.

Esta condición comunitaria del hombre tiene su expresión nuclear en la célula más pequeña, pero más importante de la sociedad. Lo más cercano al hombre y lo que tendrá más influencia en su vida, sin duda alguna, es ese núcleo básico de "los suyos". Es la familia humana la que se sumará como primer escalón en todo el tejido de la vida de la comunidad. La familia será el primer paso que se deba dar para iniciar la construcción de una nueva sociedad. En la base debe estar esa familia natural que es atractiva para todos, por encima de lo que nos quieran hacer creer otras voces culturales que apuntan a la anarquía y preferirían que fuera el caos el que reine. Nunca faltarán quienes vayan en contra de lo que es tradicional. Cuando hablamos de tradicional debemos alejarnos rápidamente de lo que entendemos como retrógrado, como lo quieren acentuar aquellos que buscan la destrucción de la sociedad. Lo tradicional, en todo caso, es todo aquello que ha ayudado a construir una nueva sociedad, que ha logrado mantener valores que son eternos y que nunca cambiarán, que nos hacen apuntar a la búsqueda de las mejores condiciones de vida para todos, apuntando a una vida de felicidad plena y de beneficios para todos. Eso es lo tradicional. Lamentablemente hay quienes, dejándose llevar por los criterios propios, por el egoísmo y la vanidad, van por un camino contrario que fatalmente nos puede estar conduciendo a una debacle de dimensiones inmensas. Aún así, Dios sigue actuando y nunca dejará de hacerlo, pues en su designio amoroso el final del camino es el de la plenitud, y nos invita a todos a hacer el esfuerzo por avanzar en estas rutas de riqueza en la vida de familia: "El Señor honra más al padre que a los hijos y afirma el derecho de la madre sobre ellos. Quien honra a su padre expía sus pecados, y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros. Quien honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado. Quien respeta a su padre tendrá larga vida, y quien honra a su madre obedece al Señor. Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza. Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él, y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor. Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados".

Esa experiencia de vida comunitaria, marcada por el estilo familiar íntimo de Dios es el que se empeñaban en vivir los primeros cristianos, y el que ha querido la Iglesia que trascienda y sea el estilo de vida de los cristianos. No deberíamos apuntar a otro. Y esto debemos hacerlo incluso en contra de las voces que quieran convencernos de que existen caminos mejores. No existe nada mejor que lo que nos propone Dios en Jesús. Él añora que cada uno de nosotros alcance esa plenitud que nos regala su amor. Y eso pasa por una vida comunitaria sólida, concretada específicamente en una buena vida de familia. Jesús es el portador de las mejores noticias para los hombres. Por ello, ya desde niño se convierte en el anunciador de esas noticias que son insuperables para el gozo de los hombres. Simeón y Ana, aquellos ancianos que esperaban en el Templo la aparición del Mesías que se hacía presente en la historia, manifiestan el gozo de todo el pueblo. Se hacen portavoces de todos, anunciando el gozo de la llegada del Mesías que tanto añoraban: "Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: 'Todo varón primogénito será consagrado al Señor', y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: 'un par de tórtolas o dos pichones'. Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con Él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: 'Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel'. Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del Niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: 'Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones'. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén". Era un momento central de le experiencia de fe del pueblo. El gozo de la llegada del Mesías. Y Dios les concedió a estos dos ancianos el regalo extraordinario de vivirlo en carne propia... Procuremos nosotros también vivir el gozo del encuentro de ese Niño Jesús que viene a salvarnos. Él ha venido escoltado de la mano de sus padres María y José, la Sagrada Familia, que viven estos momentos con la perplejidad propia de los sencillos que se sienten sobrepasados de tanto amor. Sintámonos también nosotros sobrepasados de amor. Es un  amor infinito, que quiere Dios que sea nuestro y que lo vivamos en el estilo humilde y sin ruido de esa Sagrada Familia que ha cambiado la historia de la humanidad.

sábado, 26 de diciembre de 2020

Como Esteban, confesar el amor de Jesús para tener la Vida eterna

 San Esteban, diácono y protomártir. - ReL

Es muy sugerente que la fiesta de la Vida, el nacimiento del Niño Dios que viene a salvarnos, en obediencia al designio salvífico del Dios del amor, la Navidad, donde vemos a la ternura del Dios humanado que irrumpe en el mundo por la obediencia de nuestra Madre María, sea inmediatamente seguida en la liturgia de la Iglesia por la celebración de un martirio. Nos encontramos con la muerte de Esteban, quien incordiado por los miembros de la sinagoga, quedaban sobrecogidos por las afirmaciones contundentes de la fe que él expresaba. Esteban pertenecía a aquel grupo de siete diáconos que habían sido elegidos para la atención de aquellos conversos provenientes del paganismo griego, cada vez más numerosos, a los cuales se hacía cada vez más difícil atender idóneamente. Al haber sido elegidos por los mismos miembros de esta comunidad de conversos, fueron presentados a los apóstoles, reconocidos como las auténticas autoridades de la Iglesia naciente de Cristo, y éstos les impusieron las manos y los oficializaron con diáconos, que significa "servidores". Esteban era un servidor. Siendo diácono sabía muy bien que debía ponerse al servicio de los suyos, principalmente de los más necesitados, como lo eran las viudas y los huérfanos, y para el servicio en las mesas, es decir, para distribuir el pan de la caridad que todos querían compartir con los menos favorecidos. Podríamos decir que Esteban es martirizado por hacer el bien, lo cual, de manera clara había sido anunciado por el mismo Jesús a sus discípulos. En un mundo en el que impera el egoísmo, el ventajismo, el empeño en la total autonomía, el deseo de echar a un lado a Dios, pues es incómodo al pretender imponer normas y criterios distintos a los que el hombre piensa para sí mismos, tratar de mantenerse fieles al Dios del amor es una lucha cotidiana. Aquellos no solo buscan "matar" a Dios, sino ganar cada vez más adeptos para sentirse mejor apoyados. Es el camino de la perdición, que es el que Dios quiere que esté cada vez más lejos de su criatura amada. Aún así, ambas fiestas, Navidad y Martirio de Esteban, se inscriben en el mismo ámbito de la Vida.

La primera, la Navidad es la explosión de la vida. Desde la llegada del Salvador se ha posesionado del mundo y de la historia la vida humana del Dios que lo ha creado todo. No es posible para los hombres recibir más Vida, pues toda la que tenía reservada Dios la ha entregado. El símbolo claro de esa entrega es el del Redentor, Dios hecho hombre, que pende inerme, muerto, clavado en la Cruz, y que luego es colocado ya sin vida humana en la soledad oscura y fría del sepulcro. El Dios de la Vida que se había hecho hombre había rendido tributo a la vida donando su ser a Dios: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Esa entrega fue el preludio del triunfo estruendoso que vendría luego. No podía ser Dios vencido: "La muerte no tiene poder sobre Él". Por eso, el paso final de la sinfonía divina total es la de la victoria de la Vida. El Dios de la Vida nunca podrá ser vencido por la muerte, aunque los signos exteriores digan que sí. Esta experiencia será la misma que tendrá cada discípulo de Jesús que haya experimentado de alguna manera la muerte: Dolores, persecuciones, burlas, exclusiones, enfrentamientos verbales, e incluso daños físicos dolorosos que pueden llegar hasta el martirio, la muerte cruenta por mantenerse fieles. Fue lo que vivió San Esteban en su momento, cuya muerte muestra paralelismos asombrosos con la muerte de Jesús: Encuentro frontal con la presencia de Jesús acompañándolo en estos momentos de encuentro con la muerte, confianza radical en que los momentos malos serán totalmente compensados por el amor que lo envuelve y no lo deja nunca solo, la buena disposición incluso para perdonar a quienes lo estaban asesinando, la esperanza cierta de que el final no es el del sufrimiento sino todo lo contrario, la plenitud del gozo de que al pasar de este mundo al cielo solo resta vivir en la esperanza cumplida de la eternidad de amor en la presencia del Padre: "En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Oyendo sus palabras se recomían en sus corazones y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijando la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: 'Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios'. Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo y se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: 'Señor Jesús, recibe mi espíritu'". Para Esteban, fiel y entregado a su misión, estaba claro cuál iba a ser su fin. Solo amor, gozo y alegría eternos, pagando como tributo el sufrimiento momentáneo.

En este sentido, Jesús, que es no solo el Salvador del mundo, sino que además es la transparencia divina, el que nos trae la lucidez de la Verdad, ya nos había puesto sobreaviso acerca de esta experiencia de persecución que sufriremos todos los que queramos ser buenos discípulos suyos. Él ni nos ha engañado, ni nos engaña, ni nos engañará jamás. No puede mentir el que es la Verdad: "Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida". Si nos vaticina algo, eso se cumplirá. Es un anuncio que ha salido de su boca y jamás cambiará... Por eso, en la conciencia de Esteban estaba la convicción de que todo terminaría bien, pues así lo había dicho Jesús. Y esa misma convicción debe estar en las mentes y en los corazones de quienes queramos mantenernos fieles a Jesús. No podemos dudar nunca de que lo que Jesús nos diga se cumplirá: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Cuidado con la gente!, porque los entregarán a los tribunales, los azotarán en las sinagogas y los harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando los entreguen, no se preocupen de lo que van a decir o de cómo lo dirán: en aquel momento se les sugerirá lo que tienen que decir, porque no serán ustedes los que hablen, sino que el Espíritu de su Padre hablará por ustedes. El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán. Y serán odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará". Jesús es muy honesto con nosotros. No niega que sufriremos y la pasaremos muy mal. Pero también afirma que todo eso pasará pues su paso por la historia es para el establecimiento del Reino de Dios en el mundo, que será un Reino de Justicia, de Paz, de Santidad, de Gracia, de Amor y de Paz. Y llegará esa estabilidad de la plenitud del gozo de la eternidad al que todos estamos destinados por el amor. También nosotros tendremos que pagar nuestro tributo en el dolor y el sufrimiento, en la persecución y hasta quizá en la muerte. Pero atendiendo a ese aviso de Jesús, sabiendo que el mal buscará imperar siempre, estamos seguros que el final es el del gozo. No dejará sin la recompensa de nuestra eternidad nuestros deseos de ser fieles. De esa manera se entiende que el martirio de San Esteban no se puede contemplar solo desde la óptica de la muerte, sino que debemos inscribirlo en la gran fiesta de la Vida que inaugura Jesús con su Pascua, que es el salto del sufrimiento y de la muerte, a la estruendosa victoria de la Vida.

viernes, 25 de diciembre de 2020

La Palabra de Dios, que es Jesús, pronuncia su amor sobre nosotros salvándonos

 El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros | InfoVaticana

Hay dos noches en la historia de la humanidad que la han marcado y la han enriquecido asombrosamente. En las dos la acción de Dios es fundamental, enmarcada en ese marco entrañable e infaltable del amor de Dios por todo lo que ha surgido de sus manos todopoderosas. Una de ellas es iluminada por la otra. El misterio del nacimiento de Jesús es iluminado por el misterio de su entrega y de su sacrificio por amor por cada uno de los hombres de esa historia, los que han pasado, los que están y los que vendrán. Nadie deja de estar implicado en una historia de amor que Dios ha querido que viva cada uno. Por ello, siendo la noche de la Pascua de Cristo la de más peso salvífico en la vida de los hombres por Jesús, ella le da sentido a esa primera noche de la existencia del Verbo Eterno de Dios, quien ha tomado carne de la Virgen Madre, elegida desde el principio para ser la puerta de entrada del cielo a la tierra. La contemplación de esa imagen del Niño Jesús, Dios que se ha hecho hombre, es la imagen más tierna que nos podemos imaginar. Por ello, el autor de la Carta a los Hebreos asiste muchos años después, con corazón arrebatado a la contemplación de ese momento glorioso de esa historia sublime de salvación: "En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado". La Palabra, el Verbo, ese Dios que estaba junto al Padre eternamente, se ha encarnado para traernos ese amor humano de Dios. Ya no es simplemente una Palabra pronunciada, creadora, activa, que hace realidades maravillosas, sino que ahora es una Palabra concreta, física, presente en un cuerpo, y esa acción que lleva adelante nos hace a cada uno testigos de primera línea al recibir en cada instante de nuestras vidas, acciones de amor que, como siempre lo hace, busca que sean solo beneficiosas para todos. Nadie queda excluido de esa acción universal de salvación y de amor.

Es una acción que quiere envolver a cada hombre de la historia. La Palabra de Dios no se ha quedado confinada en los cielos, junto a Dios y siendo Dios. Así como el Padre ha tenido una acción fundamental en la Creación de todas las cosas, esa Palabra, también Ella Creadora y activa, amorosa con todo lo que ha surgido de esas manos divinas, se hace carne para decirnos que todos somos importantes y que nadie quedará fuera de las manifestaciones más claras de ese amor. En el Antiguo Testamento Dios no desdeñó momentos para dejar claro a cada hombre el amor que les tiene. Ahora, con la presencia de la Palabra que se ha hecho carne, actuando directamente Ella en la historia de la humanidad, recibimos sin intermediarios esa acción salvadora. Y es significativo que en esas acciones quiere dejar muy claro que es una acción que no excluye a nadie, pues el amor es para todos, venga de donde venga, esté donde esté, haya hecho lo que haya hecho...: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia, que dice a Sión: '¡Tu Dios reina!' Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Rompan a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, porque el Señor ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén. Ha descubierto el Señor su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios". Dios no está con miramientos a la hora de salvar, pues su añoranza es que todos los hombres lleguen a estar con Él, como es su designio amoroso desde el inicio.

Por ello, desde la reflexión concienzuda que ha hecho la Iglesia sobre la obra salvífica que emprendió la Palabra de Dios que se hizo carne para nosotros, no tiene cabida otra explicación, no simplemente teológica y riquísima, quizás la más elevada de todas las Sagradas Escrituras sobre el mismo Dios, sino la que más implicación tiene sobre nosotros y la que más nos enriquece a cada uno. La Palabra de Dios se ha encarnado en el seno de aquella bella Mujer, María, quien se ha prestado con humildad y obediencia a ser instrumento en esta historia de amor de Dios con la humanidad, pero con ello nos ha traído en concreto un amor del que se había hablado suficientemente y que se había demostrado real siempre, pero esta vez ya no era un amor solo oído o vivido en esas acciones favorables, sino que era un amor presente, real, tangible, a la mano, que entraba en nuestra vida para entronizarse definitivamente en ella...: "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: 'Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo'. Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer." Es el Dios que nos hace visible a Dios. Y hoy lo vemos en la figura entrañable del recién nacido. La más entrañable que podemos tener en nuestras retinas. Y es nuestro. Se ha hecho hombre para salvarnos. Para cumplir la promesa de la felicidad que nos ha hecho el Padre. Él es el encargado de hacer siempre buena la Palabra del Dios de amor. Podemos estar felices, pues Dios ha cumplido su Palabra.