lunes, 31 de mayo de 2021

Nuestra Madre María es la Mujer más noble de la humanidad, nuestro modelo

 La Visitación de María Santísima a su prima Santa Isabel | Servicio  Catolico Hispano

Los gestos de amor de Dios por sus elegidos no dejan de sucederse en la historia de nuestra salvación. Y tampoco los personajes que nos los hacen claros. Toda esta historia está imbuida por acciones que nos gritan claramente que Dios nos ama infinitamente y que ese amor estará siempre presente en ella. No hay un solo segundo en el que Dios deje de amarnos, pues de ser así, desaparecería todo lo que existe, ya que significaría que Dios, que es el amor por esencia, habría desaparecido, y eso, por concepto, es un imposible que nunca deberá suponerse que pueda ocurrir. Desde el mismo hecho de la creación de todo lo que existe, Dios asume su amor como el compromiso más serio. No crea y abandona. Crea y se compromete, y es fiel al amor hacia su criatura predilecta. Por ello, toda la historia está transida de demostraciones de amor, que jamás dejarán de estar presentes. Ante el pecado del hombre no deja que la decepción lo domine. Por supuesto, cede ante el escarmiento necesario por la traición que atrae una reprimenda, pero vence el amor, y por ello, en su infinita misericordia, no deja al hombre en la desesperanza y la postración, sino que promete un rescate para no dejarle en la condenación eterna. La historia, desde ese momento, se transforma en los esfuerzos que se repiten uno tras otro, para que el hombre no viva en una conciencia negativa, sino en una esperanza que va creciendo en el cumplimento de la obra de rescate. Cada paso que se da en esa historia no es sino la confirmación de que el Dios del amor siempre hará lo que sea necesario para lograr extraer al hombre caído de la muerte y de la oscuridad. "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley". Llega ese momento culminante de la historia, el zenit de la salvación, con el envío de su Hijo encarnado, que toma la carne del ser humano más noble que ha nacido sobre la tierra, nuestra Madre María, y que dona todo su ser para que su Verbo eterno entre triunfalmente en la tierra.

Toda esa historia de María marca la obra de la Trinidad Santa. Ella es la criatura de más alto rango que ha existido. Podríamos decir que en Ella Dios ha derramado su amor como cascada, pues desde Ella ese amor se transmitirá a toda la humanidad, al ser la puerta de entrada de la Gracia mayor que Dios hará caer sobre la humanidad postrada. El amor de María, símbolo del amor divino, seguirá siendo amor humano por Dios, y especialmente por su Hijo, que Ella sabe que es el Dios redentor del cual se hace depositaria en su seno. Y que ese amor, surgiendo de Ella, caerá sobre todos los hombres, necesitados de rescate. Es como si en su disponibilidad nos dijera que está dispuesta a renunciar a todo, como lo hará su Hijo, con tal de que el amor no tenga obstáculos para llegar a la humanidad entera: "Aquí está la esclava del Señor. Que se cumpla en mí según tu palabra". Ella es, de este modo, la mujer que será la Madre anunciada de quien aplastará la cabeza de la serpiente, la joven núbil que está encinta y que dará a luz un Hijo que será llamado Dios con nosotros, es la nueva Arca de la Alianza que contendrá la palabra de Dios, la mujer sin mancha, pues será el receptáculo de quien es la pureza infinita. La visita que hace a su prima Isabel, encinta en su ancianidad, con lo cual María manifiesta una sensibilidad extraordinaria, pues su prima se encontraba en necesidad de apoyo, sirve para comprender muy bien su figura de mediación en la salvación: "En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y levantando la voz, exclamo: '¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor? Pues en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá'". Es una descripción ideal de la figura de nuestra Madre, fundamental de nuestra historia de salvación. Lo más destacable es el reconocimiento de su maternidad divina que hace Isabel, al llamar a María "la Madre de mi Señor". No debe existir para nadie duda sobre esto, pues el nombre "Señor" es nombre exclusivamente divino e Isabel se lo atribuye al fruto del vientre de María. E incluso habla de la maravilla que sucede en su vientre, con el salto santificado de su propio hijo, que será Juan Bautista.

María, en su humildad extrema, hace el reconocimiento exacto de su figura en esta historia de salvación. Sin aspavientos admite la obra de Dios en Ella. Es una demostración concreta de su amor a Dios, en respuesta al amor que Dios le ha profesado eligiéndola para ser la Madre del Redentor. Es un momento sublime que nos abre una perspectiva nueva de servicio a los hermanos, pues nuestra Madre nos indica el camino de la disponibilidad y del amor fraterno. Siendo la Madre que Jesús nos ha regalado a todos, es nuestra primera hermana en el orden de la Gracia. Así como nos indica el camino que debemos seguir para ser fieles a Jesús: "Hagan lo que Él les diga", con su vida también nos dice a todos los que debemos hacer: "Hagan lo que yo he hecho". Es el modelo de obediencia a Dios y de servicio a los hermanos. Con Ella sabemos cuál es el camino que debemos seguir por delante. Y Ella, sin sentir orgullo ni vanidad, lo reconoce ante su prima Isabel: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia - como lo había prometido a nuestros padres - en favor de Abrahán y su descendencia por siempre'". Ella es el orgullo de nuestra raza, la mujer en la que la humanidad ha alcanzado su cota más alta. Y es nuestra Madre que nos lleva a la presencia de su Hijo, tomándonos de su mano amorosa. Somos los más afortunados de los hombres, habiendo sido rescatados por el amor infinito de Dios, demostrado una vez más en el amor suave, materno y tierno de la Mujer más grandiosa de la historia, la Madre de Dios, y la Madre entrañable que nos regaló Jesús en sus momentos póstumos de entrega amorosa en la Cruz, en los que no podía estar ausente su Madre de amor.

domingo, 30 de mayo de 2021

La Santísima Trinidad nos acompaña eternamente y nos da la salvación

 Id y haced discípulos de todos los pueblos" | InfoVaticana

Jesús, en su venida al mundo, ha hecho las revelaciones más sustanciosas del Dios que ya se ha revelado en el Antiguo Testamento. Nos ha traído de su mano la verdad concreta y experiencial de lo que es Dios y de lo que lo ha enviado a realizar. Él es el Dios que se hace hombre y que nos hace presente la motivación más profunda que tiene Dios al entrar en relación con el hombre, su criatura predilecta, y la que lo ha motivado a salir de sí para hacer existir todo lo que no es Él. Aun cuando esa iniciativa desde el principio ha estado muy clara, fue clarificándose cada vez más a medida que se iba poniendo más profundamente en contacto con el hombre, en la progresividad de su revelación, con los pasos que iba dando para darse a conocer mejor y para establecer con mayor claridad la motivación de su amor y el fin que perseguía al crear todo lo que existe, principalmente al hombre, y por quien se sintió comprometido después de haberlo creado. Al ser el amor su motivación última, no podía menos que mantenerlo en él, colmándolo de todos los beneficios que le eran consustanciales. Dios asume el compromiso que ya había asumido con la creación, y jamás dejará de cumplirlo. Por ello, podemos vivir en la mayor de las seguridades, pues nunca nos dejará de favorecer. En este sentido, desde el principio, cuando tuvo los primeros contactos personales con el hombre creado, quiso que quedara clara esta intencionalidad de hacerse sentir un Dios cercano, que lo había elegido como su pueblo, le había prometido su compañía, su providencia, sus beneficios, en orden al amor que sentía por ellos. Le hizo entender que Él era el Dios creador y providente y que nunca se desentendería de ellos, pues eran sus hijos amados y jamás dejarían de serlo, a pesar de todas las reticencias, pecados y traiciones que en el avance de la vida del pueblo pudieran surgir en el corazón de los elegidos. Dios deja muy claro su objetivo: amar hasta la eternidad, favorecer al pueblo en toda ocasión y conducirlo por el camino que tiene como meta la plenitud de la felicidad: "Moisés habló al pueblo, diciendo: 'Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, Dios suyo, hizo con ustedes en Egipto, ante sus ojos? Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre". No solo quiere el reconocimiento de su ser creador y sustentador, sino la respuesta consciente del pueblo para que viva sujeto a su voluntad y a su amor, en una respuesta que tenga la misma calidad en el amor.

La consecuencia de esta experiencia de respuesta del hombre será la sustentación sólida de su condición de hijo de Dios. La idea de Dios no puede ser una simple noticia de información objetiva. Es, sin duda, una noticia maravillosa que llena al hombre de gozo, pero que también lo compromete vitalmente, pues toda dádiva requiere de un reconocimiento, aunque sea lo mínimo del agradecimiento. Para los discípulos, este agradecimiento debe desembocar en una asunción de la responsabilidad de vivir según aquello con lo que se es enriquecido. Quien adquiere la condición de hijo, con la firme determinación de parte de quien lo concede de mantenerlo para toda la eternidad en ella, debe sentir el compromiso de sostenerse, y de vivir según esa condición esencial que lo hace especial y distinto a todos los demás, dirigiéndose a la meta pautada que es la felicidad eterna. No será un esfuerzo sobrehumano, por cuanto el mismo Dios que lo convoca y lo enriquece, facilitará lo necesario para avanzar en ese caminar. El Creador ha diseñado un plan perfecto para que se desarrolle sólidamente y favorezca a los elegidos, haciéndoles avanzar sin tropiezos en la confianza de que los apoyos jamás dejarán de estar a la mano para ellos: "Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Ustedes han recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar '¡Abba, Padre!' Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con Él para ser también con Él glorificados". Nada ha dejado Dios al acaso. Todo lo ha dejado bien amarrado. Y se cumplirá siempre, con tal de que el hombre sea dócil a sus inspiraciones. Por ello, en este plan de salvación todo está bien pensado desde su amor: Crea por amor, redime por amor y santifica con su amor. El Padre crea, el Hijo redime y el Espíritu santifica y nos consolida, y nos hace sólidamente conscientes de ser hijos de Dios.

Jesús nos hace llegar a este zenit del conocimiento de Dios y de su experiencia como creador y sustentador. Su tarea no es solo la del rescate y de la misericordia. Busca una experiencia más estable, más vital, más entrañable en el hombre. Lo que viene a traer no es una simple experiencia intelectual, sino renovadora de la relación de hombre con Dios. Él nunca dejará de amar a su criatura, por cuanto es inmutable y su amor es eterno e infinito, y no cambiará jamás. Ni siquiera el pecado del hombre logrará borrar ese amor. Nuestro pecado nunca debe ser causa para desconfiar de la salvación con la que nos quiere favorecer. Evidentemente Dios quiere que nos convirtamos a su amor para que esa salvación sea una realidad para cada uno y ninguno se excluya de vivirla. En la libertad que tenemos cada uno, que Dios respeta reverencialmente, la decisión de vivir según esa voluntad amorosa, está en nuestras manos. Dios ansía que la vivamos, y nos la ofrece, pero somos nosotros los que nos decidimos a aceptarla y vivirla. Por eso llega a los extremos necesarios a los que se ha atrevido a llegar. No deja nada por hacer. Nos ha creado para regalarnos el ser felices eternamente, nos ha rescatado por medio del Hijo, para no dejarnos en la tragedia de la muerte eterna, y nos ha regalado su Espíritu para sostenernos durante toda nuestra vida en su amor y darnos los elementos necesarios para vivir según su voluntad y consolidarnos como hijos suyos en el amor. Y por si esto fuera poco, nos ha considerado dignos de cumplir su misma tarea en el mundo, encomendándonos la misión de anuncio de la salvación en favor de nuestros hermanos: "En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les habla indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: 'Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo'". Es una obra claramente trinitaria, del Dios que nos revela suavemente Jesús. Es el Dios que está presente en toda nuestra historia, y que jamás dejará de estar. Es el Dios que nos ama infinitamente y que quiere que nosotros mismos seamos noticia de ese amor para todos nuestros hermanos.

sábado, 29 de mayo de 2021

La Sabiduría de Dios es Jesús y nos ha sido donada para la felicidad eterna

 EVANGELIO DEL DÍA: Mc 11, 27-33: ¿Con qué autoridad haces esto? | Cursillos  de Cristiandad - Diócesis de Cartagena - Murcia

Una de las categorías que definen a Dios en el Antiguo Testamento es la de la Sabiduría, al punto que es casi una manera de identificarlo. En efecto, la Sabiduría es casi como Dios mismo. Poseer Sabiduría es como poseer a Dios, pues Él es ella misma. Quien se deja llenar de la Sabiduría de Dios está lleno de Dios. No se trata de la definición occidental que damos los que tendemos al racionalismo y llevamos esta realidad solo al plano intelectual. Sin dejar a un lado este aspecto, la Sabiduría teológica se yergue sobre esa consideración y pasa sobre ella, elevándola a una consideración más vital, que abarca toda la vida humana, la del intelecto y la de la experiencia en todos los aspectos de la vida. Ser sabio según Dios es conocerlo lo más posible, saber que es el origen de todo lo que existe, que es el autor de nuestras vidas, que es el proveedor de todos los beneficios que poseemos, que manifiesta su voluntad sobre nosotros, que establece que en el cumplimiento de esa voluntad está la plena felicidad de su criatura, que quiere que haya claridad en que su motivación única en referencia a la actuación en favor del hombre es la de su amor, pues nada lo enriquece más de lo que es ya rico, pues no necesita de nada en sí mismo al ser autosuficiente, que quiere que ese amor sea también la esencia de la vida humana y por ello lo pone como norma de vida fraterna para todos. Conocer a Dios y llenarse de su Sabiduría es asegurar que el camino de la vida propia se dirige al logro de la felicidad plena, que es para lo que hemos sido creados. Dios no ha tenido otra intención al crearnos. Dejándonos a todos en el uso de nuestra libertad, don de su amor, quiere que nos encaminemos hacia la felicidad, asumiéndola naturalmente después de conocer quién es y qué quiere de nosotros desde su amor. La felicidad no puede ser impuesta. Y Dios nunca la impondrá. Debe ser una opción propia, a pesar de que en ocasiones nos pueda parecer que se está lejos de ella. Los avatares de la vida nunca podrán ser suficientes para hacernos descartar el camino que estamos seguros nos llevará a la plenitud. Al contrario, nos pueden servir para asentarnos más firmemente en él con esperanza.

Los teólogos, posteriormente, han identificado a la Sabiduría con la figura de Jesús en el Nuevo Testamento. Si ella ha aparecido desde la revelación de Dios en el Antiguo Testamento, tiene su culminación en el Verbo encarnado. Él será la Sabiduría hecha hombre. Aceptar a Jesús, vivir lo que nos invita a vivir, dejarse arrebatar por su amor, ser conquistados por su obra de rescate, dejarse tomar de su mano para que nos conduzca a la libertad y a la verdad, es, todo ello, vivir arrebatados en la Sabiduría. Si ella es Dios, ella es Jesús. Unido a esto, un cristiano es un hombre sabio. Conocer a Jesús es dejarse llenar de su Sabiduría que, como experiencia vital, nos abre a la búsqueda de la plenitud a la que estamos llamados. Dios no nos ha dejado a nuestro arbitrio en este caminar. Si nos quiere felices, pondrá a nuestro alcance todo lo que sea necesario para que avancemos en ese camino. Y llega al extremo de enviar a su Hijo, que es la Sabiduría encarnada, para que lo conozcamos mejor, nos llenemos de Él y lleguemos a la meta. Los desencuentros de Jesús se dieron sobre todo con los que no podían aceptar que esta Sabiduría divina tuviera una concreción tan clara en el enviado de Dios: "En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron: '¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?' Jesús les respondió: 'Les voy a hacer una pregunta y, si me contestan, les diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contéstenme'. Se pusieron a deliberar: 'Si decimos que es de Dios, dirá: "¿Y por qué no le han creído?" Pero como digamos que es de los hombres...' (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta). Y respondieron a Jesús: 'No sabemos'. Jesús les replicó: 'Pues tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto'". Su autoridad era la de Dios, la de la Sabiduría. Y esto, después de las manifestaciones claras que Jesús había dado ya suficientemente, debía ser descubierto por ellos mismos. Su soberbia y su empeño de desestimar la obra de Jesús les cerraba el entendimiento y la capacidad de experimentar la obra del amor.

En el caminar de la fe, esta debe ser la ruta que debemos seguir los que ansiamos la felicidad y la salvación. Avanzar en el camino de la Sabiduría se debe convertir en una añoranza de tal magnitud que motive todas las fuerzas de nuestro ser. En todo lo que hagamos debe estar presente esta búsqueda sin treguas. En lo cotidiano de nuestras vidas, sin dejar a un lado todo lo que vivimos y hacemos, en nuestra vida diaria, en nuestras relaciones interpersonales, en el cumplimiento de nuestras obligaciones con los nuestros y con el mundo en general, debemos estar siempre disponibles para dejarnos llenar por la Sabiduría con la que Dios quiere enriquecernos. Es el mismo Jesús el que quiere ser nuestra motivación de vida. La Sabiduría dará forma a todo lo que hagamos, procurando que esta sea nuestra impronta. Quien así lo entiende, y está disponible para que la Sabiduría abarque toda su vida, será un hombre plenamente feliz, pues Dios ha donado esa condición para que tengamos esa felicidad y la facilita con el envío de su Hijo, que es la Sabiduría eterna: "Doy gracias y alabo y bendigo el nombre del Señor, Siendo aún joven, antes de torcerme, deseé la sabiduría con toda el alma, la busqué desde mi juventud y hasta la muerte la perseguiré; crecía como racimo que madura, y mi corazón gozaba con ella, mis pasos caminaban fielmente siguiendo sus huellas desde joven, presté oído un poco para recibirla, y alcancé doctrina copiosa; su yugo me resultó glorioso, daré gracias al que me enseñó; decidí seguirla fielmente, cuando la alcance no me avergonzaré; mi alma se apegó a ella, y no apartaré de ella el rostro; mi alma saboreó sus frutos, y jamás me apartaré de ella; mi mano abrió sus puertas, la mimaré y la contemplaré; mi alma la siguió desde el principio y la poseyó con pureza". No existe otro camino para vivir ya ahora esa felicidad plena. Más aún está facilitado por la presencia de Jesús en nuestras vidas. Con Él lo tenemos asegurado. Basta con que nos dejemos conquistar por Él para que tengamos la Sabiduría en plenitud. Esa es la meta de nuestra vida. Es lo que Dios quiere que vivamos todos en nuestra vida cotidiana, en todo lo que hacemos aquí y ahora, y para siempre en la eternidad. Dios nos ama infinitamente y lo facilitará siempre.

viernes, 28 de mayo de 2021

Hemos sido creados para ser felices eternamente


Las promesas que nos da el Señor son de las que podemos estar más seguros que se cumplirán. Desde el mismo inicio de la historia de la salvación nunca ha dejado de cumplirlas, con lo cual sabemos que si compromete su palabra nunca dejará de cumplir, pues nunca ha dejado de hacerlo. El amor creador lo obliga a ello, pues no puede ser que nos haya llamado a la existencia para no llenarnos de los beneficios que nunca hubiéramos imaginado, por un lado, porque no existíamos, y por el otro, porque al existir Dios queda automáticamente comprometido con su amado. No tiene sentido la existencia de la humanidad si no es desde la seguridad de que Dios la tiene en sus manos, la sostiene, la provee de todos los beneficios, la bendice y la llena de su amor. Nuestra confianza es que nuestro Dios no muta. Y por ello, que su compromiso con la humanidad nunca desaparece. De esta manera, nuestra conclusión debe ser que debemos sentirnos los seres más felices pues hemos surgido de unas manos que nos aman más de lo que nosotros mismos nos amamos, las de un Dios que es poderoso y que porque nos ama no permitirá jamás que no recibamos todos los beneficios que surgen de su amor para nosotros. El Dios fiel ha dejado su impronta en su enviado, Jesús de Nazaret, y Él ha realizado su obra también con la máxima fidelidad, pues el Dios trinitario siempre actúa con pleno acuerdo y concordancia. Si uno de ellos asume el compromiso con la humanidad, es el Dios total el que lo está asumiendo. No puede Él negarse a sí mismo. Por eso vemos que en toda la historia de la salvación hay una línea específica de actuación de Dios que nunca ha sido rota. Al contrario, podemos observar que una tras otras van siendo rigurosamente cumplidas y satisfechas en favor del hombre.

Jesús asume esas líneas propuestas por el Padre desde el inicio y las cumple estrictamente. Más aún, Él mismo es el cumplimiento de la mayor promesa, la del rescate del hombre de las garras de la muerte, la recuperación total de la condición de hijo, y de la reapertura de las puertas del cielo, y lo hace en su propio ser. Para Dios lo importante no se reduce al rescate del hombre, sino al cumplimiento de la promesa de amor, pues para Él está por encima de todo que ese amor quede claro en el corazón y en la vida entera del hombre, para que el hombre lo acepte y viva siempre unido a Él, cumpliendo su voluntad y amando de la misma manera, para poder llegar a la meta que Dios quiere para él, que es la vida eterna en la plenitud de la felicidad. Dios ha creado al hombre para la felicidad y todo obstáculo para que esa felicidad sea plenamente vivida por él, Dios mismo está dispuesto a superarlo, corriendo todas las consecuencias que acarree. La motivación de Dios es el amor eterno e infinito por su criatura. Y hará lo que sea necesario para ganarlo para sí. Esta valoración infinita que Dios da a su compromiso de amor ha quedado sin duda demostrada suficientemente. Y Él espera que el hombre lo valore también, en el respeto reverencial a su libertad. Los encuentros más álgidos de Jesús con sus realidades iban en la línea del convencimiento de los presentes de ello: "A la mañana siguiente, al pasar, vieron la higuera seca de raíz. Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús: 'Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado'. Jesús contestó: 'Tengan fe en Dios. Les aseguro que si uno dice a este monte: “Quítate de ahí y tírate al mar”, no con dudas, sino con fe en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso les digo: Cualquier cosa que pidan en la oración, crean que se la han concedido, y la obtendrán. Y cuando se pongan a orar, perdonen lo que tengan contra otros, para que también su Padre del cielo les perdone sus culpas". El Dios fiel está dispuesto a hacer todo en favor del hombre. Pero también desea que el hombre haga su parte del acuerdo.

Será la consecuencia para los hombres de bien, aquellos que hayan comprendido que el compromiso de Dios, aun siendo totalmente gratuito, pues surge de su amor, requiere de alguna manera una manifestación de aceptación, pero que debe ir acompañada por la asunción del compromiso que lleva concomitante. El no cumplimento de su parte no le acarreará nunca de parte de Dios la ausencia de su amor, pero sí tendrá consecuencias desfavorables, pues significaría que el mismo hombre desprecia la oferta amorosa de Dios. Dios no rechazará a nadie, pues Él se mueve siempre por el amor. Y esperará siempre a quien no se acerque, pues para eso nos ha creado a todos: "Hagamos el elogio de los hombres de bien, de la serie de nuestros antepasados. Hay quienes no dejaron recuerdo, y acabaron al acabar su vida: fueron como si no hubieran sido, y lo mismo sus hijos tras ellos. No así los hombres de bien, su esperanza no se acabó; sus bienes perduran en su descendencia, su heredad pasa de hijos a nietos. Sus hijos siguen fieles a la alianza, y también sus nietos, gracias a ellos. Su recuerdo dura por siempre, su caridad no se olvidará". Es el fin que Dios quiere para todos nosotros. Para eso nos ha creado. Debemos valorarlo bien, pues Dios solo quiere nuestro bien y nuestra felicidad. Y todas sus promesas desde antiguo van siempre en la línea del amor y de la felicidad del hombre. Si lo deseamos y nos colocamos en esa línea, seremos para siempre libres, felices, y viviremos en el amor de Dios, que es nuestra plenitud.