lunes, 16 de noviembre de 2020

Veremos no solo con los ojos de la carne. Veremos la plenitud que Dios nos quiere regalar

 Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» – Reporte Católico Laico


Delante de Dios está nuestra vida entera. No hay nada de lo que nosotros podamos hacer, decir o vivir, que sea extraño a Él. No debemos entenderlo como un deseo malsano de control absoluto de lo que somos o hacemos, por cuanto si así fuera, Él efectivamente podría ejercer un férreo control sobre todo, pues nada se lo impide y en todo caso tendría derecho a ejercerlo, pues somos hechura suya, y al provenir de Él, de su amor omnipotente nada se escapa de sus manos. La salida de la vida y la existencia de todo lo que hay en el mundo se da en el ejercicio de la libertad más absoluta de Dios, en la que todo es posible, que no tiene límites, que al ser todo consecuencia de ese decreto original que dio paso a todo lo que no es Él, no requería ni del permiso de un ser superior a Él, que por otro lado no existe, ni de la aprobación de terceros que pudieran poner en duda ninguna bondad que a Él se le ocurriera ejercer. Además de ser absolutamente libre, de tener el total libre albedrío del único ser necesario en sí mismo, de ser la esencia de todas las cosas que surgen de sí, lo acompañan no solo esas prerrogativas suficientes y necesarias en sí mismo, sino las que lo enriquecen no solo como poderoso y hacedor de todo, sino las que acomodan su divinidad a lo que más nos toca a sus criaturas y son las que nos hacen cercanos a Él, nos lo pone a la mano, no como un artífice extraño y alejado, solo fabricante de vida y de cosas con las que enriquecer. Es su condición de ser de amor y de luz, que nos acerca a Él, nos atrae con las cosas positivas, con las bendiciones con las que nos favorece, con los beneficios que nos facilitan la vida y nos lanza en un aventura de acercamiento hacia todos los demás que están con nosotros en las misma condiciones de criaturas suyas en el mismo mundo. La acción de Dios no se puede entender, por tanto, como si fuera la de un gran empresario que quiere llevar férreo dominio de lo suyo para no dejar nada al acaso. Su tarea es la del Creador que ha querido incorporar a aquellos a los que ha hecho a su imagen y semejanza en una tarea que la ha querido hacer similar a la suya, con el inmenso don de la libertad con que los capacitó además como otro Él en el mundo. El hombre, así, debe entender que posee una dignidad infinita pues Dios le ha posibilitado compartir sus prerrogativas de libertad, de poder superior, de coparticipación en su misma naturaleza divina, llegando al extremo de permitirle amar como Él mismo ama. Por eso no se puede hablar de control de parte de Dios, sino de respeto reverencial a lo que Él mismo ha establecido como condición que ha colocado para que pueda existir el hombre como criatura suya. Seguramente, si eso no hubiera estado establecido así desde el mismo principio de su deseo de creación, hubiera dejado las cosas como estaban en aquella eternidad previa que era solo suya.

En esa línea, siguiendo esa misma argumentación, se debe alejar y desechar totalmente una idea distinta que pretenda presentar a un Dios que quiera hacer daño, que quiera conminar radicalmente a nadie, que quiera violentar la misma libertad con las que nos ha favorecido, que pueda llegar incluso a negar algunos de los beneficios que quisiera derramar sobre nosotros. No es concordante con Dios el que siendo el Creador de todo para el beneficio del hombre, en un momento se decida cambiar su manera de actuación, pues será la debacle de todo lo que existe, ya que Dios no puede cambiar en sí mismo. Si llegara a suceder, Él mismo desaparecería y todo lo que existe se desvanecería. Lo natural es, entonces pensar que ese Dios Creador, sustentador, amoroso y donador de la libertad, quiere que cada uno asuma su responsabilidad como copartícipe de sí mismo, se haga cada vez más igual a Él, y con ello, vaya haciendo de su vida algo que vaya adquiriendo una mayor plenitud, la que se va a alcanzar solo en la medida en que su asimilación a Él lo vaya elevando en amor, felicidad, gozo y plenitud. Eso lo irá logrando el hombre en los momentos en que su vida lo va abriendo a la perspectiva, dentro de su vida diaria, de que al ser hijo del mejor Padre posible que lo ha hecho tan capaz, se quede no solo en la contemplación de lo que vive cotidianamente, sino que va aumentando a algo que se va construyendo mayor, más grande y que evidentemente nunca podrá ser solo lo que vive en lo inmediato, sino que lo va asegurando de una realidad que lo va trascendiendo y de lo que se va percatando cuando se va dando cuenta de que está llamado a algo más, que lo lleva también a la similitud de lo trascendente que es la vida ordinaria de ese Dios Creador. En las primeras de cambio de la cristiandad esto fue fundamental para entender mejor el fin del hombre. Estamos hecho para esta vida, para vivirla en el máximo amor y la máxima fraternidad. Pero eso es solo la marca de lo que estamos llamados a vivir. Vivir la fraternidad no es un fin en sí mismo, sino que es llevar adelante con la mayor responsabilidad la tarea que corresponde siendo socios de Dios en el logro de lo mejor para sí mismos y para todos, pero con una perspectiva final bien clara y sólida de que todo irá a mejor, pues es a lo que Dios quiere que lleguemos. Es a Él mismo: "Esto dice el que tiene las siete estrellas en su derecha, el que camina en medio de los siete candelabros de oro. Conozco tus obras, tu fatiga, tu perseverancia, que no puedes soportar a los malvados, y que has puesto a prueba a los que se llaman apóstoles, pero no lo son, y has descubierto que son mentirosos. Tienes perseverancia y has sufrido por mi nombre y no has desfallecido. Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor primero. Acuérdate, pues, de dónde has caído, conviértete y haz las obras primeras". En ese caminar que nos corresponde avanzar no podrán darse medias tintas. La debilidad, el pecado, las faltas, nunca dejarán de estar presentes en el desarrollo de la humanidad. Dios nos ha creado y nos conoce mejor que nadie. Pero también conoce bien las capacidades que nos ha dado y por ello espera de nosotros que nuestro final sea el de la fidelidad a su voluntad de gozo de modo que sea nuestra para siempre. Por ello, aunque se presenten dificultades, nuestro esfuerzo deberá siempre estar encaminado al logro de nuestra felicidad en la plenitud y en la de todos nuestros hermanos a los que tenemos que atraer con nosotros.

Está claro que en ese caminar hacia la plenitud la misma capacidad de libertad con la que nos ha favorecido nuestro Dios sigue siendo la misma libertad del hombre que en su momento se reveló y se puso de espaldas al amor. Siendo una libertad plena, sigue siendo una libertad participada, en la que juega un papel importante la misma capacidad que Dios ha colocado de decidir para bien o para mal. Esto, lejos de ser solo una rémora, se convierte en la inmensa posibilidad de dominio personal para que surja más bien como una inusitada condición que eleva. Las cargas que podamos tener no nos hacen menos hombres, sino que son susceptibles de hacernos mejores, pues en el dominio de ella manifestamos claramente lo que realmente valoramos. El encuentro de Jesús con el ciego de Jericó nos da una perspectiva perfecta al respecto: "Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron: 'Pasa Jesús el Nazareno'. Entonces empezó a gritar: '¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!' Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: 'Hijo de David, ten compasión de mí!' Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: '¿Qué quieres que haga por ti?' Él dijo: 'Señor, que recobre la vista'. Jesús le dijo: 'Recobra la vista, tu fe te ha salvado'. Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios". Jesús para el ciego no era solo el que podía devolverle la vista, que lo hizo y perfectamente. Para él fue quien le abrió la perspectiva de encontrarse con Aquel que le daba sentido a la vida. La misma manera de dirigirse a Él, en los términos en que lo hizo, no era la de un encuentro fortuito con quien lo iba a curar, sino con Aquel que era Jesús, el Hijo de David, el que tenía compasión de él, y ante quien valía la pena pasar cualquier vergüenza o vaporón, pues su interés era superior. Jesús lo sanó de su ceguera y lo llenó de la luz física. Pero en realidad su curación fue mucho más allá. El ciego entendió que su vida ya no podría ser la misma que la de antes, que vivía para Alguien superior, que seguramente ya Él había atisbado en su vida para hacerlo suyo. Jesús le confirma que su fe lo había salvado. No era por tanto solo una nueva capacidad de ver la que poseía con la obra de Cristo. Era algo más. Era una nueva vida que ahora adquiría sentido por haberse atrevido a acercarse con confianza a Aquel de quien le venía la vida, pero que él había asumido que no era una vida solo material o cotidiana, sino que lo llevaba a una perspectiva infinitamente superior a la que en su tragedia visual le había tocado vivir, pero que ahora había sido puesta en una circunstancia de superioridad que nunca pudo imaginar pero que ya tenía ganada para sí por el amor sanador y salvador de Jesús. Esa es la perspectiva que nos espera a todos nosotros. Todos, en cierta manera somos ciegos, añorantes de curación amorosa, para poder ver mejor a Dios y a nuestros hermanos. Pero sabemos bien que nuestra vida no podrá reducirse a esa añoranza inmanente que nos dé una calidad de vida humana mejor. En nuestra más profunda convicción está la conciencia clara de que estamos llamados a algo más, que nuestro futuro es superior, que nuestro final es la asimilación plena a la vida de ese Dios que nos ha creado, nos ha amado, nos ha regalado todo lo que tenemos y que nos espera para que vivamos esa plenitud del gozo, que es el único empeño que lo mueve en su corazón de Padre de amor.

4 comentarios:

  1. "Un sólo mandamiento les dejo. Amar a Dios sobre todas las cosas, con todas tus fuerzas, con toda tú alma y con todo tú corazón y amen al prójimo, como yo los he amado".

    Con lo anterior podemos descubrir la intencidad del amor que a todos nos tiene y nos pide que amemos. No es de cualquier manera, sino como él mismo nos ama. Amén 🙏.

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  2. Amado Señor, te acercas a nuestra alma, ten compasión de nosotros y danos el Don de la Fe para que nos libres de esta ceguera espiritual😌

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  3. Entendí que Dios nos ha creado y nos conoce mejor que a nadie, sabe de nuestras capacidades que al final será lograr la felicidad espiritual junto a todos nuestros hermanos.

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